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El hombre que no sentía miedo
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El hombre que no sentía miedo
Libro electrónico179 páginas2 horas

El hombre que no sentía miedo

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En El hombre que no sentía miedo nos adentramos en los enigmáticos rincones de Antequera, donde la línea entre lo natural y lo sobrenatural se desdibuja en el manto de la noche. Aquí, una casa abandonada resuena con los ecos de una infancia llena de terror; una cueva se convierte en santuario de lo divino y lo inexplicable, y los cielos se iluminan con luces cuyo origen desafía toda lógica.
Pero en el centro de estos misterios se encuentra un hombre inmune al miedo, un enigma en sí mismo, que nos reta a cuestionar las fronteras de nuestra comprensión humana. Este libro es un laberinto emocional que te invita a perderte en sus páginas, sólo para encontrarte a ti mismo en su desenlace.
IdiomaEspañol
EditorialExlibric
Fecha de lanzamiento23 nov 2023
ISBN9788419827975
El hombre que no sentía miedo

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    El hombre que no sentía miedo - Ramón López Reina

    Aquel hombre oscuro

    Conozco a Laura desde hace más de veinte años. Amiga de la juventud y miembro de nuestra pandilla, recuerdo ante todo su jovialidad. Era una chica muy divertida, activa y con una peculiar risa un tanto histriónica. Adoraba la literatura y el cine de terror, sobre todo las relacionadas con los vampiros. Pero nunca imaginé que hubiera tenido experiencias aterradoras como las que me contó, y que pude utilizar para documentar el vídeo de la susodicha calle Fresca, donde vivía junto con su familia. He de decir que estas experiencias le ocurrieron muy de jovencita, me atrevería a decir que en esa fecha todavía no la conocía. Tampoco nos contó nunca nada y jamás pudimos apreciar que fuera sensitiva o poseyera ciertas dotes «brujescas», como aseguraba que tenían algunas mujeres de su familia.

    El caso es que, transcurridas varias décadas, por casualidades de la vida y después de tanto tiempo sin verla o hablar, vuelvo a contactar con ella de nuevo a raíz del expediente de la calle Fresca.

    Si se me permite, mi estimado lector, utilizaré la primera persona para narrar a continuación lo que ella me describió:

    —Mira, en la fábrica de mi padre, donde tenemos los pisos hechos, aquello era un antiguo palacio de a saber Dios cuándo y tenía su propio cementerio. Y cuando le pasó lo de la sombra a mi padre, yo escuché un sonido raro. Como conocía a los dueños de una tetería que uno de ellos era medio brujo, decidí llevarlos allí. En la parte más profunda de la misma, aquel árabe dijo que allí había muerto gente. Él aseguraba que algunas almas habían muerto en trágicas y malas circunstancias y todavía pululaban por allí y que lo más malo se concentraba en el fondo de la fábrica, donde mi padre vio la sombra…

    »Experiencias fuertes en aquella vivienda he tenido tres, una de ellas fue cuando a mi padre le dio el primer infarto. Ha tenido tres, el primero fuerte y los otros dos fueron principios de infarto. En ese primero estuvo a punto de morir en el traslado al hospital de Carlos Haya, porque en Antequera no podían atenderlo por no disponer de medios. La noche antes de que a mi padre le diera ese infarto decidí dormir en el salón porque en verano hacía más fresco. Y a mitad de la noche me desperté, dormida boca abajo noté como muchas manos querían tocarme la espalda, como para agarrarme. Al volverme de lado vi la sombra de una mujer encorvada con una especie de capa de color gris. Entró por la puerta y se dirigió hacia el balcón que daba a la calle Fresca. Muerta de miedo esperé a que amaneciera tapándome con la sábana. La sombra iba con las manos en el pecho como sujetando algo. Al día siguiente fue cuando le dio el infarto a mi padre. No sé si ese hecho tiene algo que ver o no, pero es lo que ocurrió…

    »La casa de mis padres, yo no sé si es por el sitio donde está ubicada, pero desde que soy niña a mí la energía que desprende el lugar no me gusta, me da malestar. No sé por qué, pero no me gusta, me siento incómoda. La habitación donde dormía junto con mi hermana la notaba con un ambiente muy cargado. Yo sentía que al fondo de la habitación, justo en el ropero, había alguien. Me agobiaba la habitación. Era como una sombra que cada vez se acercaba más a mí.

    »La última vez que me ocurrió algo muy extraño fue cuando en el cabecero de mi cama, que daba justamente a la pared, noté como algo que se movía muy rápido. Al despertarme con ese vaivén, lo que se movía se paró al lado derecho, al mismo lado que me volví para intentar averiguar qué era aquello, y te juro, Ramón, que había un hombre con un traje antiguo, posiblemente del siglo XIX, porque le notaba el chaqué con sus botones y un sombrero alto. Era muy negro, todo negro en su silueta y en su figura. Al darme la vuelta y taparme para intentar protegerme de aquella figura, noté como un peso encima, no me podía mover, no podía respirar. Desesperada, lo único que se me ocurrió fue rezar lo que sabía, que era un padrenuestro, y rezando veo como ese hombre —esa sombra negra— está saliendo de mi pecho, pero esta vez sus ojos eran huecos, como blancos, y desprendían luz. Y una vez que salió esta sombra corpórea de mi cuerpo, me puse a gritar y a llorar desconsolada, exclamando que allí había muertos. Recuerdo que me pasó a los diecisiete años y que dormía en la misma habitación junto con mi hermana. Desperté a toda mi familia, me tuve que acostar con mis padres. Recuerdo que al día siguiente tuvimos que ir a por agua bendita a la iglesia de Belén para intentar proteger aquella habitación. Aquella experiencia aterradora no me volvió a pasar, pero a día de hoy nunca olvidaré a aquel hombre oscuro.

    »La tercera experiencia fue extraña, pero a decir verdad fue en parte gratificante porque vi como un ser de luz a mi parecer. Me ocurrió con veinticuatro años. Recuerdo la figura parecida a un espíritu blanco, parecida a la de un apóstol. Túnica color hueso, barba blanca canosa, ojos claros. Aquella noche sentí un zumbido en mi oído y me sobresaltó, y era como si estuviera flotando en mi cama. Sentí una paz muy grande.

    »Aquel ser de luz con un halo muy luminoso me hablaba en mi cabeza y me decía que ayudara a los demás y que cuando ayudara a un número de personas, este ser volvería para contarme cosas de esta vida y de la otra, aunque a día de hoy todavía no se me ha vuelto a aparecer.

    El afán de la costurera

    Dicen que la curiosidad mató al gato —o, por lo menos, le dio tan extraordinario sobresalto que nunca olvidó—, y es probable que en esta vieja y leve historia pasara algo acorde a tal definición. Pues contaba el abuelo de mi querido amigo Juan que, en aquellos viejos años 20 del siglo pasado, existía en las inmediaciones de la barriada de los Dólmenes, donde actualmente se ubica en estos días una gasolinera, una casona donde tuvo una experiencia aterradora por su afán de pasear y asomarse a una de sus ventanas.

    El abuelo vivía en las cercanías de calle de San Roque o la era del mismo nombre. Siendo un niño, siempre pasaba por aquel lugar donde se encontraba aquel viejo caserón, bien fuera para ir a trabajar al campo o deambular por allí. Fuera lo que fuere que le llevaba a pasar por aquel lugar, terminaba asomándose a una de las ventanas del caserón, donde siempre había una luz encendida, fuera de noche o de día y a la hora que fuese. Aquel hombre relataba que siempre encontraba mirando al interior de aquella habitación a una mujer en labores de costura. Una mujer amable y sonriente. Siempre igual, cosiendo sin parar en aquella habitación iluminada, tan afanada en su trabajo que apenas se daba cuenta de quien la saludaba o la observaba. Así transcurrían los días y las noches con aquella costurera tan extraña.

    Hasta que un buen día o noche, no se sabe en qué momento aterrador fue, el abuelo de Juan, como ya era costumbre en él, se asomó para ver a aquella mujer tan enigmática. Y lo que encontró fue un ser tan espantoso y horrendo que le heló la sangre. Ya no era esa mujer tan azarosa y amable. Era la cara de un ser espectral y sin vida que irradiaba el mal. El abuelo jamás volvió a pasar por aquella casa, y mucho menos a asomarse a aquel ventanal.

    Cuando me contaron esta historia supuse que se trababa de alguna «fábula» para amedrentar a niños en el vicio de ser demasiado curiosos a la hora de observar por las ventanas y que por eso aquel abuelo lo contaba. Pero el caso es que mi amigo Juan siempre decía que él no lo vivió como chanza, sino que realmente se asustó bastante y nunca lo olvidó.

    Sin duda, una historia extraña en la que, a todas luces, lo que realmente pasó o vio nunca se sabrá. Y aquí entran toda una suerte de hipótesis e ideas inverosímiles. ¿Posible visión de terror premonitoria, aparición fantasmal, delirios o simple broma pesada? Quizás si supiéramos algo más de la historia de aquella casona pudiésemos desvelar algún misterio mayor. Yo no encontré nada al respecto. Aunque hemos de mencionar que al lado está el cementerio municipal.

    De todas formas, nunca miréis al interior de las casas por las ventanas, es una mala costumbre. Si osáis desafiar tentando a la curiosidad, quizás nunca olvidéis la experiencia.

    El campo de concentración olvidado: la vieja fábrica de Moreno

    Fue una mañana cuando mi amigo y compañero Juan Pinto, fotógrafo de altura, me manda un guasap comunicándome que conocía a un hombre que quería contarme algo muy particular y personal. Una clara referencia a la triste y dura vivencia del padre, testigo en distintos campos de concentración durante la Guerra Civil, aportando un dato que para nada yo conocía y que me dejó estupefacto. Otro dato más que pretendía quedar sepultado por las arenas imparables del tiempo. Un improvisado campo de concentración de la Guerra Civil española que se erigía en Antequera durante el año 1939. Un campo que los eruditos señalaban en Antequera, pero que no ubicaban exactamente.

    Raudo me presté para llamar a aquel hombre, muy conocido empresario antequerano y seguidor de nuestro trabajo en el canal de La noche de los asombros. Concerté con él una cita. Me sorprendió gratamente saber que su padre fue protagonista de uno de los capítulos más duros y crueles de la Guerra Civil. Vivió un periplo por varios campos de concentración nacionales hasta llegar al desconocido en Antequera, lugar que por lo menos era aquel de la tierra que lo vio nacer. Esto es lo que me contó durante aquella entrevista:

    —Mi padre, tras terminar la Guerra Civil como preso en Madrid, fue llevado al campo de concentración del campo Rayo Vallecano. Al comentarle que los que no tenían delito de sangre podían volver a su pueblo, volvió y fue detenido y encarcelado en la cárcel de Málaga. Después pasó a un batallón de trabajadores en Algeciras, trabajando en la línea de fortificación de la misma localidad. Luego pasó al campo de concentración en la Fábrica de Harinas de Moreno en Antequera.

    Aquel hombre que quería guardar su anonimato me decía que todavía conservaba el documento de salvoconducto de su padre y también me puso sobre la pista de libros especializados y documentales que trataban el escabroso tema de los campos de concentración franquistas en Málaga. Sin duda, una historia fascinante y controvertida que me cautivó desde el primer momento.

    En el año 1939, en la provincia de Málaga operaron cinco campos de concentración que tuvieron un papel relevante tanto por su duración, muy pocos meses, como por el número de personas que pasaron por ellos. Se estima que fueron 14 200 personas las que fueron forzadas a perder su libertad en los mismos. Podemos citar entre ellos: Torremolinos, con 5000 prisioneros; plaza de toros de La Malagueta y antigua fábrica de La Aurora, con 4000 prisioneros, y plaza de toros de Ronda y afueras de la ciudad, con 2200 prisioneros. Pero del campo que existen menos datos es el de Antequera, ubicado en la antigua fábrica situada en la ribera de la familia Moreno, y se conoce que por él pasaron al menos 3000 personas.

    La vida en los campos de concentración era muy dura, según los testimonios y estudios realizados, todos unánimes al hecho de que el hambre fue atroz y los comandantes incluso alardeaban de que ahorraban dinero asignado para

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