Morir de Humor
Por Indira Paez
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En este libro nos encontramos ante una autora desparpajada que habla de sexo, amor, hijos, familia, matrimonio, divorcio, primeras citas y decepciones, sin ningún tipo de cortapisas. Indira Páez, escritora consagrada de telenovelas, obras de teatro, documentales, series, y ahora ejecutiva de televisión, se burla de sí misma, se delata y le saca punta a las horas que ha pasado en el diván del psicoanalista, donde si no se curó, al menos le han dado bastante material para escribir.
Indira Paez
Cuenta la leyenda que Carlota estaba embarazada de Indira recostada de un carro comiendo mango, cuando sintió que el piso se le movía y el carro se fue por la bajadita. Ella no sabía si era el mango, la niña que pateaba en su barriga o el terremoto de Caracas del 67 que se sintió en Puerto Cabello. Yo creo que fue el terremoto (aunque el mango es traicionero), porque Indira nació inquieta. Si es por ella hasta nacía antes.Aprendió a escribir antes que a hablar y desde ese momento no paró. Tampoco paró de hablar cuando aprendió, pero esa es otra historia. Sus primeros best sellers los escribió a los 6: «La niña que derramó la leche» y «El hombre más fuerte del mundo». Los coloreó, engrapó las hojitas, las dobló hasta convertirlos en libros de bolsillo y fue su propia editora y correctora, y sus cuatro hermanos, sus papás y sus gaticos fueron sus primeros grandes lectores. Un año después dijo que Jesús la estaba llamando (el Jesús de arriba, no el vecinito en Puerto Cabello). Primera llevada al psiquiatra. Por ahí en tercer año de bachillerato volvió a sentir el llamado y dijo que quería ser monja. Tres maridos después, supo que esa no era su vocación. Nos perdimos de conocer a sor Indira Inés de la Cruz. Luego de entender que no sería monja, empezó a escribir profesionalmente y aquí viene la parte seria.Escribió una veintena de obras de teatro, telenovelas para todos los canales de Venezuela, series, documentales, formó parte del equipo de escritores de Telemundo, Discovery Network y Mega TV. Su obra Primero muerta que bañada en sangre (1998) obtuvo una Mención Especial por Dramaturgia en la décima edición del premio Marco Antonio Ettedgui, y Esperanza inútil, coescrita con Dairo Piñeres, recibió una nominación al Premio Nacional del Artista 1999. En 1999 recibió el Premio TIN (Teatro Infantil Nacional), por la obra musical Fabricantes de sueños. En 2002 obtuvo el Premio Municipal de Teatro por su obra Crónicas desquiciadas y en 2009 ganó un Emmy como coescritora de la serie Gabriel, amor inmortal. Sus historias son femeninas, descarnadas e irreverentes. Sus voces internas no la dejan descansar, por eso sigue escribiendo.Amaris Páez
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Morir de Humor - Indira Paez
Indira Páez
confesiones acerca de mí misma
Primera edición 2020
Miami, Estados Unidos
Copyright©IndiraPáez
Producción editorial
MEL Projects
Corrección profesional
Alberto Márquez
Nancy Clara
Diseño de portada
Nahomy Rodríguez
Diseño interior
Daniela Alcalá
Fotografía de la autora
Nicolás Quintero
Todos los derechos reservados.
Prohibida la reproducción total
o parcial de esta obra sin la autorización
escrita de la titular del copyright.
A mis hijos, por enseñarme la eternidad.
A mis padres, por enseñarme a amar las letras.
A mis hermanos, por ser mis primeros lectores.
A mis panas, por ser mis cómplices en la locura.
A todos mis «exes», por darme tanto material para escribir.
Y finalmente… a Mimisma, porque no está fácil ser la inquilina de mi cabeza.
Contenido
Portadilla
Confesión primera
Las Indiras que te habitan
Parte I. De mis amigas
¡Sexo, sexo, sexo!
Fases del despecho
Del ayuno y la abstinencia
Atleta sexual
¿El poder está dentro de ti?... ¿En qué parte?
Hazme el humor, no el amor
Terapia de pareja
Lecciones de cuaimatismo*
Electrodomésticos y otros enseres
Parte II. De «Mimisma»
La segundona
X Files
La bonita de la casa
Mi esposo está embarazado
Los tuyos, los míos y los nuestros
...Ticinco...
¿Sinceridad o sincericidio?
El día del hijo
Trabajo de machos
Amanecí vieja
Impacientísima
Mami, no aprobé matemáticas
¿Cómo fue que mi bebé creció tan rápido?
Parte III. De lo humano y lo divino
Buenas, ¿se encuentra dios?
De balances y esas cosas
Un niño venezolano
El origen de las vacaciones escolares
De «ismos» y otras etiquetas
Una historia… ¿de la vida misma?...
Pretty Woman…
La felicidad, ja, ja, ja, ja
Por motivo «mudanza al exterior»…
Mi cerro El Ávila
La nostalgia / arepa salada
…Y yo que no sabía cuál era mi raza…
La patria, na’ guará: una carta a mis panas de Venezuela
Biografía
CONFESIÓN PRIMERA
Tendría yo unos tres años cuando me llevaron por primera vez al psiquiatra. Mis pobres papás no entendían por qué la cuarta niña les había salido media loquita. Mientras mis hermanos mayores jugaban con tierra en el patio, se montaban felices en las matas de mango y se lanzaban en carrucha por la bajadita de la esquina, yo me lavaba las manos 347 veces al día, preguntaba por la muerte y me obsesionaba con las letras y la tinta de los periódicos, entre otras cosas.
A los siete años comencé a escribir. Y nunca paré. Creo que eso me salvó de terminar en un manicomio. Y a mis pobres padres los salvó de mi preguntadera, de las consultas con el psiquiatra y del gasto de agua.
Siempre escribí sobre mí misma. Y no, no es que me crea yo muy importante. Es justo lo contrario: siempre fui la menos agraciada de mis hermanas, la más torpe e imprudente, la que menos probabilidades tenía de conseguir novio y la que jamás exhibió ningún talento para la diplomacia. En el colegio me decían nerda, negrita, campurusa, rara, antipática, cuatro ojos, antisocial, pelo malo. Pero en las páginas de mi diario, yo era lo máximo. Y es que cuando descubrí la lectura (Tolstoi, Dumas, Verne… ellos fueron mis primeros cómplices) me dije a mí misma: «Mimisma, tú puedes hacer esto». No, no, no, un momento. No es que pueda yo compararme con esa gente inmensa. Es que yo sentía y siento que puedo exorcizar mis demonios a través de la letra. Entonces, en vez de terminar psicotizada, vagando por las calles con un carrito de mercado, me convertí en escritora. Y no solo eso: a partir de los 17 años empecé a ganar dinero escribiendo. Yo no me lo podía creer. Porque a pesar de que mi familia siempre me apoyó en todo, yo jamás me sentí una «buena» escritora. Nunca pensé que alguien podría interesarse por algo que había salido de mi cabeza. Y mucho menos darme dinero a cambio.
Hoy, 35 años después de ese primer cheque, sigo sin sentirme una buena escritora. Lo hago porque todavía tengo demonios. Gracias a mis exorcismos y confesiones desquiciadas crie dos hijos, compré casa, pagué ortodoncias, mudanzas, divorcios y un montón inmenso de etcéteras. También por mi falta incontrolable de filtro, perdí amigos, trabajos y matrimonios. Pero eso sí: jamás necesité manicomio ni camisa de fuerza. Y eso, ya es ganancia.
He tenido mucha suerte (como escritora, porque en el amor… ¡uf!, tema para otro libro). Escribí cientos de artículos para distintas publicaciones. Más de una docena de obras de teatro y tal vez una veintena de telenovelas. Y es que en 35 años pasan muchas, muchísimas cosas. Y así, pasaron tres divorcios, dos hijos, y un país que ya no es. En el año 2007 me mudé a Miami escapando de la dictadura venezolana. No quería que mis hijos crecieran en un país secuestrado por una banda de criminales (tema para ooooootro libro. Uno sin humor).
En Miami seguí escribiendo. Más televisión que otra cosa. Hasta que, de repente… ¡Me ofrecieron un cargo como ejecutiva en una productora de contenido internacional! (Pausa dramática mientras uno piensa… ¡coño! ¿Será que sí? ¿Será que no? ¿Será que esto de verdad me está pasando a mí?)… Dije que sí. A los 50 años, uno no deja pasar una oportunidad como esa. Siempre he sido (además de todo lo dicho) adicta a los retos y al aprendizaje. Me fui a una tienda de ropa usada, compré un montón de trajes de gente seria, me corté el pelo, me lo planché, me pinté mechitas. Me metí de lleno en mi nueva etapa de ejecutiva de televisión.
Mi nuevo trabajo no podía ser más chévere: jefa, colegas, compañeros, clientes… todo un remolino de gente inteligentísima me rodeaba. Estaba yo aterrizando en un nuevo y superexigente universo creativo, y el día a día se me convirtió en leer proyectos, analizar tendencias, pensar rápido, aviones, cursos, contratos, presupuestos, entrenamientos, reuniones… ¡ay! Más de una vez me metí en el baño a llorar, calladita, preguntándome a mí misma: «Mimisma, ¿qué haces tú aquí? ¡Tú lo que eres es una simple escritora que, además, de lo único que hablas es de tus defectos, públicamente!». Pero Mimisma es terca. Así que respiraba profundo, me secaba las lágrimas y seguía, como el animal de televisión que soy. Porque sí, AMO la televisión. AMO los medios. AMO absolutamente todas las formas de comunicación y la necesidad humana de expresar lo que sea. Y definitiva y ultimadamente, amo mi trabajo. PERO (ajá, aquí viene el «pero»)… extraño profundamente escribir.
Mis amigos, mi familia, y al final la propia «Mimisma»… me convencieron de emprender esta aventura de recopilar el montón de artículos que escribí durante más de tres décadas. Algunos están desactualizados, aunque mi ángel de la guarda, María Elena Lavaud, se dio a la tarea de hacer lo posible por pasarles una manita de gato en este sentido, y mi amiga adorada Nancy Clara se encargó de quitarles los localismos (si es que eso se puede, porque yo soy más venezolana que un tequeño). La idea es básicamente compartir con ustedes un pedacito de la Indira que escribió estas confesiones… si ustedes me lo permiten, claro está. Mi comadre Ana María Simón me escribió un prólogo que me da hasta pena publicar, pero es tan bonito que al final me dije a mí misma: «Mimisma, qué carajos, ya lánzate».
Lo que sigue a esta primera confesión, son las palabras de amor de mi comadre… y después, todo lo demás. Espero que disfruten el barranco. Pero OJO: todos estos artículos fueron escritos en un mundo pre-pandemia, antes de que el destino nos alcanzara, así que perdonen lo malo… y se ruega no enviar flores.
Agradecida hasta el infinito y más allá,
Indira Páez
Miami, julio 2020
LAS INDIRAS QUE TE HABITAN
No sé cuántas «Indiras» habitan en Indira Páez; en Indi, mi comadre, mi hermana. Lo que a mí me parece maravilloso —egoístamente hablando, porque allá ustedes si no les pasa lo mismo— es que todas me caen bien. Sí, todas. Sin excepción.
Está la que se fue de Puerto Cabello a Caracas con