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La Concordia: La Batalla De Azur
La Concordia: La Batalla De Azur
La Concordia: La Batalla De Azur
Libro electrónico406 páginas5 horas

La Concordia: La Batalla De Azur

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Información de este libro electrónico

Eberk, Heian y Zeb son tres muchachos que acompaan a Theo en su ms ambicioso viaje a los lmites del mundo conocido por el hombre. Ms all, razas antiguas, increbles criaturas e imponentes paisajes sern sus guas antes de volverse los protagonistas en la historia definitiva de la humanidad. Detrs de este duro camino, una deidad busca lo que por derecho le pertenece y no se detendr ante nada ni nadie para conseguirlo.
En La Batalla de Azur los protagonistas se enfrentarn a los desafos que ellos mismos han elegido soportar. El deseo de poder, la esperanza ante lo ignorado, la bsqueda de la autenticidad y la fidelidad que ofrece la amistad harn de los viajeros unos guerreros que retornan, sin darse cuenta, a la inocencia de su ser.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento12 jun 2013
ISBN9781463355777
La Concordia: La Batalla De Azur
Autor

Daniel Mateos

Daniel Mateos nació en la ciudad de Querétaro el 4 de noviembre de 1986. Estudió la licenciatura en Lenguas Modernas en Español en la Universidad Autónoma de Querétaro y actualmente labora en una institución educativa, además de ser un apasionado Instructor Cinta Negra en dos disciplinas marciales coreanas: Han Mu Do y Haidong Gumdo. Desde pequeño mostró interés en el género de literatura fantástica, de ficción y terror, apasionándose por las obras de autores como Verne, Tolkien y King. A los dieciséis años comienza el manuscrito de lo que, con el tiempo, se convertiría en su primer libro “La Batalla de Azur” y lo publica por primera vez en el 2007. En vista del éxito obtenido, Daniel comienza a ser cuestionado sobre si realizaría una segunda parte. Él accede a esta propuesta, no sin antes trabajar en una segunda edición que le abriera el camino para la consolidación de la saga titulada “La Concordia”. En este proceso, el autor trabaja profundamente el lado emocional de los personajes, así como su mejora en la historia, la inclusión de nuevas aventuras, protagonistas e ilustraciones que dieron vida y originalidad a la obra, haciéndole palpable al lector el nuevo universo creado. La obra logra fusionar sus influencias, experiencia y personalidad para lograr conquistar una propia identidad, eligiendo el camino de la comprensión a los jóvenes a través de un lenguaje épico, místico y seductor con el que invita al lector a dejarse envolver por los personajes de un universo donde las imágenes avocadas buscan convertirse en realidad.

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    Vista previa del libro

    La Concordia - Daniel Mateos

    ÍNDICE

    1

    Una Noche Difícil

    2

    Darla Decón

    3

    Theo Y El Trato

    4

    El Carris Y El Caracol

    5

    Invitados De Honor

    6

    Bosque Sabino

    7

    Hombres, Felinos Y Cérvidos

    8

    El Reencuentro De Dos Razas

    9

    El Legado De Furela

    10

    El Augurio De Narmin

    11

    Las Cuevas De Englar

    12

    Azur, El Dragón Azul

    13

    La Cabalgata De Galford

    14

    La Batalla De Azur Y El Secreto De Heian

    15

    La Caza Del Dragón

    16

    Diversos Destinos

    Lista De Personajes

    Lista De Lugares

    A mi abuelo Jorge,

    quien me enseñó a estar siempre perfectamente bien.

    Alguien me dijo una vez que los agradecimientos en un libro son como tatuajes en el cuerpo: una vez puestos, no se irán jamás.

    La Batalla de Azur ha crecido conmigo desde la adolescencia. En diez años, han sido muchas las personas que han aportado e inspirado la historia, aunque nunca lo sepan directamente.

    Por esa razón, he decidido incluir una serie de nombres en una lista que me ha costado trabajo elegir; así que si apareces en ella, acostúmbrate a mí, pues al menos ahora tienes un lugar en mi corazón y no te dejaré salir jamás de él.

    Doy gracias a Dios y a María. ¡Todo suyo!

    A mis padres, hermanos, abuelos y tíos, quienes me han enseñado cómo debe ser una familia feliz y unida.

    A mi Director Espiritual Juan Pedro Oriol. ¡Alegría en la Verdad para siempre!

    A mi Maestro Enrique Córdova y mis compañeros de entrenamiento en Mu Do Yang, que de manera directa o indirecta me han enseñado el significado de la palabra lealtad.

    A mis amigos, por ser el motor en mi vida e inspirar en este libro el valor de la amistad. Los Peregrinos: Bonilla, Mendi, Audi, Nico y Gustavo ¡Buen Camino! A los de elite: Ricky, Huesos, Villa, Chava y Edu; y aquellos con los que individualmente comparto ideas y pasiones: Juano, Team, Alex y Roger.

    A los que inspiraron personajes, contagiándome su energía y haciéndome recordar la maravillosa adolescencia que tuve: Rebeca, Andrea, Almaguer, Gregorio, Armando y a los loquillos que tengo por alumnos, ¡au!

    Y un abrazo y mi admiración a quienes colaboraron de manera total y desinteresada en este libro, leyéndolo, criticándolo, ilustrándolo y preocupándose por el destino de los personajes: Luis Romero, Fabián Santa María y Marco Carmona.

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    —Eberk, hijo… despierta por favor, necesito tu ayuda—dijo Hazell.

    Eberk era un joven delgado de dieciséis años, inquieto, astuto, popular y apreciado por los jóvenes del pueblo. Con gran pesar se incorporó de la cama frotando con la mano derecha sus grandes y grises ojos, mientras que con la otra trataba inútilmente de arreglar su alborotado cabello negro.

    — ¿Qué hora es? papá, ¡Todavía no amanece! ¿Todo en orden?—dijo un tanto molesto.

    Fue hasta ese momento en que vio a su padre, un hombre recio y corpulento, de barba poblada y escaso cabello marrón, con lágrimas en los ojos que intuyó lo que estaba sucediendo.

    — ¡¿Mamá?! ¿Qué le pasó? ¿Está bien?—preguntó levantándose de la cama por completo, ahora alerta y con una preocupación acompañada de un nudo en la garganta.

    Lidia, la madre de Eberk, una señora de belleza envidiable, tranquila en el hogar y recia en la educación; amable con sus semejantes y serena al hablar había estado muy enferma en días pasados, haciendo que muchos en el pueblo presagiaran su muerte. La razón de su enfermedad nadie la sabía; a cambio se había visto a su marido recurriendo a flores silvestres sin la consulta de los druidas para tratarla, evadiendo nerviosamente a quienes cuestionaban la causa de la enfermedad o su progreso con la medicina alternativa.

    La vela que llevaba el padre del joven iluminaba la habitación con tono pálido y triste. Eberk esperaba con desesperación las noticias e instrucciones de su padre.

    —Hijo, te voy a ser sincero. Tu madre está mu… muy delicada porque una de las medicinas con la que la he tratado se terminó antes de lo que calculé, es una flor muy rara y complicada de conseguir, tú eres más rápido… creo que así podemos ganar tiempo…

    — ¿Dónde la encuentro?—interrumpió Eberk alzando la voz. Algunas palomillas seguían la pálida luz de la vela, su sombra rebotaba en la turbia mirada del joven, que ahora se vestía rápidamente sin dejar de mirar a su padre. Un mal presentimiento nubló su mente: se imaginaba a su madre acostada en la cama, serena y acabada, sin abrir los ojos e ignorando a las voces que la pretendían avivar, ¡Despierta, mamá!, le gritaba desesperado en sus pensamientos.

    Volvió a la realidad cuando notó que una fría lágrima le recorría la mejilla hasta llegar al extremo derecho de su labio; aún estaba a tiempo; debía correr, pero, ¿a dónde?

    1

    UNA NOCHE DIFÍCIL

    — ¿A dónde debo ir? ¿Dónde la encuentro?—repitió desesperado.

    —Hijo, tienes que correr como nunca en tu vida; el camino del norte te lleva al río…

    —Lo sé—contestó el muchacho dirigiéndose a la puerta para partir en cuanto su padre terminara de hablar.

    Hablando atropelladamente su padre continuó: —Debes de cruzar el río e internarte en el bosque, la planta habita allí, pero es la bruja Decón quien nos la proporciona; búscala con todo tu empeño y llámala en todo momento, incluso en tu mente, ella conoce el bosque y se percatará de tu presencia, se amable con ella y explícale que eres mi hijo.

    — ¿Cómo se llama la medicina?—le apresuró Eberk, en otra ocasión habría repasado las instrucciones de su padre con más cuidado pero ahora siquiera se detuvo a meditarlo.

    Soto Ophárin—informó Hazell haciendo un esfuerzo de dicción—, es la planta azul, ¿la recuerdas?

    Eberk salió de su habitación seguido por su padre y caminó por el oscuro pasillo que los llevaba a la armería de la familia. Hazell era un conocido comerciante de armas y escudos, manteniendo la tienda impecable desde que se había retirado del ejército muchos años atrás.

    —Toma un arma, hijo—le dijo nervioso.

    Eberk tomó lo primero que vio: una larga lanza plateada. Sus manos se enfriaron al contacto con el metal y prefirió no preguntarse el porqué de la sugerencia de su padre. Suspiró y se dirigió hacia la puerta mientras cavilaba que la luz de la vela era como la vida de su madre, una llama agonizante que espera un suspiro para saldar su misión en la vida.

    Fuera estaba oscuro, la noche lo envolvía todo junto con cientos de sonidos que le daban vida a la penumbra; un viento frío recorrió el cuerpo del muchacho y secó sus llorosos ojos.

    — Me quedaré velándola, ¡vete ya!—mandó Hazell.

    Eberk echó a correr lo más rápido que pudo y sin detenerse; Mi mamá está muriendo y sólo yo puedo salvarla, se decía una y otra vez, tratando de asumir la responsabilidad y preguntándose por qué su padre no había sido claro con él y todas las personas desde el principio; peor aún: ¿por qué él mismo no había mostrado más interés en la rara enfermedad de su madre?

    Mientras corría, pasó por la grande y poblada casa de su mejor amigo, Heian.

    —¿Le pediré ayuda?—se dijo a sí mismo sin detenerse. Nuevamente la horrible imagen de su madre en la cama sin responder llamado alguno recorrió sus pensamientos— No, no es tiempo de visitar amigos, Eberk. ¡Debes correr!—se corrigió enfadado.

    Mientras corría rumbo al bosque, perdió la noción del tiempo y el espacio. Sabía que primero tendría que cruzar el río, pero no pensaba en cómo iba a hacerlo ni el tiempo que tardaría en volver.

    No llevaba mucho tiempo cuando escuchó algo que le heló el corazón: el galope de un caballo iba tras él. Tenían que estarlo siguiendo, nadie sale a cabalgar a esa hora y mucho menos a esa velocidad.

    Se detuvo tan pronto como pudo, trastabillando un poco debido a la velocidad que había adquirido y la casi nula visión que le causaba la oscuridad; se percató que una figura encapuchada montaba al animal, no era un caballo normal, él lo sabía; éste era uno de alta cruz con crines abundantes y galopaba como si le persiguiera un demonio.

    Eberk no era capaz de saber qué quería el jinete, pero la velocidad con la que se acercaba el caballo y la dirección que estaba tomando lo asustó, haciendo que mirara con el rabillo del ojo la lanza que llevaba en sus manos.

    — Un ladrón… ¿Me detengo a pelear o continúo corriendo?—habló asustado— No seas idiota, tienes dieciséis años; ¡no puedes contra un jinete montado en una bestia así!

    Dando media vuelta echó a correr de nuevo; el galope del caballo resonaba en sus oídos a cada paso que daba, era cuestión de segundos para que le diera alcance.

    Algo le devolvió una esperanza, el olor húmedo y una leve brisa que golpeaba su cara le decían que estaba cerca de los pozos del pueblo, que se encontraban justo antes del río.

    Emocionado, continuó con su carrera olvidando el galope, al jinete encapuchado y el hecho que lo estuvieran siguiendo. Fue demasiado tarde cuando a unos metros de los pozos se percató de ello. El caballo corría a su lado y el jinete intentaba sujetarlo de la ropa.

    — ¡No!—gritó Eberk, haciéndose a un lado para evitar la asechanza. El jinete ahora intentó por el cuello, pero Eberk se logró librar de la fría mano que lo acosaba.

    Con un rápido movimiento, el jinete lo tomó por las ropas con ambas manos y lo levantó del suelo atropelladamente.

    —Así será más fácil—dijo la voz del jinete, seguida de una risa que dejó a Eberk paralizado, sin poderse defender, aún cuando conservaba la lanza en sus manos.

    Heian estaba caminando en el bosque de Maltra, en las afueras del pueblo que llevaba el mismo nombre. Era un excelente día para cazar una liebre o quizás jabalí para comer.

    El muchacho de dieciséis años era flacucho y tenía unos finos y serenos ojos anaranjados. Se amarró su largo y liso cabello castaño en una coleta para tener mejor visibilidad, dejando al descubierto su fresco y jovial rostro.

    Una liebre saltó a un arbusto; algunos pájaros volaron y unos bichos cantaron con la llegada del animal. Los escasos rayos de sol que atravesaban las copas de los árboles le daban un toque místico al bosque, que aunque siempre había sido considerado peligroso, bastaba con permanecer cerca del sendero que lo atravesaba para salir sin contratiempos sano y salvo.

    El joven sacó una flecha y la colocó en el reposa flechas del arco corto que llevaba, apuntó al arbusto y esperó un movimiento, por mínimo que fuera, para atacar. Mientras aguardaba con un ojo cerrado y se mojaba los labios con la lengua, los rayos de sol que entraban al bosque se fueron apagando poco a poco, uno por uno hasta que la oscuridad fue total.

    Heian retrocedió asustado, sabía que aún no era hora de que oscureciera. Sus pasos lo llevaron a chocar con el viejo tronco de un roble. Desconcertado, trató inútilmente de forzar la vista.

    Cerca, proveniente del sendero, escuchó un canto que le devolvió la sonrisa. ¡Era la madre de Eberk!, su mejor amigo desde que tenía memoria, siempre había sido su compañero de juegos en la niñez, donde se divertían lanzando piedras a los pozos, tirando nidos de los árboles o asustando ovejas. Pasaban días y noches enteras juntos, jugando y hablando de temas que fueron modificándose mientras crecían en cuerpo y mente, pero siempre con el positivo recuerdo de su niñez y la amistad inquebrantable que habían formado.

    — ¡Señora Lidia, ayúdeme… soy Heian!

    No son hojas lo que pisas, lo que se cae en el otoño—le respondió la voz de la señora.

    Heian guardó silencio y puso una cara tan cómica que cualquiera habría reído. ¿Qué tipo de respuesta había sido esa?

    —Disfruto su canto señora—replicó aguantando la risa—, la verdad es que logró asustarme, apenas es mediodía y todo se puso oscuro de repente. ¡No puedo ver nada!

    Poco ven tus ojos, demasiado siente mi corazón.

    Como una luz resplandeciente, apareció la madre de Eberk con una vela en sus manos.

    —Yo también me he perdido Heian, sólo esta vela impide que mis ojos no vean nada más.

    —Saldremos juntos entonces… el sendero no está muy lejos de aquí, con esta vela no debe ser difícil encontrarlo—dijo Heian contento de que Lidia hubiera dejado los cantos para después.

    Mientras caminaban a paso lento, cuidando la luz de la vela del más mínimo viento, se iluminaron las hojas de los árboles como si tuvieran destello propio; repentinamente, de entre las sombras aparecieron unas figuras humanas con dagas en las manos. Sus rostros parecían estar borrados, no había expresión alguna que se pudiera describir.

    —No queremos nada de aquí, sólo irnos… estábamos buscando la salida—explicó Heian asustado.

    Una mano con una daga salió a la luz y atravesó a Lidia.

    — ¡No!—gritó el tímido joven.

    Más figuras aparecieron sin previo aviso y para el terror de Heian comenzaron a apuñalar a la madre de su amigo, mientras él se quedaba con la vista fija y sin atreverse a mover un sólo músculo.

    Después de dudarlo unos instantes, el muchacho tomó una flecha, apuntó y disparó contra las siluetas humanas. La flecha fue a dar a una de ellas y al contacto desapareció. Tomó otra más e hizo lo mismo contra los demás atacantes.

    — ¡Fuera, largo!—gritaba desesperado.

    Las efímeras sombras reaccionaron a la agresión de Heian, lo apuntaron con sus dagas como si lo estuvieran amenazando y continuaron con la masacre hacia la desdichada señora.

    — ¡Heian! ¡Ayúdame por favor!—gritaba Lidia con una voz llena de desesperación e impotencia.

    La luz de la vela se apagó, de nuevo la oscuridad reinó en ese lugar.

    —Ayúdame Heian—susurró Lidia.

    — ¡No logro ver nada señora!—replicó Heian llorando de temor. Se sentía como un niño indefenso en medio de aquel tenebroso lugar.

    Poco ven tus ojos Heian. Demasiado siente mi corazón—dijo de nuevo ahora más tranquila. No había rastro de las sombras sin rostro… al parecer la masacre había terminado.

    — ¿Está bien?—preguntó Heian impresionado por la tranquilidad con la que hablaba Lidia.

    La luz de la vela se encendió de nuevo. Lidia estaba recargada sobre una roca grande, algunos arbustos le habían arañado el rostro y despeinado su negro cabello; Heian fue rápidamente hacia ella.

    — ¿Qué pasó?—dijo asustado.

    La luz creció más y mostró el cuerpo de Lidia lleno de sangre.

    El dolor baña con gotas ensangrentadas lo que queda de mí, Heian.

    El muchacho se quedó callado, sin más remedio que llorar de rodillas al lado de la desdichada mujer.

    — ¡Lo siento!—dijo llorando a gritos. Su voz emanaba un odio hacia él mismo que no podía controlar— ¡No la ayudé, tenía miedo, soy un idiota!

    ¿Qué es una realidad futura sino un sueño tuyo Heian? ¡Nada más que la verdad!—dijo la señora en un tono de agradecimiento. Sus ojos se tornaron negros y comenzaron a expandirse por todo su rostro, conservando una sonrisa que lo sacaba de quicio…

    Heian despertó con un grito de terror e inmediatamente se sentó en la cama sacudiéndose la cara como si hubiera estado a punto de ahogarse. El sudor que poblaba su cara y espalda era tal como en el sueño: frío y en abundancia.

    —Qué horrible sueño—se dijo a sí mismo mientras se levantaba de la cama para alcanzar una manta que estaba sobre una vieja silla.

    Después de secarse el sudor de la cara se dirigió a la ventana para dejar entrar algo de aire fresco. Un viento frío y una leve brisa entraron a su habitación. Heian recargó sus antebrazos en el marco de la ventana y se quedó disfrutando la noche, tratando de olvidar esa extraña pesadilla.

    Su mamá sigue enferma, ¿porqué habré soñado con ella? pensó.

    De repente, una imagen bastante fuera de lo común le arrancó el corazón de golpe: Alguien iba corriendo enfrente de su casa, una figura de un joven con pelo alborotado al que podría reconocer en medio de una batalla sangrienta…

    — ¡¿Eberk?!—se preguntó en voz alta sin perder de vista al que estaba seguro era su amigo— ¡Eberk espera!—gritó desconcertado.

    La sombra ignoró los llamados y continuó corriendo hacia las afueras del pueblo.

    Heian cerró los ojos tratando de explicarse qué pasaba. No era normal que su amigo anduviera a esas horas por la calle corriendo como desquiciado. Quizás había salido a ver a una chica, era típico de él y más ahora que se sabía atractivo ante cualquiera que tuviera más o menos su edad. Incluso ese día había conocido a la hija de un comerciante que había llegado al pueblo para quedarse… pero por otro lado Heian sabía que su amigo le diría de inmediato que se había quedado de ver con ella, siempre lo hacía para presumir y molestar… algo no iba bien.

    — ¡Su mamá!—gritó abriendo los ojos y desenlazando un nudo que recorría su mente.

    Inmediatamente retrocedió apurado; se tropezó con la silla y cayó de espaldas. No importándole el dolor, se levantó y corrió a toda velocidad hacia la puerta de su habitación.

    Había que ayudarlo de cualquier modo. Primero, debía alcanzarlo; la forma perfecta era ir tras él en uno de los caballos del negocio de su familia.

    En el camino tomó una capa color azul y se la puso apurado mientras salía a un corto pasillo seguido de unas escaleras que daban a la estancia de su casa. Mientras bajaba, volvió a caer aparatosamente; ahora golpeándose la frente y la barbilla. Se levantó; estaba sangrando, pero no le importó, se limitó a pasarse el puño por las áreas dañadas para limpiarse mientras se dirigía a los establos.

    Al abrir la puerta algunos caballos despertaron con un relinche; Heian se llevó el dedo a la boca tratando inútilmente de silenciar el escándalo, no quería que en su casa pensaran que estaban siendo víctimas de un robo. Se dirigió hacia su caballo Sénezar, el mejor equino de todo Maltra, rápido como rayo y fuerte como un roble. Sin ensillarlo, subió ágilmente en él y con una patada le ordenó que galopara, azotando la puerta del corral donde se encontraba.

    Al salir del establo sintió como el frío viento resonaba en sus oídos y obstruía su respiración, pero a él le agradaba esa sensación: montar a caballo era la única forma en la que se sentía vivo y confiado, diferente al tímido y callado muchacho que solía ser. Volvió a patear a Sénezar, que tomó mayor velocidad para poder alcanzar a Eberk, que se veía a la distancia.

    — ¡Espera Eberk!

    Cuando decía esto, la sombra del joven que corría desesperado se detuvo. Lo observó un momento y echó a correr de nuevo.

    Idiota pensó Heian, cree que quiero asaltarlo.

    Sénezar corría en la oscuridad cada vez más rápido, en aquella noche tan calmada y oscura era como una cascada cayendo ferozmente hacia una tranquila laguna.

    Fue cuestión de un minuto para que llegara a un lado de la persona que corría desesperada que, en efecto, era Eberk y lucía empeñado en no tener nada que ver con el caballo y su ocupante.

    Heian trató de tomarlo por el cuello, pero Eberk aún no descubría quién era en realidad el jinete y logró zafarse con un movimiento de sus manos, que llevaban una lanza y faltó poco para herirle los dedos.

    Fue en el tercer intento, cuando con un rápido movimiento de manos lo levantó por las ropas con dificultad poniéndolo enfrente de él mientras Sénezar continuaba con su galope.

    —Así será más fácil—dijo Heian mientras observaba con una sonrisa la expresión asustada de su amigo—. ¿A dónde crees que vas sin mí?—dijo tratando de animarlo, sabiendo, en cierto modo, la respuesta.

    Como si hubiera despertado de un largo sueño, Eberk volteó a ver a Heian con los ojos llorosos y una sonrisa tranquila. Después rió para sí mismo sintiéndose ridículo por la situación, ordenó sus palabras y dijo:

    —Gracias Heian… ahora deja me siento como una persona normal en un caballo… ¿Cómo supiste?

    Heian frenó tranquilamente y ayudó a su amigo a incorporarse.

    —No me preguntes, porque ni yo lo sé. Sólo dime a dónde vamos—respondió con una confianza que era rara en él, guiando a Sénezar hacia el bosque; el sueño reciente lo condujo hasta allí de una manera inconsciente.

    —Al bosque, a buscar a la bruja Decón— respondió reafirmando los pensamientos de Heian.

    — ¿Es por tu mamá, verdad?

    —Sí—afirmó Eberk ladeando su cabeza aún más asombrado—. Necesita una medicina que se llama Soto Ophárin, es rara y difícil de conseguir… Allí está el río Heian, el caballo no puede cruzar nadando, es peligroso—concluyó con los ojos fijos en el Río de los Caídos; llamado así en honor a los muertos en acción durante la batalla entre Maltra y Escúm, pueblos vecinos y de mayor extensión del continente Enol. El motivo era que ambos querían el agua del río para sus cultivos; siendo victorioso Maltra, pero con el tiempo y paciencia Escúm se había convertido en la capital del continente. Ganando terreno en los ámbitos militar, medico y mercantil. El río era muy extenso, pues se mantenía en la orilla del bosque, se introducía en las montañas del este y llegaba a las afueras de Escúm. En cuanto a lo ancho, era variado conforme el territorio, a los habitantes de Maltra no les molestaba que fuera angosto, pues así podían cruzar por puentes improvisados y las historias sobre criaturas que asechaban en el fondo se dejaban para las partes más profundas.

    —No me importa mojarme para cruzar más rápido—susurró Heian mientras se quitaba la capa y Eberk buscaba algo adecuado para amarrar al caballo. Fue afortunado al recordar que era un caballo único (había estado pensando en su madre de nuevo) y que Heian no dejaría pasar la oportunidad de decirle que era el mejor de todo el pueblo y quizás del continente entero, por lo que no necesitaba de amarres para quedarse quieto.

    Eberk fue el primero en saltar. El agua estaba tan fría que las piernas se le entumieron al cabo de unos segundos. Lo siguió Heian, quien saltó y se sumergió completamente, después de un tiempo el muchacho salió a flote unos metros más adelante, tomando una fuerte bocanada de aire que sirvió de queja por el frío ambiente.

    —¡Rápido!—dijo Eberk con la voz temblorosa y comenzando a nadar—si no nadamos rápido nos vamos a morir congelados.

    Los dos jóvenes se pusieron a nadar lo más rápido que podían para cruzar cuanto antes el río y llegar al bosque. Esa noche no había mucha corriente, así que no tenían complicaciones al nadar, pero interiormente sabían que lo tendrían que cruzar de regreso, así que lamentaron ese hecho, dejándolo para más tarde.

    Les faltaban unos metros para llegar a la orilla cuando Heian sintió que algo se movía bajo el agua; asustado, movió la pierna con fuerza y se volvió para alertar a Eberk.

    —Hay algo aquí abajo—dijo secamente mientras sentía el acecho de lo que estaba allí abajo, acariciándole la pierna con rápidos movimientos. Se sentía blando y lamoso como si se tratara de una planta.

    Eberk preparó su lanza, ahora no dudaría en usarla en caso de que su amigo estuviera en peligro.

    —No pensarás atacar, ¿o sí?—cuestionó Heian asustado.

    —Claro que sí, sólo quédate quieto y no hables.

    Eberk nadó lo más lento y tranquilo que pudo; con el arma plateada en la diestra, mientras con la izquierda iba rasgando la superficie del agua fría que era iluminada por cientos de luciérnagas que salían del bosque para recibirlos.

    En Enol y todos los continentes del mundo, la noche y el día no estaban sincronizados de ningún modo. Para la gente era normal que la noche durara lo equivalente a tres días, y que lo único proveniente de la naturaleza que permitía ver en esas oscuras jornadas eran las luciérnagas, ya que en el mundo (llamado Elune por todos sus habitantes), no se conocían las estrellas ni la luna por lo que, para muchos, eran un simple cuento para arrullar niños después de una tormenta. Había personas que aseguraban haber visto una estrella en el infinito cielo de Elune, paseándose por los límites del mundo y resplandeciendo fuertemente antes de sumergirse en el agua. Por supuesto, eran tomados por dementes y se les llamaba en tono de burla lunáticos.

    Así es como las luciérnagas, que habitaban en lugares oscuros, eran considerados animales muy valiosos e incluso de culto para algunas culturas, pues parecían estar siempre esperando aventureros a quien prestar sus servicios en medio de la oscuridad.

    —Me está sujetando, apúrate.

    Eberk levantó la imponente lanza y con un rápido movimiento la introdujo en el agua donde, suponía, estaba la criatura. La lanza se encajó unos centímetros en algo e inmediatamente, como reacción, la cosa soltó a Heian. Un burbujeo les indicó que efectivamente se trataba de uno de los animales del río, que rara vez eran vistos.

    — ¡Rápido!—apuró Eberk mientras pataleaba para llegar a la orilla del río.

    Sénezar el caballo comenzó a inquietarse cuando de la superficie se asomaron una especie de lianas; en la punta, tenían unos ansiosos agujeros diminutos que con sus rápidos movimientos emitían un ruido parecido a la unísona aspiración de muchas bocas. Acto seguido, un rostro ovalado, blanco y sin boca ni nariz salió a flote, para después sumergirse nuevamente en las lóbregas aguas.

    — ¿Viste eso?—dijo Eberk dejando de nadar— No sé si es bestia o planta o humano… nunca había visto algo así.

    Decenas de lianas ahora estaban alrededor de él, invitándolo a que nadara, para poderlo localizar y llevárselo.

    —A la cuenta de tres vamos a nadar lo más rápido que podamos Heian… no quiero espantarte pero creo que es la única oportunidad que tenemos—al decir esto, volvió a pensar en su madre. Todo estaba sucediendo demasiado rápido; apenas había despertado y ya estaba en medio de un río arriesgando su propia vida y la de su mejor amigo para darle una oportunidad a la mujer más importante en su vida.

    — ¿Qué? ¿Es seguro?—se apuró a decir Heian, conociendo la cruda respuesta.

    — ¡Claro que sí!—contestó Eberk con sarcasmo—. Pero es lo único que podemos hacer, esa cosa reacciona con el movimiento…—detuvo su mente un poco para ponerse a pensar—Echaré mi lanza hacia allá—dijo, señalando su izquierda con un movimiento de cara—.Uno—comenzó a contar, decidido.

    Heian tragó saliva y asintió.

    —Dos—Trató de parecer tranquilo, pero no lo pudo evitar; de su voz emanaba un tono de desconfianza y derrota.

    — ¡Tres! —Los dos muchachos nadaron a toda prisa en cuanto Eberk arrojó la lanza lejos de donde ellos estaban. Las extrañas lianas no esperaron un segundo y se lanzaron en dirección contraria a ellos.

    Sénezar se movía nervioso al ver la hazaña de los jóvenes, encabritado al no poder ser de ayuda para su amo, esperando con ansia su regreso para poder galopar.

    Heian y Eberk llegaron por fin a un suelo menos profundo, lleno de piedras de río. Estaban a salvo. Por ahora.

    — ¿Estas bien?—dijo Heian cuando ya estaba en la orilla del río, esperando a su amigo que se aproximaba torpemente entre las piedras de la orilla, tratando de ir muy aprisa.

    —Claro, entremos ya—respondió Eberk con la mirada fija en el bosque.

    Después de dar unos cuantos pasos ya estaban en el bosque. Las luciérnagas seguían a los jóvenes, iluminando todo a su paso.

    — ¿Cómo se supone que vamos a encontrar la medicina?—dijo de repente Heian, que buscaba en el suelo de un lado a otro.

    —Ella nos encontrará. El resto déjamelo a mí—respondió Eberk tajantemente. No quería decirle a Heian la particular forma de llamar con la mente a la bruja, me tomará por loco, se dijo.

    Los dos jóvenes caminaban en el bosque, adentrándose cada vez más en la oscuridad, no tenían rumbo fijo, sólo esperanzas tontas.

    ¡Bruja Decón! gritaba Eberk en su mente. Nada pasaba. ¡Ayuda! trató. No hubo respuesta alguna.

    A medida que avanzaban, sentían las miradas de los animales del bosque que eran despertados por el crujido de las hojas y ramas que yacían en el suelo.

    — ¿Estás seguro de lo que haces, verdad?—dijo Heian, quien comenzaba

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