Salvemos a La Tierra
Por Marcos Colin
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Salvemos a La Tierra - Marcos Colin
Copyright © 2011 por Marcos Colin.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2011913891
ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-0536-9
ISBN: Tapa Blanda 978-1-4633-0538-3
ISBN: Libro Electrónico 978-1-4633-0537-6
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.
Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.
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348950
Autor: marcos.colin25@gmail.com
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
SALVEMOS A LA TIERRA
A TRAVÉS DEL TIEMPO
CAMINO A LA VERDAD
LA REUNIÓN CON EL OTRO GRUPO
NAVEGANDO EN LA BAHÍA
FIN DE LA TRAVESÍA
REVELACIÓN
PROPOSICIÓN POR EL DEBER
DESPERTAR DE UN SUEÑO
LA TRECEAVA PESADILLA
REGRESO A CASA
LA BÚSQUEDA DEL TEMPLO
LOS NIÑOS EN LA AVENTURA
MISIÓN DE REENCUENTRO
SUEÑOS Y REALIDADES
EL JUICIO FINAL
LOS EXPERIMENTOS
LA PESADILLA
INTRODUCCIÓN
El que conoce a la tierra, la entiende y habla con ella en el lenguaje que ella prefiere, ya sea con muecas, gritos o lamentos. Uno la complace acariciándola, lo mismo en una noche lluviosa, que en pleno día en el desierto caluroso. Sabe que es enorme, pero la protege con sus dedos temblorosos, siente su furia desplegarse entre tornados, mas se agazapa entre sus brazos fascinado.
Para disfrutar la tierra, puedes trotarla incansablemente en su grandeza o tomar un terrón entre tus dedos, palpar su textura, acariciar su aspereza, mientras la quiebras con tu puño sin nobleza, te vuelves cateador a su sabor, palpas su aroma y te transformas en trovador de su corteza sin ningún problema. A la tierra puedes amarla, quererla y respetarla, mas nunca tener en exclusiva su cariño. Un Casanova no es amante para ella, pero él se siente orgulloso de quererla.
Ella es maliciosa, complaciente y hechicera. En el verano te acarician sus calores, viene el invierno y te recuerda tus dolores. Te puede complacer o desmembrar y no le importa si te duele o lo disfrutas, solo reclama lo que sin contrato te ha dado. No teme a ejércitos ni a guerreros implacables, mas te arrulla si te sientes lastimado.
Sin preguntarte te pasea en una danza, que gira y gira sin control en el espacio. Cuando ella gusta te deleita por las noches, contemplar a su novia por la que no se siente sola, mientras ésta le refleja el esplendor del que más quiere.
SALVEMOS A LA TIERRA
Posado sobre una camilla de un hospital, con la mirada extraviada, y canalizado por sondas en los brazos, escuchaba las notas melancólicas que producía el goteo de una botella de suero. Lodo agonizaba, su hígado contaminado y en estado de agudo deterioro era literalmente expulsado por la boca de forma continua y lastimosa. Vivía desahuciado a causa de su cirrosis hepática, provocada por su fanatismo enfermizo hacia el vicio del alcohol.
Pero Lodo aún imploraba por una última oportunidad de seguir con vida, como tantas otras ocasiones lo había pedido. Él quería reparar las cosas que había hecho mal, que era casi todo. Solo que esta oportunidad quizás nunca llegaría.
Un doctor de nombre Kairo, compadecido por la forma en que Lodo estaba agonizando hacía días, le aplicaba una sustancia experimental fabricada por él mismo que prometía le daría la curación espontánea y eficaz.
Lodo, bajo los efectos de aquella droga, echó a volar su imaginación, recordó momentos de su infancia, en especial aquella tarde que junto a sus amigos la hacían de exploradores.
Él vivió en un pequeño rancho en un valle rodeado de montañas y que en otros tiempos debió haber sido una fortaleza de animales salvajes. Era toda una pradera de esplendor y llena de matices.
Lodo había crecido en ese lugar que era como un paraíso para él. Había pocas casas, separadas algunas por kilómetros de distancia. Así que todo era un edén para él y su familia que disfrutaban de las lagunas, ríos y laderas, como si todo aquel paisaje hubiera sido para su uso exclusivo. Podía jugar y pasear todos los días y ahí nacerían los deseos de conocer o buscar otros lugares. Cuando corría por sus llanuras, él sentía que flotaba, el aire puro golpeaba su cara y mil sensaciones le llegaban a su mente a cada momento.
Casi inmóvil en aquel hospital, los ojos de Lodo tomaban el aspecto de los de un pez muerto, sin embargo, él sentía que hablaba en voz baja lo que iba recordando.
—Se está haciendo tarde, y aún no logramos desenterrar el fósil; esta exploración no se puede alargar más, ya no es seguro aquí—, comentó Lodo.
—Regresemos otro día. Se avecina una tormenta y esa ave a poca altura es presagio de mala suerte—, respondió Jorge.
—No, ustedes pueden regresar si gustan. Yo me quedaré a terminar de desenterrarlo. Ese es mi presagio, mañana traeremos una camioneta para moverlo a un lugar más seguro.
Lodo de doce, Jorge de catorce y Julio de quince, conformaban el grupo perfecto en casi todo.
Ese día se entretenían juntos desenterrando un fósil. Hacía unos días, Lodo había localizado ese colmillo de mamut enterrado bajo la tierra caliza de un río. Desde entonces habían trabajado duro para extraerlo y poderlo preservar. Era un hallazgo único que, además de estar completo, tenía un tamaño y consistencia extraordinarios. El colmillo medía casi dos metros y pesaba más de cien kilos.
Los compañeros de Lodo, finalmente exhaustos, abandonaron el lugar. Él, sin embargo, prosiguió la excavación hasta altas horas de la noche. Alumbrado con una pequeña lámpara de petróleo, no le importaba quedarse solo. Estaba tan concentrado en su trabajo que poco caso hacía de los ruidos que producían los animales en la protección de la noche. Él creía que el aullar de los lobos era una forma lamentosa de llorar por mera cobardía de no poder enfrentarse a él, y de los coyotes comparaba su carcajeo a la forma ridícula de ocultar el llanto. Mas, de las lechuzas que revoloteaban a su alrededor, estaba seguro que eran las mensajeras de la tierra y podían anunciar catástrofes o cambios en ella, pero para poder interpretarlas tenías que llegar a una paz mental, de cuerpo y alma, ya que si eran malinterpretados sus mensajes y una vez divulgados, corrías el peligro de llamar a los malos espíritus que habitan en ella. Estos aparecían en