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Motivos para matar
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Libro electrónico249 páginas3 horas

Motivos para matar

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En Motivos para matar confluyen en un mismo destino: un abogado con una vida organizada, prolija y ambiciosa, un amigo que vuelve del pasado con un pedido de ayuda legal para su hermana que en un arranque de celos amenazó a su marido de muerte. También hay un cuerpo, la familia del muerto, un comisario, un policía, un estudio de abogados en baja que rescata el caso para su supervivencia. Muchos posibles asesinos, y letras de tango como hilo conductor, hacen de esta novela un buen policial negro en lo que no todo lo que brilla es oro y la verdad, como suele suceder tarde o temprano, te explota en la cara.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 may 2014
ISBN9789873610226
Motivos para matar

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    Motivos para matar - Alejandro Montenegro

    Índice de contenido

    Motivos para MATAR

    Motivos para escribir

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    Referencias

    Agradecimientos

    Motivos para MATAR

    Fecha edición: junio 2014

    @2014, Alejandro Montenegro

    Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo:

    Signo Vital Ediciones Digitales

    Arengreen 1548 - Depto 3 - CP C1405CYV - Buenos Aires - Argentina

    ISBN 978-987-3610-22-6

    1. Narrativa Argentina. 2. Novela Policial. I. Título - CDD 866

    Fecha de catalogación: 08/05/2014

    Editado en Argentina

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin permiso previo del editor.

    Obra de tapa:

    Adriana Colombo Speroni

    Viajando por el túnel sintiempo

    Alejandro Montenegro

         Nació en Buenos Aires, exactamente a mitad del año 1954. Egresó de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini y, siguiendo el camino de la primera minoría de los estudiantes de esa época, cursó estudios universitarios en la Facultad de Ciencias Económicas, obteniendo el título de Contador Público. Mientras su vida formal y profesional sucedía, en paralelo, siempre tuvo una posición proclive a la lectura que aun se manifiesta entusiasta y constante. En especial -aunque no de manera excluyente- optó por una categoría específica: thrillers policiales y judiciales. Hasta que un día, motivado por algunas opiniones favorables a su potencial capacidad para escribir, comenzó a hacerlo.

         Motivos para matar es la primera novela que publica, y sigue trabajando para que no sea la última.

    Motivos para MATAR

    Alejandro Montenegro

    Motivos para escribir

         A lo largo de estos años me he cruzado con muchas personas que un día, y aparentemente sin ninguna razón que pueda llamarse sensata, deciden emprender el camino de la escritura. He leído varios bocetos, ideas, borradores de novelas y cuentos que luego quedan en la nada. Por algún motivo, sin embargo, otros bocetos, ideas y borradores que he leído continúan su camino hacia la publicación. Y esto tiene mucho que ver con la verdadera vocación, el tesón, la pasión y, sobre todo, con los motivos. Si bien es cierto que nadie puede medir los motivos de otros para escribir, podemos todos aceptar una condición sine qua non: los que escriben no pueden no escribir.

         Escribir -más bien contar historias- se vuelve imperioso y aquéllos atrapados en la necesidad buscan espacios, crean pretextos, habilitan tiempos porque no pueden evitarlo.

         Creo, sin temor a equivocarme, que Alejandro Montenegro sufre esta condición. Hemos, desde hace varios años, sido testigos de su empecinamiento, su inquietud, su pasión.

          Y hoy tenemos en nuestras manos Motivos para matar.

        La novela negra tiene, como todo género, sus perlitas, su silueta determinante: hay un delito, generalmente una muerte; si es violenta mejor. Hay muchos posibles culpables, y nunca resulta ser el que el lector se imagina. Y, el que sí lo es, no ha cometido el crimen por los motivos que uno se había imaginado. Siempre hay una vuelta de tuerca, un giño macabro, o profundamente psicológico, o ambos. Algún sentimiento extremo; venganza, odio, o rencor mueve a los personajes y se necesita de un buen detective, un mente preclara y brillante -y con una vida privada oscura y poco auspiciosa- para desenmarañar el misterio y llevar todo a buen puerto; en general acompañado por algún personaje que no nos inspira mucho respeto, que más bien parece demasiado simple y sin embargo ve lo que otros no han visto. Llevar a buen puerto a la novela negra, de todos modos, no es algo sencillo ya que muchas veces el final nos encuentra con una marea no siempre propicia para amarrar.

    *

         En Motivos para matar confluyen en un mismo destino: un abogado con una vida organizada prolija y ambiciosa, un amigo que vuelve del pasado con un pedido de ayuda legal para su hermana que en un arranque de celos amenazó a su marido de muerte. También hay un cuerpo, la familia del muerto, un Comisario, un policía, un estudio de abogados en baja que rescata el caso para su supervivencia. Muchos posibles asesinos, y letras de tango como hilo conductor hacen de esta novela un buen policial negro en lo que no todo lo que brilla es oro y la verdad, como suele suceder tarde o temprano, te explota en la cara.

         Motivos para matar logra entrar en el género de la novela negra con elegancia y precisión. Las condiciones están dadas para que todo lo que sucede tenga necesariamente que concluir en una tragedia porque todo se viene cocinando desde hace mucho y nosotros no lo sabemos. Las cadenas de eventos bien desafortunados que algunos de sus personajes han sufrido los lleva a actuar de maneras irracionales, intempestivas, con los peores testigos posibles que puedan contribuir a esclarecer los hechos: todos tienen, en su pasado, un motivo para matar.

    Flavia Daniela Pittella

         Sospecho que el prólogo, como las profecías, suele ser uno de los géneros literarios más peligrosos. No obstante, no me atrevo a decir que cierto género policial clásico ha desaparecido. Esto se podría explicar porque en este tipo de género hay mucho de artificio: nos interesa saber cómo entró el asesino entre un grupo de personas artificialmente limitado, interesan los medios mecánicos del crimen y estas variaciones pueden ser infinitas. Entonces, Motivos para matar sería una suerte de espacio atemporal en el que los viejos policiales clásicos vuelven, y reviven, en toda su tónica. Es cierto, contiene una fuerte dosis de negrura, pero qué no contiene en nuestros días tal impronta. Festejo más la vuelta al policial clásico, como festejo que un escritor serio se abalance infatigablemente sobre el papel.

         Deliberadamente, una lectura reclama un acto de fe. Llego, ahora, al nervio de la cuestión. Clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término. Previsiblemente, esas decisiones varían. Para los alemanes y austríacos el Fausto es una obra genial; para otros, el segundo Paraíso de Milton. Libros como el de Job, la Divina Comedia, (y, para mí, algunas de las sagas antiguas del sur) prometen una larga inmortalidad, pero nada sabemos del porvenir, salvo que diferirá del presente. Una preferencia bien puede ser una superstición.

         Las emociones que la literatura suscita son eternas, pero los medios deben constantemente variar, siquiera de un modo levísimo, para no perder su virtud. Se gastan a medida que los reconoce el lector. De ahí el peligro de afirmar que existen géneros que pueden desaparecer o de obras clásicas, y acentuar que lo serán para siempre. Clásico no es un libro (lo he repetido hasta el hartazgo) que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad. Quizá hoy estemos frente a tal libro.

    Nicolás Correa

    A Any, Lu y Agus

         Los sonidos eran múltiples y estridentes, y se magnificaban por el incesante titilar de las luces de los patrulleros y las ambulancias. Esa tarde–noche la guardia del hospital tenía una actividad agobiante, singular para ese día. No se había producido ningún siniestro importante. Semejante ir y venir era resultado de la multiplicidad de sucesos de menor dimensión. Dos ambulancias recién llegadas hacían sus últimos metros a paso de hombre, para quedar más cerca de la puerta de entrada. Con la habilidad propia del oficio, los camilleros acompañados por médicos jóvenes ingresaban las camillas por el estrecho pasillo, sin chocarse.

    –Pasá vos primero, el tuyo está más jodido.

    –Gracias, viejo, me parece que no llega a mañana. Tiene, por lo menos, dos tiros en la cabeza. Uno rozó, pero el otro entró.

    –Éste está desmayado. Tiene un tiro en el hombro, una pierna quebrada, la nariz rota y creo que el otro hombro salido.

         La noche avisaba que iba a ser demasiado larga.

    1

         Nicolás aprovechó para quedarse un rato más en la cama, no tenía que ir a Tribunales temprano. Tampoco lo esperaban en el estudio. Se reprochaba no haberse levantado antes, para realizar alguna actividad física. Ése era uno de los principales motivos de autocrítica. Lo asumía, pero, por el momento, no atinaba a modificarlo. Se conformaba con jugar al tenis. Después de todo, descansar no le iba a venir mal: esa noche tenía un partido del torneo. Cuando estuvo frente al espejo, notó que su barba necesitaba un recorte mínimo, para darle prolijidad.

        Tenía treinta y cuatro años, estatura mediana, contextura robusta, abundante cabello castaño oscuro, barba y llamativos ojos verdes. Portaba lentes con armazón de carey y aumento considerable. Se duchó y se vistió para salir a trabajar. Ambo gris oscuro, camisa blanca, corbata a rayas azules y rojas, zapatos negros acordonados que necesitaban una lustrada. Fue a la cocina. No tenía ganas de prepararse el desayuno y prefirió bajar al bar.

        Mientras tomaba un jugo de naranja y miraba el diario, sin verlo, se dio cuenta de que no había encendido el celular. Vio una llamada perdida de un teléfono que desconocía. Ya volverá a llamar, pensó.

        La lentitud con que desayunaba le acortó los tiempos disponibles, ya era momento de salir si no quería llegar tarde. Lo avanzado de la hora lo convenció de que caminar no era una opción. Paró un taxi. El tachero lo abrumó con un montón de quejas que ni siquiera recordó al bajar. Entró al edificio al trote.

    –Buen día, Sandra. ¿Novedades?

    –Hola, Nicolás. ¿Cómo andás? Sí, te llamó un tal Joaquín de la Guarda. ¿Puede ser?

    –¿Joaquín? Puede ser. Conozco a alguien con ese nombre. Fuimos compañeros del secundario. –Solo compañeros, no amigos, pensó.

    –Dijo que te llamó al celular y no contestaste. Es por un tema profesional y me dejó su teléfono. ¿Lo llamamos?

    –En un rato.

    –No te olvides de que diez y media hay reunión.

    –Tenés razón, mejor llamalo ahora. Dame un minuto, voy al baño.

        El Doctor Nicolás Corvitti era abogado, con especialización en derecho penal. Trabajaba en un estudio jurídico de mediana envergadura: Razzenger, Sánchez Pesado y Asociados. Le gustaba lo que hacía, aunque tenía claroscuros respecto del lugar donde trabajaba. Por momentos estaba bien y por otros lo asaltaba la sensación de que perdía el tiempo. Se sentía capacitado para liderar algún caso de mayor importancia y no le daban la posibilidad. Los pensamientos se le acomodaban cuando llegaba y veía el cartel en la puerta, en el cual él estaba incluido, pero formando parte del anónimo y ni siquiera cuantificable grupo de los asociados.

        Estaba pensando en cuál sería el motivo de la llamada de De la Guarda. Cuando Sandra le pasó la comunicación.

    –Hola, Joaquín. ¡Qué sorpresa, tanto tiempo!

    –Sí, ¿qué tal, cómo te va Nicolás?

    –Bien, che. Un poco sorprendido, me dijo mi asistente que necesitabas consulta profesional, espero que no sea grave.

    –No lo sé. Preferiría hablarlo personalmente. ¿Te puedo ir a ver hoy?

    –¿A eso de las cinco está bien?

    –Se me complica, a esa hora salgo del laburo, puedo llegar al centro en media hora o cuarenta minutos. ¿Seis menos cuarto? Algo más, la que está afectada por el caso es mi hermana, no yo. Voy a ir con ella.

    –Los espero.

        La reunión con los socios del estudio fue un calco de las últimas, un culebrón: que hasta cuándo se iban a poder soportar los gastos de estructura con lo que producían, que el valor del alquiler del piso había subido una barbaridad, que los asociados no estaban aportando casos, que iban a tener que reducir el plantel de personal profesional y administrativo. Solo hablaron los socios y el contador. Ninguna idea original, una pérdida de tiempo. Era una medida preventiva. Debía leerse como: muchachos, no se les ocurra pedir aumento de honorarios, confórmense, mientras puedan, con conservar el trabajo.

        Buscó a Sandra para salir a almorzar, no estaba. Entonces prefirió no salir, tomó una sopa instantánea en el escritorio mientras leía el diario deportivo por internet. Le servía para no engrosar la figura y para no adelgazar la billetera. Se liberó de sus tareas a eso de las cinco y cuarto. De ahí en más esperó a Joaquín y su hermana. Si realmente le presentaban un caso interesante, podía ganar puntos con los socios.

        Seis y diez llegaron. Joaquín estaba un poco agitado. El pelo revuelto era, de momento, su única particularidad. Por lo demás era un muchacho estándar. Ni alto ni bajo, ni flaco ni gordo, cabello castaño, ojos pardos. Su vestimenta era informal, de marca y estaba combinada con buen gusto.

    –Perdoname, el subte se demoró. No sé para qué te dicen con qué frecuencia pasan si después no la cumplen. Te hacen calentar más. ¿Te acordás de mi hermana Elena?

    –Sí, cómo no. Buenas tardes, Elena.

        La recordaba, aunque prefirió mostrarse prudente.

    –Hola, yo me acuerdo de vos. Vivías a la vuelta de casa, casi sobre el pasaje.

    –¡Qué memoria! Siéntense. ¿Qué quieren tomar?

    –Un vaso de agua –dijo Elena.

    –Solo eso, ¿no quieren un café o un cortado?

    –Si vos tomás, sí. Un cortado –respondió Elena, y Joaquín asintió.

    –Sandra, por favor, traé tres cortados y dos vasos de agua.

        Después de transmitir la solicitud, Nicolás se dirigió a Joaquín.

    –Pasaron años sin que nos viéramos.

    –No tanto, nos encontramos en la reunión de los quince años de egresados. ¿Te olvidaste? Nos juntamos en la pizzería de la esquina del colegio.

    –No me olvidé, pero ese día apenas nos vimos, porque a mí se me hizo muy tarde, me acuerdo de que te fuiste casi enseguida de que llegué. Hasta pensé que te habías ido porque aparecí yo. –Nicolás pareció agresivo, pero lo dijo en tono suave y con una sonrisa marcada.

    –Me imagino que lo decís en broma…

    –Sí, por supuesto. Vayamos a lo nuestro. ¿Por qué me querían ver?

    –Como te anticipé por teléfono, el tema que nos trae no es mío, sino de mi hermana. Mejor que te lo cuente.

    –Hacía bastante tiempo, más de un año, en realidad más cerca de dos –ella arrancó con cierta morosidad. Como si cada palabra fuera empujada por la siguiente, con esfuerzo–, que la relación con mi marido se había ido enrareciendo y deteriorando. Hasta que un día exploté.

        Elena de la Guarda de Sáez era una mujer que, en un momento normal de su vida podría haber declarado menos que sus cuarenta y un años; y nadie hubiera tenido motivo alguno para dudar. Pero, en estas circunstancias, las dificultades la habían demacrado a punto tal que su apariencia le asignaba, sin lugar a duda, mayor edad. Se hacía visible en su rostro, que mostraba signos de desgaste; y en su postura, que daba la sensación de un cuerpo vencido. Ella solía tener una sonrisa perfecta y durable, acompañada de un gesto cordial y una posición que, siempre erguida, exponía, con gracia, cada centímetro de su casi metro setenta.

    Nicolás, que no se la imaginaba explotando, ya que no parecía del tipo que fuera a tener manifiestas salidas de tono, la invitó a continuar, con un movimiento de su mano derecha y una sonrisa pequeña y forzada.

    –Me agarró un ataque de bronca, como nunca, y lo eché de casa, en la que vivimos varios años, antes y después de casados. ¿Podés seguir vos con esa parte? No sé si me da más vergüenza que me haya sucedido… o contarlo–, le pidió ayuda a su hermano.

    –Lo echó, pero no en una reunión privada, sino adelante de otra gente, yo entre ellos. Justamente el día en que cumplían cuatro años de casados. Disculpame, Elena, pero lo tengo que contar tal cual. Él va a ser tu abogado.

    –Sí, dale –aprobó Elena, avergonzada.

    –Fue de lo más desagradable, le dijo de todo y a los gritos. Ahora el tipo la demanda por injurias y amenazas.

    –¿Lo amenazó? ¿Qué le dijo? –preguntó Nicolás.

    –Que lo iba a matar. Así nomás. No, más exactamente, y me acuerdo textual, le dijo: Me robaste la vida. No te la vas a llevar de arriba, te voy a matar, hijo de re mil putas.

    Escuchar las palabras exactas que le había dicho a su esposo no produjo en Elena arrepentimiento alguno. Seguía pensando que las merecía; aunque no pudo evitar ponerse colorada.

    –¿Y el marido, qué hizo?

    –Nada. No le contestó nada. Agarró un bolso, que se terminó de preparar mientras ella lo puteaba, y se fue sin abrir la boca.

    –¿Por qué lo echaste, y de semejante forma? –Nicolás se dirigió a Elena.

        Ante esa pregunta se produjo un incómodo silencio, Joaquín miró a su hermana, que había escuchado su contundente relato mirando un punto fijo. Ella continuó.

    –Rogelio tiene otra

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