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Polnar
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Libro electrónico324 páginas4 horas

Polnar

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Repentinamente, durante la celebracin de su cumpleaos, un hombre recibe de un amigo un puado de papeles con una historia inusitada. Este le pide que conserve esos papeles y los revise en caso de que ocurran cosas extraas con l o en el mundo. Entonces los toma y guarda para mirarlos despus. Tras leerlos decide revelar la historia de Carlos, un individuo comn que un da cualquiera encuentra la puerta de su casa abierta y dentro del jardn un misterioso visitante. Ese evento, inusual de por s, desencadena cambios en la existencia de Carlos, cuya vida y forma de ver las cosas ya no volver a ser la misma luego de ese inesperado encuentro.
En POLNAR se abordan de forma novedosa cuestiones que han desvelado a la humanidad desde sus orgenes Para qu estamos en este mundo? Hacia dnde nos dirigimos y cul es nuestro propsito? Aunque los humanos nos consideramos inteligentes y ms evolucionados que otros seres, por qu existe tanta perversidad y manifestamos tantas contradicciones? Por qu el camino hacia lo deseable para la humanidad, segn valores universales, parece siempre lejano e inalcanzable?
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento16 jul 2013
ISBN9781463351250
Polnar
Autor

José Lizano

José Lizano nació en Costa Rica en 1964. Su formación académica gira en torno de las ciencias sociales y economía. Luego de visitar varios países y conocer diferentes culturas, historias e idiomas, surge su inquietud por indagar sobre la naturaleza humana. Es así como con Álvar Troz, de nuevo intenta explorar ese tema, esta vez, sobre la forma de conducir el pensamiento. A través de esta fábula intenta indagar como el ser humano, o cualquier otra especie semejante, a pesar de poseer la habilidad de razonar y de entender su entorno y el tiempo de una forma más sofisticada, con frecuencia comete errores y sus decisiones no siempre son las más acertadas. En varias situaciones alegóricas ilustra como el pensamiento conduce a apreciaciones y conclusiones contaminadas por falacias, tanto en circunstancias individuales como de interacción colectiva.

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    Polnar - José Lizano

    Copyright © 2013 por José Lizano.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2013902329

    ISBN:              Tapa Dura                              978-1-4633-5127-4

                            Tapa Blanda                           978-1-4633-5126-7

                            Libro Electrónico                  978-1-4633-5125-0

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 11/07/2013

    Para realizar pedidos de este libro, contacte con:

    Palibrio LLC

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    439161

    Contents

    1–    LA PRESENCIA DE UN DESCONOCIDO. Un jueves

    2–    EN LA CANTINA, LUEGO DE HUIR

    3–    ¿QUIÉN ERES Y QUÉ HACES AQUÍ?

    4–    UNA MIRADA A LAS ESTRELLAS

    5–    UNAS MUESTRAS DEL JARDÍN. Un viernes

    6–    HICIMOS UN TRATO. Un sábado

    7–    BUSQUEDA DE LA ARMONÍA Y EL PROGRESO

    8–    LOS HUMANOS: ¿UNA ESPECIE DOMINANTE?

    9–    SOBRE EL MIEDO

    10–    UN ILUSTRANTE RECORRIDO

    11–    ¡UNA EXTRAÑA PRESENCIA!

    12–    EL ENIGMA DEL TIEMPO

    13–    SINTIENDO LA NATURALEZA

    14–    TOCANDO EL PASADO Y EL FUTURO

    15–    RECUERDOS Y OPCIONES

    16–    UN ENCUENTRO CON LA MUERTE

    17–    DE VUELTA EN CASA

    18–    UN DOMINGO

    19–    PLANTANDO DOS ÁRBOLES

    20–    ADAPTACIÓN E IMAGINACIÓN

    21–    EN ARMONÍA CONMIGO MISMO Y CON LOS QUE ME RODEAN

    22–    EN LA OFICINA. Un lunes

    23–    SENSACIONES Y EMOCIONES: PENSAMIENTO Y CREATIVIDAD

    24–    LA INTROSPECCION Y LA EMPATÍA

    25–    EL MUNDO DE POLNAR. Un martes

    26–    EL REGRESO A LA TIERRA. Un amanecer de miércoles

    27–    LAS IMPRESIONES DEL VISITANTE. Un atardecer de miércoles

    ¿QUÉ HA SIDO DE CARLOS?

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    A aquellos que han sabido imaginar

    y así han descubierto el camino…

    POLNAR

    Conocí a Carlos desde que éramos niños. Vivimos en el mismo vecindario en el que nuestros padres, abuelos y varias generaciones antes que ellos lo habían hecho.

    Ambos pertenecimos a esa época en que los vecinos se conocían y vivían en algo que parecía más una comunidad y no una simple colección de casas, refugio de aquellos que en ellas moran. Recuerdo esa época, cuando asistimos juntos al quinto y sexto grado de la escuela, en que fuimos como hermanos. Con otros niños del barrio, jugábamos, fantaseábamos e inventábamos. Aunque después nuestras vidas siguieron rumbos diferentes siempre conservamos algo en común: nuestras infancias y las raíces que tienen las personas de aquel pueblo.

    Carlos creció siguiendo el ejemplo de sus padres, haciendo y cumpliendo con lo que se esperaba de él. Siempre fue un buen muchacho. Fuimos buenos amigos durante varios años, pero con el transcurrir del tiempo y siendo ya adultos nos hemos encontrado solamente en contadas ocasiones.

    Hacía tiempo que no lo veía, hasta que apareció inesperadamente en mi casa cuando mi familia celebraba mi cumpleaños. Entró y me entregó varios escritos que cargaba bajo el brazo. La música sonaba animadamente y algunos de los invitados me miraron mientras caminaba por el corredor con papeles desordenados en mis manos. Aquel no era un buen momento para ponerme a conversar con él sobre lo que me estaba entregando o para leer su escrito. Simplemente lo guardé con llave en la biblioteca para mirarlo otro día.

    Brevemente me dijo: Si te enteras de que algo extraño sucede en este mundo, conmigo o en mi casa, quiero que revises esto. Sería entonces importante compartirlo con quien quiera conocer sobre las cosas, ver más allá de lo que es usual o aparente. Seguidamente se marchó tan súbitamente como había llegado.

    Quedé un poco pensativo por lo que había escuchado, pero al calor de aquella fiesta no quise profundizar en sus motivaciones.

    Ahora, por el aprecio que siento por su familia, por los buenos recuerdos que tenemos de nuestra infancia, por la amistad que nos unió y por lo que veo que está sucediendo, parece que llegó el momento de revisar, ordenar y mostrar algo del contenido de esos documentos.

    Por tanto, parte de esos escritos que mi viejo amigo me entregó en aquella ocasión la presento a continuación, atendiendo a su pedido y con la intención de revelar algo de lo que quiso compartir. Será de interés para los curiosos que saben que lo que sucede y tenemos cerca no siempre es tan obvio y que mucho de lo que aparece ante nosotros no muestra el verdadero propósito ni la realidad de las cosas.

    LA PRESENCIA DE UN DESCONOCIDO. Un jueves

    Mi nombre es Carlos Demar. Los acontecimientos que pude vivir me permitieron nuevas enseñanzas sobre lo que somos y nuestro mundo, ampliar la percepción de las cosas que son aparentes y las que no lo son, con el convencimiento de que siempre hay algo más por ser descubierto.

    Esto que deseo compartir espero sirva para el progreso y superación de los que están listos para escuchar y reconocer que lo que nos rodea, lo que existe en nuestro mundo y algunos de los misterios que se esconden dentro de nosotros mismos, no siempre son como parecen.

    Permítanme ahora hacer un esfuerzo para recordar y narrar lo principal de los sucesos que interesan logrando lo mejor de sus posibles alcances y consecuencias. Ya sabemos que nuestra memoria tiene limitaciones y nos puede hacer malas jugadas cuando pretendemos recrear lo que hemos vivido.

    Quiero iniciar este relato diciendo que he nacido en Cerranías, uno de esos lugares donde la espontaneidad y energía de su gente, junto con la riqueza y belleza de sus paisajes hacen que sea un sitio muy especial para los que allí alguna vez vivimos y para aquellos que nos visitan. En una época, recuerdo que en los riachuelos cercanos había peces y ranas; en los matorrales, grillos de colores y chicharras que cantaban durante el verano. Las montañas a nuestro alrededor estaban cubiertas de verdes bosques y rodeadas de un cielo azul. Allí salíamos a recorrer los caminos y a compartir con los vecinos sin que nada nos perturbara.

    Hoy algo de esa belleza y tranquilidad se conserva y resiste al crecimiento de la ciudad y los embates de lo que esta civilización llama desarrollo. El ruido de las construcciones, las fábricas, las aglomeraciones y el tránsito aún no irrumpen abruptamente en el paisaje.

    Siempre había vivido en ese pueblo y mi hogar se encontraba en uno de esos caseríos que tímidamente invaden los espacios antes ocupados por sembradíos. Tal vez por esto, el vecindario conservaba algo de los viejos tiempos, cuando las personas se saludaban y estaban atentas a lo que ocurría, con el ánimo de ayudarte o simplemente ofrecerte compañía.

    Esa casa había sido una herencia de mis padres, que habían partido de este mundo hacía varios años. Grandes trozos de madera, paredes de barro y techo de tejas era lo que la distinguía de las más nuevas. Era de esas que en algún tiempo pasado habría resultado un tanto ostentosa, pero en el presente solo mostraba un gesto de frescura y tranquilidad.

    Había dedicado mi vida a seguir el buen ejemplo de las personas, a aprender y trabajar tratando de dar lo mejor. De los años de mi vida guardo muchos recuerdos: algunos muy buenos y otros tal vez, no tanto. Había conocido paisajes, lugares y gentes. Como muchos, había ido y venido, visto y aprendido, reído y llorado.

    Los acontecimientos que deseo narrar tuvieron lugar cuando yo era empleado en una institución estatal de renombre desde hacía casi veinte años. Recientemente había sido ascendido a jefe de departamento, con algunas tareas de mayor responsabilidad y en ese entonces casi todos me llamaban don Carlos.

    Fue un día como tantos que llegué a mi casa al atardecer. Para esa hora, doña Miriam, quien se encargaba de las labores domésticas, ya se habría marchado y no esperaba encontrar a nadie más que a los perros que estarían en el jardín con hambre y esperando un poco de atención. Al abrir la puerta y caminar hasta la sala, mi sorpresa fue ver lo que parecía ser una persona en medio del jardín. Me llamó la atención que los perros no ladraban ante la presencia del que parecía ser, definitivamente, un extraño. ¿Sería que para ese momento ya estarían acostumbrados a esa presencia?

    En aquella época se sabía de asaltantes que irrumpían violentamente en casas para llevarse lo que encontraran de valor y fuera fácilmente transportable: computadoras, teléfonos, televisores, joyas y dinero; por eso iban. En los medios de comunicación se hablaba mucho de la descomposición social y pérdida de valores. En algún momento, pensé que eso era lo que ocurría y que yo era una víctima de ese desagradable fenómeno. Prudentemente retrocedí a una cierta distancia y grité tratando de disimular el susto que me invadía:

    —¡Ey, qui… qui… quién quiera que seas, llévate lo que quieras, que de cualquier manera no hay nada valioso! No tengo computadora, ni teléfonos, ni nada de eso… Es más, ¡nunca he comprado un celular! ¡Haz el favor y me dejas tranquilo, que soy persona pacífica! Este, ya… ya… están avisados los policías y la guardia nacional, ¡que esperan aquí a la vuelta de la esquina! –dije tartamudeando y algo incoherente–. Tremenda estupidez –pensé luego– nadie con mediana inteligencia iba a creer eso que dije.

    Nada. No hubo respuesta ni reacción. Esta persona ni se movió. Parecía que observaba las plantas y las flores en el jardín. Esas mismas que he cuidado durante los fines de semana y que florecían en aquella época del año.

    En algún momento, pensé que se podría tratar de una broma. ¡Claro, eso era! ¡Una broma! ¿Alguno de mis parientes sería el responsable? Pero, ¿qué ocasión sería aquella? Hacía tiempo no veía a ninguno de mis familiares, casi no recibía visitas y mis amigos más cercanos se encontraban lejos. No había ninguna fecha que celebrar que justificara una sorpresa, ni nada por el estilo. Luego pensé que podría ser un drogadicto o vagabundo que brincó sobre la cerca y entró para ver qué encontraba. Tal vez estaba en uno de sus mejores o peores trances alucinantes, con los sentidos y la mente perdidos.

    Me quedé observando sin saber qué hacer. Trataba de pensar que no ocurría nada malo y no sería un mal día. Yo era una persona que usualmente no tenía grandes variantes en sus rutinas diarias. No era de esos a quienes ocurren cosas extrañas y, en general, podía decir que siempre había tenido algo de suerte como para que, de repente, fuera a verme envuelto en algo desagradable.

    Estaba con esos pensamientos, cuando este individuo se volteó lentamente hacia donde yo estaba. Su mirada era calma y profunda, por lo que me inspiró cierta paz y me hizo sentir algo de tranquilidad momentánea. Su piel parecía irradiar un extraño e inusual brillo.

    —No te preocupes, no venimos a provocarte problema alguno –escuché.

    —Entonces… ¿qué haces en esta casa? ¿No es eso un problema?

    Pareció no escuchar lo que había dicho, volteó su mirada de nuevo al jardín y continuó:

    —Son magníficas estas plantas, maravillosas las formas y los colores. La vida, ese particular e incesante fluir de materia y energía que sucede en muchos rincones del Universo.

    ¿Qué es esto? ¿Ahora qué? –fue lo que pensé. –¡Se metió un loco a la casa y ahora quién lo saca! Solamente espero que no haya hecho daños…

    —Mira, e… e… estimado, sería mejor para todos si te marcharas a tu casa. Sal por donde entraste y todos estaremos tranquilos –le rogué y sentí que me invadió aún más esa tartamudez que desde joven estaba tratando de superar.

    —Tranquilos podemos estar todos, si tú así lo decidieras.

    Se quedó en silencio y continuó mirando hacia otras flores del jardín. En eso miré un poco más lejos y noté que los gatos descansaban con tranquilidad sobre el tronco de un árbol. Pero, ¿dónde estarían los perros? No los veía por ningún lado.

    Ya que este curioso personaje inspiraba cierta paz, decidí acercarme y tratar de observarlo más de cerca. Caminé hacia la puerta que da a la terraza mientras miraba todo cuanto se encontraba alrededor. No había nada extraño en la casa y todo parecía estar en su lugar. Entonces pensé que no se trataba de un robo ni nada semejante y sentí que podría controlar la situación. Seguramente este tipo pronto se marcharía por las buenas, todo volvería a la normalidad y yo podría comer mi cena tranquilamente.

    —Por este día ya casi ha cesado la fotosíntesis y las plantas comenzarán a liberar oxígeno, lo devolverán al aire que las rodea. Es… fascinante –dijo mientras miraba las plantas de las que no quitaba la vista

    —¿De… de… de qué estás hablando? –le pregunté mientras regresaron a mi mente las lecciones de cuarto o quinto grado, con la maestra Margarita, sobre biología, los seres vivos y lo que aprendíamos durante los años de escuela primaria.

    Claro… La fotosíntesis: la luz que reciben las plantas, el agua que toman del suelo y el dióxido de carbono que absorben a través de las hojas. El proceso biológico que sucede gracias a la clorofila. Más o menos recordé aquello que hacía mucho tiempo había memorizado palabra por palabra, como solíamos hacer en la época de la niñez. Supongo que por arte de lo que escuchaba y gracias a mis neuronas que se mantenían activas, aparecieron esos recuerdos en mi mente.

    Decidí pasar a la terraza, miré más detenidamente el jardín y luego el cielo. Claro, el Sol ya casi se había ocultado y las plantas pronto dejarían de hacer la fotosíntesis. Entendí de lo que estaba hablando. Pero, ¿qué tenía que ver todo esto con un intruso en mi casa? ¿A qué hora se iría y me dejaría hacer mis cosas, comer mi cena e irme a dormir?

    Pensaba eso cuando este personaje continuó:

    —Maravilloso: estos seres reciben la energía estelar, toman materiales de la tierra y del aire, junto con el agua que les permite fluir, los transforman en diferentes compuestos, crecen… forman plantas y árboles, para que luego otros los tomen y continúen con su propio crecimiento y vida. ¡Tanta energía acumulada por todas partes en este planeta!

    Muy bonito, muy biológico y poético, pensé. Pero, ¿a qué se refería con los seres reciben la energía estelar? Debía ser de la luz del Sol y las plantas de mi jardín que hablaba. Los geranios, hortensias, orquídeas y loterías, junto con los ficus y la grama que ya necesitaba ser recortada, que se asolean casi todos los días y se mojan cuando llueve. Las mismas plantas y flores que yo sembraba y cuidaba. Entonces mis pensamientos comenzaron a confundirse un poco.

    Para evitar exasperarme más iba a pedirle que se marchara de una vez por todas, pero algunas inquietudes me detuvieron. Al menos, debería tratar de saber quién era y por qué estaba teorizando e inspirándose con lo que veía en el jardín.

    —Ustedes, por lo general, no se detienen a admirar las maravillas que los rodean –continuó. –No miran lo que tienen al frente por estar persiguiendo cosas menos importantes que quisieran alcanzar, creadas por ustedes mismos. Se ocupan de asuntos meramente materiales, tratan de resolver problemas o ilusiones mal entendidas. Deberían detenerse un poco y admirar las grandezas del Universo, en particular este planeta con toda esta variedad de seres y paisajes magníficos. Sobre todo la maravilla que son ustedes mismos, como seres que existen.

    En ese momento, mi curiosidad se convirtió en ansiedad. Tal vez impaciencia o una mezcla de varios sentimientos. ¿Sería este algún desorientado que había venido a meterse en mi casa por casualidad? ¿Sería un extranjero recién llegado que estaba impresionado con lo que veía? Todavía guardaba la esperanza de que aquello fuera una broma, una sorpresa o algo así. Que todo se resolvería en forma divertida. Seguro que eso era y eventualmente sabría quién estaba orquestando esa situación.

    Con esos pensamientos dando vueltas en mi mente, preferí guardar silencio. Solo esperaba que algo ocurriera pronto y todo se aclarara.

    No comprendí en qué momento este individuo se movió y ahora estaba de pie casi al final del jardín, un poco más lejos. Allí miró al cielo que en ese momento lucía un azul intenso, ya al ocaso del día. Algunas estrellas empezaban a brillar en el firmamento que oscurecía.

    —Es magnífico como pueden observar el resto del Universo desde aquí. Tener estos planetas al alcance, recibir sus proyecciones de luz y sombras. Aunque es una pena que solo tengan un satélite propio en una órbita cercana. Si tuvieran más, tendrían más lunas llenas, las noches tendrían diferentes brillos y sucederían más eclipses de la estrella principal. Por supuesto, dentro de las dimensiones que perciben los ojos y mentes de ustedes, los humanos. ¡Verían tremendos espectáculos! ¿Puedes imaginarlo?…

    —¿Proyecciones de luz? ¿Ustedes los humanos? –repetí brevemente en mi mente–. Mira, por favor, ¡para ya con todo esto y explícame qué es lo que sucede! –le pedí antes que continuara.

    —…Tienes razón, quizás hemos sido descorteses para las costumbres de tu comunidad. Permítenos aclarar lo que está sucediendo –escuché.

    ¡Finalmente! –pensé en silencio y permanecí atento, con la expectativa de escuchar una explicación que vendría a aclarar mis inquietudes.

    —Somos un visitante en este planeta, venimos a investigar qué sucede con la humanidad y cuál es su progreso como parte del Universo. En el lugar de dónde venimos, hemos observado en diversas ocasiones que ustedes no logran progresar o superarse como el resto de seres en el Universo y eso no está bien. Tememos que algo importante ocurra y por ese motivo, debemos hacer un trabajo… Más bien una revisión. Podemos llamarle así, que es como mejor lo entenderían ustedes.

    Escuché aquello mientras este ser volteó su mirada hacia donde yo estaba y pareció verme directamente. No sé por qué, pero lo que dijo y como escuché sus palabras me provocaron una inmensa sensación de miedo. Inmediatamente, corrí fuera de la casa y lejos de allí.

    Salí por el portón hacia la calle y mientras corría sentí que algo de coordinación y energía juveniles regresaban a los aletargados músculos y articulaciones de mis extremidades inferiores.

    EN LA CANTINA, LUEGO DE HUIR

    Pronto me percaté de que tenía tiempo de no hacer tanto ejercicio. Di una tremenda corrida pasando al frente de varias de las casas de mis vecinos –los de siempre, los de toda la vida– hasta que llegué a la cantina del famoso Quiebra Mulas, a unos doscientos metros de distancia. Ese sería mi refugio temporal. A pesar de que aún era temprano y no era un día especial, ya algunas personas se encontraban en el local y el ambiente se veía algo animado.

    En ese sitio estaría en compañía de otras personas y eso me daría una sensación de protección. Cuando llegué a la entrada estaba algo sudado, jadeante y con la boca seca del susto.

    Miré hacia atrás en dirección a mi casa. No apareció nadie en el camino. Ningún conocido, nadie ni nada extraño.

    Entré al local y, sin decir palabra, me senté. Quiebra Mulas era un viejo conocido que había heredado esa cantina al morir su padre, y era ahora el propietario y cantinero. Era un antiguo amigo de la infancia, de esos con los que creces en el mismo barrio, los dejas de ver por algún tiempo y luego reaparecen. Esos que conoces de siempre, que saben tu vida y sabes la suya aunque pasen años sin que los visites ni converses detenidamente con ellos. Se acercó sin decir nada y sin que yo ordenara algo me sirvió un vaso con agua. Ya él sabía que eso era lo que yo bebía en las ocasiones que había visitado ese lugar o me había reunido con amigos a celebrar alguna fecha especial. Por supuesto, yo no era bebedor, un cliente habitual de cantinas ni nada por el estilo.

    El agua refrescó mi boca y pude pensar sosegadamente. Haciendo un recuento de los hechos concluí que no había ningún chiste. Por otra parte, si me querían robar, pues ya se habrían llevado todo lo que quisieran. Creo que hasta había dejado la puerta abierta al salir. Luego, esa mirada que recibí del extraño visitante que, claramente, era muy inusual.

    —¿Qué te pasa, loco? –interrumpió mis pensamientos Quiebra Mulas–. Parece que te persigue el diablo o tu antigua suegra –dijo en tono de broma mientras dejaba el menú de comidas sobre la barra.

    —No, no es nada de eso, Quiebra Mulas –le respondí mientras de reojo miré hacia la puerta.

    —Carlitos, mira… Nada de Quiebra Mulas –me cambió el tono a la vez que bajaba un poco la voz e intentaba atraer mi mirada–. Ahora administro este bar y la clientela me debe respetar, ahora todos aquí me llaman don Manuel.

    —¡No me digas! Entonces, deberías cambiarle el nombre a la cantina, ¡afuera tienes un letrero inmenso que dice Quiebra Mulas’ Bar! –le dije, abandonando en ese instante los otros pensamientos.

    —Este negocio fue llamado así por mi finao tata en honor a mi abuelo y, tanto es así, que ese nombre no se cambia, por respeto a los difuntos… que en paz descansen. Pero el bar y yo, aunque casi somos familia, somos cosas diferentes, en nombre y respeto, ¿me entiendes?

    —Entendido, don Manuel Gómez. El mejor cantinero que existe –preferí terminar cortésmente con ese tema y levanté, en señal de brindis, el vaso que sostenía en mi mano.

    —¡Pero hombre, que pareces loco! ¿Qué te trae con tanto susto? ¡Tienes la cara de un mono cariblanco en celo y te has bebido esa agua casi de un solo

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