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Secretos De Un Amor Prohibido: Mi Historia Real
Secretos De Un Amor Prohibido: Mi Historia Real
Secretos De Un Amor Prohibido: Mi Historia Real
Libro electrónico345 páginas8 horas

Secretos De Un Amor Prohibido: Mi Historia Real

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Secretos de un Amor Prohibido: Mi Historia Real narra la historia de un amor improbable entre Cndida y el Padre Andrs, y su lucha por ser fieles a s mismos en el marco de un inmenso escndalo cultural y religioso. Es una historia conmovedora que evidencia la decisin que cada uno de nosotros debe tomar todos los das: vivir una vida a favor de la verdad de lo que realmente somos, o vivir del qu dirn y de las expectativas de otros. Se cuenta la intensa alegra y el gran sufrimiento de Cndida y el Padre Andrs que fueron las consecuencias de su decisin.
El libro toca tambin el camino hacia la madurez emocional y espiritual de Cndida como vctima de maltrato infantil, de discriminacin y sexismo. En su azarosa vida, Cndida descubre todas sus potencialidades a pesar de ser oriunda de una de las regiones ms pobres y olvidadas de Honduras. Descubre una fuerza interior que la obliga no slo a sobrevivir sino incluso a prosperar en medio de las circunstancias ms terribles.
Pero sobre todo, este libro trata del poder del amor y del perdn. Cndida no permite que su dolor y tristeza endurezcan su corazn, sino ms bien los lleva a que la transformen. En vez de dejar crecer un corazn de piedra, le da cabida a un corazn de una gran compasin.
En la tradicin de famosos autores latinos, como Gabriel Garca Mrquez, Secretos de un Amor Prohibido explora la naturaleza del amor verdadero. Pero, a diferencia de Garca Mrquez, el amor no sucede "en los Tiempos del Clera, sino en los sueos de una humilde muchacha campesina de la aldea Las Limas que descubri que era mucho ms valiosa de lo que ella misma se imaginaba.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento29 jul 2013
ISBN9781463360238
Secretos De Un Amor Prohibido: Mi Historia Real
Autor

Cándida R. DeVito

Cndida Rosa DeVito was born in Honduras, and the drama of her life story matches that of her country: a rich and tragic marriage between the indigenous Mayan population and the Spanish. Cndidas beauty, wisdom, grace, and tenacity came from her father, Jos Mndez Guilln, who was a rancher, philosopher, and poet. She inherited from her mother, Mara Martnez Chvez, her indigenous features and indomitable spirit. Her journey from the remote village of Las Limas, in Honduras to Boston, Massachusetts, in the early 1960s gave Cndida false hope of a newfound freedom. However, she soon discovered that her cultural and religious fall-out did not exclusively belong to Honduras, and she predictably faced countless challenges and obstacles in her new homeland. Nevertheless, in the midst of tremendous struggles, she was able to be a loving wife and raised four children. Having to overcome language and cultural barriers, Cndidas family and friends proudly witnessed her transformation from a timid young lady with only an elementary school education to a highly educated and confident woman. She obtained a masters degree in Spanish literature from Boston College and had an accomplished career as a teacher for Boston Public Schools. She received numerous awards for her excellence and dedication and has appeared in several newspapers, including the New York Times. The writing of her life story is the fulfillment of a personal dream and an inspiration to all. Cndida is happily married and lives in the Boston area with her husband, Paul.

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    Secretos De Un Amor Prohibido - Cándida R. DeVito

    Copyright © 2013 por Cándida R. DeVito.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 27/07/2013

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    465228

    CONTENTS

    DEDICACIÓN

    AGRADECIMIENTO

    CAPÍTULO 1

    CAPÍTULO 2

    CAPÍTULO 3

    CAPÍTULO 4

    CAPÍTULO 5

    CAPÍTULO 6

    CAPÍTULO 7

    CAPÍTULO 8

    CAPÍTULO 9

    CAPÍTULO 10

    CAPÍTULO 11

    CAPÍTULO 12

    CAPÍTULO 13

    CAPÍTULO 14

    CAPÍTULO 15

    CAPÍTULO 16

    CAPÍTULO 17

    CAPÍTULO 18

    CAPÍTULO 19

    CAPÍTULO 20

    EPÍLOGO

    COMENTARIOS DE LECTORES

    BIOGRAFÍA

    DEDICACIÓN

    Dedico este libro a los dos hombres que

    más he amado y más influencia han tenido en mi vida:

    mi esposo, Frank Ralph DeVito, y

    mi padre, José Méndez Guillén.

    ¡Que en paz descansen!

    También dedico este libro a mi querida madre,

    María Martínez Chávez,

    con quien hemos cultivado una bonita

    y cercana relación a través de los años.

    AGRADECIMIENTO

    Traducir un libro, no es una tarea fácil porque no se puede traducir literalmente, sino que hay que captar el significado de las ideas. Afortunadamente, yo tuve un excelente equipo que colaboraron y me animaron a lo largo del camino.

    En primer lugar, le debo eterna gratitud a mi familia y amistades por su apoyo incondicional, especialmente a mi esposo Paul. Además de su amor, la asistencia con sus habilidades técnicas han sido indispensables para llevar a cabo este proyecto.

    Agradezco de todo corazón a todos los lectores que enviaron mensajes sugiriendo la traducción de Secrets of Forbidden Love al español. Su perseverancia me dio la inspiración de aceptar el reto y la energía de llevarlo a cabo.

    Deseo darle el merecido reconocimiento y mi eterna gratitud a mi querido hermano, Mario N. Méndez, por su valioso aporte. Además de colaborar con la revisión, le dio otra dimensión a los recuerdos de nuestra niñez y un toque de belleza y poesía al manuscrito.

    Estoy eternamente endeudada con el distinguido editor, el Profesor Luis Roberto Cerna por su extraordinaria colaboración. Tiene un ojo de águila para los inglesazos y un profundo conocimiento tanto del español como del inglés. Su aporte ha enriquecido este proyecto enormemente.

    A mi cuñada y entrañable amiga, Reyna Isabel Machado – Georges, mi perdurable agradecimiento por la paciencia y dedicación de leer el primer borrador. Sus excelentes sugerencias le dieron claridad a la historia y un toque de romanticismo.

    Mis gracias particulares a mi querida amiga, CarolAnn D’Arcangelo por el excelente y gracioso epílogo. Espero que Dios me vea de la misma manera.

    También quiero agradecer a mi querida amiga, Liz Guzmán por estar siempre dispuesta a brindarme su apoyo y a compartir su tiempo y talentos.

    A mis colegas de Pearson Evaluation Systems les debo mi profundo agradecimiento por su apoyo, especialmente a Linda Sasso, por haber colaborado con la revisión del manuscrito.

    Estoy eternamente agradecida con los siguientes lectores por haberme inspirado con sus maravillosos comentarios: Reyna Isabel Machado – Georges, Manuel Ferrero Fernández, Rosamaría Messen Ghidinelli, Rubén Pineda y Lisette Burchard.

    Le debo gratitud a Palibrio Publishing Company por convertir mi sueño en realidad por segunda vez.

    Para concluir, le doy gracias a Dios por todas sus bendiciones, en las cuales incluye el haber puesto un grupo de ángeles en mi camino para hacer de este sueño una realidad.

    CAPÍTULO 1

    Mi vida puede ser comparada con una flor silvestre, que crece en una selva tropical, y es arrancada con raíces para ser trasplantada a otra parte del planeta, donde el clima es tan frío que la tierra se congela. Pero a pesar del durísimo proceso de adaptación en su nuevo ambiente, la frágil flor no solamente logra sobrevivir, sino que también florece de una manera espléndida.

    Crecí en uno de los rincones más remotos del mundo, en una aldea llamada Las Limas, que se encuentra en el Municipio de San Esteban, en el Departamento de Olancho, Honduras, América Central. Nací de padres con diferencias abismales en cuanto a educación y clase social. Siendo producto de estos dos polos opuestos, en una sociedad donde el machismo y las diferencias de clase social prevalecen; mi vida estaba destinada a ser extremadamente difícil y tormentosa.

    Mi padre, don José Méndez Guillén, también nació en Honduras. Él tenía raíces europeas; era muy respetado, altamente educado, y gozaba del prestigio que se le otorga a una persona de la alta sociedad. Sus padres, don Jaime Méndez y doña Antonia Guillén de Méndez, eran descendientes de una familia aristocrática del norte de España, que emigraron a Honduras en busca de nuevos horizontes.

    Mi padre tenía una tez muy clara, pelo rubio y ojos tan azules como el mar. Su cuerpo robusto era de unos 1,85 metros de estatura, y su voz era suave como una melodía; debido a sus características de tipo europeo, era considerado en su medio como la máxima expresión de la belleza masculina. Además de sus muchos atributos físicos, mi padre era muy amable, generoso hasta la exageración, muy inteligente y un gran poeta. Él fue bendecido, o tal vez maldecido, con un carisma que las mujeres encontraban irresistible.

    Mis abuelos paternos eran educados; muy conocidos más allá de la provincia donde vivían y muy respetados. Además de trabajar como juez, mi abuelo don Jaime era terrateniente, ganadero y considerado rico por pertenecer a la rancia aristocracia proveniente de España. Cuando conocí a mi abuelo, don Jaime, ya tenía su pelo blanco como la nieve, su delgado y alto cuerpo encorvado, su blanca tez arrugada y caminaba con arrogancia apoyado en un bastón. Él utilizaba su bastón, no sólo para equilibrarse, sino también para asustar a los animales y a los niños. Cuando yo era niña, siempre mantenía mi distancia de él; pues me inspiraba miedo y porque era del conocimiento público en la aldea que mi abuelo no estaba interesado en conocer a su nieta de piel oscura.

    Nunca conocí a mi abuela, doña Antonia, pero me enteré que era una mujer muy bondadosa y de extraordinaria belleza. Era alta, delgada, con tez blanca y llevaba su abundante pelo castaño en una trenza al estilo francés; usaba ropa lujosa y caminaba con la cabeza erguida, cual si fuera una bailarina. Todo lo relacionado con doña Antonia tenía un aire de elegancia y sofisticación, comentó alguien que la conocía muy bien.

    Mi padre, al haber sido bendecido con padres amorosos, tuvo una niñez feliz en los primeros años de su vida; por desgracia, su mundo cambió drásticamente cuando su madre murió, dejando cinco hijos pequeños. Él era el tercer hijo en su familia, y no tenía más de cinco años de edad.

    La pérdida de su joven esposa dejó a mi abuelo totalmente devastado, repleto de dolor y remordimientos. Su dolor y sentimientos de culpa eran intensos a tal grado, que se volvió indiferente y emocionalmente distante de sus hijos. La gente comentaba que muchos años después de la muerte de su esposa, se podía escuchar a mi abuelo gemir y lamentarse, mientras exclamaba: ¡Yo la maté! ¡Yo la maté! Él se culpaba por la muerte de su esposa, porque ella ya había estado enferma por un par de semanas y él se había negado a llamar al único médico del pueblo. Cuando los familiares le sugerían que debería llamar al médico, él vociferaba: Ella es tan bella, que me atormenta la idea de que otro hombre la mire.

    Irremediablemente, ella murió. Mi padre y sus hermanos quedaron casi completamente huérfanos porque mi abuelo nunca fue capaz de recuperarse de la pérdida de la única mujer que había amado y considerado digna de ser su esposa. Sus hijos tampoco pudieron recuperarse de la pérdida tan prematura de su madre. Seis décadas más tarde, mi padre seguía lamentando su desgracia, y en varias ocasiones mencionó: Las sirvientas fueron capaces de cuidar de nosotros y alimentarnos, pero la pérdida de nuestra madre dejó un vacío en nuestros corazones que nada ni nadie han podido llenar.

    Mi padre también comentaba que las sirvientas no tenían ninguna autoridad ni dinero para comprar ropa para él y sus hermanos. Por lo tanto, cuando se les acabó la ropa después de que murió su madre, su único recurso era usar la ropa de su padre, incluyendo las chaquetas lujosas que había usado para ir a fiestas y a ocasiones formales.

    Durante la época que mi padre, sus tres hermanos y su hermana crecieron, no había escuelas en Las Limas. Los ricos acostumbraban a enviar a sus hijos a la ciudad más cercana para ser educados, y la gente pobre tenía que permanecer analfabeta para el resto de sus vidas. Por supuesto que mi abuelo tenía los medios económicos para proveerles a sus hijos una buena educación, pero estaba demasiado devastado como para pensar en eso. Afortunadamente, mi padre y sus hermanos tuvieron la oportunidad de estudiar. Gracias a la bondad de unos parientes que vivían en Tegucigalpa, la capital de Honduras. Mi padre y su hermano mayor, Pablo, hasta lograron obtener estudios universitarios. Mi tío Pablo estudió ciencias políticas. Mi padre se concentró en estudiar filosofía y literatura, y continúo profundizando sus conocimientos de esas dos materias durante toda su vida. Era un lector compulsivo y un amante de la poesía, la cual fue su eterna pasión.

    Entre la familia de mi padre y de mi madre son muy notorias las diferencias. Mi madre, María Martínez Chávez, desciende de ladinos (una combinación de español e indio) que tienen piel oscura como la mía. Ella viene de un linaje honesto y reconocido por ser muy trabajadores, pero lamentablemente pobre, sin educación y numeroso. Mis abuelos maternos, don Lino Martínez y Mercedes Chávez, tuvieron casi una docena de hijos; mi madre era su tercera hija.

    Mi abuelo, don Lino, medía casi 2,00 metros. Era tan delgado de tanto trabajar que parecía palmera. Además de ser agricultor, también hacía tejas de arcilla cocida para poder mantener a sus numerosos hijos. Como era tan alto, cada vez que trabajaba techando casas, no necesitaba escalera para subir las tejas al techo. Alcanzaba pasarlas directamente al hombre que estaba en el techo colocándolas. Toda la gente en la aldea llamaba a mi abuelo don Lino, y era raro que a un hombre pobre se le diera el título de don. Pero mi abuelo se ganó ese título de honor por ser tan bueno y honesto.

    Se ha dicho que los polos opuestos se atraen, y eso fue ciertamente el caso de mis abuelos maternos. Mi abuela Mencha, como la gente la llamaba, era tan baja y gruesa como su marido era alto y flaco. Ser gorda en esa época era considerado como una indicación de buena salud, por lo cual muchas personas le decían a mi abuela, Mencha, usted es tan saludable…. Su respuesta a ese comentario era siempre la misma: Esto no es una gordura buena. Esta gordura no es saludable. Desafortunadamente, su presentimiento resultó ser correcto. Pero, a pesar de estar enferma casi la mayoría del tiempo e hinchada por retención de líquido, era una señora muy gentil, amable y un alma de Dios.

    A diferencia de la mayoría de las mujeres de su tiempo, mi abuela Mencha no utilizaba castigo corporal para disciplinar a sus hijos. Ella les enseñaba valores, sobre todo con ejemplo. Compartía lo poco que tenía con otras familias necesitadas y pasaba gran parte del tiempo rezando novenas (rezo de nueve días) por los difuntos o para venerar a los santos en el día de su fiesta. No tengo idea de cómo aprendió, pero mi abuela Mencha sabía leer; pues la escuchaba leer cuando rezaba novenas. Aunque no sabía escribir, reconocía todas las letras del alfabeto y sabía todas las silabas. Ella estaba plenamente consciente del valor de una educación, y lo único que parecía lamentar de la pobreza era no tener la capacidad de educar a sus hijos.

    Al contrario de mi padre y sus hermanos, que tuvieron la oportunidad de ir a la capital para ser educados, mi madre y la mayoría de sus hermanos y hermanas se quedaron analfabetos. Cuando la primera escuela pública fue establecida en Las Limas, mis dos tías menores y el menor de mis tíos ya eran adolescentes, pero mis abuelos insistieron en mandarlos a la escuela. Su educación fue muy limitada, pero por lo menos aprendieron a leer y a escribir.

    A pesar de ser analfabeta, mi madre era una muchacha muy inteligente y capaz de desenvolverse efectivamente en su ambiente. También era muy atractiva, a su manera. Tenía tez oscura, vivaces ojos negros, cintura delgada, busto grande y pelo negro largo y lacio. Medía unos 1,65 metros de estatura y pesaba unas 105 libras. Durante la época que mi madre era joven, ser delgada para una mujer no era deseable, ni se consideraba atractivo; sino que más bien era asociado con enfermedad y pobreza. Por lo tanto, a pesar de que mi madre era atractiva, ella siempre se sentía acomplejada por su peso y avergonzada por sus piernas delgadas.

    Supongo que cuando mi madre era joven, fue capaz de ocultar su complejo de inferioridad bastante bien. Me dijeron que era una chica amable, dulce y bondadosa, con una sonrisa encantadora. Desafortunadamente, ya para la época que tuve mis primeros recuerdos de ella, su dulzura se había convertido en furia y su bondad en crueldad.

    Cuando mi padre se fijó en mi madre por primera vez, él tenía treinta y tres años de edad; ya había tenido innumerables conquistas y dos hijos ilegítimos con una de las sirvientas de su padre. Él se negó a dar a estos niños su apellido, o sea que no los reconoció. Sin embargo, voluntariamente asumió la responsabilidad económica para la crianza de ellos. Mi padre mantuvo su promesa de proveer apoyo económico para el sustento de estos niños, pero en relación a su madre, no quería saber nada de ella. Cualquier vínculo sentimental que algún día él tuviera para esta mujer, desapareció por completo. Como la mayoría de los hombres en la cultura de mi padre, él estaba más interesado en nuevas conquistas y en nuevas aventuras. Después de una exitosa conquista, los hombres comúnmente perdían interés en la mujer y la abandonaban para buscar nuevos amores.

    Mi madre sabía la historia de mi padre demasiado bien, pero ella era una muchacha campesina, inocente, soñadora, y a punto de cumplir dieciocho años. También estaba muy consciente del gran abismo social e intelectual que los separaba, pero ella creía en los cuentos de hadas y en finales felices. Su hermana mayor, Elvia, le advertía, no creas todo lo que dice don José porque seguramente sólo anda en busca de otra conquista. Pero mi madre creía que su hermana estaba envidiosa de ella por su buena suerte de tener un novio tan guapo y distinguido; por lo que, en lugar de escuchar a su hermana, esa sugerencia la enfurecía. Otros parientes también le aconsejaban a mi madre, don José no te conviene. Pero sus consejos caían en oídos sordos. Ella estaba tan enamorada de él que ningún poder humano podía convencerla de que su príncipe azul terminaría quebrándole el corazón una y mil veces.

    Ser un don Juan (mujeriego, famoso por sus conquistas) y haber dejado a muchas mujeres con el corazón roto y en desgracia ante los ojos de la sociedad por haber perdido su virginidad, no hizo que la gente respetara y admirara menos a mi padre. Al contrario, entre más conquistas tenía un hombre, más popularidad ganaba. Lejos de perder su honor o prestigio por mujeriego, más admirado era por tener fama de ser muy macho.

    El hecho de que mi padre tuviera dos hijos ilegítimos, tampoco lo afectó de manera negativa ante la sociedad. Al contrario, fue aplaudido por haber tomado la responsabilidad económica de sus hijos, ya que la mayoría de los hombres evadían esa obligación. En ese tiempo en la cultura hondureña, no había ninguna presión social ni legal que obligaran a un hombre a aceptar cualquier tipo de responsabilidad hacia sus hijos ilegítimos. Toda la responsabilidad de criar y mantenerlos recaía sobre los hombros de la mujer. El hombre ni siquiera era considerado responsable de haber embarazado a la mujer. La mujer siempre era considerada culpable de haber seducido al hombre, o permisiva de que el hombre la sedujera.

    Nunca he olvidado el mensaje de una canción que era muy popular cuando yo estaba pequeña. No recuerdo el título, ni la letra exacta, pero el mensaje era el siguiente: Un hombre siempre es un hombre, si resbala, cae parado. Pero si una mujer resbala, siempre cae mal parada. El mensaje de esa canción resume la actitud que la gente tenía hacia los hombres y las mujeres hace medio siglo. Desafortunadamente, esa actitud de alguna manera todavía persiste hoy en día.

    Hace un par de años, durante uno de mis viajes a Honduras, conocí a una partera profesional, y con ella averigüé algo que me dejó sorprendida. En las aldeas las parteras cobran más por el nacimiento de un niño y menos por el nacimiento de una niña. Le pregunté a la partera: ¿Por qué es eso? ¿Son los bebés varones más difíciles de dar a luz? Rápidamente ella respondió, no necesariamente. Percibió que yo seguía sin entender y luego me explicó: Cobramos más por el nacimiento de un niño porque los hombres valen más que las mujeres.

    Este comentario me impactó inmensamente; me dejó muy triste y decepcionada. Me di cuenta en ese momento que el machismo todavía sigue arraigado en la conciencia de la gente de mi aldea. Han transcurrido cincuenta años desde que yo lo experimenté en carne propia, y sin embargo, el oscurantismo sigue igual.

    CAPÍTULO 2

    La tierra que me vio nacer está situada en el fértil Valle de Agalta, el cual está regado por el río Tinto Negro y circundado por la Sierra de Agalta, que es Parque Nacional y patrimonio de la humanidad. El bosque, la llanura, la pradera, los ríos y las flores silvestres hacen de este valle un verdadero paraíso tropical. El esplendor de la naturaleza le da un encanto y un toque mágico, que se convierte en inspiración para los amantes de la belleza.

    Mi padre en una de sus poesías, describió el lugar así:

    "Explorando las tierras agalteñas,

    se ven torrentes de agua cristalina

    y parecen diademadas la alta sierra,

    cuando amanece con unas fajas de neblina.

    A orillas se sus aguas se ven bosques,

    con flores perfumadas coloridas

    orgullosas de su rarísima belleza,

    porque ahí están las Ninfas escondidas".

    Los majestuosos pinos, robles, encinos y caobas dominan la formación del bosque, y el deleitable aroma de pinos y flores silvestres perfuman el aire. Esta selva sirve de albergue al quetzal, al paujil, tigre, venado, tapir, mono, jabalí y a gran diversidad de fauna. La pradera es el santuario del bellísimo Colibrí Esmeralda, única especie en el mundo. También es el hábitat natural del alcaraván, el conejo, la alondra y el guaco, junto a la gran variedad de especies tropicales que abundan en esta pampa.

    En la montaña está la vida, el alma y el espíritu de los pobladores; allí el Creador depositó el agua, el oxígeno, el alimento y la inspiración para la supervivencia. Hasta para curar nuestras enfermedades, la naturaleza nos dio una fuente de agua termal, que es una quebrada, conocida como El Agua Caliente. Según los ancianos, estas aguas tienen poder curativo; aquí se curaba la gripe asiática, la fiebre amarilla, la tuberculosis, la lepra, la malaria y otras enfermedades que amenazaban de muerte a la población.

    El clima en el valle es seco tropical a causa de su elevación. Su altura es de 500 metros sobre el nivel del mar y su temperatura media es de 23.6 grados Celsius. Cuando yo era niña, frecuentemente pensaba, gracias a Dios que hizo a mi país cálido y agradable porque la ropa es bastante escasa aquí. Siendo la hija de don José Méndez, yo no gozaba de lujos, pero tenía lo esencial. Mucha gente alrededor mío carecía de lo básico, y mi corazón de niña sufría por ellos.

    Mi padre y su familia tenían fama de ricos por ser terratenientes, ganaderos, pero especialmente por el prestigio de su origen y apellido. Poseían patrimonio, pero no mucho dinero en efectivo como la gente creía. Sin embargo, tenían acceso a dinero vendiendo una vaca o dos; mientras que un hombre pobre tenía que trabajar duro todo el día en una finca para poder ganarse un solo Lempira. El Lempira es la moneda hondureña, la cual en ese tiempo tenía el valor de un medio dólar. Se llama así en conmemoración del cacique Lempira, un importante líder de la resistencia indígena contra la dominación española.

    Mi aventura por la vida empezó en la madrugada del 18 de enero de 1949, en el hogar de mis abuelos maternos, llamado El Ranchón, bajo la atención de la partera, doña Quicha. El Ranchón nada tenía que ver con un rancho ganadero; por el contrario, era una casa humilde, que despectivamente la gente llamaba ranchón por su inmenso tamaño. Las dimensiones eran enormes y el estilo semejaba a un galerón. Quizás mi abuelo don Lino al construirlo previó que este local albergaría una familia numerosa, integrada no solo de padres e hijos, sino también de nietos, yernos y nueras.

    Mi infancia trascurría ligada a los patrones culturales de aquel medio, plantada en medio de dos extremos. Por un lado rodeada del cariño de mis abuelos; mi abuela Mencha me decía con frecuencia: Tú eres una estrellita enviada del cielo para alegrar la familia. Por otro lado me decían algunos parientes, ¡Qué lástima que no salistes blanca y ojos azules como tu padre! Una mujer vecina también agregó, ojalá que al menos tengas algo de su cerebro porque toda la gente sabe lo inteligente que es don José.

    Mi padre me dio el nombre de Cándida Rosa; sin embargo no me dio su apellido, al no ir a inscribirme al registro municipal de San Esteban, que queda a trece kilómetros de la comunidad. Mi madre tuvo que registrarme con el apellido de ella; aunque no muy contenta, estaba agradecida con mi padre por haberme dado el nombre. Sin embargo, esta actitud cambió radicalmente cuando se enteró que mi padre tenía amores con una joven llamada Cándida Rosa. Entonces para borrar recuerdos de su infidelidad, ella quiso sustituir mi nombre por el de Beatriz María. Cegada de rabia y de celos se dirigió a San Esteban para solicitar el cambio de mi nombre. Pero por más que suplicó, sus peticiones no fueron escuchadas; ya que carecían del incentivo económico que alimentara la corrupción acostumbrada de los servidores públicos.

    La actitud de mi padre de no querer reconocerme como hija legítima, era porque no creía en el futuro de la relación con mi madre. Él quería mantener la apariencia de un hombre soltero y sin compromisos, a la espera de la mujer de sus sueños.

    Una vez que mi madre calmó su cólera por el incidente de mi nombre, mi padre retornó a verme y algo inesperado sucedió. Al contemplar mi pequeña figura, el instinto paternal se despertó en él; continúo visitándonos con frecuencia y trayéndome regalos. Durante las visitas anteriores de mi padre, mi madre le permitía verme, pero no le dirigía la palabra. Hasta que un día, según ella, el hielo de su corazón se derritió cuando fue testigo de una escena conmovedora; me contó muchos años después: Vos tendrías como tres meses, y como de costumbre, tu padre vino a verte. Él no sabía que alguien los observaba, porque estaba a solas con vos, pero yo les eché un vistazo por una ventana. Tu padre te tomó en sus brazos; te levantó en el aire, mientras te miraba con ternura, te dijo con voz suave: ‘¡Sos tan preciosa, tan fuerte, y tan inteligente! ¿Verdad que vas a ser la primera mujer piloto, o quizás una gran poetiza?’ Al ver ese lado tan tierno de José, empecé a hablarle de nuevo. Mi madre me explicó.

    Para la próxima visita de mi padre, mi madre ya había cambiado su actitud. Ella le respondió el saludo por primera vez en mucho tiempo, e incluso le preguntó cómo iban las cosas. Las cosas están muy mal en casa, respondió él, porque con mi padre no tenemos buena comunicación. Me siento más a gusto en tu casa que en la mía. Mi madre reflexionó por un rato y después de una larga pausa, le dijo con voz convincente, si usted no está feliz en la casa de su papá, ¿por qué no se viene a vivir con nosotros mientras mejoran las cosas? Esta casa es grande; mis padres lo aprecian mucho y creo que no habrá problema. Mi padre le rindió las gracias por su ofrecimiento y le aseguró que iba a pensarlo. Después de consultar con mis abuelos maternos, ya que eran los dueños del Ranchón, aceptó venirse a quedar con nosotros por un tiempo.

    Este convenio funcionó bastante bien por un corto tiempo; parecía ser muy beneficioso para todas las personas involucradas. Mi padre estaba bien cuidado por mi madre, y él sintió lo que nunca había tenido desde que falleció su madre, el calor de un hogar. Mi madre tenía las ventajas de estar con el hombre que amaba, y ganó un poco de respeto ante la sociedad por ser su compañera. Yo era probablemente la beneficiaria principal de este nuevo acuerdo porque tenía la dicha de tener un padre tierno que me amaba y cuidaba. Sin embargo, él no quería ser llamado padre o papá. Él me enseñó a llamarlo José; así que aprendí a llamar María a mi madre.

    Años después al escuchar la historia de Jesucristo, me di cuenta que teníamos algo en común, el nombre de los padres: María y José. Esta coincidencia me llenó de orgullo y también de tristeza. Para ese tiempo ya tenía conciencia que la similitud de mi madre con la madre del Galileo se limitaba al nombre.

    El período de paz y alegría que disfrutamos cuando mi padre se vino a vivir con nosotros; lamentablemente, se esfumó como el viento. Los celos y las peleas entre mis padres aparecieron de nuevo como un fantasma que conspiraba. Mi madre empezó a oír rumores acerca de una joven mujer de otra aldea que mi padre había traído a la casa de su padre. La gente especulaba que esta joven era la amante de mi padre; que él estaba desilusionado y trataba de alejarse de ella, y que por esa razón se había trasladado a vivir con nosotros. Cuando mi madre confrontó a mi padre acerca de los rumores que circulaban en la aldea, él no pudo negarlo. Trató de justificar lo ocurrido explicándole a mi madre: ¡Comprendé mujer! Ella sólo es una trabajadora; no puede haber nada serio entre nosotros. Es haragana, espero que pronto se vaya. Entre otras quejas de ella, incluían no cocinar ni aplancharle la ropa.

    Sería la ingenuidad de mi madre o ceguedad de amor, pero ella aceptó la explicación de mi padre. La creyó a tal grado que le pareció razonable la presencia de la joven en casa de mi abuelo, don Jaime. Ella decía, hay tanto trabajo en ese caserón y la sirvienta de don Jaime ya está casi chochando (avanzada en edad), por lo tanto necesitan otra.

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