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La tierra
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Libro electrónico46 páginas31 minutos

La tierra

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El huésped silencioso... y otras historias

Parte 1. La Tierra

Susana Corcuera escribe historias de locura, de tierra, de nostalgia por la vida rural y la inocencia de sus placeres. Es, sin embargo, una inocencia engañosa; en la mente de sus personajes, en los potreros o en los pueblos prendidos a los cerros, sabe encontrar amenazas ocultas. Humor
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 jul 2019
La tierra
Autor

Susana Corcuera

Estudió la carrera de Etno- Historia, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).Ha sido maestra de Francés y Literatura Universal además de impartir talleres de Creación Literaria a nivel maestría y doctorado en Casa Lamm. Se ha desempeñado como traductora, dictaminadora literaria para Editorial Planeta y Grupo Patria Cultural, y es articulista del periódico La Jornada Semanal. Es co-autora de los libros El chef Luengas y La Historia de los Comedores de Banamex y Cuentos de tierra, agua y algunos muertos. En 2005 publicó su primera novela Llegó oscura la mañana. Durante su carrera literaria, la autora se ha hecho acreedora a distintos reconocimientos, entre ellos el segundo lugar del Premio Azorín de Novela 2005 otorgado por Editorial Planeta.

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    La tierra - Susana Corcuera

    editorial.

    LA TIERRA

    I. LA PRESA DE SANTA

    ÚRSULA

    Santa Úrsula es un caserío que se formó al pie de la presa del mismo nombre. Gracias a ella, las tierras son fértiles y por las tardes el clima es fresco. Antes llovía de junio a septiembre, ahora ya no se sabe.

    En la época del tiempo predecible, llovió como si el cielo estuviera de luto. Al principio la gente se dijo:

    –Ha de ser culebra, no dilata en irse.

    Pero no era culebra. Era una lluvia que no traía viento ni truenos. Constante. Pasaron días y noches sin que las nubes se alejaran. La tierra de las laderas se deslavó, cubriendo zonas enteras, y el sonido del agua se volvió desesperante. Cuando la gente empezaba a creer que nada peor podía pasar, se oyó el crujido.

    No hubo tiempo ni de correr. Dicen que lo peor fue el ruido porque no dejaba pensar. Primero, un murmullo de cascada lejana, luego el estrépito de una manada enloquecida. Y así, como caballos cegados por el celo, entró el agua, llevándose a su paso los linderos. No respetó a los santos que en ese entonces había en la iglesia.

    Mucho menos a los viejos. Se ahogaron las vacas, los niños se pusieron amarillos del susto, las mujeres parieron a destiempo, los perros se quedaron afónicos y la tierra cambió de color para siempre. Agua hedionda de lodo, lodo lleno de piedras. Después, la pura desolación.

    El pueblo fue reconstruido por obreros que habían perdido todo y no tenían ganas de volver a empezar. Cada casa, cada lienzo de piedra, se hizo llorando; todavía se oyen gemir los callejones. Como las lágrimas no dejan ver de frente, el pueblo quedó torcido.

    Entre los escombros, el padre puso a la gente a rezar. Pero los hombres, a espaldas de las mujeres, tenían otros planes. Y mientras ellas rezaban, ellos fueron al bordo de la presa que iban a alzar de nuevo. El que caminaba al frente llevaba un bulto sin forma.

    Regresaron de noche, cabizbajos. No quisieron comer. Sentían ahogarse. Se frotaban las manos contra los pantalones. Algunos lloraban con sollozos roncos que se quedaban en la garganta. Otros se estremecían en silencio. Ninguno miraba a los ojos.

    Con el paso del tiempo, la vida en el pueblo se normalizó, aunque los ahogados reacios a irse al otro mundo siguen atormentado los sueños de los vivos.

    En el bordo hay una cruz de piedra. Se han inundado otros pueblos y reventado otras presas. Han caído culebras, trombas, granizadas, las peores tormentas... pero los hombres de Santa Úrsula duermen tranquilos porque saben que si hay peligro, el llanto del

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