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Sueño en Llamas
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Libro electrónico161 páginas5 horas

Sueño en Llamas

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En este libro las palabras son el sendero por donde la memoria colectiva de un país tiene presencia. Un recuerdo doloroso convoca a la literatura, la quema de más de treinta personas en la Embajada de España en el año 1980. La historia de terror se entrelaza con la ternura de los recuerdos de una abuela que espera el regreso de sus nietos. Los personajes son arquetipo de la esperanza, fue tanta la violencia histórica que vivió Guatemala que no es necesario inventar un prototipo de protagonista malo. Devastadora fue la vida para los guatemaltecos, los años de terror. Sin embargo en las letras de Marvin DeLos Reyes, una abuela, dos niños los –gemelos míticos del Popol Vuh- y los amigos de un trashumante a los Estados Unidos son quienes, desde sus anhelos, reconstruyen la esperanza para la dignidad del futuro de este país. El Sueño en Llamas, nuestra historia, la de Guatemala, es un recurso para reivindicar el arte, el amor y la vida. Descubra en esta narración parte de su tiempo.

armando rivera
Letra Negra
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento21 ene 2008
ISBN9781483537764
Sueño en Llamas

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    Sueño en Llamas - Marvin DeLos Reyes

    Asturias

    Capítulo I

    Quiere salvar su memoria antes que las llamas la destruyan

    Un humo espeso y gris le ciega la vista y le seca la garganta. Traga humo, traga miseria, traga su conciencia que se mezcla y se lava entre los gritos de desesperación y el agua salada que escurre por su frente. Los gritos desgarradores le puyan los tímpanos como si fueran agujas dirigidas hacia un muñeco de vudú. ¿Qué brujo lo tiene a su merced? ¿Qué pecado quieren purificar las llamas que se le acercan? Ve las lenguas de fuego que se levantan hasta el techo y lamen los cuadros que adornan las paredes de lo que parecía un cuarto con vestigios de viejo mundo. Las paredes tiznadas como por un soplido de carbón molido le oscurecen la visión. Todos se retuercen, todos gritan, todos pisotean al pobre niño acurrucado en una esquina esperando que la ceremonia termine lo antes posible. A través de los barrotes de la ventana se ve él, extiende su mano, quiere salvarlo, quiere salvarse él, quiere salvar su memoria antes que las llamas la destruyan. De pronto un grito, un estallido, el cuarto retumba. Nuevamente la alarma del despertador le ha salvado la vida.

    ¿Hasta cuándo las llamas seguirán quemándole los sueños? ¿Quién es el niño postrado en la piedra de sacrificio? ¿Por qué le persigue siempre el mismo sueño? ¿Por qué este sueño, que empezó como un simple cuadro de una llamarada cuando él era un niño, al pasar el tiempo se ha convertido en una escena de horror y se le repite una y otra vez? ¿Por qué? ¿Por qué?... Si hubiera sido más perceptivo se habría dado cuenta que sus pesadillas se intensificaban ante el ocaso del primer mes de cada año. Él, al igual que muchos, iba por la vida obviando las señales que ésta le ofrecía para vivirla mejor. Pero esta vez era diferente. Esta vez notó que sus sueños le revelaban más y más detalles de ese siniestro acontecimiento. Y aunque nunca había logrado ver la cara del niño entre las llamas, hoy finalmente había sentido su angustia y su desesperación. ¿Es que acaso el tiempo le recordaba algo que él quizás dejó empeñado en algún lugar de su pasado? Ya algunos habían tratado un sinfín de veces de subir al ático de su conciencia armados con la linterna de la verdad para encontrar la causa de estos sueños, pero habían encontrado la puerta bloqueada con muebles viejos de una historia que no le pertenecía a él. Pronto descubriría que las llamas de su sueño fueron encendidas por los fantasmas originados en uno de los acontecimientos más brutales en la historia de la tierra que lo vio nacer, dos veces. Pero por ahora el Nazareno tendría que conformarse con acompañar con su cruz a cuestas la procesión hasta el final. El final, que fue precisamente donde todo empezó.

    En la estación de radio latina, mientras destilaba de su cuerpo y rostro el sudor frío causado por la pesadilla, se escuchaban las notas de una canción; mas él, como otras personas, no le prestó atención y ésta, al igual que muchas otras denuncias, se perdió en las sombras del olvido... Vapulearon a otro indocumentado / fue en defensa propia / dijeron los del juzgado... Se levantó y su sexo semi-erecto le mostraba el camino hacia la ducha. Era ágil, esbelto, de poca estatura y moreno, su cara vestía la eterna barba milimétrica que se rehusaba a salir y que hacía juego con su pubis. Había empezado a podarse allá abajo durante las vacaciones de verano, mientras cursaba la preparatoria.

    Todo empezó por necesidad corporal, cuando por fin fue su turno de salir con una chica de reputación un poco manchada y fetiches interesantes que no tenía pelos en la lengua, y tampoco quería tenerlos. Después de pensarlo detenidamente por cinco segundos, decidió que prefería verse como pollo desplumado a tener que acostarse todas las noches como carpa de circo. Así que sin más ni más, se rasuró el pelo negro crespo. Ese mismo verano descubrió cuán sensual puede ser esa región sin el colchoncito de protección y cuán fácil corren así los aceites del deseo; razones suficientes para que desde entonces todas las mañanas jugara dos veces al barbero. Cuando regresó a la escuela ese otoño, después de la clase de educación física en las duchas comunes, descubrió que en verano su tutora de Kama Sutra había logrado desplumar a casi todos los del salón.

    Mientras se bañaba y la espuma y el agua resbalaban sobre su cuerpo, pensaba en lo que haría al terminar la maestría en producción fílmica. Seguramente seguiría trabajando con el Waldo y la Tere, quizás algún día al loco de Waldo la musa lo visitaría y escribiría el libreto para que por fin él pudiera filmar su primer largometraje. De allí en adelante quizás podría purgar los demonios que no lo dejaban dormir. Mojando todo a su alrededor, salió con la toalla masajeándose la cabeza y no se dio cuenta que la Tere admiraba su sexo que se movía como péndulo de cuatro a seis... Are you trying to seduce me? le preguntó con la sonrisa blanca que no tenía pena de mostrar. Apenado y descontrolado por el susto, se cubrió el apéndice sensual. Por lo menos hubieras avisado que vendrías. "Si no estuvieras siempre en las nubes recordarías que ayer acordamos ir hoy a scouting the location para el comercial. Ah sí, tienes razón", contestó.

    Ella le dio la espalda pero lo siguió viendo a través del reflejo de la ventana, él se vistió tan rápido como ya una vez lo había hecho cuando sólo había tenido el tiempo que le tardó a una madre quitar el cerrojo de la habitación de su hija mayor. Discúlpame es que tuve un.... mal sueño, concluyó ella, conociendo de ante mano lo que él iba a decir. Deberías ir a ver a mi papá, él te podría ayudar con eso. No puedes seguir sufriendo ese sueño horrible. Ya ves como te pones. ¿Cómo me va ayudar tu papá si él todavía tiene pesadillas con Fidel? Ni se te ocurra decir eso frente a él. Ya ves que con eso él no juega. "No te preocupes hombre, I’m just kidding." Ya, ya te puedes voltear. Ella pretendió no saber lo que ocurría a sus espaldas y se dio la vuelta. "Pues qué bromista amaneciste hoy, espero que te dure el buen humor porque tenemos que ir a hablar con el cliente, y ya vamos tarde, hurry! Todavía tenemos que ir a recoger al Waldo. El Waldo ni siquiera va a estar listo vas a ver. Let’s go!" La sacó a empujones. Así que era verdad. ¿Que era verdad qué? Que tú fuiste uno de los desplumados, dijo sonriendo. ¡Ya apúrate no ves que vamos tarde!, contestó el Ishto sonrojado.

    El Waldo seguía viviendo en el mismo barrio latino al que vinieron a dar sus padres cuando emigraron de Nicaragua cuando él tan solo era un niño. Había conocido al Ishto y a la Tere en la preparatoria. Al Ishto le había intrigado por qué el Waldo había sido de los pocos que se habían salvado de ser desplumados y se lo preguntó. Así de simple empezó una amistad que habría de durar toda la vida. Ese mismo otoño conoció a la Tere, quien había sido asignada por sus amigas para investigar el caso de los desplumados. Siempre le atrajeron los temas oscuros. El destino los unió y desde entonces trabajaban juntos en lo que fuera. Habían transportado algún tiempo mercadería para la tienda de Don Pedro, el papá de Waldo. Don Pedro llegó a este país con el maletín lleno de sueños, la cabeza llena de musas y los bolsillos vacíos. El trabajo arduo limpiando oficinas le ahuyentó las musas, aunque en algún cajón olvidado aún guardaba muestras de sus intentos de escritor. Fue de esta manera que Don Pedro logró traerse a Doña Rosita y al fruto de su unión, y después de muchos años de sacrificios habían logrado alcanzar el sueño americano. La tiendita de abarrotes se llamaba Margarita, como homenaje al poema de Darío, su poeta preferido, y a su madre que murió mucho antes que muriera esa dinastía centroamericana. Pero eso sí, él siempre aclaraba, que el homenaje no se extendía al personaje que inspiró al vate. Todo y todos los que estuvieran cerca de esa familia, ante sus ojos no merecían nada.

    Waldo vivía en el segundo piso de la tienda y todas las mañanas despertaba con el olor del pan recién salido del horno. Porque a los latinoamericanos y en especial a los centroamericanos les gusta comer pan fresco. No sé si fue por el olor a pan fresco o por la sensibilidad del Waldo pero las musas que habían abandonado a Don Pedro regresaron a coquetearle al hijo. Ya tenía algún tiempo escribiendo pero aún no se atrevía a mostrar sus escritos a nadie. Siempre andaba cazando historias, y sin saberlo, él mismo formaba parte de una.

    Cuando finalmente llegó el Ishto acompañado de la Tere, el Waldo estaba afuera comiéndose un pan dulce y al entrar al carro dijo: Otra vez tarde compañeros. Y vio a la Tere, asumiendo que era ella la culpable del atraso. Óyeme no. A mí no me eches la culpa. Yo siempre estoy a tiempo, dijo la Tere mientras se veía al espejo y se ponía un poco de maquillaje. Entonces fue el Ishto, dijo Waldo viéndolo a través del retrovisor. El Ishto lo volvió a ver: Hora latina mi hermano, hora latina. Yeah right, exclamó la Tere y empezó a buscar la dirección adonde se dirigían. ¿Alguien sabe dónde queda esto?, preguntó la mexicana. Yo sé, no te preocupes, andaré dritto. ¿What? "Andaré dritto, pendejo, síguele derecho pues. Che Dio abbia pieta’ della vostra anima." El Ishto y la Tere acostumbrados a sus excentricidades se vieron a los ojos y se echaron a reír. Sí, ríete, dijo viendo al Ishto, total ustedes los chapines sólo saben lo que les conviene. Y a veces ni eso mi hermano, contestó el Ishto.

    La Tere seguía pintándose. Era vanidosa, como muchas mujeres latinas y su belleza, digna mezcla mexicano-cubana, le permitía eso y más. De México venía su pelo negro como el azabache, de la Cuba burguesa, anterior a la revolución, su tez blanca. De su papá tenía el sentido analítico; de su mamá, quién sabe, habría que preguntarle al papá pues ella murió cuando la Tere era aún muy chica. ¿Qué tanto te ves Tere?, le preguntó el Ishto. Déjala hombre, dijo Waldo, recuerda que la última vez conseguimos el comercial sólo porque la Tere le hizo ojitos al cliente. Si tú hicieras tu trabajo de escritor, exclamó el Ishto, no deberíamos utilizar esas artimañas. "Yo no tengo la culpa de que mis scripts sean tan sofisticados que a todos les cueste entenderlos, contestó Waldo, mientras sacaba su libreta que siempre le acompañaba. Ya te dije, a esta gente le gusta lo sencillo Waldo. Si por ellos fuera yo terminaría shooting culos hasta en los comerciales de comida, viejo. ¿No ves que esto es lo que les gusta? Yo sé cuál es tu onda pero bájale porque recuerda que necesitamos la plata, tenemos que pagar la escuela. Ah mira, allí está el lugar, dijo la Tere. Deja la metáfora aquí en el carro, háblales claro y pelado, ¿ok?", dijo el Ishto. Waldo no escuchó, su mirada estaba clavada en la cara de un grupo de jornaleros que esperaban su suerte frente a un Seven Eleven. ¡Waldo! ¡Waldo! Pero Waldo ya se había desvanecido escribiendo...

    Capítulo II

    El jornalero

    Caminando por la intersección de la Soledad y el Recuerdo va el jornalero perdido en lo desconocido, tan desarraigado como el recién nacido después (pie con un simple tijeretazo la comadrona le cortara el cordón umbilical. Sin conexiones, sin raíces, sin nada que lo ate a este lugar esquivo y ajeno. Son un poco más de las ocho de la noche y, aunque jorobado, va contento porque hoy fue uno de los jornaleros elegidos por el Mister que, haciendo alarde de sabio, día a día escoge a los más necesitados, pues sabe que éstos trabajan por una miseria y le estarán profundamente agradecidos por haberlos elegido a ellos para ser explotados. Al final todos ganan algo... pero, sin saberlo, todos pierden algo.

    Sigue caminando hacia su casa...apartamento...Bildin...en fin, como se llame, no importa, no es su hogar, este quedó atrás como el verde de las praderas de su pueblo y el rancho

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