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Antes De Salir El Sol En Meripoey: Las Tías También Y No Hacen Averías
Antes De Salir El Sol En Meripoey: Las Tías También Y No Hacen Averías
Antes De Salir El Sol En Meripoey: Las Tías También Y No Hacen Averías
Libro electrónico904 páginas15 horas

Antes De Salir El Sol En Meripoey: Las Tías También Y No Hacen Averías

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La posibilidad fallida de unas elecciones polticas, dieron lugar al principio de una maravillosa e increble historia de amor de finales del siglo XIX, que se inici en San Pablo, poblacin fundada a la orilla del ro Maga, en el estado norteo mexicano, cerca de Cd. San Jos, la ciudad capital mundial de la minera en el siglo XVIII y segunda ciudad ms importante de ese entonces, en el Estado Grande. Obligando las circunstancias, a sus personajes a emigrar dentro del mismo estado, abandonando San Pablo, su lugar de origen para continuar dicha historia a ciento veinte kilmetros hacia el Suroeste de la entidad, en San Juan del Sol y de ah diseminarse por el mundo. San Juan Del Sol, lugar paradisaco, intrincado en la profundidad de la montaa chihuahuense, donde sus personajes viven una aventura tras otra, guindose por su gran fe en Dios y en la vida, por el respeto a sus progenitores y sobre todas las cosas, por una devocin y una pasin al trabajo, a la familia y a la religin, como pocas veces se viera por esos lugares. Usada sta ltima, por los malos de la familia D la Sierra-Beluna, como un escudo donde se protegen obligadamente, los ms bajos instintos en el hombre y se cometen las ms crueles acciones hacia la mujer, los cuales son perfectamente bien disimulados con el pretexto sagrado que su moral en uso le exige al sexo masculino. Donde su ignorancia unas veces o sus ingenuas buenas intenciones las otras, les lleva a cometer los ms inverosmiles atropellos a la dignidad humana de sus compaeras de vida. Todo en aras de preservar sus genes lograr fortuna, poder respeto en la sociedad. La Casa Grande de San Juan del Sol, donde todos los hombres nacen con algn don celestial y las mujeres con la gracia divina en algn oficio, pero sobre todo en la cocina. El amor, el buen ejemplo y el respeto a la familia, aprendidos de sus padres, son la mejor arma de los hermanos D La Sierra-Beluna, para enfrentar la vida. Pap Josu como el gran talabartero que l es, acompaado de Mam Abela, quien es el amor de su vida y hombro a hombro con sus herederos; entre bromas, pieles, plata, oro, entresijos, reliquias y delicados aromas, con puntadas, afanes, fe, especias y amores, todos ellos sazona sus sinsabores.
IdiomaEspañol
EditorialAuthorHouse
Fecha de lanzamiento5 oct 2017
ISBN9781524687243
Antes De Salir El Sol En Meripoey: Las Tías También Y No Hacen Averías
Autor

ADA R.G.

Autora chihuahuense, quien además de considerarse “Emisaria de los bosques” donde abunda la inspiración, lo que la ha llevado a escribir también poesía. Debuta hoy con su novela de ficción histórica. Ada R.G. ha sido maestra de primaria, certificada en su país natal, auxiliar de bibliotecaria en una villa de esquí de Colorado, en U.S.A donde pasó quince años, maestra de Inglés en C.M.C. donde fundó una escuela nocturna para adultos inmigrantes en Avon, CO. Intérprete Legal, certificada en C.C.R.I. Traductora de la ya desaparecida “Eagle Revista” y traductora/correctora Inglés-Español en una edición del Directorio Hispano de R.I. Mujer mestiza, hija, madre de un gran ser humano, su único hijo, Zabdiel, quien se graduó de la Universidad de Bates en Lewiston, Maine y ha ejercido por varios años como investigador médico en el hospital de la Universidad de California en San Francisco. Ésta autora mexicana, ha vivido cerca de su hijo por los últimos cinco años, al mudarse al área de “La bahía” después de residir cuatro años en el estado más pequeño de la unión americana. Como buena mexicana, Ada R.G. ha sentido siempre el llamado para dar a conocer historias de su lugar de origen. Pasajes de vida, que contribuyan a que la esencia de la familia norteña mexicana no se desvanezca en el tiempo.

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    Antes De Salir El Sol En Meripoey - ADA R.G.

    Antes de salir

    el sol en

    Meripoey

    Las tías también y no hacen averías

    248.jpg

    Ada R.G.

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    AuthorHouse™

    1663 Liberty Drive

    Bloomington, IN 47403

    www.authorhouse.com

    Phone: 1 (800) 839-8640

    ©

    2017 Ada R.G.. All rights reserved.

    No part of this book may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted by any means without the written permission of the author.

    Published by AuthorHouse  10/03/2017

    ISBN: 978-1-5246-8723-6 (sc)

    ISBN: 978-1-5246-8725-0 (hc)

    ISBN: 978-1-5246-8724-3 (e)

    Library of Congress Control Number: 2017906345

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    Contents

    I Agradecimiento

    II Dedicatoria

    III Presentacion

    Chapters 1-10

    Capitulo 1 Un Amor A Toda Prueba

    Capitulo 2 El Adiós Del General

    Capitulo 3 Paraiso En La Casa Grande

    Capitulo 4 Papa Con Dna

    Capitulo 5 Ora Pronobis… El Adios A Mama Abela

    Capitulo 6 Despedida A Papa Josue

    Capitulo 7 Sin Permiso Para Amar…Solo Flores En El Jarron

    Capitulo 8 Suspirando Por Villa Zarzamora

    Capitulo 9 Tres Angeles Para La Tierra

    Capitulo 10 Nueva Cara Para El Amor Y El Odio

    Glosario

    I

    AGRADECIMIENTO

    A mi madre por darme la vida. Al mayor ente de luz en el universo, por su inspiración y a cada ángel terrenal que me ha guiado con su resplandor, para aprender a vivir. ¿Cómo olvidar agradecer a cada una de mis maestras que me mostraron la magia de la lectura en mis primeros años?

    II

    DEDICATORIA

    A mi madre quien me mostró siempre a mi verdadera familia. A mi padre quien fue un gran apoyo para animarme a escribir. A mi abue-madrina, una bendición grande en mi vida y mi primer guía en este mundo, obsequiándome así mi primera lectura. Para mi hijo Zabdiel, el padrino de mi obra y de quien aprendí las vicisitudes sobre el amor maternal. A mi abuelo paterno por su audacia, su alegría y su buen gusto por la vida. A mis bisabuelos paternos, mis verdaderos grandes maestros en el amor a la familia y dedicación al trabajo, a quienes guardaré siempre una admiración muy especial, impresionada por ese paraíso endemoniado, que sin ser su intención, lograron forjar. Les amo a pesar de nunca haberles conocido físicamente, pero siempre a través de sus obras y de los notables testimonios gráficos y de amor de sus hijos y nietos. Ante todo esta obra va dedicada a la primera mujer valiente que en mi familia se atrevió a vivir el amor desafiando todas las reglas de la moral, de la razón y de las buenas costumbres familiares, de su época. También, a las mujeres que la imitaron después. Por medio de este sencillo homenaje a las familias norteñas de El Estado Grande deseo recordar a la única hermana de mi padre, quien de manera opuesta a nuestra fémina anterior, lastimosamente se negó a vivir el amor o a desafiar cualquier prohibición impuesta para ir en busca del mismo. Nadie mejor para honrar en este libro que a esos seres convertidos en víctimas del desamor con la intención de prodigarles cuidados y amor, que fueron las mujeres de mi familia. Para Catherine Sansonnetti (USA-Italia) por convencerme que nadie puede quitarme mis sueños. A Oliva Villalba (CO) y Sra. T. García (Chih) mis hermanas de elección, quienes me animaron para llegar al final de la obra. A Eleonaí Rivera (Oaxaca) por su inteligente revisión de proemio. A Luis Jurado (Ecuador) por lo que aprecio su valiosa opinión. A Enrique S. Clavero (Tenerife) por sardónicamente insistir en que había recibido mi obra, cuando ésta aún estaba en impresión. Mostrándome de esa manera su interés. A Luis Carlos García Sr. (Jal.) Porque sé cuánto aprecia la Literatura. Finalmente, dedico esta creación con todo mi corazón, a mis tres excepcionales y hermosas tías-abuelas solteronas quienes inspiraron principalmente esta bella obra de amor. Muy especialmente para cada lector que decida acompañarme en el recorrido de esta excitante aventura familiar. A mi persona, por insistir en que merece solo las cosas buenas que da la vida.

    III

    PRESENTACION

    Se habrán desterrado las brujas y los fantasmas e inventado la luz artificial ó la informática, pero jamás podremos negar la cruz de nuestra parroquia. La misma que nos enseña, que la moral y el estilo de vida modelo, de nuestros antepasados quizás sean modificables, pero nunca deberán ser sustituibles, ni mucho menos desechables. Ya que es menester, que la moral nunca esté de pleito con las normas religiosas sanas y con las buenas costumbres sociales. Es remarcable la solidez con que la gente norteña de mi país, honra a la familia, al trabajo, a la educación y al ser humano. Considerando religión un extracto del verdadero amor y todo lo que éste conlleva. Por ello ha sido mi intención con ésta obra, honrar todo lo honorable de mi familia, de mi tierra y de mi ser, sin dejar de reconocer lo inconcebible, impráctico e inconveniente. Mostrando principalmente todo lo que pueden forjar siete generaciones de una familia norteña mexicana a lo largo de ciento veinte años. El nacimiento de éste mi segundo hijo se planeó en Colorado, se engendró vía probeta en Rhode Island y se confirmó en un avión viajando hacia California, en un día de Acción de Gracias, para agradecer junto a mi hijo mayor, todo lo que la vida nos ha permitido experimentar. Desde hoy, durante esta fecha tendré otro buen motivo para ponerle más sazón a mi pavo relleno; más sal y pimienta a mi puré de papas y más dulce a mi pastel de calabaza. Celebración que no es originalmente de mi país natal, pero que hemos adoptado mi hijo y yo para dar gracias al país que nos acogió en tiempos difíciles y nos mostró el verdadero rostro de lo que cruzar el Río Bravo significa, con sus alegrías, sus pormenores, y sus tristezas. Educándonos en el significado real que llegan a tener la familia y la patria, para los mexicanos exiliados en suelo desconocido como lo es el vecino país del Norte. Al extrañar y continuar lo verdaderamente valioso de nuestras raíces. Razón que dio lugar a esta maravillosa obra, preservando así, lo que las nuevas generaciones de la familia D’ la Sierra-Beluna y de cualquier familia norteña mexicana, no querrán olvidar. Al mismo tiempo, será la perpetua celebración de tener la dicha de llevar un pedacito de cielo mexicano al mundo. El mismo que dará a conocer a los lectores, cómo la posibilidad fallida de una justa política, dio lugar al principio de una

    maravillosa e increíble historia de amor de finales del siglo XIX, que inicia en San Pablo, población fundada a la orilla del río Maga, en el estado norteño mexicano, cerca de Cd. San José, la ciudad capital mundial de la minería en el siglo XVIII y segunda ciudad más importante de ese entonces, en el Estado Grande. Obligando las circunstancias, a los patriarcas del clan D’ la Sierra-Beluna, a emigrar dentro del mismo estado, abandonando San Pablo, su lugar de origen, para continuar dicha historia a ciento veinte kilómetros hacia el Suroeste de dicha entidad, en San Juan del Sol, para de ahí diseminarse por el mundo. San Juan Del Sol, lugar paradisíaco intrincado en la profundidad de la montaña chihuahuense, donde sus personajes viven una aventura tras otra, guiándose por su gran fe en Dios y en la vida, por el respeto a sus progenitores y sobre todas las cosas, por una devoción y una pasión al trabajo, a la familia y a la religión, como pocas veces se viera por esos lugares. Usada esta última, por los malos de la familia D’ la Sierra-Beluna, como un escudo donde se protegen obligadamente, los más bajos instintos en el hombre y se cometen las más crueles acciones hacia la mujer, los cuales son perfectamente bien disimulados con el pretexto sagrado que su moral en uso le exige al sexo masculino. Donde su ignorancia unas veces o sus ingenuas buenas intenciones las otras, les lleva a cometer los más inverosímiles atropellos a la dignidad humana de sus compañeras de vida. Todo en aras de preservar sus genes ó lograr fortuna, poder ó respeto en la sociedad. La Casa Grande de los D’ la Sierra-Beluna, donde todos los hombres nacen con algún don celestial y las mujeres con la gracia divina en algún oficio, pero sobre todo en la cocina. El amor, el buen ejemplo y el respeto a la familia, aprendidos de sus padres, son la mejor arma de los hermanos D’ La Sierra-Beluna, para enfrentar la vida. Papá Josué, como el gran talabartero que él es, acompañado de Mamá Abela, que es el amor de su vida y hombro a hombro con sus herederos; entre bromas, pieles, plata, oro, entresijos, reliquias, bromas y delicados aromas con puntadas, afanes, fe, especias y amores, ellos sazona sus sinsabores.

    CHAPTERS 1-10

    CAPITULO 1

    UN AMOR A TODA PRUEBA

    1894-1910

    ¡Ay Chihuahua! ¡Cuánto apache…cuánto indio sin huarache!……dominio público

    Además de su recia pero noble personalidad, Don Chémale D’la Sierra, alto, corpulento, bien parecido, de tez blanca, ojos aceitunados, cabello castaño claro y lacio, mirada alerta. Tenía una amplia sonrisa que derretía a cualquiera y su 1.80 m de estatura, lo hacía un hombre atractivo para el sexo opuesto. Pero sobre todo con un sentido de la justicia muy marcado, seguidor infatigable de los ideales Juaristas. Amaba y respetaba a su familia por sobre todas las cosas. Sentía un gran amor por su gente. Por lo mismo, deseaba representarle en la alcaldía de su pueblo. Como hombre de grandes ideales, Don Chémale confiaba en que ya una vez alcanzando un escaño político, podría cumplir los anhelos de sus padres, de ver a sus herederos pugnando por leyes justas para los trabajadores del campo, enseñando más párvulos a leer, a escribir y llevando la igualdad a su pueblo, con miras a en un futuro, alcanzar un asiento en el gobierno federal o en el estatal, para lo que contaba con el entero apoyo de su suegro y las conexiones políticas de éste. A pesar de la dura oposición de un pequeño grupo de terratenientes y ganaderos de la región. Las cosas pintaban tal y como se lo había mencionado su amigo y colaborador personal, Sófocles. Así que a partir de ese momento, semana a semana, minuto a minuto, Don Chémale tendría su mente ocupada solamente en planear su campaña política, la cual iba viento en popa. Era tiempo de decidir quién sería el candidato favorito a la alcaldía de San Pablo. Por ello, él finiquitaba los detalles de la que pintaba ser una de las contiendas electorales más reñidas de la historia política para la alcaldía de San Pablo. Sófocles le había confirmado días antes, sus presentimientos de que su partido ganaría las elecciones para alcalde, pues Don Chémale contaba con el voto popular mayoritario, para los comicios electorales del año 1894 en San Pablo.

    Siendo nieto de una pareja oriunda del país más aficionado al toreo en todo el mundo. Don Chémale, desposado con Sara Beluna, de respetada familia mestiza, originaria del lugar, ella de posición económica solvente, dicha comodidad les había venido a Sara y a su familia de la habilidad para el comercio que mostraba Don Jacinto el padre de Sara, quien había tenido desde muy joven, semejante talento, al vender de todo, desde vacas hasta maíz, jabones, martillos, zapatos, quesos, sartenes, telas, cremalleras, hilos y de toditito. Comerciante muy querido entre los pueblerinos y con creencias católicas arraigadas éste. Mientras tanto en la iglesia local de San Pablo, durante la misa diaria del mediodía……–Queridos hermanos, como es bien sabido por todos nosotros, no hay nada que pueda contener el entusiasmo de los hombres que permanecen en el mundo. Para preservar sueños exorbitantes de poder, de gloria, de justicia, de vanidad, de humildad o de fe. Muchos de ellos tomando en cuenta el amor a ellos mismos, a sus familias y a la humanidad. En oposición a aquellos que solo creen en la ambición desmedida, la lujuria, la envidia y el desamor. Finalmente, heredado todo este proceder, de la sociedad o de sus progenitores. Los primeros, natural o accidentalmente dejan este mundo, otras veces, debido a la turbia decisión de los traidores. Siendo éstos últimos los que no tendrán cabida en el reino de Dios, porque Dios es todo amor y la decisión de cuándo uno de sus hijos abandona este mundo, le pertenece solamente a él–finalizaba el sacerdote su sermón del día. Siendo la parte final del sermón lo que más atentamente había escuchado Sara y que sin entender porqué, le hizo erizar la piel. Como buena cristiana, Sara asistía a diario a escuchar la santa misa. En recuerdo de los principios católicos que su madre le había inculcado desde muy pequeña y con ellos, su amor y su devoción a la virgen María. Treinta y dos años de matrimonio cumplidos ya. No sabía Sara si aceptar aún la vocación política de su marido. Para ella la religión de un pueblo y la política debían avanzar separados como el verano del invierno. Eran ya finales del siglo XIX y no se veían venir cambios importantes para administrar la política del país azteca, según le había oído decir Sara a su marido, hombre noble y muy experimentado en las cosas del gobierno. Sin embargo el gran amor y fidelidad que Sara le había profesado a su pareja, ante Dios desde hacía poco más de tres décadas, no iba a destruir su vida de casados sólo por la política. Ella no se explicaba porqué, pero nunca se había sentido segura de que su compañero de vida, anduviera en la política. Finalmente, Sara había decidido que sus dudas no iban a hacer que le fallara ahora a ése hombre, quien además de haberle dado cinco preciosos hijos, tres varones y dos hembras; tenía fuertes ideales de justicia para su pueblo. Su deber como buena cristiana era apoyar a su marido hasta el fin, a pesar de su oposición, de sus extraños presentimientos y de su ofuscación. Ella se había prometido que ese amor bonito entre ella y su marido, debía ser un amor a toda prueba. Don Chémale, como gran seguidor de las Leyes de Reforma, no quitaba el dedo del renglón en su anhelo de ocupar un día la alcaldía de su amado San Pablo. Pueblo al pie de la sierra; en el umbral de la región serrana del estado más grande en extensión, del país azteca y obviamente, San Pablo era el enlace de la vida citadina con la vida rural de fines del siglo XIX. El pueblo de San Pablo había sido fundado como misión, inicialmente, por los misioneros jesusos, allá por 1640. Al cruzar la puerta de la iglesia, habiendo terminado el sacerdote la celebración de la misa de mediodía, Sara se encontró con su comadre, a quien saludó con un – ¡Buenos días le dé Dios comadrita! – ¡Que día tan triste! ¿No le parece? – preguntó su comadre Austreberta –¿Usté cree? ¿Así le parece a usted comadrita? – respondió Sara sorprendida – ¡Creo que sí comadrita! – fué la respuesta de Austreberta – ¿Cómo está comadre? ¡La veo luego! – Finalizó su comadre Austreberta – Después de terminar de dar el breve saludo a su comadre, Sara sentía que su cuerpo se llenaba de sopor y la preocupación inexplicable que le había invadido en la iglesia aumentó y con ella la prisa de llegar a su casa. La frase de saludo de su comadre, había sido el detonante que hiciera que Sara sintiera un ahogo en su garganta y ganas de correr, algo le llamaba hacia su casa. Se preocupó pensando en sus hijos varones, especialmente en Josué el mayor, quien ya salía a lugares distantes y por lo tanto peligraba más que los dos menores, Sara agilizó el paso deseando poder volar. En el mismo momento en el hogar de Sara…ensimismado en sus pensamientos, Don Chémale no se percató de que la puerta que daba a la calle estaba sin el cerrojo puesto, lo más viable era que el último de sus hijos al salir, hubiera olvidado las estrictas órdenes de su padre en cuanto a la seguridad de esa casa. Nadie lo sabía, pero desde unos minutos atrás, ese hogar se había convertido en las cenizas de la esperanza del pueblo, Sara corrió apresurada, a lo más que daban sus pies. La puerta principal, abierta de par en par en su casa, no era una buena señal, divisó el frente de su casa desde la plaza, pues su hogar estaba justo frente de ésta, sus hijos varones estaban por ahí rondando con sus amigos por los callejones, a sus dos hijas las había dejado ayudando a las damas del Santísimo Sacramento a lavar los ropas de la sacristía y el único que pudiera estar adentro sería su marido. Ella lo conocía perfectamente bien, él era un maniático de cerrar las puertas al entrar, especialmente la de la entrada principal. Era un hábito inmodificable en él, el no permitir que las puertas de su casa estuvieran abiertas, él decía que por ahí salía la buena suerte. Sara había estado muy inquieta durante la reunión del templo antes de la misa, como cuando alguien tiene sabe Dios qué presentimiento, igualmente durante toda la misa. Al entrar al recibidor, Sara vio a su marido tirado en la sala bañado en sangre, su rostro estaba inerte e irreconocible. Sara solo pudo soltar un grito de terror e hincarse para abrazarlo, deseando volverle a la vida. Josué su hijo mayor, quien iba entrando por la puerta trasera de la casa, acudió al escuchar el lamento de su madre – ¡Le han matado hijo! ¡Le han matado a tu padre! ¡Nos lo quitaron! ¡Se nos fue hijo! – gritaba Sara llena de dolor. Los ojos de Josué no daban crédito a lo que veían. Esa escena de su madre abrazando a su padre con su blusa toda salpicada en sangre, le parecía algo irreal. Josué sintió desmayarse pero tuvo que sacar fuerzas, no supo ni de donde, para ir en auxilio de su adorada madre quien estaba convertida en un guiñapo de dolor. Lauro el menor de los hermanos acudía a saber qué estaba pasando– ¿Pero qué pasa? ¿Porqué llora así mi ma…ma…macita Josué? – preguntaba Lauro al mismo tiempo que se daba cuenta de lo sucedido, optando, ni tardo ni perezoso en correr a dar aviso al señor cura quien se encontraba en la iglesia.

    Lardo contaba chistes a sus amigos, muy entretenido en la plaza de San Pablo antes de llegar a su casa para la hora de los sagrados alimentos – Haber el chiste que nos quedaste debiendo Lardo – le reclamaba uno de sus amigos – Se los voy a contar rápido; porque mi papá me espera para la comida – dijo Lardo …

    Estaba un turista recorriendo los bellos rumbos de un poblado rústico, en una colonia de la Nueva España; en eso, ve a un campesino tirado a la sombra de un árbol, descansando con sus piernas cruzadas y elevadas, apoyadas sobre el tronco del árbol. El foráneo se le acerca y le busca conversación: ¡Hola amigo, ¿Cómo estar usted? ¡Muy bien jefecito, aquí descansando! contesta el campesino ¡Decirme! ¿por qué usted no trabajar más sus tierras? pregunta el turista ¿Y cómo po s pa qué oiga? quiso saber el campesino Así usted tener grandes cosechas y vender más aclaraba el turista ¿Y cómo po s pa qué? insistía el campesino Así usted poder ganar más dinero y comprar ganado seguía informando el turista ¿Y cómo po s pa qué oiga? continuaba terco el campesino Con el ganado hacer reproducir y vender y ganar más reales no se cansaba de informar el turista a su interlocutor ¡Ah que caray! ¿Y eso cómo po s pa qué oiga? preguntaba el pobre hombre Así, usted poder tener casa bonita, vivir tranquilo y descansar finalizaba el gringo ¡Ah que caray! ¿Pos qué stoy haciendo eh? informaba finalmente el despreocupado campesino al curioso turista

    – ¡Ja! ¡ja! ¡ja! tu siempre con tus ideas ¿P’os de ’onde urdes tanto eh?–Le preguntó uno de sus amigos a Lardo–Pos’los chistes llegan solitos y sin avisar vieran–contestó Lardo, sin saber que esa sería la última carcajada realmente felíz que él soltara en su vida, las demás estarían ensombrecidas a partir de ese momento–¡Lardo! ¡Lardoooooooooo!–se escuchó el llamado desesperado de su hermano Lauro, quien había aparecido lloriqueando en la esquina de la plaza ¡Co–co–co–rre! ¡Co–rre Lardo que han ma–ta–do a nuestro señor padre!–le anunció su hermano Lauro– ¿Qué dices Lauro?–preguntó un asombrado e incrédulo Lardo– ¡Mi mamacita está muy mal! yo voy a avisarle al Señor Cura. ¡Tú ve con ella!–le advirtió Lauro a su hermano– ¡Espera! ¿Estás seguro? Pero ¿Quién fué? ¿Cómo pasó? ¿A qué horas? ¡Pe–pe–pero no puede ser!–balbuceó Lardo incrédulo, dirigiéndose hacia la casa de sus padres, acompañado por sus amigos– ¡Señor cura! ¡Señor cura!¡Corra vaya a darle la extremanción a mi padre ¡Por favor!–gritó Lauro exhaltado, lloroso y hablando entre sollozos–¡Mira que con eso no se juega muchacho! ¡Tanto que les he dicho que eso es sagrado y no se utiliza para sus bromas! y se dice extremaunción y ésta se da solo a los moribundos y yo vi muy sanito a tu padre esta mañana al cruzar por la plaza. ¿Cuándo irán a aprender ustedes los jóvenes sobre las cosas de Dios, a no usarlas para bromear? Pe…pe…pero ¿Estas llorando? ¡Haber Lauro! ¿Qué…qué…qué te pasa hijo?–investigó sorprendido el señor cura– ¡Ya se lo di-je! ¡Mi pa-dre ne-ce-sita la santa extremanción!–volvía a informar Lauro– ¡No! ¡No no puede ser! ¡Tienes que estar bromeando ¿Verdad?–se sorprendía incrédulo el señor cura–¡No Señor cura! ¡No es un juego!–Lauro se echó a llorar de forma tan estridente y tan sentida, que al señor cura se le fué la sangre hasta los talones y fué cuando se dió cuenta que Lauro no bromeaba–¿Cómo?¿Qué has dicho hijo?–preguntó de nuevo incrédulo y asombrado el señor cura–Si padre, yo mismo oí cuando Josué le prometió a mi padre al cerrarle sus ojos, que eso no se quedaría así, que él iba a lavar esa afrenta y tengo miedo de que le maten a Josué también padre. ¿Qué hacemos para evitar que también dañen a mi hermano?¡Hay que hacer algo padre!–le dijo Lauro todo tan acelerado, que el pobre muchacho estaba a punto de que le diera una crisis de nervios, tanto que el sacerdote le tuvo que sacudir fuertemente y mojarle la cara con agua fría de la fuente del patio, para hacerle reaccionar. Lo llevó a la cocina y le dio una tizana de pasiflora para calmarlo– ¿Te sientes mejor Lauro? ¡Cuéntame! ¿Qué ha pasado? ¿Quien fué hijo?–interrogaba más sorprendido aún el religioso–No sabemos padre, mi señor padre estaba solo en la casa, mi mamacita lo encontró tirado en el recibidor, con una bala en su frente y envuelto en un charco de sangre, ella iba de regreso de aquí de escuchar la misa de usted padre ¡Nooooooo! ¡Nooooo! ¿Porqué a él padre? ¿Porqué?–se quejaba Lauro destrozado–El sacerdote abrazó a Lauro llorando, al ver el sollozo que salía del alma del pobre muchacho, quien había sido tan buen hijo y que adoraba a su padre. Según había podido atestiguarlo el mismo sacerdote, por largas pláticas que tenía con la familia, cada domingo que Sara le invitaba a cenar en su casa cuando el religioso estaba en el pueblo, o cada cuatro años que era lo que el sacerdote se tardaba para regresar de cada gira que daba por las rancherías de la región. Ya que sus recorridos eran a caballo, pero algunas veces debía continuar a pie por varios días, debido a las condiciones tan agrestes del camino. Esa familia había sido para el sacerdote, como su propia familia desde hacía varios años. Muy creyentes y muy serviciales. Además de la fama de honrado y trabajador que Don Chémale se había ganado a pulso. Recordaba devastado el pobre señor cura–Esas cosas pasan porque como dije hoy casualmente en la homilía; son unos traidores, envidiosos–dijo enfadado y en voz alta el religioso– ¿Cómo padre? ¿Pero usted también sabe quién fue? yo no sé cómo le hizo para darse cuenta, pero nuestro hermano Josué dijo lo mismo que usted, dijo que él sí sabe quién fue–recordaba Lauro la escena de cuando su hermano mayor había visto tirado el cuerpo inerte de su padre– ¡No hijo por Dios! no lo repitas una vez más, ni tu hermano ni yo sabemos con certeza, pero no es difícil imaginarnos. Tú sabes quienes eran sus enemigos políticos hijo–afirmó el sacerdote– ¿Cómo padre? ¿Quiere decir usted, los hacendados y ganaderos de la región, que no le querían?–Preguntó Lauro– No lo vuelvas a repetir hijo, que no quisiera que te dañaran a ti también si se enteran. Son solo suposiciones, la verdad no es fácil de conocer en estos casos. Pero tu hermano Josué es inteligente y pensó igualito que yo. Hablaré con él para que se tranquilice y le haré saber que la venganza no es buena y que no es lo que Dios pide de nosotros en estos casos. Ustedes solo deben de pensar en cómo apoyar a la santa de tu madre, mira que los va a necesitar y mucho. Ahora, termina tu tizana hijo, para que vayamos a ver a tu pobre madre, debe de estar destrozada ¡Que Dios nos ampare! ¡Sí! hablaré con tus hermanos y muy seriamente, no quiero que vayan a perder la cabeza–repuso decidido, triste y nervioso el señor cura, secándose las lágrimas muy sinceras que brotaban de sus ojos, ya que si alguien había conocido a Don Chémale y a su familia, era él– ¡Anda!¡Vamos hijo! Que tu madre y tus hermanos nos necesitan–dijo el sacerdote cabizbajo y desconcertado, dirigiéndose a Lauro–En casa de la comadre Austreberta……–¡Viejo! ¡Viejo! ¡Deja todo para otro día viejo! Vamos a consolar a mi comadre Sara, que dizque mataron al compadre Chémale de un balazo. Corre viejo vamos a ver a mi comadrita, la pobrecita se debe de estar muriendo de dolor–salía la comadre Austreberta a encontrar a su marido, quien llegaba de la labor–pero ¿Cuándo fue eso viejita?–quería saber el absorto compadre– ¡No lo sé! ¡No sé nada! ¡Corre viejo vamos!–Hecha un mar de lágrimas, llegaba Austreberta acompañada de su marido Leonicio a la casa de sus compadres–Ansina, ansina mero comadre, como se lo dije a Austreberta mi mujer, ya todos sabemos quien se llevó al compadre y por vida de Dios que usted y yo sabemos que nadie se va de este mundo sin pagar las que debe y quien hizo esto lo va a pagar comadrita. Sepa usted que nos puede mucho lo sucedido con mi compadrito y estamos aquí pa’ acompañarla. ¡Aquí estamos pa’ lo que se ofrezca comadre!–Abrazaba Leonicio a su comadre Sara, confortándola. Los dos lloraron abrazados la pérdida de su amado Don Chémale–Sara sabía que sus compadres Leonicio y Austreberta eran como hermanos para ella y para su marido. Horas más tarde, ya repuestas de la gran sorpresa por la muerte de su padre, Enriqueta y su hermana Soledad, atizaban el anafre para ofrecer café a los dolientes que habían llegado a darles el pésame y a acompañarles en su dolor. Su madre Sara había quedado privada por la impresión y justo había salido de sus aposentos donde trataba de recuperarse. Ya los buenos de sus vecinos lidereados por el Dr. Sebastián de Juan María Beluna, por el compadre Leonicio y por la comadre Austreberta, se hacían cargo de preparar el cuerpo del difunto y de todos los preparativos para el velorio y para el entierro. Después de que se realizaran los trámites legales pertinentes. Llegaba Don Anacleto, el alcalde de San Pablo, a dar el pésame a la familia y dispuso que se isara el lábaro patrio a media asta durante tres días, ya que Don Chémale D’ la Sierra por ser el candidato con más simpatías dentro de la justa electoral para la alcaldía; pasaba a ser héroe de la comunidad y así se lo hizo saber a la viuda Sara–Estamos a las órdenes suyas y de la familia señora. Inclusive creemos que donde le corresponde ser velado al cuerpo de su marido, es en las instalaciones de la alcaldía de nuestro pueblo doñita, pero esa decisión le corresponde a usted y a su familia solamente–finalizó la autoridad–Es usted muy amable señor alcalde pero prefiero que le demos la despedida en su propia casa, estoy segura que es lo que a mi difunto marido le hubiera gustado. Aquí con sus hijos y con sus seres más queridos. Si a usted le parece señor alcalde–dejó en claro la viuda haciendo acopio una vez más de humildad, la cual, como buena cristiana era muy común en ella–Será como usted lo decida señora D’ la Sierra y en cuanto a las averiguaciones del crimen, ya nos estamos encargando y le haremos saber del desarrollo de las mismas mi señora. Con su permiso, estaremos pendientes de acompañarles en el velorio y en el funeral y por favor háganos saber si en algo podemos serle de utilidad señora–hizo notar el alcalde– ¡Se agradece señor alcalde! ¡Se agradece! ¡Qué Dios les bendiga por ser ustedes tan buenos!–le despidió la viuda al alcalde y a sus colaboradores, agradecida por tantas atenciones–Hasta el micifús de la casa había empezado a extrañar a su amo, ronroneaba por los rincones y no había comido en todo el día el tierno minino. Enriqueta y Soledad ayudadas por Lardo y Lauro terminaban de moler en el molino, cerca de diez tolvas del nixtamal que habían hecho por la mañana, luego, se aplicaban a sacar testales en el metate, para que sus amigas las hijas de la comadre Autreberta les ayudaran a tortear para los deudos que estarían llegando todo el día de las rancherías vecinas, a darle el último adiós al autor de sus días. Mientras sus amigas amasaban y cocían las tortillas, las dos hermanas iban avanzándole a pelar el chile que habían tatemado junto al tomate y a la cebolla, para moler la salsa en el molcajete. De los ranchos vecinos, algunos les habían traído como regalo de consolación, ristras de chile ó pan ranchero, otros llegaron con tamales, algunos habían llegado con algún animalito o una planta y otros más hasta con dinero, como se acostumbraba por la región en esos casos, en los funerales. Cada noche en esa familia, por tradición, todos se arrodillaban a rezar el santo rosario en latín, no sin antes los hombres descubrirse la cabeza como señal de respeto. Las mujeres usaban chales si eran mujeres mayores. Las señoras de mediana edad, estaban permitidas cubrirse con un velo o con una pañoleta negra. Siendo muchachas, usaban sus sevillanas para cubrirse el pelo. A las niñas les era suficiente con un pequeño velo blanco de encaje transparente. Los últimos nueve rosarios serían especiales, pues formarían parte de el novenario que se ofrecería por el eterno descanso del alma de Don Chemale. La comadre Austreberta y las damas del Santísimo Sacramento dirigían el sanctum rosarium, en latín y algunos cantos sacros para acompañar…

    –In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen. (En nombre del Padre del hijo y del Espíritu Santo. Amén)

    Credo in Deum Patrem omnipoténtem, Creatórem cæli et terræ. Et in Iesum Christum, Fílium.

    eius únicum, Dóminum nostrum, qui concéptus est de Spíritu Sancto, natus ex María Vírgine, passus sub Póntio Piláto, crucifíxus, mórtuus, et sepúltus, descéndit ad ínfernos, tértia die resurréxit a mórtuis, ascéndit ad cælos, sedet ad déxteram Dei Patris omnipoténtis, inde ventúrus est iudicáre vivos et mórtuos. Credo in Spíritum Sanctum, sanctam Ecclésiam cathólicam, sanctórum communiónem, remissiónem peccatórum, carnis resurrectiónem, vitam ætérnam. Amen.

    (Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del Cielo y de la Tierra. Creo en Jesucristo su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; nació de Santa María Virgen; padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos; subió a los cielos y está a la diestra de Dios Padre; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica, la comunión de los Santos en el perdón de los pecados la resurrección de los muertos y en la vida eterna.… Amén)

    –Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto. (Gloria al Padre, al hijo y al Espíritu Santo)– iniciaba la comadre Austreberta–

    –Sicuterat in principio, et nunc, et semper, et in saecula saeculorum. Amen. (Así como era en un principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.)–

    respondía el grupo de acompañantes.

    ¡Que descanse en paz nuestro hermano Don Chémale!–

    Concluyó la comadre Austreberta–

    ¡Así sea!–

    Se escuchó el clamor de los dolientes. Para terminar el rosario con un…

    Ave María Purísima–

    De la comadre Austreberta

    –Sin pecado original concebida–

    Daban los participantes por respuesta final. Estaba la casa tan sofocada, la gente ya no cabía de tantos dolientes que deseaban darle el último adiós a Don Chémale. El pueblo entero deseaba despedirse de su líder. Los rezos se habían escuchado muy difícilmente, ya que las plañideras no cesaban de llorar. Lauro había escuchado que esas señoras todas vestidas de negro, que enredaban sus cabezas en un chal negro de gasa, que lloraban tan quejumbrosamente y que casi le reventaban los tímpanos, habían sido contratadas por la comadre Austreberta para llorar el tiempo que el cuerpo de Don Chémale estuviera expuesto. Pues la comadre Austreberta decía que en caso contrario se pensaría que su padre no había sido querido lo suficiente. ¡Además! Las plañideras solo cobraban a peso el día. Lauro pensaba que ya su padre era de por sí suficientemente querido como para necesitar de esas señoras y así se lo hizo saber a su santa madre–La respuesta de Sara fue determinante–¡Hijo mío! yo quisiera poder complacerte pero no podemos ir en contra de nuestras costumbres ¿Qué va a pensar la gente si no aceptamos lo que ellos tan de buena disposición traen para confortarnos?–Aclaró Sara–Voy a tener que usar unos tapones para los oídos madre, yo no aguanto ese clamor–Aclaró desesperado Lauro–Se que no será fácil hijo, pero te pido unas horas de paciencia, solo las que faltan para poner a tu padre a descansar ¡Por favor hijito!–pidió la atribulada madre–¡Está bien madre!–aceptó Lauro obediente, dándole un abrazo a ésta como si quisiera transmitirle todo su dolor para no sentirlo él, pero al mismo tiempo tomar todo el dolor contenido en su madre, para que no sufriera ella–Al siguiente día…–No se me desvalorine comadrita, tómese éste tecito de azahar pa’ que agarre juerzas ¡Ande! mire que estuvo toda la noche velando y todavía le queda un largo trecho para poner a su viejo a descansar y va a necesitarlas–Apareció la comadre Austreberta con un jarrito de barro con líquido humeante que traía para reanimarle–Y usted Lauro ¡Corra! vaya a la cocina m’ijito, a que coma algo, traje unas torrejitas de carne que me cocinó mi hermana Albanita y ahorita llegan mis hijas con el pozole de gallina que le mandé hacer a Doña Panuncia y el pan de anís que la familia de mi hermano Tarcisio está horneando, estará listo para más tarde–Animó la comadre Austreberta a Lauro–¡No! ¡No tengo hambre! ¡Gracias! –Repuso el joven Lauro– ¡Debe de comer! ¡Ándele m’ijo! aunque no tenga ganas, mire que necesita darle ánimos a sus hermanos, el pobre de Josué está que todavía no lo cree y Lardo, espero que no le entre duro a la tomada de puro dolor ¡Vamos m’ijito venga conmigo!–Le insistió Austreberta a Lauro de nuevo–¡Gracias comadre! mire que nadie nos cuida como usted–agradeció Sara–Las hermanitas del Santísimo Sacramento salieron un rato, pero están por llegar, ellas dirigirán los rezos para mi compadre el resto del día, comadrita, usted no se afane, peo tampoco se desafane, descanse y déjenoslo todo a nosotras ¿Eh?–Informó la comadre Austreberta–¡Gracias comadre! ¿Qué haría yo sin ustedes? ¡Usted y sus hijas son tan buenas con nosotros!–se chiqueó la viuda con su comadre–¡No se me achicopale comadrita, mire que pa’ eso estamos–fue la decidida respuesta de su comadre–Voy a darle de comer a su socoyote Lauro y regreso pa’ que luego usté se acerque a la mesa. Tómese su tecito comadre. Luego voy por Lardo y Josué para llevarlos a comer–hacía saber la comadre Austreberta a Sara– ¡Padre! Padrecito! ¡Venga por favor! vaya a la plaza padre, que los muchachos de un bando y de otro se están peleando–entró a la casa del finado, como un remolino, una de las hermanas del Santísimo Sacramento que venía de preparar todo en la iglesia para la misa de exequias de Don Chémale, al día siguiente–¿Cómo que peleándose? ¿Pero de qué bandos hablas mujer?–Preguntó el padre incrédulo–Saliendo el religioso disparado, para ver qué podía hacer para apaciguar tal enfrentamiento. El padre se encontró con que los simpatizantes políticos de Don Chémale, de la gente del pueblo y los simpatizantes foráneos del contrincante de éste, se habían hecho de palabras porque ya todo el pueblo comentaba que la muerte de Don Chémale solo podía deberse a una traición de los contrarios de las comunidades vecinas, para ganar en los comisios electorales. Era una traición que el pueblo alebrestado como estaba; no podía tolerar. La llegada del religioso al lugar, empezó a calmar la situación– ¡Paz! ¡Paz entre los hombres! Pero ¿Qué les pasa a ustedes? ¿Dónde se les quedó lo que tanto les he repetido de que con venganzas y rencores nada se soluciona? Si no atienden a mis súplicas después de recordar lo que han escuchado tantas y tantas veces en la casa del Señor y desean matarse ¡Háganlo! pero no sean tan porfiados, no lo hagan a media plaza donde puedan lastimar a las mujeres y a los niños. ¡Rétense a duelo por allá por las orillas desiertas y si desean ver a más hijos, mujeres y madres solas llorando y sufriendo, ya un día le presentarán cuentas Dios nuestro Señor, pero en caridad de Dios no lo hagan aquí, al menos tengan un poco de respeto para esta pobre familia y su sufrimiento! ¡Hombre!–Añadió el sacerdote visiblemente alterado. El regaño del sacerdote, por lo menos temporalmente había hecho efecto y se habían separado los dos bandos, no sin antes proferirse toda clase de insultos y maldiciones. Esa noche, empezaron a llegar al velorio la esposa y los hijos de Tata Cura, hermanos de Abela, la joven que siempre le había robado el corazón a Josué. Aunque su verdadero nombre era Sebastián de Juan María, Tata Cura era el apodo que recibía el padre de Abela, ya que éste era un verdadero cura, mestizo, muy preparado, aparte de estudiar en los mejores colegios de los religiosos más reconocidos educacionalmente en la capital del país azteca y parte en el extranjero. Se había recibido de médico y había completado estudios superiores en ingeniería y administración. Habiendo hecho sus votos de pobreza, obediencia y castidad, como lo mandaba la santa iglesia. Después de permanecer varios años viviendo bajo el protocolo de la iglesia. Un buen día decidió que la verdadera iglesia de Cristo no le impediría ejercer su apostolado de amor a sus semejantes, mezclando su amor por Dios con su anhelo de formar una familia. Tata Cura había pensado que podía ser feliz casándose y cumpliendo su misión como evangelizador de Jesucristo al mismo tiempo. Asunto que había tratado con su confesor y consejero espiritual en la casa cural donde estuvo asignado. El cual le aconsejó que si deseaba casarse, lo único que podía hacer era colgar los hábitos, porque el tribunal eclesiástico jamás le concedería la dispensa para abandonar sus votos de celibato, por razones que iban en contra de los preceptos eclesiásticos. Después de analizarlo por varios meses, Sebastián de Juan María decidió seguir los designios de su corazón y no le importó ser considerado un rebelde. Era así como había pedido una dispensa papal Ad referéndum a través del señor obispo de su diócesis y ésta le había sido denegada. Sebastián de Juan María pensaba que esa decisión había sido tomada a priori, pues al final, él estaba en desacuerdo con la decisión de sus superiores respecto a su petición–¡Les acompañamos en su profunda pérdida comadre!–Dio el pésame el Dr. Sebastián de Juan María Beluna, a una inconsolable Sara, seguido por su esposa Mariquita de la Luz, quien abrazaba a la viuda como deseando poder desaparecer el sufrimiento a la mujer que ella estaba casi segura, sería su futura consuegra, ya que el afecto que existía entre Abela y Josué, los hijos de ambos, era algo más que simple amistad, eh ahí donde se había originado el compadrazgo entre ambas parejas–Te acompañamos en tu pena comadre y haznos saber cómo podemos aliviar un poco este dolor tuyo y de tus hijos amiga–Dijo Mariquita de la Luz, dirigiéndose a la viuda–¡Gracias compadres! ¡Cómo ustedes verán, aquí hay muy poco que se pueda hacer!–contestó Sara con el rictus de dolor impregnado en su rostro–No deje de avisarnos que podemos hacer por usted comadre y le hago saber de antemano que hacemos nuestro el dolor de su familia–le hizo saber el Dr. Sebastián de Juan María a la viuda–¡Gracias compadre! Ya lo hacen, acompañándonos–Agradecía Sara–no cabe duda que el lema de ésta generación será per amare ut mea patriam–expresaba Sebastián de Juan María–¿Y eso qué es compadre?–deseaba saber Sara–por amor a mi patria–era la respuesta de el compadre–debe ser compadre, debe ser–se conformaba Sara–A otro día…el templo estuvo muy concurrido, celebrada la misa por el padre Gabriel de San Martín, quien de la pena que le invadía, había momentos que creía no podría continuar, debido al dolor tan grande al saber que ya no vería más a su amigo Don Chémale y de saber el sufrimiento de la familia de éste. Todo el pueblo acompañaba a su líder a su última morada. Las flores silvestres ya no cabían en la tumba. Los deseos de resignación y de consuelo no se hicieron esperar para la familia del difunto–Sé que así como Dios te envió ésta pena, así mismo te enviará su fortaleza hija–trataba de consolar el sacerdote a Sara–Gracias por todo su apoyo moral padre, es solo mi fe en Dios lo que me hace estar de pie. Mis hijos y mi fe, no hay más padre–tranquilizaba una desolada viuda al religioso–Como su hijo mayor, le acabo de prometer a mi padre que es mi deber limpiar el honor de esta familia–daba a conocer Josué a su madre– ¡No hijo! ¡Eso no sería aceptado por Dios!–no diga más madre, no será aceptado por Dios, ni es lo que yo deseo, pero como usted bien sabe, es la costumbre madre, además no seré yo quien haga semejante desaire a mi padre y usted lo sabe. Sé que si aún viviera, él aprobaría mi decisión–ponía el hijo suavemente su mano sobre la boca de su madre, para evitar que ésta dijera nada más. Dos días más tarde, apenas pasado el sepelio de Don Chémale, se rumoraba que había tenido lugar una reunión en la alcaldía de San Pablo, entre el mismísimo alcalde y los hermanos del supuesto asesino de Don Chémale D’ la Sierra ¡No había duda! El alcalde era un vendido, aunque simulase lo contrario. Se decía que en sus propias narices se había fugado el asesino de Don Chémale, sin que éste tomara ningún tipo de acción. Lo que terminó de enfurecer a Josué, obligándolo de esa manera a tomar una de las decisiones más fuertes e importantes de su vida– ¿Será andancia lo que trays hijo? Si andas con temperatura debe ser empacho, te haré un té de babisa con canela, semillas de linaza, manzanilla y corteza de mezquite hijo, esa bebida es cuanto hay que ver pa’l empacho. Con tantas emociones juntas que últimamente hemos tenido no es raro que alguien enferme–le confirmó Sara a Lauro su hijo menor–yo creo que sí amá, voy a necesitar su tizana–aceptaba Lauro. Se oyó el borchincho que hacían los muchachos a un lado de la plaza y entre todas las voces sobresalía la de Lardo…

    – ¡Ay qué suerte tan chaparra! ¿Hasta cuándo crecerá? ¡Vámosle poniendo zancos! ¡A ver qué pasitos da!

    Decía Lardo a sus amigos, logrando las risas de toda la palomilla presente–El señor cura cruzaba la oscura plaza esa noche, venía de darle una vuelta a la familia del difunto Don Chémale– ¡Unos reales!¡No están mal unos reales! Yo por esa cantidad si me aviento el trabajito–Escuchó decir a uno de los muchachos del pueblo que le apodaban El Resortes porque era el más certero y más rápido de toda la región en el tiro al blanco, no había quien le ganara a él en el manejo de las armas, era un tipo de cuidado ¡Además! le debía muchos favores a los hijos de Don Chémale, especialmente a Josué. El sacerdote lo sabía y sintió que se le erizó la piel al escuchar semejante cosa– ¡Buenas noches te dé Dios Resortes! –saludó inquieto el padrecito– ¡Buenas noches tenga usted señor cura!–contestó al saludo muy entusiasmado el muchacho, acercándose a besarle la mano al religioso–Te escuché que decías algo hijo ¿Era para mí?–preguntó amablemente el Señor cura–No Señor cura, no me haga caso, hablaba solo– ¡Ten cuidado hijo! porque dicen que el que solo se ríe de sus maldades se acuerda. Espero que no hayas olvidado las enseñanzas de la santa de tu madre que en Gloria esté–le sermoneaba el religioso al muchacho–¡No padre!¡No!¡Cómo cree! mi patroncita no se me olvida–acertó a decir el joven–¡Está bien!¡Ve con Dios hijo!¡Que el Señor y todos los santos te protejan!–le bendijo el sacerdote y se despidió dando unas palmadas afectuosas en el hombro del muchacho, como queriendo hacerle reflexionar de sus palabras–El religioso se alejó pensativo, conocía bien a Resortes y sabía de qué barbaridades era capaz, él clérigo acostumbraba hacerle caso a sus presentimientos y no sabía porqué, pero algo no le olía bien. Pensó en hablar con Josué a otro día.

    –Un campesino baja al pueblo con su caballo, y lo amarra frente a la estación de policía y al amarrarlo, el animal se ensucia en la banqueta del lugar y al verlo, un gendarme le dice al campesino: "– ¡Oiga compa! daré parte de esto al jefe–El campesino le contesta– ¿Y porqué nomás una parte? ¡Si quiere déselo todo, que a mí, de nada me va a servir!"–

    Sin querer, el Señor cura había escuchado el chiste de Lardo, quien seguía ahí, matando su pena por la muerte de su padre rodeado de los jóvenes del pueblo–¡Hay hijo! quien tuviera tu gracia y tus ánimos para tanta broma–rió divertido el señor cura, moviendo la cabeza, incrédulo de lo bien que Lardo estaba superando su pena–Lardo hazle saber a tu hermano Josué que mañana lo quiero ver por la iglesia, despuesito de la misa de la tarde–pidió el religioso a Lardo–¡Descuide señor cura!¡Así lo haré–afirmó Lardo obediente–¡Que Dios los guarde hijos, que se queden con él!– se despidió el clérigo de la muchachada–¡Vaya usted con él, padrecito!–contestaron a coro muy respetuosos los muchachos, levantando su sombrero en señal de respeto a la sotana, quienes entre broma y broma veían caer cada tarde cálida de inicios de la primavera, en ese pueblo de San Pablo, que después del trabajo en las milpas o de arriar todo el día las manadas de ganado o de borregos de sus familias y a pleno sol; no les ofrecía mucho al terminar éstos sólo el cuarto grado de primaria. Ya que la escuela no contaba ni con más aulas ni con más maestros. Ya las golondrinas empezaban a llegar a construir sus medios nidos, unidos a la pared, armados con lodo y ramas, bajo los aleros de los techos y se sentía que estaban alargándose los días con la llegada de la primavera. Al igual que en las tierras vecinas, los preparativos para el barbecho iniciaban en la labor de Sara, ya que su marido le había dejado unas tierritas donde siempre sembraba avena, calabazas, frijol, maíz, papa y algunas gramíneas como garbanzo y haba. Ayudada ésta por sus tres hijos, consiguiendo jornaleros que por unos cuantos reales les ayudaban hasta que levantaban la cosecha. Cada año cosechaban suficiente de cada producto para satisfacer las necesidades de la familia todo el año y a la vez vender sus productos a las familias del pueblo y en los establecimientos comerciales de Cd. San José. Era necesario iniciar el barbecho de las tierras que habían sido cortadas, las mismas que se habían dejado descansar la temporada anterior.

    –Debes saber que "Resortes" es más rejego que una mula y no entiende razones, sería en vano hablar con él, por eso estoy acudiendo a ti hijo, para que quepa en alguien la prudencia y se olviden de esa tontería que he escuchado por ahí de tomar en sus manos la venganza de la muerte de tu padre. Ya el culpable está identificado por Dios y lo juzgará él mismo hijo. Te ruego encarecidamente que te olvides del asunto y no sigas con tus planes– suplicaba el sacerdote a Josué–Padre, pero sí, yo…no…–trataba de disculparse Josué sin ser escuchado por el sacerdote–de ser cierto lo que he escuchado por ahí, de ser cierto, repito–volvía a la carga el religioso–¡Olvídese padre! Yo solo cumpliré lo que marca nuestra costumbre en estos casos y eso si lo logro para cuando me vaya–ponía de aviso Josué al religioso–lo sabía, resultó peor hablar contigo muchacho–recapacitaba el señor cura–no se altere padre, que yo no pienso manchar mis manos con sangre–aclaraba Josué al sacerdote–ya lo sé, podrías hacer que otro sí se ponga en pecado mortal por ti–le corregía el religioso–ni siquiera he decidido aún qué haré padre, mi mente y mi corazón están muy confundidos todavía–daba a conocer el apesadumbrado hijo–Solo vine a advertirte en el riesgo tan grande que pondrás tu vida hijo, no tendrás paz lo que te resta de vida si sigues adelante con esa idea, sin contar la pena tan grande que con eso le traerías a tu madre–terminó el sacerdote–Descuide padre, no se preocupe usted, todo va a estar bien. No va a pasar nada–aclaraba Josué al religioso–eso espero hijo porque de ser cierto lo que le escuché decir anoche al Resortes no creo que fuera idea de él–explicaba el sacerdote–con esto le digo todo padre, desde antes de la muerte de mi padre yo no hablo con el Resortes padre, se lo aseguro–¿No? y…¿entonces?–se quedaba pensativo el religioso–no sé a qué se refiera usted padre, pero el mentado Resortes salió de los predios de la familia de Abela el domingo pasado, quizás usted podría preguntarle a Tata Cura si es que él sabe algo–terminaba Josué su defensa, de lo que creía eran acusaciones infundadas del sacerdote–Meses después…–¡Qué grandes están sus muchachos comadrita Sara!–Reafirmó la comadre Austreberta–¡Sí verdá oiga! ¡Como pa’ que los viera su orgulloso padre!–contestó Sara a su comadre–Ya nos vamos a la misa ‘amá–avisaron los dos hermanos a su madre. Era domingo y los fines de semana Sara asistía a misa de 6:00 am acompañada de sus dos hijas, mientras sus dos hijos menores dormían tarde, daban de comer a los animales y cuidaban la milpa, por lo que les tocaba a ellos asistir al templo a la misa del mediodía–¡Vayan con la venia de Dios hijos! No vayan a andar de impropios en la casa del señor cura ¿Entengan? y no olviden santiguarse al entrar al templo–alertaba Sara a sus hijos– ¡Como usté diga ‘amá!–contestaron obedientes los hermanos– ¡Las cosas son así comadre! pero ya parece ser que Dios puso todo en su lugar, ya ve que también le tocó la de perder a quien se llevó a mi Chémale con tanta saña. Hay que ser de muy mala realea para hacer lo que le hicieron a mi marido que en gloria esté. ¿Quién iba a decir que la justicia divina le caería con tanta rapidez a quien me lo arrebató comadre?–mencionó Sara– ¿Sabe comadre? además de traerle estos tamalitos para su comida de usted y de su muchachada, quise venir a informarle los rumores que ahora se han soltado con más juerza en el pueblo comadre. Dicen las malas lenguas que su hijo mayor fue quien vengó la muerte de mi compadre Chémale comadre ¡Qué habladora es la gente por Dios comadre! yo no creo al pobrecito de Josué, capaz de matar una mosca a cachetadas–le informó su comadre Austreberta a Sara–¿Mi Josué comadre? ¡No! ¡Imposible! ¡habladurías! Son sólo habladurías comadre, los maloras ésos no hayan como desquitarse de que también perdieron a su padre, el cual se dice que murió entre las patas de los caballos, en una desbocada que se dieron las bestias. Ya ve que con la muerte de mi Chémale, los contrarios habían asegurado su silla en la alcaldía y los hijos del finado no saben ni con quien desquitarse ahora–Defendió Sara a su hijo– ¡Imagínese! que también dicen que los hijos de ese hombre andan buscando la ocasión de enfrentarse con el pobre de Josué o con alguno de sus hermanos, tras la pena de perder a su padre. El pobre de su hijo, tener ahora que lidiar con estos maloras comadre. Josué va a tener que poner tierra de por medio comadrita–continuó la comadre Austreberta de informante– ¡No se preocupe comadre! que tomaré medidas drásticas, en cuanto a ésto y no me van a quitar a un hombre más de mi familia así nomás porque sí comadre, así tenga que mandar al destierro a mi pobre Josué, así no lo volviera a ver comadre, lo prefiero lejos de mí pero seguro. De eso yo me encargo comadrita ¡Verdá de Dios que sí!–Afirmó decidida Sara–Comadre me voy a dar de comer a mi familia, le seguiré manteniendo informada de las habladurías comadre, cuidese mucho y actúe pronto para proteger a sus hijos comadrita–Le animó Austreberta–Gracias comadre, mire nomás que hasta de heraldo me sirve usted. Tanto que le debo comadre ¿Cómo pagarle?–preguntó Sara–Con su amistad comadrita, ya lo hace con su amistad y relevándome en mis obligaciones de la iglesia cuando se me atora la carreta en mi casa comadre y me es imposible presentarme a cumplir con la devoción. Ya su deuda está saldada conmigo, no se preocupe–Aclaró la comadre Austreberta a Sara–Que Dios le acompañe comadrita Sara–Se despidió la comadre Austreberta saliendo hacia su casa–Que él vaya con usté comadre y me la bendiga–La despidió Sara, permaneciendo inmóvil, sentada en la misma mecedora de la entrada de su recibidor por más de una hora, ideando cómo hacerle para convencer a su hijo Josué de que abandonara el pueblo con todo y hermanos. Un mes después… la gente estaba llegando a la iglesia, era día de pentecostés, ese año, tan gloriosa fiesta de la iglesia, había caído en mayo 13, era la fecha en que el doctor Sebastián de Juan María y su esposa Mariquita de la Luz, habían elegido para bautizar a sus hijas e hijos que aún no habían recibido el sacramento, primero para aprovechar la venida del misionero franciscano, ya que a menos de que alguno de los misioneros tuviera que hacer una visita inesperada al pueblo, solo cada cuatro años se realizaban bautismos en esa comunidad. No eran solo los bautismos, la misión de los sacerdotes por esas tierras, sino todo lo que concerniera a la administración de los santos sacramentos y de todos, los que le tomaban más tiempo al padre, eran las conversiones y la confesión, ya que tan solo en San Pablo, la hilera de gente en espera de la absolución, iba desde el confesionario, salía de la iglesia y pasaba el chimilco de don Rogaciano y seguía hasta dar la vuelta a la esquina y más allá. Debido a lo pequeña de la iglesita– ¡Decidme sus nombres críos! Empezaos por ti hija–pidió el misionero gachupín, con su acento tan característico y que tanto divertía a los muchachos. El hermano Herculano Salvatierra no era el encargado de esa parroquia, había llegado para sustituir al sacerdote Gabriel de San Martín esta vez, ya que días antes, éste había enfermado seriamente de andancia y no sabían si se salvaría o cuánto tiempo duraría su recuperación. Temían que podría durar meses, por eso le sustituiría Fray Herculano–Senda Enfigia para servir a Dios y a usted padrecito, la mayor de todos los hermanos–Y yo me llamo Policarpa Anacleta de los Remedios–intervino la segunda hermana–Yo soy Sebastián Gabino Secundino del Espíritu Santo–hablaba el mayor de los hermanos hombres–a mí me nombraron Nemesio Israel Serapio Matusalén–se presentaba el cuarto hermano–yo soy Restituta de la Caridad Congraciada–iba la quinta hermana–Y yo soy Mariano Félix y Ascencio, de apelativos Beluna-Herrero–llegaba el turno al sexto de los hermanos–Y yo, Veria Serapia Policarpa Rosentina–hablaba la séptima de los hermanos–Yo me nombro Senona Efigenia Tranquilina y él es Senón Efigenio Tranquilino–se presentaban la octava y el noveno de los hijos de Tata Cura con el sacerdote–¡A ver!¡A ver! ¿Cómo está esto? ¿Vos lleváis el mismo nombre?–preguntó intrigado el misionero–si padre es que somos cuatitos–aclaró la cuata– ¡Ah! Menos mal hija ¡Ya entiendo!–repuso risueño el misionero–Cruz Reposana de los Dolores–hablaba la décima hija–y yo Cruz Reposana de las Angustias–había sido el turno de la hija número once– ¡A ver!¡A ver! ¿Acaso tenéis fábrica de cuates?–dirigió el clérigo la pregunta a Mariquita de la Luz y al Dr. Sebastián de Juan María, lo que ocasionó la risa de los presentes en el patio del templo–Perdón hija, os he interrumpido–alentó el misionero–es que ellas son gemelas, no son cuatas padre–especificaba Abundia Agriana de la Gracia Virginiana, quien era la heredera número doce–Rafael Mariano Calasancio y Ángel, para lo que usted guste y mande padrecito–prosiguió el hijo número trece–Juana Enerva de las Martirias y de la luz, para servirle a usted señor–se presentaba muy respetuosa la hermana número catorce–¡Bueno! ¡Bueno! ¡Eso de señor no se usa conmigo, pero por ahora está bien!–dijo admirado el sacerdote, por tanta formalidad y respeto con que se presentaban esos muchachos–A sus órdenes, yo soy Abela Engracia Guadalupe –se presentaba la heredera número quince–Y tú chiquilla ¿ cómo os llamáis?–continuó el monje–Isolda Belén Dulcinea Baldovina–se presentaba la hija número dieciséis–yo soy Altagracia Catarina Soledá padre–decía una de las menores, la hermana número diecisiete–ella es Reynalda Azucena Candelaria Peregrina, padre–habló Mariquita de la Luz por la menor de sus dieciocho hijos. Terminadas las presentaciones de los 18 hermanos, el misionero procedió a darles las instrucciones para la primera comunión y para el bautismo a los jovencitos–Mire que ya se las tenemos bien preparados padre, ellas han aprendido todas sus sagradas lecciones del catecismo–consideró oportuno confirmar la comadre Austreberta al sacerdote gachupín–¿Podéis darme una razón convincente madres y madrinas de porqué éstas jovencitas y jovencitos a ésta edad y no habían recibido el sacramento de la santa comunión?–quiso saber el sacerdote–¡Le explico padre!–dio a conocer la comadre Austreberta al religioso, ya que ella era la auxiliar primera en el templo–El sacerdote oficiante nunca aceptó darles a las niñas ningún sacramento sin que el Dr. Sebastián de Juan María, su padre, estuviera presente y él por su misión en las rancherías, no había podido estar presente cuando a ellas les había tocado recibir los sagrados sacramentos padre–¡Ah ya veo! Será hora que de cualquier manera no se queden sin el santo sacramento éstas criaturas–hizo saber el

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