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El secreto detrás del velo
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El secreto detrás del velo
Libro electrónico142 páginas2 horas

El secreto detrás del velo

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Información de este libro electrónico

La mirada del amor no se podrá borrar ni siquiera con la muerte.

África, 1823. Una captura más de africanos para trasladar al continente americano, en calidad de esclavos.

Como era común, una joven se queda embarazada de otro africano.

La vida en la plantación será tranquila para la joven y su hija, hasta que un acontecimiento trágico las llevará por los caminos de la muerte a otra vida, a otro continente, a otro imperio.

El resultado de esta historia nos hará pensar en cómo la vida nos conduce por tantos senderos distintos y cómo cambia en un instante el destino de las personas.

La trama y el tema son realmente profundos. Gozan de una capacidad innata de atravesar la piel y el alma de cada lector.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento1 mar 2018
ISBN9788417321635
El secreto detrás del velo
Autor

Isabel Cal y Mayor

Maria Isabel Cal y Mayor Barrios was born in Mexico city on August 13th. Monther of three children, married with Rodrigo since 2011. Lover of universal history, painter for the passion of art and in love with the diversity of cultures and races. In the knowledge in three languages and in the process to learn the fourth one, with the only target of having the possibility of comunicate with others, and I can open my heart to the world arround me.

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    El secreto detrás del velo - Isabel Cal y Mayor

    El-secreto-detrs-del-velocubiertav22.pdf_1400.jpg

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    El secreto detrás del velo

    Primera edición: marzo 2018

    ISBN: 9788417234584

    ISBN eBook: 9788417321635

    © del texto:

    Isabel Cal / Mayor

    © de esta edición:

    , 2018

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Esta novela está dedicada a mis amados hijos Claudio, Michel y Diego con la intención de hacerles ver que rendirse nunca será la opción; de igual manera la dedico a toda la gente que se entrega y no se deja vencer por las dificultades, pues confía en que de la mano de su Creador jamás será derrotada.

    A los lectores

    Esta fascinante narración les hará sentir la calidez del Medio Oriente con sus armoniosas costumbres y la cultura a flor de piel de la gente originaria del continente africano, llevada de la mano de su contraparte, lo que da como resultado relatos inimaginables que han dado vida a innumerables expresiones del género humano y han cambiado el rumbo de la historia universal. Asimismo, les abrirá las puertas de la esperanza a lo inexplicable que puede ser el amor y el poder infinito de los designios de Dios.

    El amor eterno se presenta de la forma menos esperada, en las situaciones más caprichosas, o incluso sin motivo alguno, pero cuando nace un amor real, ese jamás terminará y ni siquiera con la muerte podrá desaparecer.

    Todos los lugares en los que se desarrolla esta historia existen, pueden ser visitados y están descritos como son en realidad. El señor Kingsley y su familia vivieron, y el sultán Abdul fue real, pero la trama es obra mía. Los sucesos que cuento aquí son imaginarios; tan solo hay que echar a volar la inventiva y después sentarse a pensar si eso podría ser ficción o realidad.

    Durante una visita privada al palacio de Dolmabache experimenté un extraño estremecimiento que fui incapaz de controlar. Era la primera vez en mi vida que visitaba ese majestuoso recinto. Estaba en la entrada, acompañada de Aydin, y mientras recorríamos cada espacio del lugar y también del harem y escuchaba la historia completa del fantástico edificio caí en cuenta de que no quería salir de ahí, pues algo de mí había quedado atrapado sin remedio en ese palacio para siempre.

    Después de haber conocido y visitado tantos lugares en mi existencia, esa visita, por alguna razón desconocida por mí, se había fijado en mi mente tanto de día como de noche. Hemos escuchado por siglos hablar sobre el Imperio romano dejando un tanto atrás al maravilloso Imperio otomano, el cual posiblemente, por su forma recatada de vivir, no logró alimentar el morbo histórico como los romanos lo hicieron. Sin embargo, los otomanos, pese a su discreta forma de conducirse, tuvieron estrategias, reglas, tradiciones y valores humanos dignos de admiración, y fueron gran ejemplo para las generaciones futuras. Pasé días completos sentada a un lado del Bósforo contemplando la bella Estambul; escuchaba y aprendía las historias de sultanes, madres sultanas, concubinas, eunucos y demás habitantes de la época y del lugar. Fue así como quedé con la idea fija de plasmar algo que a todo el que se acercara a esa creación le despertara una luz interior.

    Siempre pensé que una sola vida es muy corta para hacer o no hacer y me sentí atraída por la idea de la oportunidad, o las oportunidades, de ser mejor, reparar los daños para no volver a errar, disfrutar en pleno y dar lo mejor de nosotros al mundo que nos rodea, con la gracia de Dios.

    El encuentro

    Hay que aceptar que todos

    y cada uno de los seres

    que pisen esta tierra

    van a ser y serán únicos,

    y que cada uno de ellos

    también están aquí

    por alguna razón en particular.

    Un lugar árido. El solo respirar costaba trabajo debido al excesivo bochorno que abrazaba con fuerza todo lo que estaba a su paso. Ese suelo parecía ser la tierra olvidada por algunos, pero hay que recordar siempre que Dios nunca olvida a sus hijos y que Él también dijo que los últimos serán los primeros.

    Crecían algunos árboles, unos alejados de otros, el suelo seco llevaba muy poca agua por debajo de la superficie, estaban al sur del silencioso desierto del Sáhara. En las ramas, uno que otro cuervo gritaba canciones desentonadas, como si anunciara un mal augurio. Intentaban esconderse entre los árboles —verdes, chaparros y redondos— que daban apenas un poco de cobijo tanto a las raíces que los sostenían como a sus habitantes cantores por igual.

    El cielo estaba impregnado de tonalidades rosas y naranjas, en conjunto con ese azul tan puro. Era un típico y bello atardecer en el continente africano. El sol seguía encendido aunque estaba por desaparecer; parecía una gigantesca bola de miel en el cielo.

    Había casitas aisladas unas de las otras con techos de palmas secas de tanto tomar el sol, eran de forma redonda pero a la vez alargada, todas del color del barro y de techos que parecían conos enormes, con una única y pequeña puerta como entrada y salida.

    A lo lejos se veía un pequeño lago no demasiado profundo con aguas tranquilas y oscuras. En la orilla, una mujer delgada cargaba a su hijo en brazos y lo bañaba, acomodándolo en su regazo. Muy cerca de ahí, los timbales sonaban fuertemente. Gente vestida de blanco cantaba y bailaba alrededor de una enorme fogata que ardía en llamas rojas—amarillas, todos provenían del mismo héroe, Odúa. El momento era místico. Danzaban sin parar, en círculo, con movimientos bruscos pero continuos. Todos cantaban, oraban, con una euforia desbordada, con todos los sentidos entrelazados a uno solo. Era característico de ellos, gente enamorada de la música, igual para sus dioses que para festejar o para lamentarse en sus peores momentos.

    Ahí estaba él, acompañado por su familia y por toda su comunidad, entregado a su celebración lleno de felicidad; se había convertido física y sexualmente en un joven maduro y estaba listo para procrear y también para adoptar responsabilidades sociales como le era debido; estaba viviendo su rito de pasaje para llegar a la adultez.

    Era el momento de la celebración de la muerte del niño para renacer en el adulto en que habría de convertirse a partir de ese día, era su día y de nadie más. Llevaba rasurada la cabeza para dejar atrás cualquier parte negativa de su vida anterior, portaba ropa nueva y un par de brazaletes de hierro de Hamar; ya le había sido cambiado el nombre por uno que sería suyo al momento de renacer. Sería llamado Danar, así podría simbolizar su renacimiento, era una de sus tradiciones yorubas.

    En el suelo se encontraba el Ifá representado en una tabla de madera; era la enciclopedia de conocimiento y religión por igual, la que también podían consultar para resolver problemas o dificultades, pues él había estado siendo instruido por un largo tiempo por su maestro, quien le enseñaba a seguir reglas, resolver dificultades e inquietudes y proteger los tabús de su sociedad, era algo más de lo que debía aprender.

    Él veía a su madre con amor y ella lo miraba con orgullo al darse cuenta del hombre en el que se convertía su hijo y lo feliz que se mostraba.

    No se dieron cuenta más que de sus propias emociones, sus propios cantos. Estaban completamente ensimismados, parecía que hubieran caído en un trance profundo que les recorría por dentro. Ahí solo existían su música, ellos, su alegre celebración y Dios.

    —¡Corran todos! ¡Vienen a por nosotros, escapen, escóndanse donde puedan! ¡Huyan! —dijo una voz aterrorizada, la única voz que también contaba con ojos. Era la voz de la madre que cuidadosamente bañaba a su pequeño y que lanzó un grito de terror al momento de abrazar a su hijo contra su pecho mientras se levantaba deprisa para darse a la fuga.

    Los corceles negros salieron corriendo a gran velocidad con su musculatura perfectamente delineada. Los corazones de todos palpitaban al unísono, el sol cubría sus espaldas y los hacía parecer estatuas de bronce en movimiento líquido. Desesperados, todos buscaban algún lugar donde ocultarse; algunos de ellos no lo lograron.

    Se escuchaban por todas partes gritos y gemidos. Hombres a caballo fuertemente armados lanzaron golpes a diestro y siniestro contra la comunidad que corría despavorida en el intento de escapar de los latigazos que los perseguían. De pronto se vio una nube de arena volar sobre ellos, una nube que tenía garras. En realidad era una red y en ella quedó atrapado Danar, el nacido por la noche.

    Esa fue la historia de muchos africanos atrapados en su propio continente, a la orilla de sus casas y en presencia de sus seres más queridos. No importó cuánto se resistieron, no tuvieron alternativa, serían los cazadores furtivos, hambrientos de capturar cuanto antes a sus presas o realizadores de sueños y riquezas, quienes habrían de darles la vida que les deparaba su propio destino.

    —No dejen que se escapen —lanzó la orden en firme el jefe del pequeño pero aplastante ejército. Su voz era altiva y el pecho empujado hacia adelante, su cabello brillaba en tonos rojos con el atardecer, mostraba una expresión seca, así sin más ni más. La pequeña población de africanos comenzaba a caer en manos de los extranjeros.

    —Ya los tenemos, capitán, con los que detuvimos ya estamos completos —dijo uno de los captores con una sonrisa, debido a que habían logrado su objetivo.

    Los capturados eran al menos cincuenta, y después de tantos gritos, del sonido de los caballos corriendo y de los palos que habían recibido los desdichados, seguidos por gritos de dolor y desesperación, todo llegó a su fin y el lugar se llenó de silencio.

    Metieron a los capturados en jaulas arrastradas por animales. Los yorubas iban amontonados, lastimados. El secuestro fue brutal, estaban completamente asustados y confundidos. No sabían quién iba en la caravana y quién había logrado huir, se volteaban a ver entre ellos buscando a sus familiares y amigos, muchos sin encontrar a quien buscaban. En cierta forma, agradecieron que no hubieran corrido la misma suerte que ellos: no

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