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Korp Y El Pensador Desnudo
Korp Y El Pensador Desnudo
Korp Y El Pensador Desnudo
Libro electrónico433 páginas6 horas

Korp Y El Pensador Desnudo

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KORP está obligado a luchar contra el destino, a quien le arranca la libertad y el amor; ambas fuerzas son las únicas que van a sostenerlo con vida, en medio de las terribles consecuencias del acoso escolar o el bullying que padece desde que es un niño, amarga experiencia que le ha extirpado, mejor dicho, borrado la conciencia.
A causa de no tener conciencia, está obligado a construir una realidad paralela donde existir, lugar donde conoce a su colega, con cuya ayuda levanta un imperio muy poderoso en recuerdo y por amor al único ser a quien ama en esta vida, su amada Kate.
Siendo emperador, quiere llegar a la verdadera gloria, pero lamentablemente no puede sobrellevar la gloria que ostenta; entonces, nuevamente cae víctima de otra fuerza tan letal como el bullying: la vanidad, quien lo encierra por muchos años en un abismo con consecuencias fatales para él y su Imperio.
Mientras dura su encierro abismal, está confundido y todavía quiere llegar a la verdadera gloria, pero en el camino se mete en más líos, creando nuevos enemigos, uno en particular: el Origen, a quien le declara la guerra seguro de que puede vencerlo.
Ofuscado en su guerra contra su peor enemigo, paradójicamente, su peor enemigo lo rescata del abismo de la vanidad; ya libre, el destino, la libertad y el amor le ofrecen una nueva oportunidad para llegar más lejos todavía; pero esta vez es obstaculizado por otra fuerza más grande que el bullying y la vanidad: su propio orgullo, a quien tiene que derrotar si quiere alcanzar la verdadera gloria.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 nov 2021
ISBN9781665594752
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    Korp Y El Pensador Desnudo - Orlando Castro

    © 2021 Orlando Castro. Todos los derechos reservados.

    Ninguna página de este libro puede ser fotocopiada, reproducida o impresa por otra compañía o persona diferente a la autorizada.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Publicada por AuthorHouse 11/22/2021

    ISBN: 978-1-6655-9476-9 (tapa blanda)

    ISBN: 978-1-6655-9475-2 (libro electrónico)

    Las personas que aparecen en las imágenes de archivo proporcionadas por Getty Images son modelos. Este tipo de imágenes se utilizan únicamente con fines ilustrativos.

    Ciertas imágenes de archivo © Getty Images.

    Debido a la naturaleza dinámica de Internet, cualquier dirección web o enlace contenido en este libro puede haber cambiado desde su publicación y puede que ya no sea válido. Las opiniones expresadas en esta obra son exclusivamente del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor quien, por este medio, renuncia a cualquier responsabilidad sobre ellas.

    Contents

    Agradecimientos

    1 El dedo pulgar para arriba

    2 Levantando un imperio

    3 Crisis mundial

    4 La fuerza de la libertad

    5 Con el ala herida

    6 Del bullying al poder

    7 One way, only one way

    8 La vida civil en el Imperio KORP

    9 KORP y el Pensador Desnudo

    10 El último bien

    11 Un poquito más

    12 Un emperador impredecible e inalcanzable

    13 Arriba de arriba de arriba

    14 Dilema

    15 El Gen de la Vida

    16 La fragancia del amor

    17 Pensar es bueno

    18 El principio de la segunda opinión

    19 Borrando las marcas del Origen

    20 La partícula del Origen

    21 Jaque mate

    22 ¡Por favor, haz lo que te digo!

    23 Desenredando lo enredado

    Notas del autor y temas de discusión

    Para Sally-Anne,

    mi amada esposa.

    Gracias por tu paciencia.

    Agradecimientos

    Ahí afuera existen seres humanos que, con solo decir un

    comentario positivo, logran provocar gigantescos incendios

    en los bosques de la imaginación de las personas.

    D edicada a mis estudiantes de español, quienes, de una u otra forma, influyeron en la ejecución de esta obra.

    Frances Burrows es una de ellas; este libro es el resultado del interés que ella puso en las clases de español, donde semana a semana fui escribiendo unas páginas para que ella fuera practicando su lectura e hiciera sus comentarios en la clase. Ella no sabía que yo escribía las páginas durante la semana para que ella leyera en la clase de la semana. Al cabo de dos años y medio, terminé de escribirlo y tuve que revelarle la verdad.

    A Kate Offer por ser mi inspiracion; a Lorna Polke y Denise Collins por su constancia con la que semana a semana persisten en aprender; a Peter For por su gran esfuerzo y dedicación; a Sarah y Hollie Richards por su bella amistad y dedicación; a Faith y Emma Taylor por su dedicación y cariño; a Jill Aitken, mi primera estudiante, por todo su apoyo; a Alex Budding y Rufus Cobbald por su excelente dedicación. A Stewart y Anna-Claire Cusick, Anna Brinkley y Sam Hunt, exestudiantes.

    A mis nuevos estudiantes: Andrew y Helen Taylor y a todas aquellas personas que pasaron por nuestras clases, gracias por su apoyo.

    Lo dedico también a ustedes, por iluminar el camino a cumplir mi destino y por regalarme su tiempo a través de bellísimos momentos que pasé a vuestro lado, recuerdos que son mi abrigo al andar.

    A mi madre y mi padre, María y Rufino, y mis hermanos y hermanas: Efraín, Beto, Vicente, Dorita, Ruth, Sarita, Ariel y Andinita. Los llevo el corazón.

    A mis amigos de Step Carachipampa Bolivia 90: Clare Cole, Julie Noble, John Cowan, Roland Brown, Orlando Saer, Jacqui Kemp, Olivia Cunnington, Emma Stanhope, Emma y Mateo Pickard, Louise Leat, Anna Hanton, Jono Shimwell y Norton Murdoch, quienes son mi pequeña pero sublime experiencia.

    Con especial cariño, a mi gran familia de la patria grande latinoamericana: en Ecuador, a Carlos Vázquez, Cristina Rosero, Carlos, Jaime y Melcy Gonzaga, Mario y Paty Sylva, Luis y Konny Eguiguren, Debbie Sylva, Carlos Cadena, Jimy y Maritza Gonzaga; en Argentina, a Alejandra Wolff y Nancy Marreta; en Bolivia, a Aurea Choque, Hernán Gonzales, Elisa Canqui, Juan Ancalle, H. Marcela Cayoja y Virginia Oros; en Paraguay, a Sonia Duarte; en Colombia, a Carlos Aranguren; en México, a Gama Canul; en Costa Rica, a Melvin Alvares; y en Chile, a Ramón Huerta y Magaly Berrios.

    A mis amigos de la comunidad en Diss y el Reino Unido: Gareth Newburry, Heribert y Kathryn Westerveld, Jenny Goater, Mark y Bridget Lanchester, Justin, Amy, Joe, Lily Cossey, Rosy y Philip Beales, Fred y Mary Kerridge, David y Tim Clarke y Graham Blake.

    Una mención especial para Susan Hollowday, John y Brenda Hart, Alan Tower, Esteban Andrade, Tim y Elsa Pawson, Remigio Ancalle, Max y Martha Cayoja, Jo y Paul Kerridge y Liz Coleman.

    Dentro de esta lista debería haber cientos de personas más, a quienes nombrarlos es imposible y peor es olvidarlos. Soy dichoso por haber estado rodeado de tantos seres humanos maravillosos, sin ellos, mi vida sería como un hotel de cinco estrellas vacío y construido en un desierto.

    ORLANDO CASTRO AGREDA

    1

    El dedo pulgar

    para arriba

    Como en la tierra, también en el cielo

    M ientras dos jóvenes luchaban ferozmente para inmovilizarlo, finalmente y con mucho esfuerzo lograron sujetarlo por los brazos; el tercero estaba parado frente a ellos mirando toda la situación con la actitud de un patán burlón, el cual, sonriendo, hizo con la mano derecha la señal del dedo pulgar para arriba, en signo de ¡perdónenlo por ahora!

    Los tres jóvenes siempre tuvieron la intención de verlo de rodillas, pidiendo clemencia, pero, cansados de intentarlo, uno de ellos dijo: «Es suficiente, lo intentaremos otro día, aún tenemos mucho tiempo para quebrar su voluntad». Mientras se reían sarcásticamente de él, le soltaron los brazos. Pisando los pequeños charcos de agua, pintados con gotas de sangre, los tres se dieron a la fuga a la velocidad de un rayo y el eco de sus pasos se alejó tras ellos hasta desaparecer de ese viejo edificio, proyecto para parqueadero de autos, en el subsuelo de la universidad central de la ciudad capital. El lugar estaba abandonado y pobremente iluminado.

    Después de que los tres lo dejaron solo, él trató de arreglarse el pelo; se puso unas gafas oscuras y se quedó parado sosteniendo la mirada hacia el frente con la cabeza bien erguida, como un gallo de pelea. Todavía con la camisa y el pelo desarreglados por el incidente, miraba cómo sus tres victimarios se alejaban del lugar mientras porfiaban palabras lascivas. Se arregló la camisa nuevamente y, viendo que desaparecieron sus verdugos, les hizo también un gesto obsceno con las manos. Se limpió la sangre de la herida, caminó en la otra dirección con pasos sigilosos y agitados; mientras andaba, miraba para atrás nuevamente para asegurarse de que nadie lo seguía.

    Esa semana iba a afrontar su último examen de graduación en la universidad y había resuelto sacar buenas calificaciones en las pruebas finales, porque era una deuda, mejor dicho, una promesa que hizo a sus padres de que algún día lo lograría. «Terminaré mi carrera universitaria con la frente en alto», les dijo en su juramento.

    Llegando a la puerta de su casa, todavía sangraba por la herida; otra vez se arregló la camisa y el pelo. Se dirigió a su habitación y, estando en ella, caminó lentamente hasta un rincón donde, al lado de su cama, había un taburete, una especie de asiento hecho de libros, revistas y periódicos viejos. Haciendo una venia con la cabeza frente al póster del Pensador Desnudo, y todavía con la voz quebrada, dijo: «Colega, permítame que me siente». Se sentó sobre el taburete de libros y revistas viejas en la misma posición que su colega. Cerrando los ojos, mientras su cuerpo drenaba la adrenalina de sus venas, se puso a pensar.

    Después de varios minutos, estando en la profundidad de su mente y sus pensamientos, navegaba en medio de cientos de ideas buscando algo; buscaba una fórmula, un método, una forma de liberarse de una vez por todas de esa humillante situación que le ataba las manos, los pies y el corazón del alma.

    Llevaba esa carga desde el primer día que pisó la escuela, a través del colegio de secundaria y hasta esa mañana en la universidad. Ese escarnio, que con el tiempo se había convertido en una roca pesada en la espalda, no lo dejaba caminar y vivir en paz. Ese látigo, aparte de llevar en su vientre una dosis del veneno más mortífero, tenía un nombre y apellido: el bullying o el acoso escolar.

    Sentado en su taburete y zambullido en miles de pensamientos, diseñaba una táctica, una estrategia para escapar de sus enemigos. Ellos eran tres y él era uno solo.

    Digirió que había muchas formas de hacer la guerra: «Algunos usan la estrategia de infiltrarse entre sus enemigos; otros se unen al enemigo y, estando en medio de ellos, los aniquilan». ¿Quizás pensaba en la historia del caballo de Troya? Quizás, pero no le gustó esa idea porque implicaba que él tendría que ir hacia sus enemigos; entonces, usando la misma estrategia, la formuló de esta manera: «¿Qué tal si hago que ellos vengan hacia mí y, cuando estén lo suficientemente cerca, los destruyo?», pensó, esbozando un rostro de complacencia por esta última idea.

    Estaba apremiado por diseñar una carnada que hiciera ir a sus tres verdugos hacia él, un lugar donde él los esperaría para darles el golpe final, pero jamás, por principio personal, él debía ir hacia sus enemigos, ¡nunca!, porque era su forma de ver el mundo. ¿Por qué? ¿Qué diferencia hace esto? Para él, había una gran diferencia; porque así era él, era demasiado o, mejor dicho, extremadamente orgulloso.

    Su nombre era KORP, el que manipula las circunstancias para que vayan hacia él o sean centradas en él; aquel que controlaba o torcía los sucesos de la vida para que siempre lo favorecieran. El inquebrantable, aquella clase de ser humano que tenía la voluntad determinada, obstinada y obsesivamente caprichosa.

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    Mientras pasaban las horas, él seguía sentado en el taburete al lado de su colega. Se esforzaba pensando en cómo hacer que sus tres verdugos fueran hacia él. Después de varios minutos, como parte de su estrategia, imaginó estas imágenes: vio una mesa con un poco de agua en el centro de su superficie y se preguntó: «¿Cómo hago para que esa agua corra hacia mí?». Analizando la imagen, dijo: «Si quiero que esa agua corra hacia mí, debo inclinar la mesa hacia mí, solo así lograré que el agua corra hacia mí». Siguió pensando en la imagen: «Sin la mesa, no hay forma de controlar la dirección del agua; por lo tanto, debo tener una mesa». Entonces a la mesa la llamó «un sistema» o «una forma sistemática para controlar» o «un controlador». Luego de algunas conclusiones más, armó una estrategia y salió a preparar el camino, la carnada para que sus tres verdugos fueran hacia él. Estaba determinado a vengarse de sus victimarios, quienes, y por muchos años, habían transformado su vida hasta hacerla miserable. También uno de ellos fue el culpable de la ruptura con el único amor de su vida, su amada Kate, situación que tuvo varios episodios tristes de días y noches de tormento y miles de aristas crueles, haciendo que esa relación se convirtiera en un calvario y en un vía crucis en la vida de ambos.

    Tras horas de haber estado en la posición del Pensador Desnudo, decidió que terminaría sus estudios universitarios con la frente en alto y con sus tres enemigos de rodillas.

    Semanas después, sucedió como había planeado; puso la trampa y salió tras la huella de sus cazadores para extenderles su red. Cuando los tres fueron hacia él, cayeron en ella y quedaron completamente arruinados. Dos fueron a parar en la cárcel y el tercero huyó al extranjero; este último fue quien provocó que Kate tuviera que marcharse del escenario de la vida de KORP.

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    Después de empinados años de estudios universitarios, KORP se graduó como biólogo e ingeniero en cibernética con altos honores y brillantes calificaciones. En la universidad siempre fue admirado, respetado; era un genio e icono estudiantil. Aunque por muchos años sufrió el bullying escolar por parte de sus tres verdugos, nadie lo había notado. Él supo salir adelante porque aprendió a surfear sobre el mar de la vida.

    Era tenaz y decidido. No le gustaba estar abajo o en los últimos lugares. Tenía el carácter bien templado, altamente competitivo y eficiente. Siempre buscaba la manera de subir para llegar a lo más alto en cualquier aspecto de la vida. Ese anhelo de subir, siempre subir, se convirtió, diría yo, en su obsesión letal. Él anunciaba: «Algún día llegaré arriba de arriba». Por ese anuncio, muchos pensaban que tenía alguna forma de autismo, ¿o quizás era parte de su forma excéntrica de ser? Simplemente, no lo sé.

    Desde muy pequeño, fue un perfecto oportunista. Tenía por costumbre no dejar pasar las oportunidades y, con toda clase de artificios, siempre buscaba la manera de acorralarlas, con el objetivo de sacar el mejor provecho de ellas. Nunca dejó pasar por alto una oportunidad, especialmente aquellas donde él sabía que iba a ganar, fuera respeto, dinero, reputación, tiempo o lo que fuese. Para él, lo más importante en la vida era ganar. Cada vez que le ofrecían oportunidades de trabajo, por más insignificantes que fueran, las aceptaba, y lo hacía de muy buena voluntad.

    Sus verdugos le hicieron bullying porque querían verlo de rodillas y pidiendo piedad. Lo intentaron hasta el último día en la universidad, pero no pudieron lograrlo. Querían quebrarle la mirada furtiva y desafiante que sostenía. Querían hacer que alguna vez en su vida mirase al suelo. Fue imposible, se cansaron, porque KORP tenía la voluntad de acero.

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    Estando en la posición del Pensador Desnudo, le daba rienda suelta a su mente, la cual era como un caballo salvaje e indomable. En la profundidad de sus pensamientos, KORP jugaba y debatía consigo mismo sobre la idea de las guerras. Para él, debido a la tortura que sufría de sus verdugos y a sus experiencias familiares, la vida era una guerra.

    Se quedó solo muy joven. Sus padres, con la ilusión de que su hijo llegase a ser alguien importante en la vida, lo llevaron a la ciudad capital a muy temprana edad para su educación; desgraciadamente, pocos años después, cuando llegó a la adolescencia, se divorciaron. Desde entonces lo dejaron solo, a su propia suerte; tenían recursos financieros, pero no le dieron tiempo ni apoyo moral.

    A pesar de esas vicisitudes en su vida, prometió a sus padres que no los defraudaría. En la última semana de sus exámenes académicos, cumplió esa promesa: culminó su educación «con la frente en alto» y altas calificaciones; a pesar de haber sufrido el bullying, nunca se rindió. Quizás es mucho decir que fue una especie de suerte que culminara sus estudios académicos.

    KORP fue un caso excepcional de un sobreviviente al horrible flagelo del bullying o acoso escolar; era un ejemplo milagroso de subsistencia y tenacidad. No era el único que sufrió ese infierno, pero fue el único que llegó a la meta y con la frente en alto.

    Pero, como todo en la vida tiene sus consecuencias, lamentablemente no salió ileso del tortuoso infierno del bullying. Ese flagelo dejó huellas demasiado profundas en su vida, es decir, destruyó, aniquiló, cauterizó y extirpó su conciencia. Su vida y su alma quedaron profundamente marcadas para siempre. A causa de esas huellas oscuras en su alma, KORP no podía distinguir los colores del bien y el mal, no podía distinguir las fronteras de lo prohibido o las murallas de lo permitido.

    Para vivir el día a día, diría yo, se guiaba por sus instintos. Era difícil saber o advertir que alguna vez tuvo una conciencia. El bullying borró su conciencia sistemáticamente y con una precisión quirúrgica sin precedentes hasta no dejar rastros de ella, por lo cual tenía el alma oscura como la noche, algo así como un abismo sin fondo ni forma.

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    KORP era un excéntrico de lo excéntrico. La gente lo quería y admiraba por eso. Sobre todo, lo respetaban muchísimo. Cuando era más joven, quizás un adolescente, era un excéntrico atractivo. Sus excentricidades eran un complemento a los vacíos que dejaba la gente «normal». Llegó a ser el centro de la atención de todos, pero él no podía ver ese hecho. Casi siempre, en las fiestas o reuniones sociales del colegio o la universidad, la gente tenía puestos sus ojos en él, y esto enfurecía a sus verdugos. No era que él buscara atención, claro que no: él solo existía. Despertaba una empatía natural del resto hacia él. ¿Quizás el destino? Quizás, pero siempre llamaba la atención de sus compañeros de clase; en cambio, sus verdugos no.

    Las largas horas que pasaba pensando en la posición del Pensador Desnudo también le enseñaron a ver la vida desde otra perspectiva. No siempre se quitaba la ropa para pensar, pero, cuando lo hacía, se deleitaba muchísimo, mejor dicho, descansaba, y eso era lo único que le relajaba y lo ayudaba a salir de sus quiebres emocionales producto del bullying. Estar en la posición del Pensador Desnudo también lo ayudó a convertirse en una especie de agujero negro; era en esa posición desde donde él devoraba el dolor de las horas amargas y el sabor triste que le producía el bullying; era en esa posición que bebía con mucho padecimiento los efectos de la soledad que traía esa desgracia. Era sobre ese asiento de periódicos y revistas viejas donde transformaba en livianas las pesadas cargas de ese flagelo. En esa posición, evitaba que esas tinieblas afectasen su voluntad y su deseo de vivir una vida normal y con todos sus derechos, como cualquier mortal. Sentado sobre ese taburete era cuando incineraba todas las brutalidades que vertían sobre él sus victimarios día tras día, año tras año.

    Era en esa posición desde donde lograría construir un imperio que él mismo controlaría usando como ejemplo la imagen de la mesa para que el agua de la vida de sus habitantes fluyese siempre hacia él.

    A ese imperio lo llamaría el Imperio KORP.

    Quiero dejar claro desde el principio que no estoy justificando sus razones, intenciones y acciones que KORP vaya a tomar en el futuro. Para mí es sagrado pensar que cada uno es libre y responsable de sus decisiones. Entonces, supondré que, como personas adultas, lo entenderemos.

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    Para KORP, como no tenía conciencia, las guerras de la vida eran sin cuartel, sin derechos humanos, sin árbitros, sin aliados ni ninguna clase de ayuda. Estaba convencido de que la vida era así, muy dura, y no existía otro tipo de vida sino aquella, en la que él, para salir adelante y ser feliz, tendría que contender con el destino primero si de verdad quería seguir escalando para llegar a la verdadera gloria.

    Para empezar, carecía de humanas relaciones humanas. En su interior era como un hombre plano, sin ninguna señal facial, digamos, más parecido a una silueta. Por ejemplo, si alguien le extendía la mano para saludarlo, siendo empático con él, nunca correspondía porque no podía descifrar que esa acción era un saludo. Dejó a las personas millones de veces con las manos extendidas.

    Sus relaciones humanas nunca eran relaciones humanas; más bien eran relaciones de interés y oportunismo. Por ejemplo, si veía que una relación de amistad o de negocios no era una oportunidad de la que él saliera beneficiado, simplemente miraba a otro lado. Más allá del iris de sus ojos, se notaba que su alma era fría, por lo cual, tenía una mirada dulce, profunda pero abismal.

    Estatura, medio alto; pelo castaño; cejas gruesas; ojos verdes como un gato y labios carnosos. Tenía una mirada superficial, dulce y seductora, con ella podía cautivar a cualquier corazón congelado. Sus labios dibujaban una sonrisa angelical que rompía las barreras de la animadversión e incitaban a la amistad, cualidades que él no se daba cuenta de que las poseía.

    Era equilibrado en la distribución de los músculos en el cuerpo. Iba al gimnasio sagradamente para estar en forma física. Era masculino, guapo en sus facciones exteriores tanto faciales como corporales. Su apariencia física era un excelente camuflaje donde la oscuridad de su alma se refugiaba placenteramente.

    Desde su niñez, tenía olfato de ganador. No le importaba cómo, pero él siempre debía ganar. ¿Alma de ganador tal vez? Tal vez. Como dije, ganar fue muy importante en su vida, para lo cual escribía sus propias reglas, con las cuales maniataba las circunstancias de su vida y posteriormente de sus negocios de manera sutil, y todo eso con el único fin de ganar. Tenía la costumbre de salir de su casa y pararse en la vereda e inhalar el aire antes de salir a cualquier lugar; de ese modo se afianzaba en el camino de su libertad, espacio donde él existía a su modo y tiempo, lugar donde imperaban sus reglas y sus propias normas existenciales. A ese lugar lo llamaba: «La catedral sagrada de mi espacio personal». Era el área donde pacía libremente su libre albedrío.

    KORP sabía lo que quería en la vida y se esforzaba para caminar siempre en esa dirección. Era sociable solo lo necesario, por eso era popular. No huía de las multitudes tampoco, pero prefería estar en su espacio personal y, estando en esa soledad, les daba rienda suelta a sus deseos, a sus gustos y a sus instintos. Era feliz, muy feliz, a su propio modo. No le gustaba estar limitado por los deseos o los gustos de los demás. Odiaba que le dijeran qué hacer, qué vestir, qué comer o qué beber.

    Su día favorito era el viernes, porque sabía que le esperaban dos días para dejar libres sus instintos, los cuales eran como caballos salvajes que necesitaban sentir el viento de la libertad bañando su pelaje.

    Guardaba, específicamente, algunos fines de semana para salir a divertirse. También iba a diferentes centros de esparcimiento nocturno y, estando allí, en la gran selva de cemento, participaba en toda clase de concursos para los amantes del riesgo; era una manera de alimentar su lado social y existir en la atención de la gente. Se divertía muchísimo, sobre todo, le gustaba bailar.

    Varias veces se salvó de morir intoxicado en el concurso de comer chiles mexicanos. A veces terminaba en la enfermería después de participar en el de un solo trago, el cual era un concurso para saber quién era el más fuerte o el macho man, consistía en beber la mayor cantidad de copitas de un licor extrafuerte que tenía sabor a cualquier cosa menos a licor.

    Era curioso, diría yo, extremadamente curioso. Varias veces fue mordido por las serpientes por meter la mano en sus cuevas. En una ocasión fue evacuado de emergencia porque la mordedura fue casi mortal, tanto que lo declararon muerto, pero milagrosamente respiró nuevamente después de dos minutos. Cuando supo de lo ocurrido, dijo entre sonrisas: «Hierba mala nunca muere».

    Las bibliotecas eran sus monasterios de la ciencia y el saber. Allí encontraba los recursos necesarios para alimentar sus ideas. Conocer o saber más era para él como la miel en la punta de la lengua de su mente; era el alimento de las neuronas en su cerebro. Navegaba con mucha pasión y excesivo éxtasis por las sendas poderosas e invisibles del conocimiento.

    Era buscador de aventuras en el mundo conocido, el mundo desconocido y el mundo dimensional. Era fanático cazador de ovnis; afirmaba que tuvo un encuentro personal con seres extraterrestres y que lo llevaron a una nave. A veces salía con ese tipo de conversaciones que a uno le dejaban perplejo, impresionado y boquiabierto. De KORP se podía escuchar un montón de experiencias personales extraordinarias, extraoficiales, extravagantes, extrasensoriales. Debido a eso, la gente a veces no tomaba tan en serio lo que decía, pensaban que tenía una suerte de alucinaciones. A él no le importaba y nunca le importó lo que la gente pensase o dijese de él, era feliz a su manera.

    Era un soñador por naturaleza. Las personas normales dirían que soñaba despierto. Estando en la posición del Pensador Desnudo, desarrolló una especie de sexto sentido muy particular para entender la realidad que lo rodeaba. No se guiaba por lo lógico. Mejor dicho, no podía encontrar respuestas en lo lógico, sino en lo ilógico o fuera de lo normal.

    Encontraba respuestas a sus inquietudes en los lugares más insospechados o razonaba situaciones insólitas de donde sacaba conclusiones para guiarse al caminar. Por ejemplo, leyendo un libro de dichos o frases célebres, quiso entender el concepto de «correr en contra de la corriente» y, para lograrlo, en su mente visualizó una carrera atlética con cientos de participantes en la que él era uno de ellos; cuando sonó el pistoletazo de salida, empezó a correr desde la meta en dirección al punto de partida, mientras que los demás participantes corrían hacia la meta; de repente, en la mitad de la carrera, se encontró en medio de esa gran multitud corriendo en contra de él; gracias a esa imagen, ese día comprendió mejor la frase «correr en contra de la corriente». Hacía ese tipo de ejercicios mentales porque creía que pensar era libre y respetaba sagradamente la libertad de pensamiento. De esa forma descubría cómo mirar la vida desde otra perspectiva.

    Evitaba tener argumentos personales o discusiones demasiado profundas con las personas no porque huyera o fuera un cobarde, sino porque la gente no entendería el cómo o el porqué de sus argumentos, y eso lo sabía muy bien. A veces, cuando trataba de explicar el porqué de sus puntos de vista, la gente pensaba que se burlaba de ellos.

    A otra cosa a la que le costaba enfrentarse era a la verdad; no a la nueva verdad, sino a aquella verdad de la cual él ya tenía asimilado su propio concepto. Era como si esa nueva verdad lo descarrilara de sus rieles o lo desviara del camino o lo desorientara. Aparte de su colega, nadie más sabía de ese problema personal en su vida.

    «¿Quizás por esa razón esperaba que los demás fueran hacia él? Estoy especulando» (Pensador Desnudo).

    También recreaba o imaginaba en su mente escenas de donde generaba sus propias fórmulas matemáticas de vida, y él se guiaba indefectiblemente por ellas al andar, y también las aplicaba al manejo del tiempo en su actuar diario. A todo ese conjunto de escenas, imágenes e ideas les dio el nombre de: «Mis propias avenidas», las cuales eran una especie de fórmulas o códigos de vida con los que predestinaba sus acciones.

    Era un filósofo natural y adicto admirador de la cultura de los filósofos antiguos; al extremo de que le gustaba filosofar incluso sobre temas poco convencionales para las personas normales. A veces se imaginaba a él mismo dando charlas filosóficas vistiendo ropas de un filósofo griego, o dando cátedra en los grandes foros de alguna ciudad grecorromana. Estando a solas, sacaba su traje de filósofo con el cual había sido actor en una obra teatral en el colegio en la que representó al filósofo griego Tales de Mileto con su dicho: «Lo más grande es el espacio, porque lo encierra todo». Vestido con esa túnica, jugaba a filosofar acerca del espacio frente a su público: el Pensador Desnudo, su colega.

    En su mente, se relajaba repitiendo frases, dichos o eslóganes. Por ejemplo, cuando decía que «siempre hay una manera», él mismo completaba el resto de la frase: «de hacer las cosas, de encontrar las soluciones, de ganar, de no perder, de hacer la paz, de hacer la guerra, de encontrar el amor, de lograr el éxito», etcétera. A veces jugaba con las palabras, formulando oraciones muy caprichosas que años más tarde llegarían a ser parte de la letra pequeña de sus contratos en los negocios.

    Justificaba sus acciones frente al Pensador Desnudo con todo tipo de sopas de letras o lenguaje filosófico. Es claro que no lo hacía para proteger su conciencia.

    Nunca dudaba de sí mismo o de la formulación de sus propias avenidas. Si no estaba seguro de algo, se sentaba en la misma posición que su colega y practicaba sesiones de autoconvencimiento por un buen rato, y se movía o salía de su rincón solamente si estaba seguro del asunto.

    «Me atrevería a decir que el día que KORP diga que necesita una segunda opinión será el día en el cual, verdaderamente, estará metido en un lío o un problema, y puedo asegurar que será un problema extremadamente serio» (Pensador Desnudo).

    Sin duda. Otra cosa que le gustaba mucho hacer era apostar, claro que sí. Los juegos de azar eran su deleite, la fragancia que recargaba de energía sus cinco sentidos. Las casas de apuestas eran sus altares favoritos donde, jugando, desafiaba al destino. Conocía todas las salas de apuestas en la ciudad, pero escogía ir a aquellas donde solo los más temerarios y atrevidos apostaban cosas de extremo valor, incluso sus propias vidas.

    Una vez, en una apuesta, perdió su único automóvil; estuvo entristecido semanas enteras por la gran pérdida. Con nada pudo reemplazarlo al pobre Percy, nombre de su auto. Él decía: «Percy tiene un olor único y especial», y no lo reemplazaría con otro. Así fue, nunca más tuvo un automóvil propio; en vez de eso, tuvo una moto, una Vespa.

    Asimismo, en una apuesta, por poco pierde su casa también. La salvó gracias al rayo de una tormenta que cayó en la zona el día de la apuesta; el rayo fue de tal magnitud que cortó la luz eléctrica en toda la ciudad por unas horas y, al final, tuvieron que suspender el juego. Tuvo mucha suerte.

    «A veces tengo la sospecha de que esa fue la manera en que perdió a Kate: apostándola en un juego. Conjeturaría diciendo que la apostó para saber si el destino quería que estuviesen juntos o no. Él tenía esa clase de tendencias suicidas en los juegos de azar, donde arriesgaba sus pertenencias o cosas para saber si el destino quería que las poseyese o no» (Pensador Desnudo).

    Si alguien dijese que KORP era pobre y por eso apostaba para ganar dinero fácil, sería una mentira. Todavía guardaba la herencia de sus padres en dos cajas fuertes en el sótano de su casa; una estaba llena de oro y la otra estaba llena de joyas y dinero que nunca fue gastado porque nunca fue necesario; simplemente, amaba ser independiente.

    Desde pequeño aprendió a trabajar. Después de que cumplió los diez años, trabajó en el mercado central de su lugar natal, donde, lo llamaban Lándrover¹. Como dije, era apasionado al trabajo y lleno de voluntad para hacer las cosas. Allí trabajó de distribuidor de periódicos, mensajero, lustrabotas, repartidor de comidas e incluso de llorona².

    Quizás se preguntarán: «Entonces, ¿por qué no apostó el dinero que tenía en el sótano de su casa en vez de apostar su auto o su casa?». La respuesta es simple. Así era KORP: le gustaba retar, desafiar al destino; se deleitaba en jugar con fuego. Era su manera de cotejar su suerte. Era una necesidad en su vida: saber si el destino estaba de su lado.

    A veces, desde su interior surgían sentimientos de culpa que lo empujaban a hacer pensar que la vida lo despreciaba y no estaba con él; para certificar que eso no era la verdad, necesitaba pruebas del destino, y en los juegos de azar se convencía de aquello. Por esa razón, ganar era tan importante para él: era la única forma de asegurarse de que la vida estaba en paz con él.

    Los fines de semana, después de pasar toda la noche en las casas de apuestas, regresaba a su casa con toda clase de objetos de oro, como relojes, anillos o cualquier objeto de valor, algunos los ganaba en las apuestas y otros los tomaba de los borrachos. ¡Es verdad, no es broma! Y se justificaba frente a su colega diciendo: «No los he robado, los he recogido de aquellos que no los necesitan».

    También le gustaba mucho la idea de acumular y guardar. Sostenía que «uno debe acumular hasta donde más pueda, entonces, solo así, podrá superar el invierno». Sacó ese concepto de su hámster. Admiraba cómo su hámster, de

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