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Mundo En Llamas
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Libro electrónico560 páginas8 horas

Mundo En Llamas

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Información de este libro electrónico

Aventrate en esta historia repleta de misterios, mentiras, amistades, amores y secretos. Nuevas criaturas y nuevos mundos han atormentado la existencia de Joane, una que ella consideraba tranquila. El rumbo de su vida cambi y ella estaba dispuesta a tomar los riesgos que se atravesarn en l, incluso a costo de su propia vida. Sin embargo, de algo estaba segura, poda arriesgar su vida, pero no dejara que la de sus amigos tambin estuviera en peligro. Incluso si eso significa aceptar convertirse en lo que siempre fue, una protectora. Alguien que tiene como orden divina proteger a los habitantes del mundo mortal, aunque ella siempre crey ser parte de l.

Joane Anderson encontr su destino y el camino no ser sencillo.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento30 ene 2017
ISBN9781463399351
Mundo En Llamas
Autor

Nicole Galhardi

Nacida en Puerto Ordaz, Venezuela, Nicole Galhardi se sumerge en el mundo editorial con el primer tomo de una saga, “mundo en llamas”, el cual es el primer libro que ha escrito. Es una estudiante ejemplar que está interesada tanto en las artes como en las ciencias y cuando no está escribiendo, puedes encontrarla leyendo, estudiando, dibujando o experimentando algo nuevo. Es una apasionada de los animales y la naturaleza. Actualmente, reside en Sídney, Australia.

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    Mundo En Llamas - Nicole Galhardi

    Mundo en llamas

    Nicole Galhardi

    «Dos mundos que chocan; uno que colapsa.

    Su mundo se derrumba, pero ella sigue en pie.»

    Copyright © 2017 por Nicole Galhardi.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2015907162

    ISBN:   Tapa Dura   978-1-4633-9933-7

       Tapa Blanda   978-1-4633-9934-4

       Libro Electrónico   978-1-4633-9935-1

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 19/01/2017

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    698347

    ÍNDICE

    Prologo Un día antes del fin

    Capítulo I Joane Ann Anderson

    Capítulo II La visita

    Capítulo III La piedra sagrada

    Capítulo IV La verdad

    Capítulo V Una semana

    Capítulo VI La despedida

    Capítulo VII El terminal

    Capítulo VIII Mentiras y verdades

    Capítulo IX Almas predestinas

    Capítulo X Explicaciones

    Capítulo XI Ideas peligrosas

    Capítulo XII Un viaje prohibido

    Capítulo XIII Traiciones dolorosas

    Capítulo XIV El rescate

    Capítulo XV El regreso

    Capítulo XVI Precio de la lealtad

    Capítulo XVII La corte del honor

    Capítulo XVIII Dolor familiar

    Capítulo XIX El buscador

    Capítulo XX Ceremonias memorables

    Agradecimientos

    Para Manusilda Daboin

    Ella ya no está conmigo físicamente,

    pero este libro es para agradecerle todas

    las cosas que hizo por mí. Gran parte

    de lo que hoy soy es gracias a ella,

    y eso siempre lo tengo presente.

    Emblema Alterno: se encarga de representar las dos dimensiones unidas a través de los círculos conectados entre sí, lo que significa la unión entre un mundo y el otro aunque no se mezclen entre ellos. Los dos triángulos que rodean los círculos que asemejan a una estrella de David, tiene como propósito mostrar el deseo y deber de la Dimensión Alterna en proteger al Mundo Mortal de los peligros que puedan amenazar el lazo existente entre ambas, así como también protegerlo de ataques directos a sus habitantes o a su Gema.

    Distintivo Lóbrego: este distintivo tiene como objetivo demostrar los deseos latentes de la Dimensión Oscura en que el lazo que existe entre el Mundo Mortal y la Alterna sea destruido completamente. Las dos dimensiones son representadas por los cuadrados que se unen en una esquina, pero que es atravesada por una línea que muestra el deseo de quebrantar su relación. Mientras que otra línea diagonal atraviesa ambos cuadrados, lo que muestra el deseo de quebrar ambas dimensiones y tomar posesión sobre ellas.

    Escudo Mortal: Representa la frágil línea entre el equilibrio y el caos al que el Mundo Mortal está constantemente sometido. En el tope podemos ver el Emblema Alterno, que demuestra su mando o protección sobre las capas más oscuras y frágiles del Mundo Mortal. Mientras, en la base del triángulo que asemeja un diamante se encuentra el Distintivo Lóbrego, el cual representa el peligro al que siempre se está enfrentando, ya que cualquier movimiento brusco de la Dimensión Oscura puede ocasionar el derrumbe de todo lo que se conoce, y con ello también representaría la caída de la Dimensión Alterna.

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    Prologo

    Un día antes del fin

    La lluvia y el viento rugían con ferocidad fuera de la gran —y al parecer ficticia— seguridad que ofrecía el castillo que parecía sacado de un cuento medieval. En las paredes resonaba el llanto de un bebé que se encontraba por algún lugar, un lugar que Avril deseaba buscar desesperadamente.

    Pero, en medio de la desesperación que la embriagaba, era muy difícil concentrarse en una sola cosa. Era probable que la oscuridad que la rodeaba, acechándola, amenazándola, no superase a la que la invadía por dentro.

    —Ya es hora —dijo una voz masculina que ella reconocía muy bien. Notó la sombra que la figura generaba sobre el suelo, luego de que apareciese silenciosamente a su espalda—. ¿Estás lista?

    —No —respondió, siendo honesta. Sin embargo, soltó un resoplido de resignación—. Aunque no creo que importe mucho, ¿cierto? —inquirió, girándose sobre sus talones.

    Él se encogió de hombros cuando se percató de su mirada, dándole a entender que tenía toda la razón.

    —Lo lamento, Avril —dijo con cuidado—. Pero ya no hay mucho que podamos hacer. No ahora. Nosotros dimos la idea, nosotros nos ofrecimos. No podemos echarnos para atrás.

    La dura verdad que estaba contenida en esas palabras le retumbaba en el cerebro. Los oídos le comenzaron a zumbar de súbito, sintiéndose incapaz de mantener el equilibrio. Sin embargo, Avril no permitió que su cuerpo lo demostrara, ya que se irguió en toda su altura y dio unos pasos hacia el frente, alejándose del enorme ventanal que dejaba que unos pálidos rayos de luz se filtraran dentro del pasillo, iluminando sutilmente una escalera de caracol que estaba ahí, enrollándose de forma intrincada sobre sí misma, pintada con un hermoso color dorado.

    Avril detuvo sus pasos cuando otros resonaron en las paredes.

    —Jonathan —llamó al muchacho que se había colocado detrás de ella—. Ahí viene.

    Esas palabras fueron suficientes. En menos de un segundo, Jonathan se había movido con agilidad hasta ponerse firme a su lado. El sonido de los pasos era inconfundible, ya que notaron rápidamente que los daban unos pies con tacones. Y si portaba tacones, debía ser ella.

    Hacía momentos, el llanto del bebé había cesado. E inmediatamente, lo hizo el taconeo. Alguien apareció en el umbral de la escalera de caracol. Pero Jonathan y Avril no lo notaron ya que veían en la dirección contraria.

    La mujer sobre la escalera carraspeó sutilmente, rompiendo el silencio sepulcral en el que sólo se podía oír a lo lejos el suave susurrar de la lluvia. Ambos se volvieron con rapidez, sobresaltados.

    —Avril. Jonathan. —Saludó la mujer, con una voz armoniosa y dulce, pero a la vez denotaba confianza y autoridad.

    —¿Cómo es que no la oímos aproximarse por este lado, alteza? —preguntó Jonathan, sin poder ocultar la curiosidad en su voz—. Estoy muy seguro de que los pasos se oían en aquella dirección.

    Avril le dedicó una mirada severa, diciéndole en silencio que no era momento para ese tipo de preguntas.

    —No te preocupes, Avril —musitó la mujer, sonriendo con cariño—. Es una técnica que aprendí hace años. Muy útil, ¿no es así? Después de todo, es una técnica que confunde si quieres huir de alguien. Bastante efectiva.

    »Sin embargo, a veces lo hago sin siquiera darme cuenta. Me disculpo por eso. Y, por favor, dejen de llamarme alteza o su majestad, no es necesario. Ustedes pueden llamarme por mi nombre.

    Jonathan parecía fascinado por la explicación, pero Avril distaba de estarlo. Más bien parecía estar apremiada y un tanto nerviosa por alguna razón.

    —¿Cómo está… —empezó, pero antes de que terminase de preguntar ya tenía una respuesta.

    —Ya se durmió. Joane está bien —explicó—. No deben preocuparse por ella, sé qué hacer en caso de que no regresen o se complique la misión. Haré exactamente lo que me han indicado, les di mi palabra. Y, cuando hago una promesa, siempre la cumplo —a pesar de lo reconfortante de las palabras, sus ojos se oscurecieron cuando mencionó la última frase. No con odio o maldad. Más bien era con nostalgia, como si algo de su pasado la atormentase y no pudiera disimularlo.

    Un repentino trueno hizo vibrar el suelo, las ventanas se sacudieron con estruendo y la luz amplió su rango un poco cuando el destello de un rayo que al parecer había caído bastante cerca rasgó el cielo.

    —Muchas gracias, Clementine —murmuró Jonathan. Aunque había una nota de agradecimiento sincero, un sutil matiz de miedo se escurrió en sus palabras. Y unas palabras especiales le atormentaron la calma mental que intentaba mantener.

    «En caso de que no regresen…»

    No quería admitirlo, pero las probabilidades no estaban de su lado. Si sólo pensaba en el número de protectores que habían hecho lo que ellos harían y habían vuelto, se le revolvía el estómago. Porque ese número era cero.

    Morían. Desaparecían. O eran convertidos en seres de oscuridad, seres que sólo vivían para destruir.

    Todas las opciones eran horribles. Y cada una era peor que la anterior.

    Jonathan miró a Avril, y sintió culpa cuando reparó en las brillantes lágrimas que se asomaban en la comisura de sus ojos. Sin querer, la detalló. Su espalda estaba rígida, sus puños apretados, y podía notar un sutil tono rojizo alrededor de la zona del labio que se mordía para que las lágrimas no escapasen. Todo indicaba que ella también estaba asustada, tanto como él.

    Pero él la conocía. Y sabía que asustada o no, iría. Arriesgaría su vida para salvar la de los demás.

    Jonathan colocó su mano sobre el bolsillo de su traje de batalla en el que guardaba su tecna, en una búsqueda desesperada de apoyo. Quería sentir su familiaridad, quería sentir la seguridad que le brindaba aunque fuese por un momento. Se aferró a ella, tanto que sus nudillos se volvieron blanquecinos.

    —Es tiempo de irnos —anunció Avril con voz firme. Jonathan la vio impresionado y embelesado como ya había hecho muchas veces. No había rastro ya de todo ese miedo e incertidumbre que la había controlado segundos atrás. Avril era tan impredecible como el viento—. Clementine, sabes qué hacer si en algún momento nuestro rastro desaparece. Llevaremos esta misión al límite, si acaso no logramos regresar, ten por seguro que al menos completaremos el paso final de esta operación.

    Avril se calló y miró a Clementine, dejando que la reina viese su fragilidad un segundo.

    —Pero, por favor —prosiguió—. Cuide a Joane, no deje que nada le pase. Asegúrese de que estará bien antes de mandarla a la Dimensión Mortal. Por favor…

    Clementine asintió con la cabeza y le brindó una sonrisa maternal y protectora.

    —Tenlo por seguro.

    —Si sería tan amable —pidió Jonathan, dando por hecho que ya todo estaba dicho. Señaló con su mano un lugar indeterminado en el aire de la habitación, el cual parecía haberse solidificado, porque sus pulmones ya no eran capaces de absorberlo.

    Clementine volvió a asentir con lentitud, precisión y elegancia. Extendió la palma de su mano hacia el frente y, entonces, algo cambió. En el aire apareció una imagen que se veía borrosa y turbia, como si la estuviese observando sobre la superficie del agua. Estaba delineada con una forma suave de un óvalo y la imagen parecía ser una torre desierta de un castillo, y se veían unos puntos coloridos en varias direcciones, pero todo era muy impreciso para detallarlo bien.

    Avril y Jonathan le agradecieron y se volvieron para atravesarlo, pero Clementine los llamó.

    —Esperen —pidió. Bajó el último peldaño de la escalera y el dorado vestido que portaba se deslizó con un suave murmullo sobre el piso. Se descolgó un delicado collar de oro que tenía un dije que parecía una Estrella de David, pero se diferenciaba porque tenía dos círculos entrelazados en el medio.

    Se detuvo frente a Avril y, mientras ella la observaba algo consternada, le puso la cadena alrededor del cuello.

    —No saben cuánto aprecio su valentía y determinación. Si pudiera, tomaría sus lugares, pero temo que me es imposible. Tengo una responsabilidad que cumplir. Lo lamento mucho —murmuró Clementine, sin preocuparse en mantener el elegante tono de su voz habitual.

    Avril tomó sus manos y le sonrió con calidez. Sin decir una palabra más, Jonathan y Avril se acercaron a la imagen, mientras esta parecía engullirlos. Poco después, Clementine se encontró sola en el pasillo envuelto en penumbras ya que aquel portal, se había esfumado junto con ellos.

    Ambos aparecieron en lo que conocían como el Reloj Interdimensional con una leve fatiga.

    —Esa sensación sigue siendo incómoda a pesar de todo este tiempo —masculló Jonathan, tomándose el estómago con recelo—. Pero en fin, ¿estás lista para patear algunos traseros lóbregos? —inquirió, intentando disipar la pesadumbre del ambiente.

    Avril sonrió melancólica.

    —Esos lóbregos de quinta no sabrán qué los golpeó —musitó.

    Jonathan supuso que eso debía de haber sonado como una broma, pero la sombría expresión que cruzaba el rostro de su esposa era tal, que distaba de percibirse como una. Él abrió su boca para contestar, pero…

    —Esa debería ser mi línea —dijo una voz a sus espaldas.

    Ambos se volvieron con un fugaz movimiento, colocándose en guardia.

    —Oigan —dijo la voz, riendo y saliendo de la oscuridad que cubría uno de los rincones de aquella torre con forma de dodecágono—. Relájense, sólo soy yo.

    Jonathan soltó un suspiro de alivio, pero Avril se aproximó al hombre que había salido de la nada y lo golpeó en el brazo, él se quejó.

    —Idiota. Casi me matas del susto —dijo Avril, rodando los ojos.

    —¿Cómo está su hija? —inquirió el hombre luego de reír, pero al mismo tiempo siendo cuidadoso con sus palabras.

    —¿Joane? Está bien. Y Clementine nos ha asegurado que estará perfectamente —respondió Jonathan, evitando que Avril contestase antes que él—. Y, ¿qué hay de Olliver? He escuchado que es un pequeño prodigio, es muy bueno en todo lo que hace. Sobre todo en el combate, ¿es cierto?

    El hombre esbozó una suave pero orgullosa sonrisa.

    —Ese es mi hijo, un niño excepcional… —aseguró, y los tres compartieron una mirada cómplice.

    —Por eso lo hemos escogido para esa misión.

    —No los decepcionará. Nunca podría. Jamás —volvió a decir, sonriendo aún más. Aunque en sus ojos, se veía un rastro de vacilación, un rastro de tristeza y humillación, la mirada que las personas con un oscuro secreto suelen tener—. Pero bueno —dijo de pronto—, ya debemos irnos.

    Avril y Jonathan abrieron un nuevo portal.

    Él fue tras ellos.

    Lástima que sólo uno de ellos regresó, después de aquella misión suicida.

    Capítulo I

    Joane Ann Anderson

    Desde que tenía uso de razón, a Joane le había apasionado dibujar.

    Sus dibujos eran verdaderas obras de arte, parecían haber sido pintados con la gracia de un ángel, los trazos finos, pero bien marcados; las curvaturas de las líneas eran casi tan sutiles como el de una nube, eran sublime, hermoso, artístico, podía caer en la perfección sin dudarlo. Pero ella usaba su don para dibujar sólo para su deleite, la única persona que sabía de su existencia y había visto una que otra obra había sido Rosse, su mejor amiga, nadie más.

    Lo extraño en estas obras era que solamente las podían ver la gente en quién Joane confiaba, una vez Rosse trató de mostrarle una de sus pinturas al director del instituto, pero cuando llegó a su oficina, los dibujos habían desaparecido, así nada más. Rebuscó y rebuscó en el bolso, pero nada, simplemente los dibujos no estaban. Luego llegó a casa y, apenas abrió su mochila, los dibujos relucieron justo en la parte de arriba. Trató de decirle esto a Joane, pero ella sólo dijo que eso no podía ser, que tal vez no había buscado bien. Rosse se resignó a esa hipótesis y más nunca volvieron a hablar de ello.

    Rosse y Joane habían anhelado desde hacía años estudiar en la prestigiosa universidad de Harvard, precisamente por eso, habían mantenido un promedio de diez en casi todas las materias, dando como resultado unos de los mejores promedios jamás vistos en el instituto.

    Ya eran finales de mayo y los exámenes finales ya estaban a la vuelta de la esquina. En esa tarde lluviosa de mayo, las dos chicas se encontraban en su pequeño departamento estudiando para uno de los exámenes de química. Cada una estaba encerrada en su libro, murmurando repetitivamente lo que leían, con el fin de tratar de memorizarlo. Joane estaba sentada en la mesa del comedor y Rosse se encontraba en el pequeño sofá púrpura ubicado en medio de la diminuta sala.

    —Dios, ya quiero que terminen estos exámenes —murmuró malhumorada Rosse, mientras cerraba el libro y lo estampaba en la mesita de madera que estaba enfrente del sofá—. Es tan molesto tener que recordar tantas fórmulas. Sigo sin entender en qué nos ayudará esto en el futuro. No necesito saber nada de sulfatos o dióxidos para poder vivir.

    —Vamos, Rosse, no seas tan negativa —sonrió Joane dejando el libro de lado y volteando a ver a su amiga—. Sabes que hay gente que ama esto, míralo como una introducción para aquellas carreras. Por eso también está la preparatoria en humanidades, nosotras escogimos ciencias y tenemos que soportarlo. Además, no sé de qué te quejas, ni siquiera ha empezado la verdadera etapa de exámenes.

    —Sigo diciendo que es injusto —se quejó—. Humanidades no es tan completo como ciencias, pero es que…

    —¿Pero es que qué, Rosse?

    —Es que son demasiadas fórmulas, si fueran menos, llevar química y física sería más fácil. Además, en último año vemos la química biológica, no es tan difícil como la matemática, pero es más tediosa.

    —Deja de quejarte tanto, a ver, prepararé algo de comer ¿te parece?

    Rosse se encogió de hombros y recostó su cabeza en el espaldar del mueble, cerrando los ojos. No pasaron muchos segundos hasta que se quedó dormida.

    Joane se paró de la mesa y pasó la mano frente a los ojos de su amiga, quién no respondía. «Ya se quedó dormida —pensó divertida—. Creo que yo sí me prepararé algo de comer, tengo hambre.»

    Comenzó a caminar hasta la entrada de la cocina, lo cual no le llevó más de cinco pasos, una vez dentro, buscó en uno de los estantes y sacó palomitas para microondas, puso el sobre en el mismo y colocó tres minutos al reloj. Este pronto comenzó a contar en cuenta regresiva, mientras más disminuían los números, más olor a palomitas frescas inundaba la estancia. Pronto estuvieron listas, así que ella las sacó y las vertió en un bol.

    Caminó hasta la sala y se encontró a su amiga aún con los ojos cerrados, sonrió para sí misma y se sentó frente a la televisión, la encendió y sintonizó uno de los mil canales que podía, pero se había detenido en ese específicamente porque estaban dando un programa que captó su atención, este se titulaba «Ángeles: ¿Mito o realidad?» Esta era una de sus otras pasiones: Los ángeles, siempre se preguntó si en realidad existían o si sólo eran de fantasía, pero por más que quería creer la segunda opción, algo en su corazón le dictaba que siguiera firme con la primera. Ese no era un tema que se nombraba muy seguido en la casa, ya que ambas se entendían perfectamente y, en más de una ocasión, las palabras sobraban. El programa que Joane estaba viendo, comenzó a hacer sonidos fuertes, así que le bajó el volumen para no despertar a Rosse que seguía dormida a su lado… o eso creyó.

    —¿Por qué le bajas? Está interesante —susurró su amiga, haciendo brincar del susto a Joane, ocasionando que todas las palomitas restantes en el bol, se esparcieran en el mueble y en la alfombra color blanco que adornaba bajo él.

    —¡¿Estás loca?! ¡Casi me matas del susto! —protestó Joane—. ¡No vuelvas a hacer eso! —colocó una de sus manos en el pecho y empezó a tratar de controlar su respiración, produciendo que unas sonoras carcajadas provenientes de Rosse, se expandieran en toda la sala.

    —¡Lo lamento! —se disculpó aun tratando de controlar las carcajadas—. No sabía que pensabas que estaba durmiendo.

    —¿Qué querías que pensara si estás al lado mío, recostada, con los ojos cerrados y sin moverte? ¿Qué estabas meditando o qué?

    —Eso no sería mala idea.

    Joane la fulminó con la mirada.

    —Vale, vale. Discúlpame. Ya me estaba preguntando por qué no me habías ofrecido palomitas.

    Joane sonrió, dándole la razón.

    —Aunque ahora, tendré que hacer nuevas palomitas por tu culpa. Mira el desastre que me hiciste hacer. Tendremos que limpiar. —Explicó señalando el alrededor de la pequeña sala.

    —Espera un segundo, ¿tendremos?

    —Sí, tendremos. Tú me ayudaste a ocasionar el desastre, tú me ayudas a limpiarlo.

    —Bueno, está bien. Iré a buscar las escobas —se paró perezosamente y caminó hacia la cocina, que tenía un pequeño cuarto, ahí guardaban todos los artefactos de limpieza. Abrió la puerta y sacó dos escobas, después volvió a donde Joane, quien sacudía animosamente los cojines del sofá, haciendo que las palomitas saltasen al suelo—. Acá están.

    Le extendió una a su amiga y ambas se pusieron a barrer.

    Cuando terminaron, miraron gustosas su trabajo, la sala había quedado espléndida. Miraron el reloj y ya eran pasadas las diez de la noche, así que acordaron ir a dormir, por la prueba que tenían mañana a primera hora.

    Caminaron en dirección a las puertas de sus cuartos, antes de cerrar, se vieron una última vez por ese día y sonrieron, dándose un buenas noches sólo con los ojos. Cada una se acostó en su respectiva cama y quedaron dormidas casi simultáneamente.

    A la mañana siguiente, Rosse se había despertado a las cuatro de la mañana, sólo para estudiar. La prueba era muy importante y debía de aprovechar al máximo las mejores horas para memorizarse eso de una buena vez. Mientras que estaba en la sala, sentada junto a una taza de café y envuelta en su bata, escuchó un sonido extraño e inusual proveniente de la habitación de Joane.

    Asustada, corrió hacia la habitación de ella sin pensar mucho en los peligros, sólo le importaba asegurarse de que su amiga estaba bien. Apenas abrió la puerta, pudo ver una cabellera negra salir por la ventana, corrió hasta ella, pero cuando se asomó, no había rastro de ningún ser viviente a no menos de cien kilómetros a la redonda. «¿Qué demonios fue eso? Fuera lo que fuera, quería algo de Joane, porque dudo que haya sido un ladrón.»

    Temerosa de dejar a su amiga sola, la despertó con gentileza.

    —Buenos días, Joane. Vamos, arriba. —Comenzó a mecerla con suavidad—. Tienes que despertar, es hora de estudiar.

    Rosse notó como Joane empezaba a abrir los ojos lentamente. Ella aún veía borroso por lo repentino del despertar.

    —¿Qué? —farfulló desorientada, miró hacia la ventana y se dio cuenta de que el alba aún no había aparecido—. ¿Qué hora es?

    —Son las cuatro y media de la mañana, pero debemos estudiar si queremos aprobar este examen, recuerda que vale treinta por ciento de la nota final…

    Apenas Rosse mencionó el valor de la prueba, Joane se despertó en un segundo. Estuvo en pie y caminó junto con su amiga de vuelta a la sala. Rosse no quería mencionarle nada acerca de lo que había visto. No quería hacerlo porque conocía perfectamente la respuesta que Joane le daría: Eso es imposible, ya deja de alucinar. A veces eso a Rosse le resultaba molesto, ¿cómo Joane podía decir que las cosas maravillosas —y otras no tanto— que en realidad le ocurrían, eran falsas e imposibles? ¿Por qué? ¿Quién decía qué era imposible y qué no? El mundo estaba lleno de sorpresas y nadie sabía eso más que Rosse.

    —Rosse —la llamó Joane—. Te noto callada. ¿Qué te ocurre? Tú no eres así, la normal Rosse me estaría bombardeando con preguntas pero tú no estás así hoy.

    —Es la prueba —mintió.

    —Mientes —dedujo Joane.

    —¿Cómo?

    —Siempre que mientes, no me miras a los ojos y el labio superior te tiembla, no puedes mentirme a mí, Rosse. —Dijo victoriosa mientras se reclinaba en su asiento y dejaba el libro de lado, para escrutar el rostro de su amiga y así descubrir en qué pensaba y por qué había tenido la necesidad de mentirle.

    Rosse pronto advirtió la mirada escudriñadora de Joane; comenzó a ponerse nerviosa. Porque si seguía así, Joane no tardaría más de cinco minutos en descubrir qué había ocurrido.

    —Iré a buscar café —trató de huir Rosse—. El mío ya está frío ¿tú quieres un poco?

    Joane negó una sola vez con la cabeza. Rosse asintió con una risita nerviosa y salió como un rayo a la cocina. De lo que no se había dado cuenta, era de que Joane la había seguido y perseguía con su vista cada uno de sus movimientos.

    Rosse sirvió café en su taza y vertió en ella dos cucharadas de azúcar, la cucharilla le comenzó a temblar en la mano y ahí fue cuando se dio cuenta de la presencia de Joane en la cocina, ahí fue cuando notó que ella la había seguido.

    —¿Cómo logras moverte tan sigilosamente? —inquirió mientras enjuagaba la cucharilla en el lavabo—. Pareces un fantasma o uno de los ángeles del programa de ayer.

    Joane abrió los ojos y ahí fue cuando advirtió qué tanto había escuchado Rosse ayer, mientras ella pensaba que dormía. Haberla observado todo ese rato en secreto, la había ayudado a dar con la causa de su extraña actuación.

    —¿Quién estaba o a quién viste en mi alcoba esta madrugada? —preguntó Joane, ignorando la pregunta que Rosse le había hecho segundos atrás—. Por eso me despertaste, no me dejaste seguir durmiendo porque temías que volviera. ¿Quién era? ¿Qué fue lo que viste?

    —Joane, no sé de qué estás hablando —respondió con un nudo en la garganta, cerró el grifo de agua y se volteó para encarar a Joane, esta alzó una ceja al notar la nueva mentira de Rosse—. Muy bien —se rindió—, pero no quiero que digas que es imposible o que aluciné ¿está bien? Yo sé lo que vi y no me quitarás eso.

    Joane iba a refutar, pero luego recordó que sí, siempre lo hacía, así que asintió en silencio y se cruzó de brazos, esperando la confesión de su amiga.

    —Hoy me desperté a las cuatro de la mañana para estudiar y como a las, am… —dudó un poco—, no sé ¿cuatro y quince de la mañana? Escuché un sonido anormal en tu cuarto, así que fui a tu alcoba y, cuando entré, me fijé directamente en la ventana, había alguien saliendo de ella. Lo único que logré ver, fue una cabellera negra.

    —¿Una cabellera negra? —preguntó incrédula Joane, no sabía por qué, pero esta vez creía firmemente en lo que Rosse había dicho, por primera vez en mucho tiempo.

    —Ay, no. Esto es malo —aventuró Rosse, Joane la miró extrañada—. No me has dicho que es imposible, es decir, que sabes perfectamente de qué estoy hablando.

    —Dos cosas; la primera es que te prometí que no lo haría y la segunda es que tienes razón, también he creído ver a alguien de cabello negro en más de una ocasión últimamente.

    —¿Crees que te esté siguiendo?

    —Es lo más probable, Rosse. Pero ¿por qué le haría? Si quisiera hacerme daño, ya lo hubiera hecho porque oportunidades no le han faltado. Como sea, no hay que preocuparnos por eso.

    —¡¿No hay que preocuparnos por eso?! —Rosse se exaltó debido a la naturalidad con la que Joane tomaba aquello—. ¿Acaso estás loca, Joane? Esto es serio, debemos llamar a la policía —se acercó a tomar el teléfono, pero Joane se adelantó y lo tomó antes.

    —No llamaremos a nadie ¿entendido? —ordenó con una voz mucho más ruda a la que ella acostumbraba—. No hay de qué preocuparse, algo en mí me dice que no es malo.

    —¿Ah, sí? Pues algo en mí me dice que es peligroso que alguien te esté siguiendo, Joane. No entiendo cómo puedes tomar todo tan a la ligera.

    —No tomo nada a la ligera, sencillamente les doy la atención que merecen.

    —Si así fuera, todo sería perfecto. Pero no lo haces, le das mucha menos importancia de lo que debes —suspiró frustrada y respiró para tratar de controlar sus emociones—. Escucha, sólo me preocupo por ti. Si me aseguras que este sujeto no te hará daño, no insistiré más con esto.

    —Y yo aprecio que te preocupes, pero no es necesario con respecto a esto. —Le dijo con voz serena, usó esta voz intencionalmente, de esta forma influiría en sus emociones y Rosse reaccionaría igual de serena que la voz que ella empleaba. Ese fue un pequeño truco que el profesor de psicología del curso anterior le había dado—. Te aseguro que él no me hará daño.

    —Está bien, pero si te llega a pasar algo…

    —No me pasará, Rosse —interrumpió—. Estaré bien, lo prometo.

    —De acuerdo. —Accedió finalmente, luego de eso, dirigió su vista hasta el reloj cuadrado, de color plateado y de aspecto moderno que colgaba en la pared. Este marcaba las cinco y media de la mañana—. ¡Oh, Dios mío! Debemos ir a vestirnos, así estudiamos corrido hasta la hora del examen.

    —Hecho.

    Ambas caminaron hasta sus alcobas y cerraron la puerta.

    Joane abrió su clóset que constaba de dos puertas, en una de ellas había un enorme espejo, era lo suficientemente grande como para que le permitiera ver su cuerpo completo. Luego de verse unos segundos, sonrió para sí, conforme con ella misma. No se creía la máxima belleza del mundo, pero sí estaba consciente de que era físicamente atractiva. Tomó uno de los primeros jeans que encontró y se los puso. Eran de color negro, así que lo combinó con una camisa a botones blanca, esta la adornó con una bufanda color negro con pequeñas flores rojas estampadas en ella, se la acomodó de forma que le diera dos vueltas a su cuello y que cayera sobre la camisa, tapando la mayor parte. Esto lo combinó con unas zapatillas rojas. Se arregló su cabello castaño oscuro con amarillo en las puntas en una cola alta y después salió del cuarto, Rosse aún no había salido, así que fue a la sala y comenzó a estudiar.

    En ese momento no se podía concentrar, se sentía observada, se sentía vigilada. Había alguien cerca, de eso no había duda. Recorrió toda la habitación con la vista, pero sin mucho éxito. No había nadie a simple vista, si estaba, estaba en la distancia.

    Mientras trataba de dar con el paradero del o la dueña de la mirada, Rosse salió de su alcoba y fue hasta dónde Joane para preguntarle cómo le quedaba lo que se había puesto, pero reparó en la extraña actitud de su amiga, así que decidió preguntarle:

    —¿Está todo bien?

    Joane se exaltó, pero lo controló.

    —Sí, será mejor irnos. Alguien nos observa.

    Sin darle más explicaciones, la tomó de la mano y la arrastró hasta la salida, tomó su bolso rojo y metió ahí ambos libros de química, agarró los celulares y salieron. Cerró la puerta con llave y se dirigió a Rosse.

    —No me pidas explicaciones, porque no las tengo. Simplemente lo que pasó fue demasiado extraño. ¿De acuerdo?

    Rosse asintió una vez, tragando en seco, y bajaron hasta el auto.

    Finalmente, habían presentado el examen. Eran las ocho de la mañana y ellas ya habían terminado la prueba. Ya se podían ir, dado que los otros profesores no habían ido.

    —No estuvo tan difícil como pensé. Muchas cosas de las que memoricé fueron innecesarias —comentó aliviada Rosse a Joane, pero ella no estaba prestando atención, esto encendió su curiosidad—. ¿Joane? ¿Qué está pasando?

    —¿Ah, qué? —preguntó distraída, Rosse la miró con cara de pocos amigos—. Lo siento mucho, es que no sé dónde tengo la cabeza.

    —Pues yo sí lo sé. La tienes en el misterioso incidente que ocurrió esta mañana y del cual no quisiste hablar —contestó de mala gana.

    —Oye, Rosse, no te molestes por eso. Además ¿cómo te voy a explicar qué pasó si ni siquiera yo sé? —Rosse la miró un poco hostil, pero recordó que ella muy rara vez mentía, simplemente casi no lo hacía y, si lo hacía, Rosse lo notar sin el menor esfuerzo.

    —Bien, no importa. —Sonrió y se puso en pie—. Oye, tengo un montón de cosas que hacer, ¿te importa si me llevo el auto?

    —Claro que no, si lo necesitas, llévatelo —sacó las llaves de su bolsillo trasero y se las arrojó—. Nos vemos en la noche.

    Se despidieron y ambas se fueron por caminos diferentes, en eso, uno de los chicos del instituto se le acercó a Joane, esto a ella se le hizo muy extraño, dado que casi siempre cuando se acercaban a dónde ella estaba era por Rosse, porque ella no tenía más que una amiga y un par de conocidos. No porque la consideraran extraña o algo, sencillamente ella lo prefería de esa manera.

    —Hola, Joane.

    —Hola, Jake. ¿Qué haces aquí?

    —Quería hablar contigo —le brindó una sonrisa de medio lado—. Sé que se te hace raro, pero ¿puedes? Esto es importante, y sé que te interesará.

    Ella dudó un poco, pero luego accedió.

    —Claro —ambos se sentaron donde ella había estado hacía unos segundos atrás—, ¿qué ocurre?

    —Verás, no te iba a decir nada, pero luego pasaste caminando y sentí que debía hacer lo correcto —Joane se removió en su asiento, nerviosa—. Hace unos cinco minutos, quizás más, había un chico de tez blanca y cabello negro oculto allá y, no pondría mis manos al fuego, pero creo que te observaba con cuidado, apenas notó mi mirada, desapareció de repente. Ni siquiera pude ver hacia dónde se fue.

    —¿En serio? —inquirió incrédula, quizá había sido el mismo chico que Rosse había visto en la mañana y que a ella le había parecido ver últimamente—. Mmm, gracias por decirme, Jake. Fue un lindo gesto. —Sonrió dificultosamente y se levantó, un poco temblorosa. Esto alarmó a Jake.

    —Oye, ¿estás bien?

    En seguida se levantó también y tomó el brazo de Joane, ayudándola a restablecer el equilibrio.

    —Sí, no te preocupes. Gracias por avisarme.

    Tomó su bolso y salió caminando lo más rápido que pudo de ahí.

    Joane miró satisfecha su obra, no tenía mejor manera de desahogarse que con los lápices y colores.

    Luego de salir huyendo de Jake, tomó un taxi y se fue de inmediato a la casa, se dio cuenta de que había correo, pero no le dio importancia, no debía de ser nada que fuese demasiado importante de recoger en ese instante.

    Apenas llegó, se encerró en su alcoba y tomó una hoja de papel en blanco, agarró un lápiz especial para dibujo y realizó el primer bosquejo. Poco a poco lo fue mejorando, hasta darle un acabado con un color negro y un color verde.

    Cada vez que dibujaba para desahogarse no estaba muy segura de qué era lo que dibujaba, hasta que acababa. Hasta que hacía la última línea y dejaba el lápiz a un lado. Colocó boca abajo su dibujo —sin verlo antes— y guardó sus lápices y colores que había desacomodado. Una vez todo puesto en su lugar, tomó aire y levantó el papel. Lo que había dibujado la impresionó muchísimo, era un rostro. Pasó su mano con delicadeza sobre el trozo de papel, lo que más le sorprendió era que ese rostro no lo había visto jamás en su vida.

    Aquel desconocido rostro tenía rasgos fuertes y marcados, sin caer en lo ordinario o extravagante. Una nariz grande pero con un perfil casi recto, cejas gruesas y negras, tan negras como el azabache. Su cabello estaba divinamente peinado y en la punta, tenía un gran y perfecto copete, del cual no se salía ni un solo cabello. Sus ojos tenían una forma almendrada y eran de un hermoso color verde, un verde esmeralda, parecían dos piedras preciosas. Sus labios eran finos, pero estaban muy bien definidos. También tenía un pequeño lunar en el lado derecho de la frente, muy cerca del cuero cabelludo y sus orejas eran pequeñas.

    Joane estaba tan concentrada que no escuchó el ruido de la puerta principal al cerrar y el abrir de la suya.

    —¿Joane?

    —¿Sí? —se volteó y observó cómo Rosse entraba en la habitación.

    —¿Quién es? —preguntó Rosse en cuanto reparó en el nuevo dibujo en manos de su amiga—. Es bastante atractivo, ¿no te parece?

    Joane entornó los ojos y rió.

    —Tan típico en ti. Pero sí, no está mal. De todas formas no tengo ni la más mínima idea de quién es. Sólo lo dibujé y ya. —Se encogió de hombros—. Quizá sea el chico que me está siguiendo. Hoy Jake me dijo que vio a alguien espiándome escondido en unos arbustos. Me dijo que era un chico de tez blanca y cabello negro… —le extendió el dibujo a Rosse. Ella lo tomó y detalló el rostro.

    —No sé, no está mal —ambas rieron—. ¿Lo colocarás en la pared?

    —Claro, quedó muy bien ese dibujo. Y sí, tal vez sea el que me sigue pero ¿y qué? Quedó muy bien y no lo voy a desperdiciar.

    —Muy bien, como quieras. Pero si un día desaparece, ya sabes quién lo tiene.

    —Lo recordaré.

    Rosse salió del cuarto y fue hacia la sala, Joane escuchó el sonido del cerrojo de la puerta principal, acto seguido, Rosse gritó:

    —¡Voy a buscar el correo, ya vuelvo!

    Joane agarró el dibujo y con una tachuela lo guindó en la pared junto a sus otras obras de arte. Estaba aburrida, así que escogió uno de sus muchos libros al azar y se fue a la sala con la intención de leerlo, pero antes fue a la cocina para prepararse un delicioso chocolate caliente. Una vez listo, fue a la sala y se sentó en el mueble, apenas y había abierto el libro, cuando fue interrumpida por la brusca manera de la que Rosse abrió la puerta. Joane refunfuñó y cerró el libro, se volvió hacia su amiga y observó su rostro; se veía ansiosa, se podía decir que estaba emocionada. En un segundo, sus labios esbozaron una sonrisa gigantesca y, fue ahí, cuando Joane supo que algo bueno había pasado.

    —¿Qué ocurrió? —indagó con una sonrisa mientras caminaba hacia ella, pronto se dio cuenta de que llevaba en su mano izquierda dos enormes sobres color amarillo.

    —Qué bueno que no recogiste el correo sola. Así podremos abrirlos juntas.

    —¿Es de Harvard o Yale? —volvió a preguntar cuando asimiló lo que su amiga había dicho.

    —Harvard —dijo.

    Casi saltando en un pie de la emoción, Joane le arrebató el sobre que decía su nombre a su amiga y ambas corrieron hacia el sofá. Se tiraron en él y casi despedazaron los sobres, sacaron los papeles casi de inmediato y los leyeron en menos de un minuto.

    Después de leer, ambas levantaron su vista y sus miradas se encontraron, toda la emoción se había convertido en un estado de shock.

    —Entraremos a Harvard y nos darán una beca —susurraron incrédulas al mismo tiempo—. ¡Y nos darán una beca! —repitieron en una voz más fuerte.

    Por ese precioso y hermoso instante, todo fue perfecto.

    Empezaron a celebrar y se abrazaron fuertemente, de los ojos de ambas salían lágrimas de felicidad, lo habían conseguido, habían conseguido esa meta tan anhelada, todos los esfuerzos que hicieron en sus estudios, valieron la pena esa tarde. Toda su vida estaría a punto de cambiar y darían un paso de gran importancia para su futuro que prometía ser brillante, pero, algo dentro de Joane tembló.

    Y ella supo que no tenía nada que ver con la emoción.

    Capítulo II

    La visita

    —¿Estás lista? —preguntó Joane entrando a la habitación de Rosse.

    —No, aún no. Es que no sé qué ponerme para la reunión, es el director de Harvard, no cualquier persona.

    —En eso te equivocas —amonestó Joane—, él es una persona normal y corriente con un gran puesto. Si de verdad quieres impresionarlo, sólo sé tú misma. Con eso de seguro quedará satisfecho. Además, esta reunión sólo es para fijar tu fecha de ingreso y los horarios de las clases, porque ya ingresaste y fuiste aceptada, no entiendo de qué te preocupas.

    —Es cierto, ¿qué crees que deba ponerme?

    —Rosse —suspiró acercándose a ella y tomándola de los hombros—, eres una de las personas con mayor estilo y sentido de la moda que conozco, ¿podrías dejar de preocuparte acerca de lo que te vas poner? Cualquier cosa que elijas estará bien. Pero debes apurarte, tu reunión es en tres horas.

    Rosse sonrió y asintió, Joane hizo una mueca de satisfacción y salió del cuarto de su amiga, fue hasta la cocina y se preparó un plato de cereal para ella. Después se acercó a la estufa y le hizo a Rosse un par de huevos revueltos y tocino, complementó el plato con unas tostadas con mermelada, lo llevó todo a la mesa y llamó a Rosse.

    —¡Oye, Rosse! —gritó a través de la puerta—. ¡Te preparé el desayuno, espero que te guste!

    Joane vio cómo la puerta se abrió, dejando ver a su amiga vestida de forma inmaculada. No pudo evitar abrir la boca con asombro.

    —Qué linda, gracias ¿dónde está?

    —En la mesa. Por cierto, vaya que te inspiraste, ¿eh?

    —Sí, ¿es demasiado?

    —Para nada, Rosse, vas a deslumbrar, créeme.

    Rosse sonrió y caminó hasta la mesa, cuando vio lo que su amiga le había preparado, no pudo evitar sonreír. Joane se quedó observándola conforme se alejaba, la ropa que cargaba puesta la hacía lucir mucho más madura. Llevaba puesto un vestido color blanco con cortes asimétricos en el pecho que le llegaba hasta arriba de las rodillas, un blazer color negro sobre el vestido y, en la cintura, un finísimo cinturón blanco del mismo tono que el vestido. Para complementar la elegante vestimenta, usó unos tacones negros en punta que hacían juego con su pequeño bolso. Su cabello rizado caía un poco más debajo de sus hombros con hermosa asimetría.

    —Muchas gracias, Joane. Se ve delicioso.

    Sin decir más se sentó a comer, Joane la imitó. Ambas comían gustosas sin muchas palabras, como generalmente hacían: cada quién se concentraba en su plato y sólo se comunicaban si era absolutamente necesario, a veces, después de comer, hablaban de cosas sin mucho sentido en el sofá, mientras disfrutaban de una buena película y el postre.

    Joane terminó de comer primero, fue hasta el lavavajillas y dejó su plato en él. Justo en ese instante, Rosse también terminó, así qué hizo lo mismo que su compañera había hecho.

    Rosse se encaminó hacia la puerta y tomó las llaves del coche. Abrió la puerta y se dirigió hacia Joane.

    —Oye, ¿estás segura de que no quieres que te deje el coche? Sabes que puedo ir en taxi. Además, serán más de un par de horas.

    —Deja de insistir con eso Rosse, qué tengas un día excelente. Además, no permitiría que te fueras en taxi teniendo auto. Ahora vete, o llegarás tarde. —Sonrió y se acercó a ella para darle un abrazo—. Mucha suerte.

    —Gracias, amiga.

    Joane se encargó de cerrar la puerta y se volteó, observando la pequeña pero bien decorada sala.

    —Muy bien, ¿qué haré hoy? —se dijo a sí misma en voz alta—. No me quiero quedar aquí, así que me iré a vestir.

    Caminó hasta

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