Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La ponzoña verde. Las cenizas del apocalipsis: Libro II
La ponzoña verde. Las cenizas del apocalipsis: Libro II
La ponzoña verde. Las cenizas del apocalipsis: Libro II
Libro electrónico413 páginas6 horas

La ponzoña verde. Las cenizas del apocalipsis: Libro II

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Segunda entrega. Segundo apocalipsis.
En este nuevo fin de los tiempos deberás asumir el mando del rey de las tinieblas. Tu cometido será alzarte sobre la superficie para arrasar la faz de la Tierra, y asumir tu reino por derecho en una implacable ira de venganza contra los humanos, arrebatando sus almas esclavizadas en el averno a manos de tu numeroso ejército de titanes inmortales.

Recorre los países que han conseguido sobrevivir a la extinción...
Sigues siendo la única esperanza para la supervivencia de la estirpe humana...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 oct 2023
ISBN9788411814430
La ponzoña verde. Las cenizas del apocalipsis: Libro II

Relacionado con La ponzoña verde. Las cenizas del apocalipsis

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La ponzoña verde. Las cenizas del apocalipsis

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La ponzoña verde. Las cenizas del apocalipsis - The Gloom Necromancer

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © The Gloom Necromancer

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Brayan Fernández Rodríguez

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    Ilustraciones: © Juan Cortina

    ISBN: 978-84-1181-547-5

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    CAPÍTULO 1

    Sucumbido por la muerte que arrastro a mi paso

    Soy incapaz de recordar cuál es mi nombre, pero en mis pensamientos me refiero a mí como la parca. La reencarnación de la misma muerte como arma de devastación. Me lo puse el día en que reconocí mis únicos méritos, y me deshice de ese harapo blanco manchado de sangre, para acicalarme la capucha negra con capa y empuñar mi guadaña, tras tomar la decisión obsesiva de cosechar engendros en un visceral viaje hacia el descubrimiento.

    Consternado en la serenidad de poder permanecer quieto unos segundos, observo el escenario que me rodea mancillado con los millones de cadáveres aniquilados a mi voluntad, esparciendo su sangre reciente por la faz de un planeta desolado por este maldito apocalipsis zombi. Los hijos de la gran puta no hacen más que perseguirme a toda velocidad, con la intención de arrancarme los órganos a mordiscos para devorarme vivo. Su afán por alimentarse de mi carne les otorga una implacable tenacidad, bien gestionada desde la más rabiosa ferocidad. Miles de millones han muerto a mis manos, pero muchos más morirán observándome como el último capítulo de su existencia. El último rostro que contemplar antes de perecer para sumirse en la oscuridad.

    La continua adaptación a los cambios en el ecosistema ha permitido crecer la flora, recubriendo los cimientos con plantas trepadoras, floreciendo sus árboles hasta retomar la tierra bajo las aceras, desquebrajándolas con sus duras raíces, abriéndose camino hacia la liberación al levantar la tierra por encima del asfalto.

    Me embriaga la belleza de curiosos animales, que me hacen querer seguir luchando otro día más, pero parezco ser invisible para ellos, pues la parca no parece entrar en su lista de amistades. Eso me produce una absoluta agonía, que poco a poco se va adueñando de todos los días de mi vida, propagándose en mi mente como una infección, consumiendo la esperanza que me impide sumergirme en el crudo abrazo de la soledad.

    Parece que el potencial de mi poder es ilimitado. El mundo entero se postra ante mis designios. Ante el último superviviente de la raza humana; especie que solo conozco de periódicos o revistas. Errante, investigo vagando por el planeta, registrando una civilización reducida a escombros por un bombardeo masivo por motivos que desconozco, averiguando por qué desperté en este lugar, recorriendo los derruidos cimientos donde busco a algún superviviente con quien compartir mi vida, en una incesante migración por las calles plagadas de cadáveres que yacen bajo mis pies, decorando con su carne podrida los territorios del mundo libre, dando alimento a los negros cuervos con sus despojos.

    La antigua raza humana parecía estar en lo más alto de la escala evolutiva, pero no encuentro ni rastro de los últimos ejemplares de la estirpe humana. Sospecho que son los esqueletos de las calles que crujo a mi paso. Mi marcha por el continente no hace más que dañar los restos de su estirpe, distribuida en huesos desperdigados rellenando el terreno donde pisar.

    Alzando la vista, contemplo la infinidad de las estrellas. Me doy cuenta de que siempre estaré solo. En un profundo sentimiento de tristeza abrumadora, afronto que una vida sin compañía es una vida de constante angustia y sufrimiento. Voy a jugar con todo lo que tengo, en un desesperado intento por volver a llenar este vacío que me consume por dentro. Postrando la guadaña, invoco a los cadáveres que se amontonan por las calles, obligando a que los juguetes del mundo que me pertenece se alcen suspendidos crujiendo sus huesos, formando los escalones de una escalera hacia el cielo.

    Tras pisar los primeros peldaños de restos pútridos, asciendo apresurado motivado por mi cambio de rutina. Usando la guadaña voy posicionando trozos mutilados de los cadáveres bajo mis pies, construyendo una espiral de escaleras podridas preso por la locura, amenazado constantemente por los negros cuervos que se han adueñado de los cielos.

    A medida que voy ascendiendo por el grotesco escenario que me va distanciado de las calles, me voy convenciendo de traspasar los límites del universo para encontrar una salida a mi desventura. Algunos zombis avanzan algunos escalones, hasta que acaban tropezando para precipitarse nuevamente hacia el apocalipsis.

    Tras largos minutos que en mi cabeza parecen horas, rodeado de cuervos que dan vueltas en círculos alrededor de mí, sigo alzando a los cadáveres despejando cada vez más las calles, dejando al descubierto la arquitectura de la civilización humana vestida con los preciosos colores de la naturaleza. Frondosos, los árboles ancianos han retomado un lugar que algún día fue suyo.

    Cuánto más avanzo colocando pedazos de cuerpos podridos bajo mis pies, los muertos vivientes y los animales se ven cada vez más pequeños desde aquí arriba. Son puntos en la inmensidad del claro, en una gigantesca horda que ocupa literalmente todo lo que aprecio del planeta.

    Si muriera no perdería nada. Mi vida está vacía. Con todo el poder que se puede tener, me siento insignificante sin poder compartirlo con nadie. Mi vida es una pesadilla que vaga por un paraje maldito, manchado de la muerte que arrastro a mi paso.

    Observando la inmensidad del mundo, intento convencerme de lo contrario, pero no hay respuestas en los cielos, pues sobrepasando sus límites no obtendré más que la misma soledad que me está ahora pudriendo por dentro. Me gustaría poder escuchar una voz por primera vez. Un consejo. Aunque fuera una sola palabra. Desgraciadamente parece que nunca llegaré a tener una conversación.

    Por el respeto que tengo hacia la verdad, seré conmigo totalmente sincero. Eso solo puede decir que no me faltaré al respeto engañándome a mí mismo. He perdido todo indicio de esperanza... Seguir con vida no me parece un motivo de peso para alargar este tormento. Debería considerar terminar con mi angustia de una vez, pero... ¿qué sería de mí? ¿A dónde iré ahora? ¿Quedaré consciente sumido en lo más profundo de la oscuridad?...

    En la más alta cumbre del apocalipsis, pienso en precipitarme al vacío. Mis impulsos me acercan hasta asomarme, brindando por estrellarme. Si lo hiciera, como último superviviente de la raza humana, le estaría ofreciendo la victoria a los zetas por haber ganado la guerra mundial. Y aquí estoy, debatiéndome sobre la vida, sobre la cumbre del firmamento en una escalera fabricada con cadáveres... Un déjà vu invade mis pensamientos. Una escalera de muertos... ¿A mí esto de qué cojones me suena tanto? Habitual no es, desde luego. Mi mente se sumerge con recuerdos hasta que logro recordar las rugosas rocas... Comer asquerosos insectos... Estoy en la puta misma pesadilla de todos los días. La puta escalera de muertos de las narices.

    Al desorientarme, los peldaños bajo mis pies dejan de ser controlados por mi mente, descolgándose sus restos podridos impulsados hacia la superficie atraídos por la gravedad, provocando que me desplome al vacío rodeado de cuerpos mutilados que se precipitan junto a mí, en el resguardo del amparo de esta negra noche estrellada.

    A medida que voy precipitándome bajo este manto de constelaciones, contemplo concentrado a los muertos que me rodean precipitándose junto a mí, aumentando mi capacidad extrasensorial. Puedo escuchar cómo la carne podrida se despelleja para desprenderse a merced de la voluntad del viento. Comienzo a medir la gravedad queriéndome estrellar como el resto de no muertos, que se están inmolando a toda velocidad contra la superficie.

    Cubriendo mi cara con mis brazos me inmolo contra el duro asfalto. Mi piel se va desintegrando, explotándome rápidamente los órganos, acompañando el crujir de mis huesos surgiendo por mi piel. El dolor que me va invadiendo completamente va desapareciendo, a medida que me engulle una sensación en lo más profundo de mi ser, corroborando que ya no tengo ningún control sobre el mundo, sucumbiendo a su influencia como un ente insignificante en la inmensidad de un todo.

    Sufriendo el dolor del lumbago de estar durmiendo apoyado en dura roca, mis ojos se tornan entrecerrados hasta que consiguen abrirse, procurando entender cuánto me rodea. No estoy si no en el lugar de siempre. Mi alma se cubre de oscuridad al encontrarse con la angustia del mismo estrecho rocoso y húmedo de todos los días. No sé cuántos meses llevaré ya aquí encerrado, ni si volveré a ser libre alguna vez... Tal vez debería dejar de esperanzarme con un destino lejos de la inmundicia de esta desdichada cautividad que me atormenta en vida. Aún tengo dudas sobre si esto es la realidad. ¿Y si me he estrellado contra el asfalto, matando a mi verdadero yo?

    Un haz de luz solar me deslumbra escapando entre el mineral que me rodea entrando por sus rugosos orificios. El poder de su fulgor ciega mi campo de visión, doblegando mi mente por el impacto contra su compleja existencia, y se revela ante mí separando las partículas que componen la luz, mostrando su verdadera forma de electrones girando en torno a un núcleo en funcionamiento por seres cada vez más pequeños, decidiendo actuar como partícula hasta estrellarse una y otra vez contra mis ojos. Soy capaz de percibir los microbios, virus y bacterias batallando contra las células de los insectos que hay a mi alrededor. Como si unos diminutos gérmenes con aspecto de insectos habitaran en otros insectos aún mayores viviendo en otro ecosistema. Un tallo se arranca en mi interior impidiéndome sentir el flujo de mi sangre, separando mi mente de mi forma física, permitiéndome verme a través de mis pensamientos, mientras me conecto con los flujos de aire de la cueva destemplándome por el cambio constante de temperatura, indagando entre las interacciones del electromagnetismo desde otro punto de vista.

    Incorpóreo, me alejo a mis anchas traspasando la roca maciza. Me dejo llevar por la brisa acoplándose en los orificios, rebotando en el contorno de sus irregularidades. Percibo la vibración del desprender de las gotas de rocío, adentrándome en cada minúscula gota descomponiéndose en tres átomos. Junto a ellas me tambaleo al avanzar contra los enormes obstáculos que se topan en nuestro camino.

    Me envuelvo en el gran cielo azul desapareciendo de esa oscura cueva. La gravedad afecta en mí, y me sumerjo en ella infectándola al igual que yo le afecto a ella. Progresivamente voy sintiendo miles de experiencias a la vez, mezclándose dentro de mi ser, haciendo que las reviva en un constante experiencia. Huyendo de la vulnerabilidad que me hace sentir minúsculo, consigo recordar ese hombre de treinta años que suelo observar extrañado reflejado en los charcos, con largo pelo rubio cubriendo mis ojos azules. En una sensación desesperante mi cuerpo busca precipitadamente volver a unirse a mi mente. Dando forma a las estructuras moleculares, mis células se reproducen transportándome a otro terreno, invirtiendo el eje de mi perspectiva arrojándome hacia arriba, hasta que mi confusa mente invierte nuevamente mi percepción, distorsionándose hasta volver a dejarme caer hacia abajo, dejándome inmerso bajo el sol en el cielo resplandeciendo un nuevo amanecer.

    El aire frío contacta constante contra mis pelos descubiertos en brazos y piernas. Sintiendo su temperatura en mi piel, puedo percibir la densidad con la que me envuelve, profundizándome en la inmensidad de la atmósfera. Vuelvo a sentir que mi mente emerge de mi cuerpo surgiendo de mi interior, dejándome ver a través de ella distanciado de mi forma física cayendo en picado.

    Incorpóreo invierto el eje del revés, llegando a entender finalmente el bosque. Dispersando la realidad, noto en mi piel el áspero polvo que se esparce arrastrado por el flujo de una corriente, hasta inmolarme por el empujón intermitente del viento sobre un enorme roble silvestre. Intentando evitar que cada vez sensaciones a la vez influyan en mí, indago en la carcasa de mi cuerpo que veo precipitarse, para avisarme alterado de que estoy a punto de estrellarme contra tierra. Serenándome por completo ante tal situación, busco precipitadamente completarme nuevamente.

    Célula a célula, mis tejidos comienzan a desintegrarse del cielo, para establecerme perdido entre la maleza. Tropezándome, caigo de rodillas al suelo, cercano a un vigoroso roble anciano. Una sensación innovadora resplandece mi aura captando todo tipo de esencias florales lejos de la humedad de la cueva. Respirando profundamente, mi corazón comienza a empacharse del agradable olor de la naturaleza.

    Volviéndome a acostumbrar a las imperturbables leyes físicas sin terminar de entender qué está ocurriendo, observo mis dos manos abiertas dándoles la vuelta dos veces, viendo un frondoso bosque tras ellas con un terreno marrón perfectamente sombreado por un gigantesco sol.

    Expandiendo mis ojos hasta que siento el límite en mi frente, abro la boca muy impresionado, maravillado con todo lo que mi cruel prisión no me dejaba visualizar. Joder... Joder, joder, joder. He escapado. Soy libre.

    Diviso un paraje repleto de vegetación, con todo tipo de diferentes especies de animales disfrutando alegremente del ecosistema. Bajo unos castaños que dan cobijo a unos gorriones en época de apareamiento, una manada de ciervos está alimentándose de las castañas que han caído recientemente al terreno. En los nidos del castaño, el macho ha formado un hermoso nido donde llevar a la hembra al lecho conyugal, pero esta les responde castañeteando indignada una y otra vez. Los lagartos están tendidos en tierra, disfrutando tranquilamente del sol para calentar sus escamosos cuerpos. Las gaviotas recorren el espacio aéreo sobre los precipicios junto al mar, sobrevolando las corrientes de aire extendiendo sus enormes alas. Escucho miles de seres vivos escondidos tras las numerosas hojas de los árboles. Mire por dónde mire, puedo reconocer algún animal si presto mucha atención.

    La libertad me abraza con todas sus fuerzas, mientras me recorre una sonrisa de oreja a oreja por primera vez en mucho tiempo, observando la amplia diversidad de flora y fauna como un niño en un parque de atracciones. Agradecido de conocer todo rastro de vida, una parte de mí que parecía encogida se abre. Por fin puedo volver a sentirme bien. Pensaba que mis escasos recuerdos iban a dejarme tirado como siempre. Sin embargo, afortunadamente dentro de mi mente se mezclan miles de conceptos de animales y plantas, que conozco cómo son y cómo se llaman, pero no recuerdo la vida en la que lo aprendí. Una algarabía resuena involuntaria desde dentro de mí, pues reconozco toda vida cuanto me rodea.

    Mi ánimo se restablece por completo para levantarme de tierra sobre la maleza, avivando la llama de las cenizas que parecían inactivas en mi interior.

    Risueño y emocionado, bailo de la manera más ridícula que puedo en mitad de la arboleda, moviendo mis caderas de un lado hacia el otro, mientras agito mis brazos de manera desordenada al ritmo de mis pasos de baile de superestrella.

    Tras descargar mis emociones, avanzo por el bosque luciendo una amplia sonrisa abrazando a los troncos bajo el agradable manto del amanecer, disfrutando del curioso día a día de la fauna salvaje. La libertad parece sentarme genial. Motivado, avanzo sin demora contemplando eufórico el frondoso paraje, agigantando mi sincera sonrisa de emoción.

    Fijándome con mucho detenimiento entre unas aliarias, consigo apreciar una bestia que se me escapa por completo qué puede ser. Guiado por mi curiosidad procurando no hacer ruido, me acerco lentamente al animal tras los matorrales.

    Una vez cerca, contemplo ese manto verdoso grisáceo, con poros diminutos que se van cosiendo, creando una capa flácida estable. Aún más curioso, me voy acercando a tocarlo a medida que procuro entenderlo. No sé qué coño se supone que es. De repente, el ser se voltea, descubriendo un rostro que va abriendo y cerrando dos enormes ojos blancos enrojecidos, que me miran totalmente desconcertados.

    De la impresión por el imprevisto, salto del susto al toparme con un ser del espacio agachado tras los matorrales, que retrocede levemente por mi reacción.

    +–ÇEl más y el menos significan que el turno en el diálogo pertenece al protagonista en primera persona. Por ejemplo:

    +–¡Hostia puta!

    —¿Qué haces, cabrón? —pregunta el alienígena en español entrando en situación.

    +–¿Qué haces tú, joder?

    —Pues estaba cagando hasta que has venido tú en plan psicópata —me responde el extraterrestre agachado tras el matorral, hasta que se recompone alzándose por completo.

    Un alienígena de metro sesenta color gris con el torso descubierto se está subiendo los pantalones frente a mí con sus dos manos. Tras ponérselos, agarra un bolsón verde con sus manos grises, mientras que sus dos ojos saltones blancos pero completamente enrojecidos por sus venas oculares me observan flipando.

    +–Lo... lo... lo siento. Sigue, sigue. Te dejo cagar tranquilo, colega.

    —No. Si ya me ha salido todo disparado del susto.

    +–Eres un alienígena.

    —Qué observador... —contesta tras mirarme raro durante varios segundos.

    +–¿Qué haces aquí?

    —¿Qué haces tú? ¿Por qué te acercas así sin hacer ruido? ¿Qué eres?, ¿un pervertido?

    +–No, joder. Ha sido un malentendido. Yo... Mi nombre es Mikel. ¿Tú cómo te llamas?

    —Puedes llamarme Dingui.

    +–¿Podrías decirme dónde estamos? Ando algo desorientado.

    —Cerca de Borriana. En Castellón.

    +–No habrás venido para hacernos daño, ¿no?

    —¿Pero a ti qué te pasa? ¿Porque soy de otro planeta ya tengo que querer insertarte una sonda anal?

    +–¿Una sonda anal? ¿Quién ha hablado de una sonda anal? —pregunto poniéndome muy nervioso.

    —¡Tío, tranquilízate! ¡Las sondas no las tengo aquí!

    +–¿Cómo dices? ¡Que te meto una paliza!

    —¡Que es broma! Yo sólo estaba cagando. Cálmate un poco. Toma. fúmale a esto, tronco, que te veo muy estresado —propone Dingui encendiéndose un cigarro liado con aroma a marihuana.

    +–¿Qué es esto?

    —Cosa buena, tito —responde exhalando el humo con los ojos encharcados en venas rojizas.

    +–No. No. Paso de consumir drogas. No creo que traigan nada bueno. ¿Cuánto tiempo hace que estás aquí?

    —Pues a ver... Habrán pasado unos dos cientos ciclos solares desde la invasión zombi, así que... yo llevaré la mitad.

    Eso son... Ya han pasado seis meses. Ya estamos en pleno verano. He perdido por completo la percepción del tiempo ahí encerrado...

    +–Putos zetas... Por un momento me había olvidado de ellos... ¿Quedan muchos?

    —Pues yo todavía no he hablado con ningún humano desde que llegué.

    +–¿Por casualidad no llevarás armas de alta tecnología encima?

    —Pues no. Los zombis no me rinden cuentas de ningún tipo. Encima solo llevo cogollos y semillas de marihuana.

    +–¿Cómo dices?

    —En honor a mi padre, transporto en mi viaje de peregrinación las semillas de sus jardines. En su memoria, las voy enterrando por el país para que una parte de él perdure para siempre.

    Una forma caminante a lo lejos sobre la hierba reclama mi atención. ¡Es un puto zombi! ¡Joder! ¡Me cago en la hostia! Apresurado me escondo tras un ciprés, ocultándome tras su tronco. No hay gruñido. Parece que no me ha visto. Menos mal... Como me vea uno sólo ya la hemos liado.

    Abrumado escucho cómo sus pasos se acercan crujiendo ramitas y hojas secas. Procuro buscar consejo o ayuda del alienígena gris, pero está fumándose el peta mirando hacia otro lugar.

    Me agacho cuidadosamente poniendo el cuerpo a tierra. Avanzo arrastrándome, observando pequeños insectos como hormigas y escarabajos que me escalan como si fuese un obstáculo. Mis poderes me vendrían de puta madre ahora mismo. Pero bueno. Ya no soy prisionero de una cárcel de piedra. Puedo darme por satisfecho. Además, estoy seguro de que puedo repetirlo. Me concentro profundamente en un ciempiés que se postra frente a mis ojos. Contemplo su mecanismo de propulsión articulada para andar consumiendo menos energía. Esto no sirve de nada. No siento una conexión espiritual como antes.

    Siguiendo mi arrastre escucho un atronador gruñido. Al alzar la vista, me topo con un zombi mirando al cielo extendiendo sus brazos, emitiendo un grito de guerra rasgando el aire con su garganta echándole ganas. El bello canto de la fauna local se silencia de inmediato, ocultándose tras el reclamo de la caza.

    Me recompongo rápidamente, viendo una decena de muertos vivientes apareciendo por el horizonte, expandiendo entre los árboles su característico agudo quejido, avisando a las hordas que han avistado alimento. Esta peli ya me la conozco. De nuevo una puta persecución zombi. Observando cómo corren hacia mí a toda velocidad, por mucho que me pese, sé perfectamente que a partir de este momento voy a ser perseguido de manera agresiva infinitamente. Asumo con total celeridad que son los depredadores, siendo yo indiscutiblemente la presa.

    Sin más preámbulos emprendo decidido a correr, viendo cómo cientos de no muertos van cruzando las laderas en todas direcciones a toda hostia. Corro como alma que lleva el diablo entre unos conejos que se van apartando por el trayecto donde cruzo, estorbándome con sus bruscos brincos. Seguro que si intentara ir a pisarlos a propósito no lo conseguiría nunca, pero ahora me están jodiendo. Las hordas de zombis avanzan incesantes a toda velocidad hacia nosotros, completamente influidos por una ira homicida caníbal.

    —Vamos a mi nave ¡Sígueme!

    Intento concentrarme para teletransportarse en frente a Dingui, pero con miles de zombis persiguiéndome entre la llanura, me resulta imposible siquiera sentirme tranquilo. Mucho menos volver a salir de mi cuerpo.

    Un zeta se abalanza hacia mí. Me aparto colándome de un salto entre dos ramas de un algarrobo. Agarrándome fuerte, levanto las piernas para impulsarme hacia delante. Al saltar hacia el terreno traspasando el primer metro, he perdido muchos segundos en los que no estaba corriendo a fondo, por lo que los zombis han avanzado una gran distancia hasta alcanzarme.

    Tras correr dos zancadas más, un zeta se abalanza con brutalidad y consigue agarrarme la pierna. El cabrón me estira hacia atrás con mucha fuerza, abatiéndome al suelo de boca. Por muy poco, consigo cubrirme el rostro con los codos para no reventarme la cabeza. El zombi tiene sus dientes preparados a diez centímetros de mi gemelo. Otro zombi se está abalanzando sobre mí. Le meto una patada con todas mis fuerzas con la otra pierna, frenándolo en seco tirándolo al suelo, llevándose al zombi que no quería soltarme.

    Los zombis han llegado. Se están lanzando todos con todas sus fuerzas hacia mí. Ruedo por el suelo llenándome de arañazos con las ramas secas, a medida que se van desplomando los zetas a mi alrededor. Me quedo sin espacio para seguir rodando. Decidido por sobrevivir, me levanto del suelo con un montón de hierbajos pegados a la ropa, y le arremeto un fuerte empujón al no muerto que hay en mi camino. Vuelvo a correr cogiendo velocidad, mientras las hordas nos rodean por tres direcciones.

    —¡Por aquí! —me indica Dingui tras de mí.

    +–¿Por aquí, dón...? —pregunto corriendo, hasta llegar a asomarme a un despeñadero y frenar de golpe.

    —¡Marciano el último!

    Dingui se arroja hacia el acantilado, posicionando sus flexibles articulaciones abrazándose al máximo, hasta hacerse una bola en el aire. Mierda. Sin pensármelo salto hacia el precipicio tras él.

    Tras unos segundos en el aire, mis pies tocan la arena que se dispersa en polvo por la bajada en la dura pendiente, y voy cayendo de culo arrastrándome hacia el mar por el peñasco. Las primeras decenas de zombis saltan al vacío decididos por darme caza. Justo después, algunos caen con fuerza contra las rocas destrozándose los huesos. Justo a mi lado, un muerto viviente estrella su cabeza en una roca, incrustando cachos de cerebro en su superficie, dejando al descubierto su aparato respiratorio contrayéndose a flor de piel. Los demás trozos de cerebro bajan junto a mí por la pendiente, como muchos otros zetas que ruedan sin parar descontrolados.

    Intento frenar la caída con las piernas, pero cada vez bajo más rápido arrastrando el trasero, junto a cientos de zombis con cuerpos mutilados o espachurrados que están reventándose a mi alrededor, dejando un paraje que va envolviéndose de sangre por nuestra influencia, mancillando las plantas silvestres con nuestra persecución.

    Dingui ha bajado rodando hábilmente. Tras volver a ponerse a dos patas, recorre unos pasos ayudado por el impulso decidido a zambullirse.

    Un zombi tras rebotar por la cuesta se me tira encima, haciendo que dé vueltas con él. Le empujo sus hombros como puedo evitando que me muerda. Enfocando únicamente el zombi mientras todo se distorsiona, le propino un buen puñetazo para que me suelte. Como puedo le doy una patada con la pierna izquierda en pleno descenso hasta alejarlo de mí. He perdido el equilibrio, y bajo rodando sin control por la cuesta.

    Observando líneas surrealistas que transforman el paisaje, estoy recibiendo golpes por todos lados. No termino de sufrir el dolor de una colisión, cuando otra me destroza por otro lado. Sufriendo impactos que me provocan daños a cada segundo, solo pienso en que esto termine ya de una vez, pero no pienso mirar cuánto tormento queda para que al descubrir mis brazos me abra la cabeza contra una roca.

    Finalmente termino de rodar. Mareado, quedo rendido en la estrecha playa de pequeñas piedras. Dingui nada por el nivel de agua, usando sus flácidas extremidades como una medusa. Los zombis tras nosotros se levantan a toda prisa bajo la humareda de tierra que levanta la ladera, conquistados por su sed de sangre. Me incorporo a toda hostia, y me pongo a correr delante de los zetas.

    Sin estar muy convencido me arrojo hacia el mar depositando ahí mi esperanza. Bajo el agua todo se torna de una tonalidad azul, descubriendo una nave metálica ascendiendo hacia la superficie, rodeada de bancos de meros y doradas que surcan el mar en armonía, sobre las posidonias que recubren el manto del fondo marino. Los muertos vivientes comienzan a adentrarse en este submundo acuático, moviendo sus extremidades bruscamente con la intención de atraparme, tiñendo el fondo acuático con sangre que se dispersa hacia los lados. Procuro bucear rápidamente, pero la densidad del agua me frena, impidiéndome apenas descender. Dingui, tras expandir sus cuatro extremidades juntas, las contrae rotando sobre sí mismo, formando algo parecido a una hélice. Repentinamente pasa a través de una compuerta superior cuadrada, en un recubrimiento maleable con una cruz en el centro para entrar a la nave.

    Centrado me impulso dando patadas con todas mis fuerzas, mientras muevo mis brazos hacia afuera. De mi boca salen unas burbujas de aire, que ascienden hasta toparse con unas lubinas. Me estoy quedando sin oxígeno.

    No voy a llegar. No he cogido bien el aire antes de zambullirme. Necesito salir a por oxígeno. Alzo la vista. Sobre mí está todo petado de zombis que cubren las aguas buscando atraparme. Me cago en la puta. Vuelvo a mirar abajo, a ver cuánto ha ascendido la nave en ese segundo que he mirado arriba. No ha ascendido una mierda. No llego ni de coña. Inseguro, vuelvo a bucear dirigiéndome a las hordas sobre mi cabeza, en busca del sustento que me permite respirar.

    Un zombi me alcanza pretendiendo agarrarme, pero lo cojo de los brazos empujándolo hacia él. Intenta morderme la mano varias veces. Sin embargo, no es muy rápido bajo el agua y consigo esquivarlo con facilidad.

    Me agarran por la espalda. Al darme la vuelta, me encuentro la boca de un zombi al lado del cuello. Joder. Soltando al otro zombi, me aparto empujándolo de los hombros hacia abajo. Otro zeta sobre mí intenta darme un zarpazo. No es un problema ahora mismo.

    Toco los pies con algo. Ni puta idea de lo que es, pero me impulso rápidamente hacia arriba dando un brusco empujón con las piernas. Otro zombi me agarra del brazo impidiendo que siga ascendiendo. Mirando bajo mis pies para quitarme al pesado este, me topo con decenas de muertos vivientes dejándose sumergir en las profundidades sin vida, con sus pelos imitando el movimiento de las algas bajo ellos. La nave ya está aquí. Le doy una patada al zombi, estirándole del brazo simultáneamente para liberarme. Buceo hasta que mis pies tocan el metal, ayudándome a ascender a la superficie.

    Abriendo el compartimento superior, me adentro entre un material flexible de color negro, que se ciñe a mi cuerpo adaptando su apertura a mi diámetro dejándome pasar. Justo después, me estampo contra el suelo del interior de la nave, derramando un par de litros de agua marina conmigo.

    Respirando como puedo acostumbrándome de nuevo al oxígeno, contemplo el interior de la nave. Frente al cristal ovalado por el que aprecio a las hordas ahogándose, perdiendo su mirada entre brutales convulsiones, Dingui está sentado en los mandos junto a otros dos asientos, frente a un panel con botones iluminados con pantallas dónde se reflejan símbolos alienígenas que no me resultan desconocidos.

    Un gran estallido agita la nave, superando el nivel del mar rompiendo el agua con semejante trasto de metal. Las olas se estampan contra el cristal transparente eliminando esa tonalidad marina, hasta que comenzamos a elevarnos una vez superado el azote del oleaje.

    La nave asciende fluida sin el peso de agua, mostrándome el ecosistema teñido de sangre entre los cadáveres creciendo desde lo alto del precipicio, sucumbiendo tierra, hierba y mar con el color de la muerte.

    +–¡Joder! ¡Ha quedado poco!

    —¡Ay, sí! ¡Qué estrés! Mis paseos suelen ser más tranquilos. Voy a calmarme los nervios —pronuncia Dingui, sacando un porrillo liado del bolsón impermeable y encendiéndolo.

    Tras superar la ladera ensangrentada, ascendemos cien metros sobre la superficie. La vista desde aquí es espectacular. Bajo las nubes anaranjadas de algodón, el manto del amanecer dibuja sus destellos sobre la verde hierba, recubriendo el espacio entre las hojas de los árboles, invadiendo el paisaje con tal belleza que es capaz de ocultar el horror de las hordas invadiendo sus terrenos. El pestazo a marihuana me marea levemente.

    +–Fumar porros es malo, eh.

    —Los intraespecies tenemos una corta esperanza de vida, a causa de los fallos en la adaptación genética. Es técnicamente imposible que fumar me vaya a matar.

    +–¿Qué es eso de intraespecie?

    —Bueno. En mi caso, significa que soy medio humano y medio wiki.

    +–¿Me están diciendo que eres medio humano? ¿Es por eso qué hablas español?

    —Pues sí. Mi padre de Murcia.

    +–¿Pero cómo puede ser tu padre un humano? Si eres gris y tienes un cabezón enorme.

    —Fíjate. No somos tan distintos. Ombligo. Dos ojos. Dos brazos. Dos manos.

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1