Año/Cero

LAS PROFECÍAS DEL TEMPLO DE JERUSALÉN

Jerusalén, la ciudad de la paz, se prepara para la guerra. Pero no para una guerra cualquiera, sino para la última, para la definitiva, para la que echará a los infieles del recinto sagrado y restablecerá el poder de los hijos de Israel sobre la Tierra Prometida. La batalla que dará origen al Apocalipsis según algunos, a la segunda venida de Jesús según otros, y a los siete años de calamidades y desastres conocidos como la gran Tribulación para los terceros. Y todo esto precedido por la construcción del Tercer Templo en el Monte Moriah, donde actualmente se asientan la Mezquita Al-Aqsa y el Domo de la Roca, a la sazón dos de los edificios más sagrados de la religión islámica.

Jerusalén es tres veces santa debido a las oraciones en hebreo, latín y árabe que cada día se elevan a Yahvé, Dios y Allah. Pero es otras tantas maldita por las maldiciones que sus habitantes no dejan de dirigirse unos contra otros. Y es que eso es Jerusalén, una ciudad de contrastes, donde Jesús pasó triunfalmente por una puerta, siendo vitoreado por la multitud, y a los pocos días salió por otra roto de dolor por los latigazos y cargando una cruz sobre su espalda. Donde en una esquina puedes ver a alguien dándole limosna a una anciana mientras en la otra intentan lapidar a una mujer adúltera. Donde en la misma acera puedes encontrarte a Dios y al diablo sentados uno junto al otro como las dos caras de la misma moneda.

EL RETORNO DEL MESÍAS

Tal vez uno de los lugares más evocadores de la ciudad sea el Muro de los Lamentos–Kotel–, donde cientos de seguidores de la fe mosaica se reúnen para elevar sus plegarias–Amidah– al Dios de sus ancestros. Al Dios de Abraham, al Dios de Isaac y al Dios de Jacob… pero también al Dios de Jesús y de Muhammad. Cuando el general Tito destruyó el Templo en el año 70 d. C., dejó en pie únicamente esa pared como testigo silencioso del terrible poder de Roma. Sin embargo, para el judaísmo representa otra cosa. Y es que Yahvé le prometió a Salomón que, aunque pasasen dos mil años, siempre quedaría en pie al menos una parte del edificio original como recuerdo de su alianza con los descendientes de Israel. De esa manera, sin saberlo, el hijo del emperador Vespasiano y futuro César de Roma estuvo también sometido al decreto del dios hebreo.

Contrariamente a los cristianos, que suelen rezar de rodillas, y a los musulmanes, que lo hacen cayendo de hinojos al suelo, la oración hebrea se hace de pie, con el cuerpo orientado hacia Jerusalén, declamándose diecinueve bendiciones–Berajot–, las cuales se reparten en tres secciones: alabanzas, súplicas y agradecimientos. Instantes previos a las letanías suelen darse tres pasos hacia atrás y tres hacia adelante, volviendo a poner los pies juntos para inclinar el cuerpo durante los momentos que la oración así lo requiera.

Tras las primeras estrofas, en las que se pide el regreso de las tribus perdidas a la casa de Israel, llegamos a

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