1977: CHACARILLAS On my mind: La patria que ellos soñaron es nuestra.
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1977 - Cristián Martínez
Lacan
Prólogo
Los últimos estudios sobre neurociencia y memoria han descubierto que nuestros recuerdos no son inmutables, al contrario, están en una continua transformación. La memoria sería un ejercicio en permanente fluctuación y cada vez que recordamos (la etimología de la palabra proviene del latín cordio, corazón, es decir, recordar es volver a pasar por el corazón), omitimos o agregamos nueva información, nuevos datos que damos por sentado que ocurrieron tal y como los recreamos en nuestra mente. Por lo tanto, nuestra propia identidad y, por ende, la identidad nacional de un pueblo, la memoria colectiva, serían una farsa, o más bien una reinvención. Cuando recordamos algo o a alguien no nos remontamos al momento originario, sino tan solo a la última vez que lo recordamos. Es como una tela pintada con diferentes capas de pintura, donde ya no se logra identificar el primer trazo, y tan solo podemos escarbar y recuperar la última pincelada.
Si lo vemos de este modo, nunca recuperamos el pasado
. Este quedó en el instante en que sucedió, y nunca podremos recuperar el original
, por lo tanto, siempre estamos memorizando una suerte de fotocopia que, a su vez, es una fotocopia de aquella, etc. Por eso, ciertos detalles se van desvaneciendo, ciertos rasgos del rostro de una persona, cierto ambiente de un evento dado y, si somos honestos con nosotros mismos, cada vez resulta más confuso recurrir a ellos, o podemos hacer como la mayoría y recrear la escena, inventar los detalles omitidos por el cerebro, llenar esa frase inconclusa, recubrir la anécdota con una luminosidad que no tuvo al momento de suceder.
De creer en esta teoría científica, nuestras vidas son una permanente novela, una obra reinventada día a día, hecho que queda aún más de manifiesto al tratar de invocar recuerdos muy remotos, como los de nuestra niñez. Tal vez, por eso la mayoría de las personas suele asociar la niñez con un momento mítico, como un paraíso perdido en su biografía.
Pero, lo cierto es que, a menos que hayan llevado un diario de vida desde su más tierna infancia, lo más probable es que dichos recuerdos estén contaminados
por el relato de terceros: padres, abuelos, etc. Por todo lo anterior, he llegado a la conclusión de que tal como no existe la realidad
, tampoco existe la identidad
. El pasado es tan licuado que se puede falsear, y de hecho se falsea todo el tiempo. Esto no quiere decir que un determinado hecho no haya ocurrido, o que tal personaje no haya existido, simplemente que algunos rasgos se van borrando y se hace necesario remarcarlos, aunque varíen en ciertos aspectos. La memoria, por lo tanto, es una hermosa máquina fabuladora, que nos proporciona imágenes, vivencias irrepetibles, fantasmas, monstruos de otros tiempos, que conviven con nosotros y nos otorgan una historia, nuestra historia, y un pasado exclusivo, y eso nos convierte a todos y a cada uno en unos perpetuos novelistas de nuestras vidas.
¿Cuál es la razón última que lleva a alguien a escribir, más aún, si se considera que es una actividad sumamente solitaria y de la que se ignora si se podrá obtener algún rédito económico, simbólico, o siquiera un reconocimiento social? Realmente parece ser una actividad para solitarios, resentidos, ególatras, gente con mucho tiempo a su disposición, o todas las anteriores. Creo que como todas las manifestaciones artísticas, la escritura tiene que ver con tratar de exorcizar a tus fantasmas y, al mismo tiempo, tratar de dejar un testimonio, aunque tal vez a pocos o a nadie le interese.
El otro día escuchaba por la radio la experiencia de un tipo que se dedica a hacer expediciones por el mundo y su próxima aventura será cruzar caminando la Antártica, y le preguntaban qué es lo que lo motivaba, por qué lo hacía; él respondía simplemente que porque la Antártica estaba allí, y porque disfrutaba de hacerlo. Posiblemente mi Antártica
sea este papel en blanco, tan blanco como la nieve, que me puede llevar a distintas direcciones, y también corro el riesgo de perderme en el, o de salir ileso y con más experiencia. Además, escribir puede ser tan agotador como trasladar kilos de equipaje a través de una tormenta polar. La soledad del Polo Sur puede ser tan penetrante, y calarte hasta los huesos, como la que me acompaña en estos momentos mientras tecleo en medio de la noche, con la mayor rapidez que puedo para que no se me olviden ciertos recuerdos que me acompañan desde hace muchos años y que quiero dejar plasmados; deseo que, al menos, queden expresados aquí…
La siguiente es la historia de una obsesión, y también, por qué no decirlo, de un ajuste de cuentas. Reconozco que muchos de quienes salen nombrados en las siguientes páginas son personas que no conozco personalmente y puede que en sus vidas privadas sean tipos de lo más agradables, ejemplos de padres de familia, maridos modelos, etc., pero en lo que respecta a su quehacer público han provocado graves daños. Este es el motor que me mueve a escribir este texto: testimoniar el terrible mal que dichas personas han infligido a mi país.
Así como Mario Vargas Llosa en su novela Conversación en la Catedral se conduele y se pregunta en qué momento se jodió el Perú, yo me hago la misma interrogante respecto de Chile, y creo que aquel fatídico momento sucedió el 9 de julio de 1977, siendo más precisos aún, fue la noche de ese día, en las afueras de Santiago, en el cerro Chacarillas.
No recuerdo en qué momento tomé conciencia de este suceso. Por cierto que no fue durante mi niñez y tampoco en mi adolescencia, pero durante toda mi vida adulta he estado rumiando el asunto, dándole vueltas, buscando información en la prensa, en bibliotecas, en donde sea, sin saber con qué fin me abocaba a aquello, tal vez para buscar el rostro de los responsables de por qué Chile está como está. Algunos pueden creer que Chile se jodió con el Golpe de Estado de 1973, pero para mí ese solo fue el preámbulo, ese fue el sangriento parto de algo que vendría con fuerza más tarde. El Golpe solo fue la eclosión de la violencia, después vendría la organización, el disciplinamiento social que nos aqueja hasta hoy día, y las directrices para ejecutar todo aquello se dieron a conocer en 1977.
Cuando comencé mi recopilación sobre este tema, algunos amigos se preocuparon y temieron que había sido afectado por el Mal de Diógenes debido a la enorme cantidad de periódicos amarillentos que fui acumulando en mi habitación. En ese entonces no tenía idea de para dónde me llevaría esta indagación ni por qué lo hacía, solo sé que con cada revelación noticiosa o descubrimiento que hacía en la Biblioteca Nacional me venían súbitos ataques de alegría, como si hubiera encontrado el Santo Grial, ganado la Lotería o rescatado un tesoro de doblones de oro desde las profundidades del mar.
Lo siguiente que sucedió fue el quiebre de relaciones sociales que mantenía desde mi época escolar. Si bien durante el colegio la amistad se sustenta en base a una camaradería básica