Vencedores vencidos
Por Johnn A. Escobar
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Vencedores Vencidos es una compilación de relatos cortos que transportan al lector a escenarios distopicos que presentan mundos irreales y complejos o situaciones sencillas pero aterradoras que podrían aguardar detrás de cada esquina.
Johnn A. Escobar
Johnn A. Escobar nació en Buenos Aires, Argentina el 5 de Junio del año 1991.Estudio en el Instituto Superior Mariano Moreno y posteriormente en el Instituto Terciario Interval.A partir del año 2015 comienza su carrera como escritor.Autor de la serie literaria compuesta por nueve libros: El Fulgor de las Tinieblas.Los títulos que componen la serie son:Por el sendero de las tinieblas.El Ejército Errante.La Torre Imperial.La casa en la colina.La noche de la bestia.La Primicia.El Misterio de Crowswood.La Marca de Fuego.Antes de que Amanezca.Además de la serie literaria ha publicado las novelas tituladas:El Ángel Caído.El Despertar de Cthulhu: De la ignorancia a la sabiduría; de la luz a la oscuridad.Testimonio de una vida.Y dos libros de cuentos:Vencedores Vencidos.Cuentos de una noche sin luna.Ha escrito varios géneros literarios, entre los cuales se encuentran misterio, thriller, sobrenatural, fantasía oscura, terror y erótico.
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Vencedores vencidos - Johnn A. Escobar
Vencedores vencidos
Johnn A. Escobar
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Los personajes y eventos descritos en este libro son ficticios. Cualquier similitud con personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no es la intención del autor.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o de otro modo, sin el permiso expreso por escrito del editor.
A la memoria de la humanidad, porque quienes aprenden jamás serán engañados.
"Su egolatría es mayor de lo que me imaginaba. Es algo estremecedor".
Stephen King
Huellas
El 24 de mayo, luego de recibir una llamada anónima, la policía suburbana llegó a una propiedad pequeña de alquiler topándose con la puerta de entrada abierta y unas huellas de pies descalzos impresas en un charco de sangre.
Al penetrar los oficiales en la vivienda siguieron el rastro hasta la cocina donde hallaron cuatro cadáveres, Fernando Pintos de cuarenta y un años de edad, su esposa Vanesa Robles Pintos de cuarenta y tres años de edad y los dos hijos de ambos, Nahuel de quince años de edad y su hermana Carina de doce años de edad.
No había signos de lucha y la sangre provenía de unas heridas abiertas en sus gargantas, con lo que podía haber sido unas cuchillas muy afiladas.
La escena fue brutal y el caso fue reportado de inmediato a la jefatura de policía solicitando apoyo.
Una hora más tarde, Elsa Pignocco de treinta años de edad y empleada de mantenimiento en el colegio local, tras cumplir su jornada regresó a su casa. Siendo madre soltera dejaba a su hija de tres años, Gladys Pignocco, al cuidado de una amiga y en el trayecto acudía a recogerla.
Regresaba tranquila cuando abrió la puerta de entrada e ingresó pero tan pronto como cerró la puerta tras de sí, oyó unos pasos a sus espaldas e inmediatamente pudo sentir una sensación de ahogo apretando con fuerza en su garganta obligándola a dejar caer a su hija de sus brazos.
La pequeña se recuperaba del impacto recibido y llorando pudo ver a su madre que era elevada del suelo mientras luchaba desesperada por liberarse y respirar, cuando repentinamente dejó de moverse cayendo su cuerpo sin vida al piso.
La niña fue quitada del medio y la puerta se abrió partiendo el asesino dejando tras de sí huellas marcadas en el suelo de unos pies descalzos.
Una nueva denuncia anónima logró traer a la policía suburbana, quienes hallaron a la niña llorando desconsolada y abrazada al cadáver que era su madre, claro que en esta ocasión no había sangre de la víctima pero sí en las huellas.
La escena resultó desgarradora y los oficiales tomaron a la menor para salir de aquel lugar. El caso era indiscutiblemente semejante al concerniente a la familia Pintos.
El inspector asignado fue Ismael Leguizamon de cuarenta y nueve años de edad, delgado y en forma, con los cabellos negros, siempre afeitado y una mirada de pesar constante que dejaban a descubierto sus ojos color miel.
Leguizamon llegó en compañía de los demás oficiales y la ambulancia que atendió a la menor. Respondiendo a su experiencia dejó que la infante fuera atendida mientras él se dirigió a los oficiales que llegaron a la escena primero.
—Díganme, ¿qué pudieron oír de boca de la niña?
Ambos oficiales intercambiaron miradas y luego aquel que tenía más años de experiencia decidió hablar.
—Entre llantos, la pequeña, pese a su corta edad, pudo decir que no vio a nadie, su madre estaba flotando en el aire y luchaba por respirar, luego cayó. Mientras que ella fue quitada del camino por algo invisible que abrió la puerta y salió.
Leguizamon los observó sin prejuicios, por el contrario parecía atento a cada detalle e inmediatamente dijo.
—Comprendo, otro caso similar ha sucedido en una zona cercana. Entrevistamos a los vecinos y mencionaron que vieron abrirse la puerta de la vivienda pero no salió nadie, aunque sí hallamos huellas. No dudo que aquí será igual.
Cerca de las diez de la noche, luego de un largo día de trabajo en su tienda de reparaciones de bicicletas, Guillermo Balor y su esposa Andrea Cigogna, ambos de veintinueve años de edad, finalmente arribaron a su casa.
Tan pronto como traspasaron el umbral de la puerta, oyeron a su perro en el patio trasero ladrando desesperado.
El agotamiento y la necesidad de comer algo los hizo pasar por alto ese bullicio, se dirigieron a la cocina para retirar una pizza congelada del refrigerador y colocarla en el horno. Mientras aguardaban caminaron hacia el living para encender la televisión sintonizando el noticiero local.
Una hora más tarde, la policía se encontraba en la propiedad del señor Balor y su esposa Cigogna.
La escena se repetía una vez más, una llamada anónima los alertó y al llegar al lugar de los hechos se toparon con la puerta de entrada abierta y unas huellas de pies descalzos marcadas en la sangre de las víctimas quienes fueron degolladas con lo que parecía tratarse de una cuchilla muy afilada.
Pero lo más sorprendente era que ambas víctimas parecían haber perecido al mismo tiempo.
Al menos veinte minutos después otra llamada anónima llevó a la policía a una nueva propiedad a unas cuatro calles de la casa del señor Balor.
Nuevamente se repetía todo, la puerta abierta y dentro unas huellas marcadas sobre sangre seca no perteneciente a la escena del crimen, tal y como ocurrió en la casa de Elsa Pignocco.
Las víctimas eran Edgardo Onorato, carpintero viudo de cuarenta y siete años de edad y su hijo Félix Onorato estudiante de dieciséis años de edad.
El inspector Leguizamon asistió a cada uno de los lugares de los hechos y sin prejuicios analizó los escenarios pero respetando el procedimiento dejó a los forenses continuar. Además de cercar el área para una mayor capacidad de abarque por parte de los criminalistas.
No hubo más crímenes por el resto de la noche, pero se mantuvo en alerta a los oficiales de patrullas para que vigilen cada sector circundante.
Por su parte el