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La Presencia De Dios
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Libro electrónico201 páginas3 horas

La Presencia De Dios

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a Presencia de Dios" es un libro de devocionales que invita a los lectores a profundizar en su relación con Dios a través de la reflexión diaria y la oración. El autor, a través de breves escritos y pasajes bíblicos seleccionados cuidadosamente, nos muestra cómo la presencia de Dios está disponible para nosotros en todo momento y lugar, y cómo podemos experimentarla en nuestra vida diaria.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 feb 2023
ISBN9798215018460
La Presencia De Dios

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    La Presencia De Dios - Charles Simeon

    Contents

    MUERTE POR ADAN, Y VIDA POR CRISTO

    LA ABUNDANTE GRACIA DE DIOS

    EL EVANGELIO ASEGURA LA PRACTICA DE LA SANTIDAD

    UNA PROMESA DE VICTORIA SOBRE EL PECADO

    LA CONVERSIÓN, MOTIVO DE ACCIÓN DE GRACIAS

    LA INUTILIDAD E INSENSATEZ DEL PECADO

    EL DESIERTO DEL HOMBRE, Y LA GRACIA DE DIOS

    LA MUERTE A LA LEY Y LA UNION CON CRISTO

    LA ESPIRITUALIDAD DE LA LEY

    LA ESPIRITUALIDAD DE LA LEY

    CONFLICTOS ESPIRITUALES DE LOS CREYENTES

    LOS CONFLICTOS ESPIRITUALES DE PABLO

    EL PRIVILEGIO DE LOS VERDADEROS CRISTIANOS

    EL EVANGELIO LIBERA A LOS HOMBRES DEL PECADO Y DE LA MUERTE

    CRISTO EL AUTOR DE NUESTRA SANTIFICACION

    EL HOMBRE CARNAL Y EL ESPIRITUAL COMPARADOS

    LA MENTE CARNAL Y LA ESPIRITUAL CONTRASTADAS

    LA VILEZA Y LA IMPOTENCIA ESPIRITUAL DEL HOMBRE NATURAL

    LA NECESIDAD DE TENER EL ESPIRITU DE CRISTO

    LOS OFICIOS DEL ESPÍRITU SANTO (continuación)

    NUESTRA NECESIDAD DEL ESPÍRITU SANTO (continuación)

    LA OBRA DEL ESPÍRITU EN LOS NO CREYENTES (continuación)

    LA OBRA DEL ESPÍRITU EN LOS CREYENTES (continuación)

    LA MORADA DE DIOS EN NOSOTROS ES UN MOTIVO PARA LA SANTIDAD

    MUERTE POR ADAN, Y VIDA POR CRISTO

    Romanos 5:18-19.

    Así que, de la manera que por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino la justificación de vida a todos los hombres. Porque así como por la desobediencia de un solo hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de Uno los muchos serán constituidos justos.

    Cuanto más investigamos el Evangelio de Cristo, más misterioso aparece en todas sus partes. A un observador superficial le parece que el camino de la salvación por medio de un Redentor crucificado es sencillo y simple; pero sin duda es un misterio asombroso que aquellos que se han destruido a sí mismos sean redimidos por la sangre del único y amado Hijo de Dios, y sean salvados por una justicia que fue obrada por él. Sin embargo, esto no es más que una pequeña parte del misterio que nos revela el Evangelio. Allí aprendemos que en el instante de nuestro nacimiento estamos bajo una sentencia de condenación por el pecado de nuestro primer padre; y que, así como estamos perdidos en él, así hemos de ser recuperados por el Señor Jesucristo, heredando la justicia y la vida de él, el segundo Adán, así como heredamos el pecado y la muerte del primer Adán.

    Este es el tema que trata el Apóstol en el pasaje que nos ocupa. A lo largo de la parte anterior de esta epístola había declarado el camino de la salvación por medio de Cristo; pero ahora remonta el pecado y la muerte a Adán como nuestra cabeza o representante federal, y la justicia y la vida a Cristo como nuestra cabeza o representante federal bajo el nuevo pacto. Esto nos abre una nueva visión del Evangelio, y nos lleva más lejos en el gran misterio de la redención de lo que las declaraciones precedentes nos habían permitido penetrar.

    Para que podamos aprovechar la luz que se nos ofrece de esta manera, haremos lo siguiente,

    I. Considerar la comparación aquí instituida.

    Aquí se asume como una verdad reconocida que, por el pecado de Adán, todos quedamos bajo culpa y condenación.

    Adán no era un mero individuo particular, sino la cabeza y el representante de toda la humanidad. Por lo tanto, lo que él hizo al comer del fruto prohibido, se nos imputa a nosotros, como si lo hubiéramos hecho nosotros: y estamos sujetos al castigo que se denunció contra la transgresión: El día que de él comieres, ciertamente morirás. Esto en el contexto precedente se afirma repetidamente: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron, versículo 12. Otra vez: Por la ofensa de uno solo murieron muchos, versículo 15; Otra vez: El juicio fue por uno solo para condenación, versículo 16; Y otra vez: Por la ofensa de uno solo reinó la muerte, versículo 17.

    Así también se menciona dos veces en nuestro texto. No se trata sólo de una afirmación, sino también de una prueba, y además con un argumento que todos pueden comprender fácilmente. La muerte de los niños demuestra la verdad en cuestión: porque, nada es más claro que Dios no infligirá castigo, donde no hay culpa: pero él inflige castigo, incluso la muerte misma, a los niños, que no pueden haber cometido pecado en sus propias personas.

    Entonces, ¿por el pecado de quién se inflige este castigo? Seguramente por el pecado de Adán, nuestro primer padre, que era la cabeza y representante de toda la humanidad. La ley que denunciaba la muerte como pena de la transgresión, comprendía, no sólo a él, sino también a nosotros: y por lo tanto, habiéndola transgredido en él, somos considerados pecadores, y estamos sujetos a todas las penas de la transgresión. Es imposible explicar las agonías y la muerte de los recién nacidos de otra manera que no sea ésta.

    Con esto se compara nuestra justificación a la vida por la justicia de nuestro Señor Jesucristo.

    Cristo es aquella persona por cuya obediencia muchos son hechos justos. Él nos es dado como una segunda Cabeza del Pacto. Hay, sin embargo, esta diferencia entre él y Adán: Adán era la cabeza de toda su simiente natural; y Cristo es la cabeza de toda su simiente espiritual. Todos ellos están incluidos en él, y todo lo que él hizo o padeció se les imputa como si ellos mismos lo hubieran hecho o padecido; y toda su justicia se les imputa para justificación, de la misma manera que la desobediencia de Adán se nos imputa a nosotros para condenación. El paralelismo, en efecto, se mantiene aún más lejos: porque así como la culpa de Adán se nos imputa antes de que cometamos pecado personal, así la justicia de Cristo se nos imputa antes de que realicemos cualquier obediencia personal.

    Sin embargo, nuestra obediencia no se vuelve inútil o incierta; porque, así como de Adán recibimos una naturaleza corrupta, así de Cristo recibimos una naturaleza santa y divina: y así como toda nuestra desobediencia personal agrava la culpa y la condenación que derivamos de Adán, así nuestra obediencia personal, después de haber sido justificados en Cristo Jesús, aumenta los grados de gloria a los que tenemos derecho en el instante de nuestra justificación.

    Ahora bien, todo esto se afirma claramente en nuestro texto; es más, en los versículos que preceden a nuestro texto, se afirma que recibimos más de Cristo de lo que perdimos en Adán, versículo 15-17. Y esto es sorprendente, muy sorprendente. Y esta es una verdad sorprendente y muy importante. Porque,

    PRIMERO, somos colocados en un estado más seguro que el que perdimos en Adán. Adán fue puesto en un estado de prueba, para permanecer o caer por su propia obediencia; y, a pesar de todas sus ventajas, cayó, y se arruinó a sí mismo y a toda su posteridad. Pero nosotros, cuando somos justificados en la justicia de Cristo, somos entregados a él, para que seamos guardados por su poder para salvación eterna; y él ha declarado expresamente que nadie nos arrebatará jamás de sus manos.

    PRÓXIMAMENTE, se nos hace poseer una justicia mejor que cualquiera que hubiéramos podido heredar de Adán: porque si él hubiera permanecido, y nosotros hubiéramos permanecido en él, y hubiéramos participado de su justicia para siempre, todavía habríamos tenido sólo la justicia de una criatura; pero ahora tenemos, y tendremos por toda la eternidad, la justicia del Creador. Sí, YAHWEH mismo es nuestra justicia; y mientras que, con la justicia de una criatura, no podríamos haber reclamado nada, siendo sólo siervos inútiles, con la justicia del Creador podemos reclamar sobre la base de la justicia, así como de la misericordia, toda la gloria del cielo.

    UNA VEZ MÁS: Nuestra felicidad es infinitamente mayor de lo que podría haber sido jamás si hubiéramos permanecido en Adán. La felicidad del cielo habría sido sin duda inconcebiblemente grande bajo cualquier circunstancia; pero, ¿quién puede concebir la adición que recibirá por la consideración de ser la compra de la sangre del Redentor, y el fruto de esos consejos eternos por los cuales toda la obra de la redención fue planeada y ejecutada?

    Así, pues, se demuestra que la comparación entre el primer y el segundo Adán es estrictamente justa; salvo que la balanza predomina más allá de toda expresión o concepción a favor del Señor Jesús, quien ha hecho mucho más por nosotros de lo que jamás perdimos en Adán; o de lo que Adán, aunque hubiera continuado sin pecado, jamás hubiera podido hacer, ni por sí mismo ni por nosotros.

    Pero para que este tema produzca una impresión adecuada en nuestras mentes, lo haremos,

    II. Sugeriremos una o dos reflexiones al respecto.

    Es muy de lamentar que los grandes misterios de la religión sean con demasiada frecuencia objeto de mera especulación. Pero toda doctrina del cristianismo debe ser mejorada prácticamente, y especialmente una doctrina de tan vital importancia como la que tenemos ante nosotros.

    De la doctrina de nuestra caída en Adán y nuestra recuperación en Cristo, no podemos sino observar,

    1. 1. ¡Cuán profundos e inescrutables son los caminos de Dios!

    El hecho de que nuestro primer progenitor fuera constituido cabeza federal de su posteridad, de modo que ésta se mantuviera o cayera en él, es en sí mismo un misterio estupendo. Y puede parecer que fue un nombramiento arbitrario, perjudicial para toda la raza humana. Pero no dudamos en decir que si toda la raza humana hubiera sido creada de una vez en el mismo estado y circunstancias que Adán, habrían estado tan dispuestos a permanecer o caer en Adán, como a que su suerte dependiera de ellos mismos; porque habrían sentido que, mientras él poseía todas las ventajas que ellos tenían, él tenía un fuerte incentivo para la firmeza que ellos no podrían haber sentido, a saber, la dependencia de toda su posteridad de su fidelidad a Dios: y por consiguiente, que su felicidad estaría más segura en sus manos que en las suyas propias.

    Pero si ahora se pudiera poner a cada ser humano a determinar por sí mismo este punto; si se hiciera la pregunta a cada individuo: ¿Piensas que es mejor que tu felicidad dependa de Adán, formado como estaba en plena posesión de todas sus facultades; sometido a una sola tentación, y de hecho a una tentación tan pequeña que apenas merece ese nombre; perfecto en sí mismo, y su única compañera siendo también perfecta, y sin que existiera tal cosa como el pecado en toda la creación? Digo si preferirías depender de él o de ti mismo, nacido en un mundo que yace en la maldad, rodeado de innumerables tentaciones, y teniendo todas tus facultades sólo en un estado de debilidad infantil, de modo que apenas eres capaz de ejercer con propiedad ni el juicio ni la voluntad.

    ¿Alguien dudaría un momento? ¿No consideraría toda persona a quien se le diera tal opción como una misericordia indecible el tener un representante como Adán, y que su felicidad dependiera de Adán, en lugar de depender de su propia y débil capacidad y poder? No puede haber duda a este respecto, porque si Adán, en sus circunstancias más favorables, cayó, mucho más lo haríamos nosotros en circunstancias en las que apenas era posible mantenerse en pie. Sin embargo, aunque reconozcamos que se trata de una designación llena de gracia y misericordia, debemos considerarla, no obstante, como un misterio estupendo.

    Pero, ¿qué diremos de la designación del Señor Jesucristo para ser una segunda Cabeza del Pacto, para librarnos por su obediencia de los efectos fatales de la desobediencia de Adán? Aquí estamos perfectamente perdidos en la maravilla y el asombro. Porque consideremos, ¿Quién ERA Jesús? Era el Hijo coigual y coeterno de Dios.

    Consideremos lo que se comprometió a HACER. Se comprometió a sufrir en nuestro lugar y en nuestro lugar todo lo que se nos debía, y a conferirnos su justicia con toda la gloria que se le debía.

    Considera además: ¿En qué CONDICIONES nos confiere esta bendición? Sólo requiere que creamos en él: Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra.

    Considera aún más, ¿Qué provisión ha hecho para la FELICIDAD FINAL de aquellos que así creen en él? No los restaura al estado de prueba en el que Adán fue colocado originalmente, sino a un estado de seguridad comparativa, en la medida en que él mismo se compromete a perfeccionar lo que les concierne, y a ser el Consumador de la fe para aquellos en quienes él ha sido el Autor de ella, Hebreos 12:2.

    Qué misterio inescrutable hay aquí:

    ¡Que tal persona sería dada; y tal justicia sería obrada por él!

    ¡Que un interés salvador en esta justicia sería conferido en términos tan fáciles!

    Y finalmente, ¡que tal seguridad sería provista para todo su pueblo creyente!

    Bien podría decir el Apóstol: Grande es el misterio de la piedad; y bien podrían todos los ángeles del cielo ocuparse, como lo hacen continuamente, en escudriñarlo con la más profunda adoración. 1 Timoteo 3:16.

    Contemplemos, pues, estas maravillas con santo temor. No las convirtamos en tema de disputa, sino en objeto de incesante admiración, gratitud y alabanza.

    2. 2. ¡Qué evidente y urgente es el deber del hombre!

    Aquí estamos en la situación de criaturas semejantes, totalmente incapaces de salvarnos a nosotros mismos, y cerrados al camino de salvación que nos ofrece el Evangelio. Dios no nos consulta, ni nos pide la aprobación de sus planes. No nos llama para que demos nuestra opinión, sino para que aceptemos la misericordia que nos ofrece. Discutir o juzgar sus dispensaciones es vano.

    Somos como náufragos, a punto de perecer en el gran abismo. Cuando el barco está a punto de hundirse, no es el momento de quejarse de que nuestras vidas, por las leyes de la navegación, se hicieron depender de la habilidad del capitán, o que la gestión del buque no había sido confiada a nosotros mismos, o que Dios, cuando formó el mundo, puso una roca en esa situación particular, a pesar de que previó, desde toda la eternidad, que nuestro barco naufragaría en ella. Todos esos pensamientos en ese momento serían vanos: nuestra única consideración en tales circunstancias sería, ¿cómo me salvaré de perecer?

    Y si viéramos un barco que se apresurara hacia nosotros para salvarnos, estaríamos totalmente ocupados en idear cómo podríamos conseguir la ayuda ofrecida.

    Este, digo, es precisamente nuestro caso: estamos perdidos en Adán; pero ese Dios, que previó que naufragaríamos en él, proveyó a su único Hijo amado para que fuera un Salvador para nosotros; y lo ha enviado para salvar a todos los que sienten su necesidad de misericordia, y están dispuestos a entrar en esta arca de Dios.

    Mirad, pues, hermanos, cuál es vuestro deber: es refugiaros en la esperanza que está puesta delante de vosotros. Si sentís surgir un pensamiento rebelde: ¿Por qué Dios me hizo así? Que se responda de la manera prescrita por el Apóstol: No, sino, oh hombre, ¿quién eres tú que replicas contra Dios Romanos 9:20. Si no se te consultó acerca de tu dependencia de Adán, ¿se te consultó acerca de la designación del Señor Jesucristo, y de la manera de recuperarte por medio de él? No, éste fue el don

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