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Un Siglo De Amor Paciente
Un Siglo De Amor Paciente
Un Siglo De Amor Paciente
Libro electrónico261 páginas4 horas

Un Siglo De Amor Paciente

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Un siglo de amor paciente. El protagonista naci en 1908, su madre
Rafaela era soltera. De Beb fue aislado pero socializ con primos (as). Se educ
fundamentalmente en el cuidado de la tierra pero sin escolaridad. Aprendi
msica en la Filarmona de San Rafael de Heredia. Esperaba un Da fuera
de da. Se inclin hacia el marxismo. Fue autodidctico. Se cas con Mara.
Procrearon muchos hijos(as). La muerte de su madre y las secuelas acarrearon
la movilizacin geogrfi ca: del centro hacia la fi nca del Monte y viceversa. Los
nios(as) descubrieron el modelo agrcola de Chepe: los cafetales, otros cultivos y el
pasto. Percibieron la prdida progresiva del patrimonio heredado por su padre y
la carencia de posibilidades de trascender. Adems, perdieron a un hermanito en
una navidad. Llegan hasta Sarapiqu, donde envejeci su padre y se extingui su
capital. La pobreza los llev a emigrar hacia distintos sitios de la ciudad: el Barreal
de Heredia, dos barrios de San Jos y Desamparados donde se asentaron. Pese a
las vicisitudes los hijos(as) estudiaron y el Mayor vive en Florida. Aunque Chepe
falleci en 1985 Mara aun vive. Las dos hijas mayores y un nieto ya fallecieron.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento28 jul 2011
ISBN9781463300449
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    Un Siglo De Amor Paciente - María Aurelia Ruiz Sánchez

    Índice

    Prólogo

    1

    2

    3

    4

    5

    6

    7

    Índice de citas

    Bibliografía

    Un siglo de amor paciente

    Papá, ¿cómo llegaste al cielo?

    Con amor y paciencia.

    María Aurelia Ruiz Sánchez

    Prólogo

    Escrito desde la perspectiva de la ternura filial, Un siglo de amor paciente es la crónica de la vida de la familia instituida por Chepe, fuerte roble que hundió sus raíces en el cariño y la dedicación de su madre, una joven campesina soltera; creció fecundo, enriquecido por el amor de su esposa abnegada y su numerosa descendencia, hasta llegar a constituir un frondoso árbol cuyas ramas, retoños y frutos se extienden hasta la quinta generación.

    Pese a ser un campesino casi iletrado, Chepe cultivó a su manera las artes: disfrutó de la música clásica y aprendió la popular porque ambas le regocijaban el espíritu, en numerosas ocasiones abatido por las penurias morales y económicas; además, supo hallar, en la literatura, ejemplos conspicuos de las condiciones que ansiaba para su amada sociedad a la vista de las virtudes sociales retratadas en los textos así como de los defectos allí reflejados, que conviene evitar a fin de obtener un conglomerado social más digno y justo.

    Como todo ser humano, Chepe incurrió en errores que obligaron a su esposa e hijos mayores a vivir errantes por la montaña y la ciudad y a sentir el aguijón de la pobreza. Sin embargo, la esperanza de un mañana promisorio lo mantuvo incólume y esta actitud le permitió verlo nacer y experimentarlo.

    Chepe vive en el corazón y el recuerdo de sus nietos y nietas, porque sus madres y padres se han encargado de enseñarles su modo de ser noble y humilde y de actuar siempre asido a la verdad, generoso hasta el perdón de las ofensas, sin hipocresías, tan congruente en sus palabras y acciones que no tuvo reparos en manifestar su color político dentro y fuera de Costa Rica.

    ¿Por qué aman todavía a Chepe?

    Por su amor y paciencia casi infinitos.

    Por su compromiso activo con la sociedad.

    Por su acompañamiento perenne, sabios consejos, respeto y amor a la Patria y al mundo.

    Por sus errores y fracasos, esperanzas y desilusiones, alegrías y tristezas, en la búsqueda continua de un futuro mejor para la familia, razón de su existencia.

    Por su incesante afán de aprender.

    Por su cultura pueblerina y tradicional con rasgos cosmopolitas, adquiridos mediante el hábito de la lectura.

    Por su sana picardía maliciosamente campesina.

    Por su valor y empeño para superar los obstáculos. Aunque pasivo en apariencia, su carácter revolucionario e idealista lo incitaba a trabajar por un país sin distingos sociales ni económicos. ¿Aspiración utópica? Ciertamente, aunque realizable si todos los miembros de la sociedad nacional pensaran con la amplitud de miras de Chepe y actuaran en consonancia con ella.

    Ojalá existieran millares de Chepes, valientes, honrados y trabajadores, labriegos sencillos como los que enaltece nuestro Himno Nacional, que metamorfosearan la sociedad costarricense en un denso bosque de sólidos robles y todos lograran alcanzar, como él y su familia, Un siglo de amor paciente.

    María Quesada Vargas

    Filóloga

    1

    Los primeros años

    El 3 de setiembre de 1908, en San Rafael de Heredia, nació un niño. Rafaela, su madre, una joven de veinticinco años, moría de amor y de vergüenza porque le faltaba el coraje necesario para presentarlo ante el mundo por su condición de soltera. Decidió aislarse en su casa y criar al pequeño con la única compañía de los animales domésticos que cuidaba.

    A pesar de la reclusión social, el niño recibió los sacramentos: bautismo (el nombre de pila es JR) y confirmación. Todas las actividades religiosas que implican la presencia de miembros de la comunidad fueron celebradas con la máxima discreción.

    El desarrollo psicomotor del pequeño JR fue adecuado; jugaba con sus mascotas: vacas, terneros, aves de corral, perros y cerdos, entre otros. No obstante, el aislamiento alteró su proceso de socialización.

    JR escribió sus vivencias en un cuaderno que encontró Manuel, uno de sus hijos, en una gaveta del armario ubicado en el dormitorio que compartió con su esposa, María. El diario fue hallado tres años después de su muerte, cuando el cuarto fue transformado en un dormitorio para huéspedes. En lo atinente a su infancia, relató:

    Cuando yo estaba recién nacido, a Rafaela la asustaba mi llanto. El temor se relacionaba con su dificultad para diferenciar entre sueño, hambre, frío, si me molestaba un cólico o tenía las mantillas sucias. Mi estrategia consistía en llorar con insistencia hasta que ella me atendiera, me cambiara las mantillas, me amamantara y me durmiera.

    La conducta del llanto necio me funcionó poco tiempo, porque me fui interesando en explorar el ambiente de la casa, mediante el gateo. Como me sentía dueño de mi cuerpo, me animé a pararme solito en la cuna; luego caminé y hasta corrí detrás de los animales. La casa donde habitaba con mamá me parecía tan enorme que me perdía en ella; por eso, tuve que aprender a decir mamá para llamarla cuando me extraviaba o estaba asustado.

    Con el paso del tiempo, ya más grandecito, mi madre me permitía jugar en el solar. Yo me divertía en la forma más natural: hacía cuevas entre la hierba alta, fabricaba arcos de flechas con tronquitos de café, les apuntaba a las aves con la flecha, subía a los árboles, recolectaba frutas, corría por la floresta tranquilo y libre como un conejito y jugaba con mi perro viejo.

    Frente a la propiedad de Rafaela vivían unos parientes suyos; Marcelina Ramos, la jefa del hogar, y su esposo, Agustín, quien falleció cuando JR tenía cuatro años.

    JR observaba curiosamente la casa de adobes de Marcelina Ramos, ubicada al otro lado de la carretera. Un buen día, a escondidas de su madre, cruzó la calle para visitar a sus vecinos y continuó haciéndolo cada tarde por un período de tres años. Lucy y Lina, dos de las hijas de Marcelina, disfrutaban mucho las visitas de JR y él lo agradecía. Registró en su diario:

    Al cumplir los cinco años, yo tenía agilidad para hacer algunas tareas como ayudar a mi madre, Rafaela, en el ordeño de las vacas. También, para cruzar la calle corriendo y a escondidas; con la finalidad de jugar con las hijas de Marcelina Ramos.

    Pasaron los días, los meses y los años; cerca del aniversario número siete, Lucy y Lina le dijeron a Rafaela: Tía, ya JR está muy grande y tiene derecho a salir. Aunque no les respondió, desde ese día comenzaron las visitas entre la tía y las sobrinas; en esta forma, el niño empezó el proceso de socialización caracterizado hasta entonces por el aislamiento.

    Marcelina Ramos y Agustín eran parientes y, por eso, los hijos se apellidaban Ramos Ramos. Este grupo familiar estaba constituido por cuatro hijas: Lucy, Lina, Vitalia y Teodora, y un hijo llamado Agustín, como su padre. JR y Agustín hijo mantuvieron una amistad tan entrañable que, cuando aquel necesitaba algo como un préstamo de dinero o simplemente que lo escuchara, acudía confiado adonde el joven Ramos, quien nunca le negó ayuda.

    Lucy, Lina y Teodora nunca se casaron. La primera tuvo dos hijos, Rafael y Alejandra quienes, durante la infancia, compartieron muchas experiencias con los hijos de Chepe y el afecto todavía perdura. Lina era costurera y su lugar de trabajo fue su propia casa. Mantuvo una relación amorosa con Pablo Esquivel, un vecino de San Rafael, que empezó cuando ambos eran muy jóvenes y perduró alrededor de quince años. Ambos murieron solteros porque, según JR, Pablo era un pendejo pues, aunque en varias oportunidades se comprometió con Lina, no cumplió su palabra. Evadió el matrimonio por miedo a la responsabilidad de ser un jefe de hogar. Lina se reía a carcajadas de ese amor que le endulzaba la memoria más que la miel de abeja en penca que Pablo le llevaba cuando quería conquistarla.

    Vitalia trabajaba en un hotel josefino y allí conoció a Ángel, que primero fue su novio y luego su esposo. Formaron una linda y numerosa familia que JR estimó mucho.

    Los Ramos fueron padres también de unas gemelas, pero solo una sobrevivió, Teodora que aún existe. Desde muy joven, vivió en la casa de su hermana, Vitalia. Trabajó en el negocio de su hermano Agustín, en San José, y siempre contribuyó con los gastos de sus familiares primero de su madre y después de Lucy y Lina.

    Lucy y Lina cuidaron de su madre hasta que murió en 1969. Residieron en la casa de adobes de ella hasta que el terremoto de Puriscal, acaecido el 22 de diciembre de 1990, la derribó. Para poder construir una nueva contiguo a la antigua, vendieron el terreno que ocupaba la casa en ruinas a un sobrino político, bajo el juramento de conservarla tal como la dejó el movimiento telúrico hasta que las dos murieran. Las hermanas compartieron la vida entera y se convirtieron en una especie de almas gemelas tan unidas que, cuando Lucy estaba agonizando, seguramente su espíritu pasó a recoger a Lina y las dos murieron el mismo día. En marzo de 1996, Lina se fracturó una cadera, fue intervenida quirúrgicamente y murió en el post operatorio, de un infarto relacionado con el estrés producido por el accidente y la operación porque ese fue su primer y único internamiento en un hospital. Lucy había ingresado días antes por un problema cardiopulmonar y ni siquiera se enteró del accidente de Lina; sin embargo, murió apenas una hora después que ella. Como habían sido tan unidas en la vida, así lo fueron en la muerte: se efectuó un funeral y un sepelio dobles. En aquel momento, ya JR yacía en Jardines del Recuerdo, aunque su espíritu tal vez sí asistió al funeral.

    En San Rafael de Heredia, Rafaela poseía tres propiedades; dos pequeñas en el Centro y una finca grande en un distrito. En una de las fincas ubicadas en el Centro, había dos casas de adobes, una de alquiler y la otra donde habitaba con su hijo; la segunda propiedad se llamaba Espíritu y estaba situada detrás de la casa de sus sobrinas Ramos. La finca más grande estaba en el distrito de Concepción; pero Rafaela la denominaba el Monte por analogía con el Monte de La Cruz, un sitio montañoso cuyo clima es influido tanto por la vertiente Atlántica como Pacífica. La finca del Monte se localizaba al pie de un cerro, propiedad de un señor de apellido Ramírez.

    La casa de Rafaela estaba localizada entre la cabecera del cantón homónimo y el distrito San Josecito. Allí se habían asentado los antecesores de JR cuando el lugar era denominado Piedra Grande, tal vez porque la zona está conformada geológicamente por rocas volcánicas del período Cuaternario.

    En San Rafael, los antepasados de JR cultivaron trigo, maíz, hortalizas, caña de azúcar y más tarde café. También, ascendieron geográficamente hasta Concepción (Finca del Monte), situada a 1490 m sobre el nivel del mar, en busca de pasto y un clima óptimo para el ganado lechero. Allí adquirieron tierras donde cultivaron papa y cebada y subsistían mediante el trabajo familiar. Uno de los tíos de Chepe, llamado Félix aumentó su fortuna y fue uno de los primeros latifundistas del lugar; sin embargo, la riqueza se extinguió pues sus familiares carecían de preparación en el área administrativa.

    Rafaela meditaba respecto a su condición. Como mujer sin esposo y dueña de algunas propiedades, no podría capacitar a JR en el trabajo de la tierra; por eso, necesitaba que un hombre le enseñara. Después de mucho pensarlo, como su hermano Félix se había ofrecido a ayudarlo, a su casa lo mandó de aprendiz. Todos los días, a la hora del crepúsculo, el niño regresaba al hogar, donde su madre lo esperaba ansiosa para prodigarle todo el afecto que no había recibido durante el día.

    En la familia del tío Félix, vivían dos varones también de nombre JR: un hijo, un nieto y ahora el sobrino. Cuando Antonia, la esposa del tío, llamaba a uno de ellos, respondían los tres. El conflicto se resolvió mediante una rifa en la que al hijo se le adjudicó el nombre José; al nieto, José II y a JR, Chepe.

    Chepe padecía de asma bronquial relacionada con el clima del lugar, húmedo, ventoso, fresco y propicio para el hábitat de los ácaros. Pero, él asociaba su enfermedad con unas lecciones forzosas de natación. Escribió:

    Tío Félix me ayudó; sin embargo, como era un súper macho, no soportó la idea de que su sobrinito enclenque no supiera nadar; entonces, iracundo me dijo: Verás, niño pendejo, que hoy aprendés a nadar. Me tiró de nuevo al agua y me sacó enseguida; la escena se repitió hasta que salí por mí mismo, es decir, nadé. Pero ningún almuerzo sale gratis, porque enfermé por la noche: fiebre alta, tos necia y persistente y el aire se me quedaba dentro del pecho, pues no podía expulsarlo.

    De las pruebas diagnósticas, el médico concluyó que JR era asmático, según relata él mismo:

    Mientras el médico hablaba con mi madre, yo escuchaba todo, pues, estaba sentado en la cama. Al oír al doctor, me dije: ¿Asma? Vaya, qué desgracia. Y pensar que se lo debo a ese infeliz de mi tío que me obligó aprender a nadar. ¡Oh viejo Félix y sus ridículas clases de natación!

    ¡Qué nostalgia me da recordar que las aguas eran cristalinas y libres de contaminación!; por eso a los niños les fascinaba jugar en las pozas aunque, en mi caso, me gané el premio del asma.

    Según el médico, el asma es una condición crónica del sistema respiratorio cuyos factores desencadenantes son la exposición a un ambiente con elementos alérgenos, aire húmedo, ejercicio, estrés emocional y enfermedades comunes como el resfriado.

    Los medicamentos le aliviaban el ahogo a JR, pero no le curaban la enfermedad. Además, en ese tiempo, la ciencia médica era muy diferente de la actual, mucho más avanzada y eficaz. En tono burlón, se refería a su caso: Yo crecí entre potreros, vacas, cafetales y crisis asmáticas. Las dolencias le salían muy caras a Rafaela porque el número de crisis coincidía con el de las visitas del doctor al hogar. Para mejorar la frágil salud de JR, Rafaela asoleaba la ropa de cama y mandó construir ventanas en todas las habitaciones para que circulara el aire. Cuenta JR:

    Un día le dijo: Chepito querido, su mamá le va a curar. ¿Cómo, mamá?, respondió. Ella contestó: Le hice un brebaje con manteca de mono colorado. Acto seguido me obligó a tomármelo y agregó: Debe tomar este bebedizo por las mañanas y las noches hasta que se termine.

    El niño se tomó la medicina a la revienta cincha, o sea, a disgusto. Rafaela lo sorprendió con sus dotes de curandera: ¡Caramba!, mi vieja es bastante sabia pues me curó del asma, se decía Chepe con el pensamiento.

    La manteca de mono colorado es un remedio casero que, aunque sin sustento científico, le cayó bien.

    Mientras JR crecía, el amor por su madre se afianzaba. Se amaban profundamente, pues el aislamiento vivido en la etapa preescolar fortaleció el apego mutuo. El amor materno representaba para él una medicina espiritual y su acción benéfica le ayudaba a soportar las crisis asmáticas y los problemas cotidianos.

    Chepe ingresó a los diez años a la escuela. Para un campesino, la educación carece de importancia, solía verbalizar el tío Félix. Al parecer, la vida lo preparaba para el analfabetismo; pero desde el 15 de abril de 1869, en Costa Rica la enseñanza primaria es obligatoria, gratuita y costeada por el Estado para niñas y niños entre siete y catorce años, residentes en Costa Rica. Escribió en su cuaderno:

    Mientras mis amigos jugaban a aprender letras y numerales, yo aprendía el cuidado de los animales domésticos y de la tierra.

    Un buen día, se me apareció un ángel de la guarda vestido de policía y me preguntó: JR, ¿por qué usted no está en la escuela? Como no respondí nada, me volvió a repetir la pregunta. Yo agaché la cabeza y miré el suelo. Él me observó detenidamente y me preguntó: ¿No le gusta la escuela? El silencio siguió siendo la única respuesta. Entonces, el uniformado me dejó en paz y se fue a hablar con mi mamá. Cuando mamá me vio llegar con la policía, pensó que se trataba de un accidente.

    Los silencios de Chepe ante las preguntas del oficial se debían al conflicto entre mantener el statu quo y su deseo de aprender. En verdad, ansiaba saber qué ocurría más allá de lo que sus ojos miraban. Así narró parte de su experiencia escolar:

    Después del comunicado oficial, mi madre me envió a la escuela. Yo estaba muy entusiasmado con el aprendizaje y ella también.

    El primer día de clases, yo iba bastante ansioso porque deseaba convertirme en una persona educada . . . Mi maestra me ubicó con los retrasados académicamente, porque conmigo tenía que partir de cero, pues no sabía nada de nada, no atinaba dónde acomodarme. Además, como yo era viejo con relación a mis compañeros, ella necesitaba ayudarme, para que yo los alcanzara.

    A los veintidós días de iniciadas las lecciones, ya leía, sumaba y restaba. Me ascendieron a segundo grado y lo reprobé, aunque aprobé el primero. Repetí el año perdido y lo aprobé con notas altas.

    Llegué ilusionadísimo a tercer grado; pero, me enfermé de asma a consecuencia de las clases forzadas de natación. Entonces, el ausentismo escolar fue asiduo aunque se justificaba mediante un certificado médico. El deterioro de la salud retardaba mi aprendizaje escolar.

    Con manteca de mono colorado en un bebedizo, Rafaela me quitó el desagradable mote de asmático que me había adjudicado el médico. Respecto a la escuela, decidió: Chepito, usted no va a volver a la escuela. Con este tiempo ventoso y fresco, se resfriará y puede volverse a enfermar. Yo me puse pálido y me dije: ¡Caramba!, mi mamá me sacó de la escuela ¿Qué se va a hacer? Así es la vida. Ante la decisión de mi madre, sólo recuerdo el dolor que sentí al pensar que mis pies jamás volverían a pisar el suelo escolar como alumno.

    Motivado por la carencia de estudios, JR dialogaba consigo mismo: Prometo que, si llego a tener hijos, aunque tengan asma, aprenderán a leer, escribir y algo más. Además, yo creo que los campesinos y los niños enfermos tienen derecho a la educación. Creo, también, que la enseñanza institucionalizada es una inversión de tiempo y dinero; por su medio, se cultiva la mente y el alma. Sí, pero, ¿qué será de mí, Dios mío? Yo aprenderé a cultivar la tierra.

    JR dejó la escuela y, por ser evidente la mejoría de su salud, Rafaela le encargó ir en las madrugadas al Paso de la Joya a buscar las vacas lecheras para arriarlas hasta la casa donde serían ordeñadas. Como ya empezaba a entrar en la adolescencia, le respondió con ínfulas: Mamá, yo detesto madrugar y, por eso, buscaré un empleo. Narra JR:

    A mí no me costó ingresar a formar parte de la mano de obra infantil de Costa Rica. Y, sin darme cuenta, con el empleo me interesé por la política, pues la primera finca donde solicité trabajo pertenecía a don Alfredo González Flores, dos veces Presidente de la República.

    El día que salí en busca de trabajo tuve la suerte de ser entrevistado por el propio don Alfredo:

    - ¿Qué sabe hacer usted, muchacho?, me preguntó.

    - Sé ordeñar las vacas y arar el terreno para sembrar las semillas de maíz y frijol.

    - Bueno, JR. Como usted ve aquí el trabajo es para hombres y no para niños. ¿Creé que podrá soportarlo? Con su semblante serio, me preguntó y agregó: Si usted piensa que puede sobrellevarlo, entonces, puede empezar mañana mismo. Le pagaré dos pesos con cincuenta céntimos por media jornada. Yo acepté muy feliz el empleo.

    La faena del primer día me cansó demasiado, aunque estaba acostumbrado al trabajo duro del campo. Como era el más joven de los empleados de la finca, me trataron bien. Pero, Rafaela me reclamaba pues mi deber era encargarme de lo nuestro. Por eso, un día renuncié para trabajar en lo propio.

    El 10 de mayo de 1922, JR, con catorce años, trabajaba en la finca del Monte, acompañado por un peón de nombre Joaquín, su compañero de labores y casi su padre. Ese día, este le solicitó permiso para retirarse temprano del trabajo, porque su esposa estaba embarazada y la había dejado con contracciones. Al día siguiente, Joaquín le dijo: Estoy muy feliz porque mi señora trajo al mundo una niña linda y pronosticó sonriente: Tal vez mi hija llegará a ser su esposa. Aunque los cachetes se me pusieron colorados, yo felicité a Joaquín por el nacimiento de la chiquita. Joaquín agregó: Mi hija nació con suerte, porque hasta le regalaron una vaca para que no le falte la leche.

    María, la hija

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