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Rhindanos: El retorno de la oscuridad
Rhindanos: El retorno de la oscuridad
Rhindanos: El retorno de la oscuridad
Libro electrónico344 páginas5 horas

Rhindanos: El retorno de la oscuridad

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Información de este libro electrónico

La oscuridad regresa, la elegida ha despertado y la batalla entre el bien y el mal comienza.

Tras mil años, las huestes de Helya, diosa de la oscuridad, y del mismo modo señora de todas las criaturas malignas, se hacen paso en Keîter, el único reino que no ha sido sometido a su ejército con el objetivo de acabar con todos aquellos seres que se nieguena unirse a ella.

Como respuesta, la profecía que anuncia la llegada de una elegida que salvará aquel mundo se torna real, y Eileen Spidereick, junto a la ayuda de sus amigos y aliados, ha de tratar de vencer al mal que Helya representa.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento21 may 2021
ISBN9788417887896
Rhindanos: El retorno de la oscuridad

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    Rhindanos - L. Alarcón Miguel

    Rhindanos

    El retorno de la oscuridad

    L. Alarcón Miguel

    Rhindanos

    El retorno de la oscuridad

    Primera edición: 2021

    ISBN: 9788417887490

    ISBN eBook: 9788417887896

    © del texto:

    L. Alarcón Miguel

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2021

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A mi yo de cinco años, quien sin ser consciente comenzó a rememorar esta historia, y a mi yo de nueve que decidió grabarla en un pergamino para que jamás volviera a caer en el mar del olvido.

    Empero especialmente, a todos aquellos seres que tomen este libro entre sus manos, y hallen en él la puerta al pasado de su alma.

    Prólogo

    En los tiempos de antaño, tiempos tan antiguos al igual que inmemorables, tiempos no revelados a nuestra actual época, solo existía la oscuridad.

    Hablo de tiempos desconocidos, ya que el conocimiento que contenían los libros fue quemado y perdido hasta el fin de los tiempos. De tal modo que ya no nos queda nada de esos años, a excepción de los vagos recuerdos de aquellos que aún no nos hemos olvidado de todos los sucesos acontecidos durante aquella condenada y, al mismo tiempo, rica época.

    Hubo una era en la cual solo existía la oscuridad y todo lo que esta significa. En aquellos años Côbvier estaba dividido, muchos se preguntaron cómo aquello era posible, incluso yo lo hacía a pesar de no haber conocido otra cosa. Pero en los libros, en los textos del comienzo, lo describían de manera completamente distinta. En el pasado no había fronteras que separaran los diferentes reinos, no había guerras, no había muerte y mucho menos sufrimiento. Supongo que lo perfecto no debía durar mucho tiempo. A veces me pregunto cómo habrían sido las cosas de habernos rebelado mucho antes, cuando tan solo había rumores y el enemigo únicamente estaba pensando. Era lo que debíamos haber hecho. Habernos movido, en vez de haber hecho oídos sordos, pues pronto las tropas de Helya, diosa de la muerte, del infierno, reina del más allá, madre de la oscuridad y, así mismo, madre de todas las criaturas oscuras que caminaban por estos lares, se habían alzado. Ella estaba demasiado enfadada, y seguramente tuviera sus razones. Nadie es malo, los sucesos cambian a la gente y hacen que saquen lo más horrible o lo más bello que haya en su interior. Helya cambió para mal. Y el lado malo de Helya era la propia oscuridad.

    Nadie se resistió, nadie luchó, nadie combatió, actuaron como estatuas quedándose parados mientras veían cómo cada reino caía ante los gritos de dolor y los aullidos victoriosos de aquellos que se habían unido al bando vencedor.

    Recuerdo que en aquella época no se le daba mucha importancia a Keîter, para muchos era simplemente un gran trozo de terreno lleno de hadas, espíritus y árboles. Y quizá tan solo era eso y, por eso mismo, Helya nunca llegó a pensar en él como un lugar digno de su poder. Keîter era tan solo un trozo de terreno, tan antiguo y poderoso que años después sería el refugio de muchos.

    Siendo honesto, nunca escuché nada sobre aquel lugar. Sabía que había algo más allá si bajabas por la costa del norte. Algo antes de adentrarte en el océano y sumergirte en las aguas para llegar a las islas de los Dragones, pero nunca me imaginé algo así, y mucho menos me imaginé que aquel sería mi nuevo hogar. Todos pertenecemos a un sitio, tenía consciencia de ello, yo pertenecía allí, lo supe desde el primer momento en el que lo vi.

    Con el tiempo Helya y sus tropas llegaron a mi reino. Nosotros vivíamos de la forma en la que podíamos. Se oían rumores de que había una hueste arrasando con cada palmo de terreno que encontraba, mas nosotros nunca nos lo creímos. Vivíamos juntos, no era el mejor lugar del mundo, empero los demás reinos estaban bastante peor. En aquel entonces, vivía a base de leyendas las noches de luna llena, ¿y las demás? Tan solo me ceñía a hacer lo que un lobo como yo hacía: correr por el bosque, aullar bajo las estrellas y luchar con mi hermano. Él y yo nunca nos llevamos del todo bien. Había algo en el otro que nos advertía, nos poníamos en tensión cada vez que nuestras miradas se cruzaban. Él era diferente a mí. Éramos distintos, mas ambos llegaríamos a ser recordados.

    Vi la gran sombra negra avanzar desde mi colina favorita. Se dirigía al bosque. Allí estaban todos los demás, no quería saber lo que aquello significaba, mas en el fondo lo sabía. No podía negarme a saberlo. Mi instinto me pedía que me fuera de allí, y mi corazón me decía que debía aproximarme. Si ellos estaban en peligro, mi labor era ayudarlos.

    Lo que mis ojos vieron aquella noche nunca se me olvidará. Nunca pasaré desapercibido ante los recuerdos de la noche en la que todo se hundió, en la que mi vida dio un vuelco, y me vi obligado a abandonar.

    Todos se sometieron a ella. Nadie se negaba a verla como a su única y poderosa diosa, pues sabían que, si lo hacían, acabarían devorados por Alhom, un monstruoso ser, o lo que era peor, condenados a obedecerla y a servirla hasta el fin de aquella maltratada tierra. A nadie se le ocurría dar signo de desobediencia, al menos vivirían. Pero vivir así no era vida. Algunos lo intentaron, almas que iban en contra de la marea, almas tan distintas que eran capaces de ignorar lo que les pedían sin sufrir daño alguno, mas siempre acababan fallando. Todas, a excepción de una.

    Mi nombre, Neyland, había pasado a la historia, al menos a la historia de aquellos que aún conservaban en su cabeza todos aquellos hechos. Ellos me mantenían vivo de alguna forma. Cada vez que alguien escuchaba mi historia, añadía un nombre a mi lista, de tal forma que acabé siendo conocido por mil nombres distintos, aunque todos estaban de acuerdo en que era un alma pura capaz de ahuyentar al enemigo, y por ello muchos se dirigían a mí de esta forma.

    Mi objetivo era salvar a todos aquellos que habían tenido que someterse en contra de su voluntad, mi cometido, entablar conversación con los dioses y convencerlos para que arreglasen todo aquello. Empero estaban débiles, no acudieron a mi llamada. A cambio me permitieron quedarme con ellos, aceptarme como a uno más. Accedí, algo me decía que debía hacerlo, pues eso me ayudaría a eliminar el horror de aquella tierra a la que, por tanto tiempo, había llamado hogar.

    Los años pasaron para mí, pero mi cuerpo no reflejaba signos de envejecimiento, estaba incluso más ágil que antes y había aprendido todo lo que podía aprender. Ya tenía otra meta en mente, y aquella sería la que marcaría la diferencia.

    Tras una disputa, Orlyol me desterró de sus sagrados campos, y yo regresé a los reinos que ya estaban completamente sometidos a la oscuridad que Helya representaba.

    Mi cuerpo me llevó a un lugar que nunca antes había visitado. Allí el aire no era tan denso y el viento llevaba un mensaje a mi alma: «Libertad». Fue la primera vez que vi Keîter, y enseguida me di cuenta de que ya no había lugar como aquel.

    La oscuridad escaseaba en aquellos lares, y pronto encontré a un grupo de supervivientes que había escapado del Imperio de Helya.

    Enseguida aquella comunidad se enamoró de mi presencia, y cuando averiguaron que Helya me temía, no dudaron en idolatrarme.

    Sin darnos cuenta nuestra pequeña comunidad se convirtió en una familia, que vivía de la tierra, como decían los textos que tantas veces habíamos escuchado. Y, al final, nos pusimos un nombre: rhindanos, ‘valientes guerreros’ en la lengua antigua.

    Veía morir a la gente, pero no estaba triste. Morían felices, en paz, siempre había una sonrisa dibujada en su rostro. Desde luego, si pudiese morir, me hubiera gustado hacerlo de esa forma, mas hacía ya mucho tiempo que mi corazón había dejado de latir, y de mi antiguo yo tan solo quedaba su alma. Esa misma alma que se materializaba cuando realmente me necesitaban.

    Pero no habíamos contado con algo, ni siquiera lo había hecho yo. No sabíamos nada sobre aquella tierra, absolutamente nada, y la tomamos como si fuera nuestra, nunca había sido de nadie, mas ya tenía dueño. Todos allí éramos forasteros, empero había otros, y eran más fuertes y peligrosos que todos nosotros juntos. «Nunca se encontrará la paz, mientras el ser humano gobierne el mundo», me dijo una vez una gran sabia, y tenía razón. Por ellos comenzó la guerra en aquella parte de Côbvier.

    —Pronto el mal se alzará de nuevo —me encontré diciendo aquella noche de invierno—. Pero no debéis temer, recordad que el destino cambia de rumbo a su cesar, y pronto vendrá alguien que alejará este gran mal próximo. Da igual qué seas, mientras tu corazón y alma sean capaces de averiguar el camino hacia la justicia. Recordad estas palabras, harán bien en tiempos futuros.

    Entonces alguien habló:

    —¿Nos dará alguna pista, Neyland? —preguntó.

    —Por supuesto —le respondí—. Mi primer elegido, cuando retorne la oscuridad, tendrá el cabello del color del invierno, los ojos del color del mar de estas tierras y el alma fuerte, capaz de lidiar con los más grandes peligros.

    Así fue como nombré por primera vez la profecía, sin siquiera ser consciente de ello.

    Horas después de que dijera esas palabras, llegaron los humanos, y junto a ellos la esclavitud y la destrucción.

    Pocos sobrevivieron a sus armas. Los que lo hicieron fueron a ocultarse y parte de sus descendientes siguieron vagando en aquel mundo de humanos, añorando sus respectivos reinos de Côbvier, sin poder regresar jamás.

    Los animales dejaron de hablar la lengua común por entonces y formularon su propio idioma. Los árboles dejaron de mover sus ramas a propia voluntad y los guardianes dejaron de susurrar.

    Nunca había odiado al ser humano a pesar de todo aquello que había hecho, más bien lo contrario. El ser humano me fascinaba. Me fascinaba su forma de calcular, su forma de luchar, su forma de razonar. Del mismo modo, acostumbraba a pensar que tanta inteligencia no era buena, aun así, amaba sus palabras. Amaba sus canciones, la mayoría de sus fiestas. Amaba la manera en la que ponían pasión a cada cosa que realizaban, pero también odiaba la forma que tenían de destruir todo lo bello que alguna vez ha existido en este mundo.

    Odiaba y amaba a los humanos, mas desde el principio fui consciente de que había elegido bien. Eileen Spidereick tenía muchas cosas malas, mas era la mejor elección que podría haber hecho. Nunca me arrepentí de ello.

    Capítulo 1

    Días de sol finalizados

    El crepúsculo se cernía sobre Keîter, el ahora legítimo reino de los humanos.

    En una casa pequeña, cuyas paredes estaban fabricadas por la madera de algún árbol que en algún momento se había derribado en el pasado, una niña de bello rostro miraba al exterior a través de los limpios cristales de su ventana. Estaba sentada junto a un hombre, un hombre igual de bello. Tenía una esencia tranquila y serena que envolvía todo su ser. No se trataba de alguien joven, tampoco anciano. Estaba en aquella época en la que nada cambiaba en ti, mas eras consciente de que los años habían pasado de alguna forma, y más en esa época de guerras y esperanzas.

    La niña se encontraba tremendamente afectada, algo había herido su alma en profundidad. Quizá era una simple tontería, o a lo mejor se trataba de algo que nos hubiese dañado a todos nosotros. Posiblemente fuera eso, a juzgar por las desordenadas lágrimas que manaban de sus ojos azules cuan mar embravecido. Las lágrimas caían lentamente, como si nunca llegaran a hacerlo realmente.

    Algo se debatía en su interior. Se trataba de la batalla entre su corazón y su subconsciente. Dicha batalla en la que todos nos encontramos cuando hemos perdido a alguien al que realmente hemos amado. Alguien al que le habíamos entregado nuestro corazón, alguien al que le habíamos dejado ver lo que había en nuestro interior con la esperanza de que duraría para siempre. Su corazón le decía a gritos que aquello era mentira. Que aquello era una invención. Una enorme pesadilla de la que era incapaz de despertar. Pero no, la voz de su interior le susurraba que era cierto. En el fondo lo sabía, lo había visto.

    Unas semanas antes de aquel crepúsculo, Eileen Spidereick había visto un esmerejón huyendo de lo que parecían ser las llamas de una hoguera. Para la gente con su capacidad ese hecho no predecía nada bueno. Ver animales muriéndose que nadie más veía presagiaba que alguien cercano y querido partiría de este mundo para no regresar jamás. Triste, mas cierto. Por ello, ella lo sabía. Llevaba sabiéndolo mucho tiempo, había tenido tiempo de despedirse, pero no se lo había llegado a creer del todo. Yacía en la consciencia de que aquel mensaje era cierto, pero ¿quién haría caso a algo así? Los seres humanos nunca estuvieron preparados para aceptar la muerte, es algo que los aterra, y los mágicos tampoco estaban preparados, porque a pesar de ser mágicos seguían estando dotados de aquello que envolvía al resto de la humanidad. No era capaz de aceptar que sus días de sol habían finalizado y que hasta dentro de mucho no se reuniría con su querida madre. No estaba lista para aceptarlo, no ahora.

    Dirigió una pequeña mirada al hombre que se encontraba a su lado, pero no fue capaz de aguantarla. No podía, ¿cómo iba a ser lo suficientemente fuerte como para mirar a su padre en un momento tan horrible como aquel? Los ojos de su madre eran iguales que los suyos y hacer que su padre se fijase en ellos no era buena idea en su opinión. No se equivocaba, mas en algún momento debía hacerlo. Aun así, decidió evitarlo y centró su mirada en el exterior.

    El atardecer dejaba atrás lo que habría sido un hermoso día de primavera. Los cantos de los pájaros aún se apreciaban en la distancia. Y recordó la suave voz de aquella mujer que decía que la primavera era la más clandestina de todas las estaciones. Su voz aún inundaba su mente como si siguiera allí realmente, susurrándola, pidiéndole que jamás se rindiera. Parecía que seguía allí, era tan real… Pero ya no estaba, y jamás volvería a escuchar aquella voz ni a ver aquel rostro ni a oír el sonido de sus pies al caminar por la grava. En un tiempo no le quedaría nada más que el recuerdo, y el recuerdo no dura para siempre. Eileen era consciente de ello.

    Aún podía apreciar la voz de su madre mientras adoraba aquella época en esas noches que tardaría bastante en olvidar. Eileen, no pensaba eso. Tenía una opinión completamente distinta, de hecho. Para ella la perfección hecha estación era el invierno, sobre todo en aquellos días donde copos de nieve caían y en los cuales el frío viento le acariciaba el rostro y de ese modo se sentía libre. Aquellas mañanas en las que despertaba y veía la escarcha en su ventana.

    La luz sobre la verde hierba y el suave calor que aún recibía del sol… Todo ello le hacía rebuscar en sus pensamientos los días de sol. Lo tenía claro, la primavera ahora era la peor estación para ella. Antes era el verano, a causa del calor, que en el norte no era tan abrasador como lo era en otros lugares, mas Eileen solía exagerar sobre ello. Al fin y al cabo, en el invierno había nacido y acostumbrada estaba a aquel clima desde que pisó por vez primera aquel mundo. Ahora era la primavera. Con su dulce calidez y su canción cantada por los pájaros que parecía nunca cesar.

    Zambullida en el inmenso océano de los recuerdos, sus lágrimas comenzaron a resbalar más aprisa que antes. Sus sollozos ahogaban la suave voz del hombre que tenía a su lado, la cual casi ni se apreciaba:

    —No se ha podido hacer nada —le dijo. Pero la niña de cabello platino no escuchaba, se sentía morir en aquellos instantes. «¿Qué has hecho, Eileen, para merecer tal tortura?», se preguntó a sí misma por enésima vez.

    Su mirada se perdió en la nada, y de repente en su mente todo se alineó:

    —¡Ellos han sido! —acusó mientras se giraba bruscamente—. Los que se llevaron a la señora Johnson, ¿cierto? —Cerró sus pequeños puños con rabia. No necesitaba una respuesta, aunque sabía que tratándose de su padre se la daría, pues él siempre lo hacía. La señora Johnson era joven mujer que no tuvo mucho cuidado un día al practicar sus poderes cerca de Alganti, una ciudad próxima. Se la llevaron y jamás volvió a aparecer por aquellos lares. En aquella aldea se hablaba mucho de ella. Había muchos rumores, pero todos eran conscientes de la verdad. A la señora Johnson le había ocurrido uno de los peores destinos que a alguien le puede suceder.

    Hubo un instante de silencio.

    Una fuerte ráfaga nació alrededor de Eileen. Los libros cayeron atropelladamente e hicieron un sonoro ruido al tocar el suelo.

    —Sí, Eileen. —Sus ojos verdes se posaron en los azules de ella. Los ojos de William eran especiales, pues a pesar de que el mágico presentase cualquier estado de ánimo, aquella mirada era siempre la misma. Siempre transmitía tranquilidad y serenidad. William era un señor lleno de aquello, tan solo bastaba con estar a su lado para alcanzar un estado de calma total—. Siento darte esta noticia.

    Eileen no aguantó más, le abrazó y lloró sobre su hombro.

    Aunque aquel gesto resultaba reconfortante, prosiguió observando el exterior. El cielo había cambiado. Bancos de nubes grises amenazaban con tormenta. Ahora eran tan solo ellos dos, debía aceptarlo, comprenderlo, a pesar de que resultara duro. Siempre lo era. Mas aunque ahora solo se encontraban ellos, al menos se tenían el uno al otro.

    —El problema es que todo el mundo tiene madre. Yo ahora no —dijo con un hilo de voz.

    —Tranquila. Mi madre falleció al nacer yo. Nos podremos apañar, ya verás. Siempre estará cerca. Ya sabes lo que solía decir. —Padre e hija al fin lograron mirarse a los ojos y mantenerse la mirada.

    —«Cada vez que fallece alguien, respira hondo, coge aire y olerás su fragancia» —al unísono comenzaron a citar aquellas palabras que tan ciertas, al igual que reconfortantes, eran—. «Oirás sus pasos, si atento estás… Porque el cuerpo nos abandona para siempre, pero el alma siempre se encontrará al lado de aquellos a los que amaba».

    Para Eileen era increíble. Era increíble que fuese capaz de intentar hacerle sentir bien cuando él estaba a punto de estallar en llanto. A veces el ser humano le sorprendía por su crueldad y maldad. Otras veces, el ser humano le sorprendía por su forma de sufrir en silencio. El ser humano era un enigma para ella y nunca fue capaz de resolverlo.

    —Ya sabemos, Eileen, que estará aquí con nosotros —lo repitió en voz baja, con un ademán como para convencerse a sí mismo. Eileen estaba en lo cierto, el señor Spidereick sufría en silencio, pues sus ojos estaban llenos de lágrimas, mas lo extraño era que ninguna caía—. Además, las cosas pasan…

    —Porque el destino lo propuso por algún motivo —terminó la niña la frase junto a un ligero sollozo.

    —Debes ser fuerte, ¿te parece? —le preguntó el hombre de cabello castaño claro. La niña asintió—. Tal vez tengas diez años, pero eres mejor que ellos. Mejor que esos asesinos. —Su tono relajante y tranquilizador se tornó repugnante en aquellas últimas palabras. Eileen observaba los ojos de su padre, perdida cuan barco lo está en un inmenso océano.

    Cabello ondulado hasta los hombros, ojos verdes esmeralda. Esencia tranquila y serena. Su padre era la calma personificada, y posiblemente por ello le llamara tanto la atención sus últimas palabras. Su padre jamás perdía la paciencia, y mucho menos decía una palabra más alta que la otra. Era un hombre muy respetado. Tan solo se ceñía a vivir su vida, a hacer lo que adoraba y a estar con quienes amaba. Lo demás le daba igual, había aprendido con el tiempo que aquello no merecía la pena. Luchar y pelearse con la gente, a pesar de que fuera con palabras, no merecía la pena para él, era perfectamente consciente de que la gente ignoraría su voz, trataría de apagarla. Si alguien no quiere escuchar, jamás lo hará. Lo sabía.

    —Discúlpame, papá, ¿qué tienen en contra de nosotros? ¿Qué tienen en contra de la gente como nosotros?

    —Realmente, Eileen —había recobrado su habitual tono—, ignoro lo que se halla exactamente en esas mentes tan complejas de los simples. Muchos han llegado a pensar que están celosos de nuestros dones, pero creo, he de añadir que no lo sé con seguridad, que nos temen. Al fin y al cabo, el ser humano siempre ha temido a lo desconocido. Ya dudaban de nosotros siglos atrás, pero con mentiras las dudas han ido en aumento.

    —¿Qué tipos de mentiras ?—Por un momento, la niña dejó de llorar y sollozar, pues sentía que su madre estaba cerca. Lo notaba en el ambiente, la notaba allí con ellos de alguna peculiar forma.

    —Piensan que somos servidores de Hel… del diablo —se corrigió. Había cometido un grave error, había bajado la guardia, no debía hacerlo.

    —¿Quién es Hel…? —Su padre le calló con la mirada. William no lo sabía con seguridad empero lo sospechaba, su hija poseía cualidades para ser la niña… y en su deber se encontraba separarla del mundo al que aquella tierra algún día habría pertenecido. Su hija no debía saber nada de Côbvier y de los demás reinos, y mucho menos saber algo sobre Onfernium o Helya.

    —Nadie que requiera importancia. —Hizo una ligera pausa—. Piensan que somos servidores del diablo, y por ello tenemos estos poderes que nos diferencian de ellos.

    —¡Menuda tontería! —espetó la niña. Hizo una larga pausa, casi inmediata, y tras unos largos segundos las palabras salieron de sus labios como si las hubiera estado reprimiendo mucho tiempo—. Ahora que lo pienso, es imposible que se haya quemado. —Su padre la miró extrañado—. El esmerejón se quemó, pero ella no es un pájaro —repuso rápidamente—. Pues ella, al igual que algunos de nosotros, es capaz de manejar el fuego, podría haberlo transformado en otra sustancia.

    —Sí, pero, es una magia avanzada, puesto que debes transformar las llamas en una brisa fría que envuelva tu cuerpo lo justo y suficiente para que ellos no se den cuenta.

    —Dime, entonces, ¿hay posibilidad de que esté…?

    —Mínima —le interrumpió—. Aunque nunca la volveríamos a ver.

    —¿Cuál es el motivo? —preguntó desesperada.

    —Habrá alguna ordenanza que dicte eso.

    —¡Dejémonos atrapar, papá! —espetó la niña mientras se ponía de pie de un salto. Su padre negó con la cabeza.

    —Eileen, no quiero que corras riesgos. —Hizo una pausa, mientras esta le retaba con la mirada—. No, Eileen. —«¿Cómo podía decir eso?», se preguntó—. Debes estar muy atenta —dijo serio—. Ellos no pueden saber que somos lo que somos. No deben saberlo, somos diferentes, alteramos su sistema, así que por lo que más quieras, Eileen, no hagas nada que te pueda delatar, ¿comprendes? —La niña de cabello platino asintió, aún algo enfurruñada—. Como han descubierto lo de tu madre, nos van a vigilar. A ti, a mí y a toda la gente de esta área. Todos somos diferentes, por lo tanto quiero que no practiques tus poderes fuera. Debes tener mucho cuidado cuando juegues con los demás, ¿de acuerdo? —Paró un segundo a pensar—. Es más, mejor que juguéis después del anochecer.

    —Entendido. Te aseguro que yo solo miro. No me gusta ese juego —mintió. Lo amaba, mas ahora dejaría de hacerlo. Aquel juego le recordaba a su madre y el recuerdo de esta le dolía. Al fin y al cabo, aún era reciente. Y es que su corazón aún no había sanado de tan cercano acontecimiento—. Pero ellos no harán caso.

    —Sobre eso, se enterarán de ello gracias a sus respectivos familiares. —Hizo una pausa—. Sé que te entretenías cuidando a los gelons del bosque. —Eileen no lo escuchaba, observaba a la nada con sus hermosos ojos como el mar, sin prestar ni un mínimo de atención. Era algo que le sucedía a menudo—. Eileen, escúchame. —Volvió a su estado normal y fijó su mirada en la de su padre—. Solo harás cualquier tema relacionado con lo que ellos no saben por la noche, conmigo. ¿Lo has comprendido? —Ella asintió—. ¿Sí? ¿De veras? A ver, ¿qué no debes hacer por el día y sin mi supervisión?

    —No debo hacer nada relacionado con la magia —contestó cansada. William se preocupaba demasiado y eso no hacía mucha gracia a Eileen—. No leer libros de magia, no ayudar con magia, no jugar con magia… y mucho menos con escobas.

    —Vale. —Su tono se relajó—. Puedes hacer magia si estás en casa de la señora Kimberly.

    —Gracias, papá. —Se subió a la cama y le dio un beso en la mejilla.

    A William no le agradaba la idea de convertir la magia en una especie de tema tabú, era algo que llevaban dentro, mas era la única forma de protegerla, y si sus sospechas eran ciertas, debía hacerlo a toda costa.

    Capítulo 2

    Plan

    En el resto de Côbvier nada había cambiado.

    La oscuridad seguía poblando todos los reinos.

    Hacía miles de años de la partida de Neyland, y desde ese momento Helya y sus soldados de Onfernium terminaban con todo aquel que se propusiese cruzar el portal hacia Keîter. No le venía bien perder súbditos en aquella parte del territorio, ya que era consciente de que alguna vez aquellos que se encontraban al otro lado se alzarían en su contra.

    Cuando Neyland desapareció, la madre de la oscuridad obligó a varios magos a separar aquel reino, como si nunca hubiese pertenecido a Côbvier. Pero aquellos magos no pudieron terminar su labor, puesto que al no poder separar completamente aquel reino del resto de Côbvier fueron condenados a ser brutalmente asesinados por Alhom… Aquella tierra no gozaba de lo que antaño había gozado. La paz se había acabado e injusticias se hallaban en cualquier rincón, incluso en el reino libre, pues el ser humano jamás lograría hallar la justicia en su plena forma.

    ***

    Una mujer dotada de gran belleza conversaba con un enorme lobo de dos cabezas cuyo

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