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La Patria Que No Rumbo Al 2012
La Patria Que No Rumbo Al 2012
La Patria Que No Rumbo Al 2012
Libro electrónico1157 páginas36 horas

La Patria Que No Rumbo Al 2012

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Viva Mxico! Vivan los hroes que nos dieron patria! Muchos nos preguntamos A qu Mxico se refiere el presidente? A qu hroes? Hidalgo, Morelos? populistas disparadores de debacles. Iturbide dnde est? Jurez con su soberbia y arrogancia, vende patria en aras de una dictadura con todo y su mesianismo fue realmente un hroe? Maximiliano, Conchita Lombardo, Miramn y Meja traidores? Y qu de Don Porfirio? Revolucin Mexicana falacia! Villa, Zapata, asesinos tan desalmados como un Victoriano Huerta. Obregn, Calles, cnicos y corruptos. Y ms, ms

La historia de Mxico desde sus orgenes ha sido repetitiva. Traiciones, asesinatos, mentiras, intereses de grupos minoritarios representantes de gobiernos, Iglesia e iniciativas privadas que se han arropado en un devenir exhibido falso o maquillado.

Los partidos polticos, Lpez Obrador, nuestros presidentes, salvo honrosas excepciones, han encontrado en personajes de barro la justificacin para ocultar sus ineptitudes e ignorancia en medio de una mediocre sociedad de besamanos. Los 15 de septiembre se repiten cada da en nuestra patria.

Qu pasa y ha pasado en Mxico? Ms bien preguntemos qu no ha pasado? Muy simple: educacin, rescate de nuestra agricultura, descentralizacin de la poblacin a partir de reales aperturas de fuentes de trabajo. Esa es nuestra realidad acumulada.

Mxico tristemente se est acabando mientras un muy alto porcentaje de compatriotas persiste en la obscuridad, la ignorancia y est falto de ilusiones Hasta cundo lo vamos a permitir?

Adems de todo lo anterior, Mxico est atrapado por la corrupcin y la violencia. Bolas de nieve a punto de arrasarnos.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento9 nov 2011
ISBN9781463312848
La Patria Que No Rumbo Al 2012
Autor

Antonio P. Peñalosa

Antonio P. Peñalosa Ávila nació en la ciudad de México en el año 1947. Economista egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, en donde también en distintos años participó como profesor de la Facultad de Economía impartiendo las cátedras Historia de la Economía e Historia de las Doctrinas Económicas. A lo largo de sus actividades profesionales, principalmente orientadas al Comercio Exterior, tuvo la oportunidad de observar y sentir a México desde dentro y fuera, lo que le permitió concluir que si bien el gran potencial de su país persiste aunque decadente, el mismo no se ha sabido capitalizar en razón de una falta en la calidad y actualización de la educación, el descuido de la agricultura, las grandes concentraciones urbanas derivadas de lo anterior y hoy en día, de un crecimiento cada vez más alarmante de la ineptitud de muchas autoridades y su corrupción. No están excluidos los organos eclesiásticos así como la iniciativa privada. La violencia ahora cunde por todas partes y no hay seguridad de que el combate hacia la misma sea el más adecuado. Califica el mencionado autor a México como país sumiso a la mentira y al manipuleo de su historia, en razón de intereses de minorías, políticos y económicos, desde la etapa virreinal y hasta la fecha, lo que aunado a la falta de educación señalada, significa una grave falta de conciencia entre muchos de sus nacionales a la hora en que acuden a ejercer su derecho al voto electoral.

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    La Patria Que No Rumbo Al 2012 - Antonio P. Peñalosa

    INDICE

    BIOGRAFIA

    AGRADECIMIENTOS

    INTRODUCCIÓN

    EL MÈXICO DE MI INFANCIA Y JUVENTUD

    DIALOGOS SOBRE EL AMOR

    CON MI TÍO JOAQUÍN

    ¿QUÉ HAY ATRÁS DE LA HISTORIA IMPUESTA DE MÉXICO?

    MÉXICO HACIA EL AÑO 2012

    CONCLUSIÓN POR CULPA DEL DANZÓN

    BIBLIOGRAFÍA

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    BIOGRAFIA

    Antonio P. Peñalosa Ávila nació en la ciudad de México en el año 1947. Economista egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, en donde también en distintos años participó como profesor de la Facultad de Economía impartiendo las cátedras Historia de la Economía e Historia de las Doctrinas Económicas.

    A lo largo de sus actividades profesionales, principalmente orientadas al Comercio Exterior, tuvo la oportunidad de observar y sentir a México desde dentro y fuera, lo que le permitió concluir que si bien el gran potencial de su país persiste aunque decadente, el mismo no se ha sabido capitalizar en razón de una falta en la calidad y actualización de la educación, el descuido de la agricultura, las grandes concentraciones urbanas derivadas de lo anterior y hoy en día, de un crecimiento cada vez más alarmante de la ineptitud de muchas autoridades y su corrupción. No están excluidos los organos eclesiásticos así como la iniciativa privada. La violencia ahora cunde por todas partes y no hay seguridad de que el combate hacia la misma sea el más adecuado.

    Califica el mencionado autor a México como país sumiso a la mentira y al manipuleo de su historia, en razón de intereses de minorías, políticos y económicos, desde la etapa virreinal y hasta la fecha, lo que aunado a la falta de educación señalada, significa una grave falta de conciencia entre muchos de sus nacionales a la hora en que acuden a ejercer su derecho al voto electoral.

    AGRADECIMIENTOS

    Después de leer, en ocasiones hasta de releer a autores contemporáneos como Don Armando Fuentes Aguirre, Francisco Martín Moreno, Luis Spota y tantos más valiosos y valientes que enumero en mi bibliografía y, luego de confrontar con los viejos veraces y honestos historiadores sus afirmaciones respecto de nuestra historia, me pregunté: ¿y tú Antonio, por qué no brincas también al ruedo?

    Ahora lo hago con mucho gusto, esperando aportar para mi país algo que coadyuve en favor de nuestra conciencia de nacionalidad que tanta falta nos hace.

    A todos muchas gracias.

    Dedico este libro a mí adorado entorno tan manipulado y engañado pero que afortunadamente DIOS me sigue prestando: A MÉXICO.

    MARIANA ¡qué gratas, desinteresadas y elocuentes tu ayuda, apoyo y paciencia! De verdad, todo mi amor.

    México, Diciembre de 2011

    INTRODUCCIÓN

    Pisch, pisch… Antes de comenzar querido lector a dar lectura a este libro, deseo pedir un favor: que cuando pase a mejor vida, lo cual requiero con urgencia que sea factible, en razón de las circunstancias actuales por las que atraviesa el mundo y respecto de las cuales por supuesto que México no es ajeno, no se me vaya a sepultar. Me aterra saberme en un ataúd debajo de la superficie terrenal al cual acaben penetrando los gusanos y terminen de darse un banquete con mi escuálida osamenta y pellejos que la cubren. Deseo ser sujeto de cremación y reposar junto a mi padre, con quien todavía pretendo platicar sobre muchos temas y entre otras cosas hacer de su conocimiento todo lo que ha pasado en México desde que se me adelantó en el año 1988.

    No sé qué cara cenicienta vaya a poner, pero de lo que sí estoy seguro es que de pronto se pondrá muy triste, luego reirá a carcajadas y al final terminará por demás meditabundo. Mi padre descansa, espero, en una urna que se localiza en la Iglesia Alemana en México que se encuentra en la hermosa avenida en honor de Don Vito Alessio Robles y para mayores datos debo advertir que está ubicada a la vuelta de una de las esquinas que corresponden a los Viveros de Coyoacán, el mejor barrio del mundo. Me gustaría además que en mi urna se adhiera una pequeña placa con superficie suficiente para dar cabida a la siguiente leyenda:

    AQUÍ YACEN LAS CENIZAS DE UN TARADO MEXICANO MÁS, QUE PRETENDIÓ HACER CONSCIENTES A MUCHOS DE SUS BABOTAS COMPRATIOTAS, PARA QUE A LA HORA DE IR A EMITIR SU VOTO EN LOS COMICIOS ELECTORALES, LO HICIERAN SABIENDO QUE HAY ATRÁS DE TODO ESO, DESDE QUE MÉXICO SE INICIÓ BAJO LA TUTELA DE ESPAÑA Y A QUIEN EN PRINCIPIO SE LE BAUTIZÓ COMO NUEVA ESPAÑA.

    Ahora que sigo vivo esa es mi intención. Pretendo que en México finalmente se establezca un sistema educativo que haga a todos sus compatriotas pensantes a la hora de votar en próximos comicios y dejen de ser arrastrados por propagandas estériles de cada uno de nuestros partidos que a la mera hora si ganan, no cumplen sus promesas pero además pretenden eternizarse en el poder y si pierden a sabiendas que así iba a suceder, entonces se exhiben con el ya ven pendejos, si hubieran votado por nosotros… y se quedan bien divertidos, satisfechos y con las bolsas llenas de la lana proveniente de los presupuestos previstos para su acción de propaganda que finalmente salieron del bolsillo de cada uno de nosotros.

    Y bueno, como dicen los argentinos, me decidí a escribir un libro. Alguna vez en un mal momento de mi existencia había pensado en el proyecto. Según yo, ya había alcanzado la cumbre porque había logrado un alto status en lo económico, en lo social, en lo profesional, etc. Pretendía dedicarme desde Huasca de Ocampo, alejado del mundanal ruido, continuar en la equitación pero en un bajo perfil dado que consideré que mi edad de aquella época ya no me permitiría el ejercicio rudo y me hacía olvidar la posibilidad de pretender volver a saltar a caballo o buscar con él lo más agreste del terreno natural. En adición, tenía en mente terminar de llenar el tiempo del día como catedrático en alguna universidad, convivir y participar en favor del entorno huasqueño, disfrutar a nuevas amistades y así como que marginalmente además, dedicarme a escribir. Tenía apenas 53 años. Como ya no le hacía el favor al mundo de seguir actuando en lo profesional, mis recursos económicos mermaban y distaban mucho de la posibilidad de una real autosuficiencia.

    Con este libro no pretendo evangelizar ni imponer un punto de vista personal, simplemente deseo aportar el cómo veo y siento a mi país. Ahora que sí ya me retiré de la actividad profesional formal, quiero recordar y divertirme haciendo un recuento de mi vida y compartirlo con aquéllos que muestren interés. También deseo experimentar cómo se sienten o se sentían esos escritores que viven o vivieron la experiencia en la que ahora estoy inmerso. Viene a mi memoria la imagen de Joaquín Antonio Peñalosa, ese tío mío sacerdote, filósofo, poeta, escritor, conocedor a fondo del personaje Sor Juana Inés de la Cruz, cura de los toreros, que sé yo…, pero sobre todo hombre verdaderamente entregado a ayudar y a respetar. Conviví mucho con mi tío en San Luis Potosí. Algunas veces lo disfruté, otras no lo entendí, lo que motivaba su burla y diversión respecto de mi persona. Otra razón de este trabajo obedece a que quiero seguir sabiéndome vigente y consciente de cómo está el orden del mundo con la intención de tratar de aportar algo en su favor, acorde a mi modesta capacidad. Estoy sano, he vivido muchas experiencias que vale la pena recordarme. No deseo ser víctima de la neurosis urbana (adjetivo según me dicen que ya nos es vigente). Una reciente muy buena amistad, ahora ya dueño de mi tiempo, me recomendó pensar en 20 alternativas que me ayudaran a aprovecharlo y gozarlo. Dice que el número de alternativas en una persona joven pueden sumar hasta 72, pero que en mi caso se daría a satisfacción con el número 20. No aspiro hoy a sopesar más allá de 5. Además de haberme decidido ya a escribir este libro, existen otras 2 actividades que seguiré desempeñando y por lo pronto así me quedo.

    Aunque no me vendría mal, no estoy urgido de ganar dinero. Vivo bien, tengo mi guardadito y por lo mismo no voy a dirigir mi libro como el artesano que hace uso de sus facultades artísticas para producir en función de lo que la gente apetece, mientras el artista produce para satisfacer a su propio espíritu. Deseo hacer un libro para mí, compartirlo y punto. Me gusta escribir pero no sé de estilos ni de reglas al respecto. Lo iré haciendo conforme me nazca, como me sienta, y expondré pensamientos, conceptos y recuerdos en función de un orden, yo diría desordenado. De manera que no se espere enfrentar un libro que refleje un uno, dos, tres, etc. Soy economista (algún defecto habría de tener), pero eso me ha enseñado que el pretender un seguimiento científico de las cosas sólo nos lleva, por lo menos en el caso de México, al caos. Ahora prefiero adivinar lo sabroso. Lo que de pronto se antoja tomar de una mesa que ofrece toda una variedad de platillos. Eso que simplemente en ese momento resalta ante nuestros ojos o apetito. Igual quiero hablar del México que recuerdo comparándolo con el actual. Deseo exponer cómo veo yo, a mi entender y conocimientos, la real historia, que me parece triste y vergonzante a veces, de un México que ahora tiene un Presidente, muchas veces por nuestra propia culpa, frente a un panorama por demás oscuro y engañoso.

    No estoy seguro respecto a si efectivamente contábamos con recursos económicos que sobraran con todo lo que ahora sucede, ni si efectivamente debiéramos tener motivos suficientes como para sentir ese enorme orgullo que justificara toda una parafernalia alrededor del Bicentenario de nuestra Independencia y el Centenario de nuestra Revolución. Me pregunto: ¿y qué con la educación de ahora…?, ¿qué con la agricultura…?, ¿qué con la clase media predominante, tanto arriba como abajo?, igual en una sección de primera clase en Air France: ¿a cómo la sidrita seño? o en Polanco o La Condesa, en el Azteca, en una chinampa dominguera en Xochimilco entrándole a las garnachas y a la cerveza o en las iglesias conviviendo con otros similares y frente al señor mayor representante de la Santa Sede o apostados en número de miles para disfrutar la música impuesta por la influencia extranjerizante y alejada cada vez más del folklor que forma parte de nuestros orígenes.

    Eso sí, nuestro generoso y bondadoso Distrito Federal tengo la impresión que no alberga a más del 10 por ciento de los que ahí nacimos, los famosos chilangos. Mientras tanto, si sumamos a la población de Neza (connurbada), los habitantes de Ixtapalapa, Madero, Cuauhtémoc y algunas otras delegaciones más, nos vamos a encontrar que más de diez millones de habitantes descienden de pobrecitos campesinos que alguna vez tuvieron que abandonar el campo por falta de estímulos y de apoyos que hicieran su labor digna, respetada, valorada y competitiva. Vamos, que alimentaran a México con productos de nuestras tierras. No como ahora, teniendo que adquirir en los autoservicios frutas y verduras provenientes de otras partes del mundo. Llegaron alguna vez a la capital a invadir terrenos, lo que le significó al Distrito Federal (DF) invertir en pavimentos, agua, drenaje, energía eléctrica, etc. Todo ello impide que el agua de lluvia renueve nuestros mantos freáticos. Esa agua que ya no penetra al subsuelo porque el pavimento no lo permite y mientras tanto corre a los drenajes y se va y se va y se fue…Si bien nos sucede, alguna parte de esta población está dedicada al subempleo (vendedores ambulantes por ejemplo) que no pagan impuestos, obstaculizan la vialidad, afean la ciudad, promueven la contaminación ambiental, adquieren mercancías robadas, estrangulan a los comerciantes establecidos, etc., o bien roban, secuestran, aparecen en las esquinas como lindos payasitos o se lanzan a los parabrisas de nuestros automóviles para ofrecernos el gran servicio de limpiarlos y de paso ofrecernos una que otra cosita de buena calidad para estar listos a volar. A pero eso sí: ¡Arriba López Obrador!, ése sí que nos comprende a nosotros los pobres. Por eso lo apoyamos cuando le robaron la Presidencia los pinches ojetes y hasta nos dio de premio unas buenas vacaciones que nos permitieron jugar fut en Reforma, Juárez y el Zócalo y hasta cantar, hacer gimnasia y jugar a que somos boy scouts durmiendo por las noches en tiendas de campaña. Algunos de nuestros cuates taxistas, empleados de hoteles, de restaurantes, de comercios, etc. se quedaron sin chamba, ni hablar pero eso sí: voto por voto, casilla por casilla cabrones…" (incluyendo el dulce sonar de los claxons), triste, ¿ no…? Como ven, de pronto me salen las cosas fuera de todo orden, pero ya me di la oportunidad de aventar fuera algo que de verdad me hacía sentir mal. Como cuando por problemas estomacales nos vemos precisados a vomitar, entonces nuestro cuerpo descansa. No debemos guardar aquello que nos daña. Tenemos que sacarlo; soltarlo. No pasa nada, aunque nos observen. Lo importante es sentirnos bien a nuestro interior.

    Nací en 1947. Recuerdo a un México aunado a una familia que me permitió vivir una niñez y adolescencia por demás feliz. Fui testigo y parte de una sociedad incluyente. Mis padres me enseñaron a ver como parte de la familia a las personas que colaboraban con nosotros: Pachita, Domitila, el maestro Espinosa, el plomero y tantos otros. Acompañaba a Pachita en Coyoacán, todos los días entre mis turnos mañana/tarde de la escuela: el Instituto México, a comprar su litrito de pulque. Cuando se contrató con mis papás puso como condición que se le permitiera incluir su pulquito en su comida. Mis padres se reían mucho y no pusieron objeción. En el trayecto, Pachita compraba las tortillas y el pan para la comida y de paso me compraba mi barquillo con nieve de limón, no soltaba mi mano y me trataba como su niño… Somos ocho hermanos.

    Sigo con la familia. Por ser el mayor, eso me significó el sufrimiento consecuente de que mi padre tuviera que aprender conmigo a ser papá. Aunque era ingeniero químico, muy brillante por cierto en la industria hulera, para mí en ocasiones ese señor era mi papá, en otras mi General de División y en otras un auténtico aprendiz de verdugo. Quería que su hijito de 7 años se comportara como adulto de 21. Por lo mismo en casa tenía que marchar como soldadito, como era el deber ser según mi padre. Lógico, en la escuela yo era un auténtico ciclón incontrolable. Cada lunes mis calificaciones, sobre todo en conducta, eran pésimas y por lo mismo aparecía como lo que no se debe ser frente a mis hermanos. Resultado: no Rintintín, no Teatro Fantástico y no sales a la calle. Mis hermanos se burlaban de mí, salían a decir a mis amigos que decía mi papá que yo era un baquetón y como los mismos amigos de mi cuadra también eran mis compañeros de la escuela, entonces mi fama crecía a nivel casi universal. Eso sí, las mustias de mis hermanitas llevaban cada mes excelentes calificaciones y las ponían ante mí como el ejemplo a seguir. Yo me reconcilié con mi padre (mi adoración), hasta después de fallecido, cuando un buen amigo me hizo ver que lo que nuestros padres nos proporcionaron, para bien o muchas veces también equivocadamente, lo cual es humano, siempre, siempre, provino con la mejor voluntad y cariño. Ahora con mis hijos, trato de imitar a mi padre y me ha dado muy buen resultado.

    En el próximo capítulo hablaré del México de mi infancia y juventud. No soy amigo del que todo tiempo pasado fue mejor, pero por ahora, creo que eso sí aplica en nuestro país. Esto lo escribe un mexicano clase media alta que sigue considerando que mi patria es la mejor del mundo y por supuesto sin chauvinismos.

    EL MÈXICO DE MI INFANCIA Y JUVENTUD

    Cada vez que regreso a la ciudad de México procedente del estado de Morelos, siguiendo la misma autopista de hace más de 60 años, al iniciar el trayecto de bajada que nos permite observar el resplandor de la ciudad por la noche, siento una gran nostalgia. Recuerdo las aproximadamente 18:30 hrs. de aquellos domingos pasados en Cuernavaca o Tequesquitengo. Igual en Las Estacas, en Amecameca, en Tehuíxtla o en las Grutas de Cacahuamilpa. Si por la mañana habíamos ido a misa, mi expectativa significaba la oportunidad de encontrarme con el Teatro Fantástico de Cachirulo. Si habíamos que asistir a misa, entonces a falta de Cachirulo, mientras merendábamos escuchábamos en la radio a Tomás Perrín o a Arturo de Córdoba en la serie de Carlos Lacroix con su dispara Margot, dispara…. Tiempo después inició en la televisión la serie de Los Intocables, la cual no siempre se me permitía ver en razón de la hora. Teníamos que levantarnos al día siguiente a las 5: 45 de la mañana para iniciar la semana. Yo desde el domingo por la tarde comenzaba en mi sufrimiento. Sabía que al día siguiente a la misma hora tendría que estar presentando a mi padre la boleta con mis calificaciones de la semana anterior.

    Volviendo al domingo, recuerdo las albercas de los distintos balnearios: el hotel Chulavista, El Palo Bolero, el hotel Los Canarios, el antiguo hotel Vasco en Cuautla, etc. Luego las comidas llevadas de casa para hacer después de la nadada días de campo. Ahí mi padre me autorizaba la renta de media hora de caballo mientras mi madre y mis tías se dedicaban a levantar utensilios, guardarlos en las canastas y por último, antes de abordar el automóvil, hacer recuento de toda la prole. En el camino de regreso se acostumbraba el cantar para luego guardar silencio y escuchar el programa de Cri Cri y el noticiero patrocinado por la Cervecería Cuahutémoc. También recuerdo que por las mañanas del domingo, Enrique Rambal era conducto del padre Brambila y luego seguía un programa de qué linda es Puebla. Nomás pasa por Cholula que adelantito está Puebla…. Después el programa Así es mi tierra, todo por la W. Al entrar de regreso a la ciudad por calzada de Tlalpan, mi padre se detenía a comprar flores que se ofrecían frescas y en grandes manojos, no por docena.

    ¡Ah, las levantadas a las 5:45 de la mañana! Mi padre fue un muy reconocido técnico en la industria hulera. Tuvo dos chambas en su vida, la primera y la última (46 años), siempre en la misma empresa: la Compañía Hulera Euzkadi. Participó particularmente en el desarrollo de la tecnología radial. Pero también era inventor. Imaginó e implementó un radio despertador. Montó y fijó en una tabla un reloj despertador de cuerda de esos antiguos y pesadones y en él amarró un cordel unido a la manija de encendido de la radio, de manera que a la hora que el reloj accionaba la cuerda del despertador, el cordel desplazaba la manija del radio anotado y entonces surgía la voz del señor Dante Aguilar quien nos urgía a levantarnos. Siempre fresco, cálido y de buen humor, avisaba cómo andaba el amanecer. Oíamos otro programa: El Club de los Madrugadores (el agua, qué rica el agua, todos contentos vamos al agua…).

    La casa en esos momentos era todo movimiento. La comandaba mi mamá preparando el desayuno, las tortas para la escuela a colocar en las loncheras. Mi padre apurándonos porque nos dejaría el camión mientras desayunábamos rápido el jugo de naranja y algún recalentado del guiso del día anterior siempre acompañado de frijolitos. No faltaba el cafecito con leche, las chilindrinas, hojaldras, gendarmes, corbatas, roscas de manteca, conchas, etc. Ya en la calle esperando el camión, escuchaba proveniente de la radio de la cocina a Don Juan S. Garrido con su buenos días mis amigos, otro día llegó ya. Que haya suerte para todos y mucha felicidad. Este sol del medio día nos invita a trabajar, él nos brinda su alegría y nos hará triunfar… (snif, snif). Vienen a mi mente otras voces y personajes de la W y luego en las primeras transmisiones por televisión, como Ignacio Martínez Carpinteyro, Álvaro Gálvez y Fuentes, Pepe Ruiz Vélez (El Risámetro, el programa de Toficos), Cahuich y Mister Kelly, Don Ignacio Santibáñez y algunos más. Me faltaba hablar del Doctor IQ (¿arriba a mi derecha…?), del programa de El Monje Loco…¿Qué más…?

    También había y sigue habiendo un programa que siempre me ha parecido pésimo: La Hora Nacional, transmisión mala, mediocre, siempre fuera de atractivo, gobiernista, fuera de moda, pero sobre todo, resultado de una imposición que hoy en día sigue haciéndome sentir que en ese momento estoy viviendo como ahora los cubanos o como antes estaban sometidos los habitantes de la Unión Soviética. ¿Qué objetivos pretende alcanzar el gobierno con algo tan burdo y tan grotesco? ¿Por qué no, si la autoridad se decide, no se hace el esfuerzo necesario para que dicha herramienta se convierta en algo moderno y positivo para el país, al punto de que verdaderamente eduque y distraiga la atención del público para que éste se concentre en disfrutar y aprender a partir de algo que sustituya a otras programaciones provenientes de estaciones rascuaches y vulgares? La infraestructura se tiene pero no se optimiza.

    Aparecía mi camión 1, un Reo del Instituto México. Lo manejaba el profesor Macouzet. En el trayecto portaba una bata de trabajador de fábrica y cuando llegábamos a la escuela la sustituía por el saco de su traje formal. Aparecía entonces en su salón muy elegante y con gran personalidad. No faltaron trayectos en los cuales de pronto se suscitaban los pleitos a trancazos porque alguien desde atrás aventó algún objeto a cualquiera de nuestras cabezas o porque algún perdonavidas provocaba o porque simplemente nos recordaban nuestro apodo: el Sope, el Jitomate, el Zorrillo, el Pirulí… Entonces el señor Macouzet detenía el camión, nos separaba, exigía que se respetara la imagen del colegio frente al público y obligaba al responsable a sentarse junto a él sobre la caja de herramientas que llevaba a su lado y luego al llegar a la escuela, lo llevaba con el Prefecto o hasta con el Director. Resultado: lo colocaban al centro del patio a la hora de la formación y se le regañaba en público. Luego, todos formaditos grupo por grupo entrábamos en forma ordenada al salón e iniciábamos el día con las oraciones que nos imponían los maristas.

    Además se hacía la colecta para la propagación de la fe. Los lunes en particular yo asistía a la capilla de la escuela a implorar a Dios, a la Virgen y a todos los santos que en mis calificaciones apareciera por lo menos un ocho en conducta. Ese pinche día en cualquier momento se presentaba en el salón el Director del colegio, nos poníamos de pie para que luego nos ordenaran sentarnos. Procedía entonces la lectura de las calificaciones por parte de nuestro maestro titular. A mí me sudaban las manos. Los diez mejores pasaban al frente y el Director los felicitaba. Yo a lo largo de mis siete años de primaria (porque reprobé uno), pasé con los diez mejores sólo un par de veces. Pero también al final los diez peores pasaban al frente, entre ellos yo. Ahí si dominé en el mismo transcurso anotado. Entonces el Director nos cagaba.

    ¡Ay, ese Instituto México y luego el Centro Universitario México, (CUM.)! Ya no son los mismos. Desaparecieron y hoy sólo quedan sus edificios y cenizas. La congregación marista prácticamente se acabó. Tuve el gusto de asistir al festejo del 40 aniversario de nuestra generación, siendo Pedro Cerisola Secretario de Comunicaciones y Transportes (SCT), quien nos facilitó para el evento el Palacio de Correos. Creo que estuvimos presentes la mayoría. Gran generación, casi todos triunfadores. Brillaban además de Pedro, personajes de ahora como Guillermo Ortiz, Nemesio García Naranjo, los hermanos Zubiría, Carlos Constandse, Ignacio Lavalle, Eduardo García Villegas, Paco Velazco el Dedos, Julio Ortiz (organizador del evento y gran basquetbolista), Gonzalo Celorio, excelente declamador, Alfredo Luengas, muy reconocido médico, tantos y tantos y… Nuestros maestros: Mariano Azuela Güitrón (uno de mis mejores amigos), el viejo López (ya fallecido pero fundador de la ahora Universidad Marista), Charlie Villalobos, Federico Pardo (fundador de la Rondalla del CUM y ex marista ahora casado con una muy grata persona).

    ¿Ausentes? ¡¡¡Uy!!! Mi primer maestro Raúl Blandinieres, el señor Castañeda, el maestro Amezcua, el señor Langle, el profe Camacho y su bicicleta, el señor León siempre con su sombrero, Luis Benavides, el señor Ibarra el Cacahuate con quien me escondía a fumar, Oscarin Rodríguez, el señor Cisneros Motita, el maestro Garibay, el señor Álvarez Poleas, Antonio Laviaga, Antonio Campos, quien si no ganaba el 22 en futbol me reprobaba en Química o bien, también me reprobaba si le ganábamos al 21 del cual también era titular, Don Julián Carrillo, ¡imagínense!, el gran músico con su sonido 13 al que le poníamos plastilina en la aguja de su tocadiscos portatil cuando nos trataba de ilustrar con grabaciones de Mozart, Bach o con la obra de El Evangelio según San Mateo, Fernando Sódi Pallares, los hermanos Flores Meyer, el señor Mignault, Don Agustín Anfossi, el Doctor Jorge Jiménez Cantú, el maestro Hermilo Novelo, ya fallecido y a la postre excelente violinista, Don Jesús Oropeza, pianista y maestro de canto. Hago de esta crónica un homenaje a todos ellos y a aquéllos que haya olvidado mencionar.

    Cómo me gustaría que Doña Elba Esther Gordillo leyera estas líneas. Creo que se sensibilizaría muchísimo. Me encantaría platicar con ella y exponerle cómo eran aquellos tiempos en materia de educación, cómo se organizaban nuestras tablas gimnásticas, cómo eran las clases de civismo, cómo nos contagiaban nuestros padres y maestros el amor y respeto a nuestra bandera, a la Institución Presidencial, a nuestro México lindo y querido. Cómo nos obligábamos a ponernos de pie cuando se introducía un maestro al salón bajo un silencio absoluto. Cómo se nos enseñaba a respetar, valorar y amar a todos aquellos trabajadores que colaboraban en la escuela, como Márgaro, Inocente, los carpinteros, Virutita el de la tienda, el viejito Marcelino de los spiros y balones, todos los choferes de los camiones…¡Uf!

    Ahora estaba mi perro Góngolo echadote sobre mis pies. Es un Scotch Terrier maravilloso y además de bello, muy inteligente. No me cabe duda que hoy por hoy es el mejor perro del mundo. De pronto se acercó a leer lo que estoy escribiendo con su pipa en una pata y un whiskìn en la otra. Noté que de pronto se puso sus lentes y acercó su carota para leer más de cerca y entonces reflexionó y expresó: ¡Qué tiempos aquellos señor Don Simón!… Me preguntó si estoy haciendo referencia a Suiza, Escocia, Noruega o algún otro de los Países Bajos. Perro pendejo, no notó que por ahí aparece varias veces la palabra México. Ahora lo voy a llevar al oculista para verificar si se hace necesario un cambio de graduación.

    Más de aquel México. Cuando llegaba a casa con las susodichas malas calificaciones, era entonces cuando mi papá era sumamente duro. Chantajista sentimental (escorpión) hasta más allá de Pilford (pueblito pequeño a dos kilómetros después de la Chingada. Cuenta con tres habitantes: su fundador, su amante y uno contratado para llevar la estadística de población). Pues bien, mi amado padre en día lunes al llegar a casa, resultaba particularmente afectuoso conmigo. Me preguntaba cómo me encontraba y ponía su brazo alrededor de mi cintura mientras nos encaminábamos a su biblioteca. Ya ahí entonces surgía de manera muy casual su macabra pregunta: ¿Cómo te fue de calificaciones, mi’jo…? Me quedaba frío y no sabía qué contestar. En ocasiones me hacía acompañar de mi perra bóxer la Chacha, para que en caso de ataque por parte del orangután, ésta me protegiera.

    Después de revisar la boleta, me ordenaba que sacara a la perra al jardín y que de inmediato regresara a su presencia. Entonces nuevamente ahí en el Infierno, sucedían cualquiera de dos situaciones. La mejor: sacaba su cinturón y me aplicaba dos que tres en las nachas que vaya que ardían pero al rato ya sin sentir nada, salía muy tranquilo advertido de que otra más y ya vería (fiú). Fin del primer escenario, todo en orden y adelante con Rintintin, El Investigador Submarino, Jim de la Selva, Cachirulo, El Teatro de Angel Garaza, el Hitazo Royal, Disneylandia, salir a la calle con mis cuates, etc. La peor: ¿recuerdan la figura El Pensador de Rodin… o cualquiera de las tragedias de Esquilo…? Así como que en mismas circunstancias encontraba a mi papá al retornar a su presencia. Tanto que espero de tí…, qué tristeza me causas…, ¿cuánto me esfuerzo por ustedes y mira…, ¡¡¡oh, cómo sufro!!!…, qué decepcionado estoy de tí…" Bla, bla, bla y más bla…

    Creo que entre cuarenta o cuarenta y tres ocasiones, tuve que hacer un esfuerzo inaudito para desarmarlo cuando sacó una pistola con la que pretendió suicidarse pidiéndome previamente que escondiera su cuerpo debajo de la piscina para que mi mamá (su aliada) y mis hermanas (pobrecitas brujas desgraciadas) no se dieran cuenta y en su caso llamaran a la policía y, oh my God!!! ¿Qué diría la sociedad de bien…? Resultado: cero todo lo previsto en situación la mejor pero además, indiferencia total de mi adorado papá hacia mí toda la semana. Eso sí, en serio, me dolía y muchísimo. Cuánta falta me hacía en esos días su afecto y comprensión. Ni hablar. Esa es una de las cosas que no me gustaron de mi niñez, me causaron muchos resentimientos que felizmente logré superar muchos años después, ya fallecido mi muy querido y gran viejo.

    Cuando estaba en libertad provisional, es decir no sujeto del peor de los escenarios antes expuestos, entonces sí continuaba mi vida acorde con ese México al que estaba acostumbrado y por lo mismo simplemente lo disfrutaba pero al cual en esos momentos no podía valorar. Hasta ahora, en el México de hoy, me doy cuenta comparando épocas, lo maravilloso que llegó a ser mi país. Mis lunes a veces terminaban viendo al Tío Polito (Don Manuel Bernal) y el Noticiero Haste que en aquellos días (ahora escribo de los años 50/60) anunciaba al cierre un dólar igual a $ 12.49 1/16 a la venta y $ 12.49 1/32 a la compra. Estos valores persistieron hasta el 30 de agosto de 1976 después de la devaluación que el Presidente Miguel Alemán Valdés se vio precisado a decretar en el año 1949. Todavía después de merendar tenía chance de ver el programa Nescafé musicalizado por Enrique Sabre Marroquín acompañando entre otros a cantantes de la talla de Nicolás Urselay, Hugo Avendaño, Alejandro Algara y creo, si mal no recuerdo, al Doctor Alfonso Ortiz Tirado. Conducía León Michel. Y bueno, ya después a la meme.

    Paralelamente a lo anterior, mis hermanas antes de lo que a mí me tocaba ver, ya se habían divertido con El Club Quintito y las caricaturas de El Gato Félix y de El Ratón Miguelito (mudas musicalizadas). También recuerdo que de pronto iniciaba la aparición de Don Jacobo Zabludowsky, muy joven y a mi gusto con mucha personalidad, Don Pedro Ferriz, Genaro Moreno, el Tío Gamboín y Chabelo. Los hermanos Zavala y los hermanos Salinas empezaban a aparecer.

    Me encantaba la radio. Disfruté mucho los programas de Pepe Ruiz Vélez y su cochinito. Daba la oportunidad al oyente de enviar cartas proponiendo canciones para que el que asistía al programa las identificara. Por cada canción que acertaba recibía una cantidad en efectivo o en Bonos del Ahorro Nacional. Por su parte el radioescucha también se hacía acreedor a la misma cantidad según lo antes anotado. En una ocasión, yo mandé a manera de propuesta cinco canciones del mismo color: La Clave Azul, Azul, El Danubio Azul, Ojos Azules y El Listón Azul. No tuve suerte. El mismo Pepe Ruiz Vélez me hacía reír mucho con el Risámetro con la participación de Cahuich y Mister Kelly. Salía a montar a caballo en aquellas épocas por Coyoacán y hacíamos grupo el propio Señor Ruiz Vélez (siempre vestido de charro), el Doctor Fernando Aceves (quien fue Secretario de Salubridad), su hijo, mi hermano Arturo y quien era mi instructor, Don Ángel Cáceres, quien me hizo aprender a manejarme con albardón (silla inglesa). Ahí le reclamaba al señor Ruíz Vélez por qué no atendía a mis cartas y me contestaba que entre miles, era difícil encontrarlas. Ni hablar. Una vez más Don Pepe Ruíz los sábados con sus Estrellas Infantiles de Toficos.

    Por cierto, a Coyoacàn yo lo identifico como mi pueblo. Afortunadamente ése sí que ha cambiado poco. Ahora felizmente ya sin vendedores ambulantes invadiendo su centro, pero ahora beneficiados con instalaciones dignas que les permiten seguir vendiendo sus artesanías. Cuando era niño y todavía existía el Río Churubusco, acudía los domingos a apostar mi mesada semanal en las carreras parejeras que ahí se desarrollaban e iniciaban desde Puente Xoco hasta alcanzar División del Norte. En el Puente Xoco había un peluquero de paisaje con quien acudían personas humildes a que les cortaran el pelo. Fígaro les colocaba una especie de basinica a manera de molde, procedía a cortar el pelo que sobresalía y ya podrá imaginarse el resultado: producción en serie de Príncipes Valientes. Un día que no llevaba lana, aposté un corte con el peluquero si perdía en la parejera o 20 pesotes a mi favor si ganaba. Perdí y ni modo hubo que pagar. Habrían de verme al día siguiente en el Instituto México con uniforme de gala haciendo honores a la bandera. Mis compañeros se destornillaban de risa, mientras mi maestro hasta quizá más divertido, no aguantaba las carcajadas cuando trataba de acallar a mis colegas.

    Mi madre ya me había amenazado con llevarme a rapar en cuanto regresara de la escuela. Me vino bien el asunto porque entre mis compañeros había uno que era el terror entre todos nosotros por su capacidad a la hora de lo golpes. Tanto se rió de mí y se burló que no aguanté y terminé retándolo a la salida de clases. El evento constituía una estelar. Tantos se enteraron como abandonaron el regreso a casa en el camión escolar porque no se querían perder la masacre en contra de mi persona, aunque moralmente me apoyaban porque ya estaban hartos del tal Merino. Las peleas oficiales las llevábamos a cabo en una cerrada que colindaba con uno de los frontones del colegio. Los maestros vigilaban pero finalmente nos permitían la acción siempre y cuando se respetaran las reglas no escritas (no patadas, no anillos, si alguien se rendía, respeto por parte del ganador y si alguien caía al suelo, el contrincante tendría que esperar a que se levantara).

    Yo reté al tipo a las 8:30 hrs. y la salida estaba prevista hasta las 12:15 hrs. Estaba aterrado y ya ni siquiera daba importancia a mi aspecto físico derivado del coffiure que se me había practicado. Como yo era el que había propuesto la acción, los cánones me obligaban a ir por el retado a esperarlo a la salida de su salón. Llegamos al lugar y era tal el número de asistentes que apenas nos dejaron un espacio de no más de tres metros de diámetro. Iniciamos como los profesionales, fintando y estudiándonos, hasta que no faltó el maldoso que me empujó contra aquél y entonces sí que empezó la pelea. Tuve suerte porque atiné un primer golpe exacto a la punta de su nariz que creo le dolió hasta el alma. Me crecí y entonces busqué su boca pero atinando finalmente entre su pómulo y ojo izquierdo. Se llevó las manos a su cara y entonces le pregunté si quería más. Me dijo furioso que sí y se dejó venir sobre mí. Lo aguanté y fue cuando ahora si encontré su boca con mi puño derecho. Con un diente que le tiré me rasgó la piel de uno de mis dedos, al punto que me tuvieron que coser después. Todavía aguantó un poquitín y me decidí a rematarlo con un izquierdazo a la mandíbula y cayó como fardo totalmente atontado. Nuevamente le pregunté si quería más, me dijo que no, lo ayudé a levantarse y las chocamos.

    Todavía me faltaba el regreso a casa. Cuando llegué, mi madre casi se desmaya al punto de llamarle a mi padre con urgencia. Quién sabe qué se dijeron pero bueno. Mi mamá ya más tranquila hizo que me bañara y me cambiara y de ahí al doctor, luego con el peluquero que me hizo un corte a la brush y de ahí a comer a Sanborn’s. Después dispuso ir conmigo al colegio. Buscó al Director y trató de encontrar el perdón para mi persona. Don Víctor A. Lorencio mientras me guiñaba el ojo, le dijo a mi mamá que no se preocupara, que mi acción resultó agradable a todo el público menos a la víctima. Cuando llegué a casa encontré a mi padre tranquilo y hasta creo que muy feliz y orgulloso. Eso sí, trató de no denotarlo. ¿Ven mi orden desordenado? Comencé hablando de Coyoacán y acabé en un ring. Todo por el recordado peluquero del Puente Xoco que ya ni existe.

    En Coyoacán disfruté y sigo disfrutando las nieves de la Siberia. Junto a ese negocio se encontraba un cine de piojito. Había otro, el cine Esperanza. Algunas veces me metí a ambos con mis amigos. Había a un lado una peluquería que ya desapareció más no uno de sus peluqueros, Carlitos. Hoy mismo Carlitos sigue cortando el pelo en uno de los locales situados en las orillas que forman el mercado. En ocasiones voy con él a que me corte el pelo y terminamos dos horas después en razón de tantas memorias que conservamos en relación con aquella maravillosa zona. Viene a mi mente un personaje que fue famosísimo, amado y protegido por los residentes: Toño. Estaba afectado de sus facultades mentales y todos le dábamos protección y alimentos. Nos preocupaba que vistiera bien y luciera digno. Toño siempre muy elegante, deambulaba por Coyoacán cargando una cubeta, misma que le servía de megáfono cuando se decidía a pronunciar discursos. Tenía un tono de voz tan grave y fuerte, que sus palabras se escuchaban a tres cuadras a la redonda. Hablaba de política, se refería a personajes de la historia, regañaba, incitaba a una nueva revolución y siempre terminaba cantando el Himno Nacional. Un día, en otra peluquería que se sigue encontrando a cuadra y media de la calle Madrid donde Don Salvador Novo instaló su Teatro de la Capilla, éste último llegó una vez más a que el peluquero le tiñera su cabello. Era muy chistoso Don Salvador y a la vez muy grato. Conocía muy bien a Toño y disfrutaba mucho su oratoria. Una tarde, mientras atendían sus uñas, cuando Toño concluyó con su: he dicho…, Don Salvador lo llamó y le dijo: Toñito vete preparando. De aquí te voy enviar el próximo 1 de septiembre para que des contestación al Informe Presidencial….

    Ese Coyoacán de los taquitos del Chato, los Viveros, la Plaza de la Conchita, Francisco Sosa y su Plaza Santa Catarina con su merendero Las Lupitas, famoso por sus celebraciones del Grito, su cantina La Guadalupana, su mercado donde yo sigo acudiendo a comer con mis brujas: chiles rellenos, sopita de fideos, arroz con huevo o plátanos fritos, espinazo de res o puerco, albóndigas al chipotle, tortas de papa, mole de olla, etc., toda comida rica, caserita, compartiendo con todos en la misma banca. Ese paraje mágico sigue estando afortunadamente cálido, fresco, seguro. Triste que mientras tanto, otros lugares en su momento paralelos a él, como San Ángel, en mi opinión cada vez se ve más reducido y hasta me atrevo a pensar, ojalá me equivoque, en extinción. Cuidemos Coyoacán.

    Una semana completa para mí, no obstante la piedra llamada lunes, incluía en días martes el programa de El Investigador Submarino con Loyd Bridges, le seguía Cásate y Verás con Carmen Salas y Enrique del Castillo y cerraba con broche de oro con El Yate del Prado con el Panzón Panseco. El miércoles para mí revestía mucha importancia. Ese día todos los miembros de la familia juntos, gozábamos El Teatro de Ángel Garaza. Los jueves el Hitazo Royal con Carlos Amador. Me causaba una enorme impresión los premios que ganaban los participantes. En una ocasión, una vecina nuestra nos llevó a los estudios de Televicentro. Ví en vivo un programa de carreras de coches simuladas con carritos de madera que daban cabida a los niños concursantes y que también se transmitía los jueves. Ese día ví en persona a María Victoria, a Tin Tán, a Don Guillermo Vela, a Rogelio Moreno y hasta me dieron autógrafos. Yo los veía grandes, inmensos. Recuerdo a María Victoria muy seria pero cariñosa, portando un abrigo muy elegante que me impresionó mucho. Cuando me le acerqué me sudaban las manos. Me preguntó mi nombre, me dedicó un saludo en una hoja con su autógrafo y me dio un beso. Yo no me la creía.

    ¡Ah, los viernes!…Primero: Max Factor Las Estrellas y Usted. Nuevamente Carlos Amador y una mujer guapísima que se llamaba Rebeca. Recuerdo que mi mamá y sus amigas, cuando tenían sus reuniones para jugar canasta y chismorrear como de costumbre, comentaban horrores de la tal Rebeca: que estaba oxigenada, que portaba faja porque en la realidad era muy gorda, que era chaparra y puro maquillaje, ji, ji… Mi madre se erizaba cuando el pobre de mi papá se recreaba viendo a la señora y con cualquier pretexto, o cambiaba de canal o nos urgía a cenar porque si no todo se enfriaría. Mi papá se sonreía y volteaba a mí y me guiñaba un ojo. Después…chan, cha, cha chan: Esta noche quiero amarte como nunca y besarte como nunca te besé y cantarte las canciones que te gustan y adorarte como nunca te adoré…. Si señor, Don Pedro Vargas con León Michel, el Chinito Herrera y ¡uy, cuántos invitados cada vez! A veces su compadre Agustín Lara, otras Toña la Negra, Nicolás Urselay haciendo dueto con Hugo Avendaño, las hermanas Landín, Pedro Armendariz, Lupita Palomera, Fernando Fernández, las hermanas Navarro, el Che Reyes, Los Hermanos Reyes, Los Platters, Don Alfonso Ortiz Tirado, Juan Arvizu, Lola Beltrán, Cuco Sánchez, Elvira Ríos, Antonio Badú, Mauricio Garcés, la otra Rebeca (interprete de Lara), Chelo Vidal…¿Quieren más? ¡Recuérdenme! ¡¡¡Ay, qué México…!!!!

    Si bien ya no recuerdo muchas cosas más que ustedes lectores podrían complementar, ahora que escribo esto me remonto a épocas que verdaderamente extraño y vaya que disfruté. Podría todavía hablar de Regulo y Madaleno, del Madaleno después con Don Daniel Pérez Alcaraz, de las primeras apariciones del Loco Valdés en sus Variedades del medio día incluyendo a Chabelo ya sin Gamboín, a Héctor Lechuga, al Quinteto Salinas, etc. Cómo añoro a Madaleno modelando las pieles de Manzur; sus clases de inglés, esa imagen adorable de indio ladino; a Don Daniel cuando de pronto se animaba a tocar el piano e interpretar algunas de sus composiciones: Mientes. ¿Qué ha pasado, carajo…?

    ¿Actores…? A ver: Pedro Armendariz, Arturo de Córdoba y Marga López, Don Joaquín Pardavé (mi favorito), los Soler (Andrés, José, Fernando y Julián), Cantinflas, Jorge Negrete, Libertad Lamarque (me caía gorda pero…), Pedro Infante (también con pincitas de mi parte), Consuelo Guerrero de Luna, Ignacio López Tarso, Alejandro Chiangueroti, Manolín y Schilinski, Carlos López Moctezuma, Elsa Aguirre, Miroslava ( a mi gusto una de las mujeres más bellas que he visto en mi vida) …Creo que me faltan un chorro y dos montones

    ¿Toros…? Antes habré de mencionar a Paco Malgesto, a Don Pepe Alameda, al Señor Zúniga y a Don Carlos Albert, narradores y comentaristas cada domingo. Y luego ahí les va cómo los recuerdo y no en orden: Arruza, Silverio, ese monarca del trincherazo, torero torerazo, azteca y español… que tanto me impresionó de niño cuando le confesó a Pedro Vargas y a Malgesto que previo a cada corrida que estaba por enfrentar sentía miedo, pánico frente al burel. Joselito Huerta, Los Bomberos, Paco Camino, el Cordobés, Armillita, Rivera, Santiago Martín el Viti, Procuna, Capetillo que no me gustaba por su estatura y por el estoque que le aplicó en su momento a la pobrecita Lola Beltrán que tanto lo adoraba, Manolo Martínez, Eloy, no recuerdo a Manolete (creo que murió cuando nací). Tampoco estoy seguro sobre Banderas y Lorenzo Garza, pero de éste último me encantó saber que tenía los tamaños para pasar al centro del ruedo a mentarle la madre al público cuando éste lo abucheaba y después se lo llevaban a la cárcel.

    Disfrutaba mucho la plaza México, antes de las corridas, cuando me iba previamente a taquear con mi papá en sus alrededores o a veces, más elegantes, a comer a Los Guajolotes. En varias ocasiones llegué a casa con montura, banderillas, capote, muleta y espada provenientes de los ambulantes que se instalaban. Ya más joven, después de la corrida, me gustaba asistir a las romerías del Club Asturiano o del Club España o bien a las zarzuelas donde de pronto aparecía Pepita Enville, madre de Plácido Domingo. El público de los toros era bravo y exigente, sobre todo el de sol hasta arriba. Mucha gente del mismo público también gustaba de la ópera en Bellas Artes desde el tercer piso. Salían de la México y corrían después al Palacio.

    En una ocasión vino Giusseppe Di Estefano a hacernos el favor de interpretar La Traviata. Nos menospreció el muy idiota pensando que éramos babas chichimecas alrededor del tema y tuvo a bien comerse parte de la pieza para terminar más rápido. Recuerdo amigos míos del público taurino que cuando llegaron a Bellas Artes, desde arriba seguían el orden de la obra asumiendo el papel del que dirigía a la orquesta en turno. Era curioso verlos con los ojos cerrados, ensimismados. Cuando notaron lo anterior, se quedaron quietecitos, quietecitos al punto que lo dejaron seguir hasta concluir. Cuando se abrió el telón y apareció la compañía, aplaudieron con toda generosidad, pero cuando lo bajaron, entonces empezaron a surgir voces desde gayola demandando la presencia de Di Estefano: ¡Que salga Giusseppe, que salga Giusseppe…!, ja, ja. Este baboso no sabía la que le esperaba. Finalmente apareció el italiano solo, soberbio y luciendo hasta impaciente, cuando ¡órale!, empezó a recibir una lluvia de los programas hechos bolas y enviados con tal tino que el pobre hombre se vio obligado a correr ahora sí que a protegerse del acoso, tras bambalinas. Cómo me divertí y valoré la cultura y sensibilidad de esos mexicanos humildes pero con más conocimiento que el de tantas gentes bluff que sólo asisten al lugar a lucir sus joyas y pieles de visón.

    Fueron pasando los años. Ya en el hartazgo del nivel primaria, visualizaba una nueva etapa que si bien me ilusionaba en razón del cambio, finalmente no me resultó grata. Para mí la secundaria me pareció tortuosa, aunque me permitió empezar a definir qué me gustaría ser a futuro, según las materias que estudiaba, como también las materias que no me gustaban o no entendía y por lo mismo me abrumaban. Las calificaciones que derivaban, siempre reprobatorias, me causaban una existencia con muchas ansiedades. Odiaba la Física, la Química, todo aquéllo que estaba distanciado de lo humanístico. De entre tantos maestros por cada materia, a algunos los sentía muy gratos, otros por lo contrario los encontraba como una especie de enemigo a vencer. Iniciaba mi entrada a la adolescencia con muchos prejuicios y temores consecuentes de la mentalidad religiosa marista, aunada al tradicionalismo de mis padres.

    Muchas cosas naturales, para mí resultaban pecaminosas. El haber convivido siempre con compañeros hombres, hacía de mi persona un ser inseguro y temeroso hacia el sexo opuesto. Acercarme a una muchacha representaba más una acción de demostración de superioridad ante mis amigos, pero en el fondo no sabía bien a bien cómo consolidar mi personalidad alrededor del entorno femenino. Durante la secundaria fui un auténtico fracaso en todo: como alumno, como miembro de una familia, conmigo mismo. Lo único que me satisfacía era la vida en el desmadre con mis amigos íntimos y el logro a base de engaños de todo lo que significara evitar en la medida de lo posible las acciones represivas de un padre desesperado que no sabía cómo enderezarme.

    Había en mí una actitud de autodefensa, menospreciando o hasta agrediendo a todo lo que a mi alrededor significaba la presencia de una mujer. Me exhibía frente a mis cuates como galán para que me admiraran y respetaran, pero en el fondo prefería seguir en el camino del futbol callejero, las carreras de carritos en rutas pintadas a gis en la banqueta, fumar con mis amigos escondidos en lo alto de un árbol o subirnos hasta lo más arriba de las galerías del cine Gloria los viernes por la tarde que incluían la exhibición de tres películas, para desde ahí fumar, lanzar palomitas al público y burlarnos de todo. Veía muy lejos la preparatoria, finalmente el CUM, pero en el fondo me derrotaba porque estaba consciente de que mi realidad en términos de resultados, haría muy difícil el que pudiera aspirar mi ingreso a aquella escuela. Tenía que aprobar todas las materias del tercero de secundaria, contar con un buen promedio en la parte académica, pero sobre todo, magníficos antecedentes en relación a mi conducta. Todos los vientos soplaban en mi contra. Finalmente llegué al CUM porque Dios me ha amado mucho, porque entendí el consejo de mi padre cuando me decía que lo que más había que estudiar era precisamente lo que menos me gustara, porque me decidí a hacer un buen esfuerzo en tercero de secundaria y también, porque a la hora del examen final de matemáticas, acordé con el novio de mi hermana sentarme junto a él. Cuando el maestro se distrajo le pasé la hoja de mi examen, lo desarrolló, me lo devolvió, lo entregué y salí con un rotundo nueve, no explicándose mi maestro cómo lo había logrado. Por fin, terminé limpio la odiosa secundaria y pasé a la preparatoria. Quizá uno de los momentos más gratos de mi vida como estudiante.

    Los maravillosos ’60. Los Beatles con sus cabelleras extravagantes pero sujetos de la tolerancia (¿miedo?) y hasta de la admiración y respeto por parte de la Monarquía Británica, aunque en el fondo no terminaba bien a bien entender. Por mi parte el recién arribo a la adolescencia, a un nuevo local escolar, otros maestros, un trato hacia nosotros los alumnos que nos hacía sentir adultos, responsables de nuestros actos. Poco a poco iba tomando consciencia que entraba a una nueva etapa de mi vida que significaba el ser más yo, más independiente, más libre. Si deseaba no entrar a determinada clase, no había problema. Fumar, adelante. Abandonar un rato la escuela para ir a tomar un café, va. Nuestras conversaciones entre compañeros ya no versaban alrededor de las pendejadas en la secundaria, materias nuevas que hasta me sonaban rimbombantes: Sociología, Ética, Lógica, Etimologías Greco Latinas, Filosofía, Moral. Literatura, ya no Gramática, Matemáticas, ya no Aritmética.

    Iniciaba mi existencia en un mundo distinto. Maestros que aparecían ante nuestros ojos enormes, imponentes: Sódi Pallares, Moreno de Tagle, Mariano Azuela Güitrón, Agustín Anfossi, Jorge Jiménez Cantú, entre otros. El entorno me obligaba a actuar en el plano de todo lo que me significaba ser un auténtico intelectual. Cigarros ya no, mejor la pipa, lentes aunque mi vista fuera la adecuada, boina y gazné por supuesto, lociones sustraídas del vestidor de mi padre o alguno de sus suéteres de cashmere. Ahora sí, listo a darle la oportunidad a cualquier damisela que mostrara su interés en mí. Eso sí, sujeta a que su conversación incluyera temas alrededor de Eric Fromm y su Miedo a la libertad, Herman Hesse con su Demián o El lobo estepario. Todo esto además en el marco idóneo, existencialista, reflejo del espíritu de Sartre y El muro, Las moscas, Nietzsche con su Así hablaba Saratustra, finalmente El Mesón del Coyote Flaco en Francisco Sosa, Coyoacán.

    Hoy mismo me cuesta cierta dificultad cuando pretendo definir qué aportó de bueno a mi formación, el hecho de haber estudiado en el ámbito marista. No dejo de reconocer su gran calidad y esfuerzo por mi formación académica en un círculo que en todo momento me fue educando de manera de ser un ser humano positivo y digno en la sociedad. Pero al mismo tiempo me invade cierto resentimiento hacia esa congregación porque siento que me orientaba de alguna manera a actuar siempre sujeto de muchos miedos e inseguridades, siempre reforzadas por otro lado por el tradicionalismo de mis padres y de aquella sociedad a la que pertenecía. Formaba parte de la élite de los niños popis distantes de una realidad también digna por sus méritos y aciertos en el marco de la preparatoria popular universitaria o politécnica.

    Pretendíamos verlos por debajo de nuestras narices, los imaginábamos parte de la sociedad baja, de los pelados, de la broza. No me daba cuenta a esa altura de mi existencia de cuán equivocado estaba. Cómo aprendí en la universidad y terminé por aceptar que en aquella institución yo provenía de un mundo raro, falso muchas veces en proporción a la real realidad de México, hipócrita y manipulador. Era el niño popis incapaz de entender el sexo al margen del pecado, el que buscaba en mi Facultad a sus ex compañeros del CUM o a los provenientes de escuelas similares como el Colegio Alemán, el Israelita, el Patria, el Liceo Franco-Mexicano, etc., para entonces sí sentirme a gusto y seguro. La buena educación marista me fortaleció en muchos aspectos, pero en otros me deshumanizó y me alejó de la verdad social. Hoy agradezco a todos mis maestros del Instituto México y del CUM, su esfuerzo por colaborar en hacerme hombre de bien, pero cuánto me deparaba el futuro al ingresar a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), a esa institución, mi Alma Mater, que entre otras cosas me enseñó lo que significa convivir con mexicanos dignos, esforzados y provenientes de cualquier clase social.

    En el CUM fui sujeto de todo aquello que me significara encontrar la santidad. Se me abrieron las puertas para pasar a ser escritor para la revista CUM Laude, misma que cuando aparecía la llevábamos a venta a otros colegios, sobre todo de mujeres como el Miguel Ángel o la Escuela Moderna Americana. Ahí las alumnas, apenas aparecíamos, o se desmayaban o a espaldas de las monjas, se mostraban dispuestas a lanzarnos sus pantaletas. Para ellas resultaba una fiesta recibir la visita de los muchachos del CUM. Nosotros mientras tanto, serios, serios, procedíamos a la venta de la revista y vaya que acumulábamos dinero. También se organizaban las jornadas de vida cristiana que implicaban un retiro de tres días en un local de la calle de La Habana, en la colonia Lindavista, del cual salíamos muy superiores a San Francisco de Asís, a Santo Thomas, San Agustín, Fray Martín de Porres, vamos, cualquiera de los de arriba ahora tenían que aprender de nosotros: todos unidos en Cristo. Los miércoles de cada semana nos reuníamos por la tarde. Yo interpretaba con mi acordeón las canciones que teníamos que cantar, todas como himno a la unidad con Dios, la Iglesia, los pobres, las veinte mil vírgenes (creo que todavía no era popular Teresa de Calcuta), el Papa, etc. Recuerdo a compañeros como Germán Dehesa, a Pedro Cerisola, su mamá y su hermana, a Guillermo Ortiz Martínez, a los García Naranjo y otros muchos más.

    Lógico, la reunión iniciaba con una misa y frente a mí, a la hora de la hincada, una tarde me percaté del liguero que portaba una de tantas muchachas que asistían. Observé su cara y me quedé extasiado por todo su conjunto. Me urgía que pasara la Consagración, porque al levantarse, sabía que me brindaría el mismo paisaje que ya no me dejó dormir. Era seria y esa sí bien intelectualota, sobrina del sacerdote Alberto de Ezcurdia, cura rebelde dominico, unos de los fundadores de la Parroquia Universitaria, maestro en la Facultad de Filosofía, de izquierda y bohemio de alto rango. Con él aprendí a disfrutar los martinis secos que se servían en el restaurante francés Normandie de la calle de López y los extraordinarios caracoles o costillas de cordero a la menta. Días después me atreví a acercarme a ella y le propuse acompañarla a su casa. Aceptó. Quién sabe qué hablaríamos en el camino. Lo que sí recuerdo es que cuando llegamos a su casa y me hizo pasar, lo único que pude decirle fue que me gustaría que fuera algo más que mi amiga… Me contestó que sí y sellamos nuestro acuerdo con un gran beso, ¡¡¡en la boca!!!

    Salí aturdido. No sabía hacia dónde me encaminaba. Me fui a pie desde la colonia del Valle a mi casa en Coyoacán y me encontré que mis padres a la una de la mañana, ya habían llamado al CUM, a la policía, al Servicio Médico Forense (SEMEFO) y bueno. ¿dónde andabas?, ¿qué horas de llegar?, ¿por qué no llamaste?… Yo no entendía nada y por supuesto, no pude dormir. El mundo ya era mío. Nunca imaginé que mi conquista me llevaría a lo más bajo. Robé, por primera vez sentí y conocí los senos de una mujer, abandoné mi casa por el repudio de mis padres hacia Alejandra, estuve a punto de hacer pomada a un pretendiente suyo, ¡qué sé yo! Alejandra era un año mayor que yo (18), pero intelectualmente me llevaba 100 años de diferencia. Formaba parte de un ambiente bohemio y académico de a de veras. Conocí a Vicente Lombardo Toledano en su casa, a Elí de Gortari, a Federico Pardo, a Jacques Soustelle, todos gente de la auténtica izquierda mexicana o de ambientes intelectuales de otras partes del mundo, en una atmósfera fuerte y exquisita.

    Me botó Alejandra entre otras cosas porque no acepté tener con ella relaciones sexuales. Eso para mí era sucio y pecaminoso. Robé varias veces de la cartera de mi padre, porque el domingo que me asignaba no me permitía alternar en las actividades que proponían los novios de sus hermanas, encantadores por cierto, que muchas veces me comprendían y por lo mismo me financiaban. Cerca de una Navidad, decidí acercarme a la caja fuerte de mi casa y extraje un juego de aretes de esmeraldas de mi mamá. Tenía que vestir como a Alejandra le gustaba. Quería llegar a su casa con regalos para todos, mostrarles mi cariño, mi altísima solvencia económica y mi exquisitez de gusto. Recuerdo que cuando mi padre adquirió esa joyas, pagó en la Casa Borda algo así como diez ocho mil pesos. Yo fui al Monte de Piedad sintiéndome marrano y me ofrecieron como dos mil pesos y mi respectiva boleta. No acepté y entonces deambulando por el centro, descubrí una casa de antigüedades en donde me encontré con un señor que me vio con simpatía y curiosidad. Le dije que estaba por salir a estudiar a Francia a la Sorbona pero que me faltaba dinero; que contaba con un recuerdo de mi abuela que estaba dispuesto a dejar en prenda a cambio de un préstamo de diez mil pesos, a pagar con intereses al año siguiente.

    El señor me preguntó quién era, en dónde estudiaba, cómo me llamaba mientras revisaba el material. Me di cuenta que se sorprendió cuando le mencioné mi apellido, pero seguimos adelante y finalmente me entregó un cheque por la cantidad acordada a cambio de que le firmara un pagaré en los términos pactados. De ahí fui a desayunar a Sanborn’s de Madero, entré al baño y guardé el cheque entre mi zapato y calcetín. Ahora sí, el mundo era mío, qué caray. Cuando fui al Banco Nacional de México (BANAMEX) en Coyoacán a cambiar el cheque, sudé frío. De pronto me percaté que el Gerente

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