El crimen del conde Neville
Por Sergi Pàmies y Amélie Nothomb
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Una deliciosa y perversa fábula moderna que parte de la predicción de una vidente: el conde Neville matará a uno de los invitados a su fiesta.
El conde Neville acude a la casa de una vidente para recoger a su hija menor. La vidente se la encontró la noche anterior en pleno bosque, en posición fetal y tiritando de frío. Al parecer la adolescente, que responde al singular nombre de Sérieuse, se había fugado del castillo familiar. Pero, antes de llevar al aristocrático progenitor ante su hija, la vidente le toma la mano y le anuncia: «Pronto dará usted una gran fiesta en su casa. Durante esa recepción, usted matará a un invitado.»
En efecto, los Neville, excéntrica familia de alcurnia, van a celebrar en breve su fastuosa fiesta anual, a la que invitan a lo más selecto de la sociedad. Esa garden party es una tradición irrenunciable, pese a que los Neville pasan por serios apuros económicos y el conde incluso ha tenido que plantearse vender el castillo y el bosque que lo rodea. Con toda probabilidad ésta será la última gran fiesta que organicen allí. ¿Acabará, tal como anuncia la predicción de la vidente, con un asesinato?
Amélie Nothomb, en plena forma, ironiza sobre ese mundo anacrónico de la nobleza belga que conoce de primera mano. Y lo hace homenajeando y guiñándole el ojo al Oscar Wilde de El crimen de Lord Arthur Savile. El resultado es una deliciosa, juguetona y perversa fábula moderna de tintes tragicómicos, en la que bajo una capa de chispeante levedad asoma una sugestiva indagación literaria sobre el mundo de las apariencias, las relaciones familiares, los secretos del pasado, el dolor de la infancia, las incertidumbres de la adolescencia y el destino, que puede acabar dando sinuosos y sorprendentes giros...
Amélie Nothomb
Amélie Nothomb nació en Kobe (Japón) en 1967. Proviene de una antigua familia de Bruselas, aunque pasó su infancia y adolescencia en Extremo Oriente, principalmente en China y Japón, donde su padre fue embajador; en la actualidad reside en París. Desde su primera novela, Higiene del asesino, se ha convertido en una de las autoras en lengua francesa más populares y con mayor proyección internacional. Anagrama ha publicado El sabotaje amoroso (Premios de la Vocation, Alain-Fournier y Chardonne), Estupor y temblores (Gran Premio de la Academia Francesa y Premio Internet, otorgado por los lectores internautas), Metafísica de los tubos (Premio Arcebispo Juan de San Clemente), Cosmética del enemigo, Diccionario de nombres propios, Antichrista, Biografía del hambre, Ácido sulfúrico, Diario de Golondrina, Ni de Eva ni de Adán (Premio de Flore), Ordeno y mando, Viaje de invierno, Una forma de vida, Matar al padre, Barba Azul, La nostalgia feliz, Pétronille, El crimen del conde Neville, Riquete el del Copete, Golpéate el corazón,Los nombres epicenos, Sed y Primera sangre (Premio Renaudot), hitos de «una frenética trayectoria prolífera de historias marcadas por la excentricidad, los sagaces y brillantes diálogos de guionista del Hollywood de los cuarenta y cincuenta, y un exquisito combinado de misterio, fantasía y absurdo siempre con una guinda de talento en su interior» (Javier Aparicio Maydeu, El País). En 2006 se le otorgó el Premio Cultural Leteo por el conjunto de su obra, y en 2008 el Gran Premio Jean Giono, asimismo por el conjunto de su obra.
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Comentarios para El crimen del conde Neville
5 clasificaciones2 comentarios
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Hay unas cuántas novelas de Nothomb que me gustan mucho pero esta no me convence.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Really great story! highly recommended and its easy to read
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El crimen del conde Neville - Sergi Pàmies
Índice
Portada
El crimen del conde Neville
Créditos
Si al conde Neville le hubieran dicho que un día visitaría a una vidente, no se lo habría creído. Si hubieran añadido que sería para buscar a su hija fugada, este hombre sensible se habría desmayado.
Una especie de secretaria le abrió la puerta y lo condujo hasta una sala de espera.
–Madame Portenduère lo recibirá enseguida.
Era como estar en el dentista. Neville se sentó, muy erguido, y observó con perplejidad los motivos tibetanos que decoraban las paredes. Una vez dentro del gabinete de la vidente, lo primero que hizo fue preguntar dónde estaba su hija.
–La pequeña está durmiendo en la habitación de al lado –respondió la mujer.
Neville no se atrevió a decir nada: ¿acaso iban a exigirle un rescate? La vidente, una mujer de edad indefinida, enérgica, regordeta, de una extrema vivacidad, retomó la palabra:
–Ayer, pasada la medianoche, salí a dar un paseo no muy lejos de sus dominios. La luna brillaba como si fuera de día. Fue entonces cuando me tropecé con su hija, acurrucada en posición fetal, temblando de frío. Se negó a decirme nada. La convencí para que me acompañara: si se hubiera quedado allí se habría muerto de frío. Al llegar aquí quise llamarlo sin demora para tranquilizarlo: pero ella me dijo que era inútil, que usted no se había dado cuenta de su desaparición.
–Exacto.
–Así que he esperado hasta esta mañana para llamarle. ¿Cómo es posible que no haya notado la ausencia de su hija, señor?
–Cenó con nosotros y luego, como cada noche, subió a su habitación. Debió de salir cuando ya estábamos acostados.
–¿Cómo se comportó durante la cena?
–Como es habitual en ella, no dijo palabra, apenas comió y no parecía estar en su mejor forma.
La vidente suspiró.
–¿Y no le preocupa tener una hija en semejante estado?
–Tiene diecisiete años.
–¿Y se conforma con esa explicación?
Neville frunció el ceño. ¿Con qué derecho lo interrogaba?
–Entiendo que mis preguntas puedan resultarle chocantes, pero fui yo quien encontró a su hija en el bosque en plena noche. Hágase cargo de mi sorpresa. Le pregunté si tenía una cita romántica y ella me miró atónita.
–En efecto, no es su estilo.
–¿Y cuál es su estilo?
–No lo sé. Es una adolescente taciturna.
–¿Nunca ha pensado en proporcionarle ayuda psicológica?
–Es introvertida. No es ninguna enfermedad.
–De todos modos, se ha fugado.
–Es la primera vez.
–Señor, me sorprende verlo tan poco preocupado.
Neville reprimió la cólera que le producía verse juzgado por una desconocida. Esa mañana, cuando la vidente le había dado la noticia por teléfono, se había sentido trastornado. Pero no era la clase de hombre que muestra sus emociones.
–Debería ocuparme de mis asuntos, de acuerdo –añadió ella–. Pero tendría que haberla visto, tiritando, sola, en pleno bosque. Ni siquiera se había llevado una manta o un abrigo. Esta chiquilla me conmueve, parece estar tan a disgusto en su propia piel. Me pregunto si se interesa usted lo suficiente por sus vivencias.
Esta última palabra impactó al conde como si de una bofetada se tratara. No era la primera vez que se lo decían. De unos años a esta parte, y por oscuras razones, la gente ya no se conformaba con los términos sentimientos, sensaciones o impresiones, que no obstante seguían cumpliendo perfectamente su función. Además la gente debía tener vivencias. Neville era alérgico a este vocablo tan ridículo como pretencioso.
La vidente advirtió su irritación y creyó haber dado en la diana: en adelante aquel padre se tomaría más en serio sus responsabilidades.
Neville se levantó, con aspecto de considerar que ya había escuchado suficiente. La vidente se le acercó y le cogió la mano con un gesto de entusiasmo, como si quisiera darle a entender que estaba de su lado, pero al tocarle la palma cambió de expresión.
–Pronto dará usted una gran fiesta en su casa –dijo.
–Efectivamente.
–Durante esa recepción, usted matará a un invitado.
–¿Perdón? –exclamó el conde, palideciendo.
La vidente le soltó la mano y sonrió:
–No se preocupe. Todo saldrá de maravilla. Sígame, vamos a despertar a su hija.
Sin esa profecía de último minuto, Neville habría convertido aquel momento en un festival de efusiones. Pero, al entrar en la habitación, estaba más tenso que nunca.
Acostada en un catre, la joven no estaba durmiendo.
–Hola, papá –dijo pausadamente.
–Hola, querida. ¿Cómo estás?
Sin escuchar la respuesta, se dio la vuelta hacia la vidente con la esperanza de que los dejara solos. Ella, sin embargo, insistía en presenciar su reencuentro: estiraba el cuello y abría los ojos desmesuradamente.
Como si la escena no fuera con él, el conde se esforzó en hacer como que no existían ni aquella profecía ni aquella profetisa. Se acercó para abrazar a su hija, que parecía tan indiferente como de costumbre.
–Vámonos –sugirió él.
Fue entonces cuando Madame Portenduère quiso ofrecerles un pequeño desayuno, pero la pequeña la instó a desistir:
–Gracias, Madame. Pero mamá estará preocupada.
–Llámame Rosalba y tutéame, ¿de acuerdo?
–Sí –dijo ella con la expresión de estar deseando que ninguna de ambas posibilidades volvieran a presentarse.
–Si necesitas hablar con alguien, ya sabes dónde encontrarme –añadió la mujer, entregándole a la