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Fuerzas de la naturaleza: Guardianes de la humanidad
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Fuerzas de la naturaleza: Guardianes de la humanidad
Libro electrónico266 páginas3 horas

Fuerzas de la naturaleza: Guardianes de la humanidad

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Final de la trilogía Fuerzas de la Naturaleza

Nada volverá a ser como antes. Los Nigrumanes han salido de las sombras para arrastrar al mundo a las tinieblas.

Con Javier al frente, la Hermandad de la Luminiscencia deberá evitar a toda costa la devastación de ciudades y la muerte de inocentes, mientras reconstruyen los estragos provocados por inundaciones, incendios y tormentas, que los Nigrumanes dejan a su paso.

La oscuridad adopta un nuevo rostro, alguien que alcanzará una fuerza jamás concebida.

En la búsqueda de la salvación, Julia y su familia deberán encontrar el único poder capaz de evitar el fin de los días; el quinto elemento. Deberán sacrificar sus vidas para proteger a la humanidad de un desolador desenlace.

En medio de la oscuridad, los Guardianes se alzarán para luchar en la batalla final.

Abraza tu luz.

Ama tu naturaleza.

Arriésgalo todo.

Lucha hasta el final.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 may 2016
ISBN9788416366071
Fuerzas de la naturaleza: Guardianes de la humanidad

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    Fuerzas de la naturaleza - J.P. Naranjo

    Santos

    Primera Parte

    EDMUNDO

    Por el cantar de los pájaros sabía que era de día otra vez. La repetitiva melodía le llegaba amortiguada por los muros de piedra que le ocultaban del exterior. Al principio la luz atravesaba las paredes por dos pequeñas grietas, una en el rincón superior derecho del fondo y otra cerca del techo en la pared de la izquierda. Poco tardaron en cubrirlas para desquiciar aún más al inquilino de aquella oscura habitación. Según sus propios cálculos, llevaba allí encerrado más de dos meses; según la realidad, solo llevaba diecinueve días a la sombra. La locura le asaltaba por momentos. Intentaba mantener la mente ocupada pensando en cómo podría salir de allí. Lo había intentado en innumerables ocasiones, cada vez que le sacaban de aquel cuarto para cenar con ella en una estancia más iluminada pero igual de apartada del mundo de fuera. La conducta con sus captores era desafiante, ofensiva y macarra. Pero ante ella dejaba que el sarcasmo saliera a pasear. Mantenía la esperanza de que en algún momento de aquellas comidas la chica se acercara a él y le dijera que se marchase. Pero nunca ocurría así, siempre acababan en rabietas seguidas de golpes.

    La noche número veinte resultó ser muy diferente a las demás. Lo normal era que no le permitieran hablar, siempre lo silenciaban atacando a sus costillas y haciéndole escupir la comida. Pero en aquella cena vio algo en su mirada, un brillo o quizás una manera diferente de mirarle a él. Algo había cambiado y tenía que aprovecharlo:

    —Te ocurre algo esta noche —dijo Iván a Lina.

    Estaban sentados a ambos extremos de la larga mesa, pero, aun así, podía ver un gran cambio en ella bajo la luz de los velones.

    —Me ocurre lo mismo que todos los días, así que cállate —uno de los dos Nigrumanes que vigilaban a Iván se acercó para golpearle, pero Lina le frenó con un gesto.

    —Hay algo que ha cambiado. Te veo menos horrible que de costumbre. Además, has evitado que aquel me rompa una costilla —se arriesgó.

    —Si eso te hace feliz puedo decirle que continúe con lo que iba a hacer.

    —No es solo eso. La oscuridad te está consumiendo, parecías un esqueleto andante. Sin embargo, hoy estás llena de vida. Te brillan los ojos. Me alegro por ti —Iván entró de lleno en los pensamientos de la chica.

    —A cualquier chica le gusta arreglarse de vez en cuando. Dudo que aprecies nada desde tan lejos y los halagos no te servirán —clavó el cuchillo en la carne a modo de aviso.

    —Es cierto que a las chicas les gusta estar emperifolladas, pero tú no eres una chica corriente. Y sí que me sirven los halagos, para empezar, estamos hablando después de… —pensó en el tiempo que llevaba allí.

    —Ya está bien por hoy. Tu silencio o tus quejidos, tú decides —amenazó mirando claramente a los ojos del chico y señalando con el tenedor al Nigrumán anterior.

    —Antes de que me golpeen, dime por qué.

    —Por qué, qué —la expresión de la chica era de burla.

    —Por qué intentas convertirte en algo que no eres, por qué necesitas tanto poder, por qué llevar a cabo una venganza que no te pertenece… —el chico parecía estar rogando por una respuesta.

    —¿Que no me pertenece? ¿Crees que no estoy en situación de vengar la asquerosa vida que tuvo que llevar mi madre por culpa de los Naturanos, siempre en las sombras como un conejo esperando al lobo? Ellos la convirtieron en lo que fue, ellos me han convertido en lo que soy. Ahora deberán afrontar las consecuencias, y no me refiero solo a la Hermandad o los De Santos. En los próximos días, la humanidad ocupará el lugar que le corresponde —Lina fue inclinándose sobre la mesa a medida que hablaba, con los cubiertos agarrados como armas.

    —¿Qué lugar es ese? Si se puede saber.

    —Por debajo de nuestros pies. Somos superiores a los humanos de calle, debemos ocupar la parte superior de la pirámide. El velo que nos mantenía ocultos está rasgado y ya es hora de que el mundo entero se entere de quiénes somos, de lo que somos capaces y cuál es su sitio en el nuevo orden. Deberías sentirte orgulloso de estar a nuestro lado en un momento tan importante como este —la ira del discurso se dejó ver a través de las oscuras venas que cruzaban su rostro.

    —De lo que estoy orgulloso es de poder veros caer en primera fila.

    Iván se metió el último trozo de ternera en la boca y le sonrió. Aquello la hizo sentirse extraña, intentaba no sonreírle a él también, sobre todo después de aquella conversación.

    Para aplacar la sensación, le pidió al esbirro más alto que se llevara a Iván del salón.

    Una vez más, el chico aprovechó el instante que el secuaz de Lina necesitaba para soltar los grilletes de la vieja silla, en repasar rápidamente cada rincón de la sala. Desde la enorme y derruida chimenea hasta las descompuestas lámparas de velas que iluminaban aquel sitio.

    «Es antiguo, no tiene electricidad y tiene que estar apartado para no llamar la atención. Debe tratarse de alguna ruina o castillo abandonado lejos de cualquier pueblo o ciudad. ¿Dónde cojones estoy?», pensaba caminando los ocho metros cuadrados de aquella celda.

    Con un pequeño trozo de piedra comenzó a marcar la rancia madera de la puerta, una raya por cada día que creía llevar encerrado.

    No acertó.

    Intuyó un nuevo ataque de pánico. Se tiró sobre el sucio saco de dormir del suelo y hundió su rostro en él para ahogar los lamentos. Pensó en su madre, en el estado de amargura en que debía estar sumida después de su desaparición. También se imaginó a su prima Julia, a su amigo Gabriel y a su tío Enrique. Pero la única persona que sabía que podría encontrarle no era ninguno de ellos. Si alguien conseguía dar con el escondite de los Nigrumanes, era Javier. El hombre se había convertido, sin que Iván se percatase de ello, en su ejemplo a seguir. Amaba a su madre como ningún hombre la había amado y mantuvo a todos con vida durante aquellos duros meses.

    —Javier me encontrará, me encontrará —se susurraba a sí mismo después del episodio de ansiedad.

    Se quitó la ropa y se metió en el saco. No tenía pensado dormir aún, le parecía imposible caer en el sueño tan deprisa, aunque le traía serenidad fantasear comparándose con Edmundo Dantés en el Castillo de If. Claro que, Iván, no disponía de la compañía de ningún Faria. Tampoco había tesoro alguno fuera de aquel lugar, tan solo la cruda realidad que, cada día que pasaba, se volvía más oscura.

    Unidad

    Javier se encontraba junto a la pequeña choza que les protegía de los proyectiles. Era la última prueba de los nuevos aspirantes a Venatores y no podía perdérsela. El curso había sido duro, pero eran tiempos difíciles y cualquier preparación era poca. Las materias habían sido seleccionadas por los supervivientes del día del Fulgor de Julia. Ellos sabían a lo que se enfrentaban. La instrucción de protección y ataque corría a cargo de un Naturano formado en el ejército, el veterano Sargento Primero Peñafiel. Javier disfrutaba al verle por la ventana de su despacho patear las nalgas a los nuevos candidatos mientras corrían por la mañana. Durante el último mes, la arboleda junto a la sede de la Hermandad se había convertido en un discreto campo de entrenamiento.

    Allí se encontraba, junto al instructor. Mientras éste consumía unos interminables puros en pocas caladas, Javier anotaba lo que alcanzaba a ver entre la densa espesura del bosque.

    —¿Qué harás ahora? El curso acaba hoy. Mi oferta sigue en pie —preguntó Javier.

    —Es algo que me tienta, presidente —respondió el robusto hombre escupiendo los restos de tabaco de entre los dientes.

    —Peñafiel, te he dicho que me llames Javier. O Javi. Pero no presidente, que cuando sale de tu boca parezco el mismísimo Rey de España.

    —A los hombres se les llama por lo que son. Aunque si alguno de estos mierdecillas se atreve a llamarme por mi nombre en vez de Sargento, meará sangre durante una semana —bramó con una voz exageradamente grave mezclada con el humo.

    Javier sonrió.

    —¿Entonces? ¿Qué me dices?

    —Seguiré con los Venatores. Está claro que necesita a alguien para controlar la unidad. Además, desde que estuve en Afganistán echo de menos un poco de acción. Espero que mi hombro no sea un problema —sacudió el brazo por encima del flamante rasurado de la cabeza.

    —Quizás lo era para los idiotas que te desaprovecharon en el ejército, aquí no es más que una secuela de combate.

    —Cuente conmigo, presidente. Y con mi pájaro —dijo señalando hacia la parte superior de la sede.

    Javier quiso volver a corregirle, pero aquel hombre imponía tanto por su tamaño como por su fuerte voz.

    Unos minutos más tarde, un silbato indicó el final de aquel examen. Los aspirantes fueron acercándose lentamente, algunos cojeando, otros ayudados por sus compañeros, la mayoría de ellos exhaustos. Los monos verdes que vestían estaban acribillados por las balas de pintura. Tan solo dos de ellos regresaron con sus uniformes impecables, manchados por la tierra, pero sin rastro de haber sido alcanzados. La única chica del grupo y Gabriel.

    El joven quiso formar parte de los Venatores desde que Iván desapareció. Insistió día tras día hasta que Javier expuso ante el nuevo Comité Superior la controversia de que alguien sin el don de la naturaleza formara parte de la Hermandad. O como le llamaron en aquella reunión, Hominem. Tras un sermón del recién nombrado presidente, sobre lo necesario que sería cualquier persona dispuesta a luchar, la mayoría de los miembros aceptaron. Aquello enfadó a Julia. El chico era consciente que siempre estaría en desventaja frente a los demás, aunque el no poder manejar los elementos no fue algo tan importante como para que se echase atrás.

    —Debería daros vergüenza que un simple chico haya salido airoso de la batalla. No merecéis llevar ese parche en el brazo. ¡Nenazas! Y no lo digo por Mara, ella también os ha dado por el culo —les soltó Peñafiel a todos mientras buscaban un apoyo en el que descansar—. Tenéis suerte de que no sea yo quien tome la decisión de si entráis o no en la unidad. Para mí, hoy solo han pasado la prueba dos personas —señaló hacia Mara y Gabriel.

    —Hola, chicos. Gabriel, enhorabuena —el chico estaba recuperando el aliento pero hizo un esfuerzo por sonreír—. Bien. No hay ido demasiado mal, pero debéis tener en cuenta que hasta ahora solo habéis luchado con munición de pintura, sin usar los elementos en el combate simulado. No quería un enfrentamiento por equipos con el uso de los mismos por las lesiones que pudierais causaros, por eso lo hemos dejado para el entrenamiento después de vuestra incorporación como Venatores. Os necesitamos a todos, no podemos prescindir de nadie, pero tampoco podemos aceptar que los más débiles nos distraigan. Ya habéis visto durante estas semanas de lo que son capaces los Nigrumanes. No podemos permitir que mueran más inocentes en supuestas catástrofes naturales. Los ataques son más continuos, más violentos y en lugares más importantes. Tenemos que actuar y debemos hacerlo cuanto antes. Pero si no estamos preparados para lo que podamos encontrarnos lo único que provocaremos es el crecimiento de su poder. De ahí el motivo de un entrenamiento tan duro. Poneos en pie —pidió a los que descansaban en el suelo.

    —¡Vamos! ¡¿Estáis sordos?! —les apremió el sargento con el pie a quienes tenía más cerca.

    —Bienvenidos a la lucha, Venatores. Todos estáis dentro —aplaudieron y vitorearon—. Mañana, comenzaréis a luchar con elementos.

    Gabriel no cabía en sí de orgullo. Si el entrenamiento había sido duro, para él se convirtió en algo casi insoportable. Durante las semanas de adiestramiento tuvo que esquivar piedras, enormes rocas, troncos, llamaradas y bloques de hielo, mientras los demás practicaban como contrarrestar los ataques y como desviarlos con sus poderes. El esfuerzo era increíblemente diferente. Pero sabía que no sería fácil y, mucho menos, agradable. Estuvo a punto de abandonar en un par de ocasiones, pero cuando volvía junto a su familia y veía la huella de los Nigrumanes en un devastador incendio inextinguible que arrasaba un pueblo tras otro, o una insólita tormenta que prácticamente había borrado del mapa una población entera, reunía fuerzas y se daba otra oportunidad. Su valor y energía nacían de la lucha por no dejar a su hijo un mundo atemorizado por la naturaleza. Si era su pequeño quien debía acabar con aquello, él estaría a su lado en la contienda. La fuerza de aquel sentimiento era inagotable en el joven.

    Después de lo ocurrido durante el Fulgor, toda la familia se trasladó a la sede de la Hermandad en Valladolid por orden indiscutible de Javier. El Comité Superior fue disuelto por acuerdo entre varios miembros y por la amenazadora actitud de los Venatores frente a un cambio tan inevitable como necesario. El espíritu de la Hermandad de la Luminiscencia se había vuelto arcaico y su política de enfrentamiento estaba poco menos que oxidada. Jamás sobrevivirían a los acontecimientos que asomaban por el horizonte con aquel tipo de disposición, y Javier lo sabía. Necesitaban plantar cara, una estrategia nueva y contundente, algo que les hiciese ganar la batalla que llevaban librando desde hacía siglos. Necesitaban luchadores. Necesitaban un nuevo presidente. Necesitaban a Javier García De Santos.

    Habilitaron una de las plantas con pequeños apartamentos para todo Naturano que necesitase refugio o para aquel que se uniese al nuevo orden después del comunicado que se extendió por todas las sedes y familias. La reseña de la bula papal que les nombraba Guardianes de la Humanidad llegó a cada rincón del dominio Naturano, circuló por todo el territorio nacional y acabó alcanzando el extranjero. Llegaron reclutas de todo el país, sobre todo jóvenes, pero el número seguía siendo insignificante. Mientras, la destrucción de los Nigrumanes se extendía con el paso de los días desde que Lina huyó llevándose a Iván con ella. Los desastres comenzaron a manifestarse en ciudades pequeñas y zonas poco pobladas, pero tardaron poco en saltar a la destrucción masiva de núcleos urbanos. Era la llamada de la oscuridad, un aviso a todo Nigrumán de que la edad de subrepticio había llegado a su fin. La guerra era inevitable.

    Gabriel enfrentó el pasillo que le llevaba hasta el pequeño apartamento en el que vivía con Julia y su hijo, justo al lado del que compartían Enrique y su hermana Carla frente a Carmen y Dorotea.

    Aún le quedaban más de veinte metros para llegar cuando comenzó a oír el llanto del niño. Sonrió. Aunque pensó en que Julia no estaría de buen humor al saber que había superado la prueba que lo convertía definitivamente en Venator, estaba deseando darles la noticia a todos. Respiró hondo y entró en su nuevo hogar. Dorotea se encontraba meciendo al pequeño en sus brazos. Julia salió de la habitación al oírle entrar.

    —Adivina —se dirigió a ella con una enorme sonrisa.

    —Ya he hablado con mi tío Javi. Supongo que enhorabuena —respondió ella con desánimo.

    —Julia, no quiero que estés así. Sabes que nos vendrá bien a todos. Tenemos que estar preparados, no puede volver a repetirse lo de Iván. Necesito proteger a mi familia, no puedo quedarme de brazos cruzados mientras los Nigrumanes están acabando poco a poco con todo —se acercó y besó a su hijo.

    —Si yo lo entiendo, Gabi. Pero me aterra la idea de que pueda ocurrirnos algo durante cualquier enfrentamiento y que él tenga que crecer sin padres. Sabemos lo que se siente al tener que enfrentarte al mundo sin el apoyo de una madre y de un padre.

    —El destino, cariño. No podemos hacer nada por evitarlo, lo que tenga que ocurrirnos…, ocurrirá de igual modo. Así que, lo mejor es estar listos para lo que pueda venir —insistió él.

    —Dejemos el destino ahora, hace un rato que me he librado del dolor de cabeza que llevo arrastrando toda la mañana— se colocó junto a Gabriel y le besó en la mejilla.

    Dorotea sonreía al verles comportarse como un matrimonio mayor. Aprovechó que el pequeño había dejado de llorar y se había dormido en sus brazos, para acostarle en la cuna.

    Para proteger al bebé, la anciana tenía el pequeño cesto rodeado de accesorios ocultistas: un pequeño monigote de madera con pelo del niño, un atrapasueños hecho de ramas de lavanda, media docena de símbolos tallados en pequeños trozos de corteza de árbol, un tótem que representaba los cuatro elementos… Más que una cuna parecía el mostrador de una extraña tienda de artesanía.

    La alquimista se acercó a los jóvenes y les cogió de las manos para unírselas sin decir una palabra. En seguida entendieron a lo que se refería. Sin más, salió por la puerta.

    —Confiemos en nosotros mismos —dijo Julia mirando a Gabriel a modo de disculpa. Él la besó—. Ya que estás aquí quédate con él, hay reunión y mi tío quiere que esté presente. Creen saber dónde puede encontrarse Iván —susurró mirando al niño.

    —Eso es genial. Desde que desapareció he soñado con realizar una misión de rescate para salvarle. Estoy deseando de tenerle de vuelta, echo de menos al mamón de tu primo —aún sentía cierta animadversión contra sí mismo por no haber participado en el enfrentamiento de aquel día.

    —Todos extrañamos sus estupideces. Voy a desayunar algo antes de la junta —admitió Julia con cierta tristeza.

    A la hora de las comidas, el gran comedor del edificio se convertía en un centro de encuentros. Todos, trabajadores, inquilinos y familiares, comían juntos. Habían creado una pequeña comunidad en la que todos ayudaban a todos. Las familias que vivían en la sede se unían para las labores de limpieza, jardinería, cocina o incluso impartían clases a los más pequeños.

    Carmen se ofreció voluntaria para cocinar y ayudar a los nuevos a adaptarse.

    Dorotea se encargaba de los jardines cuando no tenía que estar con el pequeño De Santos.

    Enrique y Carla volvieron a ocuparse del holding familiar desde una pequeña sala que habilitaron para todo aquel que necesitara trabajar desde allí. La tristeza de la madre de Iván había disminuido con creces cuando Javier le mostró una interceptación de llamada telefónica en la que quedaba claro que su hijo seguía con vida.

    Allí dentro, todo parecía funcionar con armonía. Fuera de aquel edificio, el mundo se encontraba al borde de un abismo de oscuridad.

    La reunión tenía lugar en la sala de juntas del Comité Superior, a la que acudirían todos sus miembros, los jefes de las diferentes secciones

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