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Orgullo, prejuicio… y otras formas de joderte la vida.
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Orgullo, prejuicio… y otras formas de joderte la vida.
Libro electrónico194 páginas3 horas

Orgullo, prejuicio… y otras formas de joderte la vida.

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¿Qué tienen en común un taxista llorón, una mujer dejada por wasap, un aprendiz de ladrón y una camarera aspirante a actriz? Que a todos ellos les va a cambiar la vida. En un solo día, y gracias a un sobre de azúcar.
Si alguna vez has sentido que el destino ha sacado la patita y ha confabulado en tu contra, prepárate porque este libro es para ti.
La popular guionista Marta González de Vega crea, a través del humor, esta adictiva historia que nos libera del orgullo, los prejuicios y, en defifinitiva, de las distintas trampas mentales con las que nos dedicamos a «jodernos» la vida.
Carolina ha ideado el método definitivo para combatir la frustración. Su puesta en práctica dará lugar a una sucesión de acontecimientos que en un solo día cambiará la vida de todos los personajes afectados por la onda expansiva.
Un libro que con gracia e ingenio nos enfrenta a nuestros prejuicios más arraigados, incluso a aquellos que no identificamos como tales, y nos demuestra que liberarnos de ellos es la solución a la mayoría de nuestras ansiedades.
«Si estás leyendo esto, ¡ayúdame! Este libro me ha atrapado».
JUAN GÓMEZ-JURADO
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 mar 2022
ISBN9788491397410
Orgullo, prejuicio… y otras formas de joderte la vida.

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    Orgullo, prejuicio… y otras formas de joderte la vida. - Marta González

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    Orgullo, prejuicio… y otras formas de joderte la vida

    © 2022, Marta González de Vega

    © 2022, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

    Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

    Diseño de cubierta: María Pitironte

    Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    ISBN: 978-84-9139-741-0

    Índice

    Créditos

    Índice

    Dedicatoria

    Pasen y lean

    1. Un método, un taxista y un sobre de azúcar

    2. El día del PRE-juicio final

    3. Un mes después…

    4. Un año después…

    Por favor, dejen abierto al salir

    A mis padres y a mi hermano, a los que debo todo lo que soy y en los que me inspiro para lo que sueño llegar a ser.

    Pasen y lean

    Bienvenidos. Os cuento rápidamente de qué va esto para no haceros perder el tiempo. Este libro es un ensayo. Ah, ¿pero no era una novela? Sí. Cuando digo que es un ensayo, me refiero a que estoy practicando para que algún día me salga uno bueno. Así que no esperéis demasiado de él.

    Cuando mi editora, Olga Adeva, me dijo que quería que le escribiera un segundo libro, entré en pánico. Había derramado toda mi experiencia acumulada a lo largo de los años, todas mis teorías y reflexiones, y en definitiva, toda mi sabiduría, en el primero. De hecho, lo hice porque estaba convencida de que no me darían la oportunidad de escribir otro nunca más. Era mi única ocasión de decirlo TODO. Todo lo que había pensado desde el día que nací. ¿Y ahora?

    Es muy duro juntar cincuenta mil palabras… A ver, he escrito wasaps que duran eso, ¿eh? Por ejemplo, el wasap donde le enumeraba a mi ex las razones por las que lo dejaba. Mi impulso inicial fue reenviárselo a Olga para que lo imprimiera, le pusiera tapas y lo lanzara al mundo. Pero luego pensé que con mi primer libro ya había escrito la obra de referencia universal de las relaciones sentimentales del siglo XXI basándome, exclusivamente, en mis patéticas experiencias, y que tenía que ampliar un poco la temática. Y podía haber seguido por esa vía, ¿eh? Porque se ve que la vida, al comprobar cómo me reía de todas mis desgracias, se ha creído que me va la marcha y… ¡me ha seguido mandando a cada espécimen!

    Sigo creyendo que la capacidad para reírte de todo lo que te pase es la clave de la felicidad, pero estoy empezando a pensar que la vida es como el típico graciosete, que si le ríes un chiste, se viene arriba y ya te tupe a chascarrillos hasta que te explota la cabeza. Y creo que llegados a este punto necesita un mensaje contundente por mi parte: mira, bonita, no te río el chiste más. A ver si así se cansa. Si no se cansa, pues me resignaré y asumiré que al menos tendré material infinito para libros y libros.

    ¿Sabéis lo más curioso que me ha pasado escribiendo este? Es posible que algunos sí, porque lo publiqué en mis redes sociales en el instante en que me di cuenta de mi propia estupidez. Como lo que escribo casi todo el tiempo son guiones, de cine o de televisión, un día me pasé más de una hora intentando simplificar una escena del libro porque me iban a decir que era demasiado cara de rodar. ¡Una hora y pico buscando alternativas más baratas y cómodas de rodar la escena! Hasta que de pronto dije: un momento, ¡pero si estoy escribiendo un libro!

    De entrada me enfadé conmigo misma por la hora y pico que acababa de perder, pero acto seguido fui plenamente consciente, como no lo hubiera sido de otro modo, del nivel de libertad que te da la literatura y sus infinitas posibilidades. ¿Por qué os cuento esto? Para que no os extrañéis cuando veáis que los personajes, de repente, sin venir a cuento, echan a volar o sufren extraordinarias mutaciones genéticas. No hace ninguna falta en la historia, pero me parece un desperdicio terrible que solo les pasen cosas baratas pudiendo pasarles las cosas más caras que se me ocurran, ¿vale?

    En fin. Me callo ya. No tengo absolutamente nada más que añadir en este libro. A partir de ahora os lo contarán todo los personajes que lo protagonizan. Confío en que ellos sí que tengan cosas interesantes que aportaros. Como ninguno es escritor, no han tenido la ocasión de vaciarse por completo en un libro anterior. Espero que lo hagan en este y que a medida que ellos se vacíen, de alguna forma os llenen a vosotros.

    Pues, nada. Yo os dejo con ellos y os recojo cuando termine el libro.

    Eh, ¿por qué seguís aquí si yo ya me he despedido? No seáis tímidos, entrad ya. Si os están esperando. Ya. Sí. Da un poco de corte que te inviten a una fiesta y luego la anfitriona te abandone en la puerta ante un montón de gente que no conoces de nada y sin presentarte a nadie. Es verdad. Venga, pues os presento al primer personaje que sale.

    Se llama Carolina y ahora mismo va camino del trabajo. Si la acompañáis, podéis aprovechar el paseo para iros conociendo y luego ya, si eso, que ella os presente al resto. Hala, adiós. Lo dicho, os recojo al acabar. Quedamos en la última página. La reconoceréis muy fácilmente. No tiene pérdida. Es en la que pone la palabra FIN, así, con mayúsculas. Pues ahí os espero, ¿vale?

    Chao. Pasadlo bien.

    1. Un método, un taxista y un sobre de azúcar

    Hola, ¿qué tal? Encantada. Podéis veniros conmigo, claro… Siempre que no seáis de esa clase de personas derrotistas que está todo el día diciendo que las cosas no pueden ir peor. ¡Un poquito de optimismo! ¡Desde luego que pueden! ¡Y lo harán!

    ¡No hay que dejarse oprimir por creencias limitantes! Así como la gente en las redes sociales no permite que las reglas de la ortografía limiten su libertad de expresión, vosotros no debéis permitir que vuestra mente limite su capacidad para seguir encontrando motivos de frustración.

    Y no estoy siendo sarcástica. Lo digo en serio. Os animo a encontrar todos los motivos de frustración posibles. Cuántos más, mejor. Porque solo cuando os hayáis hartado de quejaros de todo os daréis cuenta de que no sirve de nada, y estaréis preparados para escuchar el revolucionario e infalible método que he creado para neutralizar por completo la frustración.

    De momento, mirad sus efectos en mí. Efectivamente, voy camino del curro. Un curro de mierda al que no quiero ir. Pero no me oiréis quejarme.

    —No creas que me quejo, universo, no me lo quites.

    Hablo mucho con el universo, que es la forma moderna de hablar con Dios. Si hablas con Dios, eres una santurrona desfasada; si hablas con el universo, molas mogollón. Por eso hablo con el universo, pero, vamos, que le digo lo mismo. Y él me dice lo mismo a mí. Nada. ¿Pero y lo entretenida que voy yo camino de mi trabajo?

    Mi lema vital es vive tu vida de tal modo que cuando mueras, la gente hable de ti como hablan de los psicópatas sus vecinos. Ya sabéis: «Era una persona educadísima, saludaba siempre…». Y eso que yo antes era tan mala persona como vosotros. Y por lo mismo. Porque estaba frustrada. Hasta que un día me di cuenta de que fastidiar a los demás no te quita de frustrada.

    Si me dijeras que la frustración es como el dinero, que si se la pasas a otro te quedas sin ella tú… Pero no. La frustración es más como la gripe. Contagiársela a otro no te cura a ti. Como mucho, si eres lo bastante miserable, te puede aliviar un poco, por aquello de «mal de muchos…». Pero hay que ser más tonto que miserable para preferir compartir gripe que tomarte un Frenadol.

    Así que yo decidí tomarme el Frenadol. El problema es que no me hizo efecto. El Frenadol de la frustración son todas esas frases-remedio que el ser humano lleva siglos inventando para combatirla. Probé con todas las disponibles en el mercado. Y no son pocas, porque la historia de la medicina frustracional data de muchos años atrás.

    En el ratito que tardamos en llegar al bar donde trabajo os pongo al día y de paso os cultiváis.

    Veréis, en la antigüedad, cuando alguien pisaba una mierda, como es lógico, se cagaba en todo. Y, claro, el siguiente que pasaba, pisaba la mierda que había cagado el anterior, y este a su vez volvía a cagarse en todo. Y así la frustración se extendía hasta el infinito y la gente cada vez más en la mierda.

    Aquello estaba alcanzando dimensiones desproporcionadas que traían de cabeza a las principales mentes pensantes de la época, incapaces de frenar la escalada. Y cuando ya estaban con la mierda al cuello, a una de aquellas mentes, reunidas en asamblea, se le ocurrió la solución:

    —¡Lo tengo! A partir de ahora pisar una mierda ¡da buena suerte! Así, cada vez que alguien pise una, en vez de cagarse en todo, se pondrá contento.

    Tras un silencio sepulcral, durante el cual esta mente preclara tragó saliva, otro de los miembros de la asamblea se puso en pie e inició un aplauso lento, al que se fueron uniendo poco a poco todos los demás hasta que la ovación fue ensordecedora.

    Este fue el inicio de una nueva era. Un auténtico festival:

    —Hey, yo tengo otra: si llueve el día de tu boda… ¡Matrimonio feliz!

    Y todos:

    —Sí, qué bueno, ¡de puta madre!

    Y a nadie volvió a preocuparle nunca que se le fastidiara el día más caro de su vida. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que la casuística era inagotable y dada la naturaleza vaga del hombre decidieron que lo mejor era crear frases que abarcaran cualquier eventualidad. Y así es como nacieron las célebres frases-remedio, «Lo que sucede, conviene» o «No hay mal que por bien no venga». Os reto a encontrar un problema que no te resuelvan.

    Pero como suele pasar cuando los hombres juegan a ser dioses, se les fue de las manos. En su ánimo de sublimar su vaguería y depurar en una sola fórmula la solución a cualquier frustración, el ser humano creó la frase definitiva. Una frase para dominarlas a todas, como el anillo de Frodo. La mítica, «todo pasa por algo».

    O sea, «TODO» pasa por «ALGO». El paradigma de la inconcreción. Aquí ya ni siquiera se molestan en tranquilizarte con que lo que pase sea bueno. Todo pasa por ALGO. LO QUE SEA. ¡Y te las apañas!

    Y os estaréis preguntando. ¿Adónde quieres llegar con esta introducción histórica, tan interesante, por otro lado? Pues al punto en el que mi absoluta frustración para encontrar un método que me ayudara a sobrellevar la frustración me obligó a crear mi propio método. Una técnica revolucionaria, al alcance de cualquiera, que marca un antes y que, un después en la historia de la medicina frustracional y que, aplicada por todos a la vez, podría cambiar el mundo tal como lo conocemos en menos de una semana.

    Me dije a mí misma: «Puedes seguir haciendo gala de la vagancia de tu naturaleza humana y limitarte a creer en estas frases confiando en que se cumplan por sí solas, pero sin ningún poder sobre ello, o puedes asegurarte de que se cumplan encargándote tú misma de que así sea».

    ¡Y en eso consiste mi método! Hago que no haya mal que por bien no venga. Hago que lo que suceda, convenga, hago que todo pase por algo. Cada vez que me frustro por no obtener lo que quiero, por no estar con quien quiero, o donde quiero, me obligo a hacer algo bueno por alguien que jamás hubiera podido hacer si no estuviera exactamente en ese sitio o situación en la que no quiero estar.

    Os aseguro que con este método he conseguido neutralizar casi del todo mi frustra… ¡Ay, esperad! Porque acabo de ver algo absolutamente desconcertante que me viene al pelo.

    No os lo vais a creer. Estoy viendo un taxi aparcado en una parada de taxis con un taxista dentro. Sí, vale. Hasta ahí, todo normal. ¡Pero es que el taxista está llorando! Os lo juro. Un hombretón de más de noventa kilos está inclinado sobre el volante tapándose la cara con las manos. ¡Llorando! Guau. Nunca había visto llorar a un taxista. ¡Cómo mola! ¡No que el hombre llore! ¡Eso no mola nada! Pero ya que llora, cómo mola que me lo haya encontrado yo para poder hacer algo por él.

    Impresiona ver de repente un taxista llorando, ¿eh? No sé si voy a estar a la altura. Normalmente las cosas que hago por los demás son muy triviales. Lo que os decía: ser amable, saludar… Lo que hace un psicópata común. Pero esto sería un reto para cualquier psicópata.

    ¿Por qué llorará? A lo mejor es porque nadie se sube al taxi. Miro el reloj. Las 8:53 de la mañana. Faltan siete minutos para mi hora de entrar al bar. Podría pedirle que me llevara. Y luego sacarle un cruasán. Igual se anima. Igual no. Igual está llorando porque está gordo y se deprime más. Bueno, pues lo del cruasán no. Solo que me lleve.

    Teniendo en cuenta que en realidad ya había llegado al bar, porque la parada de taxis está en la puerta, y que todo lo que avancemos lo voy a tener que deshacer corriendo para estar en mi puesto en menos de cuatro minutos, yo creo que es bastante majo por mi parte.

    Me acerco al taxi y toco prudentemente en la ventanilla trasera:

    —¿Está libre?

    El hombre reacciona sobresaltándose, se recompone y me hace un gesto de asentimiento con la cabeza. Entro y me siento justo detrás de él, para no verle la cara, para que esté seguro de que no veo que ha llorado. Le indico la dirección con la mirada puesta en el suelo.

    —Pero eso está a dos calles de aquí —me dice.

    —Ya, sí.

    Intuyo que alucina conmigo por coger un taxi para atravesar dos calles, pero no lo sé porque no levanto la mirada. El taxista arranca. De pronto me siento cutre. ¿Cómo voy a alegrarle el día con una carrera de dos calles? ¿Eso es todo lo que se me ocurre? ¿Soy una buena persona de baratillo? Ay, pues yo qué sé, según se mire. Que yo iría aún más lejos para que le cundiera más la carrera, pero no me daría tiempo a volver corriendo y llegar puntual. Tengo las piernas cortas.

    Uf… Cómo me duele la espalda. El sillón este de bolitas que llevo en el asiento será muy elegante y todo lo que tú quieras, pero anatómicamente no sirve para nada. Aprovechando que estoy aparcado en la parada, me hecho

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