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Adish - La verdad nos hará libres
Adish - La verdad nos hará libres
Adish - La verdad nos hará libres
Libro electrónico821 páginas11 horas

Adish - La verdad nos hará libres

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Información de este libro electrónico

Lu es un escritor que ha ganado cierto renombre cazando historias curiosas de personajes reales. Ha basado su éxito en la verificación de los datos que utiliza para sus libros, y su éxito está basado en la investigación y comprobación de información. La lógica es su divisa.

Cuando es convocado por quien afirma ser parte de la creación de la Tierra y la vida, Lu no puede resistirse a participar en lo que considera un juego intelectual. No obstante, mientras avanza en su pesquisa va siendo atrapado por algo más que su curiosidad.

La sucesión de acontecimientos paralelos va involucrando a sus amigos y a personas que se van sumando, como casualmente, al descubrimiento esta versión de la creación.

Los hilos que se tejen a su alrededor lo aprisionan en preguntas acerca de cuánta verdad hay en juego. ¿Podrá hallar las respuestas?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 jun 2023
ISBN9788468575049
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    Vista previa del libro

    Adish - La verdad nos hará libres - Koldo Castillo

    Nota del autor

    Este libro se ha escrito simplemente como un ejercicio imaginativo con la única intención de entretener. Espero que nadie se sienta ofendido por su contenido.

    Se han incluido hechos históricos, algunos, tristemente, muy reales. También lugares y ubicaciones, e incluso algunos personajes con nombre propio en la historia.

    Disfruta de la lectura de tu historia. La que nunca debiste olvidar. La que eres incapaz de recordar.

    Forma, Flecha Descripción generada automáticamente

    Capítulo I

    Origen del norte

    1. Grabaciones. Todo viaje tiene un inicio

    —Desde el momento en el que nací y abrí los ojos fui consciente de mi existencia.

    —Vaya, eso ha sido muy profundo. Pero… ehmmmm… no me había dado tiempo a poner el móvil a grabar. Además de estar nervioso, meto la pata nada más empezar. Un momento… Ya está. ¿Le importaría repetirlo? Desde el principio, por favor.

    —Vosotros aún dormís. Esa es la verdad. Y lo desconocéis.

    —Sí, bueno, como decía, ha empezado muy profundo, pero me gustaría que empezara desde el principio. Quiero tener registrada su historia desde el principio.

    —Por eso contacté contigo.

    —¿Porque colecciono historias?

    —Porque quizás seas la única persona que pueda trasmitirla al mundo usando palabras que todos puedan entender.

    —Bien, pues en honor a la verdad, las trasmito tan bien por la pulcritud con que las analizo y las investigo. Y la base fundamental siempre es un primer registro sonoro de la historia salida de la propia boca del protagonista. No queremos que la historia vaya cambiando cada vez que la volvamos a contar, ¿verdad? Así que espero que tenga buena memoria.

    —Mi memoria es perfecta, ya que nada en mí se ve alterado si no es por deseo propio.

    —Perfecto. Entonces, empecemos de nuevo. ¿Le importaría presentarse?

    —Mi nombre no importa, ya que he tenido muchos. Me conoces, aunque en principio no sepas quién soy. Pero, a diferencia de mi hermano Yamán, que dejó su historia y nuestro origen escritos hace miles de años, yo sí soy el último Adish.

    —¿Perdón?

    —¿Extrañado? Pues has de saber que esto es lo menos sorprendente que oirás de mí.

    »Mis hermanos y yo ya vagábamos por este mundo antes de que fuera tal y como tú lo conoces. Antes de que la tierra se partiera y formara los continentes, nosotros ya conocíamos la vida.

    —Entonces, ¿están aquí desde que el mundo es mundo? Y, además, ¿ya no queda nadie más como usted?

    —Por favor, presta atención, ya que no me gusta repetirme. Ya te dije al principio que soy el último.

    —Solo quería ver cuán seguro estaba.

    —Tanto como para decir que mi hermano Yamán se creía el último hasta que se encontró con un ser superior a él y sucumbió.

    —¿Con quién?

    —Conmigo, obviamente. Le obligué a liberar su esencia y fundirse con la Tierra como antes lo hiciera el resto de nuestra familia.

    —Entiendo, entonces, que está reconociendo un asesinato.

    —Nooooo. No puedes estar más equivocado. No soy un asesino, muy al contrario; yo soy un salvador. El Salvador. Pero, para entender la diferencia, debes conocer nuestra historia. Y conocer nuestra historia es conocer la vuestra. ¿Seguro que quieres que continúe?

    —Me tiene intrigado. Desde luego, el suyo es el inicio más original que he escuchado hasta el momento. Por favor, continúe.

    —En tal caso, empezaré por contestar a tu primera pregunta.

    »Mi nombre, mi primer nombre, es Arriel Adish. Yo sí soy el último de mis hermanos.

    II. El guía

    —Mi función, al comienzo, será la de guiarte en el camino del conocimiento para que vayas encontrando tú mismo la verdad en medio de las mentiras y medias verdades que se han difundido por el mundo desde el origen de vuestro tiempo.

    —Un momento, espere. Esto no funciona así. Yo no trabajo así. Creía que eso había quedado claro cuando contactó conmigo.

    —Esta vez tendrá que ser así.

    —No, no, no. A ver. El proceso es que me cuenta la historia, yo la investigo, la verifico y me documento para darle más empaque y, al final, le aporto mi enfoque personal que tanto gusta a mi editor.

    —Como te he dicho antes, no me gusta repetirme, así que espero que sea la última vez. Esta vez tendrá que ser así. Créeme cuando te digo que te compensará. El conocimiento de la verdad no tiene precio, y yo te ofrezco conocer la tuya.

    —Dios santo, espero que esto sea realmente bueno. Haremos lo siguiente: le daré algo de margen, un pequeño margen, y ya veremos al final qué pasa.

    —Dios no tiene nada que ver y, por cierto, no está entre nosotros desde poco después de que tus ancestros pasearan por primera vez por esta tierra. Así que tampoco podría hacer mucho por ti.

    —¿Cómo? Está bien, está bien, no nos desviemos de la historia. Entonces, ¿qué propone?

    —Empecemos por hacerte una breve introducción a tu historia. Lo primero que debes conocer es que el ser humano sí surge de un único punto del planeta. Eso es cierto. Pero, simplificando, nunca se dio una explosión evolutiva que convirtiera a un simple animal en el hombre.

    »Nunca existió el hombre.

    »En cada punto cardinal surgió un ser primitivo, llamémoslo, si te parece bien, prehombre, que evolucionó independiente del resto. La evolución del prehombre dio pie a la aparición de un ser humano diferente en cada extremo de la Tierra.

    »Esa es la riqueza de vuestra naturaleza.

    —Interesante teoría.

    —Espero que cuando lleguemos al final de esta historia, tú mismo estés convencido de ella.

    —Dice que surgió… ¿como los champiñones que surgen de la tierra?

    —El cómo es precisamente parte de la historia que debes conocer.

    —Tendrá pruebas de algún tipo que respalden sus palabras.

    —No las necesito. Tú mismo las encontrarás por mí, ocultas en vuestra historia. Si sabes dónde y cómo mirar, nos encontrarás por doquier.

    —Entiendo. Pero si quiere que verdaderamente me involucre en esta historia, necesitaré que me aporte algo más que palabras e historias muy imaginativas. Como le he dicho antes, su margen es muy pequeño para que yo continúe por esta línea. Necesito empezar por algo palpable y que me haga creer que esto puede ser real o no conseguirá de mí más que esta extraña cita.

    —Contaba ya con ello. Comprobarás que conozco la naturaleza del ser humano mejor que él mismo. Ya te he hablado de mi hermano y de que escribió nuestros orígenes hace mucho tiempo.

    —Yamán, creo que ha dicho que se llamaba.

    —Así es. Buena memoria. Pues bien, tengo en mi poder una copia de su manuscrito y la he traído aquí esta noche con intención de entregártela como prueba de buena fe.

    —Puede ser algo por dónde empezar. Si esto continúa, necesitaré certificar su autenticidad y, por lo tanto, deberé tener acceso a los originales.

    —Todo llegará, pero entenderás que, de momento, me reserve los originales para mí. Su lectura es ligera y, como historia, no deja de ser la visión parcial del autor. Te acercará a quiénes fuimos, de dónde surgimos y cómo empezó todo.

    »Si te resulta más cómodo, puedes realizar un pequeño ejercicio de autoengaño. Imagina que son documentos hallados recientemente en un templo muy antiguo, en un lugar recóndito de un país muy lejano. Que fueron encontrados dentro de vasijas de barro bañadas en aceites de una composición nada habitual que permitieron un sellado perfecto de las mismas. Estos documentos permanecieron inalterados con el paso del tiempo.

    »Fueron escritos todos por la misma mano, pero en multitud de lenguas antiguas, similar a una nueva piedra de Rosetta.

    —Menos mal que me lo entrega traducido a mi lengua, pero no querrá que me ponga a leerlo ahora, ¿no?

    —En absoluto. Quiero que te tomes tu tiempo, que te empapes, que asimiles e interiorices la historia que te imbuirá mi hermano, y la semana que viene, a la misma hora y en el mismo sitio, nos volvamos a reunir. Espero entonces que tengas claro si quieres que iniciemos juntos tu viaje, o no.

    —Quiero que sepa que cuando sonríe hace que me recorra un escalofrío por todo el cuerpo… ¿Ya está? Recoge su abrigo y su sombrero y se marcha hasta la semana que viene.

    —Repetir lo obvio no lo hace más cierto.

    —¿Ve? Otro escalofrío.

    —Buenas noches y buena lectura.

    ***

    —Extraño personaje. Eso sí es verdad. Ya se ha marchado, pero antes de detener la grabación quiero recordarme a mí mismo que, si vuelvo a verle otra vez, tendré que venir mejor preparado; una bufanda estaría bien.

    »Veamos el susodicho manuscrito. Inicialmente parece interesante, aunque el título no es nada original: El génesis¹.

    III. El juego

    —Hola. Ufff, qué frío, ¿verdad? Algo calentito ya me tomaba. Camarera, por favor, cuando pueda, un café bien cargadito. Gracias.

    —Buenas noches. No me gusta esperar. Llegas tarde y eso es una falta de respeto que no tolero.

    —¿Nos hemos levantado con el pie izquierdo? Calma. Ya puede perdonar, problemas con el tráfico. He tenido que dejar el taxi a unas manzanas de aquí y venir corriendo bajo la lluvia protegiendo mi bandolera, je, je, que dentro van sus documentos.

    —En cualquier caso, espero que sea la última vez. De lo contrario, me marcharé y nunca más sabrás de mí.

    —Bueno, bueno, le prometo tener más cuidado la próxima vez. ¿Qué le parece si hablamos de la historia fantástica que me pasó la semana pasada?

    —¿Fantástica? Supongo que es lo que, a primera vista, y con tus conocimientos actuales, puede parecer.

    —De momento, vamos a catalogarla así. Me han surgido muchas preguntas que me gustaría hacerle sobre ella.

    —Perfecto. No esperaba menos. Y para eso estamos aquí ambos: para aclarar la Historia.

    —Corríjame si me equivoco, pero he interpretado que usted es a quien se refieren como el hermano menor. Sonríe y asiente. Bien. Menos mal que esta vez he venido abrigado. Sigamos. Ustedes, los Adish, son unos seres superiores cuyo origen se desconoce. Quizás el padre surge, digámoslo poéticamente, de la necesidad de la luz de hacerse un lugar en la oscuridad.

    —Una interpretación interesante. Tanto que, de momento, vamos a darla por buena.

    —Bien. Gracias. Por lo que cuenta, son el origen de la vida en la Tierra. Es decir, todo ser vivo les debe su existencia.

    —Yo diría más aún: toda existencia conocida o por conocer nos debe precisamente eso, su existencia.

    —Esta pregunta es inevitable, pero ¿verdaderamente cree todo lo que está diciendo?

    —No solo lo creo, sino que al final tú también lo harás. Eso espero, al menos. Creo que de esto ya habíamos hablado.

    —Vaya, otro escalofrío. Hay muchas teorías seudocientíficas para respaldar que una raza superior o alienígena es la artífice de la aparición del ser humano, pero es la primera vez que alguien intenta demostrar que no es solo eso, sino que también es responsable de la misma creación. Se conserva muy bien para tener millones de años. Hummmm. O quizás no sean tantos. ¿Diez mil años?, que son los que tiene la Tierra según postulaba la Iglesia católica no hace demasiado tiempo.

    —Ja, ja, ja. Enhorabuena. Has conseguido hacerme reír.

    —Sorpresa, sorpresa. Puede reír como un humano.

    —Solo en apariencia, recuerda, y porque yo lo deseo así.

    »La concepción de la edad es muy interesante, ¿verdad? No te confundas, no estoy aquí para rebatir ninguna teoría científica acerca de la antigüedad de la Tierra. Si has leído detenidamente El génesis, recordarás que nosotros no estuvimos desde el principio. Nuestro padre estuvo solo por la Tierra antes de que nosotros apareciéramos; con sus conocimientos, sí, pero como tú dirías, no con su edad.

    —Ese detalle se me había escapado. Así que no sabe exactamente cuánto tiempo lleva vagando por la Tierra. Si su surgir es anterior a la separación de los continentes, yo diría que hablamos de mucho tiempo.

    —En un punto de nuestra historia descubrirás que estuvimos mucho tiempo perdidos, así que no llevo toda mi existencia vagando por la Tierra.

    —Esta vez soy yo el que necesita repetirse. Se conserva muy bien. También he de decirle que me cuesta relacionar la persona que tengo delante con la que es en la historia. Sinceramente, no lo deja nada bien. Lo digo siendo muy clemente.

    —La historia tal y como él la vio. Pero aún te queda mucho por saber. Seguramente tu visión de cada uno de nosotros irá variando según la vayas recorriendo.

    —Bien, así que su plan para convencerme de que todo esto es cierto se basa en… ¿contarme más historias?

    —En absoluto. Como ya te comenté, mi intención es que tú descubras la Historia dentro de vuestra historia. Yo solo soy el guía que aporta orientación e información para evitar que te extravíes en tu cometido.

    —¿Vamos a jugar a la yincana?

    —Es un viaje de autodescubrimiento, aunque sí, tendrá sus pruebas que habrán de ser superadas para optar a la siguiente y adquirir así un mayor conocimiento de ti mismo.

    —¿Y no le parece que somos algo mayores para esto? Sobre todo, usted.

    —Todo en esta vida es un juego en el que realmente solo juegas cuando eres consciente de que estás en medio de una partida más grande que tú mismo, y, si eres consciente de las reglas, quizás puedas hacer algo más que pisar brevemente el tablero. Pronto descubrirás que vuestra historia se inició como un juego de siembra o de conteo y captura.

    —¿Se refiere al wari?

    —Wari, mancala, oware, kalaja, jaiba o cualquier otro nombre. Es el juego de la antigüedad extendido por el mundo entero con distintos nombres, pero misma idea. Representa vuestro origen. Ha sido transmitido por mis hermanos en cada esquina del planeta y usado por el ser humano como medio de comunicación.

    —Me ha dejado totalmente perplejo. La verdad es que son ya demasiadas piezas que encajar en un puzle que no soy capaz aún de ver.

    —Ja, ja, ja. Me gustas. Estoy seguro de haber acertado.

    —Y eso, ¿por qué?

    —Para empezar, no me has tratado como un loco en ningún momento. Continuamente me intentas sonsacar más información, además de la que ya te voy dando, pero no con intención de rebatirla y tacharme de charlatán, sino con la única intención de saber más y más.

    —Me alegro de que le resulte tan interesante mi curiosidad. Y sí, quiero saber más de esta historia; al fin y al cabo, es mi trabajo. Y me encanta.

    —Bien, en tal caso empecemos por poner tu pie en el tablero y empezar tu camino con la primera pieza del rompecabezas. El pueblo más antiguo de Europa.

    —Que empiece el juego, entonces.

    —Me gusta tu entusiasmo.

    —Je, je, je; durará tanto como el interés por la historia.

    —El origen del ser humano en el norte se inició con el surgimiento del pueblo más antiguo de Europa. Tu primera prueba será documentarte para localizarlo y buscar en su historia referencias a mis hermanos.

    —Vaya, esta vez su sonrisa no me ha dado un escalofrío. Será que empieza a hacérseme familiar. Y el objetivo de la prueba, ¿cuál es? Aún no me lo ha dicho.

    —El objetivo es, precisamente, que me demuestres que has entendido el relato de Yamán; que has entendido lo que busco, lo que pretendo poniendo todo este conocimiento a tu alcance.

    —Vamos, como los templarios, tengo que hacerme merecedor del conocimiento por mis méritos. Qué medieval.

    —Seguro que conoces expresiones como «caminar antes de correr», o «sumar antes de multiplicar». Teniendo en cuenta que hoy en día puedes encontrar todo lo que necesitas prácticamente sin moverte de casa gracias a Internet, no espero de ti recopilación de material a modo de trabajo de clase, sino comprensión.

    —Sabía que tendría trampa.

    —Espero que seas tú mismo quien me convenza a mí de que los Adish estuvimos allí cuando todo comenzó.

    —Quién diría que no busca en mí que le resuelva la continuación de su primera novela. Y, por cierto, aunque veo que no sonríe, me ha guiñado el ojo buscando complicidad. Espero que no se ofenda, pero no es mi tipo; es demasiado mayor, je, je, je.

    —Espero que reescribas la Historia…

    —Lo sé, pero no la suya, sino la mía. Ya le voy pillando el hilo. Voy a pagar y, mientras me cobran, a ver si encuentro su pueblo elegido del norte. Ay, Dios…

    ***

    —Pero ¿cómo? ¿Ya se marcha? Si aún no he podido averiguar el pueblo. La verdad es que he encontrado con el móvil como cien teorías distintas, tan solo mientras esperaba a que me cobraran.

    —Tienes todo lo que necesitas. Y este es mi teléfono. Por favor, llámame solo cuando concluyas. Si tienes dudas, necesitas más información o decides abandonar, no me llames; no será necesario.

    —Sinceramente, me parece una tarea casi imposible, ya que la información para descubrir el primer pueblo es muy imprecisa. Y que se quede así, mirándome desde la puerta mientras se pone el sombrero, no me aporta más información.

    —Gabon.

    ***

    —¿Qué es lo que ha dicho para despedirse mientras me saludaba con el sombrero a lo gentleman? Luego lo escucharé de nuevo. Aún no tengo claro quién de los dos está más loco. Y yo sigo hablando solo, así que supongo que voy a la cabeza.

    IV. El primer pueblo

    —Aquí estoy. Oí tu mensaje en el contestador. No me dijiste el nombre del pueblo, pero sí que lo habías descubierto y que querías exponerme tu investigación antes de desvelarlo.

    —¿Lo tengo intrigado?

    —Estoy aquí, ¿no es verdad?

    —Ja, ja, ja. Me gusta que, de vez en cuando, cambien las tornas.

    —Veo que has traído mucha documentación: mapas, fotocopias… Deberías tener cuidado o lo mancharás todo con el café.

    —¿Todo esto? Bueno, en realidad solo es un ardid para impresionarle. Quería que viera lo mucho que me lo he trabajado y estudiado y, como suponía que alguien como usted quizás no viera ese trabajo si no estaba rodeado de papel, decidí imprimir algunos de los documentos que encontré en Internet.

    —Tu sonrisa irónica no deja de ser inocente para mí.

    —Volvemos a las sonrisas que dan escalofríos. Dejemos de intentar impresionarnos mutuamente, por no decir algo más soez, y vayamos al grano.

    —Empieza.

    —Bien, era obvio empezar por las culturas europeas más conocidas e intentar ir retrocediendo en su pasado para encontrar un nexo común. Pero, para mi desasosiego, descubrí que no hay una teoría única que lo explique. La historia de Europa, como quien dice, empezó a ser registrada por los griegos y por los romanos. Antes de ellos, no había nada escrito de la mayoría de las culturas europeas, al menos de forma entendible, por lo que toda la historia que he encontrado, en realidad, es la que ha sido contada a través de los ojos de un ciudadano romano o griego.

    —Paso a paso, pero firme. Coherente. Muy bien.

    —Gracias. Pero aún no se ría de mí, que hay más. El caso es que hay muchas teorías de arqueólogos, antropólogos y demás estudiosos del ser humano y su pasado en tesis, libros y medios varios. Pero he sacado una idea común de la mayoría de las publicaciones serias que he consultado, porque en las menos serias hablan hasta de extraterrestres. Aunque, pensándolo bien, quizás no debería haberlas descartado, ¿verdad?

    —Escuchemos mejor tu disertación.

    —Hace que me sienta como en un examen de primaria.

    —Es importante para mí descubrir pronto si he perdido el tiempo contigo o no.

    —Eso es confianza. Está bien. El caso es que muchos creen que hubo un primer pueblo que provino de Asia y que fue ocupando el centro de Europa. Los denominan la Vieja Europa. Al parecer, con la glaciación, el pueblo huyó hacia zonas más benignas; parte de él se refugió en los Urales, y otra, en la zona pirenaica. Cuando la Tierra les dio tregua, volvieron a expandirse y dieron origen a muchos de los pueblos antiguos que hoy conocemos. ¿Estoy cerca de la verdad?

    —Conozco esa teoría y a los que la promueven. He acudido a muchas de sus conferencias. He apoyado sus estudios y excavaciones en algunos casos y he leído los mismos trabajos que tú, además de otros a los que tú no has tenido acceso. Y siguen sin dar con la verdad, pero se acercan mucho más de lo que ellos creen.

    —Por lo tanto, no voy desencaminado en la búsqueda del primer pueblo de Europa.

    —Hay un matiz en esa teoría que es errónea; si has dado con él, te has acercado más que ellos.

    —Creo que sí. ¿Y si el pueblo pirenaico y el de los Urales en realidad no tuvieron un nexo común? ¿Y si el pueblo del oeste de Europa tuvo su propio surgir y desarrollo mientras que el pueblo de los Urales es el que en realidad provino de Asia? Esto indicaría cuál fue el primer pueblo de Europa y cómo la expansión del pueblo del este fue colonizando la Vieja Europa, mientras el pueblo original se mantuvo al margen de la historia.

    —¿Tienes pruebas?

    —No creí necesitarlas. Al fin y al cabo, hablamos de teorías indemostrables, porque si lo fueran ya no serían teorías. Así que supongo que hablamos de fe. Si asiente es que le gusta como lo he planteado, así que continúo, ya que por fin encontré a un autor con una teoría similar que habla de un pueblo situado entre el norte de España y el sur de Francia que surgió de no se sabe dónde y con una historia, unas costumbres y una lengua totalmente distintas a las del resto de los pueblos europeos.

    —Te vas acercando inexorablemente a la verdad.

    —Aunque su teoría no ha sido aprobada por la comunidad científica, tampoco ha sido rebatida, y, como respalda la mía, he decidido realizar un salto de fe y escoger, como primer pueblo de Europa, al vasco.

    —Veo que estás muy satisfecho de ti mismo.

    —La verdad es que ha sido divertido, no lo voy a negar, y bien valía una semana de mi vida. Pero quiero oírselo decir, ¿es el pueblo que usted quería que encontrara?

    —Sabes perfectamente que así es. Has intentado engañarme, pero eso no es tan fácil, amigo mío. Aun así, te felicito tanto por la exposición como por el montaje.

    —Pues no finjo mi asombro en estos momentos, ya que no sé qué quiere decir.

    —No eres una persona de fe, pero crees que es lo que esperaba de ti. Descubriste a qué pueblo me refería en cinco minutos. Estoy convencido de ello. El resto solo ha sido elaborar una explicación que ofrecerme para cimentar tu elección en algo más que una búsqueda en Internet. ¿Anonadado? Entonces, continúo.

    »La pista necesaria te la di yo mismo. Sabía que encontrarías el pueblo al buscar «gabon» en Internet y la lengua a la que pertenece esa despedida. Lo que no percibiste fue mi interés por que descubrieras sin mi ayuda que nadie conoce la verdad del origen del hombre. Teorías, muchas; descubrimientos, por todas partes; hallazgos que cambian la teoría vigente anterior; nuevos autores que cada vez son más audaces, etc.

    —Entonces, ¿por qué marearme de esta manera?

    —A veces pienso que no me escuchas. Me has demostrado capacidad de investigación, entendimiento, mente abierta, intuición y, sobre todo, interés por conocer la verdad o no me habrías preparado todo este montaje.

    —Que sepa que su sonrisa paternal no es más cálida que la otra. Aunque esta, además, hace que me sienta como un colegial.

    —Para eso estoy aquí, para ayudarte a que descubras la verdad, no para decirte yo cuál es.

    —Está bien, está bien. Ahora necesito un trago para que se me bajen los calores que me han subido y para recolocarme después del bofetón que me ha dado.

    —Ya que vas a la barra, si no te importa, agradecería una cerveza. Me ha parecido ver que disponen de la Grimbergen doble. De las cervezas malas, es la menos mala, como decía un viejo amigo mío. Aunque lejos ya de la receta original de San Norberto, es lo mejor que puedes encontrar aquí.

    —¿Amigo? ¿Usted? Me cuesta creerlo. Supongo que alguien encontrará su pedantería entrañable, pero no es mi caso. Aunque esa mirada nostálgica es la primera que ha conseguido hacer que no me dé escalofríos. Y ahora se ríe de mí, lo que me faltaba. Está bien, enseguida vuelvo con un par de cervezas.

    ***

    —Ya puede perdonar que no le esperara, pero mientras servían la segunda he probado la primera. He de decir que, para no ser un apasionado de la cerveza, me ha sorprendido gratamente. Aquí está también la suya.

    —Gracias, eres muy amable. Pero si vamos a compartir una cerveza, creo que ya es hora de que me tutees.

    —Es usted, perdón, eres muy amable. Tanta educación, después del palo que me has dado, te juro que hace que me sienta peor. ¿Te la estás bebiendo de un trago? Más despacio, más despacio, saboréala al menos.

    —Ahhhhhhh. Una muy buena imitación, he de decir.

    —Increíble. De un trago. ¿Y no te duele la cabeza con lo fría que está?

    —Tampoco me dolería mañana después de tomarme diez como esta. El alcohol, como otras muchas cosas, no me afecta.

    —Menuda suerte que tienes. Cuantos quisieran tener ese don. ¡Ja!

    —Por hoy creo que ya hemos confraternizado suficiente. Diste con el pueblo. Superaste la primera prueba. Ahora estudia su historia antigua y búscanos en ella.

    —Querrás decir mitología, ya que, como te he explicado en mi presentación tan elaborada, no hay historia anterior a la llegada de los romanos. Y la encontrada de entonces es muy pobre.

    —Nuevamente, tienes todo lo que necesitas.

    —Y, como siempre, se va sin decir nada más. Qué facilidad tiene este hombre para dejarme con la palabra en la boca.


    1. Nota del autor: disponible como apéndice de este libro.

    2. Los amigos

    La verdad es que esta historia es la más extraña con la que me he encontrado hasta la fecha. La intensidad de Arriel no solo me pone los pelos de punta, sino que me intimida y hace que me salten todas las alarmas. Sin embargo, hay algo en él que despierta mi interés y me motiva a saber más. En resumen, no puedo parar con esta historia, pero me da miedo no saber dónde me estoy metiendo.

    ¿Qué hacer en estos casos? Acudir a los amigos, que son mi mejor recurso, desde luego.

    Hay que decir que somos un grupo de amigos de lo más atípico. A excepción de John, que viene de un entorno acomodado, los demás hemos crecido en un barrio con familias inmigrantes, con pocos recursos a nuestra disposición y con apoyos institucionales insuficientes; el mismo barrio donde decidimos quedarnos a vivir. ¿Extraño? Sí, lo sé. A la mayoría de la gente que ha tenido la suerte de completar unos estudios no se la ha vuelto a ver. Huyen de su pasado. Sin embargo, nuestros padres no solo se esmeraron en darnos la mejor educación que pudieron conseguirnos, sino que nos dotaron de una base moral, lealtad, solidaridad y respeto a todas las personas. Que nos educaron para ser buenas personas, vamos.

    Quizás por ello nos empeñamos en costearnos unos estudios superiores mientras ayudábamos a nuestras familias a sobrellevar la pobreza en la que se desenvolvían día a día. No es casualidad que las carreras que escogimos fueran Educación, Psicología, Filosofía o Derecho. Tampoco es casualidad que la mayoría de mis amigos trabajen o colaboren en alguna medida con el centro social que ayudamos a levantar. Lo conseguimos gracias a la donación, precisamente de uno de mis amigos, del único edificio céntrico que no es de pisos, sino una antigua planta de procesamiento, y que nos proporciona un punto de partida y muchos recursos para desarrollar algunos de los proyectos sociales que se nos ocurren.

    Tengo la suerte de que esta noche mi mejor amigo, Salvo, y su mujer, Giorgi, me han invitado a cenar en su pequeño piso situado en uno de los edificios que rodean el centro social. Me aprovecharé de que él es antropólogo y ella psicóloga para conseguir que me centren.

    II. La cena

    —Venga, Salvo, ya fregarás mañana —dije sin querer levantarme del sofá. Os aseguro que si os cayerais en él os dejaríais atrapar entre los brazos de Morfeo sin dudarlo.

    —Mira, Lu, yo no quiero dormir en el sofá esta noche. Así que haz lo que te ha pedido Giorgi y recoge la mesa mientras yo friego para que podamos llevar los cafés —dijo mi mejor amigo desde la infancia y fiel marido y gran padre y amante (o eso creíamos, al menos), aunque si se lo hubiera tenido que decir a la cara le hubiera dicho que más bien era un calzonazos. Es la sangre italiana que corre por nuestras venas.

    —¡Señor! ¡Sí, señor! ¡Señor! —respondí con sorna.

    —Encima de que te invitamos a cenar a casa y no traes ni una botella de vino, te quejas por traer unos platos —me replicó él intentando poner cara de mala persona. Pero era imposible.

    —Cuando me invitaste pensé que solo seríamos tú y yo y unas pizzas, perdona —dije, pareciendo compungido.

    —Que no pasa nada, Lu, pero tráeme lo que queda para que nos podamos sentar.

    —Chicos, Sunshine ya se ha quedado dormida —dijo Gio cuando entró en el salón por la puerta del pasillo. Por fin aparecía la razón por la que mi amigo se convirtió en un diligente amo de casa. No confundir con amo de la casa. Yo adoraba a Gio, en serio, y me encantaba hacerla rabiar, porque hay que ver lo bonita que se ponía—. Y muchas gracias por recoger la mesa mientras arropaba a la pequeña.

    —Ha sido un placer, Gio. Aunque he tenido que obligar a tu marido porque no quería levantar el culo. Y no me mires así, Salvo, que sabes que es cierto —dije poniendo cara de angelito.

    —Te he dicho miles de veces que no me llames así. Sabes que me revienta —me dijo Gio enojada.

    —Ya, lo siento, pero es que es tan mono y te pega tanto. —Seguía con mi cara de no haber roto un plato en la vida—. Ya está todo recogido, y si nos volvemos a sentar todos en el salón podremos seguir con lo que me preocupa.

    —Bueno, Lu, ya que he traído yo la bandeja de la cocina con los cafés, al menos haz los honores de servirnos el café a mi mujer y a mí —replicó Salvo.

    —Está bien —dije levantándome a servir los cafés—. Bueno, ¿y que opináis de mi encuentro con la historia y la verdad sobre ella?

    —Hipotéticamente, si fuera cierta, sería una buena historia. —Salvo, como siempre, empezó apoyándome.

    —Pero ¿qué estás diciendo? —dijo Gio la escéptica—. ¡Cariño! ¿Salvo?

    —Giorgi, no te alteres. He dicho «hipotéticamente», no me saltes al cuello. Las buenas historias lo son porque necesitamos creérnoslas y las hacemos reales.

    —Gracias por apoyarme en esta empresa, Salvo. Eres un buen amigo —intenté decirlo en serio, pero se me notó en ese deje final que le tomaba el pelo.

    —No lo hago. Sinceramente creo que ese hombre está desequilibrado y tú sigues siendo un crédulo. —Qué le vamos a hacer. Me conocía mejor que nadie, conocía mis locuras desde... ¿los cero años?

    —Ahí muere tu apoyo. —Lo señalé con mi dedo acusador y solté una sonora carcajada—. A ver, lo sé; sé que es una fantasía muy difícil de creer. Pero siempre me han podido las historias fuera de lo normal, lo que la gente no sabe de sus vecinos, de las personas con las que se cruza y que tienen algo poco habitual. En esta historia hay algo, lo huelo. No digo que me la crea, pero hay algo que me empuja a querer saber más, y eso no puede ser más que una buena historia. Y… aquí tienes tu café, Giorgi. —Le di la taza exagerando una sonrisa servil—. Pero tendrás que esperar, porque voy a por más leche que, como me he servido el primero y me gusta ponerme mucha, no hay suficiente.

    —No te preocupes, Lu, tu educación no da más de sí. Lo tomaré solo. Negro. Duro. Como yo misma. —Su risa era más sincera que la mía a todas luces. ¿Será porque se reía mientras miraba a su marido y no a mí?—. Mira, yo leí lo de El génesis antes que Salvo y antes de que nos contaras quién te lo había dado y en qué circunstancias. En ese momento me pareció un cuento como otro cualquiera, algo original, puede ser, pero nada más que una invención interesante. Pero después de lo que me has contado, lo único que puedo pensar es en que él es el autor y que está colgado. —Salvo no pudo aguantarse la risa y perdió café por los orificios menos esperados—. Por Dios, cariño, si vas a toser ponte la mano delante, que lo has puesto todo perdido. Lo siento, Lu, pero si no lo decía, reventaba. Y ahora soy yo la que va a la cocina a por una... ¿servilleta?, ¿bayeta?, ¿toalla? ¡Hay que ver cómo lo has puesto todo!

    —Es que tu cruda sinceridad lo ha pillado por sorpresa. —Me reí, y esta vez sí que era sinceramente—. Llevas toda la cena contenida, a punto de reventar. ¿Y eso es todo lo que se te ocurre, doctora? —No la oí desde la cocina, así que esperé a que volviera, con papel de cocina—. ¿Decías? Que Salvo ya es mayorcito, o debería serlo, y puede limpiarse solo.

    —Cómo te gusta hacerme rabiar. Soy psicóloga y sabes que tampoco me gusta que me llames doctora. ¿Tanto te cuesta llamarme Giorgiana o Giorgi?

    —Haya paz. —Salvo parecía el papa apaciguando a los fieles, levantando y bajando las manos—. ¿Pero es que siempre tenéis que estar así? Desde el día que nos conocimos no habéis sabido canalizar esta energía que os empuja a chocar como dos trenes de mercancías en la misma vía.

    —¿Me estás comparando con una locomotora, cariño? —¿Salvo acababa de llamar «locomotora» a su mujer? Menos mal que ella, con esa sonrisa pícara, ya dejaba claro que se lo tomaba con sentido del humor, pero era jugar con fuego.

    —No te enfades con tu marido —dije haciendo, esa vez yo, los aspavientos apaciguadores—. Ahora, en serio. Sabes que en el fondo sí valoro tu opinión profesional. Vamos, suéltalo para que pueda agregarlo a mi documentación y dote a esta historia de cierta visión coherente.

    —Está bien. Creo que tu amigo sufre delirios de grandeza místicos. Y tú, si le crees, debería decir que te ha sugestionado o que, como bien ha dicho tu mejor amigo, eres tonto de remate. —Simple, conciso, concreto y a la yugular.

    —Cariño, yo no le he llamado eso. Bueno, al menos no con esas palabras —dijo Salvo, y en ese momento fueron ellos los que se rieron de mí. Nada como los amigos para burlarse de uno.

    —No te preocupes, Salvo, ser tonto de remate es una de las cualidades que más me gustan de mí mismo. Continúa, Giorgi, muerde un poco más en esta carne prieta —dije mientras me rascaba debajo de la barbilla con todos los dedos de la mano. Ya os había dicho que me gustaba ver cómo se le hinchaba la vena de la frente.

    —Dios, cuando te pones así no sabes cómo te odio. A ver. Los delirios son uno de los síntomas más importantes de las psicopatologías, dada su frecuencia y, sobre todo, por constituir el síntoma básico de la psicosis; por lo que, como comprenderás, está muy estudiado. Ten en cuenta toda la historia, sus convicciones sin fundamento y en contra de toda lógica. Sin pruebas ni argumentación, es una historia no compartida por nadie más que él. Es un caso de libro. Tengo compañeras de la facultad que hubiesen matado por un caso como este para el proyecto de final de carrera.

    —A pesar de mi fabulosa memoria, tendré que pedirte esa disertación por escrito, doctora. Pero ¿y lo de «grandeza mística» dónde queda?

    —¿En serio? Vamos, Lu, no hace falta ser una experta. Sé que puedes ver en esa historia las idas de olla místicas y seudorreligiosas del señor Arriel, sin contar con la «grandeza» que supone decir que el origen del mundo está en manos de su familia.

    —Pero en este caso no ha recibido ningún mensaje de Dios ni tiene una misión especial divina. —Era evidente, pero solo lo decía por llevarle la contraria.

    —¿Ves?, sabía que habías pensado en ello. En este caso, no. Cierto. Es peor: te está diciendo que él es Dios, o al menos de su misma sangre. Si es que tienen sangre.

    —¡Sí, cariño! Me encanta ver cómo te pones dura y le das caña —dijo Salvo. Para una vez que abría la boca era para apoyar a su mujer.

    —Ya te digo, calzonazos. Si no fuera porque es una belleza de ébano diría que fue su cerebro y su mala leche los que te sedujeron.

    —No te pases, Lu. Hablas de mi mujer —dijo haciéndose el indignado por educación.

    —Pero si es un halago. Y para que veas que sí le hago caso… entonces, Giorgi, ¿cuál dirías que es mi papel en esta historia?

    —¿El tuyo? Busca en ti a alguien que le crea, que busque las pruebas que den veracidad a su historia. Dentro de su psicosis, él cree sus mentiras, pero en el fondo no busca las pruebas porque sabe que todo es falso. Así que se apoya en ti para seguir alimentándola. Si le ayudas, lo único que haces es eso, alimentar la psicosis de un enfermo. Y, como te he dicho, si además le crees, te internaría por tu propio bien, ya que habrías perdido todo control sobre ti mismo y la realidad, estarías dominado por él y eso sería muy peligroso para tu salud mental. —¿Salud mental? ¿Cuándo la había tenido?

    —Me parece que en el fondo me quieres y por eso te preocupas tanto por mí —dije intentando suavizar la situación, poniendo ojitos tiernos.

    —Pero ¿cómo puedes ser tan tonto? —dijo sonriendo. Por fin había conseguido que se riera.

    —Bueno, está bien. Todo eso ya lo tengo en cuenta. Pero supongamos que quiero hacerle creer que le creo y que quiero entrar a formar parte de su delirio.

    —¡¿Supongámoslo?! —dijo Salvo mirando a su mujer, buscando aprobación.

    —¡Supongámoslo! —dijo su mujer a la vez, mirándome a mí, pero en su caso para retarme a ver hasta dónde quería llegar.

    —Por Dios, cuando hacéis eso de decir los dos lo mismo a la vez me dais escalofríos. No como los que me produce Arriel, pero casi.

    »Y ahora os reís de mí y un besito. Muy bonito. Como decía: supongámoslo. ¿De dónde puedo sacar más información de ese pueblo vasco que me mencionó? Necesito encontrar rastros de los Adish en su historia. ¿La biblioteca municipal? ¿O la de la universidad? Doctor Ferny, oriénteme —dije. Nada como llamar a un amigo por su título académico para que se crezca y te eche una mano.

    —Vale, Lu, pero no creo que te haga falta. Como sabes, cuando terminé Magisterio inicié estudios en Antropología. Durante el primer año estuve en un seminario muy interesante impartido por un inglés, el doctor Grant, que versaba sobre, casualmente, el origen del hombre a través de sus descubrimientos por todo el mundo. Cada vez que le preguntábamos acerca de algún tema para obtener más información, nos remitía a la librería especializada en historia del hombre que él consideraba la más importante del mundo.

    —Pero me gustaría tener un lugar al que acudir sin tener que salir de este país. Lo comprendes, ¿verdad? —dije con sarcasmo puro y duro.

    —Te sorprenderá, querido amigo, pero no solo está en este país, sino que está en esta misma ciudad.

    —De repente me siento un hombre afortunado. Increíble, si es que ha sido casualidad. ¿Quién sabe? —dije, intentando sembrar algo de misterio—. ¿Y por qué no acudir a Doc Grant para que me ayude?

    —Suerte, Lu. Si no está absorto con su trabajo de investigación, está de viaje avanzando en un estudio con alguna colaboración internacional. —Se dirigió a la cocina para deshacerse del papel de baño hecho una bola después de recoger su café de la mesa—. Incluso cuando está impartiendo clases o seminarios, no atiende a nadie fuera de clase.

    —Está bien, está bien, entendido. No me vas a ayudar a acercarme a Doc. Muy bien. Pues ahora te sirves tú mismo el café.

    —Qué bien me conoces.

    —Lu, intenta no meter a mi pequeño Salvo en un lío. —No sería más que una gota en un mar de aventuras, teniendo en cuenta los líos en los que nos habíamos metido juntos, y que ella conocía.

    —Cambiando de tema —dije intentando ser diplomático—, gracias a los dos por la cena y por evitar que mis pies dejen el suelo con demasiada facilidad.

    —Sabes que te queremos mucho, tontuelo. Los tres. Especialmente Sunshine, que te adora; aunque sé que disfrutas sacándome de quicio y que no puedes evitarlo.

    —Lo sé —dije sonrojándome—. Soy su tío favorito porque soy el más alto y le encanta que la lance por los aires.

    —A ella, puede, pero mejor que yo no te vea. Ya sabes cómo somos las madres cuando vemos a un inconsciente poniendo en peligro a la niña de nuestros ojos —dijo Gio.

    —Por cierto, Lu, necesitarás la dirección de la librería de Sebastian Koreander. Espera que vaya a por ella...

    —No hace falta —dije interrumpiendo a Salvo antes de que se terminara de levantar y haciendo un gesto para que se sentara—. Esta mañana estaba con John y, curiosamente, me ha hecho la misma recomendación que tú… —Qué... ¿casualidad?

    —¿Cuándo has estado con John? Si hemos coincidido en el trabajo los tres y no te hemos visto. —John es tan buen chico que es el único que le cae genial a Gio.

    —Hemos ido juntos a correr antes de ir al trabajo. Mientras compartíamos un batido, al acabar, le he contado la historia como a vosotros y me ha sugerido la misma librería.

    —¿Tú un batido? Venga, ya —dijo Gio. Era escéptica a que fuera capaz de llevar una vida sana.

    —Venga, Lu, que nos conocemos desde antes de que pudieras masticar, y ni entonces te gustaban los batidos —dijo Salvo al rescate, con sarcasmo, por supuesto.

    —Aunque no lo creáis, sé lo que es una alimentación nutritiva. Y no hay nada mejor, después de correr con John, que un gran café con leche, tortitas con miel y un gran zumo de naranja. —Me miraron atónitos e incrédulos—. No me miréis así. Es la única forma de recuperarme después de seguir el ritmo de este tío a lo largo de diez kilómetros.

    —Perdona que nos riamos, Lu, pero ¿de verdad crees que eso es sano? —preguntó mi amigo haciéndose el gracioso.

    —Salvo, Salvo, Salvo. No me ayudas nada. Bueno. Me tengo que ir, chicos. ¿Un abrazo?

    —Ven aquí, chaval.

    —¿Y un beso, Gio... Giorgi?

    —Dios santo, Lu, te haces querer tanto como odiar. Anda, ven aquí. —Al menos me había ganado un besazo de Gio en la mejilla.

    —Nos veremos y ya os iré contando.

    —Adiós, Lu. Sé bueno —dijeron al unísono.

    —Otra vez lo decís a la vez, y otro escalofrío. —Nos reímos todos mientras se cerraba la puerta—. Cómo sois.

    Una familia envidiable.

    ***

    —Oye, cariño, ¿cómo es que no se ha quedado a tomar una copa? —preguntó Giorgi una vez que Lu se fue.

    —Espera, cariño, que no oigo desde el salón, ahora voy. Dime —respondió Salvo mientras llegaba con ella a la cocina.

    —Tranquilo, ya está todo recogido. Eres un cielo. Decía que Lu se ha ido muy rápido hoy.

    —Sí, creo que había quedado a tomar algo con Machi.

    —¿Con Machi? Otro. ¿Algún día madurarán esos dos?

    —Cuando la Iglesia acepte que las mujeres puedan ser curas, cuando los reyes abdiquen y devuelvan el poder al pueblo, cuando a los tanques les crezcan flores en los cañones, cuando los políticos...

    —Entendido, entendido. Si no fuera porque les debemos habernos conocido, a veces les retorcería el cuello. En serio.

    —Te quiero desde el momento en el que mis ojos siguieron subiendo y se terminaron por encontrar con los tuyos.

    —Ja, ja, ja. Pero qué tonto eres. Yo sí que te quiero. Y si quieres que te lo demuestre, ya puedes correr y alcanzarme antes de que llegue a la cama.

    —Ummm, pero qué malvada.

    III. Un trago en el pub

    —Por fin llegas, tío, llevo media hora esperándote. Pero no me enfadaré contigo, ya que he estado en fabulosa compañía.

    —Pero si estás solo. ¿De qué compañía hablas?

    —De la nueva camarera que tienen en el pub. La llamo y verás lo que pasa. Su actitud de indiferencia es necesaria para contener el ardor que le provoco, que haría que me arrancara la ropa y me hiciera cosas inenarrables sobre la barra. Pero es una profesional —dijo mi amigo alzándose sobre la barra para llamar su atención—. ¡Eh, guapa, un ron solo con un hielo para el caballero! —Era nueva y aún no conocía mis gustos—. De esa botella no, de la otra. Gracias. Verás cuando venga por aquí y se inicie el baile de seducción —dijo socarronamente.

    Sí, señor. Este era nuestro gran amigo Machi. No le bastaba con apellidarse Casanova, sino que además tenía que creérselo. Le encantaba decir que el mote se lo pusimos por lo macho que era, cuando en realidad le viene por un día de borrachera en el que fue incapaz de decir su nombre, Mario, a una chica, y le salió eso. Machi. Aun así, conseguía encandilar a las mujeres; no sé si por el año de Psicología y Filosofía que compartimos, o más seguramente por su sangre argentina, porque desde luego por su tacto era imposible.

    —¿Esta copa le viene bien, caballero? ¿Señor? —preguntó la joven. Se estaba dirigiendo a mí, pero yo me había girado, mirando por encima de mi hombro buscando a otra persona.

    —Perdona, es que estaba buscando al caballero al que te dirigías —le dije con mi sonrisa más inocente. Ella me sonrió—. Para hablar conmigo es suficiente con Lu. La copa es perfecta.

    —Encantada, Lu, yo soy Marjory.

    —¿En serio? Llevo aquí una hora hablando contigo, no he conseguido sonsacarte nada, y a él le das tu nombre a la primera oportunidad. ¿Cómo es posible?

    —Mira, guapo, tú querías mi teléfono, y no voy a decir con qué intenciones, que se te ven claras. Él tan solo ha sido educado, y antes de pedir nada me ha dado el suyo. ¿Qué esperabas? Lu, si quieres algo más, no dudes en llamarme.

    —Gracias, Marjory, eres muy amable. —Mientras se iba sonriendo, yo hacía lo propio mientras me giraba y veía el enfado fingido de Machi—. No entiendo cómo puedes preguntar cómo es posible. ¿Aún no has aprendido que hay que ser amable para empezar bien? Es el primer paso, el que te abre más puertas.

    —Si ya sabes que yo lo que quiero es abrir más... —No pudo continuar porque le puse la mano en la cara.

    —No, por favor, Machi, aún no he bebido lo suficiente para aguantar tus comentarios soeces. Además, ambos sabemos que eres un imán —dije y di un largo sorbo.

    —Eso es cierto, amigo, tanto magnetismo y tan mal aprovechado. Se ve que apunto siempre hacia donde no me corresponden. Pero bueno, sigo apuntando y, de tantos intentos, alguna cae. —Sonrió satisfecho de sí mismo y de su estrategia, tan depurada, para acostarse con cuantas más mujeres mejor.

    —A ver, Machi, me refiero a las gordas, eres un auténtico imán de la naturaleza para atraerlas. —Aproveché para dar otro gran sorbo y terminarme así la mitad de la copa. La necesitaba.

    —Joder, el señorito no olvidará nunca aquello, ¿verdad? —Para disimular su vergüenza se tapó la cara con las manos y apoyó la frente en la barra de una forma muy ridícula y teatral.

    —Es que fue impresionante. En el mismo día, entramos en tres pubs y tuvimos la suerte de que estaban llenos de chicas con ganas de beber y bailar, y a la mínima se te acercaba la más gorda del bar para agarrarte el trasero —dije entre carcajadas y me terminé la copa. Mientras, Machi ocultaba su risa detrás de las manos. Levanté la mano para llamar la atención de la atractiva camarera para pedir otra copa, pero Machi me agarró el brazo y me lo bajó.

    —Espera, espera. Déjame intentar algo —dijo mientras se secaba las lágrimas y se dirigía al otro lado de la barra donde estaba la camarera—. Ya te traigo yo otra copa.

    —Venga, campeón, a ver con qué vuelves —le grité mientas se alejaba.

    La verdad es que, cuando se lo proponía, su técnica era muy buena. Teniendo como tenía un cuerpazo esculpido a diario en el gimnasio, guapo y melenudo, las hacía creer en primera instancia que era un patán engreído. Y, aunque a veces hasta yo lo definiría así, nada más alejado de la realidad. En el segundo acercamiento se mostraba inteligente, educado, atento y sensible, y con ese paso conseguía que le abrieran la puerta; las hacía sentir culpabilidad por precipitarse en su valoración. Por último, mostraba su elegancia, cultura y posición invitándolas a un evento, una cena en un lugar exclusivo o una visita sorpresa en un lugar especial. Cuando terminaban por llegar al palacio que es su apartamento, ya no tenían escapatoria: las pobres presas habían sido cazadas por un depredador implacable. Esa noche las hacía sentirse como princesas y, a la mañana siguiente, calabazas.

    —Una vez más, me tienes anonadado. ¿Qué le has dicho? ¿Cómo lo has hecho? —dije, al ver que venía agitando triunfante un papelito y una copa.

    —Aquí tienes tu copa, y aquí tengo yo su teléfono—. Se giró para mirarla, sonreírle y hacerle una reverencia.

    —Eres un cabrón, tío. Podría ser tu... Hija es demasiado, pero sí tu sobrina pequeña.

    —Impresionante, ¿verdad? —dijo con aires de suficiencia. Se sentó a mi lado en su taburete y guardó el papel en la chaqueta—. Venga, cuéntame qué tal con los tortolitos. ¿Te han ayudado en tu historia?

    —La verdad es que sí, y mucho. Te cuento cómo ha ido la cena y me das tu opinión.

    Tomándome la segunda copa con más calma, le fui contando a Machi, a grandes rasgos, cómo había transcurrido la velada en casa de Gio y Salvo.

    —Lu —dijo poniéndome la mano en el hombro—, esa mujer no terminará de tragarnos en la vida.

    —No es eso, Machi. Nos aprecia, pero a su manera. Yo creo que le agradan nuestras particularidades. —En ese momento fui yo el que puso la mano sobre su hombro y me acerqué a él—. Lo que la preocupa es nuestra influencia sobre su pequeño peluche.

    —No lo entiendo. Con lo poco que le costó domesticarlo —dijo y ambos brindamos y echamos un trago entre risas—. En cualquier caso, estás de suerte, Lu. —Se enderezó sobre el taburete intentando posicionarse por encima de mí.

    —¿Y eso por qué, Machi? —dije haciendo lo propio para ponerme a su altura, sin esforzarme demasiado.

    —En su día, tuve que llevar a Salvo en coche a la librería. Es lo que pasa cuando uno es el único con coche propio y el transporte público se hace complicado para llegar a algunos sitios.

    —¿Y eso en qué me ayuda? —pregunté sonriendo, porque ya sabía por dónde iban los tiros.

    —Como sabes, tengo mucho tiempo libre desde que vendí mi último negocio. Me paso el día prácticamente entre el gimnasio y el pub, así que ¿qué te parece si me dejas hacer de taxista y ayudarte?

    —¿En esa horterada de coche que tienes? ¿Con el peligro que eres al volante? Y, además, ¿ayudante? —pregunté fingiendo incredulidad para obligarlo a currárselo un poco más.

    —Venga, Lu, me aburro mucho. Yo correré con los gastos si me dejas acompañarte y disfrutar de algo de la magia que te rodea en esta historia. —Hizo ademán de ponerse de rodillas para pedírmelo. Aunque él esperaba que lo detuviera, no lo hice, así que se vio de rodillas pidiéndome que le dejara ir conmigo. En realidad, parecía otra cosa y, obviamente, la mayoría de la gente del pub se dio cuenta, incluida Marjory, y no pudieron evitar romper a reír, los que nos conocían y los que no. Estaban estupefactos pensando que era una petición de mano gay.

    —Está bien, Machi —le dije solemnemente—. Dejemos de hacer el payaso y vámonos, que habrá que madrugar. —Me terminé la copa y me levanté mientras la dejaba en la barra.

    —Vete tú, que yo tengo una cita para esta noche —dijo sonriendo pícaro mientras miraba a la camarera—. Pero no te preocupes —dijo dándome un abrazo como despedida—, confía en mí. Mañana a primera hora en tu casa con mi Ford KaKa amarillo molón.

    —Dios mío, he hecho un trato con el diablo y terminaré en el infierno. —Me despedí de él con otro abrazo y, mientras me iba alejando, le sonreí a la camarera enviándole un beso por el aire mientras Machi nos miraba fingiendo celos.

    3. La librería

    Tras una noche repleta de extraños sueños (no me atrevería a decir pesadillas, básicamente porque no me acuerdo de ellos, pero es probable que lo fueran por los sudores con los que me desperté), con intención de airear mi mente, decidí acompañar a mi amigo John a la carrera diaria que hace recorriéndose todo el barrio.

    La mente puede que estuviera más despejada después de correr, pero cuando fuimos a desayunar a la cafetería junto al centro, donde concurre la mayoría de los empleados antes de irse a sus respectivos trabajos, mi cuerpo gemía a gritos que recuperara la cordura y dejara de machacarlo de esa manera, que ya teníamos una edad.

    II. Qué coincidencia

    —No, señorita, hoy no quiero el desayuno habitual. Toca un batido como el de Ricochet —dije mientras intentaba sentarme junto a John. Poco me faltaba para acabar en Urgencias si seguía intentando llevarle el ritmo de ese hombre.

    —Solo me llamas así cuando has estado con Machi. Por esta vez te perdono, pero ya sabes que no me cuesta nada darte una paliza, y más en tu estado. —Correcto y elegante hasta cuando te amenaza y se burla de ti. Qué arte tenía ese hombre.

    —Estoy demasiado bien educado como para pegar a un anciano —dije intentando salvar mi honor.

    —Solo soy cinco años mayor que tú, y yo diría que en mejor estado físico —lo dijo mientras se daba unos golpes en el pecho a lo gorila de lomo plateado—. ¿Y por qué el cambio de desayuno? ¿Acidez por los excesos de anoche? ¿Y por qué bebes con tanta ansia? —Sonrió maliciosamente mientras bebía su batido con mucha calma y parsimonia.

    —Tengo prisa porque pasará Machi para llevarme a la librería, que, por cierto, me la recomendasteis tanto tú como Salvo. —Solo con el primer sorbo ya vi que no estaba recuperado, porque me quedé otra vez sin aliento.

    —Bebe más despacio, amigo mío, o terminarás vomitando. Y eso es algo que no quiero volver a ver. —Esa vez su sonrisa fue más bien paternalista—. Es una buena librería, muy variada en cuanto a temas de historia. Yo, en alguno de los casos que he tenido que estudiar, he obtenido mucha información de ella, y más aún con la ayuda del dueño, que, con lo grande que es la librería, la lleva él solo. —Me señala con un dedo—. Puedes contar con él para que te ayude, es un erudito.

    —Lo que no entiendo —dije después de tomar aire— es cómo terminaste tú en esa librería. —Me recosté con el batido en la mano intentando recuperarme antes de beber nada más.

    —Ya conoces a Rosa, la doctora Parks, y cómo nos conocimos y pusimos en marcha la fundación y el centro social. Pues

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