El remedio divino
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El mundo de Tobías también se ve atormentado por el caos de misteriosos acontecimientos, desapariciones, enfermos que sanan de manera milagrosa, bestias que rondan el bosque, asesinos en serie, dudas, secretos, órganos, células y un niño monstruoso.
Son algunos compuestos que arman esta magnífica formula literaria, este Remedio Divino. Está usted invitado, si se atreve, a descubrirlo.
Alejandro Martín Rojas Medina
Alejandro Martín Rojas Medina (La Habana, 15 de mayo de 1984) es licenciado en Contabilidad y Finanzas por la Universidad de la Habana en el año 2008. Entre sus trabajos profesionales realizados se encuentra el de especialista de Contador B en el Centro General de Control Económico de la Oficina del Historiador de la Ciudad, (2008-2012). Dentro de su formación literaria, Rojas se ha erigido en miembro del Taller de Creación Literaria "Espacio Abierto", después de haberse graduado en el Taller de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Obtuvo el primer lugar en la categoría de cuento en el Concurso Mabuya 2012 con El festín. También ha logrado una mención del V Concurso de Literatura Fantástica Óscar Hurtado 2013 en la categoría de cuento fantástico y horror, y el tercer premio en el V concurso fantástico La cueva del lobo 2013 (Venezuela). Más: mención en el concurso David 2015, de la UNEAC, en la categoría de novela de ciencia ficción y fantasía. También ha sido ganador del concurso Calendario 2016 y ha obtenido el primer premio en el Concurso QUBIT de cuento de Ciberpunk 2016.
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El remedio divino - Alejandro Martín Rojas Medina
amistad.
Prefacio
Joaquín se mordió los labios, sin protestar. Hacerlo no cambiaría en nada su situación. Tenía que seguir esperando en silencio y aguantar como todos el hambre, los dolores en el cuerpo, y las moscas que revoloteaban en su sucio uniforme.
El joven formaba parte de una columna de veinticinco voluntarios. El grupo llevaba ya, varias semanas dándole caza sin descanso, a una banda de insurrectos, por toda la cadena montañosa de la Sierra Maestra.
En el trascurso de la persecución las lluvias, el vómito negro y las diarreas castigaron la tropa hasta diezmar la mitad de sus hombres.
Por lo menos, el joven no formaba parte de los abandonados a merced del monte y los jibaros. El capitán Serrano, había dispuesto que los muertos y heridos graves, no fueran un estorbo para la cacería.
Ese día, la persecución solo se detuvo al anochecer. Los agobiados hombres tuvieron un respiro para montar el campamento e intentar a lo mejor dormir un poco.
El estómago volvió a arderle a Joaquín y el joven soldado comenzó a maldecir su propia suerte.
―¡Te digo que todos, estamos muy jodidos! ¡De nuestra querida
madre patria nos lanzan a esta isla asquerosa, para llenarle el estómago a los mosquitos. Esos negros matiaberos nos han maldecido. Preferiría el machete de cualquier mambi, que verme con cualquier cimarrón de esa secta endiablada vinculada con el bandolero Manuel García". ―le comentó Felipe, temblando por la fiebre recostado al tronco de una palma.
―¡Joder! ¡Te quieres callar! ¡Serrano, te puede mandar a fusilar por eso! ―le replicó Joaquín mientras sus brazos se aferraron con más fuerza a su Remington 71/89.
―A ese que se lo lleve el demonio. ¿Qué crees que pueda hacernos, ahora? Si ya estamos en el infierno y muertos. ―le respondió su amigo temblando con una sonrisa torcida, en su rostro perlado de sudor por la fiebre.
En ese momento, un viento agitó el follaje de arbustos que ocultaba el campamento. Después les rodeó el hedor.
Joaquín se cubrió la boca cuando la pestilencia propia de la carroña le alcanzó.
―¡Emboscada! ¡Maten a las bestias insurrectas! ―el aullido del capitán superó a las alarmas de los centinelas y los sonidos de arcadas del resto de los soldados.
El estallido de los alaridos humanos, los disparos, el sonido de la carne y el hueso masticados por el metal, hicieron que el cuerpo de Joaquín se estrechara más a su rifle.
Los rebeldes, salieron de la oscuridad de los matorrales lanzando alaridos y cayeron sobre los sorprendidos soldados como poseídos.
―¡Felipe levántate, nos atacan cojone! ¡Levántate! ―le gritó Joaquín agitándole por los hombros antes de percatarse de la mandíbula colgada y la mirada estéril de su amigo.
El joven, retrocedió aterrado hasta apoyar su espalda a un árbol. Levantó el fusil y buscó de manera desesperada un objetivo. Pero los nervios le hicieron vacilar cuando la escaramuza adquirió un nivel mucho más monstruoso.
Muchos de los insurrectos, de ropas deshechas, se movían con frenesí animal y sin armas. Varios rifleros lograron acertar su carga mortal sobre los atacantes. Pero las balas solo pareció incrementar el impulso enemigo de destrozar carne española con sus machetes, dedos y dientes.
Dos de estos derribaron las escoltas del capitán y les desgarraron las gargantas como si fuesen animales rabiosos.
―¡Muere perro! ―gritó Serrano al descargar su revolver sobre un enorme cimarrón , con machete en mano.
Los disparos solo frenaron por unos instantes aquella ensangrentada masa de músculos. Los gritos de Serrano, cuando el hierro mordió su carne fueron segados por el tajo final que lo decapitó como un pollo.
De repente, el asesino del capitán volteó la cabeza y descubrió la presencia de Joaquín, arrinconada entre los árboles. Una sonrisa aterradora surgió de su oscuro rostro cuando se lanzó, dando saltos como un salvaje en dirección a su próxima víctima, macheteando a todos los que se les interponían.
Joaquín apretó el gatillo pero su disparo falló. En un intento desesperado hundió la bayoneta del rifle, en el estómago del insurrecto. Pero este rodeo el rifle con su enorme mano, y golpeó la cabeza del joven con la culata de su propio fusil.
Aturdido y adolorido el muchacho sintió algo que se cerró en su cuello, lo levantó en peso y incrustó su cuerpo a un árbol.
El aterrado joven observó como el cimarrón, sin dejar de mirarlo con su mirada inyectada en sangre; incrustó el machete al suelo y con la mano libre se desenterró la hoja de la bayoneta.
Seguido de esto insertó la hoja del fusil en el antebrazo derecho del muchacho clavándolo al árbol.
―No te preocupes panchito. Tata Nicolás quiere juguetes frescos. Primero sangre, y Caniquí te llevará a su familia. ―le susurró el cimarrón a pesar de los gritos de Joaquín; antes de propinarle un cabezazo que lo lanzó al misericordioso abismo de la inconciencia.
1
Salvador Monterrosa se había levantado temprano.
Pero no para ir a trabajar, sino por haber acabado de aceptar su derrota en la lucha por conciliar el sueño. Tenía un extraño presentimiento perturbando su interior, y lo había mantenido desvelado toda la noche. Hasta que el repentino sonar del teléfono fue el toque de diana de una batalla definitivamente perdida.
Con dolor en los músculos, Salvador lanzó una maldición y extendió su agotado brazo hacia el inalámbrico en la mesa de noche.
―Diga.
―Hola, Salvador, ¿cómo estás? ―respondió una voz con un tono serio y prudente.
―¡Carajo ,Tobías, ¿eres tú?! ¡¿En dónde rayos estabas?! ―exclamó Salvador sorprendido, al reconocer la voz.
―Llegué ayer a medianoche. Vine lo más rápido que pude, cuando me enteré de lo ocurrido. ¿Han sabido algo?
―Nada hasta ahora ―respondió Salvador con un aire de melancolía en su voz, al notar que a pesar de no haber dormido nada la noche anterior, la pesadilla aún seguía girando en su mente.
―No te preocupes; todo se solucionará muy pronto. Salvador, sé que no es el momento… pero hay un asunto urgente que debo atender contigo.
―¿Qué es? ¿Qué ocurre?
―Preferiría contártelo en mi oficina. Ven ahora mismo.
―Pero, Tobías… ¡si apenas son las cuatro de la mañana!
―No te preocupes, para situaciones como esta mi secretaria prepara un excelente café. Te espero ―replicó su interlocutor, colgando el teléfono.