Las cuatro órdenes
Por Ismael Flores
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Ismael Flores
Ismael Flores nació en 1983 en la Ciudad de México. Estudió la licenciatura en Psicología y la maestría en Letras Iberoamericanas en la Universidad Iberoamericana de Puebla. Además de dramaturgo, ha laborado en redacciones de diversos medios digitales e impresos. En la actualidad se desempeña como editor, escritor y traductor del portugués al español, colaborando para diversas editoriales.
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Las cuatro órdenes - Ismael Flores
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Las Cuatro Órdenes
Autor: Ismael Flores Ruvalcaba
Ilustraciones: Pedro Antonio Sánchez Muñoz
Edición: Magaly García Peña
Diseño: Edith Ramírez, Rita Vicencio y Alejandra Jardón
Corrección: Luis Aguilar Ortiz
DR © 2017
MÉNDEZ CORTÉS EDITORES, S.A. DE C.V.
Tenayuca 152, Col. Letrán Valle, C.P. 03650
Benito Juárez, Ciudad de México
wwww.mc-editores.com.mx
PRIMERA EDICIÓN: NOVIEMBRE, 2017
ISBN: 978-607-8786-18-3
Las características editoriales y de contenido de esta obra son propiedad de Méndez Cortés Editores, S.A. de C.V., y queda prohibida la reproducción parcial o total, distribución, comunicación pública y transformación por cualquier medio mecánico, electrónico o digital sin la autorización por escrito de la editorial.
No tan feliz cumpleaños
Faltaban tan sólo diez minutos para la hora de la salida. Sentado en el último pupitre de la última fila, Jorge estaba absorto leyendo un libro. Estaba tan ensimismado, que la voz del profesor de Historia Universal y los cuchicheos de sus compañeros de clase eran apenas un murmullo lejano.
El libro que Jorge leía no era un libro cualquiera. Se trataba de un viejo ejemplar que, misteriosamente, había aparecido en el interior de su mochila aquella mañana. Sus tapas de cuero estaban tan gastadas que apenas si podía leerse el título grabado en bajorrelieve: Breve Enciclopedia de las Cosas que No Existen.
Jorge no recordaba haber visto un libro como ese en su casa. Al principio, cuando lo descubrió entre sus cosas, pensó que quizá era una broma de sus compañeros de clase. Pero nadie parecía prestarle atención, y el libro era todo, menos gracioso.
Sus páginas eran tan frágiles que debía pasarlas con sumo cuidado para no romperlas. El paso de los años les había conferido una tonalidad amarillenta, similar a las hojas de los árboles durante el otoño. En cada página había anotaciones hechas a mano que complementaban la información con todo tipo de detalles, lo que le hacía pensar que seguramente su dueño anterior era un apasionado de esos temas.
El contenido de la breve enciclopedia se dividía en cuatro grandes secciones. La primera, reservada para las criaturas fantásticas que viven en el agua, llamadas de forma general como ondinas; la segunda para las que habitan las entrañas de la tierra o gnomos; la tercera para las que pueblan el aire o silfos; y la cuarta para las que es posible encontrar en el fuego o salamandras.
Cada sección estaba llena de todo tipo de seres, desde los más conocidos e inofensivos, como las hadas y los duendes caseros, hasta los más oscuros y extraños, como los vampiros o los Gashadokuro, esqueletos gigantes que devoran a las personas y que provienen del folclor japonés.
Si sus compañeros no habían puesto ese libro en su mochila, la única persona que podía haberlo hecho era su madre. Y si consideraba que aquel día era su cumpleaños, todo apuntaba a que ese era su regalo sorpresa
. Sin embargo, esa hipótesis no lo convencía, pues su madre pasaba la mayor parte del tiempo trabajando y tenía una especial aversión por la mitología, los seres fantásticos y los fenómenos paranormales.
Cada vez que encontraba una revista sobre ovnis o casas embrujadas, se molestaba sobremanera. Jorge no entendía por qué, pero creía que se debía a su carácter severo. Después de todo, tras la muerte de su papá cuando él era apenas un bebé, ella se había convertido en la responsable del sustento de la casa y su única preocupación era que Jorge le dedicara tiempo a sus tareas, algo que, generalmente, no ocurría.
Jorge no era el peor de los alumnos, pero tampoco el más brillante. Tampoco destacaba en los deportes, ni en las actividades artísticas. Le gustaba leer, pero difícilmente alguien podría llamarlo un devoralibros
. En pocas palabras, Jorge era un muchacho promedio, quizá demasiado promedio.
Por todo eso, cuando sonó el timbre de la hora de la salida, Jorge se sorprendió de haber pasado todo el día pegado al libro, ignorando por completo a sus profesores y compañeros. Nunca se había encontrado con uno que atrapara su atención de tal forma. Y lo que era todavía más sorprendente: no podía esperar a llegar a casa para seguir leyendo.
Hasta ese momento sólo había alcanzado a revisar la mitad de la sección dedicada a las ondinas o seres acuáticos: bestias provenientes de las cuatro esquinas del mundo que, según leyó, habitan todo tipo de cuerpos de agua, desde ríos, lagos y mares, ¡hasta vasos de agua!
Era el primer cumpleaños que Jorge pasaba en la Ciudad de México, y también el primero en que no tendría una fiesta. En todas las ciudades del país donde había vivido antes, siempre se las había ingeniado para hacer amigos, pero en esta ocasión no lo había conseguido, así que sus planes para celebrar consistían en visitar con su madre, al siguiente día, la exposición Tesoros de la cultura popular japonesa
en el Museo Nacional de Antropología. A ella no le había hecho gracia la petición, pero cedió sólo por ser el cumpleaños de su hijo.
De regreso a casa, Jorge caminaba muy aprisa para llegar y continuar leyendo, por lo menos hasta que llegara su madre por la noche. Si ella no le había regalado el libro, le daría una conmoción nerviosa si lo encontrara leyendo acerca de seres sobrenaturales. En cierta forma, Jorge sentía que su madre era una total desconocida para él, pues pasaba tanto tiempo trabajando como directora del área jurídica de la fábrica de Escobas Maravilla, que a veces se preguntaba si en realidad había tanto qué hacer ahí o únicamente era una excusa para no estar con él.
Mientras esperaba a que cambiara la luz de un semáforo, Jorge sintió que alguien lo estaba siguiendo, por lo que volteó en todas direcciones, tratando de confirmar lo que sentía. Pero, con todo el caos que supone la hora de la comida durante los viernes en la Ciudad de México, no lo logró.
¿Sería obra de su imaginación? Quizá leer tanto acerca de seres sobrenaturales estaba comenzando a afectarlo.
La sensación de estar siendo vigilado continuó por varias calles más. Pero no parecía que alguno de los peatones apresurados, los chicos con uniforme que, como él, caminaban de regreso a casa o los automovilistas le prestara atención.
En el camino de la escuela a la casa de Jorge había varias intersecciones viales, pero ninguna tan transitada como la que forman la Avenida Monterrey y el Viaducto. En ese cruce, la avenida deja de ser plana y se convierte en puente. Por debajo, pasan tres carriles de ida y tres de regreso, siempre repletos de automóviles cuyos conductores se muestran furiosos debido al denso tráfico de la ciudad.
Mientras Jorge cruzaba el puente, encontró en el piso una pequeña y reluciente moneda de cincuenta centavos que brillaba bajo los rayos del sol, por lo que pensó que ese debía ser su día de suerte, pues primero había encontrado la interesantísima Breve Enciclopedia de las Cosas que No Existen y después una moneda tirada en la calle.
Puesto que en la mañana Jorge había