El silencio y la nada
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Porque el vacío y la nada son lo mismo.
El silencio se convirtió en la nada y se hizo imperceptible
El silencio escrupuloso lo consume todo
En El silencio y la nada, los protagonistas de cada relato se enfrentan a las consecuencias de sus propias decisiones, algunos se hunden entre la rabia y la oscuridad, otros se sumergen en medio de una penumbra gris e intentan seguir con sus vidas. Es un libro, con prosa pausada, de tono sobrio y veloz que se interna en la intimidad de sus personajes para intentar descubrir el misterio de la naturaleza humana.
Julián Penagos Carreño
Julián Penagos Carreño (Bogotá, 1978) es comunicador, historiador y profesor de la facultad de comunicación de la universidad de La Sabana. Esta es su primera obra publicada.
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El silencio y la nada - Julián Penagos Carreño
© 2016, Julián Penagos Carreño
© 2016, megustaescribir
Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
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ISBN: Tapa Blanda 978-8-4911-2365-1
Libro Electrónico 978-8-4911-2366-8
CONTENIDO
Culpa en la oscuridad
Buscando a Emma
El fuego en la noche
El sueño de la sirena
La confesión de un dios
Eterno retorno
Yambolé
Un error
Anturios
A mi familia, a mis padres,
a quienes debo todo.
A Paola, a quien deberé mi futuro.
CULPA EN LA OSCURIDAD
Es una madrugada fría y oscura. No hay luna. Todo está quieto. Las calles son el marco de una atmósfera casi nostálgica que echa de menos los ladridos de los perros y el eco producido por los pasos de algún transeúnte apresurado y temeroso. Solo se escucha el sonido del viento estrellándose contra los muros y las puertas de las casas. Sin embargo, el ambiente es tenso pues contiene un susurro siniestro.
Una brisa helada alcanza a colarse por los largueros de la ventana de la habitación en donde el anciano duerme. No se escucha nada, solo su intranquila respiración y una tos que lo despierta de vez en cuando, hasta que una voz en forma de murmullo irrumpe para acabar con esta aparente serenidad:
---Has vivido mucho, anciano.
El anciano se levanta de súbito para intentar percibir en la penumbra aquella voz que le habla, aunque sabe que hace mucho tiempo no hay nadie a su lado.
---¿Quién anda ahí?
La voz es parecida a la de un niño, suave y blanca, pero a la vez inquisidora y siniestra.
---¿No sabes quién soy? No me sorprende.
---No, no lo sé. ¿Quién eres?
Pero el anciano no obtiene respuesta. De repente, su pecho se comprime. Tose. Se lleva la mano derecha a la boca, la siente húmeda. Él lo sabe, no puede ver su tono rojizo, pero sabe que es sangre. Se limpia con un pañuelo que lleva tres semanas apostado en el cajón superior de su mesa de noche. Se sienta al borde de la cama, esperando encontrar alivio, pero solo encuentra frío, siempre el frío. Un aullido de perro se escucha, al fin, a lo lejos. Parece asustado.
El anciano alarga sus manos buscando unos fósforos para encender la vela y empuñarla contra lo nocturno. Su ritmo respiratorio es entrecortado y ruidoso. Tose de nuevo.
La flama deja ver una mesa de noche, con un cuadro de la Virgen del Purgatorio ubicado a la cabecera, unos cigarros, y, al lado, la cama con el anciano solo. No hay nadie más en la habitación.
Encender la vela le produce sosiego, su mirada se pierde en el vaivén de la flama. La lumbre crece poco a poco; entre las penumbras se pueden distinguir más detalles del cuadro: la Virgen con una corona dorada en su cabeza, vestida con un hábito color marrón y una manta blanca. Su cabello es oscuro, lo lleva suelto, y en sus brazos carga a un niño. Ambos parecen levitar mientras contemplan un conjunto de cinco almas suplicantes. A los lados hay dos ángeles, uno de ellos intenta ayudar a una mujer a salir de lo que parece ser el purgatorio.
Al anciano siempre le ha llamado la atención una de las almas que aparecen en el cuadro, la del hombre que se tapa la cara como si se lamentara de sus pecados, como si su culpa fuera más grande que la de las otras almas. Le parece lógico que esté más alejado de la Piedad Divina y que esté rodeado de las llamas del infierno.
---¿Quieres dejarte ir? ---le pregunta la voz como de niño con tono comprensivo.---¿Quién eres? ¿Un demonio? ---masculla el anciano, mientras su voz se pierde entre los pliegues de sus adoloridos labios.
---No. No lo soy. ¿Eso te tranquiliza, abuelo?
--- ¿Pero quién eres entonces? ---insiste. Esta vez, su voz es ronca y pesada. Se nota un bizarro esfuerzo por emitir sonidos.
Hace dos semanas, sus dolencias aumentaron y quizás afectaron su mente. La verdad es que en estos últimos días, no solo sus pulmones lo han hecho sufrir, su subconsciente ha colaborado con lo suyo... Lo ha bombardeado con imágenes de su pasado. Su memoria ha trascendido a niveles volátiles y lo ha transportado a aquellos días en los que era un campesino y huía de los hombres que pensaban distinto. Ahora estaba allí, sentado en su cama con los ojos abiertos, buscando algo en la oscuridad, escuchando esa voz, esperando...
El anciano cubre su delgado cuerpo con una ruana que encuentra a los pies de la cama. El frío, siempre el frío. Su presencia se le ha convertido en un mordaz enemigo. Siente que la cabeza le pesa y se va hacia adelante, se balancea para evitar caer. Aunque desea el fin, resiste el dolor e intenta aliviarlo. Uno, aspira; dos,