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El Ejército Errante
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Libro electrónico87 páginas1 hora

El Ejército Errante

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Información de este libro electrónico

2500 años antes de Cristo, durante la edad de bronce, un misterio aterrador se movilizaba por los desiertos y prados, siempre al acecho, siempre expectante, aguardando el momento idóneo para revelarse.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 may 2018
ISBN9781370930951
El Ejército Errante
Autor

Johnn A. Escobar

Johnn A. Escobar nació en Buenos Aires, Argentina el 5 de Junio del año 1991.Estudio en el Instituto Superior Mariano Moreno y posteriormente en el Instituto Terciario Interval.A partir del año 2015 comienza su carrera como escritor.Autor de la serie literaria compuesta por nueve libros: El Fulgor de las Tinieblas.Los títulos que componen la serie son:Por el sendero de las tinieblas.El Ejército Errante.La Torre Imperial.La casa en la colina.La noche de la bestia.La Primicia.El Misterio de Crowswood.La Marca de Fuego.Antes de que Amanezca.Además de la serie literaria ha publicado las novelas tituladas:El Ángel Caído.El Despertar de Cthulhu: De la ignorancia a la sabiduría; de la luz a la oscuridad.Testimonio de una vida.Y dos libros de cuentos:Vencedores Vencidos.Cuentos de una noche sin luna.Ha escrito varios géneros literarios, entre los cuales se encuentran misterio, thriller, sobrenatural, fantasía oscura, terror y erótico.

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    El Ejército Errante - Johnn A. Escobar

    El Ejército Errante

    Johnn A. Escobar

    Copyright © 2015 Johnn A. Escobar

    Todos los derechos reservados

    Los personajes y eventos descritos en este libro son ficticios. Cualquier similitud con personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no es la intención del autor.

    Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o de otro modo, sin el permiso expreso por escrito del editor.

    A mi madre, sin cuyo apoyo jamás habría logrado convertirme en escritor.

    Será inmortal por siempre y no conocerá la vejez.

    PAUSANIAS

    I

    El sobreviviente

    Hacia el 2500 antes de Cristo, muchos asentamientos distribuidos por lo que hoy conforman Europa, Asia y África, fueron el epicentro de situaciones anómalas, pues todos ellos terminaron siendo consumidos por fuego y azufre. Una cosa compartían en común y ello era que los poblados que comparecieron eran pequeños, en tanto los habitantes no eran más que humildes trabajadores especializados en la confección de herramientas, armaduras y armas construidas en bronce, las mismas eran destinadas al comercio; por lo demás no tenían rasgos compartidos, puesto la diversidad de etnias, las zonas, y hasta la lengua que hablaban eran diferentes, siendo un dato no menor, que ninguno de esos pueblos fue atacado en lapsos constantes, por el contrario, en una semana podrían existir varios pueblos atacados, seguidos por un periodo de meses o incluso años hasta que aconteciera otro suceso similar. Con el tiempo la leyenda de esos pueblos, consumidos por el fuego y el azufre, terminaron por ser parte del compendio narrativo verbal, historias que utilizaban para entretenerse, pero siempre guardando respeto y temor, ya que nadie estaba seguro de cuándo y dónde habrían de arribar.

    La historia que se narraba dictaba que, sin importar el momento del día, cuando un poblado sería atacado, en el horizonte era visto un destello verdoso, que irradiaba dueño de un fulgor más potente que el mismo sol, la visión era extremadamente tenebrosa, fantasmagórica e hipnótica, podría estar a una distancia incalculable pero una vez que era divisible entonces, el destello comenzaba a dirigirse hacia un poblado, y la velocidad a la cual lo hacía era algo fuera de lo normal. Se decía que cada vez que la cercanía era acortada más y más, entre el destello y el pueblo, los habitantes percibían caballos galopando a una velocidad que ningún animal lograría alcanzar, mas como era dicho el poder que irradiaba era hipnótico y en muchos de los pueblerinos, si no es que en todos, les infundía la necesidad de permanecer allí, siempre reacios a la idea de abandonar sus hogares. Los adultos, tanto hombres como mujeres, consideraban el prevalecer allí y defenderse de quienes osaran atacarlos, confiando en su número superior, los ancianos y los niños no compartían ese pensamiento pero la incapacidad de valerse por ellos mismos los llevaba a obedecer y casi siempre eran ocultos dentro de los hogares, mientras los adultos se armaban.

    Solamente un limitado número de hombres y mujeres, que apenas si eran contables con los dedos de una mano, decidían abandonar el pueblo, pues en ellos les infundía un colosal temor, partiendo con lo que llevaban puesto y de ser posible compartían sus razones alegando que, quienes fueran que pudieran avanzar con caballos tan veloces y portaran aquello que provoca el destello verdoso, no podrían ser seres normales, y aseguraban que las armas que poseían no lograrían defenderlos, solamente les quedaba el huir de aquellos jinetes a quienes bautizaron como el ejército errante, pese a jamás haberlos visto, desconociendo su número, aunque por los galopes podían deducir que no eran muchos, en tanto a su apariencia y bravura resultaba un misterio, sin embargo nada de ello importaba, solamente huir era apropiado, pero no lograron convencer a los demás, quienes dominados por un valor que podría ser equiparable a la obstinación, decidían permanecer allí.

    Los que huían, sabiamente, azotaban a sus caballos para que apuraran el paso, y mientras se alejaban, muchos de éstos volteaban observando con horror, que el destello verdoso dominaba todo el pueblo, desde ese momento solamente fijaban sus miradas al frente siguiendo su camino, muchas veces en sus huidas cabalgaban día y noche sin descanso hasta arribar a un poblado vecino, cuya distancia era lo suficientemente importante como para sentirse a salvo, allí compartían lo sucedido en su pueblo natal, los sobrevivientes eran tratados con respeto y jamás se los juzgaba de cobardes, por el contrario la respuesta que se les daba era: ¡Han hecho bien, pues el destello verdoso no perdona a nadie!

    Luego de cinco días, o más, un grupo armado de exploradores, guiados por uno de los sobrevivientes, y tras muchas insistencias, ya que nadie deseaba regresar al lugar de donde huyeron, partían tratando de dar con más sobrevivientes, pero al llegar al pueblo el escenario era claro, ningún hombre, mujer, anciano, bebé o niño, que permanecieron allí dispuestos a luchar, pudo siquiera defenderse, topándose con los restos calcinados de todos por igual, los animales tampoco evitaron aquel destino. Muchos de los exploradores terminaban vomitando y otros perdían el conocimiento, más de uno hubo de enloquecer, en tanto aquellos que eran la suficientemente resistentes continuaban observando y buscando, descubriendo que todo había sido saqueado, pues allí no quedaban alimentos, agua o líquidos, herramientas, ornamentaciones, armaduras y armamento, todo hubo de ser robado, pues ni rastros de aquello hallaron.

    Nadie quedaba con vida y ni siquiera existían indicios de resistencia, era como si pese a mantenerse firmes en la idea de luchar, al momento de hacerlo no tuvieron el valor o tal vez la oportunidad, pareciendo que el ataque fue tan abrupto y veloz que comparecieron de forma inmediata quedando en el estado que fueron hallados.

    Como se sabía nadie nunca antes había quedado con vida, solamente los que fueron lo suficientemente inteligentes para huir, previo al arribo del ejército errante, lograban salvarse, aunque luego del último ataque, los exploradores hallaron un sobreviviente, un niño de nueve años de edad, cuyos padres no lo ocultaron con los demás niños del pueblo, sino que lo hicieron permanecer totalmente quieto y callado en un conducto que conectaba con una fosa, cubriéndolo con una puerta de madera evitando que saliera de allí, mientras que su padre y madre trataron de enfrentar a los invasores, aunque solamente hallaron su final.

    El niño, luego de ser rescatado, estaba hambriento y no compareció ante la sed porque su madre había introducido un barril lleno de agua, claro que para ese entonces se encontraba podrida, y el niño la bebía de igual modo, en principio no quiso hablar, estaba sumamente débil y temeroso, sin nadie más por allí, al menos no con vida, tomaron al infante y regresaron a su pueblo. El pequeño fue atendido, una familia de herreros decidieron adoptarlo, ellos le propinaron de cuidados y sustento, pero tomó más de un año hasta que recuperó el habla, lo primero que dijo fue que su madre y su padre,

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