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Jamás Olvidaré
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Libro electrónico264 páginas4 horas

Jamás Olvidaré

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Información de este libro electrónico

Una antologa de recuerdos que desde la infancia se fueron fijando en la mente, de una mujer, que en la edad de la adultez decidi desgravarlos.
En esta historia la escritora de una forma novelesca y deliciosa, muestra el amor, la envidia, la hipocresa y el perdn. La autora, hace que el lector ejercite su mente pasendolo por todos los tiempos de la literatura y de la vida; del presente al pasado y viceversa, llegando a sentirse familiarizado con cada personaje y lugares mencionados all, y a medida que se va adelantando en el tiempo se van desenvolviendo las dudas que iban quedando atrs, enseando a dudar pero tambin a creer lo increble, dejando al descubierto una mente poderosa, y una memoria absolutamente prodigiosa.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento25 jul 2013
ISBN9781463357122
Jamás Olvidaré
Autor

Maria Isabel Mathieu

Maria Isabel Mathieu nació en 1953 en Bogotá Colombia. Luego de tres décadas se trasladó a Los Estados Unidos en donde se convirtió en la escritora mayormente de ficción que hoy por hoy, ha publicado con este, 9 libros. Con su forma exquisita de narrar atrapa al lector al punto de hacerle soltar una carcajada como también una furtiva lágrima.

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    Jamás Olvidaré - Maria Isabel Mathieu

    Copyright © 2013 por Maria Isabel Mathieu.

    Ilustración portada: Ángel Hernando Reyes

    Obra: Regalo de Trapito - Retrato de María Isabel Mathieu

    Colage sobre canvas 54 X 36 in

    Contraportada: Fotografia de la autora María Isabel Mathieu con su padre

    Primera a tercera edicion en Cordoba, Argentina por Linea Abierta Editores.

    CUARTA EDICIÓN

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2013910446

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 23/07/2013

    Para realizar pedidos de este libro, contacte con:

    Palibrio LLC

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

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    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    470675

    Dedicatoria

    A Maurice Moreaux Rieu. Promesa cumplida.

    A Hernando Mathieu

    Mi adorado padre y fuente de mi inspiración.

    A mi querido primo Frank Rohenes

    Quiero agradecerle todo el tiempo que dedicó

    para darme una mano, en momentos en que

    la tecnología me atropelló.

    A toda mi familia.

    A todos aquellos presentes y ausentes,

    Que de una u otra forma se puedan sentir aludidos.

    Receta de Jamás Olvidaré

    Ingredientes:

    Memoria casi fotográfica.

    Percepción extrasensorial.

    Clase.

    Una gran imaginación.

    Nobleza.

    Miedo al temor.

    Temor al miedo.

    Una gran cantidad de amor.

    Perdón.

    Un primo.

    Rencor (opcional).

    Preparación:

    En una mente ampliamente fabulosa, se mezcla la memoria fotográfica, la percepción, la clase, la imaginación y la nobleza. A medida que se van revolviendo estos ingredientes, se le va agregando el temor al miedo, como también el miedo al temor.

    Toda esta mezcla comenzara a formar una consistencia fuerte, a la que al añadirle el amor, se ira suavizando de tal forma que lograra sentir un suave olor a perdón.

    El olvido servirá en caso de que todo esto le caiga pesado. Y el rencor se tira al cesto de la basura, sin abrir el contenedor.

    El primo debe estar disponible para cuando sea necesario.

    Si alguien cree haber conocido la receta con anterioridad, sería pura coincidencia.

    Prefacio

    Aquellas pequeñas cosas

    "Uno se cree, que los mato el tiempo y la ausencia

    Pero su tren, vendió boleto de ida y vuelta;

    Son aquellas pequeñas cosas

    Que nos dejo un tiempo de rosas…

    En un rincón, en un papel o en un cajón.

    Como un ladrón

    Te asechan detrás de la puerta

    Te tienen tan a su merced

    Como hojas muertas.

    Que el viento arrastra allá o aquí

    Que te sonríen ¡triste si!

    Nos hacen que lloremos…

    Cuando nadie nos ve".

    Joan Manuel Serrat

    Los recuerdos quedan por siempre fijados en la memoria y más aún cuando los acontecimientos suceden durante la infancia, en una mente virgen en toda la extensión de la palabra.

    Perdonar: es una decisión que se toma, o se deja de tomar.

    Olvidar: un verbo, una mentira, un descuido o una enfermedad.

    María Isabel Mathieu

    Recomiendo seguir este cuadro sinoptico para simplificar la lectura de esta obra.

    Maria Isabel Mathieu

    Cuadro_Sinoptico_Jamas_Olvidare.jpg

    Ataduras invisibles más no por ello menos reales, entrelazaron a Remmy Moreaux y Paulette Rieu, en una urdimbre de afectos indefinibles en los que se entremezclaron la sangre ardorosa que corría por sus venas como su estirpe impertérrita, donando sus condiciones particulares e iconoclastas a quienes serían sus herederos; aunque el gran Remmy Moreaux se marchó del mundo dejando ese ápice del sur de América en donde vivió y allí, a su adorada Paulette con tres hijos criados y otro en su vientre, al que la madre parió, crió, vio crecer, pero no esperó para descubrir que toda aquella rancia nobleza europea que los hacía orgullosos y sucederían, se enclavó en este último convirtiéndolo más tarde en padre e ídolo de quien conocedora de su gran sencillez, humildad, distinción y veteranía, un día se encargaría de contarlo Urbi et Orbi.

    Antoniette, Edith, Lawrence y Maurice, los hijos de Remmy Moreaux con Paulette Rieu. Hermanos de sangre que hacían cada cual su vida, como la vida misma se los iba permitiendo.

    Antoniette se había casado con un hombre adinerado y para ella no existían más que sus hijos, su marido y su mundo, en un pueblo en el cual la alta sociedad era conformada por un número de familias que no llegaba a diez, pero con apellidos que los distinguían; aparte de la vida cómoda en que se desenvolvían, que lógicamente también marcaba mucho la diferencia que había con el resto de los habitantes de Corinto, llamado así el pueblo de calles polvorientas, exceptuando obviamente la calle principal sobre la cual estaban construidas las casas del clan de los afortunados.

    No obstante, a un costado de la casa de Antoniette Moreaux de Alcalá, se encontraba un terreno que desde el siglo dieciocho había sido invadido por alguna tribu indígena de la época, y a la cual le sobrevivía una persona que pasaba sus días, en una casucha que constaba de cuatro paredes hechas de bareque y techo de paja, con un hueco como ventana y un trozo de estera como cortina, mientras que a la puerta, la reemplazaba una vieja lámina de hojalata que puesta un poco inclinada y arrimándole una butaca fuerte, impedía que se cayera, evitando también que fuera doble el ruido que se producía algunas veces cuando hacía viento. En su interior, quizá por la caminadera de quien allí vivía, era el único sitio en donde la maleza no progresaba. Era un matorral rucio y sin flores el que se encargaba de disimular cuanto desentonaba esa choza, al lado de la residencia de pisos embaldosados, ventanales con vidrios y rejas protectoras en hierro forjado.

    Una ley fuerte, probablemente más divina que humana, permitía vivir a una mujer de muy avanzada edad llamada Teresa, quien no recordaba desde hacía mucho tiempo su apellido, y quienes a ella se le dirigían de cuando en cuando la llamaban simplemente ‘misia Teté’. A pesar de tener casi cien años, Teresa era sana, fuerte, y entre tantas arrugas seguramente se escondía tanta energía. Ella, a quien le quedaban dos dientes y unos cuatro pelos negros en medio de una enmarañada cabeza cana, comía por la caridad de su vecino, el señor Belisario Alcalá el que muy en contra de la voluntad de su esposa, daba orden a la servidumbre para que diariamente se le llevara comida a la solitaria vieja.

    Belisario Alcalá, era un hombre de provincia muy caballero, y no concordaba con la forma altanera y orgullosa que portaba, no sólo quien era su esposa, pero también la madre de sus hijos, así que prefería pasar más tiempo en la finca de la cual era propietario.

    Con una indescriptible belleza e indiferente a sus múltiples admiradores, Edith Moreaux, a diferencia de su hermana no quería casarse más que con Dios y decidió irse al convento de Silvia en el Cauca, luego de haber disfrutado de muchas farras y carnavales sin que nadie hubiese alcanzado su corazón. En el noviciado la aceptaron luego de varios exámenes físicos, mentales y conocimientos elementales, con muy buenas posibilidades de haber sido una buena monja, de no haber perdido su virginidad que era lo que aseguraban algunas lenguas de la época. Unas decían que fue un sacerdote que frecuentaba la casa religiosa, pero otras comentaban que había sido el médico que hacía de visitas de rutina al convento. Lo que si se pudo comprobar, fue, que el médico, desde que la vio por primera vez, enloqueció con su belleza sin importarle el bla…bla…bla, referente al devaneo con el cura; insistió ante ella hasta lograr su amor de tal manera, que el hecho de ser un hombre casado no era ningún impedimento y menos después de prometerle, que dejaría a su esposa e hijos.

    Esperando, Edith parió dos hijos a los que el tiempo se encargó de convencer de que nunca serían legítimos aunque llevasen el apellido de su padre; cansada de esperar desesperó, poniendo una raya en su casa que marcaba hasta donde podía llegar el que nunca fue su esposo, limitándolo cuando llegaba a visitar a sus hijos a quienes amaba, pero sin que de ella obtuviera ni tan sólo una mirada.

    La madre soltera trabajaba en su casa haciendo costuras, algo de lo que aprendió durante su estadía en el convento y porque según ella, su orgullo no le permitía aceptar ninguna ayuda del padre de sus hijos; vivían decentemente, sin lujos pero con lo necesario y mientras cosía, una sirvienta se encargaba de los otros quehaceres cotidianos de la casa.

    En la misma ciudad de Popayán en donde residía Edith, uno de sus hermanos Lawrence Moreaux, había formado pareja con Enriqueta Aguilar, y de ese matrimonio había siete hijos vivos, pues otros seis habían muerto antes de ser bautizados y según la madre:

    _ ¡Todo fue, por el mal de ojo!

    A los sobrevivientes pusieron por nombres: Fanny la mayor, Lawrence Jr., el segundo, Maurice el tercero, Antoine el cuarto, Margoth la quinta, Georgina la sexta, Enriqueta la séptima y última; a éste hogar se le agregaba la presencia de doña Luisa de Aguilar madre de Enriqueta, y de su hija solterona a quien llamaron Georgina, siendo en su honor que nombraron también así a una de sus sobrinas; aunque la verdad eran ideas de Luisa, que de vez en cuando se repitieran los nombres de los más viejos de la familia, por si se moría uno, quedaba el otro.

    Por otro lado lejos de allí, en la capital había formado su hogar Maurice Moreaux, quien casado con Corina Santos una bella mujer, dieron por nombre a sus hijos: Thaís a la mayor, quien antecedía a Remmy, y luego dos niñas más, Dominique y Paulette. Era un hogar feliz en el cual abundaba la comprensión, el amor, y gozaban de la vida cómodamente, perteneciendo a una sociedad media alta.

    No obstante la vida que llevaba Maurice con su familia, a éste siempre le aquejaba preocupaciones que no podía ignorar. Le angustiaba pensar en su hermana soltera con dos hijos, mientras que no aceptaba la idea de vivir ni por un momento separado de los suyos, quienes de él dependían completamente, recibiendo un ejemplo de responsabilidad y cariño; así que cuando el presupuesto se lo permitía, enviaba ayuda a su hermana, aunque más le preocupaba la situación de su cuñada Enriqueta Aguilar de Moreaux, quien por muchos años parió de gula, estando en una condición bastante precaria, añadiéndole a ésta la irresponsabilidad de su marido que aparte de retozón, con el tiempo se había convertido en un alcohólico sin remedio, por lo que su mujer se vio en la obligación de botarlo, acostumbrándose con el tiempo, a usar la cama sólo para dormir; el marido no fue oponente puesto que el caserón, era de su suegra.

    Georgina Aguilar la hermana de Enriqueta, mantenía a San Antonio puesto de cabeza todo el tiempo para que le enviara un hombre, pues dicho por ella misma: prefería desvestir a un borracho como su cuñado, que quedarse vistiendo santos el resto de su vida.

    Había mucho movimiento en la casa con aquella patota de muchachos entrando y saliendo. La vieja Paulina madre de las Aguilar, que gritaba todo el tiempo pues estaba medio sorda y pensaba que los demás también lo estaban; a esto se le sumaba el ruido de las máquinas, había más bulla pues allí también habrían de coser para poder darse ‘los tres golpes’ o comer tres veces al día, y desde que una vez Maurice decidiera obsequiarles un motor para cada máquina, así no tendrían ese método obsoleto que les lastimaba los juanetes pedaleando y les rendiría más el trabajo, pues el bochinche era cada vez peor. También el radio sonaba todo el día, por todos los días y a un alto volumen, pues Paulina al igual que las costureras, estaba emperrada con las radio- novelas que no eran pocas desde ‘Kaliman’, ‘Es tu hijo’, ‘ Los ricos también lloran’ y otras más, cuando al medio día habrían de descansar de tanta novela para escuchar al ‘Rey Montecristo’ y también a ‘Ever Castro’, porque en las horas de la tarde radiaban otras novelas, y en horas de la noche tenían que escuchar ‘La escuelita de doña Rita’, programa éste que pasaban en horas de la mañana, pero por lo general a esa hora iban a misa; al llegar a la casa, era cuando se estaban levantando los muchachos y con eso de que… el uno tenía hambre, mientras el otro también, o no tengo que ponerme en fin…se les pasaba, y por suerte en la noche lo repetían.

    Sobretodo Enriqueta trabajaba hasta el cansancio, como sería que un día llegó a aceptar que en realidad había parido demasiado; pero su consuelo era, lo que con los ojos empañados decía en repetidas ocasiones:

    Podría ser peor, si los otros seis… no se hubieran muerto.

    Así que entre la mayor que era Fanny y la menor Enriqueta, había una diferencia en edad bastante notoria, siendo la primera coqueta, tan bella como ignorante, hasta el punto de pensar que una forma de ayudar a su madre, era aceptando irse a vivir con el primero que se lo propuso; así sería una boca menos que alimentar y como había heredado la pingüe calentura de su madre, que sumada a su falta de conocimientos de todo tipo pues el resultado fue, un embarazo más que atormentado, puesto que era muy mal tratada por su marido quien cuando no la estaba usando, la estaba abusando y, un día supo, que cuando no la usaba, ni la abusaba, era porque estaba abusando de las gallinas que tenían en el patio, usándolas para satisfacer sus aberraciones sexuales.

    Sin esperanzas fue como un día, teniendo su hijita unos cuantos meses de nacida, llegó a casa de su tía Edith, y le contó todas las cosas por las que estaba pasando. La única solución que encontró la tía, fue llevarla al convento en Silvia, y allí le dieron hospedaje mientras se calmaban los ánimos, además porque corrían las murmuraciones de que el marido la buscaba para matarla. Allí, con las monjas estuvo casi un año pero una vez pasado el susto, esa disciplina y esa vida a la cual no se acostumbraba, la hicieron tomar una la resolución que ella sabía la ayudaría a salir adelante sin necesidad de estar encerrada, poniendo en antecedente a las religiosas en cuanto a lo que pensaba hacer; entre Sor Elianne, la hermana Elva, la madre Laura y la abadesa Bolivia, todas juntas, no lograron convencerla de que se quedara, y por el contrario, las dejó intrigadas con eso de que:

    ¡Ustedes sombreronas no saben, de lo que se están perdiendo!

    Salió de la casa religiosa, encaminándose directamente al puerto de Popayán con su hijita a cuestas y una vez allí, comenzó a sacarle provecho a sus encantos femeninos prostituyéndose primero en tierra, para ir ascendiendo hasta llegar a tener casi que un trabajo fijo, cambiando en cada puerto de barco, y en cada barco de capitán, pues era precisamente este el rango escogido para vender su cuerpo, y aparte de ganarse la vida haciendo lo que más le gustaba, se daba sus paseos conociendo diferentes países, saltando de camarote, en camarote, encontrando siempre quien cuidara de su hija a quien quiso ponerle un nombre que hiciera honor al convento, pero como éste tenía por nombre San Cayetano, pero por ningún motivo le pondría a su hija Cayetana, entonces le puso el nombre del pueblo en que se hallaba situado, llamándola Silvia.

    Las hijas de Belisario Alcalá, en plena adolescencia fueron internadas en un colegio de la capital, en donde se les daba salida desde el día viernes por la tarde, con regreso el día domingo antes de las siete de la noche así pues ya que su tío Maurice, se había impuesto la tarea además placentera para él, de ir al colegio por las jovencitas y llevarlas a su casa en donde se les atendía con mucho cariño y bajo su total responsabilidad. A mitad del año las hermanas tendrían vacaciones de dos meses, y era cuando por ese tiempo para el período de descanso de diciembre, regresaban a su casa en Corinto.

    Ya era el segundo año en que las hermanas Alcalá Moreaux, se encontraran estudiando en la ciudad y por consiguiente, la segunda vez que irían a pasar la Navidad con sus padres y hermanos, pero ésta vez no viajarían solas. Su pequeña prima Thaís, con el permiso de papá y mamá e invitada por las estudiantes que regresarían nuevamente al internado, a mediados del mes de febrero.

    Al principio Maurice, se negaba a permitir que su hija, con apenas cinco años de edad, se fuera lejos de casa, pero ante la insistencia de las sobrinas, y una vez que analizó la situación, que se trataba del hogar de su hermana que estaba casada con un hombre que merecía su admiración y respeto, accedió.

    ***

    Thaís era una niña de tez blanca, sus cabellos rojizos caían sobre sus hombros en bucles. Ojos almendrados, inteligente y a pesar de ser muy mimada en su casa, ella también recibía muy buena educación.

    Siendo su ciudad natal de clima frío, al llegar a un pueblo en el que el calor era inclemente, sus mejillas se tornaban de un color provocativo, que a muchas personas, les hacía expresarse de la misma forma cuando le veían:

    "¡Que niña más linda! ¡Parece una Manzanita! ¡Su cabello parece de seda!

    Su tía Antoniette, quien había sacado a la niña para mostrarla a sus amistades, comenzó a incomodarse con los comentarios que sabía, nunca escucharía en referencia a sus hijas, pues Alba la mayor, tenía un rostro blanco opaco y sufría de acné; bastante corpulenta, acercándose más a la obesidad, y de cabellera muy difícil de alisar, por cuanto tenía que mantenerse con rulos de cartón, que iba guardando a medida que el papel higiénico se iba terminando, y no por falta de dinero pero se estilaba.

    La otra hija, Amanda, a diferencia de la mayor y de sus hermanos, era de piel morena, nariz ancha, boca grande y con la contextura gruesa como la de su hermana, pero con el cabello más difícil de dominar. Luego les seguían tres varones de los cuales dos de ellos Raúl y Rodolfo, casi no se mantenían en la casa, pues el padre durante las vacaciones, los prefería en la finca, para que aprendieran a desempeñar trabajos de hombres, y el menor Arturo que físicamente era el más parecido a su padre, pero quizá por ser el menor, trataba de dominar a todos en la casa, a punta de malcriadez. Total, que al estar Antoniette escuchando piropos, todos para la chiquita, en un arranque, la llevó a la peluquería, y la orden fue:

    _ ¡Háganle el Mickey!

    Mickey era el nombre que se le daba a un corte de pelo para las damas, que estando ya en la tercera edad, lucían muy bien con ese estilo tan corto; de nada le valió a la niña decir a su tía con llanto en los ojos:

    _ ¡Mamá se va a enojar, ella siempre me cuida mi pelo!

    _ ¡Tu cállate! ¡Tu mamá no está aquí, y tú no tienes nada que opinar!

    La peluquera comenzó a cortar los rizos que parecían de ángel, y observaba los mechones en sus manos, apesadumbrada y sin entender la razón de aquel hecho que le parecía era un crimen del cual se sentía cómplice. Al salir

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