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El comedor de relojes: Uróboros: El curso de la filacteria, #1
El comedor de relojes: Uróboros: El curso de la filacteria, #1
El comedor de relojes: Uróboros: El curso de la filacteria, #1
Libro electrónico203 páginas2 horas

El comedor de relojes: Uróboros: El curso de la filacteria, #1

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Imagínese que un día tiene conocimiento de la existencia de alguien que intercambia grandes fortunas por tiempo, su tiempo. Bien, ahora supongamos que el tema le atrae, despierta su interés, remueve su curiosidad. ¡Es dinero, ¿a quién no le gusta el dinero?! De todas maneras ya cambia tiempo por dinero en su trabajo a diario, ¿y si este da más?, ¿y si puede sacarle más provecho a su tiempo?
Bueno, de acuerdo, se puede mirar, pero, ¿de qué forma lo logra?, ¿dónde está el truco?
Entonces se decide a probar, y descubre que el procedimiento exige concertar una audiencia con este individuo, exponer su caso y tras ello, pasado un período de tiempo indeterminado, y si tiene la suerte de ser una de esas pocas personas seleccionadas, será informado por medio de una carta extrañamente decorada, que en su interior contendrá un texto igual a este:

"Paciente señor o señora, tenemos el placer de comunicarle que su solicitud de audiencia con El comedor de relojes ha sido aprobada… ¡Enhorabuena!
En un plazo máximo de tres días transcurridos a la recepción de esta misiva, un coche le recogerá en el domicilio especificado del documento certificado.
Suya es la decisión de subir y realizar las aspiraciones que en su momento le movieron a contactar con nosotros, o por contra, desestimar esta oportunidad única que le brinda el destino y permanecer en donde quiera que esté, lamentándose junto a sus allegados.
Si todavía se empeña en optar por la deplorable opción de seguir revolcándose en la miseria, rogamos se lo notifique al conductor lo antes posible con objeto de no hacerle desperdiciar su valioso tiempo.
Estamos absolutamente convencidos de que la vigencia de sus anhelos persiste con firmeza, y que por ende, nos veremos muy pronto.
P.d.: Recuerde, es imprescindible portar con usted un reloj de su pertenencia."


Cada cierto número de años salta la noticia del regreso a la sociedad de un sujeto conocido simplemente como el comedor de relojes. A cambio de tiempo, promete fabulosas riquezas a las personas previamente autorizadas por medio de unas misteriosas cartas, que sus agentes hacen circular a cuentagotas. Transcurrido un lapso estipulado, el comedor de relojes vuelve a desaparecer, hasta su siguiente advenimiento.
¿De qué forma es posible llevar a cabo tan fantasioso intercambio, y cuáles son los propósitos que lo impulsan a ello?
¿Es siquiera, humano?
Cuatro personas sin vínculos aparentes, y movidas por diferentes motivos, abordarán la empresa de enfrentarse al negocio propuesto por este enigmático personaje.


El planteamiento narrativo de esta novela, en la que todos sus personajes carecen de nombre, está inspirado en la lectura de Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, algo que se repite en Lo ajeno, la tercera entrega de esta serie.

IdiomaEspañol
EditorialD.F. Gallardo
Fecha de lanzamiento1 ene 2024
ISBN9798223595106
El comedor de relojes: Uróboros: El curso de la filacteria, #1
Autor

D.F. Gallardo

Las tres haches de la literatura: Humor, Horror y Huspense.  

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    El comedor de relojes - D.F. Gallardo

    Introducción

    ¿Qué es el tiempo?

    ¿Es llanamente el paso de los meses, los años y los siglos?

    ¿Es la duración de una vida, de una civilización o del planeta?

    Qué es el tiempo lo sabemos todos, y sin embargo nadie es capaz de dar con una respuesta cierta, de consenso, porque hasta la creación del reloj el ser humano se regía por los mismos ciclos naturales que los animales, sin requerir de un artilugio que le dijese cuándo era hora de comer, dormir... o incluso de copular.

    ¿Se inventó el reloj debido a la necesidad de medir el tiempo, o medimos el tiempo justamente a raíz de la invención del reloj?

    Además de ser un signo de estatus, el reloj reguló el desorden laboral con un consiguiente incremento de la jornada de trabajo, y de manera paralela, el tirano de los días procedió de elemento liberador una vez se popularizó su uso al llegar a las manos de esos obreros explotados quienes, gracias a él, pudieron constatar la cantidad de horas de su vida que los patrones exigían de ellos.

    El binomio tiempo – dinero que perdura hasta nuestros días.

    Aunque en la vida real no exista un comedor de relojes como tal, las obligaciones, las personas que nos rodean o nos atañen, los períodos de descanso, el ocio... eso y más, consume tiempo; tiempo de una vida única, pues no hay certezas de que tras esta vendrán otras, siendo el conjunto tiempo gastado e irrecuperable.

    Y, ¿quién necesita el tiempo?, se preguntó el filósofo francés Maurice Merleau-Ponty. Según este hombre, el tiempo es una divisa común que facilita la descripción del mundo, pero que carece de existencia independiente; medir procesos en términos temporales resultaría análogo a usar el dinero en vez del trueque.

    En suma, el tiempo ni fluye ni transcurre, y para ser sinceros, ni los propios científicos o los filósofos saben qué es realmente...

    Así las cosas, y si no lo valora o no sabe qué uso darle al suyo: ¿estaría dispuesto a acortar su vida a cambio de grandes riquezas?

    Grosso modo, esa sería la premisa de la que parte esta historia.

    En cualquier caso, y haga lo que haga, aproveche usted su tiempo.

    ––––––––

    El autor.

    El granjero

    1

    Todo cambiaría a raíz de aquella mañana en la que oyó sonar el timbre de la bicicleta del cartero, trayéndole las insospechadas noticias que le darían un vuelco radical a su esforzada existencia.

    En cuanto lo advirtió acercarse desvió su atención del árido sembradío, irguió el cuerpo y esperó, sacudiéndose la tierra seca de sus duras manos a palmadas, preso de una creciente inquietud.

    Pudiera ser que lo vislumbró saludar entre la bruma fundada por la polvareda del camino, o bien le notó el talante más alegre; inclusive su forma de pedalear la halló distinta a la acostumbrada. El caso es que tenía un pálpito, algo le decía que esta vez no se trataba de otra de esas indignantes ofertas de compra por sus terrenos, ni tan siquiera albergaba esperanzas de que le transmitiesen una propuesta justa. Desechó definitivamente que se diese tal contingencia años atrás.

    El escuálido funcionario rodó hacia él, llegando con los brazos y el rostro recubiertos de decenas de las partículas del latoso polvo adheridas a su cuarteada piel sudorosa, con sus ojos convertidos en dos rendijas de pestañas teñidas por las dichosas motas coloradas. Sonrió, mostrándole el horrible piano que componía su dentadura integrada por un puñado de piezas blanquecinas, y huecos negros en los cuales faltaban varias teclas cariadas, y le alargó una carta.

    —¿Qué es esto? —le requirió el angustiado granjero de sopetón, examinando receloso la tan profusamente adornada notificación aterrado de ella, como si fuese a morderle—. ¿Con qué me importunas?

    —¿Que qué es? ¡Esto es eso por lo que llevas años aguardando! —anunció el cartero con aire festivo—. ¡Fíjate! —se la arrebató y la sostuvo en alto—. ¿Anteriormente te he entregado una igual? —el sobre crujió, agitado en el aire—. ¡Por supuestísimo que no!

    —No seas mal amigo y dime qué pone —el granjero apeló a él, aprovechando que aún la zamarreaba, jubiloso—, avisado estás de que no sé leer...

    —Dalo por hecho —contestó, bastante más emocionado que él.

    Parsimonioso, el cartero se colgó en el extenso puente de su narigón unas lentes de vidrio engarzadas en endeble montura de alambre, rasgó el pliego ayudándose de la uña larga y sucia de un dedo meñique, y extrajo y leyó a viva voz el papel doblado que contenía dentro.

    —"Paciente señor o señora... —carraspeó con ánimo solemne.

    —¡¿Has dicho señora?! —lo interrumpió su confundido oyente.

    —Bueno, es simplemente un procedimiento de cortesía, una fórmula administrativa con la que poder abarcar ambos géneros.

    —¿Intentas decirme que nadie se ha tomado la molestia de escribirme personalmente ese maldito mensaje que se supone es para mí?

    —Es por ahorrárselo... ¿Te suenan esas galletas que hornean en las fábricas de la ciudad? ¡Sí hombre, que son idénticas unas de otras, parecen hermanitas gemelas! Pues con esto viene a ocurrir lo mism...

    —No voy a la ciudad ni tengo intención de probar esas galletas.

    —Digamos que es una cosa por el estilo: un molde, una copia.

    —De acuerdo, de acuerdo... no me calientes la sesera y continúa.

    —Desde luego —se aclaró la garganta y reinició el texto—: "Paciente señor o señora, tenemos el placer de comunicarle que su solicitud de audiencia con el comedor de relojes ha sido...

    —El comedor de relojes, si de eso hace... —recayó en cortarlo.

    —Oh —el aprecio profesado lo inhabilitaba a irritarse con él.

    Empujadas por la intrigante e inusualmente larga conversación de los hombres, dos mujeres salieron de la aledaña casa grande y sencilla aproximándoseles con cautela, prestando oídos a aquello de lo que parloteaba el cartero quien, avalado por el leve asentimiento de cabeza con el que lo autorizó el granjero, de inmediato reanudó su recitación.

    —Comienzo de nuevo:

    "Paciente señor o señora, tenemos el placer de comunicarle que su solicitud de audiencia con el comedor de relojes ha sido aprobada... ¡Enhorabuena! En un plazo máximo de tres días transcurridos a la recepción de esta misiva, un coche le recogerá en el domicilio especificado del documento certificado.

    Suya es la decisión de subir y realizar las aspiraciones que en su momento le movieron a contactar con nosotros, o por contra, desestimar esta oportunidad única que le brinda el destino y permanecer en donde quiera que esté, lamentándose junto a sus allegados.

    Si todavía se empeña en optar por la deplorable opción de seguir revolcándose en la miseria, rogamos se lo notifique al conductor lo antes posible, con objeto de no hacerle desperdiciar su valioso tiempo.

    Estamos absolutamente convencidos de que la vigencia de sus anhelos persiste con firmeza, y que por ende, nos veremos muy pronto.

    P.D.: Recuerde, es imprescindible portar con usted un reloj de su pertenencia".

    —Fin.

    La menor de las mujeres recibió la información con un suspiro de sorpresa escapado de su pecho a la finalización de la lectura.

    —Después de veintitantos años —gruñó el granjero—, y se refieren a mí con pareja consideración que si lo hiciesen a una de esas galletas que dices, venden en la ciudad —se quejó al cartero.

    —Amigo mío, temo que meramente soy un humilde mensajero —se excusó con un guiño, encogiéndose de hombros, resignado. Enderezada la bicicleta, le cedió la carta y pedaleó lentamente—. ¡Que tengan un excelente día! —de espaldas alzó una mano y ganó distancia, inmerso en el siroco de polvo rojo de la calzada.

    —¡Padre! —de este modo se dirigió la mocita al granjero—. ¿El comedor de relojes, es eso cierto? Déjeme verla, por favor.

    El hombre se volvió a ella, consintiendo a la hija que tomara de sus manos el manuscrito, el cual esta inspeccionó con avidez.

    —¿A qué vienen esas pintas de atontado? —le dijo la segunda, una mujerona de ceño fruncido, madura y sin embargo lozana.

    —¿Es que no lo entiendes, mujer? ¡Esta es nuestra ocasión!

    —¿Ocasión de qué, de perderte? —refutó nada impresionada.

    —¿De qué va a ser?, ¡de proporcionar a mi hija presente mejor que un terruño olvidado de Dios, del hombre y del progreso!

    —Padre, yo no pretendo que... —la joven procuró interceder.

    —Vivimos con holgura —se interpuso la mayor—, sin escaseces —e ignorando a la chica, lo encaró en acalorada discusión—. Estás fuerte, sano, a cargo del campo, y afortunadamente yo tiro cuidando a los animales, ¡por lo que olvídate de esas majaderías!

    —¡No tiene amigos! —le replicó—. ¡Ni educación! ¡Ni futuro!

    —¡Pero bueno!, ¿se te fue la mollera? ¡Si asiste a clase a diario!

    —Merece ir a una escuela decente, y que no esté tan alejada. ¡Quince kilómetros de ida y otros tantos de vuelta ha de andarse la pobre chiquilla desde que se nos murió el mulo el mes pasado!

    —Eres tan consciente como yo de que hemos reunido el dinero que compre a la dichosa bestia, y andar le hará bien a sus piernas. ¡Y tan interminables no son las caminatas de tu princesita, que los hijos de la molinera la pasean un ancho tramo en sus carretas!

    —Haga caso a su esposa, habla por las dos y no dice mentiras —declaró la hija asiendo las manos del padre, de cuero ajado—. La hacienda es vieja pero confortable, y en esta campaña apenas perdimos a unas pocas gallinas y ovejas a causa de los chacales; al margen del sacrificado mulo que por largo período nos sirvió con su esfuerzo y dedicación, conservamos unos campos que de sobra cubren necesidades y nos admiten de vender el exceso. Estoy bien, tengo con quien salir y futuro gracias a los estudios, por lo que le ruego de corazón que no cometa ninguna insensatez. No se aflija usted por mí, yéndome a mi hora alcanzo la escuela más aprisa de lo que echábamos al trote sobre ese sufrido borrico —lo obsequió con una sonrisa radiante, y un beso en la mejilla.

    —Venga, suelta ya a tu padre y vete; un día te dejarán en tierra.

    La joven alzó la vista y le dio un repaso a la hora marcada por el reloj de pared de bisel rojo que cada mañana, sin excepción, colgaban en la fachada del porche, y comprobó que tenía razón.

    —Le tiro pues —los despidió con un leve asentimiento de su cabeza de pelo brillante, oloroso a lavanda—. Vuelvo a la noche.

    Guardada la carta en un bolsillo de su voluminoso zurrón, la esbelta muchacha enfiló por el sendero

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