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El Bestiario de Morgenstern
El Bestiario de Morgenstern
El Bestiario de Morgenstern
Libro electrónico446 páginas9 horas

El Bestiario de Morgenstern

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Información de este libro electrónico

Año 2030. A través de todo el planeta se materializaron centenares de portales. Millones de bestias espantosas comenzaron a emerger desde estas puertas a la Tierra; cada una de ellas era más horrible e infame que la anterior, cada una poseía características únicas que las convertía en una pesadilla viviente distinta a las demás.
Estas aberraciones se dispersaron por todo el globo, arrasaron pueblos y ciudades, y gran parte de la población cayó ante sus garras. Los restantes se vieron obligados a reunirse en pequeñas comunidades improvisadas para tratar de sobrevivir.
Las monstruosidades aún se arrastran por estas tierras, y es mi deber viajar por el mundo para reunir información de las más peligrosas y aterradoras de ellas, con el fin de deshacernos de su inmunda presencia.
Sin embargo, esta invasión oculta un siniestro secreto que desencadenará la completa extinción de la humanidad. No descansaré hasta haber resuelto el misterio y detener el horror que se avecina.
Mi nombre es Reikhardt Morgenstern, y este es mi Bestiario.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 jun 2019
ISBN9788417927691
El Bestiario de Morgenstern
Autor

Ricardo Segura

Nací en la Ciudad de México un 14 de agosto de 1993. Terminé mis estudios en Ingeniería Industrial y estuve laborando por un año y medio, pero ahora me he dado un tiempo para meterme de lleno en varios proyectos a los que no había podido dedicarles suficiente tiempo por la universidad y el trabajo. Entre estos está mi canal de YouTube «Herr Dunkelheit │ Terror en la Oscuridad», en el que narro y escribo desde hace ya cinco años, cada semana, una historia de horror. Gracias a esta plataforma he vivido un sinfín de aventuras inolvidables, y una de ellas es, sin duda, escribir El Bestiario de Morgenstern. Siempre busco el hacer cosas nuevas y arriesgadas, me fascina la ciencia ficción, la naturaleza y el salvajismo, el horror y los monstruos, la época medieval y futurista, la música de estilo nórdico y el metal industrial, soy germanófilo, me encanta poder hablar otros idiomas, adicto a los videojuegos y a imaginar mundos llenos de vida e historias.

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    El Bestiario de Morgenstern - Ricardo Segura

    Lovecraft

    Prólogo

    En este instante me encuentro incómodo en una habitación sin cama, iluminado por una única vela y esperando a que las largas horas transcurran y la noche llegue para sumirme en una pesadilla de la que quizá jamás despertaré, pues una criatura me acecha y entrará a mi propio sueño para tratar de asesinarme. He practicado para convertir esos sueños en lúcidos y poder así enfrentarme al monstruo dentro de mi mente.

    Suena como una locura, ¿verdad? Pues es lo que va a ocurrir realmente. Y antes de que eso pase, quiero escribir y explicar todo por lo que he pasado para llegar hasta este punto, así, si llego a morir hoy, al menos alguien sabrá quién fui y lo que intenté hacer, pero no por vanagloriarme, sino para que sean comprensibles varias situaciones que se leerán durante los relatos de mis viajes aquí descritos. Cabe recalcar que no soy ningún poeta o escritor experimentado, y mucho menos un dibujante glorioso, por lo que pido disculpas con antelación por mis textos burdos y mis ilustraciones toscas.

    Arranqué unas cuantas hojas en blanco de este compendio de monstruosidades y las coloqué al inicio para formar un intento de prólogo. Estúpido fui al no pensar en hacer esto antes…

    Mi nombre es Reikhardt Morgenstern. Nací en la tranquila y hermosa ciudad de Múnich, Alemania, el 14 de septiembre del año 2003. Un joven de un metro ochenta de alto, complexión atlética, cabello relativamente largo, color castaño oscuro y peinado hacia un lado, barba corta, ojos grandes color miel y uno que otro lunar en el rostro. Ese era yo, nada especial en realidad.

    Mi niñez, por fortuna, me resultó de lo más magnífica. A mi parecer, lo tenía todo, pero es algo de lo que uno no se da cuenta cuando es un infante.

    Mi padre, mi madre, mi hermano mayor y yo conformábamos una familia bastante común. Mientras mi padre era una persona aburrida, cuadrada y conservadora, mi madre resultó ser todo lo contrario; animada, alegre y con un sentido del humor inagotable. En cuanto a mi hermano Jurgen y yo, creo que éramos como dos gotas de agua, físicamente hablando. Y aun siendo él cuatro años mayor y con intereses abrumadoramente distintos, teníamos un lazo fraternal inquebrantable.

    Por cierto, mi familia no fue millonaria ni de lejos, pero sí que vivíamos en una posición económica sobresaliente. Con relación a los estudios, mi hermano siempre encontró cierto interés por las épocas bélicas de nuestros antepasados, las armas y las artes marciales, por lo que fue instruido en dichas prácticas de autodefensa durante muchos años. Por otro lado, yo amaba aprender cosas un poco más pacíficas, como los idiomas o el dibujo, y gracias a mis padres siempre fuimos a las mejores escuelas de la zona. El hecho de aprender en estos institutos distinguidos hizo que mi hermano y yo consiguiéramos amigos por montones. Aunque ahora que soy mayor me doy cuenta de la lamentable relación proporcional que había entre la cantidad de amigos y la prosperidad monetaria de mi familia.

    Mis padres trabajaban como traductores en grandes eventos internacionales, por ende, eso los llevaba a viajar a cada rincón de este próspero mundo, lo cual los hizo codearse con las figuras públicas más influyentes y adineradas de ese tiempo. Italia, Estados Unidos, Brasil, Rusia, Sudáfrica, Colombia y muchos otros países más fueron visitados por ellos. Como dato curioso, y que quizá a muchos les llamará la atención, en aquellos tiempos ya existían los famosos intérpretes universales: aparatos del tamaño de un teléfono celular que podían traducir automáticamente y en tiempo real cualquier cosa que se dijera frente a ellos. Sin embargo, ya sea por tradición o por alguna otra razón conservadora, se decidió mantener a los traductores humanos para estos eventos internacionales. Por ello, mis padres aún permanecían en esta profesión que, por cierto, encareció debido a su rareza e importancia.

    Por fortuna, nunca dudaban en llevarme con ellos al país en el que fuera a realizarse el evento. Eso me convirtió desde temprana edad en un pequeño hombre de mundo. Conocí culturas de todo tipo, comí y bebí los alimentos más extraños, y aprendí y hablé las lenguas más populares de entonces. Los idiomas se me daban bastante bien.

    Mi adolescencia fue de lo más sencilla y sin ningún tipo de característica recalcable. Casi no salía a fiestas y, a diferencia de muchos de mis compatriotas teutones, siempre amé la oscuridad de las noches tan extensas, la incesante lluvia y el frío de mi país. Aunque no fuera el más hábil, adoraba pintar, dibujar y escribir. Hacer eso último me ayudaba a relajarme y mantenerme ocupado. Creaba historias de todo tipo. Mi cabeza funcionaba como un remolino de imaginación. Yo era, como muchos de mis amigos decían, alguien aburrido.

    Conocí a mi esposa, Anna, cuando ambos teníamos diecinueve años. Los dos éramos miembros de una comunidad de Internet muy metida en los temas medievales. Había organizadores que anualmente hacían un evento inspirado en esta época antigua donde todos íbamos vestidos de caballeros, reyes o aldeanos; y pasábamos el día en un campo comiendo, bebiendo y viendo espectáculos, como justas a caballo, cetrería, música folk, etc. Al final levantábamos un campamento y contábamos historias de horror mientras éramos calentados por una fogata bajo un mar de estrellas en el firmamento.

    En uno de estos festivales vi a Anna, bailando en el escenario mientras la música tocaba a ritmos alegres y pegajosos. Fue amor a primera vista. Cuando terminó su show, bajó del escenario y corrí para alcanzarla. Me planté frente a ella y, pensando que las palabras me saldrían solas, tartamudeé por varios segundos hasta que le dije a duras penas si me podría decir dónde la encontraba en redes sociales. Fue gracias a estos medios de comunicación —como era normal en aquella época— que logré entablar una amistad con Anna. Nos la pasábamos día y noche platicando sobre mil y un temas que muchos considerarían raros.

    Ambos amábamos el cine, y por eso fue una época perfecta para conocernos, ya que, durante diciembre de aquel 2022, Disney —a quienes ya solo les faltaba comprar el mundo entero— lanzaba la primera película de la nueva trilogía de Star Wars. Además, las películas de Marvel que saldrían al año siguiente abarcaban eventos dentro del universo cinematográfico que todos querían ver ya en pantalla.

    Nuestra amistad se volvió algo más profunda e íntima. Nos hicimos novios con relativa rapidez, y nos dimos cuenta a los pocos meses de que nuestra relación era perfecta. Yo a ella la amaba con locura. Llegué a un punto de mi vida en el que simplemente no quería estar al lado de nadie más. Por fortuna, estuvimos juntos por varios años, y nuestra compañía nos agradaba tanto que llegó el maravilloso día en que decidimos casarnos. Pero durante ese proceso vivimos una época realmente dura. Fue un momento caótico en el que los Gobiernos del mundo se enfrascaron en una guerra sin precedentes.

    Si todos mis planes resultan exitosos —y sobrevivo a todo lo que me espera—, entonces este libro será leído por humanos aun muchos años después de que lo termine, por lo que es mi deber plasmar aquí no solo cómo fue mi vida, sino cómo fue nuestro planeta durante esa guerra y antes del cataclismo dimensional.

    Alrededor del verano del año 2020, las tensiones internacionales habían tocado su punto más crítico —después de varios esperanzadores meses en los que parecía que todos se llevaban bien—. En un acto de rebeldía y locura total, Kim Jong-un, líder supremo de Corea del Norte, decidió demostrar que no sería intimidado más por los americanos y, sin más advertencias, lanzó contra su país vecino, Corea del Sur, uno de los misiles nucleares que tanto presumió por años. Los sistemas de defensa antimisiles fallaron vergonzosamente y la catástrofe ocurrió. Casi trescientas mil personas fueron calcinadas y devoradas por la radiación y el calor resultantes. Una hora después, sin ningún tipo de piedad, atacó zonas estratégicas con sus misiles balísticos. El escenario que se desencadenó por esta barbarie fue la tan vaticinada Tercera Guerra Mundial.

    Por supuesto, Estados Unidos no se quedó con los brazos cruzados. Junto con la Armada surcoreana marcharon al norte con todo su poderío. Fue en ese momento cuando lucieron por primera vez los prototipos de los robots bípedos de guerra que los americanos habían estado desarrollando «secretamente». Tal como en las películas, poseían armamento en cada brazo, caminaban velozmente y sin tropezarse, sus funciones eran tan aterradoras como increíbles; y su cabeza metálica, con formas rectangulares, imponía a los enemigos. Su letal eficacia en algunas situaciones durante la guerra impactó a la humanidad entera por su crueldad, pero en otros momentos más anecdóticos llenaron de vergüenza al gremio robótico mundial, cometiendo errores ridículos y sosos.

    China y Rusia trataron de frenar al gigante armamentístico de la manera más diplomática posible, después con amenazas, pero todo fue una pérdida de tiempo; Estados Unidos no se detuvo. Como consecuencia, ambas potencias decidieron poner fin al imperialismo americano tomando como pretexto el conflicto bélico en Corea. Se envolvieron en una guerra sin precedentes contra Estados Unidos. Por supuesto, la Unión Europea apoyó a Occidente y juntos formaron una especie de muralla contra el avance de los rusos y chinos, que buscaban la rendición de su enemigo.

    Por otro lado, dos años antes del conflicto, América Latina se había armado de valor y, gracias a un cúmulo de situaciones, revoluciones y casualidades positivas, poco a poco comenzaron a derrocar a los Gobiernos que tanto daño habían hecho a su gente. Tardaron bastante en diseñar una manera óptima de gobernar, pero al final obtuvieron el éxito que tanto deseaban. Gracias a ello, lograron levantarse e iniciaron un cambio radical, no solo de líderes, sino también de mentalidad. Por increíble que parezca, en poco tiempo ya iniciaban una unificación bajo una misma bandera y eran considerados países en vías de desarrollo. Debido a aquel periodo de recuperación social por el que estaban pasando, no quisieron estropear el milagroso avance y decidieron mantener una posición neutral ante el conflicto.

    Japón se unió también a la guerra del lado de los americanos. Los nipones justificaron su alianza contra sus vecinos asiáticos por un rencor y aversión no olvidados, producto de una muy larga historia de conflictos chino-japoneses y un descontento por la aplastante derrota del Ejército del país del sol naciente orquestada por los rusos durante la Segunda Guerra Mundial. Todos estábamos conscientes de que su justificación para destruir a los rusos resultaba de lo más vaga, pero no es un secreto que Japón siempre se ha caracterizado por ser un país orgulloso de su cultura e historia, y que busca expandir su influencia política y militar a cualquier costo. Sin mencionar que aún deseaban los recursos naturales que poseían las tierras vecinas.

    Finalmente, muchos países de Oriente Medio mostraron su apoyo incondicional a China y Rusia y dejaron en claro su descontento hacia Estados Unidos —declaración que no tomó por sorpresa a nadie debido al constante incordio que el país americano significaba para esa parte de la Tierra—.

    En pocos meses iniciaron batallas titánicas por todo el mundo, batallas libradas no solo por humanos, sino también por máquinas inteligentes que desataron el caos.

    Años antes, el ya difunto Stephen Hawking había dicho una frase que heló los corazones de los hombres: «Estamos en el momento más peligroso del desarrollo de la humanidad. Ahora tenemos la tecnología para destruir el planeta en el que vivimos, pero aún no hemos desarrollado la capacidad de escapar de él».

    Fue el 28 de junio del año 2022 cuando se lanzó la segunda bomba nuclear, después de meses de escalofriantes amenazas. Se respondió con otra más grande, y luego otra y otra, y así escaló el bombardeo hasta quedar deshecho casi todo el mundo. Incalculables vidas se perdieron. Fue un milagro que la especie humana siguiera de pie. Aquel conflicto fue conocido como «La Guerra de los Árboles de Fuego» debido a las múltiples explosiones nucleares que, desde lejos, parecían levantar grandes árboles en llamas.

    Durante tres años la humanidad vivió un terror constante. Lo primero que uno hacía al salir a la calle era ver el cielo por dos razones: para rezar pidiendo no morir ese día, y para asegurarnos de que ninguna bomba estaba cayendo sobre nuestras cabezas.

    Al final, cuando todo quedó ya en ruinas, entendimos lo que habíamos causado. Nuestro hogar estaba al borde de la destrucción. Que la economía no pudiera sostenerse, los millones de muertos calcinados por el fuego y la radiación, la amenaza de volver inhabitable este mundo y las miles de protestas detuvieron la Guerra de los Árboles de Fuego. Nuestra salvación, ciertamente, no fue una obra de mera bondad, sino por factores de conveniencia de cada Gobierno, puesto que seguir con este conflicto internacional resultaba ser cada vez más insostenible.

    Y así, contra todo pronóstico, el 7 de abril del 2025 se firmó un acuerdo de paz mundial. Los ataques cesaron y se comenzó a reconstruir la civilización. Casi todos los letales androides que antes quitaron tantas vidas se desarmaron y se modificaron, y ahora servían para rescatar y ayudar a los sobrevivientes. Era un sueño hecho realidad para todos nosotros.

    Sé que suena a algo proveniente de un cuento de fantasía, pero después de la guerra, el mundo entró en una época de paz maravillosa. Los países se apoyaban entre todos, prosperábamos y crecíamos. Las diferencias raciales terminaron y la tecnología avanzó a pasos más allá de nuestra comprensión. A duras penas logramos sobrevivir a una muerte segura, intentamos arreglarlo, sin embargo, el daño ya estaba hecho; el planeta y la naturaleza habían quedado terriblemente afectados.

    Muchas zonas de la Tierra se volvieron inhóspitas y peligrosas, los vientos llevaron la radiación de las bombas a otros países y la tecnología desarrollada apenas pudo detener el apocalipsis posterior a la guerra. No obstante, fuimos optimistas e hicimos el mejor esfuerzo por salvar nuestro hogar.

    Durante cinco largos años la humanidad experimentó una evolución sin precedentes, tanto económica como social. Muchos llamaron a esta época la Edad del Mañana. Por un segundo creímos que por fin llegaríamos a las estrellas, que conquistaríamos mundos bajo una misma raza de unidad y prosperidad. La humanidad estuvo muy cerca de dar un paso enorme hacia un futuro utópico, sin embargo, ocurrió lo que nadie imaginaba ni en sus peores pesadillas…

    Hace incontables siglos descendió desde los cielos un enorme meteorito que desencadenó eventos que provocaron la extinción de casi toda la vida en el planeta; los dinosaurios, esas criaturas salvajes, habían sido exterminados.

    Aquella roca espacial impactó en las hermosas costas de Yucatán, en México. Formó un inmenso boquete al que nombraron «El cráter de Chicxulub». El cráter quedaría como recordatorio de lo frágil y fugaz que es la vida.

    Y la noche del miércoles 14 de agosto del año 2030, el destino volvió a recordarnos cuán efímera es nuestra existencia. Aún recuerdo perfectamente cuando todo comenzó.

    Para aquel entonces, yo seguía casado con Anna, y vivíamos juntos en la zona central de Múnich. Me encontraba en la sala de mi hogar junto a ella. Eran aproximadamente las nueve de la noche, y nos preparábamos para ir a dormir después de un arduo día de trabajo. Veíamos las noticias nocturnas en vivo, en YouTube y a través de nuestra televisión, cuando de pronto el presentador fue interrumpido por una persona de la producción. Acto seguido, acompañado de una mueca de incredulidad, dejó la noticia que estaba dando y comenzó a notificar sobre un suceso impactante que apuntaba al norte de Yucatán, más precisamente, sobre la Pirámide del Hechicero en la ya conocida zona arqueológica de Uxmal.

    Supuestamente, en aquel lugar ancestral se había abierto un portal, como esos que salen en las películas de ciencia ficción, por los que se puede viajar de un lugar a otro con solo cruzarlo. Comenzaron a transmitir las imágenes del catastrófico evento: una persona de ese país se encontraba parado frente a la gran pirámide de Uxmal grabando el incidente, la visión de la cámara se dirigía hacia la parte superior de aquel monumento, en donde se podía apreciar un círculo bidimensional enorme con colores fríos pero brillantes que emanaban de él. Figuras extrañas se formaban en su superficie de textura acuática. Claramente se podían escuchar sonidos inhumanos, sonidos que ningún mortal estaba preparado para oír. Para mis ojos, eran las mismas puertas al infierno.

    Tal como si se tratase de una parodia de la transmisión de aquella famosa broma radiofónica hecha por Orson Welles simulando que estábamos sufriendo una invasión extraterrestre, se pudieron escuchar los alaridos de los turistas que pasaban su tarde ahí.

    Los primeros reportes informaban que extrañas criaturas estaban emergiendo del portal. Los detalles de las descripciones eran aterradores, parecía que hablaban de demonios salidos desde lo más profundo del averno. Con mis propios ojos pude ver por fin a esas bestias que emergían una tras otra, cada una más terrible que la anterior. Se apoyaban en la pirámide y, como sus retorcidos cuerpos les permitiera, bajaban de ella. Es difícil expresar con palabras el horror que se podía sentir en aquella escena dantesca que se pudo ver a través del televisor.

    Mientras todos intentaban huir internándose en la selva de los alrededores, las bestias corrían tras ellos y se abalanzaban contra esas pobres almas que serían devoradas o simplemente desmembradas. La vegetación fue lo único que impidió que se apreciara en su totalidad la masacre que aconteció después. La sangre salpicaba cada rincón de la selva. Aún no podíamos creer lo que estaba ocurriendo, ni en nuestras peores pesadillas podía suceder algo así.

    Mi esposa y yo nos quedamos pegados al televisor, esperando cualquier información del evento. Una hora después reportaron la apertura de otro de aquellos portales al sur del continente americano; Colombia había sido también invadida por estas monstruosidades. En los días posteriores se notificó que Argentina fue el siguiente país afectado, después Estados Unidos, Brasil y Canadá; y en pocas semanas todo el continente se había convertido en un zoológico de criaturas aberrantes.

    Antes de que terminara el semestre, Europa ya había sido también ocupada. Asia, África y Oceanía no tardaron en sufrir el mismo destino.

    El inicio del colapso mundial había llegado.

    Tengo lagunas mentales de aquellos momentos. El pensamiento de morir siendo devorado por una bestia no me permitía razonar y digerir lo que estaba pasando.

    En cuanto a mi ciudad, Múnich, un portal se abrió la tarde del 27 de agosto en medio del Englischer Garten —un parque inmenso en medio de la ciudad—. Muchas de las criaturas que salieron de ahí resultaron ser horribles, pero inofensivas, sin embargo, las demás fueron tan brutales como de las que se hablaban en los noticieros de todo el mundo. Estas bestias hostiles arrasaron con la mayor parte de mi ciudad, asesinando despiadadamente a los habitantes. Al principio, la masacre fue solo en ciertas zonas específicas de la región, después se extendió poco a poco hasta llegar a afectar cualquier punto de la ciudad.

    No puedo olvidar el día en que ocurrió… Me encontraba en la oficina de mi trabajo cuando una alarma sonó en todo el edificio. Una persona entró a nuestro piso y comenzó a alertarnos de que uno de los portales se había abierto en Múnich. Fue horrible la sensación que tuve en ese momento, como si mi corazón fuera a salirse por mi boca. Lo primero que vino a mi mente fue mi familia. Salimos casi corriendo de la oficina para ir a nuestras casas. Recuerdo cada paso que daba por las calles. De fondo se escuchaban sirenas de policías y ambulancias, y gente gritando o rezando. Podía oír a las personas contando la manera tan terrible en la que habían experimentado la noticia. Era una pesadilla. No tenía miedo porque en realidad no sabía a lo que nos enfrentaríamos, pero en el fondo sabía que no sería nada bueno. Lo único que sentía en aquel momento era incertidumbre, pues no sabía si mi familia estaba a salvo, ni siquiera sabía si yo lograría llegar a mi hogar.

    Por desgracia, mis padres murieron aquel día, y preferiría no entrar en detalles. En cuanto a mi hermano Jurgen, él había viajado a Francia un par de años antes de que comenzara la invasión, así que cuando esta inició, no volví a saber de él. Muy a mi pesar, debo hacerme a la idea de que quizá encontró el mismo lamentable destino que mis padres.

    La invasión se había vuelto insostenible, no existía ya un lugar seguro. Fue entonces cuando decidimos, mi esposa y yo, huir de ahí.

    Se decía que las zonas donde menos peligro había en el mundo eran las que estaban lejos de las grandes ciudades, es decir, en las más remotas zonas rurales. Quizá era por el hecho de que en dichos sitios había menos habitantes y, por lo tanto, menos alimento para los monstruos de los portales.

    Así pues, en la relativamente tranquila mañana del 5 de septiembre salimos de casa con solo lo necesario en busca de algún lugar pacífico para vivir fuera de Múnich. Estábamos muy nerviosos por ese gran paso que daríamos pero, por nuestra propia seguridad, era necesario escapar de ahí. Aunque ahora hay veces que quisiera regresar el tiempo y no haber puesto un pie fuera de nuestra casa aquel día.

    Para entonces, muchos de los monstruos habían abandonado la ciudad para irse a otros lugares con mejores condiciones también para ellos, pero antes dejaron esta zona hecha un completo caos. La gente trataba de sobrevivir y seguir llevando la vida que siempre tuvimos, pero era ya algo sin sentido; ¿cómo podría alguien vivir normalmente cuando tienes de vecinos a engendros que quieren devorarte?

    Caminando por las calles recordábamos los buenos momentos que vivimos durante tantísimos años en esa maravillosa ciudad. Me rompía el corazón ver a mi gente sufriendo de esa forma y ver desolado el lugar donde crecí.

    Durante el camino para salir de Múnich escuchamos el aleteo de una criatura aparentemente enorme. Sin voltear, nuestra primera reacción fue correr al sentirnos amenazados. De pronto, una bestia de unos cuatro metros de largo cayó sobre nosotros sin previo aviso.

    Lo único que vino a mi mente al verla fue la figura de un dragón, pues, al igual que esas criaturas mitológicas, poseía escamas rojizas, una cola larga y delgada, brazos y piernas fuertes, y dos alas de gran envergadura se abrían desde su lomo de lado a lado. Pero sus ojos tenían algo extraño… Se veían completamente negros y una especie de humo oscuro emanaba de ellos.

    Mientras lanzaba un rugido que no hizo más que llenarnos de terror, se acercó a nosotros y me lanzó por los aires con una de sus manos huesudas. Caí al suelo y, todavía aturdido, contemplé con profunda rabia a la bestia devorando a mi queridísima Anna y, por ende, también a nuestro hijo que aún yacía en su vientre…

    Grité como nunca lo había hecho en un intento de ahuyentar a la bestia que me quitaba lo único que me quedaba en esta repugnante vida, pero ni siquiera se fijó en mí. Lo único que hizo fue extender sus alas y volver a elevarse hacia el cielo con el cuerpo del amor de mi vida en su sucio hocico. Consciente de que ya era demasiado tarde, me levanté y caminé sin un rumbo fijo. Mi mente estaba en blanco, no sabía qué pensar o hacer. Quería llorar, morir, volar. Mi cabeza, al igual que el mundo entero, era ya un infierno. La imagen de mi amada Anna era lo único que estaba impregnado en mis pensamientos. Sin ella conmigo, ¿qué me quedaba? Sentí que la había fallado. Sentí una culpa atroz. Continuaba mi camino mirando al horizonte. En ese momento hubiese preferido que una abominación me arrancara el corazón para dejar de sentir tanto dolor.

    A lo lejos, si se ponía atención, se podían escuchar los gritos desgarradores de las personas que caían en las garras de las bestias. Mientras recorría las calles podía ver algunos cadáveres en el suelo. Me pregunté entonces si la humanidad tendría alguna salvación.

    Logré salir con vida de mi ciudad natal y me dirigí al noreste, a un pequeño pueblo llamado Inning am Holz, lugar que durante la Guerra de los Árboles de Fuego habíamos visitado mis padres, mi hermano y yo en busca de un poco de paz. Tenía la esperanza de que los monstruos no hubieran encontrado ese sitio aún. Cuando llegué me di cuenta de que, para fortuna mía, seguía siendo el mismo pueblo tranquilo de siempre. Hablé de todo lo sucedido con Hans, el dueño del hotel en el que nos hospedamos en aquel entonces, y que terminó convirtiéndose en amigo de la familia. Entendió la situación y, como una muestra de afecto y consciente de las circunstancias, me dejó quedarme ahí sin costo alguno, pero con la condición de que trabajara para él en algunas tareas.

    En los meses siguientes me informé y aprendí mucho de lo que estaba sucediendo en el mundo a través de las noticias que circulaban por Internet: astrónomos, físicos e incluso expertos en temas de ocultismo y saberes arcanos aseguraban que nuestra dimensión, de algún modo, había chocado con otra, uniéndose ambas y permitiéndoles a las criaturas del otro mundo internarse en el nuestro. Casi siete meses después de la apertura de los portales, estos se cerraron uno por uno y de manera aleatoria. Simplemente se desvanecieron en el aire.

    Debido a la gran época de paz que la Tierra gozó por tanto tiempo, los Ejércitos habían sido desmantelados y se dejaron de fabricar armas, pues las guerras ya no eran necesarias. Por desgracia, por esa misma razón la mayor parte del mundo no tuvo herramientas con las qué luchar contra los monstruos de los portales. Lo único que se podía hacer era huir a zonas fuera de las metrópolis, lugares que fuesen difíciles de interés para los monstruos.

    Con el tiempo las noticias fueron cada vez más escasas. Poco a poco, las grandes ciudades cayeron y se dejó de transmitir el estado en el que se encontraban, por lo que su situación se volvió un misterio. Nos aislamos y quedamos completamente incomunicados. Fue el peor caos que habíamos experimentado en toda nuestra historia.

    A lo largo de los siguientes cinco años, el mundo cambió radicalmente a raíz de la invasión monstruosa: la humanidad quedó esparcida en pequeñas comunidades alrededor del planeta tratando de sobrevivir. Los monstruos se repartieron por todos sitios, asentándose principalmente en los bosques y las selvas. Se adaptaron y se reprodujeron sin control. Los tipos de moneda cambiaron según la zona de la que se hablara. Algunos utilizaban el dinero que siempre emplearon, otros volvieron al manejo del oro, había quienes prefirieron el pago en especie, e incluso en algunos sitios el trueque se volvió la principal fuente de comercio.

    El desarrollo de tecnología se detuvo por completo y, personalmente, creo que incluso retrocedió. Los únicos objetos de verdadero valor que quedaron para su utilización fueron los transportes solares.

    Japón, antes de la invasión bestial, alcanzó el desarrollo cultural, tecnológico y social más grande de todo el mundo. Sus avances en robótica, salud y transporte permitieron crear increíbles artefactos que solo podían verse e imaginarse en películas de ciencia ficción. Uno de esos inventos fue el tan popular auto solar que, como su nombre indica, era impulsado por la energía del sol. Dicho transporte se volvió muy conocido en los primeros meses después de la apertura de los portales dimensionales, pues, como se suponía, el ataque constante de los monstruos provocaría que los combustibles habituales, como la gasolina, se extinguieran rápido. Además, por si fuera poco, los transportes solares eran increíblemente baratos.

    Otro de sus inventos que quedó en un mero prototipo —aunque muy avanzado— fue la avioneta solar, la cual funciona de la misma manera que su homólogo terrestre. Este artefacto es tan potente que puede volar por horas únicamente movido por el sol. No es capaz de ir de un continente a otro —en especial desde América— sin repostar, pero puede llevarte sin problemas a países cercanos al tuyo. Fue conseguido por apenas unas decenas de miles de afortunados extravagantes que quisieron tener en su poder una manera extremadamente barata para recorrer los cielos. En estos oscuros tiempos utilizan dichas avionetas para viajar por todo el planeta en un intento constante de huir de las pesadillas en tierra. Sin embargo, hay muchos otros que hicieron negocio utilizando estos transportes aéreos para llevar a las personas a otras partes del mundo por un precio bastante exorbitante o, en su defecto, intercambiando este servicio de transporte por algún objeto increíblemente valioso. Así es como uno puede moverse de un lugar a otro en distancias largas en estos tiempos oscuros.

    El modo de cómo desplazarse por el mar es quizá el más difícil de todos debido a que en esta época nadie movería un pedazo de metal de más de mil toneladas sobre el agua solo por una persona. La única manera de lograr subirse a uno de estos escasos barcos es, además de pagar, juntarse con más sobrevivientes para hacer rentable el traslado.

    Durante estos años escuché y vi las penas de la humanidad. Sentí el dolor de todos aquellos que perdieron a sus seres queridos en los ataques.

    Las monstruosidades aún caminan por estas tierras. Algunas criaturas son etéreas, capaces de atravesar objetos sólidos como si no estuvieran ahí, cambian sus formas o desaparecen. Otras son de tipo físico, moles musculosas y veloces con piel y caparazones tan duros como el acero que te destrozan de la manera más cruel y salvaje que pueden. Y hay unas cuantas más de clase mágica —o arcana, como decidí nombrarlas— que tienen capacidades sobrenaturales; usan hechicerías y se meten en tu mente y te destruyen por dentro con sus poderes ignotos.

    Un coraje ardiente me abrumó al comprender lo que estas bestias le habían hecho a nuestro planeta, así que decidí buscar la manera de ponerles fin.

    Lo único que puedo hacer contra todo este infierno es encontrar y registrar en este compendio a los monstruos más peligrosos que arrasaron con todo. Revelaré sus características físicas y mentales, sus costumbres, sus fortalezas y debilidades. Es buena toda la información que nos pueda servir para lidiar con ellos.

    No soy un guerrero, tampoco el hombre más valiente del mundo, pero no pienso permitirme quedar con los brazos cruzados mientras nuestra realidad se hace añicos. No quiero que nadie más sufra el dolor que yo tuve que experimentar al perder a todos a quienes amaba.

    Después de hablar con Hans sobre mi idea de salir al mundo para detener de alguna forma la invasión, me dio su más preciado objeto: una pistola de combate con dos cargadores de 9 mm y trece balas cada uno. Esta era un arma que permaneció con él desde la Guerra de los Árboles de Fuego.

    Y así, equipado principalmente con una linterna, la pistola, una mochila y este libro que se convertirá en el Bestiario, emprendí mi oscura aventura el 29 de junio del año 2033. Un largo camino de terror me espera…

    Mi nombre es Reikhardt Morgenstern, y esta pesadilla comienza.

    Murmurador

    Tipo: Etéreo

    Nivel de amenaza: ✭✭✭ (Alto)

    No fue difícil para mí imaginar cuál sería la primera criatura que me encontraría en mis aventuras, esto por el hecho de que ya era bastante conocida alrededor de Europa y resultaba ser de las más comunes.

    Cuando el sol muere y la luna yace resplandeciente en los cielos, se pueden ver y escuchar dentro y alrededor de los bosques a unos seres enigmáticos de apariencia lúgubre. Son conocidos como los Murmuradores, y las razones para ser nombrados así, querido lector o querida lectora, las conocerás más adelante.

    Cuando partí de Inning am Holz me dirigí al norte del país. No tenía un rumbo fijo, así que ningún destino en particular me aguardaba. No recuerdo cuánto tiempo había transcurrido ya desde que salí del pueblo pero, a mi parecer, era una eternidad. Ciertamente, había hallado un número considerable de criaturas interesantes que me llenaban de mucha curiosidad por sus formas tan fantásticas, pero

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