Cuando Los Hombres Lloran
Por Felicia Camilo
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primera novela... amena, de fcil lectura. La historia
trascurre en Mxico durante los aos ochentas.
Los protagonistas, gente sencilla que al igual que
todo emigrante, busca establecerse para mejorar las
condicioenes sociales de la familia, teniendo que
enfrentar en el camino, muchas difi cultades.
Felicia Camilo
Jose Masilottti nació en Castelgrande, provincia de Potenza, Italia. A pocos meses de nacido, sus padres emigraron para Venezuela, donde sentaron residencia. Completó estudios de primaria y secundaria en el colegio Católico, San Antonio María Claret, de los Dos Caminos, en Caracas. Cursó estudios de Psicopedagogía y Psicología de la Orientación . Fue profesor en La Escuela Superior de Psicopedagogía y el Instituto Nacional de Psiquiatría Infantil (I.N.A.P.S.I), en Caracas, Venezuela. En mil novecientos setenta y nueve, viaja a los Estados Unidos donde cursó estudios de Maestría y Post Maestría en Educación Especial de Niños con Problemas Emocionales. Profesor Adjunto en el Florida Memorial College, impartió enseñanza en las cátedras de Psicología General; Psicología Social y Comunitaria y Ciencias Sociales I. Hoy retirado, disfruta, junto a su familia, del tiempo cálido que ofrece el estado de La Florida,. “CUANDO LOS HOMBRES LLORAN” es su primera novela... amena, de fácil lectura. La historia trascurre en México durante los años 80, los protagonistas gente sencilla que al igual que todo emigrante, busca establecerse y por ende, mejorar las condiciones sociales de la familia, teniendo que enfrentar muchas vicisitudes para lograrlo.
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Cuando Los Hombres Lloran - Felicia Camilo
CUANDO LOS
HOMBRES LLORAN
JOSÉ MASILOTTI PAFUNDI
Copyright © 2013 por Felicia Camilo.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2013915423
ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-6485-4
Tapa Blanda 978-1-4633-6484-7
Libro Electrónico 978-1-4633-6483-0
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
El texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades
Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas.
Utilizado con permiso.
Fecha de revisión: 22/10/2013
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490189
ÍNDICE
A MIS AMIGOS
AGRADECIMIENTO
PRÓLOGO
CAPITULO I EL CAMPO
CAPITULO II LA CIUDAD CAPITAL
CAPITULO III EL TRABAJO DE BETO
CAPÍTULO IV LA SEPARACIÓN
CAPITULO V LA PRIMERA INVITACIÓN
CAPÍTULO VI EL REGRESO AL CAMPO
CAPITULO VII LA NUEVA CASA EN EL RÍO
CAPITULO VIII EL ENCIERRO
CAPITULO IX LA LIBERTAD
CAPITULO X LA SIERRA
CAPÍTULO XI ATAQUE AL FUERTE AMARO
CAPÍTULO XII BETO CONOCE A JULIO
CAPÍTULO XIII EL REGRESO DE MARIA
CAPÍTULO XIV JUANA
CAPITULO XV BETO
CAPITULO XVI ENFERMEDAD DE MARIA
CAPÍTULO XVII JUANA DEJA LA CAPITAL
CAPITULO XVIII JUAN CARLOS
CAPITULO XIX INTERVENCIÓN DEL CURA DEL PUEBLO
CAPITULO XX GAVIOTA
CAPITULO XXI EL RESURGIMIENTO GUERRILLERO
CAPITULO XXII RECUPERACION DE BETO
CAPITULO XXIII LLEGADA DE CUBA
CAPITULO XXIV CARTA A JUANA
CAPITULO XXV CORONEL IZARRAGA
CAPITULO XXVI SOFÍA
Dedico este libro en especial, a mi compañera y esposa, Felicia Camilo.
A Felicia y a su entusiasmo, le debo el haber completado esta pequeña obra.
Fue ella quien encontró el manuscrito, olvidado y lleno de polvo, en el fondo de una caja, y luego de leerlo, me hizo prometer que lo terminaría…y así lo hice.
Noches y días de trabajo fueron plasmando la historia en cada una de las nuevas páginas.
Su alegría fue contagiosa, y así con sus consejos, completé el resto de esta historia.
Este es mi regalo para ti.
Te Quiero.
José.
Y ustedes, lectores, espero que esta historia les guste y la disfruten.
El Autor
A LA MEMORIA DE MIS PADRES.
GERARDO MASILOTTI DE SANTIS
(Q.E.P.D)
ANNA PAFUNDI DE MASILOTTI
(Q.E.P.D
A mis hijos: Gerardo José (Gerie).
Gabriella Marina (Gabby).
Sharon Luciana (Shawnie).
Michael Joseph (Mike).
Belicia (Bella).
Allan.
Mis nietos: Debra Nina.
Ethan Rubén.
A Chispita.
A MIS AMIGOS
Quiero hacer un reconocimiento especial a los hermanos Mexicanos, que habitan en los Estados Unidos. Muchos de ellos dejaron a sus familias, y aventurándose peligrosamente cruzaron la frotera en busca de oportunidades, que les eran negadas en su propia tierra.
Aquí encontraron la manera de ganarse la vida, trabajando honradamente en lugares y faenas que muy pocas personas quieren hacer.
Esta es la historia de muchos de ellos durante una época muy difícil, y de innumerables y continuas deportaciones.
Su arduo trabajo no es reconocido por muchos políticos, ni tampoco por algunos sectores de la comunidad estadounidense.
El agricultor mexicano, en este país, es conocido por trabajar sin descansar los siete días de la semana, por más de doce horas al día, devengando una paga muy por debajo del salario minimo; sin vacaciones remuneradas; ni días de enfermedad, ni seguro medico, y muchas veces en climas inhospitos y condiciones infrahumanas.
Ellos han contribuido, aunque grupos anti latinos quieran decir lo contrario, al crecimiento económico y cultural de los Estados Unidos.
Pero si me lo permiten, quiero reconocer muy en especial, a mis queridos amigos de Oaxaca: Jorge, José Luis y a su esposa Sofía, sus hijos. También a Fernando, Carlos, Brígida, Luis y tantos otros cuyos nombres se me escapan en este momento, quienes fueron repatriados hace muchos años a su país de origen, México.
A las personas que han estado muy cerca de mí y a quines considero de familia: a mi compatriota Pedro Ramirez; a Lucia Santos Camilo: al abogado Dr. Luís Vidal; a Sharily M Dubuc; al compadre Leslie Berkley a Victor y Martha Hoyos, y Janine T. Dubuc por su generosidad.
A ellos mis recuerdos.
A un amigo muy querido.
Mi compadre y hermano:
José Montiel
(Q.E.P.D)
Te recordamos.
AGRADECIMIENTO
Siempre que escribimos una carta a un familiar o a un amigo, nos tomamos el tiempo para pensar, y luego expresar nuestras emociones en cada una de las palabras que componen esa misiva, tratando de seguir un orden gramatical y ortográfico.
Queremos que la misma sea el medio de transporte de todos los sentimientos que buscamos compartir, con las personas a quienes la dirigimos.
Escribir un libro, por primera vez, no es tarea fácil y mucho menos cuando se ha dejado de escribir en nuestro idioma, por más de treinta años. Sin embargo me aventuré y lo hice.
Me empeñé en recordar a mis maestros, especialmente a mi maestra de segundo grado, la señorita Josefina Carelli, y al padre Basilio Tejedor (Q.E.P.D) profesor estricto de castellano y literatura. También a los padres García, Bombín, Mateo, Morán (Q.E.P.D), Girabelt (Q.E.P.D), Abad, González, Martín, Romero (Q.E.P.D), Uriz (Q.E.P.D), Fernández, Hno. Pérez, Hno. Lorenzo y otros, que durante mis años de educación y aprendizaje, no solo contribuyeron a la enseñanza de la lengua castellana, sino que influyeron en mi crecimiento personal, social, espiritual y deportivo.
Traté de recordar y ordenar en mi mente, todas las reglas y lo que cada una de ellas comprendían. Hoy, sinceramente, me hubiese gustado tener entre mis manos, aquellos libros de gramática claros, simples, concisos y precisos, que nos ayudaban a decifrar los enigmas de la escritura y nos guiaban para hacer buen uso de nuestra bella lengua española. Bueno…como dicen en mi tierra, Que Dios me encuentre confesado.
La inspiración o la musa, como se le llama, cuando llega se desborda con la creacion de palabras. Estas se van convirtiendo en párrafos, y el papel vacío se convierte en parte intrinseca de una historia imaginaria o real, que se amalgama intensamente con el fuero más interno del escritor, formando un uno con él.
Pero las historias no se hacen solas ni deben quedar incógnitas.
Estas experiencias hay que compartirlas. Pero…, uno se pregunta con quién. Yo tuve la oportunidad de compartir esta historia con muchas personas. De ellas recibí el apoyo incondicional, y sus críticas y comentarios constructivos.
Pero hay una persona a la que quiero agradecer infinitamente por su tiempo, consejos, y enseñanzas: el Abogado, escritor, literario, humanista y pintor colombiano, Doctor Esteban Herrera Iranzo, autor de muchas obras conocidas, entre ellas su más reciente libro: La Primate
.
También a mi hermana Ángela Masilotti de Perdomo, por sus oraciones, apoyo y los consejos personales, muchas veces necesarios, durante todas las épocas difíciles que me tocaron vivir. A mi cuñado Fernando, y a mi sobrino Fernando Jr.
A mi hermana adoptiva, la Doctora Gisela Ávila, y a su familia quienes a lo largo de muchos años nos han brindado su amistad, cariño, y apoyo incondicional. Que Dios les bendiga.
A mis cuñados en la República Dominicana: José Rafael y Glennis; Zacarías, Chelo y María Esther Camilo; y aquí en los Estados Unidos a Yanides Camilo, y Delfina, Fina y Alex Arroyo, por su interés y apoyo durante el desarrollo de este libro.
Y no podia faltar una persona muy especial para mí, mi querida suegra, la señora Rafaela Camilo, por todas sus atenciones y sabios consejos; los que fueron recibidos con mucho cariño.
Y a todos mis amigos, que son muchos: Gracias.
"Las casadas estén sujetas a sus propios maridos,
como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer,
así como Cristo es cabeza de la iglesia,
la cual es Su Cuerpo, y Él es su Salvador."
Efesios 5:22-23
PRÓLOGO
José Masilotti nació en Italia el 27 de noviembre de 1948, después de la guerra, como muchas familias italianas, emigraron a Venezuela en busca de un futuro mejor.
Cuando comencé a ejercer como maestra de 2o. grado en el Colegio Claret en septiembre de 1957, José era uno de ese grupo de mis primeros alumnos. Con sus casi 9 años, lo recuerdo como un niño alto, delgado, buen alumno, respetuoso y educado.
Años después, a pedido de la dirección del Colegio se hizo cargo de la parte deportiva de los primeros grados, siendo por lo tanto profesor de mis alumnos, con los que incluso formó un equipo de fútbol.
Luego no supe más de él hasta que hace un par de años. Nos reencontramos vía correo electrónico; me comentó que había estudiado Psicopoedagogía y Psicología de la Orientación, había trabajado en la P.T.J. (Policía Técnica Judicial) como director de la guardería infantil de ese cuerpo.
En 1979 le brindaron la oportunidad de viajar a los Estados Unidos para un postgrado en criminología. En dicho país estudió en la Universidad Nova graduándose con una maestría en la especialidad de orientación, lo que equivale a Counseling. Después se dedico a la orientación de jóvenes criminales (terapia), continuando sus estudios en la facultad de Educación para cursar estudios de post master en Educación Especial de niños con problemas emocionales.
Ya retirado continua viviendo en los Estados Unidos y como él mismo dice disfrutando de cada día que Dios me da
CUANDO LOS HOMBRES LLORAN
es su primera novela…amena, de fácil lectura. La historia trascurre en México durante losaños ochentas, los protagonistas principales son Beto y Juana, él campesinoy ella ama de casa encargada del cuidado su hija María. Vivían en un rancho en condiciones, tanto social como económica, bastante dura y no deseable, en la que el jefe de familia veía que a pesar de lo mucho que trabajaba no lograba progresar por lo que decidió emigrar a la capital en busca de un futuro mejor.
Tal sueño no fue lo que ellos esperaban si no todo lo contrario. Por diversas situaciones la familia se ve diezmada. Beto decide refugiarse en La Sierra Madre y emprender la lucha armada contra los gobiernos corruptos. ¿Logrará su objetivo? Hay que leer la historia para conocer el final de este hombre que cambió su vida en pos de un futuro mejor.
Josefina Carelli
Buenos Aires, marzo 2012
CAPITULO I
EL CAMPO
La lluvia torrencial, septembrina, se desprendía desde el oscuro cielo, cayendo bruscamente sobre la tierra árida y desolada del campo. Al final del día, y después de una larga jornada de arduo trabajo, Beto iba camino, rumbo al rancho, ubicado en una de las mesetas naturales de la sierra.
Macilento cabalgaba sobre su potro pinto, por el enlodado camino de tierra, y el lecho rocoso, aledaño al río.
Bajo el sombrero de ala ancha, se escondía un semblante abatido y endurecido, por el rigor intolerante del pasar del tiempo y los inclementes rayos del sol diario.
La borrasca, que se hacía cada vez más fuerte, embestía inmisericorde, el cansado cuerpo. Sin inmutarse, continuaba el viaje, cavilando en ese futuro incierto que le esperaba, si decidía quedarse a vivir en el pueblo.
El sonoro viento que acompañaba a la lluvia, los truenos, y las centellas, lo incomodaban, pues al igual que el resto de los moradores de la región creía que estos hechos naturales eran señal del castigo infundido, por el disgusto de los dioses, ante la afrenta del hombre en contra de la naturaleza.
A lo lejos, imponente y majestuosa, entre la neblina del anochecer, se divisaba la Sierra Madre: gigante y poderosa.
Al llegar al declive del camino que llevaba al monte, advirtió que el fragoso sendero, que conducía hacia la colina, se había hecho peligroso. La ladera, escabrosa y resbaladiza por el constante caer de la lluvia, hacía el trayecto más difícil y agotador. Achicaba el paso tratando de evitar los desechos depositados, por las aguas provenientes de los arroyos, en su descenso por la pendiente. Las ramas saturadas por la lluvia se doblegaban sobre la calzada haciendo apenas posible la visibilidad.
Estando por arribar, alzó la mirada, y logró distinguir a la distancia, el humo blanco que salía de la chimenea improvisada, que él mismo había construido sobre el techo de la casa, con láminas de metal y clavos de acero remachados.
La vivienda, fabricada en su mayor parte de adobe, con algunas láminas de zinc; techos hechos de tierra y palmas corroídas por el pasar del tiempo; postes de maderas cortadas de los árboles caídos en los bosques, y piedras traídas del río, le daban un aspecto pobre. La propiedad, que por generaciones había pertenecido a sus antepasados, y que le fuera legada por herencia, estaba ubicada en el centro de un conglomerado de cinco hectáreas, entre árboles de pinos y caoba y una estepa variada de vegetación. La humedad del paraje y la neblina de la noche le daban un aspecto casi siniestro: melancólico y romántico a la vez.
Al llegar descabalgó, y ató las riendas del caballo al poste de la cerca, que se encontraba a pocos pasos del potrero, que el mismo había fabricado. Le retiró la montura y corrió hacia la casa, para refugiarse del inclemente aguacero.
Al arribar al pórtico, se detuvo por un instante, y propinando un golpe seco con el hombro, abrió la puerta de la morada. Entró frenéticamente a la vez que lanzaba látigo y sombrero contra la pared. Sin decir ninguna palabra, se dejó caer, con su ropa aún mojada, sobre la cama tendida con sábanas de algodón blanco y una cobija de lana, entretejida con varios tonos del color azul, Juana, que estaba sentada junto al fogón, absorta en su tarea cotidiana, se sobresaltó por el estruendoso ruido del portón al estrellarse contra la pared.
Giró instintivamente, y atinó a verlo de soslayo. Fijó la mirada lánguida en la pequeña María, que ajena a lo que ocurría, jugaba con sus muñecas de trapo, sentada sobre el piso de tierra y piedras molidas, absorta en un monólogo con sus amigos imaginarios.
Al anochecer, el cántico de los insectos, anfibios y reptiles, que abundaban en la sierra, llenaron el ambiente con armoniosa sinfonía.
De pronto, y sin saber el por qué, una gran tristeza se apoderó del semblante de Juana. Su vida, al lado de Beto, no era del todo feliz. Si bien era cierto que le tenía una gran estimación, en realidad nunca le había amado. Se había casado con él para huir de la casa. Su padre, un hombre rígido en sus creencias morales y religiosas, no le permitía andar con amigas, ni salir de fiesta.
La lluvia no cesó en toda la noche. María, asustada por el ruido constante que las gruesas gotas de agua, producían al dar sobre el zinc, corrió a refugiarse en los brazos de la madre, que aún despierta logró consolarla.
Con la primera luz de la estrella del alba, el canto de un gallo, anunciaba el comienzo de una nueva jornada.
Juana, que ya se había levantado, se dirigió a la enramada, y de un estante improvisado de hierro fundido, tomó unos cuantos leños, para alimentar enseguida, el fogón casi adormecido. Sin hacer el menor ruido, y después de vestirse a la luz de la vela de cebo, que colgaba del techo, dentro de un viejo armazón que una vez perteneciera a una lámpara de kerosén, salió de la choza y se dirigió hacia la cañada en busca de agua para preparar, como lo hacia cada mañana, el desayuno de la familia.
Beto, aún cansado por el ajetreo del día anterior, saltó prontamente del lecho. Miró con angustia a su alrededor, y al percatarse de la ausencia de Juana, corrió instintivamente hacia la ventana que da al patio trasero de la vivienda. La abrió y dirigió su mirada a través de ella. De pronto, logró ver a Juana caminando por el sendero del sur, cargando entre sus dos brazos un caldero hecho de barro cocido. Entonaba alegremente, una canción de amor, mientras disfrutaba de la libertad que sentía, al caminar entre las flores tejidas con los hilos de colores del arco iris. Las mariposas revoloteaban a su alrededor, y con las alas transparentes, apuntando hacia el sol, mostraban un calidoscopio de bellos matices.
Se le quedó mirando embelesado. Era realmente hermosa. Tenía puesto el vestido blanco de flores rojas que él le había regalado el día de su santo. Le quedaba tan ceñido al cuerpo, que dejaba ver el perfecto contorno de sus esbeltas caderas, y los firmes y redondos senos. Sus ojos tan azules como el mar, contrastaban con su pelo negro azabache. Su piel ligeramente bronceada hacía de ella, una verdadera diosa mitológica, cincelada por el más genial de los artistas. Al caminar, el viento incesante jugaba con su cabellera que le caía libremente, posándose sobre sus anchos hombros.
¡Era verdaderamente sensual!
Juana, ya cercana al rancho advirtió su presencia tras la ventana. Sin detenerse entró prontamente e ignorándole, siguió derecho hasta llegar al fogón. El tizón rojo indicaba que el carbón estaba listo. Colocó sobre la estufa, el agua; el petate donde se prepararían las tortillas y la cafetera blanca de peltre para colar el café. Los frijoles los había preparado la noche anterior, para ahorrar tiempo. Una vez listo el colado, lo vertió en una taza de peltre blanco, adornada con florecillas de un color azul cielo y la colocó, cuidadosamente, sobre una esquina de la mesa. Beto tomó la vasija aún humeante, y la llevó con sumo cuidado a la boca. Mientras saboreaba la bebida dirigía con disimulo, la mirada por encima del borde de la taza hacia donde se encontraba Juana.
¡La vio más bella que nunca!
Como todas las mañanas y sin decir palabra alguna, Beto se dirigió al pozo Las Manzanitas
, que se encontraba a unos escasos quinientos metros de distancia de la choza. Al llegar miró a su alrededor y al verse solo, se despojó de la ropa y sin ningún reparo, se lanzó de cabeza al agua. Sin embargo, por las lluvias del día anterior, las temperaturas habían bajado y el agua se hallaba más fría de lo normal. Su cuerpo sintió los efectos frígidos. Su piel, que comenzaba a endurecer, se tornó pálida. Su habilidad para pensar aminoró y sus movimientos se entorpecieron. Miró con preocupación hacia la orilla. La vio lejana.
Juana se había dedicado a los quehaceres del hogar. Al notar la tardanza de su marido, comenzó a preocuparse. Inmediatamente tomó a la niña de la mano y se encaminó, presurosamente a la laguna. Mientras aligeraba el paso rogaba a Dios que nada malo le hubiese pasado. A pesar que no lo amaba, sentía mucho cariño por él.
Al llegar notó el cuerpo sin movimiento de Beto tendido en la orilla opuesta. Corrió desesperada hacia donde se encontraba, llamándole una y otra vez. Llegó a él y se arrojó a su lado, y de rodillas, lo tomó en los brazos. Al sentir la musculatura varonil de su cuerpo frío y a la vez frágil, lo acercó al pecho, mientras que él, aún inconciente, mostraba su intimidad que estaba al descubierto. Lo miró con ternura y a la vez con deseo.
Al sentir el cálido aliento de Juana, Beto acercó la boca a la de ella e intentó besarla, pero ella giró el rostro para evitarlo. Al darse cuenta del rechazo, no insistió en su intento.
Tarde esa mañana y ya repuesto del incidente montó el caballo y se fue a trabajar. Se marchó sin probar bocado alguno, dejando la comida fría sobre la mesa.
Nada había cambiado en el campo. Todo seguía igual. El arado, primitivo en sus técnicas, era un legado que habían dejado los colonizadores españoles, a su llegada a México. Las constantes sequías, y la falta de un sistema apropiado de riego hacían más difíciles las labores de los labradores. Las gotas del sudor que caían de sus frentes, alimentaban las semillas que darían el fruto de su trabajo.
Miró hacia el cielo y secó el copioso sudor, restregando una de las mangas de la camisa, por su frente. En ese instante, soltó el aparejo de labranza, cargó dos barriles a lado y lado del lomo del buey, y se fue camino a la laguna, en busca de agua para regar los surcos que acababa de abrir en la tierra seca. El trabajo era agotador y mal remunerado; pero él sabía que de este dependían él y su familia. Beto no se sentía satisfecho, más no le quedaba otra que seguir con sus labores hasta que la buena ventura le tocara a la puerta.
El sol del mediodía indicaba que había llegado la hora del almuerzo. Visiblemente agotado, Beto fue hasta el árbol más frondoso y como era su costumbre, se sentó bajo el amparo de sus ramas. Reposó su espalda en el duro tronco y se quedó mirando, fijamente el horizonte. Dos jornaleros que le habían seguido, se acomodaron a su lado.
Habiendo tomado un bocado de la comida dijo a los compañeros mientras masticaba el alimento:
Cuando el hombre lucha por imponer su voluntad, por encima de la de Dios es entonces, en ese preciso momento, que la fuerza de la naturaleza nos hace ver cuán pequeños somos frente a ella. Es algo así… como un ajuste de cuentas.
Los dos jornaleros, que lo habían acompañado, se miraron a la cara tratando de entender lo que Beto decía.
Él, los miró y al ver la incertidumbre en uno de ellos, continuó:
Cuando la furia proveniente del cosmos arrasa con todo lo que poseemos, nuestros esfuerzos por preservarlo todo son en vano. Es entonces y solo entonces, en ese preciso instante, que el hambre y la miseria se mudan a vivir con nosotros, y nada podemos hacer,
dijo mientras tomaba de su plato un trozo de tortilla.
Esos enviados del gobierno. Aquellos. Los que ustedes ven caminando hoy, ahí, entre los sembradíos, y que se hacen llamar líderes agrarios, no son más que un chorro de imbéciles. Llegan por montones desde la capital, vistiendo trajes y corbatas, camisas bien planchadas, y bañados en un perfume maloliente. La mayoría de ellos, sin ninguna experiencia en los trabajos de la tierra. Mírenlos ahí, dictando medidas y normas. Dando órdenes mientras condenan nuestra forma de trabajar. Gran ironía la de la vida. ¡Qué misterio tan grande es el hombre!
Miró al septentrión y continuó.
"El norte es para muchos, la respuesta a sus problemas económicos. Los que logran llegar al otro lado son víctimas del maltrato; el abuso, la desigualdad social, el racismo y el odio evidente en contra de los extranjeros. Todo eso existe allá, en la tierra de los gringos. Otros, menos afortunados dejan sus vidas en el camino, atacados por las fieras hambrientas de las montañas. Muchos mueren en los desiertos por el hambre y deshidratados por la sed. Y los que están ya cerca de pasar la frontera son víctimas de las balas asesinas disparadas por grupos armados de rancheros miserables,