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Me Too: Historia de la vida real
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Libro electrónico238 páginas4 horas

Me Too: Historia de la vida real

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Información de este libro electrónico

La historia de la vida real, nos narra la subsistencia de una niña que nace en una familia disfuncional, donde ella y sus once hermanos deben ingeniárselas para salir adelante con todo en su contra. El relato describe, paso a paso como un ser malvado se va adueñando de la vida de esta niña, de forma sutil y estratégica, hasta llegar a dominarla

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento17 may 2022
ISBN9781685741426
Me Too: Historia de la vida real

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    Me Too - Carolina Garay

    Me_too_port_ebook.jpg

    Me Too

    Historia de la vida real

    Carolina Garay

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos e imágenes fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable sobre los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku, LLC

    www.ibukku.com

    Diseño y maquetación: Índigo Estudio Gráfico

    Copyright © 2022 Carolina Garay

    ISBN Paperback: 978-1-68574-141-9

    ISBN eBook: 978-1-68574-142-6

    Índice

    Prólogo

    Capítulo 1

    Antecedentes

    Capítulo 2

    El apellido

    Capítulo 3

    Los amores

    Capítulo 4

    La cuarta hija

    Capítulo 5

    Apareció un demonio

    Capítulo 6

    El inicio de diez años de infierno

    Capítulo 7

    El primer abuso

    Capítulo 8

    La confesión

    Capítulo 9

    La etapa escolar

    Capítulo 10

    La muerte

    Capítulo 11

    El Colegio de la Aurora de Alajuelita

    Capítulo 12

    1 de mayo de 2001

    Capítulo 13

    Conocí a un ángel rebelde

    Capítulo 14

    La verdad que dolió

    Capítulo 15

    Mi resiliencia

    Capítulo 16

    Mi primer empleo formal

    Capítulo 17

    ¿Cómo se vive?

    Prólogo

    Medité mucho antes de escribir mi historia. Pensé que revivir todo lo que aconteció significaba traer a mi mente recuerdos de dolor, vergüenza, ira, impotencia y arrepentimientos; en fin, una vorágine de sentimientos con los cuales me es muy difícil lidiar.

    Esa meditación me llevó 20 años. Constantemente tenía en el pensamiento dos voces: una me decía: tenés mucho que contar. ¡Tu historia es inspiradora! ¡Tenés el deber de ayudar! ¡Las cosas no se pueden quedar así!. La otra voz me decía: no lo hagás, te vas a exponer a tanto, te desnudarás ante el mundo, y así fue pasando el tiempo, el cual se transformó en años y las voces de mi mente nunca me abandonaron.

    A la edad de 36 años, decidí que me quería liberar de ellas, ya me habían acompañado durante mucho tiempo, ya me habían jodido mucho la vida y decidí sentarme a escribir y no detenerme hasta obtener un libro, una historia que inspirara (espero lograrlo). Además, espero llegar a los corazones de muchos seres humanos que pasaron por lo mismo que yo, y poderles brindar, de alguna manera, ayuda para superar lo vivido; o bien, si alguien en el momento que lea mi historia está pasando por lo mismo, pueda decidir escapar, abrir sus alas y ser libre, libre del maltrato, libre de culpas y vergüenzas, libre de su mente. ¡Libre!

    Esta historia no solo trata de mí, trata de personas que, al estar a mi lado, fueron arrastradas a momentos difíciles y muy traumáticos. ¿Los más perjudicados? Mis hermanos, hermanos inocentes que me querían, pero vivieron momentos que un ser humano no debería vivir nunca y menos a su corta edad; inevitablemente, lo vivido los arrastró a una vida de traumas y culpas en su adultez. Fueron sometidos a lidiar con cargas emocionales, de las cuales nunca fueron responsables, pero ellos no lo sabían. Y solo por el hecho de nacer en esa familia, tener a esos padres y esas condiciones paupérrimas de vida, detonaron todo lo que son ahora.

    Gracias a Dios, gracias a la vida, hoy día son ciudadanos buenos que aportan a la sociedad, y están formando ciudadanos capaces, con principios y valores, para que los daños citados en este libro, en nuestra familia no se vuelvan a repetir.

    Al final, todo giraba sobre mí. Mi espalda a tan corta edad, ya estaba cargada de muchos prejuicios y vergüenzas; siempre me sentí culpable por lo que ellos pasaron, por el amor que me tenían y aún me tienen. Todavía me siento culpable por lo que ahora siendo adultos sufren y se culpabilizan por lo que me sucedió a la edad de 6 años. Con este libro deseo de todo corazón liberarlos, que terminen de una vez por todas con sus culpas y no me visualicen como una víctima, por el contrario, que me visualicen como su Ave Fénix.

    Me too trata de una historia de abuso sexual, psicológico y físico. No sé en qué año leerás este libro; ahora mismo, sentada en mi oficina, inspirada en este proyecto transcurre el año 2021. Hace unos años atrás, tres o cuatro, no recuerdo muy bien, se desataron en Hollywood demandas de actrices famosas acusando al director y productor Harvey Weinsten por acoso y abuso sexual. Cada vez que salía una mujer denunciando, iba tras ella otra con la misma acusación. Yo, mientras tanto, escuchaba esas noticias en mi carro camino a mi trabajo, y ahí me enteré de que ellas hicieron un movimiento llamado Me too. Muchas mujeres se unieron en contra de su agresor, entre todas se apoyaban y cada vez que salía una acusación otra levantaba la mano y decía: ¡ey!, yo también, a mí también me pasó.

    Yo las veía como guerreras defendiéndose unas a otras; no importaba si una era más famosa o exitosa que la otra; todas tenían algo en común: las habían agredido, ofendido, abusado y estaban unidas y listas para defenderse, así como defender a su igual.

    Yo pensaba: "Me too, pero cómo hago para que el mundo lo sepa. Esa situación la hemos vivido un porcentaje importante de mujeres en este país. Ellas son valientes por denunciar, levantar la voz y decir: ¡no es correcto lo que nos está pasando!". A pesar de la fama y la exposición que tendrían al realizar la acusación, aun así, se empoderaron y lo hicieron. Pero las otras, las temerosas, las que ven esa situación y creen que eso pasó por su culpa, por estar en ese momento en ese lugar, esas que se callan por vergüenza, como si aún estuviéramos viviendo en la época del patriarcado, donde no teníamos voz ni voto.

    En este libro quiero manifestar el Me Too, cuando era una niña de barrio de bajos recursos. Una niña que, en una situación así, no supo qué hacer o a quién acudir.

    Me Too puede decir esa mujer a la cual su esposo o pareja la agrede de diversas maneras. Me Too dicen esos niños que siendo del sexo masculino no se escapan de esta experiencia y también les ocurre y son marcados, para bien o para mal. En ocasiones, unos usamos la experiencia del abuso para proteger a otras posibles víctimas y, lamentablemente, otros cometen el mismo abuso de una manera más atroz, repitiendo el patrón de sus abusadores, marcando a otras personas y la cadena no se corta.

    Ahora mismo, en Costa Rica, estamos viviendo historias que nos indignan y nos llenan de impotencia. ¡Qué irrespeto! ¡Qué burla es esta! En pleno siglo 21, califican como un homicidio simple, la violación y muerte de una niña de 18 años; quien, cuando regresaba a su casa, después de estudiar en horas de la noche, coincide con su vecino que le ofrece llevarla a su casa; cuando tenía las intenciones más viles y crueles que se pudieran imaginar. Al final su muerte fue fatal, pero el final de Allison Bonilla representa un final fatal para todas las mujeres que vivimos en este país, porque las leyes con sus resoluciones nos están diciendo: hagan lo que les hagan, las leyes son dóciles para los agresores. No solo se trata del caso de Allison, al cabo de 3 años, las víctimas fueron Allison, Eva Morera y Luany Salazar, y las leyes de este país siguen siendo de risa.

    Ellas, lamentablemente, murieron; pero aquí seguimos las niñas y niños que hemos vivido un infierno, en manos de nuestros abusadores, aún seguimos vivos. Ahora, en mi caso, viviendo una vida de adulto, pero con la certeza de que tengo mucho que contar para evitar futuras agresiones y, de alguna manera, exigirle al país y a las leyes, mayor protección y respeto para nosotros.

    Esta historia relata, paso a paso, cómo llegué a una vida de abusos de toda índole, siendo apenas una niña de 6 años, además, cómo influyó la sociedad costarricense para que esta situación se prolongara durante 10 años continuos. Demostraré la falta de apoyo total por parte del Estado y también por parte de la sociedad en la que nos hemos convertido o, mejor dicho, la que siempre hemos sido, indiferentes. Aunque no generalizo, porque todavía tenemos seres extraordinarios que hacen la diferencia.

    Espero que, con este trabajo, logre hacer algo por los futuros abusados, quienes me encantaría que no existiesen, pero este problema no se erradica de la noche a la mañana.

    Carolina Garay.

    Capítulo 1

    Antecedentes

    No podría iniciar esta historia sin, antes, relatarles el contexto en que se desarrollaron los hechos, antecedentes importantes de las personas involucradas que van a sorprender a muchos con sus vivencias y experiencias. Deseo encarecidamente tener la imparcialidad necesaria para plasmar el relato tal y como ocurrió y que mis sentimientos no influyan satanizando a los personajes. ¡Que sean ustedes los que decidan qué sentir!

    Según mis cuentas, analizando datos y edades de los involucrados, transcurría el año 1960 en Nicaragua. Mi abuela Estefana vivía con sus dos hijas en las montañas de ese país. Según contaba doña Estefana, ella tuvo catorce hijos, pero solo a esas dos hijas pudo conservar. Ella nunca contó a fondo lo sucedido, pero los otros doce hijos le fueron arrebatados por sus padres, familiares y a los otros los abandonó, unos años antes de migrar a Costa Rica. Antes de llegar a Costa Rica, vivieron en un pueblito problemático de Nicaragua. Mi tía Telma y mi madre Jenny eran niñas pequeñas y con problemas, en todo sentido, nunca fueron a la escuela y, aunque mi madre apenas tenía 7 años, a esa edad ya debía haber tenido algún roce con la educación; ya saben, letras, números, cartelitos educativos del jardín de niños, pero tristemente nunca fueron alfabetizadas. Estaban condenadas a cometer grandes errores, esos que cometemos por vivir en la ignorancia.

    Mi abuela tenía muchos problemas con sus vecinos. Mi madre siempre contó con tristeza cómo fueron sus días cuando a mi abuela le alzaban pleito, por cualquier cosa. Un ejemplo es cuando iban a lavar al río y las otras mujeres se molestaban, así que se iban a los puños y, curiosamente, mi abuela siempre terminaba en la cárcel del pueblo. Yo en mi inocencia no entendía por qué las personas de la nada desarrollaban un odio hacia otro ser humano con dos niñas, que lo único que solicitaba era un espacio en el río para lavar. Conforme fui creciendo, aunque es curioso, porque a mi corta edad de 5 años recuerdo todo perfectamente, además, recuerdo que siempre pensaba como un adulto y no como una niña; en fin, mi conclusión era: no creo que mi abuela no hiciera nada para que las personas la odiaran. Con esta observación, mi madre se molestaba y, al final, no tenía respuesta a mi interpretación.

    En una de esas ocasiones, cuando encerraron a mi abuela en la cárcel, Jenny con 7 años durmió afuera de la estación de policía llorando por su madre, ya que, como todo niño normal de esa edad, tenía un apego con ella. ¡No me imagino el sufrimiento que pudo tener durante esa noche durmiendo afuera de la delegación y, si a eso le sumamos que vivían en extrema pobreza, tenía todas las condiciones desfavorables, hambre, frío, cansancio! Al día siguiente, mi madre regresó al rancho donde vivían sola, ya que a su madre la dejaron tres días encerrada. Al llegar a la casa, su hermana estaba retraída sentada en una silla comiendo tierra, según contaba mi madre, era muy común que ella hiciera eso y, como consecuencia, mi tía siempre estaba muy inflamada.

    —Me imagino que comía tierra por falta de alimento —le dije a mi madre, pero ella no decía nada a favor de su hermana. En esos momentos podía notar que, entre mi madre y su hermana, no existía un amor puro, bonito, entre hermanas; me parecía que era una competencia por parte de mi madre, porque no recuerdo que mi tía se comportara como ella lo hacía. Mi madre siempre quería resaltar lo superior que era ella con respecto a su hermana. Nunca entendí por qué, en realidad ninguna de las dos hizo algo relevante en sus vidas; ni el poderoso don de ser madres lo ejercieron con honores.

    Ante esta afirmación, el lector estará pensando que estoy escribiendo con el hígado y ya las estoy juzgando, pero, si sigue leyendo, entenderá el porqué y después decidirá.

    Continuando con el relato, la vida en ese pueblo era difícil, así que mi abuela consiguió una oportunidad de cuidar una finca en las montañas de Nicaragua. Según las historias, llegar ahí fue muy difícil, ya que estaba muy lejos y en una espesa selva, debían vivir de lo que sembraran y de animales que pudieran cazar, no había forma de ir a la venta como ellas llamaban a lo que, en Costa Rica, llamaríamos pulpería. Era extraño, cuidaban la finca y no recibían pago alguno, los dueños nunca llegaban, pasaban meses y meses y nadie aparecía. Según cuentan, las pocas veces que llegaron era en una avioneta y en la propiedad tenían su pista de aterrizaje, así que, cuando abuela nos contaba la historia de pequeños, yo me imaginaba que esa era una historia fantástica a la cual ella le estaba poniendo mucha emoción; pero, bueno, no tenía más que creerle. Según ella era una casa grande, muy bonita y con mucho lujo, pero, aunque los gringos nunca llegaban, ellas no dormían dentro de la casa, dormían en el sótano de la ostentosa propiedad.

    Recuerdo que siempre preguntaba a qué se dedicaban esos gringos. Ellas nunca me pudieron responder, solo decían que dentro de ese sótano había un montón de maniquíes lúgubres y feos, los cuales las asustaban mucho; además, que en la casa había mucha mercadería, particularmente ropa fina y muy linda en percheros; así que creía que eran personas que vendían ropa, pero ya de grande me pareció que podrían haber estado en una finca de narcos o algo parecido, por la pista de aterrizaje. Al final, el misterio de la ocupación de los gringos nunca se aclaró, mi madre dice que un día se fueron y no regresaron jamás o por lo menos durante el tiempo que ellas vivieron ahí.

    En esa selva había todo tipo de bestias salvajes, según lo relatado, había leones, tigres, chanchos salvajes, serpientes y el más peligroso: ¡hombres lujuriosos y pedófilos! que de vez en cuando pasaban por la casa con malas intenciones hacia las dos niñas; de manera que era una regla para ellas ir a dormir cuando oscurecía. Así que, a las 4 p.m., ya estaban acostadas.

    En la casa ocurrían cosas muy extrañas, se movían los maniquíes, se escuchaban ruidos, pasos, voces y para ellas era un martirio cuando llegaba la noche. Mi abuela toda la vida fue fiel creyente de lo sobrenatural y juraba que las leyendas de los pueblos eran ciertas, la Mona, la Cegua, el Cadejo, las Brujas, etc., como consecuencia, siempre les decía:

    —No hagan ruido porque nos llevan los espantos.

    No quisiera que me malinterpreten con lo último que acabo de escribir. Mi abuela no era una especie de bruja reprimida, de hecho, era muy religiosa y en su ignorancia, ya que no sabía leer ni escribir, entendía muy bien los fundamentos de la religión católica, ya que bajo ese dogma fue criada. Pero contaba historias tan increíbles que le salían de su imaginación, por ejemplo, que a las 6:00 p.m. llegaba la pantera, pero que, en cuestión de tiempo, se convertía en el Cadejo. Yo solo me imaginaba a ese par de niñas muertas de miedo.

    Escuchar a mi abuela contar esas historias en ocasiones me parecía muy chistoso, de verdad que se metía en el personaje, pero, a la vez, me daba miedo; las historias parecían ciertas, yo me dormía preguntándome: ¿qué tal si las brujas entran a la casa y quieren usar el fogón de abuela?. Al final no sé si fue mi imaginación, pero, cuando ya todos dormíamos, escuchaba que cocinaban en el fogón de mi abuela y hablaban bajito. Abuela en su cama en la espesa oscuridad nos decía:

    —Ahí andan, no hagan ruido. —Me tapaba con la cobija y rezaba por que amaneciera pronto.

    En este punto de la historia, pierdo el hilo cronológico. Aconteció que llegó un hombre que se juntó con mi abuela. Es increíble ver lo fácil que resultaba para ellas meter a un hombre a la casa, a un desconocido y volverlo parte de la familia; en fin, terminó siendo un agresor tan violento que puso en peligro la vida de las tres, para ese entonces mi madre ya podía rondar la edad de 11 años. Ante tal amenaza, decidieron escapar, así que agarraron todo lo que pudieron y partieron de la finca. Se olvidaron de los espantos, de la pantera, de las brujas, de los gringos, de los doce hijos y hermanos, y con sus pertenencias, abandonaron la selva en busca de libertad.

    Capítulo 2

    El apellido

    Al partir de la casota de los gringos, su objetivo era llegar a Costa Rica, así que abuela se contactó con un señor que les ofreció traerlas en avioneta hasta el país, no tenían ningún tipo de identificación, con costo cada una se sabía el nombre. Al llegar a la avioneta para partir hacia Costa Rica, mi abuela que, como les digo, era una persona muy chistosa con sus actos, su manera de hablar y sus ocurrencias, decidió presentarse para partir con sus tres galIinas, las ollas tiznadas y la ropa en una bolsa.

    Cabe mencionar que ese no era un viaje VIP hacia el aeropuerto Juan Santamaría, era algo tan informal que, en mi niñez y falta de experiencia, yo argumentaba: ¡eso no puede ser cierto!. Bueno, mi abuela, mi madre y mi tía se suben a la avioneta con otras personas y el piloto, definitivamente ese era un viaje ilegal que traía a extranjeros hacia Costa Rica, por medio de las montañas. Por favor, no me pregunten de dónde sacaron el dinero para pagar algo tan costoso personas que no tenían ni para comer. Mi abuela nunca contó qué hizo para realizar el pago, pero lo cierto era que no había opción, el hombre malvado que había metido a su casa le seguía el rastro y, si no salía del país, la mataría.

    Ya en la avioneta, le preguntaron a mi abuela:

    —¿Cuáles son sus nombres y apellidos? —un silencio muy incómodo se apoderó del

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