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Historias, Cuentos Y Fantasías
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Libro electrónico275 páginas4 horas

Historias, Cuentos Y Fantasías

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Las historias que aqu encontrarn estn llenos de planteamientos filosficos, quiz no de la mejor manera o la ms profesional, pero seguro los har detenerse a pensar cuestiones como qu nos depara la muerte? En verdad ser un simple portal de entrada a la eternidad? Realmente seremos inmortales? O quiz el simple miedo a morir sin que haya algo ms nos aterra al grado de hacernos creer en la vida despus de la muerte No s, los invito a descubrirlo leyendo las pginas de este volumen, pero eso s, por favor mucho ojo, si usted es un nio escptico, un adulto que teme a la ridiculez, o simplemente no cree en algo ms all que en la sedentaria, montona y aburrida vida presente que a veces la sociedad nos obliga a vivir, por favor abstngase de leer esto, ya que es tan nocivo que puede quedar atrapado en una de estas historias fantsticas, y un ltimo favor, no los tome por verdicos, sino por verosmiles, son puros cuentos.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento15 ago 2014
ISBN9781463390488
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    Historias, Cuentos Y Fantasías - David Silva Gúzman

    BIOGRAFÍA

    DAVID SILVA GUZMÁN

    David Silva Guzmán nació en la ciudad de México el 18 de septiembre de 1957, hijo de una familia humilde; estudió el bachillerato en el Colegio de Ciencias y Humanidades de la unam, de donde fue expulsado tras encontrarse inmerso en una manifestación el 10 de junio de 1975, proceso en el que conoce a Claudia, una activista con la que convive por algún tiempo; tras la muerte de ella, balaceada en medio de un operativo en una casa de seguridad, David se da cuenta de que ese mundo no es para él y comienza a buscar trabajo en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, donde se inicia como maletero clandestino, llevando gente a los hoteles cercanos a cambio de comisiones. Posteriormente consigue entrar a la compañía Mexicana de Aviación como trabajador general, donde inicia su carrera aeronáutica a finales de 1977. Tiempo después estudia mecánica de aviación en el conalep y permanece laborando por treinta y dos años en Mexicana, donde luego de un tiempo y gracias a su conocimiento y experiencia en movimientos políticos y sociales adquiridos en su juventud, se incorpora como Secretario de Trabajo y Conflictos en el Sindicato de Tierra de la aerolínea.

    Con Mexicana de Aviación pudo vivir en favorables condiciones de vida, hasta que el 28 de agosto de 2010 su vida da un drástico vuelco al detener operaciones la compañía, ya que después de conocer prácticamente todo el mundo, se derrumba su nivel social y económico construido a lo largo de treinta y dos años de servicio en dicha aerolínea, obligándolo a refugiarse en la escritura y desarrollar su potencial en este ámbito.

    (1)

    La montaña y sus secretos de otro mundo

    San Nicolás es un pequeño pueblo muy hermoso, diría yo que pareciera estar en las nubes, pues por la mañana se veía la niebla blanca saliendo de entre los árboles del inmenso bosque. Un precioso lugar que a duras penas contaba con trescientos habitantes. La gran mayoría de casas distaban mucho unas de otras, no permitiendo así que el pueblo se viera tan atiborrado. Lo único que lo hacía verse como un verdadero pueblo era su iglesia y su pequeño kiosco, ese verdor que prevalecía y le daba vida a ese bello rincón del valle que estaba pegado justo a esa gran montaña, una montaña llena de belleza y misterio, que los vientos esculpen con caricias ruidosas, aunque quizá el mismo viento provocaba a la montaña murmurar. Ahí con los grandes árboles y matorrales, aves y alimañas, hombres y ganado, con ellos afloraban los sueños y las fantasías donde nada es imposible con la fábula; historias donde la realidad se da cita con el sueño y la fantasía.

    Se decían tantas cosas de ella, que para los lugareños ya era parte del folclor; los viejos del pueblo contaban historias tan raras y misteriosas que parecían sacadas de algún libro de ciencia ficción, contadas con tanta naturalidad. Se hablaba, por ejemplo, de unas luces que lo mismo se veían por la noche que en un día muy claro y soleado, aunque los lugareños y los viejos del pueblo de San Nicolás presumían que lo bonito era verlas de noche, ya que de día no eran tan lucidoras; además se hablaba de extraños seres que paseaban furtivamente por las laderas de la montaña, seres muy parecidos a nosotros los humanos. La gente juraba y perjuraba que venían de otro mundo, ya que vestían de una manera extraña con trajes plateados pegados al cuerpo, hombres y mujeres muy altos, casi pegándole a los dos metros. A decir de los viejos, eran rubios y de rasgos muy finos, cabellos muy largos en ambos sexos, con grandes ojos azules, de una expresión muy pero muy apacible. Los más osados del pueblo se atrevían a decir que quienes se los habían encontrado por accidente, en la parte más alta de la montaña, con su puro mirar provocaban que desapareciera cualquier miedo, pero que sin decir nada, sólo mostrando una sonrisa, y luego se alejaban. Los pueblerinos que habían vivido esa experiencia decían que sin ver siquiera mover sus labios escuchaban muy clarito que ellos les decían «No temas, somos tus amigos y jamás te haremos daño». Esos seres extraños sin decir más se alejaban tranquilos, sin prisas y sin temores, como si fueran simples visitantes que se habían detenido para saludar. Los pueblerinos además coincidían en decir que quienes habían estado junto a esos seres sentían una paz indescriptible. Algunos también comentaban que cuando te los encontrabas era como ver a un ser querido que hacía mucho que no veías y que te llenaba de emoción. Son seres que, de acuerdo con algunos testimonios, irradiaban luminosidad y por eso algunas personas decían que eran seres de luz…

    Juanito, un niño inocente y lleno de vida, curioso e inteligente, siempre atento a todo, con esa curiosidad característica de los niños de su edad. Un niño que a sus escasos nueve años se sentía orgulloso de vivir en San Nicolás porque no se cansaba de escuchar las leyendas y mitos que tanto le fascinaban sobre su pueblo. Siempre que subía a la montaña con sus borregos, imploraba al cielo que por lo menos de lejos le permitiera ver alguna extraña criatura, para así comprobar que los hombres del pueblo no mentían. Uno de los ancianos que más lo emocionaban con sus relatos era su abuelo Jacinto, tan pronto le terminaba de contar cualquiera de esas fascinantes historias, Juanito corría a su cuarto para observar hacia la montaña que estaba justo enfrente. Allí se quedaba con la ventana abierta viendo entre la obscuridad la silueta de la montaña coronada de estrellas, esas estrellas que tanto brillaban y hacían que su imaginación brincara entre todas y cada una de ellas preguntándose «¿De cuál de esos mundos vendrán esos seres de luz? ¿De verdad existirán? No creo que mi abuelo me mienta, los demás puede ser que sí, pero mi abuelo no, el jamás me mentiría».

    Ese era uno de sus mayores placeres esas noches de verano en donde el calor le permitía dormir así, con su ventana abierta porque el frío del invierno no se lo permitía. Ahí se quedaba recostado en su catre, mirando, hasta que sin darse cuenta se quedaba dormido.

    Son las 6 de la mañana y Juanito ya está sacando del corral a sus borregos para atravesar las calles empedradas de ese pequeño pueblo, salir hacia un hermoso valle e instalarse, frente a esa inmensa montaña de donde habían surgido una y mil fantasías, historias y leyendas que hablan lo mismo de brujas, tesoros enterrados, luces que se elevan al cielo desde las mismas entrañas de la montaña, nahuales y seres de luz, en fin, una lista interminable.

    El niño, junto con su fiel perro llamado Sultán, se instala frente a la ladera que sube esa grandiosa montaña; sus borregos se distribuyen en el terreno disponiéndose a pastar. El pastorcito le pide a Sultán que esté alerta, mientras que él se recuesta entre la hierba, contemplando de frente el hermoso paisaje. Entre pensar y contemplar se fue quedando profundamente dormido.

    Al despertar se dio cuenta que su fiel escudero también se había quedado dormido junto a él, de inmediato reaccionó y de un palazo lo despertó gritándole que ojalá no faltara uno solo de sus borregos, de lo contrario pagaría las consecuencias.

    Ambos corrieron hacia los animales, Juanito para contarlos y Sultán, como si entendiera que estaba en problemas, se dedicó a acercárselos al pastorcito, quien por más que contaba y contaba no le daba la tan esperada cantidad de 22 borregos, hacía falta uno, sentía como un escalofrío recorría su cuerpo, claro, era desesperación, quería volar, quería correr! Quería que un milagro sucediera para poder encontrar al pequeño borrego.

    ¿Qué hago? —Se preguntaba—¡Mi abuelo me regañará!—De la nada improvisó un corral para encerrar a los animales y así poder buscar a ese tonto animal que en mala hora se había perdido.

    Entendió que no sería una tarea fácil buscarlo, pero eso era preferible comparado con lo que le esperaba en casa si no llegaba con ese borrego. Lloraba de desesperación, se puso en cuclillas y quería gritar, morir, pero en ese momento su fiel compañero le ladraba con impaciencia, como indicándole hacia dónde deberían de buscar. Juanito reaccionó y observando hacia donde le señalaba su compañero con su postura y sus ladridos, entendió que tendría que trepar la montaña por esa ladera. Sí, esa ladera que casi casi estaba prohibida para todo nativo de la región, ya que conocía todas esas leyendas que contaban de generación en generación y aunque aparentemente le aterraban, en el fondo le emocionaba la idea, no sólo por encontrar a su borrego, sino por encontrar a esos seres de los que tanto se hablaba.

    Aunque en esos momentos que volvía a su cruel realidad, lo único que le interesaba era encontrar a ese pequeño borrego, pues ni modo, a subir por esa ladera. Sultán corría trepando, se detenía y volteaba moviendo su cola llamando la atención de Juanito. El pastorcito corrió tras de su hermoso perro, siguieron trepando hasta que el animal se salió de la vereda y el niño entendió que el perro lo guiaba, el olfato del animal, su instinto canino no le permitían fallarle. Juanito sin dudarlo un segundo lo siguió, de repente el perro encontró la entrada de una cueva en la cual se introdujeron sin dudarlo, una vez dentro y sin poder ver absolutamente nada, ambos esperaron a que sus ojos se acostumbraran a la obscuridad, entonces Juanito recordó que debería de traer en su morral una vela y una caja de cerillos, que sacó y encendió de inmediato. Con esa pequeña luz se dispusieron a caminar, al principio casi arrastrándose, pero la cueva al ir avanzando, se tornaba más y más grande.

    Juanito ya casi no podía caminar totalmente de pie y su fiel Sultán, siempre dos o tres metros delante, algo había percibido; Juanito lo entendió, en ese momento decidió apagar la vela y finalmente pudo observar la obscuridad en todo su esplendor. Al principio creyó que no era más que una ilusión óptica, pero observó con más atención y una vez que se adaptó a la obscuridad de nuevo, se dio cuenta de que al fondo se veía un pequeño e insignificante puntito de luz color azul, volvió a pensar que era su imaginación, Sultán se echó a sus pies y Juanito se colocó en cuclillas acariciando a su perro. Quietos, en silencio, empezaron a escuchar algo, era un zumbido muy leve, apenas perceptible, su mente lo empezó a traicionar ya que recordó todas esas historias de brujas, luces, nahuales y mil cosas más. Sin embargo, su curiosidad y sus deseos de encontrar a su pequeño borrego pudieron más que sus miedos. Caminaron como contando los pasos, como dudando, y la luz empezaba a crecer. Los ruidos que venían del interior se oían cada vez más fuertes. Por fin llegaron al lugar de donde provenía ese extraño zumbido, que en momentos llegaba a lastimar sus oídos.

    Era una enorme caverna, toda iluminada, con luces que cambiaban de un amarillo a un azul, permitían ver todo con claridad. Juanito y Sultán no salían de su asombro. En el interior estaban trabajando muchos personajes que parecían extraídos de un cuento de ciencia ficción, de esas historietas que de vez en cuando su tía Engracia le llevaba; revistas que al parecer le regalaban en la casa de la ciudad de México en donde ella trabajaba, pero esta vez era real, allí estaban esos seres con uniformes plateados, cabello largo tanto hombres como mujeres, yendo de un lado a otro, subiendo y bajando de enormes máquinas, recorriendo enormes pasillos que los llevaban a extraños aparatos que después Juanito se enteraría que se trataba de avanzadas computadoras. ¡Sí, claro! Eran platillos voladores, esos seres no eran normales, esos personajes no eran de este mundo, todo aquello parecía un sueño, una cosa fantástica, quizás de otro mundo, ¡Por supuesto! Esos seres de los que su abuelo y toda la gente del pueblo hablaban en secreto, pero que al final todos terminaban diciendo que eran puras tonterías, que era cosa del diablo, que eran realmente extraterrestres. Hoy Juanito con ojos propios lo veía y no lo creía, Sultán con la cola entre las patas y sin ladrar siquiera, se quedó echado contemplando, como si entendiera.

    Juanito no podía moverse de lo impresionado que estaba, sólo observaba sin parpadear. Entre su miedo, curiosidad y asombro, le hacían sentir una combinación muy extraña de sentimientos que nunca antes en su corta edad había experimentado. Súbitamente una mano acompañada de una voz lo aterrorizó más de lo que cualquiera se podría imaginar. Una voz suave que venía aparentemente de la nada, le pidió que se tranquilizara, le dijo que no le pasaría absolutamente nada, puesto que hace tiempo lo esperaban.

    —Pasa Juanito, no tengas miedo

    Increíblemente tranquilo, aunque sin entender de qué se trataba, Juanito preguntó:

    — ¿Tiene tiempo que me esperan? ¿Cómo es eso? ¿Acaso saben mi nombre? No lo puedo entender—Algo raro estaba pasando en él pues dejó de sentir miedo y comenzó a experimentar confianza, paz, una tranquilidad que el excepcional ser le transmitía de extraña manera, telepáticamente.

    Y como si ya lo conociera, Juanito se dejó llevar por ese ser extraordinario. Tenía aproximadamente 1.80 metros de estatura, piel blanca, muy clara, cabello largo color rubio; su vestimenta era de color plateada, de una sola pieza. Su nombre: Igor, se presentó y entraron a la caverna, toda una escena futurista: tres grandes naves en forma de plato que flotaban. Igor lo invitó a que hicieran juntos un recorrido, observó cómo todo el mundo trabajaba, era algo absolutamente impresionante para el pequeño. De pronto su anfitrión lo invitó a pasar a uno de esos aparatos, ¡sí, como lo oyen! Subir a una de esas naves, y poder observar todo su interior.

    La cabina de mando, botones de todos tamaños y colores, una palanca rarísima y en otra parte, algo semejante a una sala y pequeños dormitorios que parecían capullos, en fin, increíble, fantástico, de ensueño, diría Juanito; Quería despertar, pero al mismo tiempo quería seguir soñando, no despertar, ¡No señor, por lo que más quieras, todavía no¡ Ese era el pensamiento de aquel niño que suplicaba una y otra vez a su Dios que le diera otro chance, otro rato más para seguir soñando porque todo eso era en verdad hermoso.

    Igor al parecer leía su mente sin que Juanito se diera cuenta, era escuchado con mucho respeto, escuchar sus pensamientos era como escudriñar un mundo nuevo para esos seres. Igor trataba de ser discreto para no alterar al pequeño pastorcito. Así, entre curiosidad y ternura, Igor disfrutaba tratando de entender a quién se dirigía cuando decía mi Señor, mi Dios, era algo que de verdad no entendía pero que le fascinaba la forma como le imploraba y le suplicaba a un ente que no se encontraba ahí, al menos aparentemente. Ya comenzaba a entender algo, en su brazo izquierdo traía una especie de computadora pegada que manipulaba con la mano derecha. En ese momento estaba tratando de codificar lo que el ordenador le confirmaba: Dios, religión, y otros temas que no supiera o no entendiera de los humanos.

    Algo había de semejante entre aquél par de seres, ambos estaban totalmente intrigados por el otro y se despertaban una inmensa curiosidad mutua…

    —Pregunta lo que quieras Juanito, creo que estás tan emocionado que a propósito no he querido explicarte nada ya que supongo que no me harías caso.

    Juanito reaccionó de inmediato y todo emocionado preguntó ¿De dónde vienen?

    —¡De una constelación llamada Orión! la constelación está muy lejana para ustedes, pero para nosotros realmente está cerca, esto gracias a la tecnología que ha logrado desarrollar nuestra raza a través de millones de años. Dentro de esta constelación tenemos varios planetas habitables que hemos acondicionado a propósito para cualquier emergencia, ¿sabías tú que un planeta puede ser destruido por un asteroide? Aunque… tenemos la tecnología para defendernos de un impacto de esa naturaleza, pero bueno, cambiemos de tema porque no tengo intención alguna de asustarte.

    —No, sigue por favor, lo que tú dices, ¿es como lo que pasó aquí destruyendo a los dinosaurios?

    —¡Exactamente!, y es por eso que estamos aquí, para ayudarlos, para cuidar su mundo, ya que ustedes no tendrían a donde ir en caso de que se origine de nuevo un fenómeno como ese, y peor aún, ustedes no necesitan de un asteroide, lo están destruyendo de una forma irracional ustedes mismos con tanta contaminación, matando sus ríos, lagos, bosques; lo que parecía imposible según nosotros. Están contaminando sus océanos y hasta la capa de ozono, en fin, son más peligrosos ustedes que cualquier extraño objeto que venga del Universo.

    El niño asustado le preguntó a Igor, "¿por qué no hablan con los presidentes? Con los máximos líderes de todo el mundo. Igor sonrió y comprendió la inocencia del niño, sí, él sabía que era muy pequeño para entender, que todavía no existía maldad alguna y mucho menos para comprender del todo, pero quiso darle una explicación:

    —Mira, Juanito, la humanidad no entendería por muchas cuestiones, imagínate cambiar todo y echar abajo sus sistemas económicos, políticos, o religiosos. No lo soportarían, están tan aferrados a todo y le tienen terror a los cambios ¡Ah! Y algo más, se sienten únicos en todo el Universo, no se dan cuenta de que existen miles de razas distribuidas por todo el infinito, la mayoría de esas razas son con mucho, superiores a la terrestre.

    —O sea que nosotros no somos nada, ¿acaso somos los más atrasados de este infinito y grandioso Universo?

    Igor se quedó unos segundos pensativo para decir algo que de antemano sabría que le dolería a Juanito:

    —Mira Juanito da pena ver cómo se sienten únicos y superiores en todo el Universo, piensan que no hay más vida inteligente que la de ustedes los humanos, pero en realidad son tan pequeños, ¿quieres ver qué tan pequeños somos, incluso nosotros?

    —¿Incluso ustedes? —Juanito preguntó asombrado.

    —¡Claro! Nosotros no somos nada, te invito a dar una vuelta al cielo, para que veas lo que es eterno, lo que es grandioso.

    —¡Noo! ¿Volaremos a las estrellas?, ¿Viajaremos por el Universo en una de estas naves, en verdad, no me estás mintiendo? —¡Claro!—contestó Igor, contagiado por el entusiasmo de Juanito —¿Qué te parece esta misma nave? Toma asiento, serás mi copiloto.

    Igor pidió autorización y encendió motores, Juanito no lo podía creer, estaba más que emocionado, ya estaba ahí trepado en primera fila, ¡qué digo primera fila, era el copiloto de Igor! Sí, ahí estaba Juanito sentado frente al panel de mando, sintiéndose todo un astronauta interestelar, dentro de tanta emoción del niño, sólo se le escuchó decir en voz baja «Señor, señor, por favor, que no sea un sueño y si así lo fuese, que no despierte en este momento, por favor, mi Señor».

    El rugir de los motores estremeció toda la nave, de repente se sintió cómo la nave se desprendía, con sus grandes ventanas panorámicas; Juanito dirigía su mirada hacia arriba, observando cómo una gran cúpula se abría lentamente, ¡Impresionante! La montaña tenía un mecanismo que permitía entrar y salir a esas grandes y majestuosas naves interestelares. En cuestión de segundos salía expulsado como un rayo de luz; era increíble cómo se elevaban, poco a poco quedaba atrás La Tierra, ese hermoso planeta ¡cosa rara! La vista de Juanito adquirió una profundidad y un alcance admirable, de hecho todos sus sentidos habían adquirido un desarrollo extraordinario y se sentía feliz, inmensamente feliz. Al verse dotado con tan bellas facultades, levantó la mirada y quedó anonadado al contemplar la magnificencia de los cielos.

    En silencio Juanito oró un instante, pero en cuestión de segundos y con la rapidez del pensamiento, se lanzó con la mirada a vagar por el bellísimo jardín de la creación, esa inmensa maravilla que tenía en frente de él llamada Universo.

    Se alejaron de La Tierra a una distancia inmensa. A lo lejos se veía una esfera colosal incandescente, roja como fuego, aquella bola de fuego en medio de la nada y del todo era el sol y ahí estaban también sus eternos acompañantes como fieles escuderos, su familia planetaria.

    —¡Oh Dios mío!, a la vista de este impresionante paisaje celestial, se despliega tu gran soberanía— Decía en voz alta Juanito, totalmente fascinado, deslumbrado.

    Igor volteó y sonrió, como si asintiera y le diera gusto su agradecimiento hacia un creador. Juanito busco a Júpiter, el mayor y más bello de los planetas en nuestro Sistema Solar. La Tierra empezaba a perder su grandeza.

    —Júpiter es un mundo en el cual el dolor no es conocido, es un verdadero edén —Comentó Igor en voz alta.

    —¿Cómo, hay vida en Júpiter? — Preguntó escandalizado Juanito.

    —¡Claro! —Contestó Igor.

    Mercurio y Venus no llamaron la atención a Juanito sobremanera, por lo que Igor comentó:

    —Marte tiene tantos cataclismos y cambios, es tan árido que tampoco te agradará.

    —Mmm… Los asteroides me parecen muy pequeños —Contestó el pastorcito emocionado.

    Saturno y Urano, pasaron desapercibidos para el niño y de inmediato pensó en Neptuno, que según la mitología Griega representa al Dios de las aguas. De repente, un acelerón, un salto peligroso; en menos de un segundo atravesaron centenares de millones

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