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Destellos En La Oscuridad
Destellos En La Oscuridad
Destellos En La Oscuridad
Libro electrónico1234 páginas19 horas

Destellos En La Oscuridad

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La oscuridad en el ser humano es tan vital, necesaria e irrefutable como el mismo oxigeno que necesitamos desde el primer segundo de nuestra existencia.
Qu hay dentro de esa oscuridad que el ser humano ha catalogado como vil y diablica desde el comienzo?
Quin o quienes nos guiaron o nos obligaron a medir o definir el bien y el mal en nuestra naturaleza?
Qu es y qu hace nuestra luz en contra de nuestra propia oscuridad?
O mejor an
Es nuestra luz en verdad esa virtud celestial que creemos que es?
Qu es la gran bestia, la gran criatura que nos mira desde esa oscuridad?

Es el tiempo de un nuevo despertar humano. Es la hora en que la humanidad se d cuenta de su verdadero origen divino y haga valer su poder en s mismos.
Un despertar tan violento como lo ms cruel y ptrido del hombre nos espera. Ms all de cualquier profeca y vaticinio sobre el fin de los tiempos; nuestros protagonistas se enfrentan a una realidad jams pensada acerca de nuestra verdadera y nica naturaleza divina o demoniaca.

Todo est relacionado al fin de cuentas, y la gran criatura lo sabe y nos asecha.
Destellos en la oscuridad, te asombrar, te aterrar y te llevar a conocer a nuestra especie como jams la conociste.
La gran criatura te espera.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento8 may 2013
ISBN9781463351298
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    Destellos En La Oscuridad - Gerardo Alberto Sánchez Mena

    Copyright © 2013 por Gerardo Alberto Sánchez Mena.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 01/05/2013

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    445728

    INDICE

    PROLOGO

    LIBRO PRIMERO

    CAPITULO I  DESTELLOS EN LA OSCURIDAD

    1 AN E IAN

    2 FRIOS RECUERDOS

    3 EL SUJETO DEL TRAJE GRIS

    4 ALUMNO ORIENTAL

    5 IAN, EL SUJETO DEL TRAJE GRIS

    6 PARASITOS

    7 LLUVIA FINA

    CAPITULO 2  LA CRIATURA

    1 AMABLE VISITA

    2 BREVE EXPLICACION

    3 JESSICA

    4 LA BUSQUEDA

    5 ATRAPADOS

    6 ENCENDEDORES

    7 LUZ DE LUNA

    CAPITULO 3  CUEVAS DE MARMOL

    1 DEPARTAMENTO 51

    2 BESTIAS EN LAS ESCALERAS

    3 SEÑALES

    4 VOCES OCULTAS

    5 ATARDECER ARTIFICIAL

    6 LA RESISTENCIA

    7 UN SUEÑO HECHO REALIDAD

    LIBRO SEGUNDO

    CAPITULO 1  EL MAESTRO

    1 EL OSCURO ARÓN

    2 MAESTRO

    3 CIRCULO MORTAL

    4 NOCHE ETERNA

    5 LA PRUEBA

    6 JARDIN DE LÁGRIMAS

    7 LA SEGUNDA NOCHE

    CAPITULO 2  HERMOSAS SICATRICES

    1 EX PRESIDIARIO 37363

    2 LA PEOR TORTURA

    3 MIEDO A LA OSCURIDAD

    4 EL QUINTO JINETE

    5 ADAM Y JOSEPH

    6 EL COMLPEJO DE RAHORUS

    7 SONRISA DE LUNA

    CAPITULO 3  RAHORUS

    1 CANDIDATOS

    2 SIMBOLOS

    3 AROMAS REALES

    4 TESTIGO

    5 MEDITACION SOLITARIA

    6 LAS 7 CABEZAS

    7 DOLOROSA VERDAD

    LIBRO TERCERO

    CAPITULO 1  EXTRAÑOS INVASORES

    1 EL NACIMIENTO

    2 CIUDAD AGONIZANTE

    3 LA ÚLTIMA BENDICION

    4 DEMONIO SUELTO

    5 EL UTLIMO RAHORUS

    6 LAMENTO URBANO

    7 EVACUACION

    CAPITULO 2  RECUERDOS: EMERGE LA CRIATURA

    1 DESTELLOS

    2 ROSTROS DE FANTASMAS

    3 LUZ FRIA

    4 LOS 6 GRANDES

    5 AMISTAD

    6 IDILICA VERDAD

    7 EL BIEN Y EL MAL

    CAPITULO FINAL  LEGION

    1 MATERIA OSCURA

    2 SERPIENTE ANTIGUA

    3 EL MISTERIO DE ACCENDATUR

    4 UN VISITANTE ANCESTRAL

    5 ZULIOS, JESSICA, IVONNE

    6 LA GRAN BUSQUEDA

    7 GUERRA ENTRE HERMANOS

    NO HAY UN FINAL SIN UN COMIENZO

    EPILOGO

    PROLOGO

    -   ¿Sabes que vienen por ti, no es cierto? Has pasado la horrible prueba que te puse, y ahora sientes que eres parte de algo y que todo está resuelto. Pero no es así. Ahora empieza tu verdadera pelea. –

    -   Has despertado, y ahora vienen por ti. Te buscaran, por todas partes y siempre te encontraran. Sufrirás terror y horrores inimaginables. Correrás y escaparas de los tuyos propios sin darte cuenta. Te negaras a los que en realidad perteneces pero al fin de cuentas, de ellos eres y de nadie más. Tú mismo lo comprobaste en la prueba que te puse. –

    -   Me has dado la razón después de tantos años. Mi búsqueda termino y sé que hice lo correcto. Ahora yo partiré al igual que tú y los otros cinco. Pero de todos ellos a excepción de ti, no serán perseguidos. –

    -   Cuando veas a los tuyos sufrirás mil dolores y tendrás el peor de los miedos. Pero de ellos eres y de nadie mas. –

    -   Yo soy solo una herramienta al igual que muchos. Les sirvo a ellos como otros les sirven a los otros. –

    -   Pero recuerda que aquellos que te perseguirán son los verdaderos dueños de este mundo. Son los verdaderos guerreros que pelearan la última batalla de esta era. Y tú ya elegiste a quien pertenecer. De ahora en adelante solo te queda un camino por seguir, y aunque fallezcas y temas lo que tú mismo elegiste, al final del camino llegaras. –

    -   Márchate ahora, pero regresa cuando el principio del final nos abrase a todos. En esos días de terror y muerte, regresa aquí y a los que perteneces regresaras al fin. No importa que huyas y los desprecies, eso es normal, pero ellos ya saben que eres de ellos y de nadie más. Y al final te alcanzaran. –

    -   Aquellos con quienes me rodeé entraran en dudas y confusión, y solo tu podrás hacerles entender al fin. Mis adeptos han sido fieles y llevarán a cabo su obra sin miramientos, y solo hasta el final entenderán mi logro. –

    -   Regresa aquí y ellos te encontraran. –

    -   Porque cuando los días sean noches y las noches sean abismos; será cuando las mentiras perecerán y la verdad prevalecerá". –

    La voz resonaba en su cabeza y resonaría para siempre. La decisión estaba tomada.

    La criatura te conoce, te llama, la deseas.

    La criatura siempre ha estado allí afuera acechando por ti.

    Millones son devorados con gozo, millones se resisten… pero la criatura es eterna.

    Un último sueño antes de caer envuelto en sus garras, un último sueño antes de despertar al fin.

    Cuando el poder del amor sobrepase

    el amor del poder, el mundo conocerá la paz.

    "Jimi Hendrix

    LIBRO PRIMERO

    Porque las estrellas dejaran de brillar, ya no habrá más débiles en la tierra, y sus talentos serán su condenación.

    El siervo y el cazador, hermanos entre sí; amantes de la tierra en un débil secreto

    CAPITULO I

    DESTELLOS EN LA OSCURIDAD

    1

    AN E IAN

    Á ngel abrió los ojos, y sus pupilas negras se unificaron con la enorme oscuridad que lo envolvía y lo aterraba.

    Poco a poco sus oídos se acostumbraron a la falta de sonido alguno, como sus ojos a la profundidad de la noche.

    Su sentido del tacto lo obligaba a sentir el líquido que se deslizaba por distintas zonas de su rostro y de su cuerpo, pero el frio y el calor ya eran sensaciones olvidadas y lejanas en ese momento de tensión.

    -   Tranquilízate. –

    Ángel sintió que hablo, pero no estaba seguro de haberse escuchado a sí mismo. Parecía que la oscuridad se tragaba todo lo que emanaba de él; frio, calor, luz, voz, incluso el miedo.

    -   Tranquilízate. – una vez más susurro. Y en esta ocasión pudo escucharse.

    Los sentidos regresaban a él tan mágicamente como habían desaparecido. Sintió el extraño calor que lo empapaba en sudor y al mismo tiempo lo congelaba. El amargo sabor en su boca se incrementó mientras pasaba saliva que parecía haber esperado años en su boca. Sus ojos ardientes por el sudor sobre de ellos, vislumbraron las siluetas macabras de muebles, posters y demás accesorios en su habitación.

    Todo regresaba a la normalidad.

    -   An… - un sollozo helado pareció escucharse por la habitación.

    Ángel aguanto la respiración casi al mismo tiempo que su corazón. El susurro parecía rebotar por todas las paredes negras del cuarto, pero solo existía silencio ahora.

    Los segundos se estremecieron al igual que el niño al esperar otro de esos llamados, pero nada sucedió. La habitación quedo en calma una vez más.

    Ángel cerró los ojos y quedo completamente dormido en segundos. Muy apenas sintió la magnificencia del evento que acababa de vivir. Un evento tan común y corriente para miles de millones en el mundo, pero tan extraordinario, casi imposible para este niño. Eran las 3:23 de la madrugada.

    Ese peculiar aroma dulzón de hotcakes que los domingos solía navegar entre cada habitación de su casa, había logrado despertar a Ángel unos 20 minutos atrás; pero no era tan poderoso como para hacer que el niño se levantara de una vez.

    Ángel miraba los rincones de su habitación que su cuerpo desparramado sobre su cama le permitía observar. Su ojos ahora completamente aliviados de cualquier oscuridad, rondaban de aquí para allá sin rumbo fijo dentro de sus orbitas, como si buscara una explicación a lo que había sucedido. Su mente divagaba sin cesar una y otra vez acerca de ese gran evento que jamás espero volver a sentir en toda su vida.

    Un evento que lo había abandonado hace más de 7 años, y el cual, había otorgado la peor despedida que jamás hubiese imaginado.

    Pero había vuelto y Ángel estaba maravillado, pasmado, temeroso, emocionado y feliz. Jamás lo hubiese imaginado, jamás hubiese pensado en que volvería a ser capaz de sentir esa sensación nocturna; jamás pensó que aquel visitante bizarro volviera a apoderarse de él. Jamás.

    Ángel no sucumbió a la tentación provocada por el aroma del desayuno que lo esperaba, pero si al llamado de su madre. Por fin se levantó y se dirigió al baño. Pero su mente y sentidos seguían siendo prisioneros de aquel evento.

    Ian se miraba en el espejo de cuerpo completo que lo imitaba con extraordinaria perfección. Un traje gris parecía brillar con luz propia al reflejarse en el espejo rectangular, mientras la persona envuelta en aquella elegante pieza de ropa, brillaba más aun en su interior a causa de lo que veía.

    La alta costura de las solapas definía la pureza del traje junto con su completa ausencia de arrugas que daban la forma del traje recto de tres botones. Los ojales ceñidos con remate perfecto eran acosados elegante mente por botones de esmalte que relucían a medida que la luz de la habitación los seducía con su brillo. Como si cada uno de ellos brindara un destello orgásmico a quien los presenciara.

    Ian no caía en la vanidad ni el egocentrismo al mirarse tan majestuosamente antes de salir a su última misión de preparación. Simplemente daba el mérito correspondiente a lo que su imagen admitía.

    El ajuste del traje rayaba en la perfección. La línea geométrica que surcaba las piernas del pantalón marcaba el fin del traje y el inicio de los lustrosos zapatos negros que eran tapados a tres cuartas partes por la vestimenta gris. Las mangas del saco que llegaban hasta el hueso del pulgar de sus manos le daban la satisfacción justa a sus ojos educados con respecto a trajes de excelente calidad.

    Ian subió la mirada para enfrentarse a sus propios ojos. Las dos esferas negras hacían perfecta combinación con su traje gris, al igual que su camisa impecable y el nudo Windsor de la corbata que casi parecía sonreír a tan esplendida armonía de colores oscuros.

    Miro de nueva cuenta aquellas perlas negras que se posaban sobre su rostro, y suspiro profundamente antes de salir de la habitación.

    La música resonaba en el interior del ascensor. La tela del traje bailaba suavemente al ritmo del piano de Vladimir Horowitz e Ian mantenía los ojos cerrados enfocándose en sus pensamientos y en tan magnifica melodía.

    La concentración del hombre aumento a medida que la interpretación musical continuaba, manteniendo un estado de completa mentalización y unificación entre los pensamientos y cada tecla del piano. No era la primera vez que Ian haría una misión de ese estilo, y tal vez no sería la última (aunque a si lo deseara), pero a pesar de la experiencia y de los años de arduo entrenamiento, para él era sumamente difícil llevar a cabo aquel trabajo.

    Pero aun así, jamás existía ningún tipo de titubeo de su parte. Sabía perfectamente que hacer y cómo hacerlo, y sus principios jamás estarían en conflicto con sus acciones.

    Ian siempre estuvo en contra de ser uno de esos ególatras insípidos enamorados de sus propias voces y de sus insípidas y nefastas hazañas que tanto esmero ponían en contar. Él siempre estuvo consciente de la superioridad de su preparación, su avanzada evolución por encima de la gente que lo rodeaba, y de la inteligencia nata con la que había nacido. Pero también tenía completamente en cuenta que físicamente no representaba nada más que un simple y estéril estuche de carne que día a día se pudría como cualquier otro simple ser vivo.

    Un fétido estuche de fluidos y compuestos orgánicos que no servía más que para moverse de un lugar a otro con distintos enfoques de presentación hacia los demás. Y cada quien, trataba y cuidaba aquel estuche carnal, como mejor lo consideraba.

    Para Ian no importaba el cuidado o el descuido que cada quien le otorgaba a su cuerpo. La vanidad, la presunción, lo superficial y la excesiva preocupación de las personas por verse bien, era tan insignificante como aquellos que no procuraban en lo más mínimo su cuerpo; a fin de cuentas, todo ese material fétido, todos esos compuestos caducos que formaban los cuerpos de las personas, volverían de donde vinieron por primera vez. A la única y real dueña de todo y de todos. La tierra.

    El ascensor se detuvo tan elegantemente como todo lo que circundaba ese hotel de 5 estrellas en el que se hospedaba. La música suave seguía resonando plácidamente, al unísono con el caminar uniforme de los huéspedes que resonaba en el lustroso suelo del lobby.

    Ian observo a esos subordinados de la sociedad que caminaban esplendidos y orgullosos por el lobby del hotel. Cada uno de ellos tan esplendidos y orgullosos de su estatus socioeconómico, que olvidaban la verdadera esencia del verdadero poder. Ese poder que al final separaría a los capaces de los incapaces.

    El elegante hombre de traje gris sintió una risa en forma de nausea que surgía desde la boca del estómago a causa de aquellas personas que creían ser únicas, y que subía hasta sus labios deformándolos en una mueca de burla.

    Salió del ascensor agradeciendo el hermoso talento con él había sido puesto en ese mundo, y aquel sentir le dio una repentina fuerza mágica y penetrante de superioridad sobre los demás.

    La ciudad lo esperaba. Y allí, parado en la acera del gran hotel sintió que estaba listo para ella. Ambos, edificio y persona se levantaban sobre sus cimientos con tanta esplendida y elegancia, que no era necesario que fueran los más altos entre sus apocopes rascacielos y humanos. Su porte, su luz interna era lo que los hacia superiores en todos los sentidos.

    Ian metió la mano en el bolsillo de su pantalón y confirmo la presencia del teléfono celular que usaría para su misión. Pasó la misma mano sobre su costado derecho y sintió el arma de fuego también.

    Teniendo todo listo y preparado, Ian camino hasta su destino sin ningún tipo de nerviosismo.

    -   ¿Cómo está tu desayuno An? – la dulce voz de su madre lo regreso del limbo de donde se encontraba.

    Todos los que conocían a Ángel, lo conocían como An debido a una abreviación hecha por sus compañeros de escuela, ya que era el cuarto alumno que respondía al nombre de Ángel en su salón de clases y que curiosamente coincidía con la forma en que lo llamaba su madre desde pequeño cuando ella estaba de buen humor. A An no le desagradaba su sobrenombre, aunque en algunas ocasiones no le gustaba que algunas de las niñas que le atraían lo llamaran así, debido a que él sentía que perdía algo de masculinidad con ese sobrenombre tan infantil, y por supuesto, nunca faltaban los bravucones que inventaban apodos con ese juego de letras. Pero fuera de eso, se sentía a gusto con la forma como lo llamaban, y sobretodo porque le daba ese toque especial de diferencia sobre los demás niños.

    An era un niño físicamente común, aunque muy apuesto también; de cabello negro, grueso y lacio, el cual le gustaba dejárselo sin peinar cuando no era tiempo de escuela porque le gustaba la forma en que se le acomodaba el cabello al natural y por supuesto también lo hacía porque era el peinado de moda en todas partes. Piel aperlada sin inicios de acné pre juvenil, ojos negros grandes y brillosos los cuales le daban un estupendo toque de inocencia, la cual no siempre poseía. No era alto, pero tampoco bajito para su edad y su complexión delgada afirmaba el perfecto balance de un atleta nato.

    En pocas palabras era uno de esos niños populares en su escuela y en los alrededores de su hogar. Sus amistades lo admiraban mucho de la manera en que un niño puede admirar a otro, debido a que An era un niño sumamente amable, humilde y parecía que sus defectos se veían minimizados al grado de la desaparición por causa de sus virtudes.

    Al ser un niño con tantas virtudes morales y físicas, y llamar la atención a donde fuese o con quien estuviese, le traía problemas con niños de su edad e inclusive con algunos mucho más grandes que él, debido a envidias y perjuicios de niños sin atención o recelosos. Pero An había aprendido a sobrellevar esta situación día a día y era rara la ocasión en la que salía lastimado por alguna de esas peleas o trifulcas en las que se veía metido por la envidia de otros.

    -   ¿Que como está tu desayuno Ángel? – ahora la voz de su madre fue más severa.

    -   Bien. –

    La fría respuesta no preocupo a su madre. La poderosa y creativa imaginación del niño comúnmente lo orillaba a tener un comportamiento distraído y un tanto frio algunas veces; ensimismado, retrograda e introvertido. Pero su inteligencia y trato con las demás personas dejaban claro que An era completamente normal. Simplemente, el poseer tal grado de imaginación, la vida le cobraba una leve factura.

    La madre de An, aún muy joven y bien preservada a consideración de la edad de su hijo, termino por despreocuparse por el comportamiento extraño del infante, y más aún, al ver que este no dejaba de mirar hacia el papel tapiz de su cocina.

    Un universo beige cremoso se desplegaba a lo largo y ancho de la cocina donde An y su familia se sentaban casi a diario a diferentes horas del día. Casas y graneros coloniales revestidos en baldosas blancas opacas que daban una ilusión de antigüedad y tranquilidad entremezcladas. Techos de tejado rojo tan brillante como el sol que no aparecía en ningún tramo del papel tapiz, pero que sin duda se encontraba en aquel universo crema. Y finalmente, para dar un toque único a aquel lienzo gastronómico, cada granero y cada casa antigua que navegaban como planetas rústicos, era bordeado y abrazado por leves caminos de piedra blanca que se perdían en secciones boscosas de árboles y arbustos animados.

    Y por eso, An era feliz cada vez que visitaba aquel puerto de aventuras desconocidas. Su mente se desprendía de su cuerpo físico y lo lanzaba sin resistencia alguna hacia infinidad de aventuras y emociones dentro de esos caminos empedrados, y esos bosques inmensos que apenas acogían los hogares rústicos. Y al igual que ese papel tapiz que tanto entretenía al pequeño niño siempre que acudía a sus alimentos, cualquier cosa, cualquier dibujo o ilustración con una pisca de interés para Ángel, tenía la fuerza para hacerlo divagar por horas.

    Pero esta vez y solo esta vez, An no viajaba por cada línea, ni por cada trazo de esos dibujos. Ahora su mente se encontraba aferrada en repasar una y otra vez la maravilla y el terror vivido hace unas cuantas horas. En una noche que no olvidaría jamás.

    El domingo transcurría normalmente. La horrible sensación que invadía a la gente en general de estar en un día de descanso, pero al mismo tiempo a sabiendas que estaban al borde del inicio de la semana y del trabajo, mantenía un ambiente hipócritamente relajado alrededor del niño. An había ocupado la mayor parte del tiempo en realizar pequeñas tareas pendientes, ver televisión y demás juegos o entretenimientos simples. Pero en cada instante, casi en cada suspiro de su joven pecho, su mente revoloteaba sin cesar en los recuerdos de una noche mágica; y al saber que cada segundo, cada minuto y hora que pasaban tan lentos o rápidos en el reloj, lo acercaban a una noche más con la enorme posibilidad de repetir aquella magia, An sentía un pequeño pero satisfactorio dolor abdominal.

    La noche había caído ya con su manto oscuro y frío tratando de apaciguar la ira del sol que se había difundido más de diez horas seguidas sobre la madre tierra, en las cuales, An había estado impaciente por que llegara la tan odiada en muchas ocasiones, pero anhelada en esta ocasión, hora de dormir.

    Todo estaba listo. Tareas, pendientes, uniforme, y todo lo que a su edad consideraba como obligación. Su habitación bañada de un azul profundo otorgaba la perfecta sensación de tranquilidad que necesitaba para descansar, los sonidos nocturnos de la calle y de su misma casa, se podían considerar más como arrullos que como ruido sin sentido como en el día. Todo estaba listo para repetir aquel evento inesperado, todo estaba en su apogeo para brindarle otra magnifica sensación y emoción.

    Jamás lo había contado a nadie en toda su vida, y jamás pensó que lo contaría tampoco. Pensó que aquel evento tan minúsculo pero tan importante en las personas de ese mundo, no volvería a tomarlo a él en cuenta nunca más. Y muchas noches había sufrido por ello.

    Jamás lo hubiese pensado, pero justo la noche anterior, An había soñado una vez más. Un simple sueño se había presentado en él con esa extraña combinación de realidad y fantasía que ya había olvidado. Una sequía de más de 7 años sin poder soñar en absolutamente nada, había terminado abruptamente sin esperarlo.

    Algo tan sencillo, algo tan crucial y cotidiano para millones de personas en el mundo como el hecho de soñar, ahora regresaba a un pequeño niño que perdió aquel hermoso don hace ya bastantes años. Y la última encrucijada nocturna que recordaba haber tenido, era la peor de las pesadillas jamás vividas por alguien. Y ahora, An parecía haber recuperado parte de su esencia como ser humano… como ser vivo.

    Sus ojos se cerraron como lozas de concreto para no abrirse nunca más. Su respiración se convirtió en su amante nocturno ahora que estaban solos, y sus nervios y emociones al saber que pronto estaría en otra aventura surrealista, también dieron una tregua gentil. El corazón ya cansado de las constantes descargas de adrenalina producidas durante el día comenzó a menguar su latir. Todo estaba listo para recibir a Morfeo.

    Ni siquiera la sensación de terror, emoción e inseguridad que sintió en la madrugada pasada, podía evitar que An deseara con todas sus fuerzas volver a sentirse alguien normal que puede soñar. Todo estaba listo.

    Cuando An callo dormido al fin, no hubo voces extrañas que los hostigaran, no hubo miedo, excitación ni adrenalina; ningún sueño lo visito esa noche.

    Eran apenas las 9:30 de la mañana cuando la actividad urbana en la pequeña ciudad ya estaba en su pleno apogeo. El inicio de la semana marcaba en las personas un ritmo de vida acelerado y ocupado, donde el caminar apresurado en las banquetas imitaba en brusquedad e impaciencia, el andar hosco de los automóviles que abarrotaban las calles. Los pitidos de las bocinas, los silbatos de los tránsitos, los celulares resonando, y los humanos gritando, eran los sonidos discordes que daban la bienvenida a una semana más de frustrante trabajo y rutina tediosa.

    El aire frio que golpeaba la cara de los dos guardias de seguridad en la entrada de la sucursal bancaria donde trabajaban, era un pequeño regalo que el sol traía consigo, antes de abatirlos con un calor infernal que se desplazaría por todos los rincones que tocara. Pero por ahora, ese aire casi helado que resoplaba resecando la piel y los labios de todos, era un buen regalo de inicio de semana que estaban dispuestos a saborear.

    Los dos guardias permanecían al pie de la entrada al lugar como alfiles inamovibles que custodiaban el orden en ese pequeño mundo de transacciones. Ambos bajo un semblante de dureza y preparación ganadas en su respectiva academia de servicio policiaco; pero al mismo tiempo, tan diferente en astucia y experiencia. Uno de ellos representaba la virilidad de la juventud en un toque atractivo y sigiloso al portar su uniforme y su arma. Mientras el otro representaba la experiencia y la madures sobre un trabajo estratégico, metódico y preciso.

    El joven guardia miraba a los clientes que entraban con una rápida y fría mirada que con el transcurso del día y la acumulación de fastidio y cansancio, esa mirada vigilante transmutaba en una mirada hipócrita y sin importancia sobre las personas.

    El guardia ya mayor era todo lo contrario. Sus años laborales en distintos campos de la seguridad le habían enseñado que no todos merecían una mirada catalogadora, y así, solo ponía atención a los detalles precisos, ocultos e inadvertidos de los clientes del banco.

    El mismo trabajo realizado por los dos guardias de seguridad, pero llevado a cabo desde puntos de vista completamente diferentes.

    Un hombre caminaba despreocupado del mundo. Sabía, sentía que el mundo si se preocupaba por él; sabia, sentía que el mundo lo volteaba a ver. Sus zapatos casi como espejos negros resonaban en el pavimento a medida que cada paso casi ingrávido de su elegante porte antecedía su presencia.

    La gente lo miraba sin poder evitarlo. Un traje gris cubría el porte varonil de un hombre de clase y calidad. Su mirada relucía sin expresión alguna, situándose en sus objetivos rápidos y concisos sin mayor distracción. El balance de sus brazos era casi una coreografía suprema, sus piernas eran unas solas con la tela del traje, como si este fuera su propia piel plateada. Y el semblante de su presencia y aroma eran mensajeros que lo antecedían majestuosamente.

    Los guardias de seguridad abandonaron las características de edad y experiencia que los distinguía, y ambos miraron aquel hombre de traje gris que se encaminaba a la entrada, con la misma admiración y extrañamiento que las demás personas. Un real caballero había entrado al edificio.

    Un hombre maduro, de aspecto rígido y elocuente que ocupaba el lugar detrás del último y más grande escritorio en toda esa sucursal bancaria, fue una de las personas que notaron la llegada del hombre de traje gris. Y ahora veía como se dirigía hacia él.

    Los cubículos custodiados en sus fronteras por cristales grandes y transparentes hacían posible que cada uno del personal del lugar observaran el caminar hipnótico del recién llegado. Todos quedando extrañamente admirados.

    -   Buenos días, ¿licenciado Tapia? – la voz del sujeto fue bastante segura y varonil.

    El área de trabajo de aquel hombre digno de llevar bajo sus hombros la funcionalidad de un banco de buen prestigio como aquel, estaba situada al fondo de aquella sucursal. Un majestuoso escritorio de caoba barnizada, el nombre de aquel hombre maduro resplandeciendo en un molde de madera de la misma tonalidad que el escritorio y los acabados dorados alrededor de su nombre, le daban un excelente toque de superioridad a su puesto. El marco de fotografía plateado el cual escondía su contenido a todo aquel que estuviera del lado opuesto al gerente, era uno más de los accesorios elegantes y de buena calidad que yacían inertes en aquel escritorio.

    -   Si, buenos días, tome asiento por favor. – hablo por fin, al mismo tiempo que observaba la penetrante mirada del sujeto

    -   Licenciado Tapia para servirle, ¿Qué podemos hacer por usted? – extendió una mano ágil buscando la del hombre de gris.

    El sujeto elegante correspondió el saludo del gerente, mientras tomaba asiento de manera tan perfecta, que sus ropas no presentaron ni la más mínima arruga.

    -   Bueno, usted dígame ¿en qué le podemos servir señor…?- el gerente volvió a preguntar esperando que con esa pequeña pausa en su pregunta, el extraño se presentara formalmente.

    -   Me llamo Alejandro. – el hombre hablaba lucidamente – Sinceramente no me gustan los rodeos señor Tapia y me gustaría ir al grano directamente. Así que, le explicare la causa por la que me tiene aquí ante usted esta mañana. - su voz mantenía un tono distante pero recio al mismo tiempo.

    -   Eso es bueno, haremos todo lo que esté a nuestro alcance señor Alejandro. –

    -   Es curioso que diga eso señor Tapia, ya que en verdad necesito que haga lo máximo que este a su alcance. – el visitante casi interrumpe al amable gerente, y el tono de su voz ya había alcanzado tal acústica, que ya no quedaba ninguna capa elegante que lo pudiera ocultar. Ese tono solo indicaba una cosa. Frialdad.

    El gerente lo había notado de inmediato y supo que ese tono de voz era muy hostil para una conversación normal en un banco, pero tenía que permanecer tranquilo ya que aún no tenía nada seguro de lo que significaba ese repentino cambio de ánimo. Podría tratarse de un cliente insatisfecho o algo por el estilo.

    -   ¿A qué se refiere señor?, créame cuando le digo que nuestra única meta es servirle bien. - y aunque en ese momento no tenía la más mínima intención de decirle eso a aquel sujeto, no tuvo otro remedio.

    -   Bueno, espero se comporte con ese espíritu tan cooperativo durante este procedimiento señor Tapia, ya que la vida de su familia está en juego. – el extraño hombre hablaba sin titubeo. - y espero me perdone por decir esto señor Tapia, pero, ¡que linda familia tiene usted! - agrego con un descaro arrogante de frialdad y cinismo.

    Un pequeño río de agua helada se deslizo por toda la columna vertebral del gerente inmovilizando su cuerpo y pensamientos por razón de segundos. Pero a pesar de esa violenta sacudida de adrenalina que lo inmovilizo, el pacato hombre no realizó ningún ademán que mostrara su miedo y preocupación; y mucho menos su sorpresa.

    Era una estupidez que un imbécil como aquel hombre que tenía en frente, se atreviera a ir a un banco en plena luz del día, donde existían dos oficiales armados, donde existía un sistema de cámaras de vigilancia conectada con la compañía de seguridad a la cual estaban afiliados, y finalmente un banco situado en un lugar muy céntrico donde cualquier tipo de fuga a velocidad, sería casi imposible. Pero el señor Tapia sabía que algo había en la voz de aquel hombre de traje gris, que hacía que toda esa situación se pusiera verdaderamente tensa, como si al hablar con esa voz tan segura y elegante, le estuviese entregando pruebas irrefutables acerca de su familia y su propósito.

    -   ¿Perdone? – el gesto de confusión que se dibujó en la cara del gerente del banco logro que el hombre de traje gris sentado delante de él, repitiera su amenaza tranquilamente.

    Al escuchar nuevamente la frialdad y serenidad con la que hablo el extraño ante él, no pudo digerir que alguien fuera capaz de llegar de la nada delante de una persona para amenazarla descaradamente.

    <> pensó el gerente tan instintivamente, que casi no se dio cuenta de su propio plan. Y ciertamente muy en el fondo de él mismo, se encontraba la ingenua y risible esperanza de que todo fuera un sueño, o peor aún, una broma.

    El señor Tapia acumulo la fuerza y el valor necesario para hablar y poner en marcha su plan de intimidación. Juntó la severidad necesaria en sus cuerdas vocales, remitió los nervios de la adrenalina y los convirtió en valor. Su pecho se expandió como una ave macho buscando una pareja sexual, y sus manos conjugaron movimientos dignos de un arduo dictador político. Todo para enfrentar tanta presencia y severidad del otro lado del escritorio.

    Y cuando por fin se preparaba para hablar y desbaratar su chusca mueca de confusión, esa voz que era fría y arrogante apenas unos instantes, ya se había convertido de nuevo en una voz segura y varonil que hizo mantener el plan de intimidación del señor Tapia para sus adentros.

    -   Como le dije antes señor Tapia, no me gusta andar con rodeos, así que, le explicare todo una sola vez y en verdad espero que usted ponga de su parte para que todo salga muy bien. - no hubo ninguna señal de nerviosismo en la voz ni en la mirada de aquel hombre trajeado que el señor Tapia pudiera detectar.

    -   En estos momentos su familia está bien, y depende de usted que así continué. A partir de ahora usted hará lo que yo le indique o su familia morirá. -

    -   ¿Me cree tan imbécil como usted?, ¿Cómo sé que todo esto es verdad? Ahora mismo llamaré a seguridad para que lo saquen de aquí pedazo de mierda. – Tapia no pudo contenerse más ante las amenazas del extraño. La agresividad del gerente llamo la atención de algunos civiles que se encontraban allí por un instante. Estaba por comenzar a ponerse de pie cuando nuevamente la voz segura y varonil se transformó en una voz de amenaza, la cual ocasiono que el gerente contuviera su fuga hacia los guardias de seguridad.

    -   Más le vale no volver a alzar la voz señor Tapia, o su familia morirá de una forma muy dolorosa. - a pesar de que su voz se escuchaba muy amenazante, jamás dio señal de enojo ni desesperación.

    -   En estos momentos uno de mis hombres esta con su familia señor Tapia. Cada siete minutos y medio recibiré una llamada, la cual, deberé contestar hasta el tercer tono y confirmar que todo va en orden. Si usted coopera como le he pedido amablemente, yo contestare todas las llamadas que me realicen hasta que me valla y esté seguro de que no me ha seguido ni usted ni nadie. Solo hasta entonces haré una llamada para decir que todo salió bien y su familia quedara libre. Si usted no coopera señor Tapia…- el hombre de gris seguía manteniendo su perfecto porte educado y seguro de todo lo que hacía y decía, como si fuera el verdadero dueño de toda esa situación. – me veré obligado a marcharme tranquilamente de aquí. Si por alguna razón yo no contesto esa llamada al tercer tono, mi hombre matara a su familia inmediatamente y jamás volverá a saber de él ni de mí. – al terminar de hablar, dejo caer sobre el elegante escritorio con un movimiento lento de su brazo izquierdo, su mano izquierda sobre la cual se notaba un teléfono celular de doble carátula.

    El celular resonó sobre la madera como dos trenes a toda velocidad. Para él, el sonido fue amedrentador.

    -   No le creo nada, ¿entiende? No caeré bajo este intento de chantaje y engaño. ¿Usted cree que lo dejare ir tranquilamente de aquí?, si mi familia muere usted muere y no será un muerte tan sencilla. Haré que lo arresten y usare todo mi poder y dinero para que pase cada día de su vida pudriéndose en una cárcel y le juro por Dios que cada día será un infierno de dolor y sufrimiento, en el cual… - otro ruido aún más aterrador y ensordecedor lo interrumpió.

    Era un ruido que estaba muy acostumbrado a escuchar, pero que en esos momentos se había convertido en el ruido más horrible que jamás hubiera escuchado. El estruendo del celular le había helado la sangre.

    El celular ya llevaba dos timbrazos cuando el sujeto de gris separo las carátulas una de la otra. El tercer timbrazo sonó, y el banquero quedo más helado aun, pero un rayo de paz lo envolvió cuando vio a aquel hombre de contestar el teléfono.

    -   Todo en orden. - fueron las únicas palabras que el hombre sentado al otro lado del escritorio del gerente le otorgo a la persona que se encontraba en la otra línea de la llamada, antes de terminar la llamada y volver a poner el teléfono bajo su mano descansada en aquel escritorio.

    El gerente del banco no podía creerlo. ¿Cómo era posible que un sujeto común y corriente llegara a su escritorio y lo pusiera bajo esa situación tan drástica? Era cierto que no creía del todo, en el hecho de que aquel tipo elegante tuviera secuestrada a su familia. Pero ese hombre tan elegante, había logrado en tan solo siete minutos y medio, llenarle la cabeza de dudas y temores. Tanto, que al escuchar el simple sonido de su teléfono celular, sintió que el peor de sus miedos se volvía realidad.

    -   Esa llamada fue contestada al tercer tono señor Tapia, considérelo una cortesía de mi parte. A partir de ahora será mejor que coopere con migo para que yo pueda contestar la próxima llamada al tercer tono.- el hombre de traje gris seguía con su tono de voz seguro y sumamente convencedor.

    El gerente llego a pensar que el convencimiento de aquel sujeto elegante era tal, que no entendía como una persona con ese estilo y esa manera de hablar tan jodidamente envolvedora podía dedicarse a ese tipo de trabajo tan cruel y no a la vida honesta.

    -   Por cierto señor Tapia. - siguió diciendo.

    -   Con repuesta a su amenaza de pudrirme en la cárcel y todas esas cosas tan desagradables que dijo que me haría, le pido lo considere bien y no me subestime tanto. El hecho de que usted este en estos momentos enojado, alterado, ¿qué se yo? y me llame imbécil, mierda y demás, no quiere decir que yo lo sea. Solo debe saber que no estoy ante usted aquí hoy por pura casualidad. Me refiero a que tengo todo planeado señor Tapia y en verdad deseo que usted se reúna con su familia sana y salva. Y que todo esto quede como una horrible experiencia. - su voz ahora tenía un tono de honestidad verdadera que dio un poco de tranquilidad al gerente del banco.

    -   Si algo sale mal. - continuo diciendo el hombre elegante. - si de alguna u otra forma su familia tiene que dejar de respirar el día de hoy, yo estoy totalmente protegido contra cualquier ataque que emplee usted en contra de mi persona. En mi mano derecha, la cual continúa por debajo del escritorio desde el momento en que me senté, porto un arma. No sé sobre salte señor Tapia, no es una arma letal, es simplemente un arma de tranquilizantes, los cuales tienen el suficiente poder para dormirlo de manera instantánea sin dejarle tiempo de gritar o pedir ayuda. En mi costado derecho situado debajo del saco que llevo puesto, tengo una correa para portar armas, lógicamente, con un arma de alto calibre, ambas armas cuentan con un muy sofisticado silenciador. En dado caso de una situación de peligro para mí, le disparare un tranquilizante, el cual me dará tiempo de salir tranquilamente de aquí. Y cuando usted despierte yo ya no estaré, al igual que su familia. Y en un caso extremo de peligro, le disparare con el arma de fuego que llevo en el costado derecho y créame cuando le digo que soy extremadamente rápido para desenfundar un arma, ya que no sería la primera vez que sacaría mi arma a tal velocidad. - termino de decir con la misma tranquilidad y frialdad con la que había comenzado.

    -   Y no se preocupe por las cámaras de video, ni por todas las herramientas de seguridad del banco. Ya que cuando yo salga de este recinto nadie me volverá a ver. - la enorme presencia de aquel sujeto estaba en completo equilibrio con la frialdad que tenía al decir las cosas.

    Los años en la piel de Tapia pasaron con cada palabra del asaltante. Su aspecto se tornó casi verde y pútrido. La bilis ocupo el lugar de la valiente adrenalina, y sus manos y modos de autoridad se convirtieron en raquíticos aspectos físicos y ademanes seniles de un anciano. Que poder tan magnifico poseía la voz del elegante ladrón.

    -   Si usted me dispara el tranquilizante o una bala, independientemente del silenciador, la gente se dará cuenta de mi desfallecimiento y quedara a merced de los guardias y de la gente. - dijo casi inmediatamente el gerente, después de escuchar el malévolo plan de su captor.

    -   Señor Tapia, de nuevo me está menospreciando y eso me está empezando a molestar. - su tono de voz cambio nuevamente.

    -   Antes de entrar a esta sucursal, coloque una bomba en uno de los locales continuos a este banco. Pero no me crea un maniático señor Tapia, no es una bomba poderosa, es solo una bomba de alto impacto, las cuales se usan para neutralizar a sujetos peligrosos como yo. - una leve sonrisa sarcástica se asomó por entre sus labios.

    -   En fin, solo causara un muy fuerte estruendo, ocasionara aturdimiento a las personas que se encuentren en menos de diez metros de la explosión y el estallido de algunas ventanas de comercios y automóviles cercanos. Piense usted, si es posible que con tanta algarabía de sonidos como, la explosión de una bomba, alarmas de los carros, gente gritando, etcétera. ¿Alguien va a tener el oído para escuchar la muy leve denotación de un arma?, o mejor aún, ¿alguien tendrá la perfecta percepción de que una persona parece descansar en su escritorio mientras todos gritan y corren confundidos?, yo no lo creo señor Tapia. - una mirada, junto con una sonrisa nuevamente de sarcasmo se dirigieron al gerente del banco en cuanto termino de hablar aquel hombre.

    -   Así que, señor Tapia ¿Qué es lo que ha decidido? No falta mucho para que el teléfono vuelva a sonar y temo decirle que la cortesía de contestar la llamada al tercer tono ha caducado, de manera que esta vez no contestare si no he notado que está dispuesto a cooperar. -

    El gerente ya estaba convencido de que aquella situación no era un sueño y mucho menos una broma de pésimo gusto. Sus miedos crecían ante el como un monstruo de lodo que lo mancharía todo. Su vejiga inflamada más de impotencia, miedo y desesperación que de orina, le dolía a mas no poder con cada palabra de aquel sujeto. Pero a pesar de llevar todo en contra, su preparación y cultura lo mantenían sereno.

    Tenía que empezar a buscar cómo salir de esa anomalía de la manera más rápida y efectiva que se le ocurriera. Fijo su vista en aquel marco de fotografía plateado en donde tres imágenes de personas felizmente abrazadas lo miraban fijamente. Recordó un sentimiento poco conocido por él mismo, un sentimiento que solo había sentido el día en que vio morir a su hermano menor en esa maldita cama de hospital y que por causa del tiempo y su autosugestión a que aquello no había ocurrido jamás, lo había olvidado por completo hasta ese momento. Ese sentimiento de profundo dolor, agonía y rabia se estaba apoderando de él. Pero tenía que mantener el control, no por él, sino por su familia. Miro nuevamente aquella fotografía donde una de las tres personas felices era él mismo y fue en ese momento cuando se juró a si mismo que saldría de esa situación con vida y que esa misma noche estrecharía en sus brazos a los dos integrantes restantes de aquella fotografía. Tomo aire y habló.

    -   Necesito hablar con mi esposa. – Tapia sentía valor. - tengo que escuchar su voz y la de mi hijo. Si ambos están bien, yo cooperare en todo lo que me pidas. - la obstinación por su familia le había otorgado la seguridad con la que ahora se dirigía a su elegante agresor.

    Un leve murmullo en forma de risa se alcanzó a escuchar proviniendo de la garganta del asaltante y el tono de sarcasmo aun presente era inconfundible.

    -   ¿Sabe una cosa señor Tapia?, no me decepciona. Estaba seguro que el gerente de un banco tan prestigiado no podía ser cualquier tonto. Pero déjeme explicarle algo rápidamente antes de que el teléfono comience a sonar. En primer lugar, ambos sabemos que usted no tiene un hijo, sino una hermosa hija. En segundo lugar, no lo culpo al tratar de buscar alguna debilidad o señal de que todo esto sea una farsa mía, pero le aconsejo que deje de intentarlo ya que sinceramente no estoy seguro de cuanto crédito tenga este teléfono celular y cualquier llamada podría ser la última. Lógicamente estos celulares que usamos no son de esta zona así que, cada llamada gasta más y más el saldo, y aparte, usted sabe bien como son estas porquerías telefónicas, me refiero a que en algunas ocasiones las llamadas no entran, o se cortan antes de poder contestar. Parece que estos artefactos solo son buenos para activar bombas desde distancias seguras. Con todo esto del terrorismo y esas cosas que están de moda, uno tenía que sacar algo útil. ¿No cree? Y en tercer lugar, no permitiré que hable con ninguna de ellas, tendrá que confiar en mí, acerca del hecho de que las tenemos a nuestra merced, ¿No es irónico el hecho de que tenga que confiar en mí?- esta vez la risa sarcástica fue más fuerte que la última.

    -   ¿Qué decide señor Tapia? – ahora había perdido cualquier señal de risa y su voz recupero toda la frialdad de antes.

    -   Solo déjeme escuchar la voz de alguna de las dos y le juro que haré todo lo que me pida. - suplico el gerente ahora un poco más minimizado.

    -   La respuesta es no. - agrego el asaltante de traje gris rápidamente sin basilar y solo unas pocas milésimas de segundo después, el teléfono hizo su entrada terrorífica para los oídos del gerente, con el primer tono de llamada.

    -   Ya es hora señor Tapia, ¿Cuál es su decisión?-

    -   Por favor, se lo ruego, déjeme escucharlas. - rogó el gerente en el mismo instante en que el segundo tono del teléfono le penetraba la piel hasta las entrañas.

    -   Vamos, señor Tapia, es ahora o nunca. - advirtió el sujeto trajeado, mientras que la mano que sostenía el teléfono celular se acercaba a su cabeza e hizo un ademán de subir la mano derecha con la cual sostenía el arma. Estaba listo para actuar en cuanto el tercer tono del teléfono se desvaneciera.

    -   Está bien, lo haré, haré lo que usted quiera. - sollozó el hombre maduro detrás del escritorio, con la frente brillante de sudor y los ojos llorosos.

    -   Todo en orden. - dijo la voz segura y varonil a través de aquella maquinita infernal, antes de terminar de usarla.

    Todo se había tranquilizado para el gerente, por lo menos durante siete minutos y medio. Tenía otra oportunidad para salir de esa situación, otra oportunidad para hacer lo que ese hijo de perra lo obligaría a hacer.

    Ese maldito de traje, había pensado absolutamente en todo. Toda la elegancia, toda la presencia superior de ese hombre pasaban a segundo término ahora que lucía a la luz sus perversas intenciones. Pero ahora que lo pensaba con calma y sin tensión alguna, se dio cuenta que algo no estaba bien. Existía algo que no era nada normal acerca de ese tipo, algo que tenía que analizar y pensarlo muy bien para descubrir fuese lo que fuese. Algo que normalmente no notaria en una persona si no estuviera más de diez minutos conversando con ella. Por encima de toda la radiación de su vestimenta, su comportamiento y su esencia, se asomaba algo oculto, algo que quería pasar desapercibido. Y aun con tantas y tantas cosas en contra, ese hombre digno de ser el gerente de esa elegante sucursal, había notado aquel escurridizo evento en aquel sujeto.

    No tenía idea si ese misterio le ayudaría en algo para salir de esa situación, ni siquiera sabía si en verdad existiera o simplemente se tratara de una ilusión creada por sí mismo para encontrar una falla a tan esplendido plan. No tenía idea si su familia estaba bien, no sabía si aquel hombre cumpliría su palabra, y no tenía como comprobar si aquel extraño detalle existía en verdad.

    No sabía nada.

    -   Está bien señor Tapia, comencemos a trabajar. - lo interrumpió una voz segura y varonil.

    An viajaba en completo silencio en el asiento trasero de su automóvil. Las luces vespertinas que poco a poco ahuyentaban la oscuridad del cielo madrugador, traspasaban el cristal de la ventanilla y se impactaban con violencia en el rostro somnoliento del niño. Relámpagos amarillos, rojos y azules provenientes de distintos focos incandescentes revoloteaban sin parar en los ojos de An, dándole la leve e incómoda sensación de estar en medio de aquellos destellos de luz que tanto temía y odiaba.

    El silencio del pequeño era distinto a cualquier falta de ánimo de platicar, a cualquier tipo de preparación mental sobre algún examen y mucho menos era debido a una meditación profunda. Ese silencio en particular era otra de las extrañas, complejas y únicas cualidades que caracterizaban a Ángel como un niño muy diferente a los demás.

    Cada vez que An era abatido por un gran dolor físico, psicológico o sentimental, el niño presentaba un estado de trance que lo arrastraba a un comportamiento autista. Es decir, An jamás emitía sonido alguno hasta que la dolencia hubiese pasado del todo.

    El niño se encerraba en un mundo de silencio total y nada tenía la fuerza necesaria para cambiar eso. Su padre, que ahora conducía tranquilamente por la ciudad, su madre en casa recostada después de haber encaminado a sus dos hombres a un nuevo día productivo, y algunos de los maestros de An, sabían perfectamente acerca de ese comportamiento que él usaba como protección.

    Al principio la preocupación de la gente que lo rodeaba lo condujo a exámenes psicológicos y de trastorno infantil; pero cada uno de aquellos análisis demostraba una y otra vez, la completa funcionalidad del niño. Así que, el mundo adulto que giraba alrededor de Ángel, tomo la decisión de sobrellevar aquel extraño comportamiento con paciencia y tolerancia. De hecho, cada vez que An caía en esa conducta semicatatónica, su obediencia y tranquilidad eran máximas y no presentaba ningún tipo de problema para nadie.

    Y ahora allí se encontraba de nuevo, bajo un silencio interno tan profundo y abatido, con la mente en blanco pero al mismo tiempo sin descanso sobre el recuerdo de no haber conseguido ninguna imagen nocturna. Ninguna aventura bizarra que cobijara su subconsciente como las frazadas a su cuerpo. Un sueño que no apareció más, y que seguramente jamás lo haría otra vez.

    Desde el momento en que había abierto los ojos, la tristeza lo invadió y el coraje golpeo con furia su vientre. Un solo pensamiento lo violento desde ese instante, un pensamiento que frecuentemente lo visitaba en todos esos aspectos oscuros y anormales que forraban sus días y su vida plena. << Eres un monstruo An >> resonó en su cabeza.

    Un sentir de completa frustración y de dolor se formó desde sus entrañas, como un hoyo negro que absorbe la luz en el espacio, este sentir absorbía todas sus emociones y las devoraba desde su interior. Y así, poco a poco An caía en aquel estado de congelamiento emocional.

    El vacío era peor que cualquier otra cosa. Muchas veces An escuchaba hablar acerca de los nudos de emociones que la gente sentía en sus gargantas, el dolor abdominal que revolvía el interior como miedos o ansiedades no natos, o el temblor incontrolable de frenesí en las manos y los pies cuando algo se presentaba. Pero todo ese mundo de sensaciones era ajeno para él, y por eso y por otros rasgos tan cotidianos para la gente común, pero tan extraños y prohibidos para el pequeño niño, era la causa principal de que An se considerara un monstruo con disfraz de Ángel.

    Su frente rebotaba suave y rítmicamente en el cristal frio de la ventanilla, y parecía que ese retumbar sosiego y estoico era lo único que podía sentir en ese momento; porque en sus mente solo existía la indiferencia. Nada, ni siquiera el constante flageo a si mismo de no poder soltar una sola lagrima desde su nacimiento, lo ponía triste o furioso. En verdad se sentía un monstruo.

    << Eres un monstruo An >>

    No importaba cual fuera la dolencia física o emocional que An sufriera, su completa incapacidad de llorar siempre lo había seguido desde su primer aliento. Golpes, caídas, accidentes, regaños injustificados, engaños o decepciones; nada tenía el poder de sacar a relucir aquel acto de desahogo físico en el niño. Y la máxima expresión de dolor que llego a emitir, eran gritos y balbuceos cuando apenas era un recién nacido. Pero An jamás lloraba.

    Los niños de la mente más retorcida que asistían a la misma escuela que An, solían realizar apuestas unos con otros para ver quién de ellos era capaz de lograr que aquel niño de primer año llorara como los demás niños de nuevo ingreso de secundaria a los que les encantaba molestar. Los niños más grandes físicamente y a un paso de la juventud, siempre arremetían contra An en peleas al terminar la escuela, o golpes accidentales en los recesos o en cualquier oportunidad que tuvieran de estar solos con su víctima. Pero An nunca lloraba, fuese cual fuese la dolencia física o sentimental, An nunca lloraba.

    Eran las nueve y media de la mañana cuando el timbre que parecía como el que utilizan los bomberos para alguna alarma de fuego, sonó anunciando la hora del recreo. Todos los alumnos salían de sus salones mientras hablaban, gritaban o reían al unísono, y todos ellos tenían un lugar a donde dirigirse específicamente.

    Las estampidas infantes se dirigían a ganar lugar en la cancha de básquetbol, que al final terminaría por ser una enorme y confusa combinación de varios juegos. El básquetbol, fútbol, atrapadas y futbol americano eran los deportes que atrofiaban la tranquilidad de esa cancha, e incluso, algunos alumnos permanecían en las afueras de aquella cancha multiusos esperando que algún desafortunado balón de cualquier deporte cayera en sus manos para después aventarlo lo más lejos y alto que se pudiera, esperando la magnífica explosión de carcajadas al observar como uno de esos proyectiles esféricos terminaba su trayecto en la cabeza de alguien. Otros alumnos se dirigían directamente a la cafetería, ya que el hecho de no hacerlo rápido, los alumnos se verían obligados a permanecer allí más de la mitad del recreo esperando a ser atendidos. Y los de tercer año por lo general se adueñaban de la cancha de voleibol haciendo que el recreo se convirtiera en una lucha territorial por las zonas de juego.

    Pero An y sus amigos solían reunirse detrás del único edificio de cuatro pisos destinado para albergar a los niños de secundaria, el cual estaba situado muy aparte de los edificios de preparatoria que se encontraban en esa misma escuela. Ese lugar donde se reunían en los recreos, era apto para cualquier tipo de juegos un tanto bruscos, y consistía en un terreno inclinado en el que vivían varios árboles y arbustos que otorgaban muy buenos escondites, bases, o cualquier cosa que los niños imaginaran. Era lo que ellos llamaban el coliseo, su santuario, su lugar sagrado, un lugar donde nadie se atrevía a molestarlos y eran completamente dueños de todo. En donde día a día se divertían muchísimo sin tomar en cuenta que algunas veces alguien salía llorando por algún golpe o raspón accidental, pero nunca se llegaba a más que eso. Claro, An nunca fue uno de los que salían llorando.

    Pero esa mañana An no estaba de humor para asistir con sus amigos a aquella pendiente formada de pasto verde y desgastado en algunos puntos. Ahora se encontraba en su salón de clases como muy pocos alumnos lo hacían. Alumnos que preferían quedarse para platicar tranquilamente, terminar alguna tarea, por enfermedad, o simplemente porque no contaban con los amigos necesarios como para visitar ese mundo desenfrenado de diversión al que tanto querían pertenecer. An permanecía sentado en su silla pensando una y otra vez en aquel sueño, sintiendo que jamás volvería a soñarlo, porque al paso de los días lo iría olvidando poco a poco.

    Los minutos del recreo pasaban y An ya estaba mucho más tranquilo y el ánimo le regresaba a cada momento. No estaría dispuesto a privarse de todas las cosas que valían la pena, solo por un sueño.

    Si, si había sido muy buen sueño lleno de dudas y de adrenalina, pero al fin y acabo solo había sido eso, un sueño. Como el último sueño que tuvo ya hace más de 7 años atrás.

    An se levantó de su silla y se dirigió hacia el patio. Sabía que ya era tarde como para agregarse en la contienda que se estaba llevando a cabo en el coliseo, así que, se resignó a visitar la cafetería que ya para esa hora no estaría tan demandada como en los primeros minutos del recreo.

    El edificio de hormigón que correspondía a los alumnos de secundaria se levantaba en la cúspide del instituto. Los acabados grises y azules de la piedra y el metal daban ese toque de prestigio que la escuela en verdad poseía, y su localización inclinada a la par del cerro que la levantaba por encima de la ciudad, le daba un toque más de superioridad.

    El salón de An estaba situado hasta el fondo del segundo piso del edificio, así que tenía que atravesar todo el largo pasillo que contenía otros cinco salones, más el salón donde las niñas tomaban la clase de corte y confección. Todos los salones se encontraban en un mismo lado del pasillo, dejando solo una pared azul con papeles anunciando eventos, lista de alumnos citados por distintas razones a la dirección y otras leyendas, en el otro lado del pasillo Por alguna razón, en esos momentos aquel pasillo se encontraba vació, y eso era un poco extraño debido a que por lo general ningún rincón de la escuela estaba vació desde las siete de la mañana hasta las dos y media de la tarde, que era cuando sonaba el timbre para la salida.

    An había regresado al mundo humano por completo. Los estragos de la última noche habían desaparecido y ahora caminaba tranquilamente con un ánimo recién renovado. Recorrió todo el pasillo pensando en lo que iba a comprar en la cafetería, aunque era un pensamiento inútil ya que en verdad no lo decidiría hasta estar allí y ver todas las cosas que tenían ese día. Se preparaba para dar vuelta al final del pasillo vació y dirigirse a las escaleras, cuando sintió la extraña sensación de estar siendo observado.

    No era una de esas sensaciones ordinarias de ser observado, no, era una sensación tan fuerte que casi podía sentir la respiración de la persona que lo estaba observando. An movió la cabeza lo suficiente como para poder ver con el ojo derecho si alguien se encontraba cerca, pero al no encontrar a nadie con su limitado campo de visión, tuvo que voltear completamente sin ningún sobresalto o rapidez necesaria para demostrar que estaba buscando encontrar algo o a alguien. Pero no encontró a nadie.

    Dirigiéndose al baño para hombres mientras terminaba de comer ese pastel de chocolate rosado que desde pequeño le gustaba y que había adquirido una vez llegado a la cafetería, An había tenido la misma sensación de ser observado tres veces más. Un extraño piqueteo en su pecho que no producía dolor ni molestia; simplemente le otorgaba una hilada de metal frio que se trasmitía por todas sus terminales nerviosas.

    En realidad no le preocupaba tanto, ya que en algunas ocasiones la causante de esas sensaciones era su poderosa imaginación. Aunque nunca había tenido esa sensación de ser observado con tanta frecuencia y mucho menos en dos días tan cercanos uno de otro; porque había recordado que aquella sensación se había presentado desde el viernes pasado y al igual que en esta ocasión, fueron varias veces en que volteo a otra parte para cerciorarse de que nadie lo observaba.

    El timbre

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