Flor de Liz, Luz of my heart
Por Ana Perusquía
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Ana Perusquía
Ana Perusquía nació en 1973 en la Ciudad de México. Estudió la licenciatura en Lenguas y Literaturas Inglesas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, así como la maestría en Libros para niños y Jóvenes impartida por la Universidad Autónoma de Barcelona y el Banco del Libro en Venezuela. Ha sido profesora desde muy temprana edad, además es escritora de cuentos, cómics y obras de teatro.
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Flor de Liz, Luz of my heart - Ana Perusquía
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Flor de Liz, Luz of my heart
Autor: Ana Elena Perusquía Suárez
Ilustraciones: Gabriela Granados Sánchez
Edición: Magaly García Peña
Diseño: Rita Vicencio, Alejandra Jardón y Alma Regato
Corrección: Luis Aguilar Ortiz
DR © 2017
MÉNDEZ CORTÉS EDITORES, S.A. DE C.V.
Tenayuca 152, Col. Letrán Valle, C.P. 03650
Benito Juárez, Ciudad de México
wwww.mc-editores.com.mx
PRIMERA EDICIÓN: NOVIEMBRE, 2017
ISBN: 978-607-8786-27-5
Las características editoriales y de contenido de esta obra son propiedad de Méndez Cortés Editores, S.A. de C.V., y queda prohibida la reproducción parcial o total, distribución, comunicación pública y transformación por cualquier medio mecánico, electrónico o digital sin la autorización por escrito de la editorial.
Citlali
Mi madre decía que cuando el cielo manda bendiciones las manda siempre por dos, y yo creo que tenía razón, porque cuando me convertí en mamá me llegaron dos bendiciones juntas.
Una mañana de primavera, cuando el maíz empezaba a verdear los campos de Patamban, sostuve por primera vez entre mis brazos a mis dos hijas gemelas. Sus ojos eran profundamente negros y las dos eran igualitas, como dos gotas de agua. Ignacio y yo las llamamos Liz y Luz, porque eran pequeñas flores luminosas que alegraron nuestra vida desde que llegaron.
Aprendieron a caminar el mismo día, cuando cayó una lluvia tremenda y las calles empedradas de Patamban se volvieron lodazales rojos. Liz fue la primera en dar un paso sola, pero se resbaló y se cayó. Luz se soltó de mi mano para ir a ayudarla y se tropezó. Las dos se llenaron de lodo. Ignacio y yo nos asustamos y corrimos a levantarlas, pensando que se habían lastimado. ¡Cuál sería nuestra sorpresa cuando nos dimos cuenta de que las dos estaban risa y risa!
La primera en hablar fue Liz; dijo papá
un día que vio llegar a su padre del taller. Ignacio trabajaba haciendo piñas de barro vidriado y las llevaba en la camioneta hasta Zamora o Morelia para venderlas, y esa vez llevaba dos días fuera de casa. Su mayor sorpresa fue ver que su hija, dando pasitos, lo llamaba papá
. Ignacio la cargó y se puso a bailar con ella de puritita alegría. Luz alzó los brazos e Ignacio la cargó también. Abrazando a sus dos hijas, Ignacio me miró a los ojos y yo supe que, aunque andaba preocupado porque la venta de las piñas había bajado, él se sentía feliz.
Los días en Patamban, cuando mis hijas eran pequeñas, comenzaban muy temprano. Yo me despertaba a las cuatro de la mañana cuando todavía hacía harto frío; prendía el fuego y ponía agua a calentar para el café. Luego empezaba con las labores del campo y la casa: sacaba las cabras a pastar, limpiaba la milpa y preparaba el desayuno. Ignacio se levantaba conmigo y se iba a abrir el taller de artesanías, luego regresaba por la tarde, cansado, a cenar con nosotras.
Mis hijas se levantaban más tarde. Luz siempre amanecía de mal humor y lloraba si su hermana no le hacía caso; en cambio, Liz se paraba de buen humor, se bajaba de la cama, le daba un beso de buenos días a los tres perros que teníamos y se escondía. Luego gritaba ¡Mamá! ¡Ya desperté!
. Yo iba al cuarto, abrazaba a Luz para que dejara de llorar y hacía como que buscaba a Liz. Le decía ¿Liz?
, y buscaba entre las cobijas. ¿Liz?
y buscaba bajo la mesa. ¿Liz? ¿Ya te fuiste?
y me asomaba bajo la cama. Entonces Liz salía de su escondite y me asustaba: ¡Buuuu!
. Eso hacía que Luz cambiara el mal humor por una sonrisa.
Ya vestidas, trenzadas y desayunadas, casi todos los días pasábamos a saludar a mi madre, que vivía juntito a nuestro cuarto, en su casa, en el mismo terreno. Le dejábamos algo de desayuno y algunas risas y besos de las niñas.
Luego las tres cruzábamos el pequeño patio frente a la casa, desde donde se alcanzaba a