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El Ocozol: La Higuera Sobre El Ocozol
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El Ocozol: La Higuera Sobre El Ocozol
Libro electrónico271 páginas4 horas

El Ocozol: La Higuera Sobre El Ocozol

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Información de este libro electrónico

Relatos reales inmersos en la ficcin de la frontera entre Mxico y Estados Unidos. Vivirs intensamente los conflictos, penas y alegras en la frontera.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento1 nov 2013
ISBN9781463367176
El Ocozol: La Higuera Sobre El Ocozol
Autor

OLGA DE HATILLO

Olga Nació en 1941 en Hatillo, Puerto Rico. Estudió en varias universidades en Puerto Rico. Posee dos maestrías y completó los cursos del PHD. Fue religiosa Carmelita de la Caridad durante 7 años, allí estudió Teología y Filosofía. Ha trabajado en varios Estados de la Unión y en Puerto Rico como educadora.

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    El Ocozol - OLGA DE HATILLO

    El Ocozol

    Olga De Hatillo

    Copyright © 2013 por Olga Ruiz Morell.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 29/10/2013

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    1663 Liberty Drive, Suite 200

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    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    493731

    ÍNDICE

    Dedicatoria

    Prefacio

    Proemio

    I LA HGUERA SOBRE EL OCOZOL

    II ADIOS, LUPITA, ADIOS

    III LA BUSQUEDA

    IV ENCUENTRO CON LUPITA

    V EN PIEDRAS NEGRAS

    VI ENFERMEDAD, DELIRIO Y MUERTE DE DOÑA LUPE

    VII ENCUENTRO CON LAURO RASTRA

    VIII LA TÍA LELA

    IX SIMÓN Y MARTÍN

    X LA TORMENTA

    XI DESPEDIDA SIN ADIOS

    XII DOS PUEBLOS Y UN SOLO RIO

    XIII EL VEREDICTO

    XIV EL CRUCE DE LA FRONTERA

    XV LA TÍA LELA DEFIENDE A SUS HIJOS

    XVI DESPUÉS DE LA TORMENTA

    XVII LA MAESTRA DE RANCHO ESCONDIDO

    XVIII LA FLOR DELOS OJOS AZULES

    XIX EL HIJO DEL SOL

    XX LUPITA ESTUDIA INGLÉS

    XXI UNA HISTORIA DE AMOR

    XXII LA LIBERTAD

    XXIII CABALGANDO

    XXIV EL REGRESO

    XXV LA NIÑA MEXICOAMERICANA

    XXVI EL REGRESO DE ANTONIO

    XXVII LA FIESTA DE LA VENDIMIA

    XXVIII ESTOS CAMINOS DE LA VIDA

    XXIX EL CERRO DE LOS ESPIRITUS

    XXX DONDE ESTÁ LA FELICIDAD

    XXXI EL AMOR SALVA

    EPILOGO

    Ocozol:

    (Del nahua ocotl, ocote y tzotl, sudor) m. Arbol norteamericano de la familia de las hamamelidáceas, de unos 15 metros de altura, con tronco grueso y liso, copa grande y espesa, hojas alternas, pecioladas y partidas en cinco lóbulos dentellados, flores verdosas unisexuales, apétalas y fruto capsular. El tronco y las ramas exudan el liquidámbar

    (Dictionario de la Lengua Española)

    DEDICATORIA

    Con cariño y profundo respeto a todos mis compañeros maestros y a todos los buenos mexicanos que conocí en mi caminar por Texas.

    PREFACIO

    Eran las seis de la tarde. Me encontraba en mi apartamento, un segundo piso de una vieja casa de apartamentos, en una salita; sentada frente a la ventana donde, mientras escribía poemas me sentía dueña de todo el espacio que había entre las casas que le daban la espalda a mi paraíso: una manzana de la Pequeña Habana en el Condado de Dade en Miami, Florida. Venían a mí las carcajadas, efectos de un programa de Televisión donde dos familias, una cubana y la otra puertorriqueña resolvían sus conflictos. Llegaban hasta mí las voces de Yoyo Boing, y sus compañeros de comedia… Tuve que interrumpir mi inspiración para dejar fluir los recuerdos. Reía yo también de las risas y comentarios que salían de las distintas viviendas sobre la situación que estaban viviendo los personajes del programa. A muchos les debía recordar la primera etapa de su diáspora, la cual casi siempre se iniciaba en Puerto Rico; sus memorias debían tener tangencias con las mías. Me interrumpió una voz cubana sin acento habanero y los toques a la puerta. Era mi vecina de edificio. Ella vivía en un apartamento al lado de la puerta de entrada del edificio y hacía con gusto y buena voluntad el oficio de mensajera de todos sus vecinos. Me entregó una funda de papel llena de folios sueltos y estrujados.

    _Mira, un anciano me entregó esto para que te lo trajera. El señor que los trajo me pidió te los entregara rápido porque no quería que ese tesoro se perdiera, me dijo riendo irónicamente.

    _¿Por qué no me los traería él, para saber de qué se trata todo esto? _Pensé en voz alta.

    _Qué te va a traer si el pobre tiene una pata rota y camina con una clase de muleta muy rara. El no podía subir esas escaleras. Mira, me voy que estaba viendo el programa Los suegros y no me lo quiero perder.

    _ Oh sí, yo también lo estaba escuchando._ ¿Cómo, si no tienes televisión?

    _ Ven, acércate a la ventana.

    _ Qué es esto, si aquí llegan las voces de toda la manzana. Me voy, me voy que me lo pierdo.

    _ Adiós y muchas gracias por…, por…, por…, bueno todavía no sé por qué.

    Salió la joven, riendo y me quedé con mi paquete de papeles, los que detendrían mi inspiración por mucho tiempo. Miré algunos de los folios. Eran manuscritos. La letra parecía jeroglifos y con tanto adorno que los rasgos trazados entre palabra y palabra hacían difícil la decodificación. Están sin enumerar, en estricto desorden. Con notas indicativas: esta página continúa en otra, sin especificar nada más. Guardé mi maquinilla y cerré la ventana, para esparcir los papeles sobre mi pequeña mesa y único mueble de aquella sala. Al regarlos por la mesa, vi que había un sobre cerrado y decía:

    Para Olga.

    Dentro del sobre había una escueta nota:

    "Quiero entregarte este tesoro que hace mucho tiempo guardo conmigo. He tratado de ordenarlos, pero se me hace difícil. Sé que tú tienes la paciencia y ahora el tiempo para ordenarlos y darle forma. Creo que el día que este manuscrito sea descifrado se cumplirá la voluntad de su autor.

    Su amigo y hermano hispanoamericano, Coactemol Cachina Canuy"

    Recordé un vagabundo que conocí en Houston.

    PROEMIO

    Es largo el trayecto de Rancho Escondido a Puebla. Por segunda vez Antonio Juárez Villa y Lupita recorren esos mismos caminos. La primera vez fue hace cinco años, el mismo día que juraron sus votos matrimoniales ante el altar de la virgen de los pies gastados en la iglesia parroquial del Nacimiento de los Muertos. Ellos viven en una casa de adobe situada a la salida de la aldea y al lado izquierdo de la casa hay una abarrotería considerada la más importante en aquella aldea perdida por la cercanías de la Sierra de la Encantada. Antonio continúa trabajando en la finca del tio Melesio; Doña Lupe se encarga de los quehaceres del hogar y Lupita trabaja en el abarrote, lleva la contabilidad, ayuda a su madre y cuida a Pedrito quien crece en gracia y sabiduría, sabiduría bien utilizada para hacer sus travesuras y gracia para hacerlas perdonar…a veces. Como su hijo tiene tres años decidieron llevarlo al orfanatorio del padre Casimiro donde trabajan dos amigos muy queridos por todos los miembros de la familia y a quienes Pedrito ya aprendió a llamar tíos, aún sin conocerlos. Cansados por el largo viaje, Lupita y Antonio (Pedrito no se cansa nunca) decidieron ir directamente al hospicio para encontrarse con Simón y Martín y poder descansar. Al llegar al lugar de su destino, se maravillan ante la transformación que se observa en la estructura del edificio. Ha sido ampliado y está recién pintado. Al frente hay una estatua del que será Beato y más tarde Santo: Juan Diego. En el patio del frente, formado con piedras y flores se lee el nombre de la institución:

    Hospicio Hogar Padre Casimiro

    Les extranó a los recién llegados el anuncio, pues el Padre Casimiro nunca había sido amigo del protagonismo. Un niño portero los saluda cortésmente y les informa que deben pasar por la oficina del padrecito situada al fondo de un inmenso corredor rodeando un patio interior donde en esos mismos momentos juegan otros niños. Al detenerse junto a la puerta indicada, Antonio lee conmovido la placa nueva colocada junto a la puerta. Es un nombre que le trae el recuerdo de una familia oprimida y de una Flor…

    Padre Ignacio López Aguirre S.J.

    Director

    I

    LA HGUERA SOBRE EL OCOZOL

    Nació Antonio Juárez Villa hace veinticinco años en Rancho Escondido, aldea perdida en la falda de las montañas y bañada por las aguas tranquilas del Río Salado. Vivió los primeros años de su infancia rodeado del cariño de sus padres y sus hermanos en un humilde rancho a la sombra de la finca del tío Melesio. Cuando tenía trece años murió su padre y los acreedores le exigieron a su madre que les entregara el rancho y las milpas que hasta entonces habían sido la única fuente de ingresos de la familia. El primer acreedor fue el tío Melesio. En aquel rancho se habían curtido por el sol y la lluvia en el cultivo de la tierra que cada año les brindaba generosa sus frutos. Tenía la madre de Antonio catorce hijos en total. Diez: Lupita, Eduardo, Antonio, Pancho, Flor, Casilda, Ramón, Adelita, Lito y el que al nacer se llamaría Lupito, tenía ya dos meses de gestación; eran sus hijos carnales. Cuatro, los había recogido hacía tres meses, cuando unas lluvias invernales arrasaron con el ranchito del compadre Nacho, llevándose a éste y a su mujer cuando hacían ristras de cebolla en una barraca cerca del rancho. Quedaron sus cuatro hijos a la merced de la caridad humana. El niño más pequeño apenas hacía dos meses que se había presentado ante los umbrales de este mundo y el mayor solo contaba con cinco años de existencia. La caridad humana decidió que las lluvias se habían llevado a los padres como castigo por estar trabajando durante la tormenta, y por lo tanto los niños quedaron malditos con la maldición de las aguas y todo el que se acercara a ellos recibiría la misma maldición. No tuvo corazón doña Lupe para soportar el llanto de hambre, sed y falta de cariño de los niños y haciendo caso omiso de todas las maldiciones habidas y por haber, una noche se fue y se llevó consigo a los pequeños siendo éstos acogidos con mucho amor por todos los miembros de la familia.

    Una mañana le llevaron a Doña Lupe a su esposo muerto porque un grupo de hombres, nunca se supo por qué, lo atacaron junto a la joya de los aguacates. El tío Melesio vino a la casa muy apenado por la muerte de su hermano y le prometió a Doña Lupe que él se encargaría de todo y añadió:

    _Mire, Doña Lupe eso ocurrió por usted haber recogido a los maldecidos esos. Muchas veces se lo dije a mi hermano: mira que por esos muchachitos vas a tener muchos problemas, mejor abandónalos por algún sitio y no cargues con la maldición que va a caer sobre todo Rancho Escondido. Doña Lupe le contestó:

    _ Estos niños son seres humanos y ahora son mis hijos y los voy a proteger hasta con mi propia vida.

    El tío Melesio, aunque mortificado se retiró, después de asegurar que él siempre se salía con la suya.

    ***

    Se celebró el entierro. Llevaron el féretro al cementerio muy pocas personas: Doña Lupe con sus catorce hijos y el bueno del tío Melesio con cuatro de sus trabajadores, quienes cargaban la caja porque ningún vecino ni amigo quiso contaminarse con la maldición. Al terminar el ritual, el tío Melesio le pidió a Doña Lupe que se fuera con sus hijos a su rancho que allí no les iba a faltar nada. Doña Lupe le agradeció el gesto, pero le dijo que ella se quedaría en su rancho y vivirían bien con los frutos de la bendita tierra, una de las más fértiles del lugar. El tío Melesio se fue, no sin antes reiterarle su buena voluntad y decirle que él estaría pendiente de ellos porque no le daba el corazón abandonar la familia de su querido hermano que en Gloria esté.

    A los pocos días de la muerte de Serafín empezaron a llegar los acreedores a reclamarle a Doña Lupe el pago de unas deudas las cuales ella sabía nunca se contrajeron. Luego, regresó el tío Melesio con un fardo de papeles que según él eran la prueba de todas las deudas contraídas y el principal acreedor era él. Si Doña Lupe no pagaba, su destino era la cárcel y el desamparo de sus hijos. El tío le ofreció a Doña Lupe conmutarle las deudas por su ranchito y que se fuera a la casa grande con sus hijos, pero eso sí, con sus carnales, con los hijos del compadre Nacho no, porque estaban maldecidos y pasaría la maldición a todo el rancho. Doña Lupe no quiso dejar los cuatro niños y El tío Melesio le dijo que se los llevara con una condición: que los mantuviera encerrados y que nadie se viera contaminado con la maldición porque si no en el rancho ocurrirían muchas cosas…

    Una fría mañana, se presenta, el bueno del tío Melesio a buscar a Doña Lupe y a sus catorce hijos. Lleva consigo una serie de papeles que según él, son las pruebas legales de la pérdida de la casa y él los viene a buscar porque les da mucha pena dejarlos en la calle, después de todo son sus sobrinos y un familiar de él nunca quedará desamparado. Al principio, los niños y la madre se resisten a irse y abandonar su hogar, pero doña Lupe se da cuenta que no puede luchar contra la adversidad y accede a irse al palacio colonial donde vivía el tío Melesio.

    Era un verdadero castillo medieval. El primer saludo que recibe la familia de doña Lupe es la brisa fresca que ofrece un hermoso árbol de ocozol, amenazado de muerte por una higuera estranguladora a la que el tío Melesio ha tratado inútilmente de exterminar, mientras la higuera sigue agarrándose, sin ningún remordimiento de conciencia del hermoso árbol. El aspecto interior de la casona era deprimentemente majestuoso. Muchas de sus innumerables habitaciones parecía que nunca habían sido cuidadas por manos humanas. Nunca nadie les había dado una buena limpieza. En otras, usadas como almacén, habitaban felizmente ratas, sabandijas de todas clases y tamaños. Los únicos moradores de la especie humana de aquella reliquia colonial eran el tio Melesio y la tia Lela; una señora joven que nunca vieron Lupita ni Antonio salir de la cocina durante el tiempo que vivieron en la casa, antes de la salida rumbo al norte, cada quien a su tiempo, en busca de la liberación general.

    ***

    Empezaba una nueva vida para la familia numerosa de Doña Lupe, cuando Lupito aún no había nacido; los gemelos, Lito y Adelita tenían un año; Casilda dos, Ramón tres, Flor cuatro, Pancho seis; Antonio diez; Eduardo once y Lupita trece. Doña Lupe, Lupita, Eduardo y Antonio saldrían, por disposición irrevocable del amado tío Melesio, bien temprano por las mañanas, a trabajar en las milpas donde se producía, además de maíz, jitomates, chiles, frijoles, cacahuates, camote, café, y muchos otros productos menores. La niña de cuatro años, cuando aún necesitaba de una madre que la acunara y guiara sus primeros pasos, sería la encargada de quedarse en la casa al cuidado de sus hermanos menores. Aquella niña de cuatro años se dedicó a alegrar la casa y la vida del grupo familiar, inspirando sonrisas en el rostro marchito de la tía Lela, recibió en sus brazos puros a Lupito cuando un atardecer llevaron a la mansión a la madre con su niño. Sintió, Doña Lupe, los primeros dolores de parto mientras arrancaba un bejuco de boniato. Fue atendida bajo un nogal a orillas del arroyuelo por una comadrona quien trabajaba en la finca. Dos semanas después, Doña Lupe regresaría a los trabajos de la finca por órdenes del tío Melesio.

    Eran muchas las obligaciones de Flor en la casa quien como niña, al fin, eran infantiles los cuidados que prodigaba. Cuando al atardecer finalizaban las tareas agrícolas, el resto de la familia regresaba a la casona. Doña Lupe se dedicaba a preparar la ropa de sus hijos, a inspeccionar que los que habían quedado en la casa estuvieran bien atendidos, dentro de las circunstancias y a atender a los maldecidos. Un día, el tio Melesio se enteró que a pesar de su orden terminante, como dueño y señor de la comarca y de todos sus moradores, de prohibir la entrada a la recámara de los maldecitos, con excepción de la cansada Doña Lupe; Flor entraba durante el día a su recámara, jugaba con ellos y le llevaba golosinas, el campesino agarró a la niña de los cabellos, la llevó bajo el ocozol y allí la azotó fuertemente con el foete que siempre dejaba colgando de una rama del frondoso árbol. Allí la encontró llorando Antonio, cuando fue a la casa a buscar unas herramientas. La consoló, enjugó sus lágrimas con sus sucias manos, mientras Flor le decía:

    _A mi no me importa lo que me haga, pero siempre que pueda ayudaré a los maldecidos.

    _A ti que no se atreva tocarte, ahora mismo voy y aunque sea mi tío le parto la cara.

    _No, Antonio, no. Mira que puede hacerle más daño a los maldecidos.

    _Ese viejo es tan malo que puede hacerles más daño a tí y a los pobrecitos niños que no tienen la culpa de la vida miserable que llevan.

    _Hay que protegerlos. Ya me cuidaré de no dejarme ver del Melesio.

    _Está bien, pero si te vuelve a poner una mano encima me lo dices, porque esa será la última vez que lo haga.

    _No te preocupes Antonio, no volverá a pasar. Vete a la finca que si ve que no estás allá va y viene a buscarte y entonces será peor.

    Antonio regresó a su trabajo y Flor subió a la casona a continuar con el cumplimiento de su deber.

    II

    ADIOS, LUPITA, ADIOS

    Desde aquel día cuando el tío Melesio encontró a Flor cuidando a los maldecidos, ordenó encerrar a los niños bajo llave y sólo Doña Lupe podría entrar a su recámara, al atardecer, al regreso de su trabajo. Cuando Doña Lupe se enteró tomó la decisión de escaparse con todos sus hijos. Una noche los preparó y recogió lo suficiente para sobrevivir unos días mientras encontraba dónde alojarse y, sin que nadie los viera, salieron rumbo a la incierta libertad.

    A la mañana siguiente, cuando el tío Melesio se enteró, reunió a sus trabajadores más fieles y salió a buscarlos con garrotes y con perros. No fue difícil encontrar a Doña Lupe con sus catorce hijos. Haciendo uso de la fuerza, de la mano dura, llevaron a la familia de regreso a la casona. Después de encerrar a los maldecidos, obligó a los demás a regresar a sus labores habituales.

    Mientras doña Lupe sembraba frijoles meditaba en el grado de su soledad. Todos la abandonaron. Nadie la quiso ayudar, ni tuvo compasión de sus hijos. Todos la miraron con recelo como si realmente llevara el peso de una maldición y aquél mismo día se dio cuenta que ni ella, ni sus hijos tenían salvación. Estaban condenados a seguir bajo el poder del tío Melesio.

    A Lupita le preocupaba mucho la situación de sus hermanos de crianza y un día mientras recogían elotes en la misma era, lo comentó con su madre.

    -A mi me preocupan ellos y todos ustedes, hija mia, pero, ¿Qué puedo hacer? Nosotros no tenemos nada, todo se perdió al morir tu padre, no nos queda otro remedio que quedarnos aquí, no hay para nosotros otro lugar donde ir ni otros medios para vivir, ¿qué podemos hacer? - respondió la madre mientras echaba la última mazorca recogida al bolso que tenía atado a su cintura y con la mano izquierda se secaba el sudor copioso que recorría su rostro mezclándolo, sin querer, con la tierra que durante el día le había salpicado formándose en su faz una capa tenue de fango.

    -Pero, mamá, ¿Usted no ve que esto no es vivir? Nosotros somos esclavos de la finca y Flor esclava de todos nosotros.

    -Mi pobre Flor, cuántas veces al levantarme de noche la encuentro dormida junto a la puerta de los maldecidos, porque dice que así si lloran o necesitan algo ella se puede enterar y ayudarlos. Ella me pide que la despierte temprano por las mañanas antes de venirme a trabajar para darme un beso…

    ***

    Una madrugada, antes del amanecer, de regreso de darle una vuelta, a los niños, Doña Lupe, encontró que la joven estaba vestida para salir, empacando sus pocas pertenencias.

    -¿Qué haces, hija?

    -Me voy, mamá. Voy a buscar trabajo a otro lugar y solamente volveré cuando pueda venir a buscar a los maldecidos.

    Contrario a lo que esperaba, su madre no se opuso al viaje, buscó debajo del matre de su cama y sacó un sobre, se lo entregó a Lupita y le dijo:

    _Toma hija ésto fue lo único que pude salvar de nuestra finca, un dinerito que tu padre me entregaba, siempre que hacía una venta para que lo guardara por si un día teníamos una emergencia

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