Las memorias de un extraño
Por Enrique López
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Mientras sigas soñando, yo viviré.
Fue similar a un destello iluso. La tormenta que arrancó de nuestros corazones la sensación de una esperanza renovadora; todo lo perdimos.
Viajase por un momento dudoso en la existencia de un universo puro, el extraño se siente tan familiarizado con nosotros, pero ha visto cosas que ninguno creería.
Fielmente, nos ha pedido tomar su mano, mirar el resplandor del vacío y acompañarlo.
Porque él sabe muy bien que, como él, también hemos sentido curiosidad por lo que ronda ahí arriba.
Enrique López
Enrique López nació el 29 de julio de 2000, durante los primeros minutos del amanecer a las 8 a.m. Durante su infancia, el mundo a su alrededor estuvo plagado de influencias de todo tipo: desde bellas escenas romantizadas por la caída del viento, bajo la mirada de aves magníficas que cuidaban su trote; hasta los actos más hórridos provocados por la avaricia de los inhumanos. Del seno de una familia de médicos, bajo una educación estricta regida por el dominio de las emociones, el respeto y la igualdad de todas las personas, pero con la iniciativa de una religión católica que simplemente no aceptaba. Sus motivaciones para escribir relatos tan apartados de la normas populares comienza a los trece años, inspirado por las historias fantásticas de internet en distintos foros sociales. Entre sus méritos se halla el reconocimiento de distintas instituciones educativas, así como la aprobación previa de editoriales con las que no estuvo dispuesto a colaborar, pero que ambicionaban su trabajo. Hoy, este destacado escritor continúa con su profesión, alegre de por fin haberse realizado como un miembro íntegro de la sociedad.
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Las memorias de un extraño - Enrique López
Las memorias de un extraño
Primera edición: 2019
ISBN: 9788417947460
ISBN eBook: 9788417984687
© del texto:
Enrique López
© de esta edición:
CALIGRAMA, 2019
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España — Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Prólogo
Soy la piel que se arrastra
No es de inhumanos pensar que estamos tan cerca de hallarnos con las estrellas, a lo que equivale encontrarse a uno mismo, demasiado distante de su propio mundo en medio de los asteroides.
Aún recuerdo con plena majestuosidad las maravillosas y clementes noches de cada planeta que he visitado. No tengo el permiso para darles a entender lo que sucede conmigo… o lo que está por venir dentro de muchos eones, tan solo me limito a narrar las versiones menos grotescas de lo que he tenido de frente cuando piso las rocas lunares o viajo junto al polvo cósmico. Ello no se trata más que de almas que deben ser reutilizadas por los superiores, en algún lugar de los límites del universo.
Siempre deseaba conocer lo que había más allá de las estrellas, todas las clases de planetas y astros de dimensiones anormales y caprichos únicos de las distintas civilizaciones de las que era consciente y con las que tenía que hacer contacto por mera casualidad o deber. Pero, además de eso, saber si realmente llegaría a ser una leyenda para las nuevas generaciones; un nombre bajo una estatua, quizás un libro de miles de páginas… Tal vez, hasta tener mi propia reencarnación para no morir y continuar con la eterna travesía que nadie se atreve a explorar, por más suculenta que la recompensa sea.
¿Qué les puedo decir yo, si cuando empecé con esto hace 8000 billones de milenios, tan solo era un esclavo más de la arrogancia, la peste, la seducción, la ignorancia y del maligno?
Realmente puedo contarles que yo viví cosas detestables; cosas que tan solo se resisten con la mente más hueca y el corazón más negro de todos, pues solo así se sobrevive a algo que se muestra tan bello, pero resulta ser la decepción más grande y el pecado más dichoso en el seno de los creadores. Pero, aun con eso, terminé por admirarlas, porque mi salvador me convenció de que eran buenas para todos los mortales. Me están tomando por un desquiciado… Lo puedo ver en sus pupilas, en sus venas y en sus manos… Voy a contarles que siempre miré algo del otro lado de la ventana de mi cápsula, cosas y seres a los que no podía darles una dimensión calculable. Aseguro con esto, ellos ocupaban una galaxia entera para albergar sus cuerpos dolientes. Cada vez que ellos me hablaban o tan siquiera intentaban comunicarse por medio de movimientos, lo único que pedían era que me volviera un discípulo, un neófito, el destinado a heredar sus órganos y consciencias.
Jamás, repito, jamás tuve el valor para salir de mi cápsula o nave en donde estuviera viajando, pero la simple necesidad que desarrollé por mi culpa y solo mi culpa, sin intervención de ningún dios o máquina, era lo que hacía que mi cuerpo actuara con voluntad propia. Me daba cuenta tan solo cuando estaba de frente a esos seres de que ya no me hallaba en la seguridad de mi transporte.
Obtuve muchísimo conocimiento por parte de estos seres, los cuales me prometieron cada uno reservarme un lugar junto a sus tronos en alguna otra parte de este universo u otra realidad. Un trono en sitios que ellos reclamaron porque simplemente aterrorizaban y aniquilaban, además de que les llamaron descaradamente paraísos. Esa palabra siempre me pareció absurda, muy digna de los que son astutos.
Tan solo una ocasión fue en que uno tuvo el verdadero coraje o incluso hasta el descaro, si quieren verlo así, de decir las cosas como son, y es gracias a ello que no perdía las ganas de seguir explorando más y más infinidades espaciales, aun teniendo el problema de que este universo moriría antes de que yo abarcara toda su extensión, que jamás deja de crecer. Les cuento. Este ser se llamaba a sí mismo el Erudito. El Erudito era una gran masa de gases flotantes dentro de las nébulas oscuras; la parte superior de su cuerpo se asimilaba a una gran capucha en cuyo interior se escondían dos ojos deformes, separados por una línea enorme que descendía hasta mezclarse con los gases que formaban el resto de su cuerpo. La línea y los ojos terminaban por formar algo parecido a una máscara de gas de esas que los mortales que apenas descubrían la alquimia y demás ciencias del ocultismo antiguo utilizaban. Tengo muy claro que aquellas artes de lo profundo son llevadas a cabo por el desconocimiento, la rebeldía y la falta de propósitos.
Miré en algún momento de aquel encuentro hacia atrás; mi nave estaba a kilómetros de distancia y mis reservas de neón estaban al máximo, pero pronto estarían terminándose velozmente. El Erudito extendía sus manos de antimateria hacia mí, quizás quería que demostrara que no le temía. Pues bien, logré hacer contacto con él, aunque, desgraciadamente, mi mano sufrió graves consecuencias. Yo realmente podía arreglar eso, pero el dolor no podía ser soportado muy bien por este cuerpo que alababa a la carne, que es sucia como el sulfuro.
El Erudito comenzó a hablarme, su tono era eléctrico y casi distorsionado, como si ondas de radiación estuvieran interfiriendo.
—¿Eres tú a quien los dioses han enviado para advertir a los mortales de su próximo destino? —dijo provocando un eco enorme.
—Sí —respondí de la manera más secante. El Erudito pareció conmoverse por mi visita, yo me imagino que nadie le habría visitado desde la creación del tiempo y por eso estaba feliz de ver a alguien más por aquí.
—Yo sé cuál es el problema con esos dioses, y es que no se atreven a revelar los misterios a los mortales sencillos. Pero mírame a mí, yo soy benévolo y el salvador de los pueblos sencillos. Yo soy a quien deben atender sobre toda religión e incepción. Me veneran no por mis poderes o mis dominios, mucho menos por mi influencia sobre otros que son mentalmente débiles, sino porque les revelo lo que otros se niegan a hablar. Extraño, si te revelo lo que sé, mandarás mi palabra hasta los oídos de quien está destinado a restaurar la paz en el universo, pero aun si tú implicas una amenaza para ese alguien en algún punto, aceptarás la muerte como tu amiga y te reunirás conmigo en este sitio una vez más para que te lleve al infierno, que está especialmente reservado para quienes no se rindieron. Allí estarás ocupando mi lugar, mirando cosas horribles a cada simple momento de tu eterna existencia.
—Sí —yo le respondí de nuevo, pero, esta vez, con más emoción. Quería realmente llorar por primera vez en toda mi vida.
—No me decepciones, extraño. Porque sabré lo que haces a partir de ahora, y si te atrapo interviniendo en el orden que no te corresponde, no tendrás nada de