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La Noche de la Bestia: El Fulgor de las Tinieblas
La Noche de la Bestia: El Fulgor de las Tinieblas
La Noche de la Bestia: El Fulgor de las Tinieblas
Libro electrónico83 páginas1 hora

La Noche de la Bestia: El Fulgor de las Tinieblas

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El 4 de junio del año 1888, en Buenos Aires - Argentina, tras la caída del sol una serie de acontecimientos aterradores fueron desencadenados. Dejando a los habitantes de la ciudad a merced de un mal jamás visto y que no se detendrá en su proceder mientras la noche impere.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 may 2018
ISBN9780463796597
La Noche de la Bestia: El Fulgor de las Tinieblas
Autor

Johnn A. Escobar

Johnn A. Escobar nació en Buenos Aires, Argentina el 5 de Junio del año 1991. Estudio en el Instituto Superior Mariano Moreno y posteriormente en el Instituto Terciario Interval. A partir del año 2015 comienza su carrera como escritor. Autor de la serie literaria compuesta por nueve libros: El Fulgor de las Tinieblas. Los títulos que componen la serie son: Por el sendero de las tinieblas. El Ejército Errante. La Torre Imperial. La casa en la colina. La noche de la bestia. La Primicia. El Misterio de Crowswood. La Marca de Fuego. Antes de que Amanezca. Además de la serie literaria ha publicado las novelas tituladas: El Ángel Caído. El Despertar de Cthulhu: De la ignorancia a la sabiduría; de la luz a la oscuridad. Testimonio de una vida. Y dos libros de cuentos: Vencedores Vencidos. Cuentos de una noche sin luna. Ha escrito varios géneros literarios, entre los cuales se encuentran misterio, thriller, sobrenatural, fantasía oscura, terror y erótico.

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    La Noche de la Bestia - Johnn A. Escobar

    La Noche de la Bestia

    Johnn A. Escobar

    ––––––––

    Copyright © 2015 Johnn A. Escobar

    Todos los derechos reservados

    Los personajes y eventos descritos en este libro son ficticios. Cualquier similitud con personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no es la intención del autor.

    Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o de otro modo, sin el permiso expreso por escrito del editor.

    A la memoria de Horacio Quiroga, pues sus obras en mi infancia marcaron un rumbo concreto para ser escritor.

    Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.

    Horacio Quiroga

    I

    Al caer el sol

    Tan pronto como el atardecer desplazó a la luz solar y su manto protector que se extendía sobre las calles de Buenos Aires, el 4 de Junio del año 1888, el gélido frío invernal comenzó a intensificar su fuerza congelando hasta los huesos de todo aquel quien caminara a la intemperie desprovisto de algún abrigo. En tanto la ciudad lentamente perdía su habitual y tumultuoso movimiento, alejándose las carretas de los vendedores, cerrando las tiendas y los últimos transeúntes quienes carecían de un caballo regresaban caminando pesadamente de sus lugares de trabajo nuevamente al cobijo de sus hogares.

    Hasta que en breve fue totalmente factible el decir que ni siquiera un alma rondaba por esos lares, a excepción de algunos carruajes que pasaban de tanto en tanto transportando una diligencia o un ocasional viajero montado a lomos de su caballo quien no se detenía sino que por el contrario continuaba su trayecto.

    Sin embargo, un hombre de contextura delgada quien aparentemente tendría veintitrés años de edad, con los cabellos largos, gruesos y negros, dueño de unos chispeantes ojos color avellana, vestido con un traje desgastado, caminaba erguido y con la mirada perdida sin reparar en nada que estuviera a su alrededor, ignorando incluso a un perro callejero con el cual estuvo a punto de chocar, pero el animal se retiró del camino. Así prosiguió hasta que terminó por situarse frente a una casa deteriorada y maltrecha, perteneciente a un humilde zapatero quien vivía junto con su esposa embarazada.

    La única puerta de aquel hogar estaba cerrada y fue entonces que el visitante, quien permanecía con la mirada fija en la misma, avanzó dos pasos y llamó golpeando tres veces haciendo resonar el interior de la casa. Al concluir, inmediatamente retrocedió los mismos dos pasos y permaneció de pie totalmente inmóvil con los brazos extendidos a los costados de su torso; desde dentro de la vivienda una voz apacible y juvenil exclamó.

    —¡Un momento por favor!

    En breve unos pesados pasos fueron audibles, los cuales avanzaban con dificultad y evidentemente cojeando, para terminar llegando hasta la puerta y abrirla. Desde el interior de la casa la luz de las velas encendidas y una farola que pendía de un gancho adherido al techo por una cadena, iluminaran al visitante. El hombre que abrió poseía una calvicie incipiente que iba desde su frente hasta la mitad de su cabeza, el resto de sus cabellos eran negros y despeinados, siendo mayor su abundancia en los costados por encima de las orejas, adornaba su rostro un grueso bigote que le cubría el labio superior, su piel estaba curtida aparentando una edad superior de la que era dueño y estaba ligeramente subido de peso siendo mayor la predominancia en su abultada barriga, pese a todo lo anterior no tendría más que treinta y dos años de edad. El dueño de la casa al ver ante sí al visitante nocturno, luego de entrecerrar los ojos, quedó fascinado y con una enorme sonrisa, que dejaba a descubierto unos dientes amarillentos habituados a fumar pipa, reflejó su alegría y casi corrió para abrazar al hombre frente a él, pero debido a la pierna izquierda con la cual cojeaba únicamente caminó con dificultad, hasta que finalmente rodeó con sus brazos al visitante en un fuerte abrazo a la vez que terminó diciendo con la voz colmada de felicidad.

    —Valentín, querido hermano mío, no pensé verte hasta dentro de una semana. Pero como ya lo habrás notado me alegra demasiado tu presencia, adelante por favor, que hace mucho frío y puedo sentir tu cuerpo helado.

    Valentín por su parte no despegó los labios para procurar palabra alguna, guardando un silencio absoluto, pese a ello en su lugar correspondió la muestra de afecto fraternal y con sus brazos rodeó a su hermano retornando el cariño, para terminar asintiendo y penetrando a la casa, donde tras cerrar la puerta evitaron que el frío gélido los congelara, ambos tomaron asiento a la mesa, pues el recibidor y el comedor eran uno solo.

    Una vez cómodamente sentados, desde la cocina a espaldas de Valentín, que se hallaba conectada por el lado izquierdo al comedor que también fungía como recibidor, llegó una mujer joven con la piel tenuemente morena, los cabellos sumamente largos y trigueños, unos hermosos ojos color miel y las facciones de su rostro resultaban agradables debido a la sonrisa cálida que parecía acompañar su gesto natural; la mujer se hallaba en sus veinticinco años de edad, la cual presentaba un estado de embarazo visiblemente avanzado siendo aproximadamente unos nueve meses de gestación. Ella, al momento de salir de la cocina guiada por el sonido de los pasos, se encontraba preparando la cena, un modesto caldo de gallina y unas cuantas verduras, cuando al ingresar hacia el comedor se paró en el marco del mismo y preguntó a su esposo, tras ver al extraño únicamente desde atrás.

    —Ramiro, ¿quién es el invitado que nos acompañará esta noche? ¿Acaso es un cliente?

    La alegría que destilaba Ramiro resultaba más que evidente, pues casi nunca sonreía, siendo más bien serio y poco expresivo, sin embargo en esta ocasión poseía una leve sonrisa en sus labios y sus ojos estaban provistos con un brillo que solamente reflejan las lágrimas que fluyen debido a la felicidad y ella únicamente se las había visto cuando ambos supieron que pronto serían padres, por tanto esa persona allí presente debía ser alguien de mucho aprecio.

    —Julieta, mi amor —respondió Ramiro— ven y saluda a mi hermano Valentín, quien nos ha sorprendido con su llegada inesperada una semana antes de lo reflejado en su carta. Asumiré que nos ha querido alegrar la noche y venir a brindarnos su apoyo.

    Ella se encontraba feliz

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