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Una Luz En El Desierto
Una Luz En El Desierto
Una Luz En El Desierto
Libro electrónico214 páginas2 horas

Una Luz En El Desierto

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Una luz en el Desierto est escrita con la tinta de la pasin y narrada con la entraa de una guerrerense en plenitud, es el espritu de Guerrero y de sus habitantes.

Antonia Njera Reyna abre su corazn y nos lleva a su tierra natal a conocer a sus habitantes y sus historias que se entrelazan y muestran su espritu combativo.

Los personajes en voz de la autora nos permiten asomarnos a sus vidas llenas de ancdotas que nos invitan a la sonrisa, el asombro, la compasin y la esperanza

La pasin es la marca personal en la narracin de esta novela, por eso la autora pide en el texto introductorio.

Discrecin y respeto por lo que estn a punto de leer. Estas letras son ms que una historia, es mi vida plasmada en unas hojas. Son experiencias que nos harn vivir intensamente, llorar y rer sin lmites.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento18 mar 2013
ISBN9781463350260
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    Una Luz En El Desierto - Antonia Najera Reina

    UNA LUZ

     EN EL DESIERTO

    Antonia Najera Reina

    Copyright © 2013 por Antonia Najera Reina.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Fecha de revisión: 14/03/2013

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    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    ⁴³⁸⁵³⁵

    Indice

    Introducción

    El comienzo de mi historia

    Mis abuelos

    María de Jesús Fernández Montes de Oca

    Ojo de Agua

    Mis Padres

    Antonia

    Mis cuatro años

    Mis cinco años

    Juegos peligrosos

    Mis seis años

    La medicina sagrada

    La rosa

    La escuela

    Las vacaciones

    Mis catorce años

    Leonarda

    El amor de mi vida

    Mis quince años

    El fatal accidente

    Mis dieciséis años

    Mis diecisiete años

    Álbum fotográfico

    Antonia, amigos y famillares

    A Eneyda, Erika, Fredy y Araceli.

    A Dios, por darme este regalo

    tan maravilloso como ser humano.

    Su ayuda estaba presente en mi memoria

    y en el corazón, les deseo,

    el triunfo sin límites,

    las puertas del éxito

    están abiertas para

    todos mis hijos,

    los amo.

    Introducción

    Esta historia está basada en hechos reales.

    La fui recopilando a lo largo de mi vida y con ayuda de personas que me contaron sus vivencias. Mi gran inspiración y colaborador fue mi abuelo Epifanio Nájera Ortega a quien no tuve la fortuna de conocer en vida pero desde hace veinticuatro años me busca a través de sueños, por lo que tenemos una conexión especial. La intención de mi abuelo siempre ha sido buscar el bienestar de la familia y limpiar su honor y el mío, de ahí el objetivo de compartir estas memorias.

    Él me ha platicado todo lo que vivió y lo he verificado con testimonios de personas allegadas, una de ellas, quizá la que más aportó a esta historia es mi abuela María de Jesús Fernández.

    Les pido discreción y respeto por lo que están a punto de leer. Estas letras son más que una historia, es mi vida plasmada en unas hojas. Son experiencias que nos harán vivir intensamente, llorar y reír sin límites.

    Dejo aquí una atenta invitación a seguir con esta, nuestra aventura de ser libres en la segunda parte, que nos desgarrará el alma, nos hará soñar en una realidad que sólo nuestra decisión puede tomar.

    Image371.JPG

    El comienzo de mi historia

    Mis abuelos

    En un lugar ya extinto llamado Cuetzala del Progreso, Guerrero vivieron grandes personajes, uno de ellos fue mi abuelo Epifanio Nájera Ortega, un hombre de treinta y cinco años, de un metro noventa, tez apiñonada, boca mediana, de carácter muy fuerte siempre de aspecto serio y buen vestir. Él no sabía perdonar era orgulloso y valiente pero muy desconfiado. Los tiempos lo ameritaban, era una época difícil. Tiempos de muerte, de lucha, de revolución.

    A pesar de su carácter tenía buenos amigos, sin embargo debido a su rectitud y trabajo intachable los enemigos aumentaban porque era jefe de policía en la región. Un puesto de gran mando, como si fuera gobernador de nuestros tiempos; también era hacendado, se encargaba de la seguridad y el abasto de comida de varios pueblos de la región. Tenía gente que lo cuidaba; tuvo ocho hijos hombres con Josefa Urióstegui, su primera esposa.

    Mis abuelos vivían en una casa enorme con grandes ventanas que sellaron para proteger a su más preciado tesoro: su familia, a la que hizo prisionera en su propia casa permanentemente custodiada con guardias que la vigilaban día y noche. El caos que reinaba en esos tiempos era escalofriante. Casas quemadas, muertos por todos lados, escasez de alimento y agua. Todos contra todos. Violaban a niñas y ancianas, mataban sin importar riqueza o pobreza; aparecían enfermedades incurables. El sarampión fue devastador. Mató a seis de sus hijos en doce días.

    Su esposa Josefa ante tal desgracia se quedó sin fuerzas, su corazón moría poco a poco; dejó de comer y de dormir y la muerte llegó treinta días después porque la tristeza la invadió y su corazón no quiso latir más. De su familia sólo quedaron los hijos mayores Francisco y Abraham, entonces mi abuelo tuvo que endurecer su corazón, y enseñarles a sus hijos a sobrevivir porque no se podía dar el lujo de derrumbarse. Mucha gente dependía de él. Mi abuelo Epifanio les decía:

    -Hijos, no tenemos tiempo de llorar, si nos hacemos tontos nos matan. Antes eran hijos de un hacendado, ahora son mis compañeros y como tal nos tenemos que cuidar.

    Ellos lo entendieron y el tiempo los hizo madurar más rápidamente.

    Image371.JPG

    María de Jesús Fernández Montes de Oca

    Su historia comienza a los doce años. Creció como todos los niños en esa época: sin vivir plenamente su infancia porque por los tiempos era necesario crecer rápido y no se podía pensar en jugar ni por un momento. Era coqueta, risueña, dominante, decidida siempre obtenía lo que quería; regia aunque de familia humilde. Tenía dos hermanos. Su mamá al contrario, era miedosa y cohibida tal vez por no tener un hombre a su lado que la defendiera y sentirse segura era poco respetada, salía muy poco de su casa, era viuda desde hacía muchos años.

    María de Jesús era producto de la Revolución. Una niña hermosa, de tez blanca, cabello negro que caía debajo de los hombros, ojos verdes, labios rojos, cuerpo bien formado a pesar de su corta edad.

    Cada tarde pasaba por una calle empedrada, era un día como cualquier otro, caminaba distraída pensando en los alimentos que debía llevar a casa de uno de los depósitos de mi abuelo que estaba lejos de su casa.

    Iba a mitad del camino con la mirada en el piso cuando escuchó el tropel de unos caballos. Casi a punto de ser arrollada se detuvo a unos pasos del caballo principal. Dio un brinco de susto. El señor que venía con su escolta, acostumbrado a jamás detenerse la regañó tratando de controlar a los caballos y le gritó:

    _ ¿Chamaca qué no te fijas, qué haces por aquí sola? ¿y tu mamá? ¿cómo se atreve a mandarte a esta hora?

    María de Jesús pensó en su respuesta y mintió (no debían saber que su mamá le tenía miedo a todo y no salía de su casa). Ella no, ella prefería morir luchando que sufrir de hambre, por eso andaba sola en la calle, porque era la abastecedora de su familia. Titubeante pero con voz firme le dijo:

    -Es que mi mamá está enferma, por eso ella no puede venir por la comida.

    Epifanio le preguntó en el mismo tono autoritario

    _ ¿Dónde vives?, llévame a tu casa.

    La pequeña María de Jesús dudó pero un grito la sacudió.

    _ ¡Chamaca contesta!

    Bajó la mirada y apenada dijo:

    _Vamos pues, es por acá.

    Le indicó a su escolta que se retiraran y se quedó solo con aquella niña que preocupada pensaba en la comida para su familia y le dijo con su infantil voz

    _ Pero tengo que ir al depósito...

    La miró desconfiado y ofreció

    _ No te preocupes yo lo arreglo ¿a cuál depósito vas?

    Inocentemente le dijo el nombre de los dos que frecuentaba. Epifanio estaba asombrado y espantado porque sabía que allí habían únicamente hombres y que cuando él no estaba hacían de las suyas.

    No tuvo más remedio que llevarlo a su casa.

    Epifanio le extendió la mano al tiempo de exigirle

    _ Sube

    _ No señor, no está bien visto lo que me pide.

    Con una ligera sonrisa se bajó del caballo para seguir a pie. La pequeña apenas se atrevía a levantaba la cara pero le bastó el breve recuerdo de su rostro cuando estuvo a punto de ser arrollada por su caballo para enamorarse de él. Sentía que flotaba y los únicos sonidos que se escuchaban eran el trote del caballo y el ruido imponente de las espuelas de plata que colgaban de sus botas. Ese recuerdo la persiguió toda la vida. Angustiada miraba el chicote que llevaba en la mano, la espada en la cintura y la inmensa sombra que hacía su sombrero de astilla con su barbiquejo.

    Al llegar, la niña lo dejó en el patio de la humilde casa y entró corriendo pero con miedo de llegar con las manos vacías. Su mamá se asustó y preguntó lo que había pasado, pensando siempre en lo peor. María de Jesús le pidió a su mamá que se hiciera la enferma.

    _ Póngase su rebozo en la cabeza, traigo un señor que quiere hablar con usted.

    _Te he dicho que no le hables a la gente extraña para qué lo trajiste ora ya sabe dónde vivimos. Qué va a ser de nosotras.

    María la apresuraba para que Epifanio no se desesperara y quisiera entrar

    _ ¡Mamá es un señor importante!

    Finalmente salió con su rebozo puesto. El hombre se presentó

    _ Soy Epifanio Nájera Ortega, dijo secamente ¿Porqué no mandó a uno de sus hijos hombres por la comida señora?

    _ Están ocupados, susurró angustiada y temerosa de que descubriera que los tenía escondidos para no ser llevados a pelear por el gobierno.

    Epifanio se dio cuenta

    _No desconfíe, quiero ayudarlas y que no corran riesgo. Su hija esta rechula y usted sabe lo que le puede pasar...

    Pero ella no creía en su buena fe. No creía en su ayuda desinteresada.

    Molesto ante tal titubeo, le dijo:

    _ Mire señora, dos días a la semana voy a mandar a mis hombres de confianza para traerles comida y lo necesario para arreglar su casa pero con una condición: que me cuide a la chamaca.

    La mamá aceptó pensando que era lo mejor porque así también quedaban protegidos sus hijos, que eran lo más importante para ella.

    De esta manera empezó a frecuentarla y le llevaba regalos, telas, zapatos, muebles y otras cosas.

    Eso les ayudó a ser respetadas por el pueblo y sus hermanos no tuvieron que pelear. Epifanio era todo un caballero y María de Jesús lo amaba cada día más. Un año y medio después fue pedida y apalabrada para casarse con ella pero dos años más tarde los problemas empezaron y él dejó su cargo sin avisar porque lo buscaban para matarlo, a él y a su familia.

    Le pidió a María que se fueran juntos y ella aceptó porque no podía vivir sin él.

    El 29 de julio de 1924 nació su primer hijo y lo llamó Feliciano Nájera Fernández, pero a pesar de tanta felicidad, cuatro meses después, sin darle explicaciones, la mandó a ocultarse con cuatro mulas cargadas de un maíz especial y otras con costales de víveres y algunos de sus más fieles sirvientes. Éstos sabían que pagarían con su vida si algo le pasaba a María; él le juró encontrarla en el camino y que aunque fuera herido o arrastrándose se iban a encontrar. Con los ojos cristalinos por las lágrimas se separaron sin saber si se volverían a ver.

    La caravana rodeó los pueblos. Pasaron días y noches completas así. María lloraba, pensaba que había muerto el amor de su vida. Desconfiaba de los sirvientes.

    Acampaban donde se podía y se mantenían alertas por si se encontraban con las gavillas, que lo único que hacían era robar y matar.

    Una noche los sirvientes vieron a lo lejos entre las ramas a unos campesinos con sus ropas de manta hechas trizas, mugrosos, pintados a propósito con carbón su cara y con las piernas sangrando por pasar entre las espinas y atajos para despistar a sus perseguidores; uno de ellos llevaba una herida de bala en su hombro. Los sirvientes se pusieron en guardia mientras María se mantenía en silencio tratando de que el bebé no llorara para no ser descubiertos, su aliado era un piloncillo que siempre guardaban entre sus ropas y se lo daba al bebé en trozos para acallar su llanto. Cuando se disponía a dormir en un petate en la casita que le habían hecho de palos forrada de costales de hilo de maguey, le avisaron que uno de los forasteros era alguien conocido.

    _ Patroncita no salga veremos quiénes son. Ella se puso a llorar pensando en las malas noticias que seguro traían, y deseó haber muerto junto con su amor. A lo lejos uno de los hombres gritó

    _ ¡Chucha soy Epifanio! déjame pasar, ¿dónde estás?, ella escuchaba voces que no reconocía. Un sirviente gritó

    _ ¡Son ellos!

    María de Jesús salió de inmediato. En cuanto mi abuelo la vio la tomó entre sus brazos y la apretó muy fuerte. La llevó adentro de la chocita y le preguntó:

    _ ¿Cómo estás?, ¿Te faltaron al respeto?, dime todo porque si es así, horita mismo los mato; ¿y los costales de las primeras cuatro mulas dónde están?, ese maíz era especial y no quiero que se pierda.

    _ Estoy bien. Me protegieron, y los costales están atrás de la casa, he visto que los cuidan mucho y se turnan, hasta se sientan en ellos. Ansioso preguntó si los abrieron.

    _ No. Siempre comemos

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