Hermanitos: Salvando a mamá
Por Enio F. Herrera
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Una mujer joven y madre soltera de tres traviesos niños, está a punto de ganar el contrato de su vida con el gobierno, pero alguien malvado intenta robárselo, entonces sus pequeños se aventuran a tratar de rescatar lo que le pertenece a mamá, aunque para lograrlo tengan que enfrentar desafíos que acabarán en divertidos desastres.
La obra muestra las vicisitudes que toda madre soltera enfrenta en su diario vivir para sacar adelante a sus hijos. La valentía y determinación de sus tres pequeños marcarán la diferencia, pues, a pesar de su corta edad y su inocencia intentarán salvar a mamá de los malos.
Enio F. Herrera
Mi nombre es Enio F. Herrera, soy originario de Guatemala y mi profesión es Administrador de Empresas. Mi historia como escritor comenzó hace varios años, cuando todavía era un muchacho con los zapatos viejos y la ropa desgastada, pero con un corazón loco y soñador; mientras realizaba una tarea de literatura de la secundaria quedé profundamente enamorado de la narrativa, la prosa y de la forma magistral de narrar de algunos autores; tanto fue mi encanto que en mi corazón se gestó el sueño maravilloso de un día llegar a ser un gran escritor.Con el pasar de los años, las preocupaciones de la vida apartaron ese sueño de mi mente, pero no de mi corazón. Hasta que un día no pude retenerlo más y decidí dejarlo salir. Ahora, un poco más maduro que en ese entonces, pude hacer realidad uno de mis sueños que es: publicar mis novelas, y me satisface mucho poder compartirla contigo.
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Hermanitos - Enio F. Herrera
La obra está inspirada y es dedicada a todos esos seres llenos de luz y de mucho amor, que sin importar las circunstancias que les ponga la vida, dan todo por los suyos; esos seres mágicos a quienes los niños llaman mamá
. En especial a mi dulce madre: Mercedes Herrera.
Nota:
Todos los lugares, nombres y personajes contenidos en esta obra son totalmente ficticios y existen solo en la imaginación del autor.
1. Todo mundo a levantarse.
Un dicho lleno de sabiduría dice que Antes de toda victoria, siempre hay una batalla
. La familia Kirby no tenía idea de lo que les esperaba a solo unos metros de distancia sobre la autopista llamada destino. Una batalla en la que habrían de mostrar el coraje del que estaban hechos y la fuerza del amor que los unía como familia. Esos peculiares días permanecerán en sus recuerdos como el punto medio entre un antes y un después que cambió el rumbo de sus vidas para siempre.
El día apenas comenzaba y parecía una mañana como cualquier otra en casa de los Kirby. Los niños Rackel y Albert, más conocidos como Kely y Bert, permanecían tumbados en sus camas. El cuerpo parecía pesarles más de la cuenta. La hora de levantarse había pasado hace rato y el desayuno los esperaba servido en la mesa. Mamá había agotado su paciencia ordenándoles que se levantasen de su cama.
— ¡Kely, Bert! ¿A qué hora piensan levantarse? —preguntó mamá en voz alta y con seriedad absoluta.
Kely era la mayor de los tres hermanos Kirby, a sus ocho años de edad era la líder. Todos los juegos y travesuras eran inducidos por ella. Una niña delgada, morena clara, tenía el cabello lacio y largo; se trataba de la típica niña curiosa, inquieta y atrevida que no puede faltar en cualquier familia; le gustaba la aventura, lo cuestionaba todo y desconfiaba de todo mundo; sonreía sin pena y sin preocuparse de que le faltaba un diente.
Unos minutos después, Patricia, su madre, tuvo que hablar con más firmeza para lograr que aquel par de criaturas holgazanas dejaran en paz sus cobijas y se incorporaran a la mesa para desayunar.
— ¡Kely y Bert! ¡Se levantan ahora mismo o los tendré que castigar! ¿Me escucharon? —dijo Patricia con total autoridad.
— Mami, yo ya me levanté —respondió Kely desde el baño, con la voz opaca por la pasta y el cepillo de dientes que sostenía en su boca.
En la habitación solo quedaba Bert. Todos esperaban escuchar a Bert respondiendo a la orden de mamá, pero solo se escuchó el sonido atronador de una flatulencia que se le escapó al pequeño niño.
En el baño, Kely no pudo retener la risa y casi se ahoga con el agua que tenía en su boca.
Patricia no pudo más, su paciencia había rebasado el límite, había que poner a ese muchachito en su lugar.
— Bert, ¡es una orden! ¡Levántate ahora mismo o estás castigado toda la semana! —Dijo Patricia de forma enojada.
Bert no tuvo más que sentarse en la cama, tratar de aclarar su vista y despejar su mente; se dirigió al baño a lavarse y se sentó a la mesa, su cara todavía tenía la forma de la almohada en la que durmió toda la noche.
Bert, con seis años de edad, era el segundo de los hermanitos Kirby, un niño tímido pero muy inteligente; le temía a casi todo pero pensaba y razonaba antes de actuar. Moreno, de baja estatura, un poco gordito, su cabello era afro.
Sentada a la mesa desde hacía ya rato estaba Charlotte, más conocida como Chary, con sus cuatro años de edad era la menor de los tres hermanitos.
Chary, la típica niña traviesa, consentida y curiosa; de carácter fuerte y decidido; siempre encontraba la forma de superar sus miedos. Tenía la tez blanca, el cabello rubio ondulado, de baja estatura y un poco gordita.
Cargaba consigo a su oso de peluche llamado Ralf, un muñeco con el cuerpo relleno de algodón, en la parte de atrás tenía un depósito por donde se le ponía un poco de agua y al apretarle la barriguita, este lanzaba un chorro simulando que estaba orinando. También tenía una bolsita secreta para guardar cualquier objeto pequeño. Chary adoraba a Ralf, era su compañía favorita.
Ya estaban todos sentados a la mesa tomando el desayuno, los tres niños y Patricia, su madre. Patricia observaba a sus tres retoños mientras bebía pequeños sorbos de su taza de café. Pensaba en lo mucho que los amaba, con amor incondicional, tal como es el amor de una madre, capaz de darlo todo por ellos; capaz de negarse a ella misma por amor a esas pequeñas e indefensas creaturas.
—Mami, Chary otra vez ha estado mojando por toda la casa con su oso de peluche. —Dijo Kely a Patricia mientras hundía la cuchara en el plato del desayuno.
— ¡No te preocupes por eso! Le puse un poco de loción en el depósito para que deje buen aroma por todas partes. ¡Ya te dije que no hables con la boca llena! —respondió la joven madre.
Patricia Kirby, una mujer joven, delgada, de tez morena clara, cabello lacio, de mediana estatura. A sus veintiocho años de edad era madre soltera de los tres niños, Rackel, Albert y Charlotte. Cada uno de ellos hijo de diferente padre, esa era la razón por la cual cada uno tenía rasgos físicos distintos.
Cada uno de ellos representaba para la joven madre un intento fallido de ser feliz al lado de un compañero de vida. Quizás, por cuestiones del destino o por razones que nadie conoce, la vida le había truncado a Patricia el sueño de toda doncella de encontrar al príncipe azul que la rescatase de las fauces de un terrible dragón. El sueño de toda princesa de encontrarse con su caballero de elegante armadura, que la subiese a su caballo y la llevase de viaje por el mundo y ser felices para siempre, nunca se hizo realidad para ella.
En cambio, la vida le había enseñado que ese valiente caballero, con quien ella un día soñó, lo llevaba dentro de sí misma y que no era necesario buscarlo afuera. También le dio el privilegio de que su corazón se ensanchara para albergar a tres hermosos niños. Le enseñó que ella poseía el coraje, la fuerza y el valor de luchar hasta el cansancio por ellos y aún más allá, de verlos crecer a su lado y disfrutar el exquisito sabor de cada victoria lograda en el campo de batalla de la vida.
2. Un poco de paciencia.
Bebía pequeños sorbos de su taza de café mientras pensaba cómo sacarlos adelante, darles una