Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Ocho relatos
Ocho relatos
Ocho relatos
Libro electrónico86 páginas1 hora

Ocho relatos

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Solo hay dos tipos de pensamiento: recuerdos e imaginación.
Bajo esta premisa, el autor nos ofrece OCHO RELATOS independientes.
Las narraciones propuestas se dan lugar en contextos de realidad convencional, que evoluciona en cada relato con posibilidades mágicas, fantásticas, misteriosas o macabras.

En “El cenicero” la obsesión con su padre provoca en el personaje una desesperación que lo conduce a estados críticos y aberrantes que terminan por socavar su sentido común

“La noche de la macumba” describe a un joven que odia profundamente el sexo luego de atravesar una serie de desventuras llevado por las creencias religiosas de su madre. En una misa de una macumba el hechicero lo elige como el reencarnado y a partir de allí, describe con realismo las penurias en las que se ve envuelto.

En “Cómo trabajar en un restaurante, o la confusión de querer ser” describe la vida de dos camareros transcurridas en restaurantes muy diferentes; uno para la clase alta y el otro la típica hamburguesería de la costa. Ambas vidas se entrecruzan y muestran las adaptaciones que sufren; solapada crítica de la sociedad cambiante actual.

El protagonista de “Me gustan las mujeres, mucho”, es una historia relatada con humor y sarcasmo; describe la vida de un ser sistemático y ordenado que en su plan de conquista decide cambiar su conducta adoptando diferentes posturas para experimentar distintos tipos de respuestas de las cuales muchas terminan en fracasos.

“La cara en el espejo” muestra el absurdo a que se ve envuelto un hombre enamorado de su esposa cuando se enfrenta a su alter ego mientras se observa frente al espejo. El personaje virtual va cobrando vida hasta llegar a formarse un cambio de papeles en donde el actor principal termina perdido en un laberinto de imágenes y situaciones indeseadas.

“Muriéndome sin morir del todo” es una historia desarrollada desde tres distintos ángulos relatada por los propios protagonistas. Consiste en demostrar la diferencia existente cuando una misma situación se interpreta de distintas formas; trágica para unos y desesperante para otros, para terminar con un final inesperado

“Hijo de la Luna” describe la experiencia doméstica de un ser embebido en su condición de compañero y amante de su esposa. Con sentido crítico desarrolla con humor y gracia un día de su vida.

“La memoria de Emmanuel” describe la historia de un hombre joven con una capacidad innata para reiterar constantemente los mismos hechos de su vida una y otra vez. Alusión absurda y encubierta de la ingrata monotonía a que se ve envuelta una gran parte de la sociedad actual.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 may 2019
ISBN9780463350362
Ocho relatos
Autor

Carlos Magariños Ascone

Nace en Montevideo, Uruguay, donde es subdirector del periódico "El Diario Español a la vez que cursa estudios de Odontología (1965-1970). Es Doctor en Neurociencia por la Universidad de Londres, Inglaterra (1979). Desarrolla su vida profesional en el Hospital Ramón y Cajal en Madrid (1980-2006) en los Servicios de Investigación y de Neurocirugía. En paralelo con sus múltiples publicaciones científicas, realiza una actividad literaria en Argentina, Colombia y España. Participa con poemas en la revista digital "Resonancias" y con un cuento en "El cuento, por favor, 39 relatos sin vuelta" de ediciones Fuentetajo, España y con varios poemas en las antologías poéticas "Mundo Poético" -2003- y "Letras de oro 2007" de Editorial Nuevos Ser, Argentina. En el libro "Las Conchas en el Arespin", Colombia, sus aportes poéticos ponen letras a obras pictóricas.En Diciembre de 2017, publica en versiones electrónica y litográfica el libro "Ocho relatos", en amazon.es; en versión digital en el 2019 en smashwords.En Abril 2019 publica el libro "Sequía, amores y otros demonios" versión digital y litográfica en amazon.es.

Relacionado con Ocho relatos

Libros electrónicos relacionados

Fantasía para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Ocho relatos

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Ocho relatos - Carlos Magariños Ascone

    El cenicero se había transformado en un elemento indeseado. Gris, con sólo tres ranuras para los cigarrillos, no tenía el más mínimo atractivo. Casimiro lo cambiaba continuamente de lugar. Había intentado toda clase de triquiñuelas puesto que su imagen le descomponía. Antes de salir de la casa lo escondía. En algún cajón del comedor, en el ropero dentro de una maleta, incluso lo llegó a meter dentro del congelador. Pero pusiera donde lo pusiera todas las mañanas el cenicero volvía a aparecer en su mesita de luz. Se había convertido en una especie de persecución, un reto que al principio afrontaba con calma y dignidad. Al fin de cuentas, algo tan insignificante no podía trastornar su vida. Caminaba por el jardín, se cruzaba con amigos, contaba su vida evitando dar ciertos detalles, siempre con la intención de borrar de su mente el hecho que había marcado su vida. Pero le resultaba imposible.

    Finalmente, atormentado por la imagen del cenicero llegó a tener un único cometido. No volver a verlo jamás. Al anochecer, se recostaba en la cama y se le aparecían las mismas imágenes, una y otra vez. Se le representaba su padre autoritario y déspota, fumando en pipa, dando largas zancadas en la habitación y voces de obligado cumplimiento. El agradable aroma del tabaco le retumbaba en su bóveda ósea martillando los improperios y humillaciones paternas. Los azotes aún le dolían y por más que gritara perdón las palizas crecieron hasta arrinconarlo en sus propios pensamientos, único refugio seguro de la casa.

    El cenicero gris era la adoración de su padre. Nunca se llegó a enterar el porqué del amor hacía ese objeto frío y sin sentido. Era más que una obstinación; una caricia entre sus manos. Adonde fuera su padre allí estaba el cenicero, allí su presencia, allí su placer. Una mañana intentó esconderlo con la certeza de que nunca más apareciera. Al encontrarlo su padre se puso furioso. Lo aporreó con saña y brutalidad. Gritó y pidió auxilio pero fue en vano. Los golpes que le dio fueron de tal magnitud que quedó inconsciente.

    Posteriormente, la policía hizo las correspondientes averiguaciones a tal caso y lo recluyeron en un psiquiátrico.

    En las reuniones del grupo de terapia, Casimiro continúa contando con insistencia cómo rompe el cenicero todas las noches y al día siguiente se le aparece en su mesita de luz, pero calla con una mueca de satisfacción cuando se le insinúa donde ha escondido el cuerpo de su padre.

    La noche de la macumba

    Soy una persona que odia el sexo. Recuerdo muy bien cómo comenzó esta profunda aversión. Cuando era adolescente, madre me llevó por primera vez a una sesión de macumba en las afueras de Guáimaro, en Camagüey. Es una zona boscosa, enclavada en un pantano y circundada por varias lagunas que forman lo que se conoce como el Ojo de Agua. Asdrúbal, el hechicero que oficiaba la ceremonia, era el mulato más fornido que jamás había visto. Tenía la cara curtida de viruela y un montón de cicatrices desparramadas por un torso medio desnudo que brillaba aún en medio de la penumbra. Dos aislados dientes en la parte superior de la boca hacían de columnas de entrada a una garganta tan grande como la boca de un caimán cuando amenaza con engullir a una presa. Una nariz pronunciada llena de verrugas hacía las veces de techado ensombreciendo a unas encías violáceas y limpias de cualquier atisbo de dentadura en la arcada inferior. Regurgitaba palabras sin pausa con voz grave y profunda, arrastrando algunas vocales y estirando las ese finales para dar una entonación más imponente. Sus brazos musculosos, con marcadas venas como ríos morados, caían en cascada hasta formar un delta de gruesos canales que se continuaban en sus dedos largos y toscos. Madre le llamaba el Caboclo Curuguzu. Seguía a pie juntilla cualquier cosa que le indicara Asdrúbal.

    Madre, de complexión desgraciada, se erguía con desequilibrio debido a una barriga juguetona balanceada con desparpajo por un trasero redondo y protuberante a los costados. De tronco menudo, al verla de perfil estirada cuando dormitaba la siesta daba la impresión de un ancla recostada sobre el lecho del mar cuando hay marea baja. De manos encallecidas de tanto fregar ropa propia y ajena en el rio, había criado a sus ocho hijos, todos varones, sin ninguna ayuda. De caminar lento se apoyaba marcadamente sobre la pierna izquierda debido a una de las palizas de Padre en una de sus acaloradas peleas. Cuando se enfadaba le emergía un pitido agudo en extremo que finalizaba vociferando palabras inarticuladas en tono alto y atronador. Como sucedía con asiduidad daba la sensación de estar siempre enfadada, incluso cuando se dirigía con pretendido cariño materno a uno de nosotros.

    Padre había muerto acuchillado en una reyerta por otra mujer cuando yo era muy chiquito, por lo cual los únicos recuerdos que guardo de él son sus borracheras, insultos y golpes inmerecidos porque no le dábamos más que disgustos y problemas. Sus múltiples broncas las terminaba con su frase preferida: pendejos de mierda. El último hermanito en nacer fue el más desgraciado. Madre no le quiso nunca. Se había empeñado en que fuéramos siete, por cábalas religiosas y aquello la había terminado de desbordar. Crecimos a base de yuca, malanga, frijoles negros y cazuela de ajiaco sin tasajo pero acompañadas de casabe, a falta de pan.

    Madre era inmutable al peligro. Inmersa en la religión estaba poseída por una Orixás de rango mayor que, según contaba con orgullo, la protegía con rigor y fortaleza. Como buena descendiente de los yorubas, nos quiso inculcar su religión como mejor sabía. Pero recordamos más los latigazos y golpazos con vara, patadas y amenazas con castigos ejemplares que cualquier indulgencia del divino referente. Los muchos preto velhos de discursos apocalípticos y reencarnaciones sin fin que cada tanto nos

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1