Cura de espantos: Más allá de la noche de los asombros
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Historias de muertos, mortajas, fantasmas y otros personajes que regresan del más allá para, en algunos casos, recordar promesas incumplidas o simplemente sembrar el terror. Como ya hiciera con su primer libro, Ramón López Reina vuelve a recopilar una serie de narraciones que aglutina un legado que ahonda en la superstición popular con un carácter insólito.
Esa es precisamente la finalidad de este libro: asombrar al lector, rescatando el sentir del misterio de las historias de espectros y aparecidos que desde hace años circulan de boca en boca entre los habitantes de Antequera y su comarca.
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Cura de espantos - Ramón López Reina
espantos».
Calle Misterio
Ruego me perdonen estimados lectores si en algún momento consideran muy osado pecar de atrevimiento por mi parte redactar este artículo, pudiendo molestar a alguien que es vecino o tiene cierta relación con esta calle o zona. Es más que probable que muchas personas tengan un recuerdo feliz de su estancia en ella y desde luego no es mi intención estigmatizarla en absoluto. Solo pretendo unir los cabos sueltos de una sucesión de hechos reales o quizá rumorología y leyenda que hacen que esta calle sea la que más misterios alberga en su histórico pasado. Sin duda, me refiero a la calle Fresca de Antequera.
Es por ello lo del nombre del título, quizás algo pretencioso y exagerado o desacertado para algunos, pero que no deja de tener un nexo con lo extraño o insólito. Verán, no pocos años he estado recorriéndola para acceder a la entrada de mi colegio y a sus pistas deportivas. Una calle larga que, a pesar de ser «céntrica», cuando no hay o había entrada o salida de colegiales, se quedaba como solitaria. Me referiré también a su poca luminosidad de antaño cuando caía la noche que le daba un aspecto aislado. Máxime cuando convergen en ella el descampado o rellano de La Moraleda y el de los actuales parkings frente al callejón Urbina. Siempre recordaré como los mayores instaban a los niños de la década de los 80 a no pasar por ella a determinadas horas por aquello de lo oscuro y solitario de su naturaleza.
Describiré, si me lo permiten, hechos que se sucedieron en esta calle, para vislumbrar su pasado, sin guardar una cronología, relacionado con el misterio y con la oscuridad de la muerte. Es el escenario del crimen de un muchacho por un supuesto ajuste de cuentas en la década de los 80. Un macabro crimen llevado a cabo por tres personas, en el que a la víctima le destrozaron la cabeza con una piedra.
Recordaremos también cuando en 1756 fue encontrado en esta misma calle el cadáver de un niño a las alturas del convento de Nuestra Señora de la Victoria y que, según los indicios del análisis médico de aquel tiempo, posiblemente fuera violado. No hay constancia de ello, pero la rumorología nos lleva a considerar el descampado aledaño, conocido como La Moraleda, como posible lugar en el que dos hombres se batieron en duelo por su honor en el siglo XIX.
Allí mismo supuestamente fueron fusiladas y enterradas las víctimas de la brutalidad bélica; de hecho, hasta no hace mucho existía un monolito en forma de cruz en clara dedicatoria a los caídos en la Guerra Civil.
Algunos testimonios afirman que al final de la calle Fresca, cerrada por unas chapas, había una especie de acequia, donde se dice que apareció algo muy desagradable y terrorífico, tratándose sin duda del arroyón cercano al callejón de Urbina, donde los niños se asomaban con cierto miedo para ver las aguas sucias correr.
No en vano, ya en las crónicas de Washington Irving se describía este arroyón como un foco de infección de enfermedades, como el temido cólera o la mismísima peste. Un arroyón que bajaba desde la calle Nueva y desembocaba en la misma calle Fresca en su madrevieja a medio embovedar. Corrían por él todo tipo de inmundicias, incluyendo animales muertos como carneros, cabras y burros, que causaban grandes y pestilentes atascos, que no favorecían la salud pública para nada.
También hemos de señalar el hecho de que en dicha calle el conde de Urbina sufrió un «destierro» dentro de su palacete, con miras a tan solo un arroyón pestilente e insalubre.
Se dice que la zona del arroyón nunca tuvo muchos vecinos, porque daba a las partes traseras de distintos conventos. Algunos autores defienden que su nombre le viene dado por la existencia de cierto burdel cercano a la calle Belén, convirtiéndose así en «la calle de la Fresca». No terminaré este artículo sin apreciar que en mis tiempos de colegial La Moraleda solía ser un lugar para peleas entre niños, de ahí el clásico de «a las 5 en La Moraleda», que muchos recordarán, así que en alguna medida podríamos atisbar como quizás esta calle pudiera atraer la violencia y ser considerada un punto «caliente» dentro del terreno mistérico.
Cuatro monjas y un demonio
Ganas tenia de abordar este tema tan terriblemente atrayente que compete a monjas o religiosos, supuestos encuentros o posesiones demoniacas en los conventos y, sobre todo, sexo y pasiones desatadas que están presentes como hilo conductor de tales historias. Cuando algunos lean esto, se llevarán las manos a la cabeza y casi que me tildarán de hereje para mandarme al destierro. No sé por qué no incluí algún artículo de tal índole en mi anterior libro. Quizá sea ahora cuando mi énfasis es más notorio, porque en otra ciudad están haciendo conocer estos hechos no con mucho rigor documental o monumental, cayendo cuanto menos en un desconocimiento del patrimonio arquitectónico eclesial en Antequera.
Antes de relatar nuestro artículo advertiré al lector de las circunstancias que rodeaban a los personajes de estas para que de alguna manera se comprenda mejor su insólita idiosincrasia. Para ello, nos trasladamos en el tiempo a la Antequera del año 1665. Nos introducimos en el interior del convento de Santa Eufemia, adscrito a la orden de San Francisco de Paula, cuyas puertas fueron abiertas en el año 1601 y en el cual residían 112 monjas* .
Tendremos en cuenta que del siglo XV al XVII, la sociedad era brutalmente azotada por el hambre, las guerras, la miseria y las epidemias, por lo que una buena opción para remediar tales males en las familias era recluir a las jóvenes y niñas en conventos donde por lo menos tendrían cama y algo de sustento. Bajo ningún reparo eran ingresadas en la congregación en contra de su voluntad. El día a día de la vida monacal era durísimo para estas jóvenes. En ellos era habitual la abstinencia, el rezo continuo, el aislamiento, las autotorturas, la separación de sus familiares, etc., así que no es extraño pensar que tales monjas no buscaran por medios mágicos una fuga a tal estado de sin vivir en reclusión. Por ello, cuatro monjas del convento de Santa Eufemia (doña Ana de Ávila, doña Catalina de Godoy, doña Rufina y doña Margarita de Jaramillo) planearon buscar alguna fórmula secreta o invocación sobrenatural para poder verse con sus amantes sin que estos fueran advertidos y poder adentrarlos en sus celdas para mantener relaciones sexuales con ellos.
Encerradas en su convento en la más estricta clausura, decidieron pedir ayuda a la lavandera para que les consiguiera alguna hechicera capaz de tales trabajos; de esta forma, la lavandera buscó a una gitana, cuyo nombre era María de Quiñones, apodada la Marquesa, quien no dudó ni un momento en estafar a las lujuriosas monjas con un ardid de supuesto pacto diabólico.
María de Quiñones se reunió con las monjas y les dispuso que, bajo unos contratos que tenían que firmar para el demonio y una importante cantidad de dinero, verían su fantasía hecha realidad. Las monjas aceptaron con su rúbrica aquellos documentos previo preparo de la astuta María para dar al traste con la estafa. Aquella misma noche la gitana bajo unos aspavientos, improperios y alguna que otra dramatización consiguió convencerlas. Sin tener la más mínima intención de invocar al demonio, cautivó toda la voluntad de las monjas incautas. Tanto fue así que una de ellas, Ana de Ávila (no sé si por el efecto de la sugestión o por el ardor de ver cumplido su instinto más básico) soñó que había fornicado con un hombre alto y esbelto, hecho reforzado al despertarse, donde la monja no supo discernir entre sueño y realidad, y creyó encarecidamente que había mantenido una relación con el mismísimo diablo.
Pronto todo el