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La Hija De La Mano Dura
La Hija De La Mano Dura
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Libro electrónico341 páginas5 horas

La Hija De La Mano Dura

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Información de este libro electrónico

En el ocaso de su adolescencia, Sofa, descubre los ms negros y ocultos secretos de su familia. La muerte de su amado primo Sergio, y el doloroso desencuentro con su primer gran amor, le animan a plantearse un futuro, pero ser la realidad de su familia y no sus deseos de ser alguien en la vida, lo que dicte el curso de su destino. Atrapada en un mundo de mentiras, muertes, corrupcin e intrigas; el amor y la vida vuelven a sonrerle, pero el destino, conspira para recordarle las consecuencias de ser; La Hija de la Mano Dura.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento27 sept 2013
ISBN9781463363291
La Hija De La Mano Dura
Autor

Juan C. Serrano

Nacido en la ciudad de Caguas, Puerto Rico en 1981, descubrió a muy temprana edad su amor por la escritura, destacándose, en pequeños certámenes escolares locales y recientemente, seleccionado por la española editorial Diversidad Literaria, para formar parte del libro de micro relatos: “Porciones del Alma”. Siempre ha considerado la escritura, como vehículo idóneo y, herramienta necesaria para el desarrollo y desenvolvimiento del pensamiento humano. Amante de la política y la cosa pública, durante los últimos años ha desarrollado su blog “Juancasito” donde comparte su visión de la sociedad y el mundo en general.

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    La Hija De La Mano Dura - Juan C. Serrano

    Copyright © 2013 por Juan C. Serrano.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    El texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.

    Fecha de revisión: 20/08/2013

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    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    488573

    ÍNDICE

    NOTA DEL AUTOR:

    JUNIO, 1998

    CAPÍTULO 1. UN TURBIO VERANO

    CAPÍTULO 2. VERDADES QUE ATRAPAN

    CAPÍTULO 3. FUENLABRADA

    CAPÍTULO 4. NUEVOS HORIZONTES

    CAPÍTULO 5. ATRAPADA

    CAPÍTULO 6. CAMINOS ERRADOS

    ENERO, 2008

    CAPÍTULO 7 . EMPORIOS, IMPERIOS Y MONARQUIAS

    CAPÍTULO 8. A REY MUERTO; REY PUESTO

    2009

    CAPÍTULO 9. ¡HASTA SIEMPRE!

    EPÍLOGO:

    A Dios.

    A mis sobrinos Génesis, Dianelis, Carla y a mi príncipe Keliel.

    A mis hermanos: Diana, Carlos y Jesús.

    A mis madres: Nélida y Luisa María.

    A mis padres en el cielo: Catalino y Juan Fuentes.

    Al resto de mi gigantesca familia.

    A mi polito del alma.

    A mis compadres: Alexis y Jenny.

    A Fany, Sheila y Katty, por ser amigas en todo el contexto.

    A Yahaira De Jesús, por tu constante apoyo.

    A Mi Amigo In pectore. L.S

    En fin, a todos lo que han creído en mí…. Y los que no…

    … ¡también!

    NOTA DEL AUTOR:

    D URANTE LA ÚLTIMA década del siglo 20, en Puerto Rico se implementó la iniciativa contra el crimen llamada La Mano Dura. Asistidos por La Guardia Nacional de Puerto Rico, los cuerpos de seguridad del Estado comenzaron a intervenir los residenciales públicos del país. El resultado inmediato de la política, lo fue trasladar los puntos de drogas, que asolaban a los vecinos de los residenciales públicos o áreas limítrofes, a los campos, barrios y barriadas de Puerto Rico. Su producto (aquellos que somos considerados hijos de la mano dura), no se percibió en su momento, por el contrario, en aquella época comenzó a formarse una generación silente, enclaustrada en un submundo de total violencia y carencias, que hoy día son los responsables de los estragos en nuestra sociedad, muy hastiada por el crimen. Todo comenzó en aquellos años.

    Sofía Ordaz, La Hija de la Mano Dura, ejemplifica la realidad de aquellos muchos jóvenes, que crecimos y nos formamos como individuos, en plena era de la mano dura. Algunos, no exentos de la actividad criminal, elegimos el camino del bien, alejándonos del negativo modelaje que nos rodeaba, rompiendo así con el círculo vicioso de la empresa criminal, pero a otros, como Sofía, su realidad los atrapó de tal modo que no pudieron escapar.

    Esta obra, no es el resultado de alguna pretensión por diseñar una hoja de ruta en la búsqueda de la erradicación del crimen, que nos mantiene en estado de total desesperanza, con ella, pretendo mostrar radiografía de una realidad que muchos vivimos en aquellos años y, cuyas consecuencias estamos atestiguando con perturbadora impotencia.

    El incremento de la actividad criminal, sumió al país en un estado de total indefensión y terror. Los asesinatos alcanzaron niveles históricos, arreció la lucha por el poder en un negocio que crecía como la espuma, permitiendo a los hampones, niveles de vida óptimos con el mínimo de esfuerzo y trabajo, pero peor aún, a precio de sangre inocente y lágrimas de muchas madres, esposas, hermanos, hijos, etc., que perdían a un ser querido en la calle.

    Soy testigo directo de las vivencias de Sofía y protagonista de otras. El rol de la familia como primerísima institución social, en contra peso, al rol de las instituciones del Estado como garantes de nuestra seguridad, me han servido como inspiración en la creación minuciosa de cada personaje, de cada historia que protagonizan y les entrelaza. Ésta, es una historia de amor que atrapa, pero no empalaga, la cruda realidad en que se desarrolla, simplemente lo impide.

    He procurado alejarme del lenguaje rebuscado y, escribir un texto en la máxima sencillez posible con el único fin que esta lectura sea una cómoda y que no asuste al menos culto. La lectura, es un importante vehículo para transmitir conocimientos. Todos merecemos la posibilidad de leer un libro y, experimentar el maravilloso ejercicio de intercambio de ideas que resulta de la lectura. En mi caso, ha sido una excelente herramienta liberadora.

    Como en toda historia de amor, también está presente la intriga, pero la historia de Sofía, es también una historia del desarrollo humano, de la toma de decisiones, de los retos que enfrentan los jóvenes, a la hora de tener que elegir la clase de ciudadano que serán, que rumbo tomarán en su transitar por la vida; hacia dónde dirigir su destino. A diario leemos heroicas historias de jóvenes cuyo ejemplo de superación debemos emular, pero Sofía, es una historia, que aunque nos resulte conocida y, en cierta medida nos identifiquemos con ella, debemos conocerla a profundidad para tener en claro que no la debemos imitar. Sofía me enseño que hay tres cosas de las que no podemos escapar: la familia, el amor y las consecuencias de nuestros actos.

    Convergen en Sofía, mil historias; propias y ajenas. De ante mano, suplico la disculpa de aquellos que con la presente historia puedan sentirse aludidos, pero les ruego que comprendan que la vida, trasciende mas allá de las fronteras de ese submundo, personal y encapsulado, en que pretendemos vivir. Nuestra historia, cosa que en ocasiones desconocemos, es también la historia de alguien más. Como los dedos de la mano; así de distintos somos los seres humanos, pero hay algo que todos tenemos en común; vivimos en la misma sociedad, somos parte del ecosistema universal, nuestras decisiones, necesariamente, afectan a quienes nos rodean, interponiendo en nosotros el deber de decidir concienzudamente nuestros próximos pasos, entendiendo aquello que dijo alguna vez Juárez; El respeto al derecho ajeno es la paz. Somos parte de un todo social.

    Muchos de los eventos en la vida de Sofía, están basados en hechos verídicos, por ello, los nombres de sus protagonistas han sido alterados y en muchas ocasiones las circunstancias —más no así su esencia—, han sido diametralmente transformadas. Importante también, ésta es una historia del pasado y su relación directa con el presente, de la importancia de saber, que en ocasiones, nuestro destino no viene escrito, en el paquete de envoltura de nuestro nacimiento, por el contrario, con nuestras decisiones, acciones y omisiones, lo vamos escribiendo, diseñando y condicionando.

    En momentos de crisis, no se toman decisiones. Es importante, esperar, analizar y luego actuar. Hay que preocuparse, para luego ocuparse, no a la inversa. Ir a la raíz del asunto, y explorar su causa, esto, la mayoría de las ocasiones, te brinda la respuesta a su solución. ¿Por qué nuestro país está tan asolado por el crimen? ¿Cuál es la causa? ¿Qué carencias tuvo esta generación que ha optado por el crimen como su actividad de sustento?

    Si no es mucho pedir, una vez finalizada la historia de Sofía, les ruego que vuelvan sobre estas preguntas e intentemos darle una respuesta concienzuda. Gracias por su apoyo… aquí les dejo, con ilusión, a Sofía; La hija de la mano dura.

    Si se humillare mi pueblo, sobre los cuales ni nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.

    2 de crónicas, 7:14

    Reina Valera 1909

    Vega Alta, Puerto Rico

    Algún día de agosto del año 2013.

    Todos los problemas de la vida, tienen solución; menos la muerte. Algo de mi cultura puertorriqueña que tengo muy arraigado, lo es, esa emotividad y drama con que manejamos la muerte. Gritamos, como si nos desprendieran a sangre fría alguna extremidad, nos desfallecemos en busca del consuelo, alteramos el ritmo respiratorio, gritamos, y gritamos, y gritamos…. No es que haya ausencia de dolor por el ser amado que se nos ha ido, ¡claro que no es eso! Ocurre, que aun en medio de nuestra crisis queremos recibir atención. Sí, ya lo creo. Es falta de atención lo que tenemos.

    Vivimos tan llenos de carencias. Crecimos tan encerrados en nuestro mundo —y a su vez, enclaustrados en el mundo de nuestros padres—, en una doble cápsula. Algunos lo recibimos todo —lo material, aunque abandonados de lo verdaderamente importante—, otros no reciben nada. No hay términos medios. Blanco o negro, sin grises. O todo, o nada. Al final, tan solo somos una pila de carentes: atención, amor, el regalo de navidad, la fiesta de cumpleaños, el juego en el parque, mi padre en la fiesta de graduación, el buen consejo, la salida a la playa. —O todo, o nada—. Somos unos tristes carentes.

    Yo conocí muy de cerca la muerte. Podría decir que fue mi socia, mi compañera de vida. Me vi tan relacionada a ella. Su presencia se tornó tan frecuente, al grado de terminar acostumbrada, llegué incluso, hasta tenerle cariño. ¡No exagero! Me hace hasta falta la muy hija de puta. Ha estado ausente, muy ausente estos días. Es un amor extraño el que nos profesamos. Algo así como el de la familia que se ama, pero pelea.

    Al principio, no me sentaba bien su presencia. ¡Es que llegaba sin aviso! La muy cabrona, cuando yo estaba enfocada en algún puto tema, se aparecía y, me arrebataba algún ser querido. Y entonces, yo gritaba, y gritaba, y gritaba… No me queda muy claro si yo me libré de ella, o ella se libró de mí —me dejó aparcada en cierta ocasión, en la cual estuve al borde de sucumbir a su obstinación—, pero nunca quiso llevarme. Me dejó un tanto abandonada en el mundo de los mortales.

    Lo de Kaleb, la verdad es que fue muy duro. Todavía recuerdo la llamada. Se me erizan los vellos. Faltaba poco para las seis de la tarde. No lo sé, uno diez minutos, tal vez. — Le han disparado —. El mundo se mi vino encima. Cuando llegué al hospital, aun me sentía esperanzada de encontrarlo con vida — en efecto lo estaba, pero en una lucha sin cuartel por vencer sus oscuras intensiones, —las de la muerte, porque las de Kaleb, son otra historia—. Cuando estábamos juntos, el mundo parecía no existir. Su amor era mi posesión más sagrada. Con él, comprobé aquella cosa tonta —que en el fondo no lo era—, que decían sobre la importancia de la compatibilidad, que las almas gemelas existen porque la verdad; él era la mía. No podía parar de gritar su nombre una y otra vez como si cada grito, representara un soplo de vida, como si la fortaleza de mi desespero y mi dolor, le fuese a devolver de ese eterno mundo del descanso.

    — ¡Kaleb!—

    — ¡Kaleb!—

    — ¡Kaleb!—

    Yo lo amaba con mi propia vida; realmente le amaba.

    Fue terrible verle tirado en aquella camilla todo bañado en sangre. Mi cuerpo se estremecía —los nervios me consumían—, por la angustia, el pecho me quería reventar, no soportaba el inmenso dolor, mi corazón estaba partido en dos y eso, se reflejaba en los gritos que provenían desde lo más profundo de mí ser.

    Me percaté que aun respiraba y podía sentir como apretaba mi mano e intentaba hablar, pero la pesadez de su lengua solo le permitía balbucear.

    Una contagiosa paz invadió su rostro —la paz de la muerte; ¡descansa en paz!—, su mirada perdida se depositaba sobre la mía y, mediante ese sencillo gesto nos trasmitimos amor. Cerró los ojos y suspiró. Se había ido. Veintiocho disparos nos separaron para siempre.

    — ¡Kaleb! —

    — ¡Kaleb! —

    Nunca imaginé que me uniría al club de las viudas vecinas. Habría transcurrido tan solo mes y medio, en la fiesta de año nuevo, nos habíamos prometido reforzar nuestro futuro, afianzar nuestro amor y finiquitar nuestro proyecto de vida juntos, por siempre, —hasta que la muerte nos separe—.

    Es precisamente la muerte la única cosa que tenemos asegurado en la vida. Solemos erróneamente hablar de ella como algo lejano, tardío en llegar, como una cosa ajena a nuestra realidad humana, imposible que nos toque, es por ello, que cuando se aparece de repente te golpea tan fuerte. Le pasó a Elizabeth, a Claudia, Anita, a Wanda, a Franchesca, a Teresa, a Mirna, a Diana, a Sandra… …la guerra de la calle nos había arrebatado a nuestros hombres. Se había llevado a mi Kaleb.

    ––Sofía, este año 2009 viene fuerte, Má’. Este año nuevo será nuestro año––, me dijo, sonriendo pícaramente.

    ––Yo te amo con toda mi alma, Kaleb. Que sepas que a tu lado me siento una mujer plena ––, contesté, un poco sonrojada.

    Las muestras afectivas no tenían cabida, sobre todo, por la percepción que de nosotros, tenía la gente. Más bien, por quienes éramos. Luego de esta declaración, nos miramos fijamente por casi un minuto. El rompió el hielo acercándose y, tomándome la mano, acarició mi mejilla derecha y me besó tiernamente.

    ––Yo también te amo, Sofía––, susurró y, su respiración invadió mi rostro. Nos quedamos abrazados, sintiéndonos, sin querer movernos, como si ese abrazo fuera el preludio de una despedida.

    Entonces, el ensordecedor ruido de los petardos, y los gritos de efusividad del abuelo Tino, atosigado con sus 12 uvas, nos anunciaban la llegada de ese nuevo año. Aquel maldito 2009, que lejos de ser nuestro, nos jugó la mala pasada de separarnos para siempre. Siendo Kaleb quien era y como era, escucharle expresar sus sentimientos era un acontecimiento extraño, paranormal, fuera de este mundo.

    Por mucho tiempo vivimos en un mundo cuasi monárquico donde él, era Rey y yo, su Reina consorte, esto cambiaria en el ocaso de su vida, pero la gente aun nos percibía como tal, así que, como dicta el protocolo en toda Casa Real, las muestras de sentimientos en público estaban totalmente prohibidas, ni para los monarcas, ni para los depuestos, ni para ningún miembro como tal. No por capricho, la realidad es que representan una muy clara señal de debilidad y la empresa, una vez dirigida por Kaleb, fundada a precio de la sangre de cientos de personas, no podía permitirse semejante mancha en su poderosa e indestructible imagen.

    En su velatorio, mientras contaba esta última escena junto él, los allí presentes me miraban y no disimulaban su tristeza, era muy perceptible en sus rostros, pero la pena no era por el difunto, era por mí. Para ellos, la muerte de Kaleb era la crónica de una muerte anunciada, pero simplemente no daban crédito que un tipo de su calaña se expresara en esos términos. –– ¡Pobre ilusa! ––, alcancé a leer en los labios de mi madre, quien había vuelto de Fuenlabrada, para estar conmigo en ese momento de dolor. Un hombre con su historial, pero sobre todo con su personalidad no se expresaba así; punto. No estaba permitido; nadie en su posición demuestra su fragilidad de forma tan abierta, está prohibido para una figura de autoridad, un líder, un Rey.

    A pesar su de formación criminal y escasa escolaridad, Kaleb tenía una filosofía de vida un tanto progresista. Filosofía que me resultaba fascinante y, que no tardé en copiar y convertirla en mi modo de vida. El solía decir que: el pecado del silencio, cuando hay que protestar, es lo que hace cobarde a los hombres. Esa cita que aprendió en la escuela, antes de abandonar su octavo grado, le cambiaría su vida para siempre y la puso en práctica, no tan solo ante la injusticia, sino que la ajustó a todas sus facetas de la vida. Desde entonces aquello que simplemente no le gustaba, lo protestaba, y si no se le convencía de lo contrario simple y sencillamente, no se lo comía. Para Kaleb no existía la justicia, porque él era la justicia.

    El me enseñó los rigores de la calle, la malicia necesaria para lidiar con las rudezas de ese escenario, me enseñó cómo se bate el cobre y con su partida, la vida me estaba dando una oportunidad que no pensaba, para nada, desaprovechar; poner todo mi conocimiento en práctica y llegar al fondo de todo aquello cuanto culminó con su muerte. Yo sentía que su partida, había impuesto sobre mí, el deber de lograr que no fuera en vano, que todos supieran que, aun en su ausencia, su esencia permanecería por siempre.

    Todo cuanto me había planteado, con su partida, pasó a un segundo plano. No había otra prioridad en mi vida, más que vengar la muerte de Kaleb. Me resultaba indispensable llegar hasta el fondo de todo. De alguna manera sentía que solo así podría estar en paz con su memoria. Me sentía en deuda y hasta cierta parte culpable de su muerte. En algún momento nos planteamos la posibilidad de irnos lejos y lograr una vida nueva, juntos, en otros lares, pero yo estaba en deuda con el abuelo Tino. El me había dado todo en un momento clave de mi vida en que le necesité. Irme y dejarlo atrás, en los últimos años de su vida, hubiese sido un acto de descarada e inexorable deslealtad. En todo caso, somos el resultado de nuestras decisiones. No había marcha atrás, no tenían espacio los si hubiese hecho tal, o hubiese dicho tal. No existen los hubiese.

    Solo me queda mirar hacia adelante y simplemente, continuar.

    Junio, 1998

    CAPÍTULO 1

    UN TURBIO VERANO

    T ENGO EL FIRME convencimiento que cuando mi madre eligió mi nombre, Sofía, como la Reina, tuvo, la intensión de, indudablemente, lograr hacerle saber al mundo mis raíces españolas, pero también de quedar bien con el monárquico patriotismo de mi padre. El tenía la intención de llamarme Catalina, pero un accidente de tráfico, sin resultados graves, a Dios gracias, ––por el accidente y por haber resultado ileso––, le impidió llegar al registro demográfico y la tarea de inscripción, recayó en mi santa madre, quien detestaba el nombre y me lo cambió por uno más decente.

    Mi padre, Iñaki Ordaz es de Fuenlabrada, Madrid; mi madre, Susana Merlo de Bilbao. No estoy tan enamorada que digamos de mis raíces, el apasionado y desenfrenado estilo de vida que profesamos los nativos Portorinsensis, me atrapó de tal manera que no he procurado con diligencia desarrollar vínculos afectivos con la Madre Patria. No por falta de intento, en casa de mis padres no se respira otra cosa más que España. Venir y hacer negocios en Puerto Rico fue la mejor decisión que en su momento tomaron mis abuelos y por consiguiente, mis padres. Claro, luego la vida se encargó de hacerme replantearme esto, pero por haber nacido puertorriqueña les estaré eternamente agradecida.

    Aquí nací y me siento la mujer más dichosa del planeta. Aunque ciertamente, me siento en deuda con ellos, los rigores de mi vida en Borinquén me llevaron a incumplir mi promesa que algún día volvería a su tierra, no en carácter vacacional, como religiosamente hicimos cada verano hasta que cumplí 18 y me independicé, y si, en la formalidad de una vivencia permanente. Claro, ya luego entendería que la pretensión de mis padres, no era un mero capricho de amor patrio y adoración extrema hacia la península ibérica, era más bien, una especie de intento por proteger mi vida.

    Muy a pesar de la realidad de mi entorno, mis padres procuraron siempre darme lo mejor. Ellos eran muy poco expresivos, no recuerdo haberles visto besándose. Sin embargo, eran muy libres en su pensamiento y esto, trataron de transmitírmelo. Soy el resultado neto y exclusivo de mis vivencias y de mis propias decisiones. En mi hogar recibí amor, comprensión y todos los bienes materiales necesarios en mi frustrada intención por prepararme académicamente, pero sobre la base de la filosofía medio hippie de mis padres, de la absoluta libertad del ser, aunque en mi toma de decisiones muchas veces me alejé totalmente de la vida sencilla y simple. El pensamiento previo a la toma de decisiones giraba siempre en torno a mí, a lo que yo anhelaba, quería, gustaba o simple y llanamente lo que mi corazón me dictara. Obviamente, no todo fue color de rosas. Tuve mis carencias. El exceso de protección me limitó de ciertas cosas e incurrí en conductas irreprochable. En cierta ocasión, mientras cursaba el octavo grado, me suspendieron de la escuela como medida disciplinaria por robarme unos marcadores de color, con olor a frutas que pertenecían a la maestra del curso de Economía Doméstica y muchas otras travesurillas típicas de la edad. Ya una vez, descubrí ciertas verdades ocultas sobre mi familia, mi vida dio un cambio drástico.

    Los temas de sexo eran un tabú en mi casa. Todo cuanto conocía sobre el tema, lo aprendí por referencia, por la clase de educación sexual o por mis sesiones de video porno con mi mejor amiga, quien siempre me planteaba la importancia de aprender, para cuando nos tocara, no pecar de inexpertas. ––Al hombre le gusta que su mujer sea una perra en la cama––, solía decirme.

    Creo, no obstante, que toda esa crianza de mis padres, basada en libertad y en fomentar la libre determinación y toma de decisiones, siempre estuvo condicionada. Ellos no pudieron abandonar la esperanza que en mi libre transitar por la vida yo hubiese elegido el camino que más cerca me mantuviese de ellos, pero sobre todo, el que más leal y cercana me mantuviese a la empresa familiar. En el fondo, en sus corazones, mantuvieron la esperanza que yo cumpliera con las expectativas que ellos me habían pre-establecido por entenderlas correctas, aunque ciertamente sus pretensiones y este tópico de amar a los hijos, pudiera, a los ojos de dos o tres moralistas, parecer un tanto incompatibles. Solo así, podría explicar su escaso respaldo ante muchas de mis decisiones y su definitivo regreso a la cálida Fuenlabrada.

    II

    En el verano del 98’ mis padres me autorizaron a vacacionar con la familia de Roberta, mi mejor amiga de toda la vida. Estaríamos varios días en el parador Emajaguas, en la sureste municipalidad de Maunabo y me contó Roberta, que la localidad tenía una hermosa piscina que estaba justo en una montaña, con una impresionante vista al mar. Me hacía mucha ilusión, pues ya podía contar con alguna experiencia veraniega, adicional al ya acostumbrado, aburrido y rutinario viaje a Fuenlabrada. Recuerdo, que ambas planificamos al dedillo y meticulosamente nuestras agendas, de modo que disfrutáramos cada segundo de las vacaciones. Eventos así no deben desaprovecharse y para dos niñatas, con aires de pijas en plena revolución hormonal, la posibilidad de unas vacaciones fuera de la rutina hogareña, era siempre una magnífica noticia.

    La realidad es que con la excepción de mi mejor amiga, yo no tenía confianza con nadie en el grupo de personas que iríamos a vacacionar, más allá de un saludo en el portal de la escuela, no había tenido una mayor interacción con sus padres; Doña Bernarda y Don Cristóbal. Me parecían gente seria y en efecto lo eran. Se habían dedicado a trabajar para darle la mejor educación y estilo de vida a sus hijos, que contando a mi amiga eran tres. Fernando, el menor, era de aspecto rudo y en su expresar era muy engreído. Solía tener la creencia que todas las mujeres se morían por él, algo que no me extrañaba, pues era una forma habitual de pensar, para los chavales de dieciséis años de edad. Anaya, la mayor, era una verdadera cabrona.

    Desde que me vio, con su mirada, me hizo saber que no me haría la vida fácil y muy de cuando en vez lanzaba un dardo venenoso con sus indirectas, tratando de humillarme, cosa que no me extrañaba puesto que, desde que llegué al punto de encuentro para nuestra partida, su novio, que solían llamar con el apodo de Machuca, no tenía otra manera de dirigirse a mí, si no era complementando sus actos, gestos y dichos con una guiñada o regalándome una sonrisa coqueta. Aunque yo no respondía a sus proposiciones, Anaya, me veía como una ramera a la caza de su león. Éramos siete en esa primera furgoneta. Según supe el otro grupo nos aguardaría ya en el parador. Tenía entendido que se trataba de una tía materna de Roberta, su esposo y sus tres hijos.

    El camino fue una soberana pesadilla. El padre de Roberta parecía empeñado en querer torturarnos, como si fuésemos afganas del clan Talibán, apresadas en Guantánamo, ya que el volumen de su música favorita, era tan alto que para hablarnos y poder escucharnos con prudente razonabilidad, teníamos que gritar. Era la música de un tal Pellín Rodríguez.

    —Ustedes no entienden de buena música. Esta generación esta perdía’ —, Alcanzó a gritarnos en determinado momento, como prediciendo la razón de nuestros desencajados rostros.

    Unas veces salsa y otros tantos boleros, no nos quedó más remedio que callar e intentar digerir la música, resignados a que nuestros ruegos, por ver fundir la radio, no fuesen respondidos y sin poder concentrarnos, soñar con avanzar a llegar a nuestro destino.

    De pronto, cuando menos lo esperábamos, ya a punto de reventar nuestras cabezas y con la resignación en el cuerpo, reinó el silencio.

    —Hemos llegado—,

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