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En El Año De La Luna
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Libro electrónico225 páginas2 horas

En El Año De La Luna

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RESUMEN


En el Ao de la Luna

Historia de Sara, Abrn, Agar, Rebeca e Isaac narrada por el hijo de Sara y Abrn, Isaac. En su ancianidad, Isaac va recordando diferentes escenas de su vida, al mismo tiempo sus andanzas amorosas con Rebeca emanan con fuerza. La novela aborda el tema de los Valores algo tan necesario en una sociedad turbulenta, pluralista y, en continuo cambio, como la nuestra. Una sociedad en busca de una tica Universal con unos mnimos aceptados por todos los pueblos. Una sociedad con necesidad de Cuidados tiernos y amorosos. Valores que se configurarn desde paradigmas diferentes a los dictados por sociedades patriarcales, desde posturas y pensamientos unilaterales, androcntricos. Es una historia de amor entre la humanidad, representada en sus protagonistas: Sara, Agar, Abran, Rebeca e Isaac. Una Fuerza Interior misteriosa que sobrecoge y envuelve. Intuicin creativa que nos va descubriendo la Bondad-Verdad-Belleza en aquello que sale al paso de manera natural. Educar la mirada en la ternura para poder descubrirlo. Una mirada inteligente que sabe ver la grandeza y hermosura del Ser Humano y el Universo donde habita. Un homenaje a esas Grandes Seoras de la antigedad que con su tesn y manera de actuar, rompiendo moldes y saltndose leyes en un mundo hostil para ellas, cambiaron la historia. Las olas del mar Mediterrneo depositaron sus nombres en las finas arenas de las playas. Mujeres que lucharon y fueron avanzadilla de lo que un da llegaran a ser muchas mujeres de nuestros das. Diosas del desierto y de frtiles valles, de la llanura y la montaa. Diosas del Mediterrneo. Necesitamos caminar juntos, hombres y mujeres para emprender grandes proyectos. Slo as haremos avanzar a la Humanidad de manera justa y gozosa.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento14 nov 2013
ISBN9781463372835
En El Año De La Luna
Autor

Marciana Molina Lopez

BIOGRAFÍA Marciana Molina López nació en La Roda (Albacete) en 1953 y actualmente reside en Alicante. Realizó estudios de Doctorado en Sociología por la Universidad de Alicante. Se especializó en “Cultura Mediterránea y Sociedad Contemporánea” por la Universidad de Alicante. Licenciatura en “Ciencias Religiosas y Catequéticas” por la Universidad Pontificia de Salamanca. Diplomatura en “Enfermería” por la Universidad de Murcia. Durante algunos años impartió clases de “Ética de los Cuidados” en la Universidad de Alicante. Trabajó como Enfermera en diversos hospitales de España y Suiza. En la actualidad es Profesora de Religión y Moral Católica en Secundaria y Bachillerato. Ha publicado varios libros de poemas entre los que destaca “Otra mirada en las Aulas” (Editorial QVE, 2010). “Siento la escritura y la lectura como medios terapéuticos que contribuyen a sanar y hacen avanzar a la persona”.

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    En El Año De La Luna - Marciana Molina Lopez

    Copyright © 2013 por Marciana Molina Lopez.

    ISBN:    Tapa Blanda    978-1-4633-6810-4

    Libro     Electrónico      978-1-4633-7283-5

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 12/11/2013

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    ⁴⁹⁹³⁵⁷

    ÍNDICE

    Dedicatoria

    Agradecimientos

    Poema A Isaac

    Prefacio

    Espera

    Atracción

    Encuentro

    Expectación

    Disciplina

    Contemplación

    Banquete

    Hogar

    Hospitalidad

    Sagacidad

    Silencios

    Amistad

    Nobleza

    Sueños

    Incertidumbre

    Misterio

    Poesía

    Solidaridad

    Holgura

    Recuerdos

    Discernimiento

    Bendición

    Riqueza

    Autoridad

    Oráculo

    Raíces

    Admiración

    Progreso

    Solemnidad

    Gemido

    Epílogo

    Dedicada mi hijo Ignacio

    AGRADECIMIENTOS

    A mi primera Catequista, Asunción que me enseñó a rezar.

    A doña Margarita y doña Rosario, mis primeras Maestras que me enseñaron a leer y escribir.

    A las Hijas de María Auxiliadora, las primeras mujeres que supieron contarme

    ¡Tan bien! las historias de la Biblia.

    A mis Padres, José y Encarnación por saber elegir buenas Profesoras que marcaron mi infancia.

    A los contertulios y amigos de mi padre que me admitieron en su círculo sin importarles que yo fuera niña y muy pequeña: Joaquín, Longinos,

    Antonio, Andrés, Pedro, José el del pozo . . .

    Y a tantos otros.

    El ángel de Dios llamó a Hagar desde el cielo, preguntándole:

    ¿Qué te pasa, Hagar? No temas, Dios ha oído la voz del niño que está ahí. Levántate, toma al niño y tenlo bien agarrado de la mano, sacaré de él un gran pueblo.

    (Génesis 21, 17-18)

    Abrán recibió en una visión la palabra de Dios:

    —No temas, Abrán; yo soy tu escudo y tu paga será abundante . . .

    Mira al cielo; y cuenta las estrellas si puedes.

    —Y añadió:

    —Así será tu descendencia.

    Abrán creyó al Señor y se le apuntó en su haber.

    (Génesis 15, 2-6)

    Dios dijo a Abrán:

    Saray, ya no se llamará Saray, sino Sara.

    La bendeciré y te dará un hijo y lo bendeciré; de ella nacerán pueblos y reyes de naciones.

    (Génesis 17, 15-1)

    POEMA A ISAAC

    Al mirar a lo alto, la luna resplandecerá

    y en el resplandor de la luna, una nube.

    Con lisura, la nube se irá disipando;

    la creencia en los dioses de sus vecinos

    naufragará entre las ideas.

    La vida errante de sus mayores ha terminado.

    El rostro de Rebeca, tierra yerma.

    Sodoma, un espejismo de arena blanca

    junto al desierto donde la luna brilla.

    La luna se inflama como las olas de la mar.

    Un semita con los ojos nublados, sueña con volver

    a verla y se estremece por primera vez,

    ante la Voz Misteriosa.

    Sugerida, al contemplar la obra poética de Deret Walcott

    (Premio Nobel Literatura 1992.)

    PREFACIO

       No soy escritora profesional pero me gustaría serlo. Comienzo a escribir estas páginas a una edad en que la mayoría de los profesionales de la literatura la consideraría edad tardía, aunque creo que los deseos tienen cabida en cualquier tiempo y a cualquier edad.

       Escribo por placer, por gusto, y me considero buena lectora. Los libros me hacen pasar ratos estupendos. Cuando era jovencita, uno de los trabajos que me hubiese gustado realizar era el de bibliotecaria. Pensaba lo fantástico que sería estar rodeada de tantos libros y en un silencio sepulcral. Veía esas películas americanas e inglesas en las que nos enseñan unas bibliotecas admirables y desde mi butaca, entre la gaseosa y la bolsa de kikos, podía percibir el olor a madera de las estanterías y el suave tacto de aquellos libros perfectamente encuadernados. Después venía el despertar del sueño, la realidad, y caía en la cuenta de que en el pueblo en el que una había nacido no había biblioteca. Algún día visitaría uno de esos templos del saber y pasearía por sus pasillos como en un hermoso jardín parisino; todo ordenado, estructurado y catalogado su contenido. Me quedaba el consuelo de salir corriendo, llegar a la calle Peñicas y, burlando al portero, presentarme en la planta primera de la Sociedad Obrera, una pequeña imitación a esos casinos de señoritos de otros lugares. Allí contemplaba unas pequeñas estanterías repletas de libros y unos cómodos divanes en color burdeos que invitaban a la lectura. Allí me encontraba muy bien, la mayoría de las veces solitaria. En las tardes veraniegas algunos caballeros acudían a ver las corridas de toros en una televisión (creo que la primera del pueblo en un lugar público) instalada en ese sagrado recinto. Desde que llegó la televisión compartió espacio con los libros. En aquellas tardes iba con mi padre y, mucho más que la corrida, me interesaba la tertulia que organizaban aquellos señores. No sentía que me tratasen como a una niña, todo lo contrario, si me encontraba a gusto entre ellos era porque participaba de la conversación.

    Niña, a ti, ¿qué torero te gusta más?

    Y una, con toda solemnidad, respondía: Paco Camino.

    ¿Qué cuento te gusta de los últimos que has leído?

    Mariuca la Castañera.

    A ver, demuéstranos como lees.

       Ellos, ofreciéndome el periódico, comenzaba a leer de modo que todos alababan lo bien que lo hacía. Desconocían la importancia pedagógica, en los más pequeños, del valor de la autoestima aunque ellos la practicaban de modo natural.

       En uno de los últimos libros por los que he paseado leía que los españoles y españolas no hemos sido educados en la tradición literaria de la Biblia. De ser así me considero afortunada; y, junto a mí, el grupo de alumnas que llenábamos el aula. Desde los primeros años escolares escuché hermosos relatos de la Biblia. Unas mujeres, mis profesoras, eran expertas narradoras. Sin saberlo en aquel momento fueron ellas las que me indujeron a la lectura. Las historias de aquellos hombres y mujeres de la antigüedad quedaron grabadas en la memoria y abrieron la puerta secreta de los libros. Sor Elena Matas, Sor Primitiva, Sor Claudia Landa, Sor Josefa Valcavado, Sor Carmen Espinosa, Sor Emérita, Sor María Berlinches . . . y tantas otras mujeres bienaventuradas. Cuando nos preparaban para el examen de ingreso y nos saturaban a dictados, el libro elegido era el Quijote por lo que desde muy pequeña supe que don Miguel de Cervantes era el escritor más importante de la literatura española. Cuando ya adulta salí al extranjero, al ser preguntada por mi tierra, al nombrarla, nadie la conocía por tanto opté por decir: de la tierra de don Quijote de la Mancha y todo quedaba aclarado. Los cuentos de hadas fueron durante algún tiempo mi alimento literario. Cuando agotadas las reservas de cambio en la tienda de Juanita descubrí por azar que un nuevo vecino, José Antonio, poseía una colección de cuentos del Capitán Trueno. Los tuve como un tesoro, mimándolos con primor, pues el tal vecino era a su vez muy cuidadoso. Los leí todos. Las biografías de santos y santas ocuparon un lugar importante. Vidas ejemplares se llamaban. Vidas contadas de una manera muy rara, parecían de otros mundos, los protagonistas nacían ya siendo santos, todo era perfecto en ellos desde el principio. Historias escritas por autores de moral estricta, varones que las acomodaban a los tiempos y al modelo que deseaban inculcar. Actualmente estas hagiografías se escriben bastante más verídicas y realmente ejemplares, afortunadamente. En aquella época me parecían ciencia-ficción yo nunca podría ser santa, era imposible, pero llenaron un espacio en mi mente de lectora. Ahora me sirven de ayuda en el aula y para felicitar a conocidos en su onomástica, pero en especial para comprender el Misterio interior que nos habita, eso que los occidentales llamamos Dios y en otras latitudes recibe nombres variopintos, al fin y al cabo lo desconocido, Misterio. Las biografías de políticos notables también están en mi historial de lectora. La primera fue Abraham Lincoln, después Indira Ghandi, Golda Meyer, Alejandro Magno, Cleopatra, Aníbal, Julio Cesar, las emperatrices bizantinas, Isabel de Castilla, Leonor de Aquitania . . .

       Cierto día me empezaron a obligar a leer escritores españoles y, otro día, descubrí que no sabía nada sobre la Ilíada y la Odisea, en lectura, pues las aventuras de Ulises las conocía por el cine que siempre se adelanta aunque de manera diferente. Comencé a devorar clásicos griegos, los franceses de la Pléyade, los ingleses y mucho más tarde los americanos, Emily Dikinson fue mi preferida, quizás por ser laica y contemplativa. Los leía de forma mecánica porque sí, porque había que hacerlo, pero pronto me di cuenta que no llenaban mi búsqueda y comencé a seleccionar la lectura.

       En la actualidad confieso que los libros que más placer me causan son la novela y los libros de grandes maestras y maestros de espiritualidad así como aquellos que ayudan a educar a la mujer para poder liberarse del dominio de los varones. Sociólogas, Teólogas, Filósofas, Astrónomas, Historiadoras . . . , vienen a llenar de placer mis ratos dedicados a la lectura.

       Desde estas páginas un pequeño acto de culto y admiración hacia aquellas Grandes Señoras de la antigüedad en el imperio caldeo, sumerio y egipcio, diosas en sus dominios. Señoras que gobernaron al lado de sus compañeros y otras veces en solitario con una fuerza y energía asombrosa, verdaderas profetisas de lo que en el futuro llegará a ser la mujer, volviendo a ocupar espacios arrebatados por la fuerza del varón. Mujeres avanzadilla de la Creación. Mujeres parecidas a las manchegas que yo veía de niña cuando leía la historia bíblica de Rut y Noemí, tenía la sensación de que ellas habían sido como las mujeres de mi tierra: trabajadoras, enérgicas, constantes, excelentes gerentes y administradoras con una autoridad arrolladora y, al mismo tiempo, tiernas y dulces, llenas de bondad, mujeres de fe en la riqueza de su interior.

       Recientemente, escuchando a prestigiosos conferenciantes sobre el Dios de lo alto, he tenido la sensación de que lo presentaban como un dios conquistador, belicoso y cruel. Nada más lejos; quizás esa sea una interpretación equivocada después de milenios. Sí es cierto que el ser humano invierte los términos y, en lugar de mirar para irse configurando al estilo de Dios-Amor, hace a Dios a su imagen y semejanza presentándolo de diferentes maneras según sus intereses. Abrán y Sara, los protagonistas principales de esta novela, no fueron belicosos en el relato bíblico. Defendieron sus vidas y lucharon por el derecho a vivir en paz en una tierra nueva. Llenos de esperanza en la promesa hecha por un dios desconocido, el que acampaba en sus corazones, totalmente confiados a la fuerza de su mandato, a la Sabia Intuición, morada de ese dios que se les revelaba. Sus armas fueron: los pactos, las alianzas, el diálogo, la hospitalidad y una Fuerza Misteriosa, procedente de la mirada atenta más el saber escuchar el silencio de su interior. Eran contemplativos, sabían mirar y traducir aquello que sentían y vivían. A esa fuerza la llamaron, la que me protege, mi escudo protector, quien siempre existe, quien me ve. Ahora, nos resulta difícil juzgar las acciones de estos grandes personajes de la antigüedad que marcaron el futuro de la Humanidad. Es el ser humano, especialmente el varón, quien hace a dios a su imagen de conveniencia y a sus intereses personales desfigurando su imagen y buen hacer, sus deseos de felicidad para el Ser Humano, su preferencia amorosa por aquellas personas más desprotegidas . . .

       Las olas del mar Mediterráneo, la mar chica como la llamaron los fenicios, nos han traído el hermoso regalo de bellas historias de nuestros padres y madres más lejanos conservadas celosamente por el Pueblo Judío y, aunque durante milenios fueron contadas por varones, el viento suave y constante de una Fuerza Misteriosa no ha permitido que el nombre de estas mujeres, impulsoras y constructoras, verdaderas protagonistas del progreso de la humanidad, haya sido olvidado. Apenas se habla de ellas, se las aparta, oculta y con ello se falsea el texto. Oímos hablar de Abrán, Isaac y Jacob pero se olvidan que el relato bíblico se escribió con la historia y experiencia de hombres y mujeres. Mujeres que cambiaron la vida de sus cónyuges y por tanto la Historia. Ahí están escritas con sangre en los documentos más antiguos, impresas en el libro más leído y vendido de nuestro mundo conocido, La Biblia. Ellas son como tantas otras; diosas del desierto y del oasis, de la montaña y la llanura . . . del Mediterráneo.

       Agradezco al Pueblo Judío el haber sabido conservar y transmitir la sabiduría de la antigüedad, el haber puesto la escritura al alcance de tantas personas haciendo de ella un arte. Sin la dedicación al estudio, sin haber sido avanzadilla intelectual, hoy, no podríamos gozar de las maravillosas experiencias de vida contadas en los libros de la Biblia, joya de todos los tiempos. Mil gracias.

    "Será como un árbol plantado al borde de la acequia;

    da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas;

    cuanto emprende tiene buen fin"

    (Sal 1, 3)

    ESPERA

    Subí a lo alto y la vi venir.

    Hacía días que, desde un montículo, oteaba el horizonte en busca de la polvareda de una caravana procedente de Padán Arán. Me gustaba pasear por los campos y respirar el suave viento del Négueb, pero ese día estaba inquieto y ansioso; hacía casi un año lo que había transcurrido desde que el administrador de nuestra casa partiera cargado de hermosos presentes para la que sería mi esposa. Era necesario el viaje pues estaba dispuesto que me casaría con una mujer de mi pueblo, conocedora de nuestras costumbres y que supiese afrontar los peligros que encierra una vida lejos de sus seres más queridos. Una mujer que

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