Sin sangre
3.5/5
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Manuel Roca y sus dos hijos viven en el campo, en una vieja granja aislada. Un día, un Mercedes viejo con cuatro hombres dentro sube por el camino polvoriento que lleva a la casa. Como si desde siempre hubiera esperado ese momento, Manuel Roca llama a sus hijos sin perder un segundo. Algo tan terrible como indescriptible está a punto de suceder, algo que cambiará la vida de todos ellos de manera irremediable, sobre todo la vida de la pequeña Nina.
Una historia vibrante y sugerente que hurga en las profundidades del alma humana. Los protagonistas son figuras perdidas en el espacio y en el tiempo, víctimas de una guerra infinita que, como todos los conflictos de la historia de la humanidad, despierta las pasiones y los instintos más escondidos. La pesadilla de la violencia, el rencor y la venganza dominarán los dramáticos sucesos acontecidos a Manuel Roca y a sus hijos. La espiral de odio que engulle a los personajes sólo parece disolverse gracias a la decisión de Nina, una mujer-niña que sabrá dar sentido, y también futuro, al dolor mayor, sin que haga falta verter más sangre.
Una historia de masacre y venganza, en dos tiempos; en el primero ha hecho evocar los nombres de Sergio Leone y A sangre fría de Capote, mientras que en el segundo, cincuenta años después, asistimos a un encuentro tan dramático como sorprendente.
Alessandro Baricco
Alessandro Baricco (Turín, 1958), además de numerosos ensayos y artículos, es autor de las novelas Tierras de cristal (Premio Selezione Campiello y Prix Médicis Étranger), Océano mar (Premio Viareggio), Seda, City, Sin sangre, Esta historia, Emaús, Mr Gwyn, Tres veces al amanecer y La Esposa joven, publicadas en Anagrama, al igual que la majestuosa reescritura de Homero, Ilíada, el monólogo teatral Novecento y los ensayos Next. Sobre la globalización y el mundo que viene, Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación,The Game, Una cierta idea de mundo, Lo que estábamos buscando, El nuevo Barnum y La vía de la narración. Dirige, además, la Scuola Holden de Turín.
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- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Alessandros Baricco's very brief novel Without Blood is divided into two parts. The first depicts events in an unnamed country caught up in violent conflict. Three men lay siege to a farmhouse, finally killing the owner, Manuel Roca, after a bloody firefight, along with his young son. One of the men discovers a trap door in the floor of the house, where Roca has stashed his daughter Nina. He opens the door and he and the girl exchange glances. The girl turns away and without a word he closes the door and leaves, not giving the girl up to his murderous companions. In the second part a woman of late middle age encounters an elderly man selling newspapers at a kiosk in an unnamed city. She convinces him to come with her, first to a cafe where they share a bottle of wine, and then to a hotel room where they sleep together. The woman is Nina and the man, whose name is Tito, is the last survivor of the team who killed her father some fifty years earlier. Their conversation--which begins at the kiosk, continues over wine, and ends in the hotel room--covers all manner of topics related to murder and killing and revenge and war. But the main question that Nina has for this man who helped to obliterate her family is Why? Without Blood is a strange, dreamlike little book. At 97 pages, it is too short for us to form any kind of bond with the characters (though we feel sympathy for Tito, who fears for his life when Nina confronts him, and then resigns himself to whatever fate awaits) but nonetheless leaves us thinking about war and its victims, and the capricious nature of mercy. In the end, Baricco succeeds in blurring the line between perpetrator and victim and manages to speak volumes about forgiveness.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Wat langer uitgelopen novelle in 2 delen. Het eerste deel beschrijft een gewelddadige afrekening in wat een western-achtige setting lijkt; het is erg filmisch beschreven in een zuinige stijl. Het tweede deel, 60 jaar later, brengt twee hoofdfiguren weer samen in een dialoog die illustreert hoe verschillend percepties kunnen zijn, en hoe ideologie en dwangmatige wraakzin het leven kunnen verzieken en die een beetje voorspelbaar eindigt. Literair bijna perfect, dit is een gave novelle.
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Sin sangre - Xavier González Rovira
Índice
Portada
uno
dos
Agradecmientos
Créditos
uno
En el campo, la vieja granja de Mato Rujo permanecía a ciegas, esculpida en negro contra la luz de la tarde. La única mancha sobre el perfil desocupado de la llanura.
Los cuatro hombres llegaron en un viejo Mercedes. La carretera estaba excavada y era dificultosa –una carretera pobre de montaña–. Desde la granja, Manuel Roca los vio.
Se acercó a la ventana. Primero vio la columna de polvo levantándose sobre el perfil del maizal. Luego oyó el ruido del motor. Ya nadie tenía coche, en aquella zona. Manuel Roca lo sabía. Vio el Mercedes asomarse a lo lejos y después desaparecer tras una hilera de encinas. Luego ya no siguió mirando.
Regresó hacia la mesa y puso la mano sobre la cabeza de su hija. Levántate, le dijo. Sacó una llave del bolsillo, la dejó sobre la mesa y con la cabeza le hizo una seña al hijo. Deprisa, le dijo su hijo. Eran niños, dos niños.
En la encrucijada del torrente, el viejo Mercedes evitó la carretera de la granja y prosiguió hacia Álvarez, haciendo como que se alejaba. Los cuatro hombres viajaban en silencio. El que conducía llevaba una especie de uniforme. El otro hombre que se sentaba delante llevaba un traje de color blanco roto. Planchado. Fumaba un cigarrillo francés. Aminora, dijo.
Manuel Roca oyó el ruido alejándose hacia Álvarez. ¿A quién se creen ésos que van a engañar?, pensó. Vio a su hijo entrar otra vez en la habitación con un rifle en una mano y con otro bajo el brazo. Déjalos ahí, dijo. Luego se dio la vuelta hacia su hija. Ven, Nina. No tengas miedo. Ven aquí.
El hombre elegante apagó el cigarrillo en el salpicadero del Mercedes, luego dijo al que conducía que se parara. Aquí está bien, dijo. Y haz que este cacharro se calle de una vez. Se oyó el ruido del freno de mano, como una cadena que se dejara caer en un pozo. Luego, nada más. El campo parecía que hubiese sido tragado por una calma inescrutable.
Habría sido mejor haber ido directamente a su encuentro, dijo uno de los dos que estaban sentados detrás. Ahora tendrá tiempo para escaparse, dijo. Empuñaba una pistola. No era más que un muchacho. Lo llamaban Tito.
No se escapará, dijo el hombre elegante. Está hasta los cojones de escapar. Vamos.
Manuel Roca apartó los cestos llenos de fruta, se agachó, levantó la trampilla escondida de una bodega y echó una ojeada al interior. Era poco más que un agujero grande excavado en la tierra. Parecía la madriguera de algún animal.
–Escúchame, Nina. Ahora llegará gente, y no quiero que te vean. Tienes que esconderte aquí dentro, lo mejor es que te escondas aquí dentro y que esperes a que se vayan. ¿Me has entendido?
–Sí.
–Sólo tienes que quedarte tranquila aquí abajo.
–...
–Pase lo que pase, no debes salir, no debes moverte, sólo tienes que estar tranquila y esperar.
–...
–Todo saldrá bien.
–Sí.
–Escúchame. Podría ser que yo tuviera que marcharme con esos señores. Tú no debes salir hasta que venga a recogerte tu hermano, ¿me has entendido? O hasta que notes que ya no queda nadie y que todo se ha acabado.
–Sí.
–Tienes que esperar hasta que ya no quede nadie.
–...
–No tengas miedo, Nina, no puede pasarte nada. ¿De acuerdo?
–Sí.
–Dame un beso.
La niña posó sus labios sobre la frente del padre. El padre le pasó una mano por el pelo.
–Todo saldrá bien, Nina.
Luego se quedó allí, como si aún tuviera algo más que decir, o que hacer.
–No era esto lo que yo quería.
Dijo.
–Acuérdate siempre de que no era esto lo que yo quería.
La niña buscó instintivamente en los ojos de su padre algo que la ayudara a comprender. No vio nada. El padre se agachó hacia ella y la besó en los labios.
–Y ahora vete, Nina. Venga, métete ahí dentro.
La niña se dejó caer en el agujero. La tierra era dura, y seca. Ella se tumbó.
–Espera, coge esto.
El padre le tendió una manta. Ella la echó sobre el suelo, luego volvió a tumbarse.
Oyó que su padre le decía algo, luego vio que la trampilla de la bodega bajaba. Cerró los ojos y volvió a abrirlos. Entre las tablas del suelo se filtraban láminas de luz. Oyó la voz de su padre, que seguía hablando. Oyó el ruido de los cestos arrastrados sobre el suelo. Todo se hizo más oscuro, allí abajo. Su padre le preguntó algo. Ella respondió. Se había tumbado sobre un costado. Había doblado las piernas, y permanecía allí, acurrucada, como si estuviera en su cama, sin nada más que hacer que adormecerse, y soñar. Oyó a su padre decirle algo más, con dulzura, agachado en el suelo. Luego oyó un disparo, y el ruido de