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El Portal: La Profecia De Las Llaves
El Portal: La Profecia De Las Llaves
El Portal: La Profecia De Las Llaves
Libro electrónico548 páginas6 horas

El Portal: La Profecia De Las Llaves

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Información de este libro electrónico

Mauricio, Marco y Karla son tres estudiantes cuyas vidas cambian a partir del regalo que un extrao les hace. Una peculiar llave inservible que se activa luego de la visita a unas ruinas de la cultura Maya, dndoles la posibilidad de romper la barrera del tiempo y visitar pocas distantes a la suya. Sin embargo, Sugeyri, una joven con un pasado difcil, los tiene en la mira, pues para cumplir con su cometido, ella debe de hacerse de dicha llave, sin importarle si pone en riesgo la vida como se conoce.
Empujados por el destino marcado desde tiempos remotos, los tres emprenden un viaje a travs de los tiempos para detener a Sugeyri y descubrir el misterio que existe detrs de una antigua profeca que rodea a ambos objetos y a ellos mismos, conociendo lugares, pocas y personas clave para llevar a cabo su misin.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento5 abr 2013
ISBN9781463349547
El Portal: La Profecia De Las Llaves

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    Vista previa del libro

    El Portal - Mauricio Prado

    Copyright © 2013 por Mauricio Prado.

    Ilustración de la portada: Miriam Ordorica

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.

    Fecha de revisión: 28/03/2013

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    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    438611

    ÍNDICE

    AGRADECIMIENTORS

    PRÓLOGO

    CAPITULO I: LA HISTORIA DEL ANCIANO

    CAPITULO II: EL REGALO DE UN EXTRAÑO

    CAPITULO III: LA ALUMNA NUEVA

    CAPITULO IV: LAS RUINAS ANTIGUAS

    CAPITULO V: UN VIAJE A OTRO TIEMPO (386D.C)

    CAPITULO VI: MALAS NOTICIAS

    CAPITULO VII: PRESENTE, FUTURO Y PASADO

    CAPITULO VIII: EL PRIMER ENCUENTRO

    CAPITULO IX: EL FINAL DE LOS TIEMPOS

    CAPITULO X: EL COFRE DEL FUERTE GUERRERO.

    CAPITULO XI: LA CONDENA

    CAPITULO XII: GUERRA

    CAPITULO XIII: LOS DIEZ TITANES

    CAPITULO XIV: AMISTAD

    CAPITULO XV: REVELACIONES

    CAPITULO XVI: OSCURIDAD

    CAPITULO XVII: PRUEBAS

    CAPITULO XVIII: LA PROFECÍA DE LAS LLAVES

    CAPITULO XIX: LA FIGURA DEL AGUA

    CAPITULO XX: LOS CINCO PORTALES

    CAPITULO XXI: LOS RECUERDOS DE SUGEYRI

    CAPITULO XXII: CAMINOS

    CAPITULO XXIII: ENTRENAMIENTO

    CAPITULO XXIV: LA INUNDACIÓN

    CAPITULO XXV: EL ENCUENTRO

    Agradecimientors

    A Dios, por regalarme todo lo que es difícil expresar en palabras.

    A mis padres y hermanos, que han sido apoyo esencial en este proyecto.

    A mis amigos:

    • Marco Pedroza

    • Karla Marín

    • Fernando Pedroza

    • Paulina Quiroz

    • Miguel Rodríguez

    • Daniel Silva

    • Saray Melgar

    • Armando Luna

    • Gerardo Martínez

    • Eduardo Sosa

    • Sugeyri Medina.

    Con quienes he compartido tantos años de mi vida.

    El único poder capaz de vencer a los dos fenómenos más grandes de la vida, el tiempo y el espacio, es la amistad

    A Miriam, la primera personas en leer este cuento y motivarme a publicarlo. A ella, quien materializó en una solo imagen, la historia que guardan estas páginas.

    PRÓLOGO

    Te regalo a ti, lector, esta mi obra. Te regalo a ti, cada idea que surgió de una experiencia vivida. Deseo obsequiarle al público y al mundo estas anécdotas que se crearon en mi mente y que pesar de toda la magia y la fantasía de la que las envolví, son tan reales como el sol y la luna, como tú y yo.

    Tal vez parezcan un disparate éstas mis palabras, pero te aseguro que digo la verdad.

    Me siento con el compromiso de decirte esto al inicio de la novela, porque quiero que sepas que la historia que estás a punto de leer está constituida por un elemento ficticio y uno real. Notarás a lo largo de ella, si logró atraparte y hacerte seguir hasta el final, que son muy distinguibles uno del otro, pero no es mi objetivo confundirte y hacerte creer que cosas irreales, son ciertas. Mi único y principal motivo de esta obra, es compartirte a ti, lector, un regalo que me fue conferido hace tantos años.

    A mi familia y amigos aun les sorprende la capacidad con la que recuerdo eventos de cuando aún era muy joven. Tal es el caso de mi primer día en el jardín de niños que mis padres habían escogido, hoy sé, sabiamente. El nerviosismo me embargaba a pesar de tener una edad en la que prácticamente se es feliz siempre porque sí. Los compañeros con los que iba a estar, llevaban juntos ya un año completo, por lo que prácticamente eso me colocaba dentro del grupo como el niño nuevo.

    Entré despacio y sin prisa. Los grupos de amigos ya establecidos se habían sentado en la misma mesa, y sólo había unos cuantos espacios vacíos por el aula. Recuerdo con diversión que cargaba mi mochila enorme para mi estatura, y tuve que dejarla a un lado cuando la maestra me llamó desde el escritorio. Ésta persona a cargo puso una silla pequeña frente a todo el salón, y me trepó para quedar de frente a mi grupo.

    —Di tu nombre—sonrió.

    —Mauricio—dije sin más…

    La maestra asintió y anunció al grupo que yo formaría parte de ellos a partir de entonces, luego se dirigió otra vez hacia mí y dijo:

    —Siéntate donde quieras.

    Me bajé de la silla y miré a todos lados sin saber qué hacer. Seguramente era la decisión más difícil que habría de tomar hasta entonces. Di unos pasos mientras la mayoría de mis compañeros gritaban y reían entre conversaciones infantiles. En ese momento, alguien desde una mesa cercana, movió la mano para captar mi atención.

    —Siéntate conmigo—dijo un niño sonriente de tez morena.

    Asentí y llegué a ocupar un lugar en su mesa.

    La toma de decisiones había sido sencilla después de todo, pero lo había sido no por mí, sino porque alguien más me había ayudado. En ese momento no lo comprendí, pero hoy, poco más de quince años después, sé que ese instante lo marcó todo. Aquel niño se había convertido en mi primer amigo y, sin conocerme, me había apoyado e invitado a sentarme junta a él. Ese amigo me ayudó y no le importó conocerme o no, y fue la primera muestra de Amistad pura que tuve en la vida.

    Con el tiempo, conocí a más y más personas que entraban en mi vida e interactuaban con mí ser. Muchas se iban por alguna u otra razón, pero por fortuna, algunas otras se quedaron y mientras crecía me enseñaron las distintas facetas de una verdadera amistad.

    Puedo decir entonces, que he tenido la fortuna de conocer a estas personas que antes eran mis amigos y hoy ya son mis hermanos.

    Me siento afortunado y no por eso único. Reconozco que hay en el mundo más gente que comparte conmigo ésta cualidad de una amistad conservada desde los primeros años vida, pero es tal mi agradecimiento a ellos mis hermanos, que quiero regalarte a ti, lector, un poco de las muchas aventuras que he vivido con ellos. Pretendo ofrecerte una aventura llena de fantasías e ideas soñadoras. Una historia inventada por mí, matizada con la cultura de mi país, pero más importante aún, con personajes que intenté diseñar lo más parecido a mis amigos. Y digo lo más parecido, puesto que estoy de acuerdo en que nunca terminas de conocer a las personas, y pese a tener quince años de contacto con ellos, estoy seguro que aun me falta descubrir muchas de sus cualidades y defectos, como ellos de mí. Sin embargo, son justo esas cualidades y defectos los que intento plasmar, los que aspiro que conozcas y los encierres en una persona de carne y hueso que crees en tu mente.

    Quiero entregarte a ti, mundo, este legado de un valor único e irremplazable.

    Quiero dejar en ti, mundo, una prueba de que en tiempos difíciles aun se conservan buenos sentimientos.

    Quiero hacerte saber, mundo, que siempre habrá buenas historias por contar, tal como esta historia que comienza así…

    CAPITULO I

    LA HISTORIA DEL ANCIANO

    Un sol radiante y cálido iluminaba a Ciudad Verde. Las aves, protegidas desde hace unas décadas por ciudadanos naturistas, volaban por el cielo despejado de un color azul claro. Los jardines por los que se había rebautizado a la ciudad hace dos décadas, estaban repartidos estratégicamente por todo el lugar, atribuidos con lagos artificiales, juegos recreativos y máquinas de alta tecnología que proveía a la gente de alimentos bebidas, y móviles para dos personas que se desplazaban sin tocar el suelo. Los edificios altos, las casas enormes, los autos voladores, entre otras muchos inventos humanos hacían de Ciudad Verde un lugar futurista y próspero para la vida. Justo en el centro de la urbe, un árbol gigante modificado genéticamente se erguía y daba sombra a por lo menos un kilometro a la redonda. Había sido diseñado para que el follaje cambiara de acuerdo a las estaciones del año. Bajo el cobijo de aquel enorme vegetal, un mercado se abarrotaba todos los días ofreciendo gran cantidad de productos, cuyo giro iba desde los alimentos, hasta la ropa y artículos novedosos y de decoración.

    Un anciano de estatura media que seguramente estaba cerca de los sesenta años, de tez morena, cabello corto, cano y chino, portaba unos anteojos cuadrados de poco aumento y caminaba ligeramente encorvado por los pasillos de aquella plaza destinada al comercio. Llevaba el periódico de aquél día abierto frente a él.

    Ciudad Verde.19/08/2103

    Agentes de la Seguridad Pública (ASP) Asistieron el día de hoy para auxiliar a dos personas que viajaba en un auto PRINDLE modelo 2100, que se estrellaron de lleno con el suelo en la carretera aérea, ruta 53. El auto quedó destrozado. Por suerte las dos personas fueron encontradas con vida.

    Testigos indican que iban a una velocidad excesiva, por lo que…

    —Sabía que crear autos voladores iba a traer muchos accidentes—dijo el anciano, guardándose el periódico en el bolsillo trasero de su pantalón.

    El señor merodeó un rato por el lugar, esquivando gente que parloteaba y se movía con rapidez. Era gente perdida y distraída, enajenada por las máquinas que ya sobraban en el planeta. Se detuvo, echó una ojeada a los locales y se acercó a uno donde exponían artículos de eras pasadas.

    —Buenos días, don Angel—saludó el hombre que atendía. Tenia no más de cuarenta años y llevaba barba de candado.

    —Buenos días—respondió el anciano con serieda. Evitó hacer contacto visual y comenzó a husmear con los ojos, hasta detenerse en una caja pequeña de madera que tenía símbolos extraños grabados en las caras laterales.

    — ¿Busca algo en especial?

    —No…solo que…

    El anciano se dio la vuelta sin decir algo más y comenzó a caminar apresuradamente entre los ríos de gente que se desplazaban. Salió de la plaza y comenzó a caminar por las calles de aquella ciudad tan poblada. Se alejó tres cuadras, luego giró a la derecha y caminó otras cuatro cuadras más. Entre más se alejaba de la plaza, más despobladas se quedaban las calles.

    Siguió su camino hasta detenerse frente a una casa de dos pisos, de color azul rey y con acabados rústicos y opacos. Se acercó a la puerta metálica y colocó una mano sobre un pequeño panel empotrado a ésta. El aparato reconoció las huellas de aquel hombre e hizo que la lámina de acero e desplazara para dejarlo entrar. Apenas y había tocado la perilla y un automóvil Mustang del año descendió en medio de la calle y se estacionó frente a la casa.

    — ¡Hola, abuelo!—gritaron dos niños y dos niñas de una edad promedia de ocho años que estaban en el interior del auto, en la parte de atrás

    Los niños abrieron la puerta y salieron corriendo a abrazar al anciano. Una señora de unos treinta años salió de la puerta del copiloto y junto con su hermano cinco años mayor, que manejaba el auto se acercaron y saludaron a su padre.

    —Hola, papá—dijo la mujer después de abrazarlo.

    El varón abrazó con más fuerza al anciano.

    — ¡Que gusto verte, papá!

    —Igualmente hijo—respondió—. Pasen, están en su casa.

    Los niños entraron a la casa corriendo y se dirigieron a la sala, donde pronto comenzaron una disputa por ver quién elegiría el canal.

    — ¡Niños tranquilos!—dijo la señora.

    —Déjalos Janeth—se despreocupó el anciano—. Tan solo son niños.

    — ¡Ese es mi abuelo!—gritó uno.

    Los tres adultos se dirigieron al comedor y tomaron asiento.

    — ¿Quieren algo de tomar, hijos?

    Ambos asintieron con la cabeza.

    — ¡RX13!—gritó el anciano.

    Una maquina propulsada por ruedas, de cuerpo cilíndrico en la cual existía una compuerta pequeña, y un lente rojo brillante en la parte superior, se acercó rápido y habló a través de una bocina electrónica que le confería una voz metálica.

    — ¿Qué desean?

    — ¿Qué quieres Diego?—preguntó el anciano.

    —Un café

    — ¿Y tu Janeth?

    —Un té de manzanilla.

    —RX13. Queremos dos cafés y un té de manzanilla.

    El robot cambió su luz roja por una verde y comenzó a agitarse unos segundos. Después se abrió la puerta que el robot tenía en su cuerpo, dejando salir una charola con el pedido que hace unos segundos habían ordenado. Cada quien tomó su bebida y las colocó en la mesa.

    —Gracias RX13—dijo el anciano—Puedes retirarte.

    Los tres dieron un sorbo a sus bebidas, mientras el barman se marchaba hacia la cocina. Luego, comenzó a hablar el anciano.

    — ¿Qué los trae por acá?

    —Vinimos a comer y a pasar un tiempo contigo—dijo Diego

    —Gracias—respondió—. Hace mucho no me visitaban.

    —Lo sentimos papá, pero el trabajo es muy pesado—dijo Janeth.

    —¿Cómo están Jennifer y Carlos?

    —Jennifer está vacacionando con sus amigas en un crucero por el Caribe. Intentó llevarse a Maggie, pero le dije que disfrutaría más el crucero si me la dejaba. Ella regresa en una semana—comentó Diego

    —Carlos, en cambio, tuvo que salir de la ciudad por cuestiones de trabajo, él regresa pasado mañana—ahora explicó Janeth.

    Estuvieron bebiendo sin hablar durante un rato.

    —Papá, queremos pedirte un favor—dijo Diego.

    —Dime.

    -—Nos podrías cuidar a los niños esta tarde. Lo que pasa es que tenemos junta en el trabajo, y es muy importante.

    — ¡Claro! Me encantaría pasar un tiempo con mis nietos.

    —Gracias papá.

    — ¿Te puedo preguntar algo papá?

    —Si.

    — ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás distraído?

    El anciano bajó la mirada y una lágrima le resbaló por la cara. Los hijos lo miraron, mientras él se limpiaba las lágrimas con su vieja y arrugada mano.

    —Hoy… estuve recordando muchas cosas.

    Más de aquellas gotas saladas resbalaron por su cara.

    Janeth y Diego abrazaron a su padre, tratando de darle fortaleza y calma.

    —Me duele mucho todo eso—explicó el anciano—fueron tan buenos conmigo.

    —Papá—dijo Janeth—necesitas desahogarte y liberar tus recuerdos. El pasado es solo eso, pasado.

    —El tiempo para mi funciona de diferente manera—contestó consternado. Se levantó de su asiento haciéndose el fuerte y limpiándose las lágrimas abarrotadas de recuerdos—. Tenemos que preparar la comida—. Cambió de tema

    —Pero…podemos ordenarla a uno de tus robots—propuso Diego.

    —No hay comida más sabrosa, que la que se prepara con manos humanas. —respondió el anciano

    —Está bien papá—dijo Janeth—, lo haremos a la antigüita

    Los tres se levantaron de la mesa y se dirigieron a la cocina.

    —Diego, pon la mesa mientras tu hermana y yo preparamos la comida.

    Los niños varones por su parte, habían escogido ver en la televisión un programa de superhéroes ficticios, que los tenía casi totalmente enajenados. Las niñas en cambio, habían comenzado a platicar de sus respectivas escuelas y amigas. Al cabo de media hora, el olor a comida recién hecha inundó el hogar.

    — ¡Vénganse a comer!—les gritó Janeth a los niños

    Los niños rápidamente acudieron al comedor, donde los esperaban grandes platos repletos de comida y al menos tres jarras de agua de diferente sabor.

    Tan pronto como pudieron, los siete se sentaron en la mesa, y enseguida, todos comenzaron a probar la comida.

    — ¡Esto es delicioso!—Exclamó Mateo— ¿Quién lo preparó?

    —Tu abuelo—terció Diego

    —Abuelito Angel—dijo la niña más pequeña— ¿Dónde aprendió a cocinar tan sabroso?

    —Es una de las recetas que mi abuelo pasó a mi padre, mi padre a mí, y yo a sus papás

    —Entonces…—dijo Abraham— ¿mi mamá podrá saber la receta algún día?

    — Realmente ya lo sabe. Solo que no suele cocinar ella. Deja todo encargado a los robots—dijo mirando con el ceño fruncido a su hija, quien se disculpó con una sonrisa vacilona.

    — Yo me encargaré de que ella cocine a partir de ahora—exclamó el niño con malicia fingida.

    Durante la comida, los niños platicaban entre sí, de algunas caricaturas o temas escolares que les enseñaban en los diferentes grados. Por otra parte, el abuelo hacia preguntas a sus hijos acerca de su empleo.

    Terminando de comer, todos se quedaron en la mesa reposando la comida y viéndose unos a los otros.

    —Entonces ¿esta tarde se quedarán conmigo?—dijo el anciano.

    — ¡Sí!—gritaron de emoción tres de los niños.

    —Espero y el abuelo no nos aburra con historias tontas—dijo el otro niño.

    — ¡Abraham!—lo reprendió su madre—no seas maleducado.

    —Déjalo Janeth—dijo el abuelo—quizá tenga razón, quizá mis historias sean aburridas. Pero ¿sabes Abraham?, te prometo que hoy no te aburrirás.

    Nadie dijo nada durante unos segundos, luego, el abuelo habló otra vez

    — ¿A qué hora inicia la junta?

    —A las cinco de la tarde—informó Janeth.

    — ¿Podría saber a qué hora recogerán a los niños? Solo para administrar bien mí tiempo

    —Aproximadamente a las nueve.

    Después de la comida todos se dirigieron a la sala de estar para ver un poco de televisión. Eran cerca de las cuatro y treinta, cuando Diego y Janeth se levantaron del sofá.

    —Tenemos que irnos, papá.

    El abuelo y los niños se pusieron de pie y comenzaron a despedirse de Janeth y de Diego.

    Todos caminaron hacia la puerta de salida y antes de abrir la puerta, Diego habló:

    —No te preocupes, papá. A más tardar llegaremos a las diez.

    —Si hijo, yo aquí los tendré ocupados.

    —Si te comienzan a desesperar o a no obedecerte, llámanos al celular y pasaremos por ellos antes.

    —No va a ser necesario—dijo el anciano mostrando un poco de simpatía.

    Una vez más, Janeth y Diego se despidieron de sus respectivos hijos y de su padre. Luego salieron por la puerta y se subieron al auto.

    Poco a poco el auto comenzó a ascender, quedando a unos dos metros suspendidos en el aire. Los niños los despedían con la mano, mientras el abuelo solo sonreía.

    — ¡Gracias papá! —le gritó Janeth desde el cielo.

    Muy apenas pudo acabar la frase, y el auto se puso a toda marcha. Los niños y el abuelo esperaron hasta que el auto se perdiera de vista, luego metió a los niños a la casa.

    Los cinco caminaron nuevamente hacia la sala de estar, se sentaron en el sofá y nadie dijo nada, solo se veían entre ellos.

    — ¿Qué quieren hacer?—dijo el abuelo.

    —No lo sé—dijo Maggie, la más pequeña de todos.

    — ¡Qué divertidos estamos!—dijo Abraham con sarcasmo.

    —No te quejes y mejor da opiniones—se enojó Arlette.

    —Hay que jugar videojuegos—exclamó Mateo.

    — ¡No!—dijeron las dos niñas.

    —Mejor platiquemos—dijo Arlette.

    — ¿De qué?—preguntó Maggie.

    —De videojuegos—volvió a sugerir Mateo.

    — ¿Puedes pensar en otra cosa que no sea solo videojuegos?—dijo Abraham un poco enojado.

    —Si no te gusta mis ideas entonces propón algo tú—gritó Mateo.

    —Ya no griten—dijo en voz baja Maggie, mientras unas lágrimas le salían de los ojos.

    — Hicieron llorar a Maggie—los regañó Arlette intentando consolar a su prima pequeña.

    Los cuatro niños se miraban furiosos entre ellos y el único sonido en la habitación era el lloriqueo de Maggie.

    Mateo se levantó de su lugar, y comenzó a observar con los brazos cruzados las cosas extrañas que tenía el abuelo en una vitrina vieja, que estaba junto al televisor. Arlette seguía con sus intentos fallidos de consolar a Maggie, diciéndole en voz baja que se calmara. Mientras tanto, Abraham se había comenzado a explorar las manos sin nada mejor que hacer.

    Mateo regresó a su lugar al lado de Abraham, pero estos seguían sin hablarse.

    De pronto, el llanto de Maggie cesó.

    — ¿Estás bien Maggie?—preguntó Arlette.

    —Miren—dijo Maggie señalando al abuelo.

    Nadie había notado a causa de la discusión, que desde que se habían sentado en el sofá, el abuelo se había quedado observando un viejo armario de madera que estaba del otro lado de la habitación. Nadie hacia ni decía nada, solo lo miraban fijamente.

    — ¿Estará muerto? Como a la abuela le ocurrió hace un par de años—preguntó Mateo.

    —No lo sé—dijo Arlette.

    Maggie se levantó de su lugar y caminó lentamente y con miedo hasta pararse al lado del abuelo.

    — ¿Abuelito?…… ¿abuelito?

    El anciano se levantó de golpe de su lugar. Fue tan repentino que la niña cayó al suelo a causa del susto que se había llevado.

    Sin desprender la mirada del viejo armario, el anciano comenzó a caminar lentamente hacia él. Pasando por un lado de un sofá, una pequeña mesa, y de algunas sillas.

    Los niños lo veían asustados. Nadie comprendía lo que sucedía en ese momento. Maggie, aun en el suelo, seguía llamándolo.

    — ¿Abuelito? ¿Estás bien?

    El anciano seguía sin prestar la más mínima atención a lo que le preguntaban los niños. Siguió su camino hasta llegar al armario, lo observó detenidamente y luego lo abrió. El mueble estaba repleto de ropa colgada en ganchos y forrada con plástico. La mayoría ya estaba empolvada, y una que otra prenda, se notaba a través del polvo, ya estaba rota. Metió las manos entre un saco de color verde olivo, y una camisa blanca, luego estiró los brazos hacia los lados, para poder recorrer las prendas y dejar suficiente espacio para entrar. Detrás de esta cantidad de ropa, se encontraba una puerta de madera. Lentamente giró el pomo de la puerta y tiró de ella. En el interior de ese pequeño compartimiento, había un cofre de madera, no muy grande y de vértices desgastados. Lo tomó y giró sobre su eje. Ahora quedaba de frente a los niños. Sin cerrar la puerta del interior del armario e incluso sin cerrar la puerta del propio armario, comenzó a caminar hacia los niños con el cofre entre los brazos. Llegó hasta donde estaban los niños, volvió a incorporarse a su lugar donde se había sentado antes y dio un fuerte y prolongado suspiro.

    — ¿Estás bien abuelito?—dijo Arlette asustada.

    —Si—respondió secamente.

    — ¿Qué contiene el cofre?—preguntó Mateo.

    El anciano lo miró y luego bajó la cara fijando la vista en el cofre.

    —Me muero del aburrimiento—dijo Abraham— ¿no podemos hacer algo más divertido que solo mirar cofres viejos?

    —Cállate—le respondió Arlette

    —Saben—siguió Abraham—me hubiera quedado en casa, fabricando mas de mis geniales robots.

    —Abraham—dijo el abuelo mirándolo a los ojos—, cuando era joven era igual que tú. Me encerraba horas e incluso días en mi laboratorio creando robots que revolucionarían la vida de las personas. Sin embargo, un día, mi vida cambió repentinamente y tuve que dejar atrás mi casa y todo lo que conocía antes. Fue entonces cuando descubrí que hay todo un mundo afuera, aventuras que jamás podrás imaginarte desde un cuarto frio y oscuro, pero sobre todo, personas que se volverán tan importantes como tu misma vida. Personas que valen, personas que te apoyarán sin importar nada.

    —El abuelo tiene razón, Abraham—dijo Arlette—además, todos sabemos que el hubiera no existe.

    —Mi querida Arlette—dijo el abuelo—en eso estás equivocada.

    Los cuatro se sorprendieron al escuchar lo que el abuelo acababa de decir. Esta vez, el abuelo había captado la atención de los cuatro.

    —Niños…..les voy a contar una historia—empezó el abuelo—una historia que narra la vida de algunas personas—el anciano dio un fuerte suspiro y continuó—. De algunas personas que dieron todo por su familia….por sus amigos….por el mundo. Una historia que muestra el verdadero significado de la amistad, de la unidad y de la fe.

    Una historia que empieza así…

    CAPITULO II

    EL REGALO DE UN EXTRAÑO

    Era una noche de primavera. Para ser exacto 18 de abril del 2008 a las 7:30pm, en una pequeña ciudad de nombre Aguascalientes…

    —Yo he escuchado hablar de la ciudad de Aguascalientes, pero no recuerdo donde—interrumpió Arlette.

    —No interrumpas—gritaron los otros tres niños.

    —Abuelo… ¿podría comenzar una vez más?—preguntó Maggie

    —Claro —sonrió el abuelo.

    El anciano afinó la garganta y respiró profundamente, luego comenzó…

    Era una noche de primavera. Para ser exacto 18 de abril del 2008 a las 7:30pm en una pequeña ciudad de nombre Aguascalientes, los estudiantes estaban de vacaciones y se respiraba un olor de paz y armonía, cuando…

    — ¡Hey, dejen ahí. Vuelvan acá!—gritaba un señor de una tienda departamental.

    Al parecer 3 jóvenes habían robado una licuadora y se habían echado a correr por un callejón estrecho y oscuro.

    Mauricio, un joven de 17 años, moreno claro y de baja estatura, cuyo cabello era tan negro como la noche y lacio, ojos oscuros, y labios un tanto gruesos, caminaba por una calle altamente poblada en donde se vendía ropa moderna y casual. El joven miraba el suelo como si se le hubiera perdido algo, iba pensando en lo que había soñado la noche anterior…

    El lugar en donde se encontraba era algo parecido a una ciudad antepasada que ilustraban en los libros de historia. No estaba solo, iba acompañado por dos personas: una de ellas era Marco, un chico alto, flaco, moreno claro, cabello oscuro y ondulado, sus ojos negros denotaban seriedad. Era quien había estado con él en la escuela primaria y secundaria y ahora eran compañeros del bachillerato. Indiscutiblemente considerado como su mejor amigo. Pero a la otra persona, una joven de estatura media, blanca y delgada, que llevaba el cabello castaño y suelto hasta la mitad de su espalda; esa joven que era irreconocible para él

    Mauricio seguía mirando fijamente el suelo, caminando con la mente lejos de lo que sucedía en ese momento, sin importarle que fuera chocando a cada rato con la gente que transitaba por ahí. De pronto, algo lo detuvo en la entrada a un callejón. Miro hacia su oscuro interior y escudriñó con los ojos en espera de que sucediera algo. Se fijó cuidadosamente en cada detalle, desde las paredes mugrientas y agrietadas de los edificios que lo delimitaban, hasta la basura regada por ahí. Miró al otro extremo del callejón, donde se abría hacia una calle paralela de la que en ese momento se encontraba. Tenía un presentimiento…

    — ¡Mau!—gritó alguien cercano

    Mauricio dio un salto. No se esperaba que nadie le hablara en ese momento, y menos que se tratara de Marco.

    —Hola—dijo Mauricio de forma seria.

    — ¿Qué tienes? ¿Estás bien?—le preguntó Marco.

    —Sí, solo que…..estaba pensando—siguió Mauricio—en un sueño raro que tuve.

    — ¿En serio? ¿De qué trataba?

    Mauricio titubeó.

    —Estaba yo, y también…

    Pero no pudo terminar la idea, pues su atención y la de su amigo fueron guiadas hasta el callejón por el sonido de las pisadas rápidas de tres hombres que corrían hacia ellos. El trió mantenía la mirada hacia atrás, preocupados de que alguien pudiera estarlos siguiendo. El más robusto, llevaba una licuadora apretada contra el pecho. El hombre alto y delgado tornó la vista hacia adelante pero era demasiado tarde.

    Todo fue tan rápido. Los tres individuos chocaron de lleno con Mauricio y Marco y el resultado fue catastrófico: la licuadora se había caído y roto y las cinco personas que colisionaron quedaron tumbadas en el suelo. La gente presente volteó rápidamente y dejó escapar ruidos de asombro. Al menos una docena de personas se detuvieron a ver que es lo que sucedía.

    Marco abrió los ojos, observaba caras arriba de él, se levantó, se sacudió el pantalón y llamó a Mauricio. Este despertó a la primera llamada, se levantó al tiempo que una señora alzaba la voz:

    —Ellos son los que robaron la licuadora en la tienda departamental

    Entre 3 hombres adultos agarraron a los jóvenes mientras que una señora iba a llamar a la policía.

    Cuando llegó la policía Mauricio y Marco seguían ahí, sobándose del golpazo que se habían dado, y funcionando de testigos. La policía tomó a los tres jóvenes y los subieron a la patrulla. Antes de que se fuera la policía, se acercaron a Mauricio y a Marco y les dieron las gracias.

    —Gracias por detenerlos—dijo una oficial regordeta.

    —No hicimos nada, solo estábamos parados y chocaron ellos con nosotros.

    La oficial levantó una mano para indicar que las excusas no le importaban.

    Después de un rato que se empezó a dispersar la multitud, Marco telefoneó a su madre, para preguntarle si podía recogerlos a lo que ella accedió.

    Esperaron un cuarto de hora platicando sobre las vacaciones y los planes para antes de entrar a clases.

    Cuando llegó su mamá, Mauricio y Marco ya estaban listos, se subieron al auto y Mauricio se dio cuenta que la madre de Marco no iba sola. Iba acompañada de un joven alto (no más que su amigo), moreno, delgado y tonificado; sus ojos negros muy parecidos a los de Marco, cabello negro y peinado para atrás. Sin embargo, pese a los lagos años que tenia de conocer a Marco y a su familia, Mauricio se había limitado siempre a hablar con él, pues demostraba soberbia y antipatía, siempre tratando de imponer respeto a su hermano, a quien le ganaba con dos años. Su nombre era Fernando.

    El recorrido fue rápido y cuando llegaron hasta la casa de Mauricio, éste se bajó deprisa del auto y agradeció a la señora su amabilidad de haberlo llevado, mientras con una mano se despedía de Marco.

    El auto arrancó y se perdió al dar vuelta en la esquina de la casa de Mauricio. Éste, caminó hasta la banqueta y se detuvo frente a una casa de un solo piso, de un color café claro, y un portón de barda a barda de color blanco.

    Mauricio se metió la mano al bolsillo y sacó de él unas llaves junto a un llavero de brújula y otro de su equipo de fútbol favorito. Introdujo la llave en la cerradura y la giró rápidamente. La puerta se abrió y quedó a la vista un hermoso jardín con dos árboles enormes, y unos metros más allá, la puerta de acceso a su casa.

    Cerró el portón y caminó por un pequeño pasaje de piedras, que llevaban hasta la puerta. Tomó la segunda llave y abrió esta otra puerta.

    El interior de la casa de Mauricio era habitual. A la entrada, una sala con muebles de color beige. Después, un pasillo que distribuía a un comedor, y un baño. Al final del pasillo se encontraba una habitación rectangular y pequeña, que llevaba a los cuatro cuartos, a otro baño y a la cocina bastante amplia. Dentro de esta, una puerta dirigía al gran y extenso patio, que, al igual que en el patio frontal, había árboles de gran altura. Toda la casa estaba dotada con muebles que combinaban con las paredes de la casa, los cuales la mayoría, eran de color hueso o beige. Repartidos por la casa, existían cuadros familiares y pinturas imitaciones de algunos de los cuadros más famosos de la historia; cada una de las puertas que daba a las habitaciones, a excepción de la de sus papas, estaba decorada personalmente.

    Mauricio notó demasiado silencio en su casa y supo de inmediato que estaba solo. Caminó hasta una mesa de madera que estaba inmediata a la entrada en un lado del pasillo y vio una nota en la que sus padres le avisaban que llegarían mas tarde. El joven dejó el recado a un lado y siguió caminando hasta su habitación.

    Esa noche Mauricio se recostó en su cama y pensando en lo sucedido esa misma tarde, se fue poco a poco quedando dormido, sin embargo, aquel sueño extraño volvió a asaltar su mente.

    A las diez de la mañana, Mauricio estaba desayunando con la mente tan perdida como el día anterior. Su pensamiento iba de las visiones que tenia durante la noche, a pensar cómo es que la vida de sus vacaciones se agotaba cada vez más. Solo quedaban dos semanas antes de volver a la escuela y consideraba que no había aprovechado lo suficiente ese tiempo libre. El sueño tenido volvió a tomar importancia y corrió al teléfono que tenía en su cuarto.

    —Buenos días—contestó una mujer adulta.

    —Buenos días, ¿se encuentra Marco?

    — ¿De parte de quién?

    —De Mauricio.

    —Ah, hola Mau, no te había reconocido. Enseguida te paso a Marco

    Mauricio espero unos 20 segundos al teléfono.

    — ¿Hola?

    —Hola—contestó Marco.

    —Oye, —dijo Mauricio—te tengo que contar algo.

    —Ah, ¿puedes venir a mi casa?

    —Sí, voy para allá.

    Avisó a sus papas que saldría por unos momentos y corrió fuera de su casa.

    Al llegar al hogar de su amigo, Mauricio pidió que lo escuchara, pues quería contarle hasta el más mínimo detalle para averiguar si Marco sabía por qué le estaba pasando eso. Terminó de narrar y Marco reflexionó, indagando en su mente para encontrar a alguna persona con las características de la mujer que Mauricio había visto en su sueño, pero no logró dar con ella.

    —Entonces…. ¿estábamos en una civilización antigua?—preguntó Marco confundido

    —Si—contestó Mauricio.

    —Qué raro—siguió Marco—. Creo que debe ser solo un sueño sin importancia.

    Mauricio asintió y se despreocupó, rogando por dentro que no se repitiera aquel suceso. Decidieron salir a la calle a tomar un poco de aire. Caminaron sin rumbo especifico platicando sobre posibles planes para antes de regresar a la escuela.

    — ¿Puedo hablarles unos segundos? — los interrumpió alguien desde sus espaldas.

    Ambos tornaron la mirada y se sorprendieron al ver a un hombre poco más alto que Mauricio, que llevaba una túnica negra que le tapaba hasta la cabeza. Aun así, por el timbre de voz, estaban seguros de que era un varón.

    Los dos dieron un paso atrás sorprendidos de cómo alguien se había colocado a un metro de ellos sin hacer el mínimo ruido. Nadie dijo nada por algunos segundos.

    —He estado buscándolos…

    — ¡Es usted quien me ha estado siguiendo! ¡Ya sabía que no era paranoia, desde hace unos días siento que alguien me sigue!—Explotó Mauricio enojado—Lo he visto repetidas veces en estos días, pero estaba tan distraído que no prestaba demasiada atención a la gente que me rodeaba.

    —SÍ, si te seguí—aceptó sin pena—. Los he estado vigilando porque quiero entregarles algo muy importante. Solo les pido que la cuiden como a su propia vida.

    — ¿Qué?—se asustó Marco.

    —Tomen esto. Pronto les servirá para que lleven a cabo algunas tareas—sacó de debajo de la manga un cofre pequeño y estiró el brazo.

    Marco lo tomó con miedo y extendió la mano ante Mauricio para que los dos pudieran ve lo que había ahí dentro.

    Mauricio lo abrió lentamente.

    Dentro de él, estaba un objeto que parecía un reloj, o a una llave, o una espada. De hecho, era un objeto muy raro que asemejaba las tres cosas al mismo tiempo. Tenía el mango de una espada el cual se conectaba a un reloj analógico justo por encima del doce. Las manecillas no se movían ni un poco y al centro de este, existían cuatro casillas ocupadas por un digito, las cuales formaban entre todas el año actual: 2008. Del reloj, justo debajo del seis salía una llave, o al menos una parte de esta, pues solo existía el extremo irregular que se introduce en las cerraduras. Y, difícil de pasar desapercibida, era una piedra pequeña de color blanco tornasol, que estaba incrustada en el mando de lo que parecía ser la espada. Por todo el objeto, diferentes figuras estaban grabadas. En su totalidad, el objeto media aproximadamente 15cm.

    —Pero ¿Qué es esto?—preguntó inmediatamente Marco al extraño.

    Los dos volvieron a en subir la mirada, pero el extraño ya no estaba.

    Mauricio y Marco se miraron extrañados y llenos de miedo e intriga al mismo tiempo. Regresaron rápidamente a la casa de Marco donde se sentaron y observaron el objeto una vez más. Fer quien iba pasando por ahí, vio que su hermano y su amigo se entretenían con algo que le pareció extraño.

    — ¿Qué pasa?—quiso saber, fingiendo una voz despreocupada.

    Marco y Mauricio lo miraron sin decir nada, pero Fer parecía no tener prisa.

    Marco empezó a contarle a su hermano lo sucedido hace unos minutos, mientras Fer seguía escuchando con una sonrisa burlona y llena de incredulidad.

    — ¿Tienen pruebas de haber visto a ese señor misterioso?—preguntó Fer a punto de reírse.

    —Si—dijo Marco un poco enfadado.

    Mauricio se acercó con el cofre y le enseño la llave a Fer. El chico tomó el instrumento y lo observó con los ojos un poco más abiertos de lo normal acompañados de una ceja levantada, y exclamó:

    — ¡Wow!…………………..ahora menos les creo—se rio con una carcajada sonora— Por favor, que historia tan ridícula, inventaron esa cosa para que les creyera, pero solo un tonto lo puede creer.

    Marco y Mauricio se miraron un poco enojados.

    —Será mejor que me vaya—dijo Mauricio.

    —Si, mi hermano ya se puso pesado.

    —Yo me llevo el cofre para revisarlo—dijo Mauricio.

    —Está bien, y mañana me dices que descubriste—lo encaminó a la puerta—. Adiós.

    —Adiós—se despidió Mauricio con la mano.

    Mauricio salió de la casa de Marco con el cofre en las manos. Aún en la calle pudo escuchar la risa burlona del hermano de su amigo, lo que hizo que se enojara aun más.

    Durante el camino, lo único que hizo, fue pensar en las cosas extrañas que estaban sucediendo. Todo tenía un toque de complicidad, y algo le decía a gritos en su mente, que las cosas extrañas estaban relacionadas, pero no tenía la capacidad en este momento de conectarlas.

    Llegó a su casa y pensó en contarle a su hermano o hermana, pero supuso que nadie les iba a creer eso, así que decidió guardar el secreto y esconder el cofre debajo de su cama, sin siquiera mirar una vez más el objeto que guardaba.

    CAPITULO III

    LA ALUMNA NUEVA

    Había transcurrido una semana desde que el extraño les había entregado esa llave, y Mauricio y Marco no se habían visto ni una sola vez. Según Mauricio, ni él ni Marco habían revelado el secreto a nadie más que a Fer, pero era precisamente eso lo que le preocupaba: Fer podía hablar al respecto a alguien más y pese a no saber cuál era su función, a simple vista el objeto parecía ser importante.

    Cada noche, Mauricio dedicaba unos minutos a observar cada uno de los componentes de aquella extraña llave, tratando de averiguar su origen y que era lo que hacía. Buscó en internet objetos similares, pero no encontró nada.

    ¿Qué es? ¿Para qué sirve? ¿De dónde vendrá? ¿Quién la habrá hecho? ¿Quién era la persona que nos dio la llave? ¿Qué significa? pensaba Mauricio.

    Los días fueron pasando y la importancia y tiempo que le daba el chico a investigar fueron disminuyendo, hasta que finalmente, la dejó guardada.

    Una mañana, dos días antes de regresar a la escuela, Mauricio decidió visitar a Marco, pues la última vez que lo había visto, había sido cuando esa extraña persona les entregó el cofre. Se puso unos pantalones de mezclilla y una playera de algodón y salió de su casa. Para su sorpresa, al salir vio un camión de mudanzas almacenando los muebles de su vecino. La señora estaba en su jardín viendo como empaquetaban todo.

    — ¿Se mudaran?—preguntó Mauricio con cortesía cuando pasaba frente a la casa.

    —Si—anunció señora—. Mi esposo tiene un trabajo nuevo y nos iremos de la ciudad.

    —Qué les vaya bien, buena suerte allá donde vivan—se despidió Mauricio y caminó alejándose de ahí.

    Cuando llegó a la casa de Marco, timbró y tuvo que esperar unos segundos, hasta que salió su mama.

    — ¿Está Marco?

    —No—dijo su mama—. Salió al

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