Confesiones de un asesino serial al desnudo
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Confesiones de un asesino serial al desnudo - Jaime Hernán Cortés Torres
Prólogo
La novela negra, más que interesarse por la resolución de un crimen, pretende elaborar el retrato de una sociedad donde la violencia es algo cotidiano y banal.
Dicho esto el reto consiste en darle a la ciudad un enfoque libre de la interpretación del héroe, que casi siempre acaba redimiendo la oscuridad del crimen y justificando la violencia a través de la causalidad y no de la razón. En Confesiones de un asesino serial al desnudo se remplaza la visión del héroe por la del criminal, quien nos revela, desde de la cocina de su apartamento, la lógica de una mente que ve en la violencia la mejor forma de alinearse con la mecánica destructiva del mundo. Desde esta perspectiva, el crimen no es el acto de un demente, sino una acción justificada por la lógica y la razón. Darle voz al criminal permite conocer un lado de la moneda que tradicionalmente ha permanecido oculto por la moral y la necesidad de otorgarle un sentido a la violencia. Permitiendo que el lado oscuro de la ciudad se manifieste, el lector se da cuenta de que la personalidad de un asesino es más racional y común de lo que se imaginaba, y es justo su mirada desesperanzadora de la sociedad la que acaba por revelar, con total naturalidad, el camino destructivo que hemos elegido y que nos alerta sobre el hecho de que en nuestra sociedad nadie está libre de ser un monstruo.
A diferencia de El proceso de Kafka, donde hay un culpable sin crimen, en esta novela nos enfrentamos a un crimen sin culpable. La inexistencia de un culpable no recurre al modelo del crimen perfecto, sino que se apoya en la costumbre o el desinterés de la sociedad frente a la violencia para explicar la perfección que subyace al crimen que no se resuelve. Un crimen percibido solo por un asesino que no tiene más motivación que la contemplación de la estética implícita en el ejercicio de la violencia no puede ser considerado perfecto cuando es la incapacidad de la sociedad de sorprenderse con la manifestación de los hombres violentos la que lo hace perfecto. Es nuestra obsesión por controlarlo todo la que nos hace pensar que todos los crímenes pueden ser resueltos, cuando en realidad los que pueden ser explicados son una minoría frente a la avalancha de violencia que experimentamos diariamente.
Dejando de lado la estética del crimen propuesta por Poe o por Borges, donde todo lo que sucede tiene un rigor casi matemático, el asesino rebaja el crimen a un nivel instintivo, que obedece a las leyes de la naturaleza, donde nada es sublime, sino irremediable, donde matar no es un acto de locura, sino de sensatez. En medio de esta violencia inevitable el acto creativo aparece como la única posibilidad de redención en una sociedad acostumbrada a destruirlo todo. El asesino en serie, convertido en detective, a través del ejercicio de la literatura, acaba transformando su visión del mundo en una más terrible en la que los seres humanos somos una herramienta de destrucción y el crimen nuestra manifestación.
Aunque tradicionalmente la novela negra ha sido un género menospreciado porque comete el pecado de resultar entretenido, en los últimos años ha logrado plantear preguntas complejas sobre la sociedad en la que vivimos. Por eso, esta novela ilumina la parte oscura de una ciudad que no vemos y nos permite descubrir lo que hay dentro de nosotros y que no refleja el espejo.
No se escribe para agradar,
sino para despertar, para sacudir.
Ernesto Sábato
Nosotros los asesinos seriales somos sus hijos,
somos sus esposos, estamos en todas partes.
Ted Bundy
¿Por qué temo también escuchar mi propia voz?
Y no hablo de miedo, sino de terror, de horror.
Georges Bataille
Esta es una obra de ficción. Todos los personajes, acontecimientos y diálogos, así como las referencias incidentales a figuras públicas, productos o servicios, son imaginarias y no pretenden menospreciar a ninguna persona viva o muerta ni a los productos o servicios de ninguna compañía. Cualquier parecido con el mundo real es mera coincidencia.
Noticia preliminar de prensa
En la mañana de hoy fue hallado, en uno de los baños de la biblioteca de La Plaza de los Escritores, el cuerpo sin vida de una mujer no identificada que, de acuerdo con las autoridades, no presentaba signos de violencia. La administración señaló que la Sijín y la Policía Metropolitana se hicieron presentes en el lugar para efectuar las labores de levantamiento e iniciar la investigación correspondiente. La administración espera que las autoridades competentes logren establecer las circunstancias de lo sucedido, al tiempo que expresa su disposición a colaborar con las investigaciones.
Sábado 23 de abril de 2016
Noticia en un periódico local
Uno
«¿Cuántos grados Celsius hacen falta para que un ciudadano común acabe disparándole a una multitud?», me preguntaba al entrar en el ambiente fresco generado por el aire acondicionado del auditorio. Un pensamiento motivado tal vez por las imágenes excesivas de los periódicos y el calor insoportable. Lo que le hacemos al clima nos empuja al desastre. Todo lo que hacemos para prolongar la existencia es un paso seguro hacia nuestra propia destrucción. En una ciudad que ardía bajo el intenso sol de finales de febrero, la biblioteca era como un abrevadero en tiempo de sequía. Un lugar tranquilo construido para evitar que nuestra locura acabara empujando al mundo por un despeñadero. Comprobaría luego que solo se trataba de una ilusión, la biblioteca ya ardía, solo que aún no podíamos verlo con claridad. Olvidamos que en un abrevadero el agua que nos salva es siempre el mejor pretexto para justificar nuestra muerte.
En el auditorio no cabía un alma más y todos conservaban la expresión brutal provocada por los casi 32 grados de las calles. El calor de la ciudad había grabado una mueca tan terrible en la gente que me hizo pensar en los personajes de Cristo con la cruz a cuestas del Bosco, una combinación de fatiga y agresividad que resaltaba los detalles más primitivos de cada rostro. Viendo la expresión de los asistentes, no entendía cómo podía un guardia de seguridad comprobar que el hombre al que le permite el paso y el del documento de identificación son el mismo cuando solo observa uno de sus múltiples rostros. En realidad, no lo saben, siguen la rutina de simular que tienen el control, pero nunca podrán saber si han dejado entrar a un monstruo. En el lugar había de todo, menos escritores. Todos habían acabado cediendo a la comodidad de pasar su vida en una oficina, un quirófano, una fábrica o cualquier lugar donde pudieran perder el tiempo sin correr riesgos económicos. Ninguno había tenido nunca la determinación suficiente para dedicarse a escribir, un rebaño vencido por el miedo y empujado a escribir por desesperación. A la larga, la comodidad siempre se transforma en frustración. El amor propio les impedía aceptarlo, pero iban en busca de un guía que los llevara por un camino que no se atrevían a recorrer por su propia cuenta. Gente que parecía ignorar que un pastor cuida sus ovejas para poder llevarlas algún día al matadero.
A pesar de la distribución escalonada del auditorio, que normalmente genera la impresión de que los asistentes pueden abalanzarse sobre el expositor ante la menor provocación, la postura tranquila del tallerista me hizo pensar que, por el contrario, era él quien podía abalanzarse sobre nosotros en cualquier momento. Actitud que en ese momento consideré ingenua, porque, aunque el depredador de la cima de la cadena alimenticia no sienta miedo, se equivoca cuando cree que nada puede anticiparlo. Es justo en esa idea donde se esconde su única debilidad. Entre las ovejas siempre se oculta un lobo.
El video beam proyectaba amenazante la leyenda «En Aura se escribe», como si hubiera alguna duda de para qué estábamos allí. Todos habíamos acabado en ese lugar por la misma razón, una lacónica invitación de la biblioteca para participar en el taller de escritura. Invitación motivada por los cuentos que habíamos escrito para el concurso de literatura que anualmente organizaba la biblioteca. Todos parecían estar orgullosos de ser invitados a formar parte de ese nuevo intento de producir excrementos con patrocinio institucional, pero yo sabía que a esos talleres invitaban a cualquiera, nadie se había tomado la tarea de revisar nuestro currículo. Éramos la cuota para justificar una pequeñísima parte del presupuesto de algún político que necesitaba presumir de su compromiso con la cultura de la ciudad.
Después de dejar la sombrilla junto al atril y tomar un sorbo de café, rutina que se repetiría cada sábado con precisión, Lucas inició la primera sesión del taller advirtiendo que no podía enseñarnos nada sobre el oficio del escritor. Aunque muchos juzgaron desmoralizante esa apertura, era más honesto que todos esos profesores universitarios que creen que pueden enseñarte algo porque han obtenido un título en una de las universidades del ranking anual de Quacquarelli Symonds. Aunque saben que terminaron aprendiendo por sus propios medios, mienten porque la ilusión de enseñar les permite llenar el carro del supermercado. Nadie puede aprender más que por sus propios medios, nada nunca nos es revelado. La comprensión del mundo requiere de la paciencia y fe del explorador que se abre paso a través de lo desconocido, solo para descubrir al final que cualquier búsqueda es inútil. Hace algunos meses, por ejemplo, intentaron enseñarnos a preparar mayonesa en el grupo de culinaria. La gente anotaba las instrucciones como si en la cocina fuera posible replicar el resultado siguiendo una receta. El principal problema de la educación está en la definición de posibilidades y límites. Todos aprendimos alguna vez que el agua y el aceite no son miscibles, pero la mayonesa es justo la emulsión de estas dos sustancias. Cuando lo supe me sentí decepcionado. De haber hecho mayonesa, el profesor de química hubiera sabido que la lecitina contenida en la yema del huevo permite lo imposible. Basta agitar la mezcla a una velocidad adecuada para conseguir la emulsión, la lecitina envuelve el aceite para permitir que se mezcle con el agua contenida en el huevo, el limón y el vinagre. Seguramente, el profesor también lo aprendió de alguien que nunca intentó hacer mayonesa. Como siempre pasa, la mayonesa que hicimos siguiendo la receta fue un asco, necesité noventa y dos intentos más para obtener una mayonesa comparable a la Heinz que consigues en el supermercado. De igual forma, aprendes a escribir mientras escribes, nadie puede enseñarte algo como eso porque cuando la literatura obedece a un compendio de reglas está muerta. La literatura es esencialmente subversiva.
Mientras una señora del grupo repartía café acompañado de pastillas de chocolatina y una sonrisa que siempre me recordó a la de mi madre, Lucas realizó otra advertencia, casi una sentencia que nadie supo interpretar en ese momento. Dijo que era habitual tener un grupo numeroso en la primera sesión, pero que después de unas semanas solo quedarían unos pocos asistentes que podrían contarse en los dedos de las manos. Todos se rieron, aunque apostaría a que nadie entendió el chiste. La risa en muchos casos esconde nuestra ignorancia. Sucede igual con los cineclubes, basta una seguidilla de películas de Bergman, Kurosawa y Medem para que solo quede el proyeccionista y su mejor amigo. Lo sé porque dirigí dos clubes en la universidad, y cuando llegamos a El séptimo sello y Vacas solo quedábamos mi hermano y yo. Un cineclub que se respete no dura más de diez películas, quizás sea una regla que nadie se tomará el tiempo de comprobar, pero de la cual un buen observador puede sacar una ventaja. De este tipo de comportamientos se alimenta un depredador, el patrón de conducta de un grupo determina su punto débil.
Tienen razón los que dicen que la primera impresión nunca se olvida. Desde el principio Lucas me inspiró cierta sensación de repulsión, algo que me pasa siempre con las personas sensatas. No era el tipo de incomodidad que genera un tipo desagradable, era más bien el hecho de estar frente a un hombre sin escrúpulos. Su evidente narcisismo, maquiavelismo y psicopatía me generaban cierta irritación. La triada oscura que define la psicología del cazador era evidente para un buen observador. Las fuerzas generadas por cargas de igual signo siempre son de repulsión, en el fondo nunca me han gustado las personas como yo.
Un taller de escritura no es diferente a otros grupos creativos. Al principio, solo buscaba distracción, pero descubrí que podían ayudarme a controlar el deseo de matar. Empecé asistiendo a un grupo de pastelería los lunes en la tarde hace siete años, y después de unos meses acabé metido en otros grupos similares. Cuando estoy en ellos me siento como un pitbull al que se le ha desencajado la mordida mientras se aferra a una llanta que cuelga de un árbol. La sensación de tener una presa entre los dientes disminuye el deseo de hacer daño. Que se sepa, ni una sola criatura murió durante la creación del mundo, los periodos de creatividad contienen los pensamientos destructivos. Estoy seguro de que disminuiríamos notablemente la violencia del mundo si estimuláramos nuestras habilidades creativas. En las cárceles podría comprobarse con facilidad que el único camino de rehabilitación posible para un convicto es el acto creativo. Una sociedad verdadera se construye ayudándole a la gente a encontrar algo de sentido.
Aura no era el primer grupo de escritura al que asistía, ya había tenido la fortuna de comprobar su efectividad terapéutica. Sin embargo, no todos íbamos por la misma razón. No todos los que asisten a un taller de escritura quieren escribir, algunos solo quieren leer, otros no tienen nada qué hacer en la casa, los más típicos quieren vomitar, los más necesitados necesitan salir a matar gente y los de mi tipo buscamos estar en control. A los pocos que realmente les interesaba escribir, siempre me vi tentado a decirles que se dejaran de tonterías y se sentaran a escribir. Pensaban que en el taller acabarían por encontrar la piedra filosofal que les permitiría convertir sus tonterías en un clásico, como si la literatura escondiera un secreto que Lucas podía revelar. En realidad, nada resulta más íntimo. Escribir es una actividad solitaria que te ayuda a sobrellevar la desesperación. Ningún taller te ayudará a contar una buena historia. Si para hacer una buena mayonesa se requieren tres meses, escribir un buen relato requiere años de trabajo duro. Al menos para obtener un relato que puedas leerle a los demás sin sentir vergüenza de ti mismo. Cuando escribes una historia armas un rompecabezas del que no tienes instrucciones, igual que cuando se construye un mundo no tienes un mapa. Mientras creas, encuentras por primera vez un sentido, estas en control de las cosas que te rodean. La creación es lo único que nos hace parte de algo superior, la destrucción en cambio nos hace parte del mundo.
Esto es un grupo de apoyo, me digo a mí mismo cuando asisto a Aura y veo tantos rostros desesperados reunidos en un mismo lugar. Necesitamos ayuda, estamos enfermos. No importa si son hombres o mujeres o si son jóvenes o viejos, la mirada de todos refleja la falta de propósito. Lo normal es la desesperación. Creo que el mundo que conocemos acabará destruyéndose por falta de sentido. Por eso enloquecemos. La cultura de una sociedad es el resultado de hombres desequilibrados, pero sin importar si se trata de escritores, pintores o músicos, en su mensaje siempre hay una justificación que evita el suicidio masivo. Un grupo