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Nosotros y los otros: Efectos colaterales de la Guerrilla Argentina en una familia que migró de Cosquí
Nosotros y los otros: Efectos colaterales de la Guerrilla Argentina en una familia que migró de Cosquí
Nosotros y los otros: Efectos colaterales de la Guerrilla Argentina en una familia que migró de Cosquí
Libro electrónico641 páginas8 horas

Nosotros y los otros: Efectos colaterales de la Guerrilla Argentina en una familia que migró de Cosquí

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Efectos colaterales de la guerrilla argentina en una familia que migró de Cosquín a Barcelona.

Es nuestra historia, contada desde mi óptica, desde mis vivencias y desde mis sentimientos, encontrarán una sucesión de hechos políticos, religiosos y familiares que voy narrando. Algunos, como preludio de circunstancias que nos fueron afectando directa o indirectamente, y otros, vividos como protagonistas.

A lo largo de estas páginas, podrá comprobarse que las opciones de vida siempre estuvieron inspiradas y alimentadas por la utopía de un mundo mejor. Muchos, imbuidos de una concepción cristiana de amor al prójimo; otros, no; pero todos lo hicieron por la justicia, la dignidad, el respeto a las ideas, el derecho a tener derechos. Y, en esa lucha, algunos pagaron con sus vidas, condenados por ser y pensar diferente a los intereses del poder de la dictadura que bañó de sangre el suelo argentino.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento30 nov 2018
ISBN9788417164447
Nosotros y los otros: Efectos colaterales de la Guerrilla Argentina en una familia que migró de Cosquí
Autor

Ricardo Jorge Ruggero

Qué extraño y singular puede resultar escribir un libro sin ser escritor, un libro que nada tiene que ver con la literatura en sus términos clásicos, pero que supone sumergirse en una geografía conocida, transitada y padecida por muchos contemporáneos, con la particularidad de que, aún sin poder evitar su condición de libro, pretenda ser un tributo a la memoria de tantos ignorados y desconocidos que vivieron circunstancias parecidas o de otros, cuyos nombres no merecen caer en el olvido. Ricardo Jorge Ruggero, nacido en Cosquín (Córdoba, Argentina), es ingeniero mecánico electricista por la Universidad Nacional de Córdoba, ingeniero laboral por la Universidad Tecnológica Nacional de Córdoba y profesor de Ciencias Tecnológicas por el Garzón Agulla. Decidió afrontar la muy ardua y dolorosa tarea de escribir esta historia enfrentándose a su propio dolor, a su propio compromiso ético, a los fantasmas que lo persiguieron durante años, pero, sobre todo, para otorgársela a sus hijos y nietos, herederos de un pasado absolutamente desconocido y ante quienes sintió la obligación de darla a conocer. A lo largo de su vida, tomó muchas y serias decisiones relacionadas con su profesión. No obstante, las más significativas fueron aquellas que debió enfrentar en momentos cruciales, atravesadospor los efectos colaterales que se generaron por ser hermano de un militante montonero asesinado durante la última dictadura militar.

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    Nosotros y los otros - Ricardo Jorge Ruggero

    Nosotros y los otros

    Efectos colaterales de la Guerrilla Argentina en una familia que migró de Cosquín a Barcelona

    Primera edición: noviembre 2018

    ISBN: 9788417637569

    ISBN eBook: 9788417164447

    © del texto:

    Ricardo Jorge Ruggero

    © de esta edición:

    , 2018

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Introducción

    No voy a explayarme explicando los motivos de este libro. Se explica por sí solo sobre las razones que impulsaron su escritura. Sí quiero agradecer a aquellos que me prestaron su generosa ayuda para corregir su contenido, aportando sugerencias y opiniones de gran valor.

    También quiero dar las gracias a todos y cada uno de ustedes, mis seres queridos, mi familia, por ser como son, porque hemos crecido y avanzado a pesar de todas las dificultades que hemos sufrido y superado juntos, reflejadas a lo largo de estas páginas.

    Es nuestra historia, contada desde mi óptica, desde mis vivencias, desde mis sentimientos. Encontrarán una sucesión de hechos políticos, religiosos, familiares que voy narrando, algunos como preludio de circunstancias que nos fueron afectando directa o indirectamente, y otros vividos como protagonistas.

    No es mi objetivo hacer ningún tipo de crítica ni juicio de valor. A nadie. Ni a políticos, ni a familiares, ni a amigos. Pienso que cada uno vivió y afrontó los días que forman el espacio y tiempo de este texto de acuerdo con sus convicciones, sus miedos, su conciencia. En cualquier caso, como mejor pudo para salir adelante atravesando la etapa más oscura de nuestro país.

    El tratamiento cronológico de aquellas situaciones y cómo las vivimos tiene como objetivo hacer comprensible lo ocurrido en nuestra existencia como consecuencia de dichos sucesos y de las respectivas opciones de vida que cada cual asumía para superarlos, y mantener vivos los nombres de los que dejaron su vida en la búsqueda de un mundo mejor.

    Asimismo, quiero hacer un sentido reconocimiento al Equipo Argentino de Antropología Forense, ya que sin su inestimable participación no se habrían cerrado adecuadamente muchas partes de este escrito.

    A lo largo de estas páginas, podrá comprobarse que las opciones de vida siempre estuvieron inspiradas y alimentadas por la utopía de un mundo mejor. Muchos, imbuidos de una concepción cristiana de amor al prójimo; otros, no; pero todos lo hicieron por la justicia, la dignidad, el respeto a las ideas, el derecho a tener derechos. Y en esa lucha, algunos pagaron con sus vidas, condenados por ser y pensar diferente a los intereses del poder de la dictadura que bañó de sangre el suelo argentino.

    Razones

    Los seres humanos siempre necesitamos justificar nuestros actos. Si fracasamos y tenemos a alguien a quien echarle la culpa, parece menor nuestro fracaso. En cambio, si tenemos éxito, el triunfo es todo nuestro. Si es blanco, ¿por qué es blanco?; si es negro, ¿por qué es negro?, y si es gris, ¿por qué es gris? Y en esa búsqueda de entender las razones que justificaran esta recopilación de momentos vividos por mi familia (con la que venía amenazando desde hacía mucho tiempo y hasta había motivado el regalo de un cuaderno en blanco por el amigo invisible, en no recuerdo qué Navidad, para que comenzara a escribirla de una buena vez) no encontraba una sola razón; encontraba varias.

    La primera y fundamental se dio al poco tiempo de nacer mi nieto Anuar. Su padre, Alejandro, mi primogénito, hijo biológico de mi hermano asesinado en un enfrentamiento durante la dictadura militar argentina, me dijo mirando a su niño: «Si yo viera en peligro a mi hijo, me iría al fin del mundo para protegerlo». A mí se me estrujó el corazón pensando que Alejandro creía que sus padres lo habían abandonado, cuando conocía el tremendo amor que tuvieron José y Marta por él y por su hermano Marco. Incluso, no solo por ellos, sino por todos los que los rodeábamos. Y pensé que, contando aquella parte de nuestra historia, cómo la vivimos y cómo fuimos eligiendo nuestros caminos, no con un análisis crítico, sino simplemente narrativo, él podría entender lo que habíamos vivido, de tal manera que si una máquina del tiempo lo trasladase a aquella época, quizás él habría hecho lo mismo que hicieron sus padres.

    Otra razón fue el darme cuenta de que si bien en casa se ha hablado de José y de Marta, mis cinco hijos no conocen en detalle quiénes eran ellos, por qué luchaban, quiénes eran los Montoneros, qué pasó en la Argentina en aquella época de la dictadura, ni tampoco por qué tratamos de pasar desapercibidos para la sociedad después de su muerte. También desconocen por qué estábamos «estigmatizados» para nuestros compañeros y amigos, que no pudieron acercarse a saludarnos para compartir nuestro duelo. La narración sería una herramienta que aclararía las zonas desconocidas de la historia de sus propias vidas.

    Además, tendrían los nietos de José y Marta la historia de sus abuelos en sus manos, por si algún día leen el libro Metagenealogía, en el que Alejandro Jodorowsky manifiesta: «Todo el mundo debería conocer su árbol genealógico. La familia es nuestro cofre del tesoro o nuestra trampa mortal». Y cito a Jodorowsky como otra de las razones.

    Elisenda Seras es una entrañable amiga de Córdoba, Argentina, de familia catalana, directora de teatro formada en la Comedia Cordobesa. Ahora vive en Barcelona. En diciembre de 2003 le regaló a Rosita, mi esposa, La danza de la realidad, un libro de Alejandro Jodorowsky. En la tapa tiene la fotografía del autor y leyendo sus páginas me enteré de su historia, de la psicomagia y del tarot.

    Fue en el aeropuerto de Madrid, el 7 de junio de 2005, donde coincidí con Jodorowsky por casualidad. Iba hacia el puesto de control cuando lo vi. Su cara me resultó conocida pero no recordaba de dónde. Bastó que me saludara para que la tonada típicamente chilena le pusiera nombre y apellido a ese rostro familiar. Comenzamos a caminar juntos mientras charlábamos. Luego de superar el arco de control me preguntó a dónde me dirigía y la hora de partida de mi avión. Como su vuelo de regreso a París era más tarde, se ofreció a acompañarme hasta la salida del mío, así continuábamos la conversación. Nos sentamos frente a la puerta de salida y comenzaron sus preguntas: de dónde era, a qué me dedicaba, qué estaba haciendo por Madrid… Y me contaba, por su parte, que había viajado para la presentación de su nuevo libro llamado El maestro y las magas. A todo esto, había sacado sus cartas de tarot y mientras hablaba mezclaba y sacaba una y otra, y seguía hablando. Me preguntó sobre mi esposa y cuando le dije la diferencia de edades me habló de Edipo y de su influencia mientras continuaba moviendo las cartas. También me preguntó por mis hijos y le sorprendió la respuesta cuando dije «cinco hijos, tres partos». Me pidió que se lo aclarase, y se lo resumí, además de comentarle que había comenzado a escribir este libro. Me miró, barajó, sacó cartas y me dijo que no perdiera el tiempo, que él también había cometido el error de justificarse por no tener tiempo para escribir su primer libro; que no cometiera esa falta. Según él, las cartas que habían salido lo decían claramente: ¡Tenía que hacerlo!, ¡tenía que escribirlo de una vez!

    Con los ojos llenos de lágrimas por el contenido de la charla e impactado por el contundente «¡Tenía que hacerlo!», levanté la vista y vi un montón de gente que se había reunido cerca de nosotros, manteniendo una respetuosa distancia, todos con un libro en la mano. Automáticamente, me di cuenta de que estaban esperando a Alejandro para que les firmara el ejemplar que cada uno traía. Yo ya tenía suficiente, el mensaje me había llegado. Me despedí de Jodorowsky y me aparté del grupo.

    Y falta otra razón, la propia, la que fue creciendo como un bálsamo a medida que escribía, como la caricia de mamá cuando me consolaba ante el dolor. Porque en cada incursión que hacía en el pasado, investigando, leyendo, recordando, lloré lo que no había podido llorar en aquellos momentos porque los chicos no me podían ver triste. Pero ahora que ya se hicieron grandes, no son necesarias las defensas ni la máscara de hombre duro que me había fabricado para luchar contra cualquiera que pudiese representar un peligro para mi familia. A medida que escribía, fluía con facilidad lo que antes no podía contar porque se me hacía un nudo en la garganta que me impedía hablar. Era como un torrente que caía pendiente abajo provocando una grata sanación. Aunque tenía su parte negativa, puesto que me transformaba en un «flojito» que se emocionaba por cualquier cosa relacionada con el amor al prójimo, para mí, el único amor capaz de cambiar al mundo.

    Las personas somos consecuencia o resultado de muchas cosas: del lugar donde nacimos, del agua, del sol, de la gente que nos rodeó, de los genes que recibimos, de los valores que nos transmitieron nuestros mayores y de muchas otras cosas que unidas y mezcladas dan como resultado un yo, una manera de ser, una manera de vivir, una manera de tomar decisiones, de comprometerse.

    Como responsable de contar la historia, mi historia, soy consciente de que puede haber otra historia y que la mía puede ser una verdad falsa como cualquier otra.

    Comenzaré por situar el inicio de la narración en Cosquín, provincia de Córdoba, Argentina.

    Capítulo 1

    Orígenes

    Cosquín

    A la provincia de Córdoba se la suele llamar provincia mediterránea por estar en el centro de la República Argentina, rodeada de tierra. Tiene una zona central, al oeste, montañosa, y otra de llanura pampeana en el este y el sur. Su capital, Córdoba de la Nueva Andalucía, fue fundada el 6 de julio de 1573 por Jerónimo Luis de Cabrera, nacido en Sevilla, España. La fundación fue considerada una desobediencia por su superior Francisco Álvarez de Toledo, que lo había nombrado gobernador de Tucumán. Por tal razón, ordenó ejecutar a Cabrera el 17 de agosto de 1574.

    A 58 kilómetros al noroeste de la capital está Cosquín, ciudad cabecera del departamento Punilla, en el valle del mismo nombre que forma parte del extremo sur de la región de las Sierras Pampeanas.

    Los límites occidentales del Valle de Punilla están dados por las Sierras Grandes, que lo separan del Valle de Traslasierra. Estas Sierras Grandes son un sistema orográfico con altitudes superiores a los 2.000 metros, como el cerro Champaquí, de 2.790 m. Dicho valle limita con unas casi vírgenes regiones altiplánicas con densos palmares, que ofrecen un curioso espectáculo invernal cuando son cubiertas por las nevadas. Tal región se denomina Pampa de Achala. En esta zona existen conos volcánicos extintos, como el Poca, el Boroa y el Veliz.

    Los límites orientales están marcados por la Sierras Chicas o de Comechigones, con su cumbre máxima en la Sierra Norte, el cerro Uritorco, de 1.950 metros de altura.

    Era una zona habitada por los aborígenes comechigones, que ocupaban una vasta superficie geográfica de la provincia donde también moraban los sanavirones, al noreste, y los pampas, al sur.

    Cuando en el siglo XVI Cosquín fue nombrada pueblo, Jerónimo Luis de Cabrera envió a su teniente Lorenzo Juárez de Figueroa para censar la zona. Éste era el «encargado del reparto de tierras y siervos». Las divisiones se hacían en estancias, solares, postas y mercedes. Cosquín no entró en esa división ya que, debido a su gran población, fue nombrada puesto, cuyo primer encomendero fue don Jerónimo Luis de Cabrera.

    En 1625 fue otorgada la primera merced de estas tierras a favor del capitán Luis de Tejeda y Guzmán. Ésta pasó en trueque por otras tierras a Baltasar Gallego, quien inició la Estancia Cosquín. El nombre Cosquín deriva del idioma quechua «Cusco chico», por ser un valle alto, similar al Cusco peruano.

    Con los años, Cosquín fue reconocido como villa veraniega por un decreto del «superior gobierno» de la provincia el 4 de agosto de 1876. Tal decreto estipulaba: «El centro de la Villa constará de 52 hectáreas, con dos plazas en su delineación». Desde fines del siglo XIX, integrantes de familias pudientes de Buenos Aires y Córdoba establecieron sus casas quintas de veraneo o descanso, como los Bouquet, Elías Romero, Martínez Zubiría y Martínez de Hoz. Actualmente, algunos barrios de la ciudad serrana llevan esos nombres o los de sus estancias originales.

    La ciudad se encuentra a orillas del río Cosquín, cauce con aguas cristalinas y con un caudal que favorece la renovación constante en los numerosos balnearios distribuidos en el radio urbano. El principal accidente geográfico es el cerro Pan de Azúcar, de 1.260 m, al este de la ciudad, principal elevación del sur de la Sierra Chica, que con el correr del tiempo se convirtió en un gran atractivo turístico. Su nombre original en lengua aborigen es Supag Ñuñu, que significa «seno de virgen».

    Las características que la marcaron durante mucho tiempo y por todo el país como una ciudad para enfermos pulmonares fueron sus extraordinarias condiciones climáticas, favorecedoras en el tratamiento de la tuberculosis. Esa parte de su historia comienza allá por 1881, cuando el médico Juan Schirivener, de origen inglés, publicó su «Geografía física y meteorológica de los Andes de Perú» en la Revista Médica—Quirúrgica de Buenos Aires, donde comentó: «…las montañas de Córdoba serían igualmente ventajosas para los enfermos tísicos de Buenos Aires como el valle de Jauja para los tísicos de Lima… El aire de las montañas de Córdoba es tónico y vivificante… La marcha progresiva y alarmante de la tisis tuberculosa debe preocupar la atención de las Autoridades Públicas para la formación de un Sanatorio para Tísicos en las Serranías de Córdoba…».

    Con el tiempo, los gobernantes, preocupados por dar atención a una cantidad de enfermos progresiva por la enorme inmigración y el crecimiento del país en general, aprovecharon los beneficios que la naturaleza había dotado a la zona del Valle de Punilla (que significa «puna pequeña»). En septiembre de 1899, el Congreso Nacional acordó un préstamo para la construcción de un sanatorio para tuberculosos, proyectado en la localidad de Santa María, al sur de dicho valle en las Sierras de Córdoba.

    El 24 de junio de 1900 fue inaugurada la Estación Climatérica Santa María. Con la apertura del hospital, comenzó en la villa de Cosquín una gran expansión y desarrollo. Junto con los enfermos llegaron sus familiares, médicos, personal para la atención de los ingresados y mano de obra dedicada a la construcción de hoteles y hospedajes. Dada la cantidad de pacientes que iban llegando, se abrieron otros centros: el Sanatorio Mieres, la Clínica Berna, el Hogar Japonés (instalado por las autoridades orientales para la atención de sus ciudadanos), el Sanatorio de la Marina y el Hospital Ferroviario, que, como sus nombres lo indican, daban servicio a funcionarios de cada repartición. Este constante crecimiento generó la afluencia de más mano de obra, de mejores y más diversos servicios, y convirtió a la pequeña Villa en una atractiva fuente de trabajo y bienestar para muchos.

    Unos venían como profesionales diversos, otros para alimentar o solventar las necesidades de una población en expansión. Panaderías, confiterías, soderías, herrerías, carpinterías y un largo etcétera. Y muchos, muchísimos enfermos víctimas del bacilo de Koch, que en su democrática destrucción afectaba tanto a ricos como a pobres, a obreros y a banqueros, a famosos artistas teatrales, deportistas, pintores, escritores. La enfermedad no hacía distinción. Y todos llegaban a tratarse bajo los cálidos rayos de sol de un clima mediterráneo de baja montaña y rodeados de un aire de extraordinaria pureza.

    Esta gran afluencia, casual aunque obligada, de elementos culturales variados se fue sedimentando en la población, otorgándole una personalidad progresista, abierta y con grandes inquietudes en todos los órdenes. En el comercial, por la necesidad de suministrar alimentos, vestimenta y todo lo que se necesitaba para la cotidiana subsistencia; y en el cultural, para satisfacer las necesidades espirituales de sus habitantes.

    A esa villa de Cosquín llegó un joven e ilusionado inmigrante calabrés, Alessandro Salvatore Ruggiero, más tarde conocido como don Alejandro Ruggero. Mi futuro padre.

    Alejandro Ruggero

    Alessandro Salvatore Ruggiero nació el 28 de diciembre de 1902 en Carfizzi, un pequeño pueblo de la Calabria italiana, en lo que es hoy la provincia de Crotone. Hijo de Pedro Ruggiero y Rosario Lavía, creció en su pueblo natal durante unos años difíciles para Europa por la Primera Guerra Mundial, que también afectó a su propia vida.

    A los 11 años, en pleno inicio de su adolescencia, durante los festejos mediterráneos de la noche de San Juan disfrutaba de la fogata anunciadora del inicio el verano. Esperaba a que se consumiera el fuego y poder saltar con una garrocha las brasas. De esos saltos participaban los niños y jóvenes del pueblo. En uno de ellos, al superar los rescoldos de la hoguera, varios compañeros que participaban de la fiesta le cayeron encima y le provocaron una luxación del fémur izquierdo. Es decir, la cabeza de dicho hueso se salió de su alojamiento en la cadera. Como consecuencia de una atención médica deficiente a raíz de la guerra, permaneció un año sin tratamiento alguno hasta que puedo ser trasladado a Nápoles, pero ya era tarde para cualquier intento de recuperación. Su nervio ciático, elongado por el accidente, imposibilitaba su realojamiento en el sitio correspondiente. Así, Alessandro comenzó a caminar apoyándose sobre una pierna cuyo fémur no se articulaba correctamente en la cadera, sino sobre partes blandas del abdomen, que al no tener la resistencia adecuada, le provocaba una marcada cojera.

    A pesar de las dificultades y gracias a su espíritu marcadamente optimista, creció y aprendió los oficios de sastre y peluquero, que desarrollaba en una pequeña «botiga» cercana a la plaza principal del pueblo.

    Como actividad paralela y, por sus condiciones para la música, llegó a ser el director de la banda musical de Carfizzi, tocando «il bombardino». Quienes lo escucharon aseguran que «quando Alessandro suonaba el bombardino, tremavano i muri», lo que viene a decir que cuando papá tocaba el bombardino, temblaban las paredes.

    En 1917 se produjo la Revolución Bolchevique, que introdujo un nuevo sistema político y una nueva manera de pensar en Europa y el mundo: el comunismo. Mi padre, que desde muy joven tenía ideas socialistas, experimentó cierta simpatía y expectativas ante semejante hecho. Más aún dentro de aquella Italia monárquica, con enormes atrasos, especialmente en el sur, subdesarrollado hasta hoy.

    Contemporáneamente, en la vieja península surgió el fascismo. En parte, como reacción contrapuesta a la revolución de los soviets y su influencia entre los sindicatos, trabajadores y braceros, pero también como respuesta a una sociedad liberal-democrática en apariencia, maltrecha luego de la Primera Guerra Mundial y que conservaba inconmovibles rasgos feudales y autoritarios. Su líder, Benito Mussolini, decía: «El fascismo es una gran movilización de fuerzas materiales y morales. ¿Qué se propone? Lo decimos sin falsas modestias: gobernar la nación. ¿De qué modo? Del modo necesario para asegurar la grandeza moral y material del pueblo italiano. Hablemos francamente: no importa el modo concretamente, no es antiético, ni convergente con el socialismo, sobre todo aspira a la reorganización nacional y política de nuestro país. Nosotros cambiamos los valores tradicionales, que el socialismo continúe o desaparezca, pero sobre todo, el espíritu fascista se refugia en todo lo que es arbitrario sobre el misterioso futuro».

    La Italia fascista exaltaba la idea de nación frente a la de individuo o clase, suprimía la discrepancia política en beneficio de un partido único y los localismos en beneficio del centralismo. Además, utilizaba hábilmente los nuevos medios de comunicación y el carisma de su líder, en el que se concentraba todo el poder. Su dinámica aprovechaba los sentimientos de miedo y frustración colectiva y los exacerbaba mediante la violencia, la represión y la propaganda. Los desplazaba contra un enemigo común real o imaginario, interior o exterior, que servía de chivo expiatorio frente al cual descargaba toda su agresividad de forma irracional, para lograr la unidad y adhesión (voluntaria o por la fuerza) de la población.

    Esta violencia se aplicaba a todo aquel en desacuerdo con la ideología fascista, más encarnizadamente aún a quienes tenían o simpatizaban con ideas socialistas o comunistas. Esto se tradujo en una permanente persecución de los disidentes, entre los que se encontraba papá. Fue víctima de varias palizas del grupo de fascistas atacante por las que terminó maltrecho e inmovilizado. Luego le hacían tragar una tremenda purga mediante un embudo que lo dejaba descompuesto durante varios días.

    Rosario, su madre, preocupada por la gravedad de los acontecimientos y por su futuro, lo convenció de que emigrara a América para preservar su vida. Fue así como un día Alessandro dio vuelta a la piazzuta que marcaba el límite de Carfizzi, cortó una flor típica del lugar donde nació y con ella entre las manos se despidió de su tierra para tomar rumbo a Buenos Aires, Argentina, donde vivía el hermano de su padre, el tío Tomás Ruggero.

    Llegó a Buenos Aires el 10 de junio de 1924 a bordo del barco Re d’Italia. Según sus palabras, «fue llegar, una purga de bienvenida y a trabajar». Al poco tiempo, Alejandro Ruggero —así fue anotado al bajar del barco— logró abrir su sastrería en la calle Jean Jaurés 700, al lado de la casa de Carlos Gardel. Entre sus recuerdos, papá contaba que Gardel vivía junto con su madre, doña Berta. Había comprado una casa para su «querida viejita», con un gran patio al que daban las habitaciones, la cocina y el baño, mientras que por la escalera se accedía al piso superior.

    Un matrimonio amigo, doña Ana y su esposo Fortunato, se instalaron allí para que doña Berta Gardes tuviera compañía durante las frecuentes ausencias de Carlitos, con motivo de sus viajes artísticos. Como don Fortunato tenía prohibida la bebida, para evitar discusiones con su mujer y aprovechando la amistad que tenía con papá, escondía la botella de ginebra en su negocio, dentro del mostrador de trabajo de la sastrería. El mueble estaba cerrado por el frente y los dos laterales, lugar donde guardaba la «chanchita», una especie de almohadón duro para planchar los trajes, y el «caballito», para planchar las mangas. Ignoro si éstos eran los nombres profesionales, pero así era como los denominaba mi padre cuando quería que se los alcanzara.

    Varias veces al día don Fortunato entraba, saludaba, sacaba la botella de ginebra, le daba un trago y se marchaba, en una ceremonia silenciosa y sorprendente para los clientes circunstanciales de la sastrería. Papá, cómplice, se encogía de hombros, sonreía y seguía con su tarea.

    Eran tiempos duros y difíciles, de luchas sociales y políticas, de manifestaciones de protesta contra las injusticias imperantes. Algunas, a favor de la libertad de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, dos obreros italianos torturados y encarcelados en Estados Unidos como supuestos autores de un atentado anarquista, cuando su único delito era su lucha por las ocho horas de trabajo, las vacaciones y otras mejoras sociales para el pueblo, en especial para las mujeres, los ancianos y los niños. Las promovía don Alfredo Palacios, elegido, por la circunscripción de los barrios obreros de La Boca—Barracas y a través del sistema uninominal, como el primer diputado socialista de América Latina.

    Don Alfredo, como fruto de su empeño y lucha parlamentaria, arrancó a la oligarquía dominante varias leyes sociales, entre ellas la de sábado inglés, el descanso dominical, los aumentos de sueldos, que el pago de los sueldos se hiciera en efectivo y no en vales, la ley de accidente laboral, la del trabajo femenino, el Estatuto del Docente y muchas otras leyes que fue presentando en distintos períodos y que lograron su sanción.

    El hecho de coincidir y sentirse comprometido con el ideario socialista lo llevaba a Alejandro a participar cada vez más activamente en la política del país. Como recuerdo y testimonio de esos años, conservaba una cicatriz en la palma de la mano izquierda, consecuencia de un sablazo que le propinó un policía de la montada durante la dispersión de una manifestación que reivindicaba la jornada de ocho horas de trabajo, de la que formó parte.

    Así como tenía clara su idea política, también tenía claro que la manera de salir adelante era trabajando. No le faltaban ni capacidad ni tesón. Coherente y consecuente, lo puso en práctica trabajando hasta altas horas de la noche para terminar algún encargo urgente y cumplir con el cliente. Los compromisos eran cada vez más frecuentes y requerían trabajar más horas con iluminación artificial. El alumbrado de aquella época era deficiente, y para hacer trabajos delicados que necesitaban precisión en cada puntada, papá ponía la silla sobre el mostrador para estar más cerca de la bombilla y así ver mejor. Las largas horas de trabajo, puntada tras puntada en una postura forzada, le fueron provocando poco a poco una infección en la pleura del pulmón izquierdo. El resultado: un diagnóstico de enfermedad pulmonar. El tratamiento: salir del clima húmedo característico de la Capital Federal e ir a las Sierras de Córdoba.

    Así llegó a Cosquín, igual que tantos otros, para ser atendido de su dolencia que, a pesar de no ser tuberculosis, necesitaba un tratamiento especializado llevado a cabo por médicos dedicados a todo lo relacionado con las enfermedades pulmonares. Tenía que recomenzar una vez más, pero en esta ocasión, más solo que nunca. La familia del tío Tomás, los amigos hechos durante largos años vividos en la Capital Federal y sus paisanos, aquellos habitantes de Carfizzi emigrados como él, con los que compartía los recuerdos y las añoranzas de su tierra, quedaron en Buenos Aires, a más de 800 kilómetros de distancia.

    Viajaron con él su fiel mostrador de trabajo, inseparable y leal compañero durante toda su azarosa vida, la plancha de hierro a carbón y una máquina de coser Singer semiindustrial, similar a la que usaba en Italia.

    Poco a poco la Sastrería Ruggero de la calle Buenos Aires 768, hoy General Perón, fue creciendo mientras simultáneamente se trataba y superaba la infección pleural. Pasó de trabajar solo a tener cuatro oficiales y tres ayudantes. Una de las oficiales fue María Elena Sosa, casada luego con Amado Landa, quien trabajó en la sastrería desde 1942 hasta 1954. En la misma calle, frente a donde Alejandro iba a comer cada día, vivía una compañera de Elena del colegio primario, Olga

    Esta señorita no pasaba inadvertida para el emprendedor sastre. Había despertado en él una clara atracción. El problema era que no se atrevía a abordarla. Pensaba que la diferencia de edad que había entre ambos sería un impedimento. Veintiún años de distancia entre la joven de 24 y el señor de 45 suponían un gran obstáculo en apariencia. Elena, compañera de ella desde las aulas escolares, conocía los sentimientos de su jefe y ofició de celestina presentándoselo.

    Olga Amalia Hossly Passera

    Olga nació en Cosquín el 16 de mayo de 1923 a las 11:15, hija de Letizia Pierina Passera y de Walter Hossly.

    Su mamá, Letizia Pierina Passera, también nació en Cosquín, el 12 de noviembre de1898, hija de don José Vicente Passera, italiano nacido en Brezzo di Bedero en el lago Maggiore, al norte de Italia (en el límite con Suiza), y de doña María Tabillon, de nacionalidad francesa. Sus padres habían llegado a la Argentina como tantos otros inmigrantes italianos a finales del siglo XIX. Se afincaron en Cosquín, entusiasmados por el desarrollo de la villa y las posibilidades que esto aparejaba, y formaron una familia con cinco hijos: Ricardo, Teresa, Amalia, Letizia —la mamá de Olga— y Héctor. Como actividad principal, José Passera instaló la primera fábrica de aguas gaseosas, La Universal, fundada en 1896.

    Tiro federal argentino de Cosquín

    El espíritu emprendedor de don José lo hizo participar el 12 de octubre de 1901 de la fundación del Tiro Nacional de Cosquín, primer polígono para la práctica del tiro al blanco del Valle de Punilla. Por entonces era ministro de Guerra el general Pablo Riccheri. A partir del 16 de marzo de 1936 se lo denominó Tiro Federal de Cosquín y el 14 de abril de 1948 pasó a su actual nombre, Tiro Federal Argentino de Cosquín, institución de la que también fue presidente su hijo Ricardo Passera.

    Asimismo, José Passera participó en otra actividad pionera en Cosquín: el cine. Uno de los hijos dilectos de la ciudad, don Adalberto «Tito» Nogués, cuenta que el cine, la más hermosa y apasionante manera de contar una historia, Cosquín lo comenzó a disfrutar a partir de los últimos años de la década del veinte en la casa de la familia Passera al 824 de calle Tucumán donde en una improvisada sala, los Passera accionaban manualmente el proyector para emocionar y asombrar a los vecinos de la entonces Villa de Cosquín.

    Fue tan grande el éxito, que poco tiempo después el vecino José Aparicio y un inquieto Ovidio Marcuzzi inauguraron el Cine Plaza en calle Salta esquina Córdoba (hoy San Martín frente a la plaza San Martín). La familia Passera ya no podía competir con la nueva sala de proyección, por lo que decidió construir un nuevo cine en la esquina de Salta y Buenos Aires, hoy Presidente Perón frente a la plazoleta Marcuzzi, sala que llevó el nombre de Real Cine Teatro. Con el tiempo funcionó con el nombre de Cine Uritorco, para luego pasar a ser el Casino de Cosquín.

    El papá de Olga, Walter Rutgard Hoezsli, ciudadano suizo anotado como Walter Hössly al ingresar al país, hijo de Johan Jarob Hoezsli y de Ursina Tavegn, era el menor de seis hijos: Martin Rudolph, Johan Jarob, Anna Margreth Agatha, Christian Philipp y Maria Bettina, todos nacidos en la ciudad de Ilanz en el cantón Graubünden del país europeo.

    Walter Hossly llegó a la Argentina con 21 años y, luego de trabajar en varias compañías de venta de automóviles, fue contratado por la Comisión Asesora de Asilos y Hospitales Regionales, en cumplimiento de la Ley 4953 de Previsión y Asistencia Social, que promovía una respuesta a los enfermos mentales, centrada en los modernos principios de la beneficencia.

    El objetivo de la Comisión era responder oficialmente a los graves problemas sociales que se denunciaban con respecto a los «enfermos indigentes, alienados e idiotas; así como el tratamiento de males que, como la tuberculosis y la lepra, requieren cuidados especiales para contener su avance». Tal como lo preveía el Artículo 5 de la mencionada ley, como medio de financiación para resolver estos problemas se proponía la disminución de un 5% del producto de la Lotería Nacional, que se repartía en premios, para destinarlo a la construcción de hospitales y asilos regionales en la República.

    En ese proyecto de construir diversos nosocomios destinados al tratamiento de enfermedades mentales, tuberculosis y paludismo participó el abuelo Walter como sobrestante (auxiliar directo del ingeniero o arquitecto responsable de la obra). Ya como empleado nacional con ese cargo, don Walter Hossly fue enviado a Oliva, a 101 km de la capital cordobesa, donde comenzó a trabajar en 1912 para construir las obras destinadas al Asilo Colonial Regional Mixto de Alienados.

    Luego de su inauguración el 4 de julio de 1914, el abuelo Walter recibió la siguiente notificación:

    Tengo el agrado de remitirle, adjunto, un pasaje de primera clase, desde esa estación hasta la de Cosquín (Córdoba), para que se traslade Usted al Sanatorio Nacional de Tuberculosos, en Santa María, para ponerse a las órdenes del Señor Arquitecto Director Don Hans Hof. Saludo a Usted Atentamente.

    Fue así como llegó a Cosquín en 1914. El abuelo tenía entonces 27 años. El gobierno nacional había decidido ampliar el sanatorio, para lo que se solicitó la actuación de la Comisión Nacional de Asilo y Hospitales Regionales, que se haría cargo de la administración económica y técnica. Las obras de ampliación comenzaron efectivamente en marzo de 1915. En junio de 1918 se inauguró el Complejo Sanatorial Santa María de Punilla con un total de quince pabellones, los dos originales de 1900 y trece de la nueva construcción. Durante las obras, el ingeniero Huberto Schefer, también de nacionalidad suiza, era el director técnico, mientras que mi abuelo Walter como sobrestante se encargaba de la construcción de los edificios, que seguían un diseño centroeuropeo marcado, quizás, por el origen de los responsables.

    En 1920, Walter Hossly se casó con una de las hijas de la familia Passera, Letizia Pierina. Para poder hacerlo por la Iglesia católica apostólica romana, el abuelo tuvo que firmar un documento en el que renunciaba a sus creencias como protestante. Del matrimonio nacieron varios hijos. La primogénita, Yolanda, falleció al año. Luego vinieron tres más: Olga Amalia —mi mamá—, Letizia Nair y José Reinaldo.

    Los largos años de radicación en la ciudad coscoína de este suizo le permitieron colaborar con el Municipio en las funciones de concejal. Luego, en 1925, recibió la orden de trasladarse a la ciudad de Güemes, Salta, como sobrestante de las obras destinadas al Hospital Regional del Norte para Palúdicos. Se trasladó para desempeñar su nueva responsabilidad y al año y medio llegó toda la familia, luego de insistentes pedidos a sus responsables, reacios a sus solicitudes.

    El tiempo transcurrió en la ciudad de Güemes, y la familia entera enfermó de paludismo. El nono, preocupado por la situación, quiso irse a otro destino de trabajo y por medio de una nota a su jefe solicitó su traslado, por estar todos afectados de malaria. No solo no fue escuchado, sino que fue declarado cesante el 31 de octubre de 1930. Fue echado del trabajo sin causa justificada y sin aviso previo. Tenía 43 años y estaba seriamente enfermo.

    Los síntomas de la malaria son muy variados; empieza con fiebre, escalofríos, sudoración y dolor de cabeza. En mi abuelo se presentó con defectos de la coagulación sanguínea, insuficiencia renal y hepática. Falleció de forma temprana el 17 de septiembre de 1931 y dejó huérfanos de padre a sus hijos cuando la mayor de ellos, Olga, solo tenía siete años.

    Mi madre creció bajo la atenta mirada de su tío Ricardo Passera, que asumió la figura paterna. Estudió corte y confección a pesar de que su verdadera vocación era ser enfermera, algo no bien visto por su familia. Profesaba una profunda fe católica practicante que la acompañó hasta su muerte. Paradójicamente, Alejandro era diferente, se había alejado de la estructura eclesial como consecuencia de haber compartido en su juventud las vivencias de su padrino, un sacerdote para quien oficiaba de ayudante y monaguillo. Entre los recuerdos y anécdotas que relataba papá de aquella etapa de su vida, describía las veces que contactaba mujeres para que pasaran la noche con su padrino, o las reuniones con el capo de la ‘Ndrangheta (una organización mafiosa cuya zona de actuación es Calabria) para recibir dinero como «colaboración para la iglesia». Estas y otras debilidades lo hicieron alejarse de los curas y sus actos, aunque no de la palabra de Cristo.

    Como ya mencioné, Elena Sosa, que luego se casó con Amado Landa, el enfermero que aplicó inyecciones a todo Cosquín, ofició de casamentera impulsando tanto a Alejandro como a Olga a conocerse. Tal relación fue creciendo hasta fructificar en matrimonio. La boda se realizó el 3 de mayo de 1947 en la casa de la familia Passera, de la calle Tucumán.

    Los recién casados se instalaron en Buenos Aires Nº 768. La casa tenía una parte anterior comercial ocupada por la sastrería, una gran sala que comunicaba con el interior de la vivienda y un zaguán lateral que daba acceso a la galería que rodeaba un patio interior. A esa galería daban los dormitorios, la cocina, el baño y el comedor, lugar donde se juntaba papá con sus amigos a jugar al truco, juego de cartas de gran popularidad en toda Argentina, originario de Valencia y Baleares.

    Junto a la puerta de entrada a nuestro dormitorio estaba el acceso al sótano, lugar mágico y gran laboratorio de papá para la elaboración del vino, el vinagre, los pickles (encurtidos), las anchoas, las berenjenas y las botellas de salsa de tomate, preparados con los que mamá decoró más de una vez la pared de la cocina, cuando al quitarles el corcho salía expelido su contenido por la fermentación interior.

    La Sastrería Ruggero, cada día más popular, participaba activamente en satisfacer las necesidades de los habitantes de la villa; tenía como clientes a empleados de los diversos centros de salud y a familias radicadas allí para acompañar a sus enfermos. A esta altura, el personal contaba con un encargado y cinco oficiales, todos dirigidos por papá. El abundante y creciente trabajo de la sastrería permitió a la familia una prosperidad económica importante. Papá compró su primer coche, una «chatita» Ford, con el que subía al barrio Alto Mieres para ver cómo crecían dos casas que le edificaba una familia de albañiles, los Chávez, en dos lotes contiguos. En uno de los solares tenía su huerto, o la quinta como la llamaba, donde cultivaba todo tipo de verduras y legumbres, frutos de la tierra amorosamente cuidados con los que alimentaba a la familia. Esas dos casas construidas en el barrio Alto Mieres resultaron fundamentales en el futuro cercano.

    El espíritu de Alejandro Ruggero

    A pesar de la sastrería, de la huerta, de sus múltiples actividades vecinales y sociales, nunca renunció a su pensamiento e ideas progresistas. Defendía que la cultura, el arte, la educación son herramientas que hacen al verdadero crecimiento individual y de la sociedad. Estaba convencido de que todo lo que hiciera desarrollar los conocimientos de las personas eran argumentos de peso contra los dictadores y mandamases manipuladores que dominaban a los ignorantes. Según recuerda Tito Nogués, desde su llegada a Cosquín se sintió cómodo, reconocido, despertó en él un sentimiento de agradecimiento que materializó trabajando para la ciudad. Estuvo entre los fundadores de la banda municipal de música Blas Parera de Cosquín, participó en el inicio del Liceo Nacional (hoy Colegio Presidente Roque Sáenz Peña), para el que donó dos pupitres pensando que algún día serían ocupados por sus hijos, tal como ocurrió años después; actuó en la comisión del Centro Comercial de Cosquín y en otras instituciones, como la Biblioteca Popular Nicolás Avellaneda, de cuya dirección formó parte como presidente y como miembro de la comisión directiva de 1940 a 1970, donde compartió responsabilidades, entre otros vecinos, con su gran amigo Jacobo Lerner.

    TEATRO EL ALMA ENCANTADA

    Alejandro participó de los inicios del teatro El Alma Encantada. El nombre fue un homenaje a Romain Rolland, escritor francés y premio nobel de literatura en 1915 que en 1922 había fundado la revista Europe y que entre 1922 y 1934 había comenzado un nuevo ciclo novelístico: El Alma Encantada. Romain Rolland era un amante del teatro y fue parte de un hermoso experimento de creación del «teatro del pueblo», realizado bajo los auspicios de la Revue d’Art Dramatique y acompañado por un grupo de escritores jóvenes. Este grupo dirigió un llamamiento «a todos aquellos que hacen del arte un ideal humano y de la vida un ideal fraternal, a todos aquellos que no quieren separar el sueño de la acción, lo verdadero de lo bello, el pueblo de la élite. No se trata —continuaba el manifiesto— de una tentativa literaria. Es una cuestión de vida o muerte para el arte y para el pueblo. Pues si el arte no se abre al pueblo, está condenado a desaparecer; y si el pueblo no encuentra el camino del arte, la humanidad abdica de sus destinos».

    Contemporáneo a su época, Ortega y Gasset hablaba del «alma desencantada», en cambio, Romain Rolland hablaba del «alma encantada». ¿Cuál de los dos tenía razón? Ambas almas coexisten. El alma desencantada de Ortega y Gasset es el alma de la decadente civilización burguesa. El alma encantada de Romain Rolland es el alma de los forjadores de la nueva civilización. Ortega y Gasset veía el ocaso, el tramonto. Romain Rolland veía el alba. El alma desencantada se expresaba en sus guerras infinitas, en sus masacres, en el empobrecimiento brutal de sus dependientes, colonias y neocolonias; en los abusos y la discriminación contra los inmigrantes, mujeres, negros, indios, mulatos, mestizos; en el saqueo de los recursos vitales, la contaminación de tierra y mares; en fortunas acumuladas, derroches y orgías ofensivas. El alma encantada estaba presente en las resistencias e insurgencias heroicas, en las protestas sociales, en los nuevos gobiernos progresistas, en la utopía.

    Aquellos que dieron vida al teatro El Alma Encantada estaban convencidos de ese espíritu, por eso «declaraban su fe en el hombre y sus posibilidades. Sentían la alegría de vivir. Confiaban en que no tardaría en llegar el resurgimiento de los valores espirituales por sobre el dominio absurdo de un crudo materialismo que afea y perturba el mundo, enturbiando sanas y generosas fuentes de vida».

    Mi padre, si bien participó activamente en la creación de la agrupación, no tenía vocación para subir al escenario como artista, no obstante, colaboraba en todo lo que fuera organización y apoyo logístico, como por ejemplo, hacer el vestuario de los actores.

    CLUB ATLÉTICO INDEPENDIENTE

    El gringo Ruggero fue tesorero del Club Atlético Independiente de Cosquín, experiencia que le dio muchas satisfacciones y algún disgusto que lo llevó a comisaría. Recordaba con humor que, durante su mandato como tesorero del Club Independiente, la comisión se puso como objetivo salir campeón de la Liga Departamental de Fútbol de Punilla. A tal efecto, diseñaron un plan de trabajo que incluía contratos de jugadores destacados, provenientes de ciudades cercanas, como Carlos Paz o La Falda. Realizaron viajes y gestiones hasta formar un plantel poderoso capaz de hacer realidad el objetivo propuesto.

    El torneo se desarrolló de acuerdo a lo previsto y llegaron a ser campeones de la zona. Para festejar el logro, realizaron una cena en el club, al que Alejandro no tuvo mejor ocurrencia que donar una bandera como recuerdo del campeonato obtenido. El señor Ruggero era conocido como «zurdo», porque siempre mantuvo el ideal que lo alejó de su tierra natal. Nadie ignora que quienes pensaban como él eran perseguidos o mal vistos por el gobierno o poder imperante. Subió al escenario e hizo un corto discurso para elogiar los logros del equipo de fútbol cuya bandera, ¡oh casualidad!, era roja. En la segunda ocasión que mencionó la «bandera roja», subió la policía y se lo llevó detenido ¡por hacer un discurso comunista!

    DON ATAHUALPA YUPANQUI

    Al igual que papá, otro que sufrió persecuciones durante esa época de gobierno peronista fue Héctor Roberto Chavero, conocido como Atahualpa Yupanqui. En 1945 se afilió al Partido Comunista, vínculo que mantuvo hasta 1952, fecha en que renunció para retomar una posición política independiente. Esta afiliación y su actitud crítica ante el gobierno justicialista le valieron un silenciamiento forzoso durante todos esos años. Sus actuaciones fueron prohibidas, no participó en programas radiales y sus grabaciones se interrumpieron desde 1947 hasta 1953. Tampoco se les permitió a otros artistas la interpretación de sus temas. Fue detenido y encarcelado en ocho oportunidades. Durante una visita a Cosquín, para evitar ser detenido otra vez, estuvo escondido en casa del Tano Ruggero, que conocía su manera de pensar, luego de largas charlas compartidas con el folclorista. Así pudo evitar otra entrada en la cárcel. Era la época de El payador perseguido.

    Escenario político y familiar entre 1948 y 1952

    Juan Domingo Perón estaba en el gobierno desde el 24 de febrero de 1946. A principios del segundo semestre de 1946, la Secretaría Técnica de la Presidencia comenzó a preparar un plan de gobierno para el período quinquenal comprendido entre 1947 y 1951. El Plan Quinquenal se anunció en el mensaje presidencial del 19 de octubre de 1946 como proyecto de ley que se iba a enviar a la Legislatura. Dicho plan planteaba la necesidad de prever y codificar en un solo cuerpo el conjunto de medidas que afectaban la exportación e importación; reglamentaba la tipificación, el envase y la certificación de la calidad de los productos exportables, para establecer un régimen aduanero ajustado a las realidades de ese momento. Descentralizaba y diversificaba la industria formando nuevas zonas productivas, emplazándolas adecuadamente en función de las fuentes de energía naturales, las vías de comunicación, los medios de transporte y los mercados de consumidores. Se estableció un programa mínimo de cinco años de obras e inversiones necesarias para asegurar un suministro adecuado de materias primas, combustibles y equipos mecánicos y poder desarrollar

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